El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 180 · verano 2017 · página 15
Libros

El lenguaje y la metáfora

Pedro Espejo-Saavedra Roca

Se sintetizan tres libros del profesor Eduardo de Bustos Guadaño en los que trata la idea de metáfora y se añade una coda personal sobre el tema

El lenguaje y la metáfora

Este trabajo consiste en una síntesis de varios textos del profesor Eduardo de Bustos Guadaño –Catedrático del Departamento de Lógica, historia y filosofía de la ciencia de la UNED– que abordan la temática de la metáfora. Lo he divido en cuatro epígrafes. Se puede decir, en líneas generales, que el primer apartado del trabajo Una idea de lenguaje, se centra en su libro Lenguaje, comunicación y cognición: temas básicos (a); el segundo apartado, La ubicuidad de la metáfora, se corresponde al libro La metáfora. Ensayos transdisciplinares (b); y el tercer apartado, La metáfora y la argumentación, resume el contenido de Metáfora y argumentación: teoría y práctica (c). Utilizo también, el artículo Pragmática, contenido conceptual e inferencia (d). Las aplicaciones o casos concretos de metáforas tienen un carácter transversal, sobre todo en lo referente a los dos últimos apartados. Señalar también que las menciones de los diferentes autores están todos convenientemente referenciados, de manera abreviada, en las correspondientes notas a pie de página, y de forma completa, en la bibliografía de cada libro. En el trabajo omitiré tales referencias. El lector interesado podrá consultarlas en ellos. En cambio, procuraré situar en todo momento el contenido que resumo o cito. En el cuarto y último epígrafe, Coda: la filosofía y la metáfora, sugiero un tratamiento de la metáfora como idea filosófica, como un replanteamiento del problema de los universales.

Una idea de lenguaje

El primer libro (a) está dividido en cinco unidades o capítulos titulados consecutivamente: (a1) Significado y comunicación, (a2) El significado y el habla, (a3) El contexto y la comunicación, (a4) El contexto y la cultura, y (a5) Universalismo, relativismo y cognición.

Se comienza criticando el “modelo semiótico” de lenguaje que está basado en la idea de código –cuya característica es que “puedo utilizarlo sin tener ni idea de la lengua [gramática] en que están escritos los caracteres que cifro” [(a1) pág. 23.] –, y actuaría como “metáfora raíz o constitutiva” [(a1) pág. 21.] representada, aproximadamente [(a1) pág.22.], por siguiente diagrama:

diagrama

…si pasamos por alto la cuestión de si los pensamientos tienen ya una forma lingüística (si forman parte de un lenguaje interior, como sostenía Agustín de Hipona y mantiene en la actualidad el psicólogo J. Fodor)… [(a1) pág. 21.]

Así Sperber y Wilson afirman:

Es verdad que una lengua es un código que emparenta representaciones fonéticas y semánticas de las oraciones. No obstante, existe un vacío entre las representaciones semánticas y los pensamientos que realmente comunican las proferencias. Ese vacío no lo llena una codificación adicional, sino la inferencia. Es más, existe una alternativa al modelo de código para la comunicación. La comunicación ha sido descrita como un proceso de reconocimiento inferencial de las intenciones comunicativas. [(a1) pág. 24.]

Se puede entonces definir la intención comunicativa como:

Si quiero decir (significar, transmitir, hacer saber…) x, entonces, dado c, he de hacer Z.

Donde X representa al objeto de la intención comunicativa del agente, es decir, lo que anteriormente denominamos el significado del hablante, C el contexto pertinente para la expresión de esa intención y Z la acción verbal que constituye el medio apropiado tanto para su expresión como para que el auditorio capte X. [(a1) pág. 35.]

El contexto está estructurado mediante convenciones culturales. [(a1) pág. 29.] “El proceso de comprensión inferencial no es demostrativo: esto quiere decir que no existe un procedimiento computatorio determinista en el proceso de comprensión del significado”, “aunque pueda existir una comprobación a posteriori, esto es, una confirmación de la corrección de la inferencia realizada por el recepetor”. “Lo importante es cómo se maneja esta información.” [(a1) págs. 38-39.]

El modelo del diagrama

no repara en la diferencia existente entre una oración (sentence) y una proferencia de una oración (utterance). Las oraciones son entidades teóricas, abstractas de la teoría lingüística, entidades cuyas representaciones semántica y fonética ha de poner en relación la gramática propuesta por la teoría. En contraste, las proferencias son las acciones concretas realizadas por los hablantes de una lengua cuando la utilizan. Como tales acciones, están localizadas espacio-temporalmente y son literalmente irrepetibles. La diferencia entre uno y otro tipo de entidades lingüísticas se suele expresar diciendo que las oraciones son expresiones-tipo y las proferencias oracionales ejemplares o muestras de esas expresiones-tipo. [(a1) pág. 25.]

A veces sucede que las tres coinciden: que el hablante pretende decir el significado convencional oracional (esto es “lo que las palabras dicen” o, en otras versiones, su significado “literal”) y esto es lo que entiende el auditorio. A veces, en cambio, sucede que no coinciden entre sí ninguna de las tres. [(a1) pág. 27.]

En definitiva tenemos que:

El modelo inferencial de la comunicación lingüística aspira precisamente a la sustitución del modelo semiótico. Pretende dar cuenta de la forma en que los pertenecientes a una comunidad epistémicamente pertinente –que comparte conocimientos relevantes para la coordinación de sus acciones, por ejemplo la competencia lingüística–, asignan significados a sus acciones verbales, en cuanto agentes, y son capaces de interpretar esas acciones, en cuanto destinatarios o receptores de dichas acciones. [(a1) págs. 33-34.]

Una vez establecido la idea general del lenguaje mediante la naturaleza de inferencia del significado conviene realizar un análisis más fino del mismo.

Las acciones lingüísticas humanas son acciones complejas, compuestas por elementos cuyo significado puede determinarse como su contribución a la realización de la acción. Dependiendo de la naturaleza de esa contribución las entidades lingüísticas pueden clasificarse en diferentes grupos. Es posible por tanto hablar del significado de las entidades lingüísticas en diferentes niveles. [(a2) pág. 45.]

Las teorías semánticas del significado se ocuparían de la relación del lenguaje con la realidad, mientras que las teorías pragmáticas se ocuparían de su relación con los que lo utilizan. [(a2) pág. 47.] Por otra parte la “significatividad” tiene una doble dimensión: el sentido y la referencia, que se suele presentar en dos variedades. Una directa en la que la relación entre el lenguaje y la realidad se presenta sin intermediarios psicológicos y otra indirecta en que sí. [(a2) pág. 48.]

La distinción entre semántica y pragmática se ha articulado con diferentes dicotomías: (a) significado (convencional) versus uso (significado no convencional), (b) significado veritativo versus significado no veritativo, y (3) significado independiente del contexto versus significado dependiente del contexto, respectivamente. [(a3) pág. 105.] El autor caracteriza diversos estudiosos del tema, desde principios del siglo XX como Ch. Morris, pasando por la década de los 80 como R. Stalnaker, J. Katz y G. Gazdar, hasta las definiciones de los grandes diccionarios de filosofía de finales del s. XX debidas a Fotion, Lycan y Davies. [(a3) págs. 106-107.]

Quizás la característica lingüística más interesante que ha puesto de manifiesto esta tradición es que hay multitud de elementos suboracionales que son dependientes del contexto y que son interpretados como “indeterminación semántica o referencial”, tales como los deícticos –pronombres personales, demostrativos, posesivos, adverbios de tiempo, de lugar– el propio tiempo verbal, y la asignación referencial. [(a3) pág. 110.] Lo que ha supuesto dos grandes modelos de relación entre la semántica y la pragmática.

diagrama

El segundo epígrafe del capítulo segundo titulado El habla como acción social comienza tratando dos autores de gran importantica H.P. Grice, con su teoría intencional del significado, y la teoría de los actos de habla fundada por J.L. Austin y sistematizada por J. Searle. Señalaré un par de rasgos que me parecen los más relevantes y característicos. Grice considera que “en la explicación del significado de una proferencia ha de formar parte la intención adicional de que el oyente reconozca la intención del hablante”. Además distingue las proferencias exhibitivas “que manifiestan las ideas o creencias de un hablante” y las proferencias protrépticas “que incitan al auditorio a realizar una acción determinada”. De Searle destacaría la distinción entre la fuerza ilocutiva, lo que el hablante pretende con su acto de habla y que a veces está gramaticalizada, del efecto perlocutivo que realmente tiene sobre el oyente.

Para Searle lo que el hablante intenta al realizar una proferencia tiene al menos tres componentes: 1) la intención de realizar un acto ilocutivo que tenga un efecto ilocutivo en el auditorio; 2) la intención de que el auditorio reconozca que el hablante pretende que 1); la intención del hablante de que el efecto ilocutivo se produzca en el auditorio a través de 2). [(a2) pág. 63.]

Además “es preciso poner de relieve el carácter coordinado de la interacción comunicativa”. Este carácter viene regulado por el principio de cooperación lingüística.

Haga su contribución lingüística a la conversación, allí cuando tenga lugar, de acuerdo con el propósito o la dirección –tácita o explícitamente aceptada– del intercambio en que se halla inmerso. [(a2) pág. 65.]

Esto da lugar a cuatro máximas implícitas que se suelen poner en correspondencia con las cuatro categorías tradicionales: modo, relación, cualidad y cantidad. Es decir, sea claro y ordenado, aténgase al tema tratado, que su contribución sea verdadera, y no de más información de la estrictamente necesaria, respectivamente. [(a2) págs. 66-68.] En definitiva, un hablante dice más de lo que pretende decir, más de lo que sus palabras expresan o significan, convencional o literalmente, de tal modo que el auditorio puede inferirlas a partir de las características de la situación comunicativa. A estas inferencias se las llama implicaturas o implicaciones conversatorias para distinguirlas de la implicación lógica tradicional. [(a2) pág. 69.]

Algunos sociólogos y antropólogos se han sentido decepcionados por la orientación mentalista y no social del desarrollo intencional de la teoría del significado. Critican que los actos de habla son concebidos como acciones de individuos aislados o independientes. [(a2) pág. 77.] Un ejemplo que aducen a su favor es el caso del lenguaje ritual, en el que el “efecto perlocutivo no se alcanza ni se pretende alcanzar, a través del contenido del enunciado”. [(a2) pág. 78.] Esto no es más que “una característica común a todas las manifestaciones de comunicación indirecta, ya se trate de actos de habla indirecto, de la ironía o de otras formas de habla figurada” en el que la intención comunicativa del hablante no se manifiesta en el contenido significativo de las proferencias empleadas, sino a través de él. [(a2) pág. 81. Resaltado en el original.] “La relación entre fuerzas ilocutivas y efectos perlocutivos no es una relación determinista”, sino que se debe a constricciones del escenario institucional en él que se realizan. “La explicación del significado en términos intencionales no es sino una pieza de nuestras teorías de sentido común (folk theories) sobre los fenómenos mentales y sociales. En otras culturas, con otras teorías, es posible que la acción verbal sea conceptualizada y explicada en otros términos.” [(a2) pág. 82-83.]

Al final no queda más remedio que remitirse al filósofo J. Locke y a su obra El ensayo sobre el entendimiento humano “que pasa por ser el primer tratado sistemático de filosofía del lenguaje.” “Allí Locke introdujo por primera vez el término semiótica para designar la disciplina que había de ocuparse de los sistemas de signos (especialmente el lenguaje natural) y de su relación con aquello de que son signos: las ideas.” [(a2) pág. 85. Resaltado en el original.]

Una forma de abordar esta problemática es recurrir a la idea de contexto.

D. Lewis introdujo la idea de coordenadas textuales –una temporal, una espacial, una de hablante, una de auditorio, una de objetos indicados, una de discurso previo– y esas coordenadas sería parámetros asociados a cada oración. Van Dijk resaltó el hecho de que el contexto va construyéndose y variando según se desarrolla el discurso verbal. D. Sperber y D. Wilson enfatizaron la naturaleza psicológica del contexto frente al estado real del mundo. [(a3) págs. 90-93.]

Definición de contexto: es el conjunto de creencias, proposiciones o representaciones compartidas por el hablante y el auditorio junto con las atribuidas por aquél a éste. [(a3) pág. 99.]

Una acción será racional cuando –como han señalado J. Searle, D. Davidson, y D. Sperber y D. Wilson– cuando el hablante maximice su conducta lingüística, sea consistente o coherente con el contexto. Es decir, los participantes comunicativos tratarán de eliminar cualquier contradicción entre el contexto y las creencias propias mediante prácticas fundamentalmente argumentativas. A este principio se lo ha llamado también de caridad lingüística o de relevancia. En esta línea es preciso insistir “en la separación entre el punto de vista exterior a la comunicación, y el punto de vista de los propios participantes”. “En muchas ocasiones las aserciones funcionan como meta actos de habla, esto es, como operadores que toman como argumentos actos de habla”. [(a3) págs. 100-104.]

Una acción comunicativa es coherente cuando el contexto y el conocimiento que los participantes (agentes/receptores) tienen de él les permite reconstruir de una forma eficiente las intenciones comunicativas respectivas y, a través de ellas, el significado de sus proferencias. [(a3) pág. 100.]

“Hasta ahora se ha tratado la noción de contexto en una dimensión estrictamente lingüística.” [(a4) pág. 121.]

“B. Malinovski consideraba que el lenguaje evolucionaba desde unas acciones lingüísticas inmediatamente ligadas a la acción y esencialmente unidas a las tareas colectivas propias de cada cultura, a formas de comportamiento lingüístico más complejas, ligadas a formas de vida social más sofisticadas. D. Hymes “elaboró la noción de competencia comunicativa” en relación con la noción de contexto social frente a la noción de competencia lingüística de N. Chomsky como sistema formal de reglas de las expresiones bien formadas. El antropólogo C. Geertz consideró la cultura como un conjunto de textos –expresiones lingüísticas– que es preciso interpretar. Ahora bien el sistema de parentesco de una cultura es una forma de organización social que no es intencional, nadie ha querido decir nada con ello. “Si los elementos componentes de una cultura se pueden “leer” como textos que hay que interpretar, ¿cuál es su contexto? D. Sperber consideró la cultura como una infección de representaciones, distribuidas en el grupo social –dimensión descriptiva– causada por unos mecanismos subyacentes que explican tal distribución. Las macroconfiguraciones son remitidas a las interacciones causales de las microprocesos. “Lo característico de la antropología cognitiva es considerar que esos microprocesos de reproducción de representaciones son de naturaleza psicológica, ya sea en su forma proposicional o en otras clases de configuraciones cognitivas”. ”La institución como entidad cultural, no es sino un conjunto de representaciones causalmente ligado con prácticas sociales y comportamientos individuales”. [(a4) págs. 122-127. Resaltado en el original.]

Es la cultura, entendida en esa forma cognitiva, la que convierte en estereotípico el rasgo de ser amarillo para identificar a los limones (en la cuenca mediterránea) y la que hace que el gorrión sea un prototipo de ave. Evidentemente, la cultura no hace amarillos a los limones ni aves a los gorriones, pero nos permite formar los correspondientes conceptos de una forma lo suficientemente homogénea como para posibilitar la comunicación, esto es la difusión de las representaciones que tenemos de esas realidades. [(a4) pág. 128.]

“En cuanto a la categorización de las unidades elementales de la comunicación que son los actos de habla, también es esencial la contextualización cultural.” [(a4) pág. 128.]

“Se confunde el relativismo lingüístico, con el relativismo cultural y el relativismo ético o moral”. “Existe un temor patente de que, si se acepta el relativismo lingüístico, se hayan de aceptar otros tipos de relativismo”. [(a4) pág. 130.] El principio o hipóteis de relativismo lingüístico se atribuye a B. L. Whorf que se inspiró en el principio de relatividad de Einstein. En un texto de 1940 publicado en Technology Review del MIT decía:

Así nos vemos introducidos en un nuevo principio de relatividad, que mantiene que todos los observadores no son conducidos por los mismos datos físicos a la misma imagen de universo, a menos que sus conocimientos lingüísticos básicos sean los mismos, o de alguna forma puedan calibrarse.

J. Lucy lo ha interpretado como una nueva formulación de la relación entre pensamiento y lengua. Estas ideas se remontan al filosósofo W. Von Humboldt y la tradición de pensadores románticos como Hamman y Herder. “La filosofía del lenguaje de Humboldt concibe éste bajo la metáfora organiscista, que llegó a ser tan corriente en el siglo XIX como la mecanicista en el siglo XVII”. [(a4) pág. 138.] Humbolt apoya la variedad de lenguas –y según Lucy el relativismo lingüístico es distinto de la diversidad lingüística– en el carácter nacional, de naturaleza histórica; carácter que aparecería con mayor nitidez cuanto mayor fuera el grado de abstracción como en las metáforas o analogías. [(a4) págs. 132-140.]

“Así pues, la idea general de Whorf es que la conceptualización se encuentra orientada por diferentes componentes de la lengua [formas de hablar], sin que exista una correspondencia estricta entre uno de sus componentes sistemáticos, por ejemplo la carencia de flexión verbal, y la naturaleza de los conceptos elaborados”. [(a4) pág. 144.] Es muy famoso su estudio de la conceptualización del tiempo hopi, basado en la distinción entre lo manifiesto –presente o pasado– y lo por manifestarse –futuro o imaginario–, frente a la concepción espacial del tiempo –el tiempo como flecha continua y divisible– occidental. [(a4) págs. 141-144.] Se ha puesto de manifiesto que si se extreman las posiciones de Whorf en la determinación del pensamiento por la lengua esto impediría la traducción entre las lenguas, lo que es contradictorio. [(a4) pág. 145.]

Frente al relativismo N. Chomsky ha propuesto la existencia de un lenguaje-I, interiorizado e innato, igual para todos los miembros de la especie humana que constituye la facultad lingüística. El proceso de aprendizaje de una lengua, implica no solamente la existencia de una función evaluadora que permite clasificar las gramáticas mediante grados de congruencia con los datos, sino también la de una rica estructuración previa de la mente humana, que le permite descartar rápidamente gramáticas posibles. Esto explicaría la facilidad y rapidez con que se aprende una lengua materna cualquiera. En esta línea Jerry Fodor ha afirmado que lo que hacen los hablantes cuando expresan proposiciones en su lengua natural es proyectar las proposiciones mentales universales en proposiciones lingüísticas. Por tanto debe haber un algoritmo que traduzca el lenguaje de la mente a las lenguas naturales. Por otro lado A. Wierzbicka ha propuesto la existencia de un sistema semántico universal –un conjunto de semas o rasgos semánticos con el que se pueden describir todas las distinciones conceptuales que se pueden expresar en cualquier lengua–. [(a4) págs. 145-149.]

J. Lucy comprobó, sin embargo, que la estructura del plural de una lengua influye en la capacidad para apreciar la pluralidad de los objetos. [(a4) págs. 150-151.] G. Lakoff y M. Johson ha propuesto una concepción cognitiva, llamada experiencialismo que mantiene que la mayor parte de nuestros conceptos básicos, como el espacio y el tiempo, tiene su origen en la experiencia de nuestro propio cuerpo. Esto ha llevado a la distinción –por el Instituto Max Plank de Holanda al estudiar las lenguas de ciertas tribus del norte de Australia– de una conceptualización egocéntrica del espacio, es decir, que depende de la posición del sujeto, de otra absoluta, que depende de la configuración del territorio en que viven los sujetos –“análogamente” a nuestros puntos cardinales–. Con ésta última es mucho más difícil perderse. [(a4) pág. 150-153.]

Es preciso resaltar la esquizofrenia en la propia comunidad académica: por un lado, la concepción dominante mantiene que los seres humanos poseemos un sistema universal para la expresión de nuestros pensamientos y por otro, sugiere que no sólo las diferentes lenguas que podemos hablar sino también los diferentes modos en que podemos utilizar nuestra lengua influyen en nuestra concepción de las cosas. Esta es una de las razones por las que el análisis de la hipótesis o principio de relativismo lingüístico sigue teniendo interés. [(a4) pág. 132.]

La ubicuidad de la metáfora

El segundo libro (b) está dividido en doce capítulos: (b1) Introducción: la metáfora y la filosofía contemporánea del lenguaje, (b2) Viejas y nuevas ideas sobre la metáfora, (b3) Identificación y alcance de la metáfora, (b4) Vida y muerte de las metáforas, (b5) Metáfora, referencia y verdad, (b6) Las metáforas y la ciencia, (b7) Dos teorías cognitivas sobre la metáfora, (b8) Conceptos metaforizados: el caso de la argumentación, (b9) La estructura cognitiva del nacionalismo: metáforas de la identidad colectiva, (b10) Metáforas e inteligencia artificial, (b11) Pragmática y metáfora, y por último (b12) La metáfora y el cultivo de la intimidad.

“Entre los procesos básicos de la cognición humana se encuentra la conceptualización y la categorización”. “En la categorización se reconoce a la experiencia como perteneciente a una u otra clase, a una colección de sucesos similares, que se suele agrupar bajo el rótulo de categoría conceptual o más abreviadamente, concepto. Así pues, la categorización organiza y clasifica las experiencias en unidades funcionales”. “La conceptualización y la categorización son pues el inicio de procesos cognitivos más complejos como son la inferencia, el razonamiento o la argumentación”. [(a5) pág. 162. Resaltado en el original.]

“Las ideas que se exponen son como un intento de integración de enfoques lingüísticos, psicológicos y filosóficos que analizan la pertinencia que, para cada una de estas disciplinas, tienen los avances que efectúan las demás”. “Y esto es particularmente cierto en el caso de la filosofía: la labor analítica e integradora de la filosofía sólo tiene sentido dentro del marco –de las constricciones– que establece el conocimiento científico”. [(a5) pág. 16.]

En líneas generales podemos establecer tres grandes modelos sobre la metáfora. El modelo tradicional o formalista, en el que se suele destacar la importancia de G. Frege que influyó en la lingüística generativa, en el segundo Wittgenstein y en H. P. Grice y J. Searle que vimos antes. El modelo del prototipo conceptual iniciado por las investigaciones E. Roch en el campo de la psicología sobre la categorización –. Ambos modelos suponen una dicotomía demasiado radical y en el que se presta atención casi exclusiva a los conceptos concretos o clases naturales–. Y el modelo de la mente corpórea que se centra más en la estructura y adquisición de conceptos abstractos que propusieron G. Lakoff y M. Johnson. [(a5) págs. 164-170; (b8) págs. 207-211; (c1) págs. 13-16. Tabla: La naturaleza de los conceptos.]

“La tipicidad y la gradualidad parecen ser las características más sobresalientes de la mayoría de los conceptos”. “Los prototipos exhiben una estructura que convierte a ciertas subcategorías o elementos en centrales y a otras en periféricas”. El “conocimiento de naturaleza cultural y de reproducción social que entra en juego en la caracterización de un concepto [prototipo] se suele etiquetar con el rótulo de estereotipo”. [(a5) págs. 171-172.]

“La teoría cognitiva de la metáfora desarrollada por G. Lakoff, M. Johnson y E. Sweetser, entre otros, constituye un elemento esencial de la teoría de la mente corpórea porque explica cómo el individuo es capaz de construir sistemas conceptuales abstractos a partir de imágenes esquemáticas y conceptos directamente ligados a la experiencia.” “Así, aunque los mecanismos metafóricos no son propiamente lingüísticos, sino conceptuales, son accesibles mediente el análisis lingüístico”. “Las expresiones lingüísticas de carácter metafórico no son fenómenos puntuales o aislados, sino que se encuentran inmersas en redes de relaciones fundamentalmente inferenciales, que permiten conjeturar una rica estructura conceptual subyacente”. [(a5) pág. 173.]

Isócrates dijo:

Se permite que los poetas utilicen métodos para adornar su lenguaje, porque… aparte del uso de las palabras corrientes pueden emplear también palabras extranjeras, neologismos y metáforas… mientras que a los escritores en prosa no se les permite nada de esto, sino que han de limitarse estrictamente a los términos tal como los usan los ciudadanos y a los argumentos que son directamente relevantes para la cuestión de que se trate. [(b2) pág.34.]

En Platón aparece metaférein, con la acepción corriente de “traducir” (llevar de una lengua a otra). La definición precisa del término aparece en Aristóteles fundamentalmente en los capítulos 21-25 de su Poética y en Retórica libro I, capítulo III. [(b2) pág. 35.] Según Aristóteles: “La metáfora consiste en aplicar a una cosa una palabra que es propia de otra”. “Conviene señalar que la misma definición hace apelación a una metáfora (espacial en este caso) que se utiliza como medio para acceder a la comprensión del fenómeno”. “Sugiere que en ese traslado de denominación se efectúa una desviación”. “Con ello, seguramente no quiso significar lo natural versus lo convencional, sino lo usual frente a lo infrecuente”. “Como veremos, ese alejamiento se concibió más adelante en términos estéticos, como un artificio para causar asombro destinado al engaño, el fraude o la ocultación”. [(b2) págs. 35- 38.]

LA NATURALEZA DE LOS CONCEPTOS
TEORÍA TRADICIONAL O FORMALISTA TEORÍAS DEL PROTOTIPO CONCEPTUAL TEORÍA DE LA MENTE CORPÓREA
Es un conjunto de propiedades comunes a los individuos que pertenecen a una clase, la extensión del concepto La información relativa a un concepto, relevante para su adquisición y uso, no está simplemente organizada como un conjunto de rasgos, sino que puede estar representada en forma proposicional, o en forma de esquemas o parecidos sistemas de representación Los conceptos abstractos no son simplemente estructuras formales de rasgos conceptuales igualmente abstractos
Las propiedades determinan el conjunto de condiciones necesarias y suficientes para la aplicación de un concepto, esto es, constituyen una definición intensional del concepto La información no constituye un conjunto de propiedades necesarias o suficientes para la aplicación del concepto. Mucha de la información, o de los rasgos conceptuales pertinentes, es contingente Están ligados a conceptos concretos o básicos mediante diferentes recursos cognitivos. Tales conceptos concretos constituyen el ancla corpórea del pensamiento abstracto, insuficientemente representada en las teorías clásicas como manipulación de símbolos formales
Las propiedades son equipolentes, en el sentido de contribuir en la misma medida a la definición del concepto La información asociada a un concepto no es equipolente. Cierta información es primaria sobre otra a la hora de gestionar esa información. En particular, la información conceptual se distribuye a lo largo de una escala de tipicidad, que expresa su proximidad a los miembros prototípicos de la extensión del concepto El proceso cognitivo central de la corporeización de los conceptos abstractos es la metáfora
Las propiedades son comunes a todos los miembros de la extensión del concepto. Todos los miembros son igualmente representativos del concepto No todos los miembros de la extensión del concepto poseen las propiedades pertinentes, o les es aplicable la información conceptual. Existen miembros atípicos Las metáforas dotan de estructura a los conceptos abstractos, dando origen, por tanto, a los procesos inferenciales puestos en juego en el razonamiento y la argumentación

Aristóteles centró la metáfora en el sustantivo, cosa que ha perdurado hasta bien entrado el s. XIX, en detrimento de otras unidades de significado como la oración, o el texto. Aristóteles, sin embargo pretende cubrir todas las clases de desplazamiento del significado. El desplazamiento entraña la presencia de al menos dos elementos. “En la Retórica (1410b) Aristóteles equipara la metáfora al símil afirmando que son lo mismo, excepto en que en la comparación existe un “añadido”, lo que hace que ésta tenga menor eficacia retórica y poética. Ésta fue la tesis recogida por Quintiliano (Institutio Oratoria, VIII, vi, 8), en el aforismo repetido por toda la tradición retórica: in totum autem metaphora brevior est similitudo.” Aristóteles considera también justificado su uso cuando no exista un término específico para designar una realidad, es decir, para la ampliación léxica. [(b2) pág. 39-42.]

Una vez establecida la naturaleza del desplazamiento o transporte clasifica los diferentes tipos de metáforas: “…la transferencia pude ser de género a especie, o de una especie a género, o de especie a especie, o con fundamento en una analogía”. (Poética, 1457b-1458a.). Aunque procuro intervenir lo menos posible en esta síntesis, voy a hacer aquí una excepción para encarecer la importancia de la anterior cita de Aristóteles y el brillante y profundo comentario que hace el profesor Eduardo que me parece imprescindible para construir una idea filosófica de metéfora:

“Pero conviene tener en cuenta que, aunque la analogía sea un procedimiento inferencial tiene, en este caso, también un fundamento ontológico. Aristóteles empleó de forma genérica el término metáfora, empleo recuperado en la moderna filosofía del lenguaje, que incluye fenómenos que más adelante fueron nominados como sinécdoque y metonimia. Es curioso observar que, aunque la tradición retórica posterior modificó los términos de la clasificación aristotélica, sustituyendo la ontología de géneros y especies por una merología (una teoría sobre las relaciones entre la parte y el todo) –Fernando Lázaro Carreter …caracteriza la sinécdoque como “el tropo que responde al esquema lógico “pars pro toto o totum pro parte” y a la metonimia como “el tropo que responde a la fórmula lógica pars pro parte”– no abandonó el sustrato ontológico de la definición, esto es, siguió haciendo residir el peso de la definición en las relaciones entre los designata de las denominaciones corrientes y metafóricas…se incluyeron posteriormente otras relaciones entre los referentes, como las existentes entre el continente y el contenido, la causa y el efecto, la materia y el objeto, lo abstracto y lo concreto, etc., incluso relaciones no estrictamente referenciales como las existentes entre el signo (el símbolo) y la cosa significada (simbolizada) (por ejemplo, “traicionó sus colores” por “traicionó a su equipo”). Ello contribuyó a desdibujar la teoría ontológica de la metáfora: 1) en primer lugar, hizo que se diluyeran las fronteras entre la sinécdoque y la metonimia, ante la posibilidad de distinguir rigurosamente entre las relaciones parte/todo y parte/parte, y 2) en segundo lugar, amplió de tal modo el ámbito de los fenómenos metonímicos que prácticamente eliminó el contenido empírico de la definición aristotélica; de acuerdo con Aristóteles, el desplazamiento nominativo de especie a especie se encuentra justificado en la medida en que existe un genus superior que abarque a ambos.”

Pero cuando se amplían las relaciones metonímicas de tal modo que el genus dominante no es natural, sino estipulado por la misma denominación metonímica, la relación se convierte en arbitraria y la definición en circular. [(b2) págs. 43-45. Resaltado en el original. El inciso de Lázaro Carreter figura en nota a pie de pág.]

Cicerón en De Oratoria radicalizó la diferencia entre el símil y la metáfora: “La metáfora es una forma abreviada de símil, condensada en una palabra.” El esquema propio de los enunciados metafóricos es “A es B” y el del símil es “A es como B”. [(b2) pág. 49.]

Locke en Ensayo sobre el entendimiento humano (Libro III) realizó una investigación sistemática sobre las relaciones entre pensamiento y realidad, considerando el lenguaje natural como el instrumento fundamental, de naturaleza representativa o pictórica. La claridad, la precisión y la fidelidad son las cualidades cognitivas más destacadas del uso lingüístico. Es muy clarificador el parágrafo 34 de dicho libro. [(b2) pág. 52-52.]

“Pascal destacó la autonomía e irreductibilidad de la metáfora”, pensando sobre todo en el lenguaje figurativo de la Biblia. [(b2) pág. 53-54.]

La concepción romántica también consideró a la metáfora como perteneciente a la esencia del lenguaje. Por un lado en su dimensión histórica o evolucionista ligándola a la idea de mito como forma lingüística elemental de una cultura como hizo Herder en su Ensayo sobre el origen del lenguaje. Pero también considerando el desplazamiento metafórico como la propiedad fundamental del lenguaje, idea que luego repitieron Heidegger, Gadamer o Derrida. [(b2) pág. 53.] “Esta desvinculación de la metáfora del reino de lo cognoscitivo, y su correspondiente destierro al ámbito de lo estético, corre paralela, a partir de la era moderna, a la tajante separación entre ciencia y arte.” [(b2) pág. 50.] Así W. O. Quine supuso que “las metáforas no tienen contenido (literal), sino fuerza retórica; pueden inducir sentimientos.” Esto influyó en la consideración pragmática de la metáfora. [(b2) pág. 54.]

Resultan esclarecedoras estas palabras de Nietzsche:

No existe cosa tal como un lenguaje “natural”, no retórico, que se pueda utilizar como punto de referencia: el lenguaje mismo es el resultado de trucos y artilugios retóricos…Los tropos no son algo que añada o abstraiga del lenguaje a voluntad, son su auténtica naturaleza…
La única diferencia intrínseca entonces es la diferencia entre la costumbre y la novedad, entre la frecuencia y la rareza. Conocer no es sino trabajar con metáforas favoritas, una imitación que ya no se experimenta como tal.

“Uno de los puntos más interesantes de la filosofía de Nietzsche es la aplicación de esta concepción a los análisis morales (en La genealogía de la moral, por ejemplo)”. “Recuérdese su análisis de la pureza moral en términos de la limpieza corporal, o de la culpa a partir de la deuda pecuniaria.” [(b2) págs. 56-58.]

Un artículo de M. Black de 1954 marcó un punto de inflexión, en donde a partir de la escuela romántica de crítica literaria de Wordsworth, Coleridge…–para quienes la metáfora encarna la capacidad sintética de la imaginación para dar forma a la realidad frente a la analítica de la razón [(b1) pág. 15.] –utilizó un amplio abanico de ejemplos cotidianos y literarios para establecer las ideas de foco –términos que se emplean metafóricamente– y marco –colección de expresiones que no se emplean metafóricamente, pero a las cuales se aplican las expresiones metafóricas–. “Era de suponer que, aunque el foco fuera el mismo, esto es, que el uso metafórico del término fuera similar, un cambio en el marco podría determinar que el sentido fuera una metáfora distinta”: “(1) el tiempo vuela; (2) la flecha vuela; y (3) el pájaro vuela”. “En cualquier caso, es un problema saber si una expresión es una metáfora, y un problema distinto si, ante dos expresiones metafóricas, se trata de metáforas distintas o de la misma metáfora”. [(b2) págs. 58-61.]

Umberto Eco ha señalado que con respecto a la metáfora hay que elegir entre suponer que el lenguaje es esencialmente metafórico o bien que el lenguaje es un mecanismo de reglas que generan las expresiones con sentido y en el cual la metáfora una disfunción inexplicable pero que al mismo tiempo impulsa la renovación del mismo. Esta tensión se ha mantenido a lo largo de la historia y no es más que la clásica contraposición entre physis y nomos, entre la naturaleza y la ley. [(b1) pág. 16.]

En general podemos decir que hay dos grandes grupos de conceptualizaciones de la metáfora, las semánticas –D. Davidson, Ph. Turetzky, M. Black, C. Hausman– que ha puesto de manifiesto el carácter esencialmente abierto de la metáfora, es decir, “la metáfora es una invitación a proseguir un juego que inicia el que propone la metáfora”; y las pragmáticas –J. Searle, como principal representante– que han señalado que una misma expresión puede ser considerada metafórica en un determinado contexto y en otro ser interpretada como literal. [(b1) págs. 17-25.] Por otra parte se puede asociar la idea de verdad sólo a los enunciados literales. Mencionar como Paul Ricoeur ha propuesto un concepto de verdad metafórica en términos de mímesis. [(b1) pág. 26.]

Para delimitar la idea de metáfora el autor parte de la definición de D. E. Cooper de “lo metafórico como lo no literal” o figurado, “aunque la oposición literal/no-literal resulte forzada cuando se aplica a realidades no lingüísticas”. [(b3) págs. 64-65.] Considera la siguiente oración tipo como entidad teórica: “la fruta está madura”. Es literal, en el contexto de una granja, y es metafórica, en el contexto de una negociación comercial que está alcanzando su fin. [(b3) págs. 65-66.] Analiza un argumento de D. Davidson y A.C. Danto que pretende negar todo valor cognitivo a las metáforas. [(b3) págs. 69-71.] Introduce la distinción entre contexto y conocimiento extralingüístico a través de la polémica entre J. Searle y J. Katz. Luego introduce la distinción entre actos de habla directos e indirectos para mostrar como la idea de lo literal influye en las relaciones entre la semántica y la pragmática. [(b3) págs. 72-74.] Presenta después una concepción “ortodoxa” de lo literal confeccionada por R. Wilensky en la que el significado literal consiste en el carácter compositivo de los elementos, en su determinación por las condiciones de verdad, en ser una propiedad del lenguaje y no de la preferencia, y en ser independiente del contexto. [(b3) pág. 75.] Finalmente introduce los estudios de R. Gibbs sobre tiempos de respuesta a estímulos lingüísticos y su relación con la memoria a corto y largo plazo para, en polémica con M. Dascal y F Recanati, y teniendo en cuenta la idea de relevancia de D. Sperber y D. Wilson, establecer ciertas consecuencias sobre el significado literal: (a) un significado literal puede corresponder a diferentes condiciones de verdad (deicidad…); (b) el significado literal es dependiente del contexto que está en continuidad con el conocimiento extralingüístico; (c) la única noción psicológicamente relevante es la de significado convencional; y (d) el significado convencional ni es necesario ni previo para la computación del significado proferencial aunque esté siempre presente en el análisis del procesamiento.

“Parece útil establecer una distinción clara, aun reconociendo el carácter continuo de la gradación que va de las metáforas muertas [convencionales] a las metáforas creativas o poéticas.” “Las metáforas muertas son aquellas cuya naturaleza metafórica es ajena a la conciencia del hablante.” “Un ejemplo relevante, y que se ha tratado con profusión en la bibliografía, es el de las partículas sincategoremáticas, como las preposiciones.” Así la preposición “sobre” habría tenido en su origen un sentido espacial que habría sido ampliado metafóricamente. Pero hoy nadie consideraría metafórica la expresión: el profesor habló sobre la metáfora. [(b4) págs. 92-93.] La institucionalización del sentido nuevo lo convierte en un sentido literal. [(b4) pág. 98.] En un nivel supraléxico, las expresiones idiomáticas se pueden contar entre las metáforas muertas. [(b4) pág. 93.] La convencionalidad es “un concepto histórico y cultural y hace referencia a la forma y la amplitud de fijación de los conocimientos semáticos-enciclopédicos de una comunidad”. [(b4) pág. 95.] Ejemplo de ello es la expresión idiomática: no hay moros en la costa. [(b4) pág. 102.]

El problema más general, y seguramente más profundamente filosófico, que plantea la relación entre metáfora y referencia atañe a la relación de nuestro lenguaje natural con la realidad. En la filosofía contemporánea [analítica] del lenguaje, la noción de referencia desempeña la función de pivote sobre la que se articula dicha relación. (…) Si [el mundo] es algo fijo, permanente y exterior al propio lenguaje, ¿cómo es que podemos aprehenderlo de formas tan diversas? [(b5) pág. 103.] Resaltado en el original.]

N. Goodman define al símbolo como lo que está por la referencia. Por ello la referencia debe incluir las relaciones constitutivas del símbolo como tal. “El lenguaje en cuanto sistema simbólico, no se limita a reflejar el mundo, de hecho ningún sistema simbólico lo hace. Su relación es más compleja y dinámica, puesto que cualquier representación es también una recreación de lo representado”. Esto le ha permitido proponer una teoría extensional de las expresiones metafóricas. [(b5) págs. 105-106. Resaltado en el original] “La metáfora es ante todo una aplicación de una etiqueta o conjunto de ellas”. [(b5) pág.112.] “La metáfora no pone en cuestión la estructura del mundo, sino nuestra relación con él”. [(b5) pág. 108.]

“La teoría de la referencia esbozada por R. Brandom relacionada con la noción de cadena anafórica de C. Chastain” sostiene “que no hay forma de explicar la conexión referencial que no suponga una traducción inter o intralingüística, en un proceso inacabable, de tal modo que los términos no están en una relación individual de correspondencia con el mundo”. [(b5) pág. 112. Resaltado en el original.] Hay que señalar que el significado para R. Brandom es de naturaleza inferencial con finalidad práctica. [(d) pág. 1.], y que esta naturaleza se puede ampliar más allá del enfoque deductivo de Brandom –al abductivo– para incluir las aplicaciones, proyecciones o transferencias metafóricas. [(d) págs. 34-35.]

“Hay un rasgo común a todas estas posibilidades, exploradas más o menos sistemáticamente por la filosofía analítica contemporánea, y es la subordinación de la verdad metafórica a la verdad literal”. [(b5) pág. 119. Resaltado en el original.] “Las expresiones metafóricas pueden “inspirar” pensamientos verdaderos”. [(b5) pág. 121.]

Cualquier problema filosófico que, se pueda plantear a su respecto [las teorías científicas], incluyendo el problema central de su relación con la realidad, puede discutirse y dilucidarse en términos lingüísticos: en eso reside la trascendencia filosófica de la semántica en sentido general, de la semántica considerada como la disciplina cuyas nociones fundamentales son las de referencia y verdad. [(b6) pág. 130.]

Son dos las funciones “toleradas” del discurso metafórico en la ciencia: (a) la pedagógica, “posibilitando no solamente su comprensión en ámbitos de especialistas, sino también su difusión entre el gran público”; y (b) la heurística o exegética, para la ideación de nuevas hipótesis o teorías, o para ilustrar de una manera gráfica y sintética la naturaleza de una teoría o de un programa de investigación. Sobre todo cuando la ciencia se halla en estadios “inmaduros”, introduciendo nuevos términos a partir de los ya conocidos. Cabe citar aquí la labor de Mary Hasse, J.M. Soskice y R. Harre en la revalorización de la metáfora para criticar el modelo positivista proponiendo modelos más complejos como hiciera Thomas S. Kuhn. [(b6) págs. 132-136.] Así se ha puesto en relación la idea de metáfora con la idea de modelo. M. Black ha definido los modelos en tanto que fieles, apropiados, correctos y completos, utilizando estos rasgos para atemperar la idea de verdad positivista, acercándolos a la idea de propuestas. Las metáforas adquieren entonces un carácter instrumentista. [(b6) págs. 144-145.] R. Boyd, con su teoría causal de la referencia, comparando con la referencia de las clases naturales en base a propiedades constituyentes y una individuación extensional, caracterizó a las metáforas como un modo no definicional de fijar la referencia basada en propiedades relacionales complejas con conceptos que aunque desde el punto de vista numérico puedan ser extensionales su extensión está basada en conceptos arracimados. [(b6) págs. 147-150.] Según J. Vanparys:

La impregnación metafórica del discurso científico es tal que atañe igualmente al que versa sobre la propia metáfora: muchas teorías del significado y del significado metafórico son ellas mismas metafóricas, lo que no es sino una concreción del carácter reflexivo que hemos destacado en los fenómenos metafóricos. Esto se hace patente también en la naturaleza metafórica de los conceptos metalingüísticos. [(b6) pág. 137.]

En el epígrafe tercero del capítulo seis: Metáfora y cambio tecnológico [(b6) págs. 154-169.], se analiza un ejemplo clásico de la política tecnológica de los Estados Unidos, tal como fue concebida por la Administración Clinton/Gore, en el que se enfatizan sobre todo los aspectos espaciales, estructurales, y temporales: ciberespacio, ciberfuturo, cibernauta, lugares virtuales, piratería, propiedad intelectual, autopistas de la información…Se leitmotiv era la analogía:

Del mismo modo que el gran crecimiento económico de los Estados Unidos en los años 50 y 60 fue propiciado por la política federal de comunicaciones terrestres, un similar crecimiento se producirá si la administración central propulsara, a través de su política tecnológica, la construcción de un sistema de comunicaciones telemáticas. Podemos decir entonces que su razonamiento se basa en una proyección metafórica, entre un dominio fuente, que es el del sistema de autopistas interestatales en los Estados Unidos, y un dominio blanco o diana, que es el sistema de comunicaciones telemáticas. [(b6) pág. 155. Resaltado en el original.]

En el capítulo VII se presentan dos teorías cognitivas de la metáfora cuyos rasgos generales son: (a) son cognitivas porque los fenómenos lingüísticos son la expresión de fenómenos mentales, psicológicos, subyacentes; (b) de este carácter mental deriva la amplitud de lo metafórico; (c) existe una continuidad entre lo literal y lo metafórico, aunque tal separación puede establecerse en último término por factores sociales o históricos; y (d) la metáfora poética se fundamenta en la metáfora común. [(b7) pág. 171.]

La teoría de la relevancia de D. Sperber y D. Wilson explica la metáfora como un caso particular del procesamiento cognitivo de la información que está basado en la idea de representación, es decir, el lenguaje interpreta el pensamiento y por otro informa de él, es decir, existe una similaridad entre lo que representa y lo representado, es decir, en línea con el pensamiento de Wittgenstein, es de naturaleza proposicional, al que los autores dotan de una naturaleza contextual, en el que la relevancia es un principio que minimiza el coste cognitivo de la representación o maximiza su rendimiento comunicativo. De este modo la metáfora no es más que un recurso entre otros muchos, que debe su uso a su eficiencia comunicativa en cada caso concreto. [(b7) págs. 173-183. Resaltado en el original]

La teoría experiencialista de G. Lakoff y M. Johnson supone que la metáfora constituye la verdadera naturaleza del lenguaje, en tanto que posibilita toda construcción conceptual, a partir de ciertas relaciones básicas de nuestro cuerpo con el entorno, experiencias, que conforman ciertos esquemas imaginísticos (image schemata) básicos que se aplican, es decir, se proyectan de modo inferencial a dominios cada vez más abstractos mediante la manipulación metafórica de representaciones. De este modo, en sintonía con Piaget y su ontogenia de los conceptos lógicos, el desarrollo de nuestro cuerpo debe inducir un desarrollo cognitivo. [(b7) págs. 184-206.]

Sobre el propio concepto de razón, la característica más sobresaliente es su integración de las dimensiones imaginativa y emocional en los procesos cognitivos mismos. (…) En particular, la metáfora es un recurso cognitivo que utilizamos al construir nuestro mundo moral y nuestra vida social. [(b7) pág. 206.]

En el capítulo X el autor menciona los intentos de J. Carbonell para utilizar las herramientas de la inteligencia artificial para tratar la metáfora, comentando los problemas que entraña el reconocimiento de una expresión como metafórica y su clasificación o clarificación, ya que, por ejemplo, el simple análisis en términos de rasgos léxicos es definitivamente insuficiente debido a la naturaleza proyectiva del significado metafórico como en “los precios suben”. [(b10) págs. 255-264.]

Una colección de metáforas, a veces, forman un tema metafórico, del cual “las expresiones concretas utilizadas constituirían variaciones (también en el sentido musical)” [(b11) pág. 280.] La poesía no sólo desarrolla temas metafóricos, sino que también hace una profusa utilización de imágenes metafóricas, de representaciones sensitivas que entrañan nuevas formas de percibir una realidad. [(b11) pág. 282.] Queda al arbitrio del poeta la naturaleza del conocimiento o la experiencia que sustenta la metáfora, su deseo de mostrarse transparente o hermético. [(b11) pág. 284.] Incluso en ocasiones “se mueve en los límites de lo intolerable para una cultura, esto es, explora las fronteras de lo que en esa cultura se puede decir.” [(b11) pág. 284. Resaltado en el original.]

La pragmática no sólo ha contribuido a poner en cuestión la distinción entre conocimiento lingüístico y conocimiento enciclopédico: ha mostrado cómo éste es un elemento necesario en la producción y en la comprensión lingüística, incluso en sus formas más sofisticadas como en la metáfora poética. [(b11) pág. 290.]

“La metáfora, desde este punto de vista, forma parte de un repertorio de medios lingüísticos en general, retóricos en particular, que incluye el empleo de la ironía, de las jergas, del humor” que remiten a “un mundo común de conocimientos, creencias, actitudes.” “Cuanto más concreto y especial sea el conocimiento que nutre la metáfora, cuanto más personal sea su naturaleza, tanto más contribuirá a reforzar en hablante y auditorio el sentimiento de formar una comunidad exclusiva y excluyente de comunicación.” [(b12) págs. 301-302. Resaltado en el original.]

La metáfora y la argumentación

El tercer libro (c) está dividido en dos partes, la primera, teórica, consta de cuatro capítulos: (c1) La argumentación metáforas polémicas, (c2) La metáfora polémica de la argumentación: la concepción neurológica (en colaboración con Roberto Feltrero), (c3) La dimensión pragmática de la argumentación, y (c4) Relevancia y argumentación; la segunda, práctica, contiene cinco capítulos: (c5) Argumentos sobre los no humanos: el caso de la ética de la información de L. Floridi, (c6) Argumentando una innovación conceptual: metáfora y argumentación analógica, (c7) Metáforas, argumentación y discurso político, (c8) Argumentación y terrorismo, y finalmente, (c9) Cómo (no) hablar de terrorismo.

Según G. Lakoff y M. Johnson la argumentación es una guerra. Y para ellos “la metáfora no es un asunto o problema estrictamente lingüístico, sino conceptual”. Remito a la tabla de la página doce de este trabajo para la idea de concepto. La metáfora determina la forma –la topología de nuestros sistemas conceptuales– en que comprendemos y experimentamos el hecho social de la argumentación. [(c1) págs. 16-17.]

En 1980 Lakoff y Johnson clasificaron los diferentes tipos de metáforas en estructurales, orientacionales, y ontológicas, dependiendo de la naturaleza de las proyecciones analógicas correspondientes. Pero el hecho de que un concepto esté metaforizado por un determinado tipo de metáfora no implica que no pueda estarlo por alguno de las otras, e incluso que pueda estar conceptualizado, al mismo tiempo, por diversos tipos de metáforas. En principio, el caso de “la argumentación es una guerra” es un caso de metáfora estructural, pero, en la medida en que los eventos y las acciones son, a su vez, metaforizados ontológicamente como objetos, el concepto de argumentación está sometido, al menos, a dos tipos distintos de metáforas. En este sentido, uno puede estar inmerso en una argumentación, del mismo modo que uno puede abandonarla o irse (por los cerros de Úbeda) de ella, superarla, ignorarla, etc. Además, en la medida en que toda argumentación tiene una dimensión temporal, esa dimensión puede ser metaforizada, orientacionalmente, en una dimensión espacial, y en este sentido se puede hablar del proceso o retroceso de una argumentación, de su falta de dirección, de las encrucijadas en que se puede encontrar los que argumentan, etc. [(b8) pág. 213; (c1) pág. 18.]

También mantuvieron que la experiencia, no de la guerra en cuanto institución, sino en cuanto (una clase de) conflicto o enfrentamiento físico, está directamente ligada a la experiencia humana (e incluso animal). [(c1) pág. 19.]

“La argumentación, en cuanto institución”, consiste en aducir una serie de “razones” en apoyo de una conclusión teórica o práctica; la naturaleza de esa razones es irrestricta y reproduce, en algunos casos, –considerados, por muchos, como falaces– los “movimientos” tácticos o estratégicos de una guerra (intimidación, amenaza, insultos…). Se dice que la argumentación es racional si los datos mencionados son relevantes y el curso hacia la conclusión es de naturaleza deductiva o inferencial en sentido amplio. [(c1) págs. 19-20.]

Muchas veces una estructura conceptual se explicita por varias metáforas, lo que facilita la gestión (almacenamiento, recuperación, etc.) del concepto, así como una mayor flexibilidad para contextos de usos diversos. En definitiva es un beneficio para la economía de los recursos cognitivos de representaciones detalladas y rápidamente disponibles. [(c1) pág. 20-21.]

“En la cultura occidental, se han analizado al menos cuatro metáforas que se utilizan en la estructuración del concepto de argumentación:” (a) la argumentación es una guerra: “ataqué sus premisas con toda la artillería de la que disponía en ese momento”; (b) los argumentos son edificios (construcciones): “el pseo de su argumentación descansaba en una sola premisa”; (c) los argumentos son recipientes, analizada exhaustivamente por M. Reddy: “la conclusión contenía más información que las premisas”; y (d) la argumentación es un viaje: “se perdió tratando de encontrar el hilo de la argumentación”. [(c1) págs. 21-24.]

G. Lakoff y M. Johnson consideraron a las argumentaciones como un subconjunto de los intercambios verbales comunicativos o conversaciones. Lo que convierte una conversación en una argumentación depende de la apreciación de los participantes. Lo habitual es que los participantes conciban su propia posición, en el desarrollo del debate y a su conclusión, en términos de “ganadores” y “perdedores”. Además, y aún a pesar de que el intercambio de intervenciones puede estar regido por principios sociales retóricos (de cortesía…) adopta un significado vectorial, es decir, las intervenciones de los participantes se conciben por cada uno de ellos (y quizás también por un observador) como tendentes a un fin fruto de la interacción ellos. [(c1) págs. 24-26.]

En términos contextuales la argumentación tiende al incremento del conocimiento compartido de los participantes, así como a una mayor consistencia contextual, es decir, a eliminar las creencias conflictivas. [(c1) pág. 26.]

“Aun existiendo una identidad estructural entre la conversación y la argumentación.” [(c1) pág. 27.]

Lakoff y Johnson propone una estructuración bidimensional: en el eje vertical se trataría de una categorización debida a las condiciones de uso de los conceptos, que acabamos de ver, y en el eje horizontal habría diversas proyecciones analógicas que establecería ciertas limitaciones formales que asegurarían la definición o unidad del concepto. Se distingue así entre argumentación racional –hay atribución de valores epistémicos a las premisas (verdad, probabilidad…) – y no racional, y dentro de cada una de ellas establece la argumentación monológica y dialógica –que en el caso de ser racional, también se pueden llamar deliberativa y polilógica–. [(c1) págs. 30-31.]

Las diferentes metáforas que estructuran la argumentación no son independientes entre sí. Todas menos la de la “guerra” parece que promueven la argumentación racional. Por el contrario la metáfora del “viaje” es un tipo de metáfora orientacional que se refleja no sólo en el nivel léxico (nominal, adjetivo, predicativo) sino en el de las partículas sincategoremáticas circunstanciales que suelen expresar una orientación espacial, y que proyecta una sucesión de acciones intencionales en una estructura bidimensional. En cambio la del “recipiente” efectúa una proyección tridimensional que destaca, en vez de los aspectos formales, los sustantivos. G Lakoff y N Johnson proponen un último solapamiento en base a consideraciones geométricas superficiales. Eduardo en cambio prefiere una última integración en base a consideraciones operatorias de finalidad normativa. [(c1) págs. 32-34.]

No es casualidad que el término conclusión designe al mismo tiempo la consecuencia de una argumentación y la finalización de un conjunto de acciones. [(c1) pág. 35.]

La persuasión, el efecto perlocutivo paradigmático de la argumentación, que antes era descrito en términos de dinámica de estados mentales, ahora puede describirse en un nivel neurológico, como fortalecimiento o inhibición de circuitos neuronales específicos, en el que los procesos inferenciales necesitan de ciertos elementos disparadores, presumiblemente procedentes del sistema central de procesamiento. [(c2) págs. 37-41.]

La argumentación natural no está constituida por conjuntos o secuencias de proposiciones, sino por conjuntos de acciones –“argüir” es un acto complejo que puede estar en relaciones de subordinación y superordinación respecto de otros actos– lingüísticas realizadas por hablantes de una lengua. “Se pueden rastrear conexiones causales entre los factores externos –funcionales– y los internos –estructurales– en las acciones en general y en las lingüísticas en particular. “Lo que dota de unidad funcional a la argumentación, como a cualquier otro acto (de habla), es el objetivo o fin que persigue ese acto.” En la acción de argumentar es preciso distinguir cuidadosamente entre la dimensión ilocutiva y la perlocutiva. [(c3) págs. 44-48.]

La argumentación (especialmente en el sentido anglosajón de argument y argue) se concibe generalmente como una actividad dialógica o heterológica, esto es, como una actividad lingüística interactiva cuyos fines pueden ser tanto exhibitivos como protrépticos (…) que debe ser realizada por cualquiera de los participantes en la interacción o por personas ajenas a ella. [(c3) págs. 48-49.]

“La argumentación entraña, en cuanto acto comunicativo, la realización de operaciones cognitivas superiores como la inferencia y el razonamiento.” [(c4) pág. 55.] El condicional material resulta insatisfactorio como modelo del razonamiento y de la argumentación. [(c4) pág. 54.] Así de la misma manera que Sperber y Wilson introdujeron la idea de relevancia para superar la concepción proposicionalista o positivista del lenguaje ahora seguimos el mismo método para el ámbito argumentativo. [(c4) pág. 52.] Pero ahora como señalan Van Emeren y Grootendorst con su pragma-dialéctica, que aúna la teoría del significado de H.P. Grice –principio de cooperación y máximas conversacionales ya mencionadas– y la teoría de los actos de habla de J. Searle, la argumentación es un macro acto de habla, compuesto por actos de habla relacionados entre sí. Se pueden distinguir tres etapas diferentes: una de apertura o introducción de premisas, otra polémica o de confrontación, y una tercera de argumentación propiamente dicha donde se explicitan las relaciones inferenciales o de conclusión. Para ellos la relevancia tiene tres dimensiones: el del dominio, el del componente y el relacional. [(c4) págs. 56-62.], y es relativa a la fase correspondiente en que se desarrolla el argumento como acto de habla complejo. Sin embargo, ellos suponen que estas fases son demasiado rígidas. Muchas acusaciones de irrelevancia vienen dadas precisamente porque los interlocutores se niegan a dar tales fases por concluidas. [(c4) pág. 66.]

Las cuestiones de relevancia son suscitables, pues, a lo largo de todo el proceso argumentativo, incluyendo el de su posible conclusión final. De hecho, es en esta fase decisiva de la discusión crítica cuando son más importantes los defectos en la relevancia. Las falacias que se agrupan bajo el rótulo de ignoratio elenchi no son sino falacias de relevancia. Es más, es posible que la mayor parte del catálogo de las falacias no corresponda sino a esta clase. [(c4) pág. 67.]

En el capítulo cinco de Metáfora y argumentación: teoría y práctica –primero de la parte práctica–, se critica la propuesta de L. Floridi de una ética de la información, prestando especial atención a la argumentación de su noción de infosfera, como nuevo marco de la realidad –todo es información–, valorándola finalmente a través de su indistinción entre agente y paciente moral. [(c5) págs. 71-81.]

A través de la distinción entre metáforas nuevas o creativas y metáforas convencionales, distinción no resaltada suficientemente por G. Lakoff [(c6) pág. 89.], se introduce la idea de innovación conceptual como una inferencia o argumentación analógica conectándola con la idea de metáfora [(c6) pág. 84.] en el que se destacan varios rasgos distintivos: (1) el carácter externo o intencional del que propone la metáfora [(c6) pág. 94.]; (2) la proyección del dominio fuente no sólo de los términos sino también de las relaciones, que puede ser incompleta, lo que otorga a la analogía de un fuerte carácter inferencial, como advirtió M. Black; (3) se resalta la preservación de las estructuras causales del dominio fuente [(c6) pág. 88-89.]; (4) se menciona la interpretación de la analogía, por parte de K. Holyoak, P. Thagard y P. Bartha, como una metáfora entre dos dominio previamente estructurados [(c6) pág. 90.]. Para ello se discuten tres ejemplos: (a) la metáfora de Darwin, “el árbol de la vida”, que hace referencia a la única representación gráfica de El origen de las especies, que cataloga como una verdadera innovación conceptual [(c6) págs. 84-88.]; (b) la metáfora, “el meme es un gen” introducida por R. Dawkins en 1976, no cumple con los requisitos internos, ya que no consigue estructurar su dominio objetivo, la cultura [(c6) págs. 91-95.]; y (c) la noción de infosfera, una noción semántica de información, de L. Floridi, por motivos externos, no logra uno de sus objetivos que era la reducción de las nociones morales. [(c6) págs. 95-97.] Se concluye resaltando el rigor de las metáforas y en especial de las analogías:

Las metáforas y las analogías son “buscadas” “perseguidas” (intended) en el mismo sentido en que un matemático busca la demostración de un teorema, por ejemplo, o en el mismo sentido en que un arquitecto busca la solución a un problema de cargas en la construcción de una nave. No se trata de una búsqueda ciega, porque existen constricciones de todo tipo que acotan el espacio de las soluciones posibles o, si se quiere, de las innovaciones admisibles. (…) Es más, en muchas ocasiones las propias soluciones crean el entorno teórico que permite calificarlas de auténticas innovaciones que dan sentido a las propuestas teóricas. [(c6) pág. 98. Resaltado en el original.]

Investigaciones de J. Charteris-Black han analizado no solamente la función cognitiva de la metáfora –explicar de manera sencilla fenómenos complejos, por ejemplo la inflación [(c7) pág. 111.]– en el lenguaje político, sino también su efectividad retórica, su capacidad para contribuir a la persuasión política, aunque sólo sea mediante la emisión de un voto. [(c7) págs. 109-110.] La ampliación de la verdad proposicional de las representaciones con la idea de relevancia o pertinencia no es suficiente para conseguir el efecto suasorio. [(c7) págs. 102-103.]

La persuasión no es el mero resultado del juego de las razones, sino que, en la medida en que exige la identificación y el compromiso de quien está persuadido, requiere también aclarar el modo en que las razones están encarnadas, están vinculadas a emociones. (…) Una de las intenciones de quien construye un mensaje político es hacer que el auditorio (los posibles votantes) se sientan emocionalmente comprometidos con una forma de representar los hechos sociales y con la manera en que tal representación se liga argumentativamente a las acciones políticas que se proponen. [(c7) págs. 104-105.]

Aquí reside el interés de la teoría de la cognición corpórea desarrollada por autores como G. Lakoff, M. Johnson, G. Fauconnier, M. Turner, mediante las denominaciones de teoría cognitiva de la metáfora, de teoría de los espacios mentales, de teoría de la fusión cognitiva, etc. [(c7) pág. 105.] Ella mantiene que la estructura del significado de nuestras expresiones no es una estructura conceptual abstracta sino que es el resultado de proyectar nuestra experiencia corporal a través de ciertos esquemas imaginísticos (image schema), no ligados a un solo sentido perceptivo, que ordenan de manera muy simple e implícita tales experiencias metafóricamente hacia la estructura semántica (significado léxico). Esta organización jerárquica quizás tenga un carácter evolutivo. M. Redy dio mucha importancia a la metáfora del recipiente o contenedor: el significado es algo que las expresiones contienen y de ellas hay que extraerlo. [(c7) págs. 105-107.] Puede darse el caso que el mismo dominio fuente, la familia –M Lakoff en Moral Politics o No pienses en un elefante– pueda ser usado por adversarios políticos –los republicanos resaltando la autoridad del cabeza de familia, y los demócratas su carácter protector–. [(c7) pág.110.] “Por eso, Lakoff ha insistido tanto en la necesidad de tomar conciencia crítica de los marcos [dominios fuente] que uno está aceptando en la argumentación política.” [(c7) pág. 111.] Van Dijk ha puesto de manifiesto la importancia de la oposición entre “nosotros” y “ellos” para articular el discurso político, que además se puede componer con la metáfora del recipiente mediante la identificación entre “nosotros” y la nación como contenedor. Así se puede conceptualizar la integridad nacional frente a separatismos, amenazas terroristas, –aunque tales discursos puedan compartir la metáfora del recipiente–, o frente a fenómenos como la inmigración –que se tornan más extremos si se cosifica o animaliza a los propios inmigrantes–. [(c7) págs. 113-115.] Incluso se puede interiorizar con otras metáforas como “salud social”. Una expresión a tener en cuenta puede ser la de “sociedad civil” que no se amolda tanto a la metáfora del recipiente. [(c7) pág. 114.]

El capítulo 8 está dedicado la explicación del proceso argumentativo que lleva a un individuo terrorista a justificar sus acciones. [(c8) pág. 117.] Se parte del esquema de razonamiento práctico deliberativo tomado de D. Dalton:

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Se advierte inmediatamente que “en este esquema inferencial no hay nada intrínsecamente argumentativo” [(c8) pág. 121.], y por eso puede ser usado para “hacer casi imposible cualquier reflexión crítica”. [(c8) pág. 120.] La conexión entre los medios y los fines se hace con arreglo a las categorías de necesidad y suficiencia, que se pueden coimplicar o no. [(c8) págs. 122-123.] Esta coimplicación pude usarse para anticipar la aceptación de la acción por parte de un interlocutor, además de eliminar cualquier tipo de responsabilidad sobre la ejecución de la acción. [(c8) pág. 124.] Esta estrategia argumentativa es general y pude utilizarse de buena fe. [(c8) pág. 125.] Se pueden discutir también medios alternativos a los propuestos en el esquema, y además éstos no tienen por qué ser equipolentes, desde el aspecto moral, por ejemplo. [(c8) págs. 126-129.] Los terroristas utilizan este argumento en un marco de urgencia por conseguir los objetivos, en el que la eficacia política pasa a estar por encima de cualquier consideración, y en el que la responsabilidad se subsume bajo una sospechosa intencionalidad colectiva nacionalista. [(c8) págs. 130-132.] Como ha señalado J. Casquete esta falta “de equilibrio entre el peso de las premisas y el de la conclusión” [(c8) pág.134.] se consigue mediante “mecanismos de reclutamiento, adiestramiento y de adscripción de prestigio” [(c8) pág. 120.] en una narración histórica, de la que son protagonistas, que da sentido a sus vidas. [(c8) pág. 133.]

El último capítulo de Metáfora y argumentación: teoría y práctica (c), se divide en dos partes: una primera en que se revisa toda la propuesta teórica de la semántica cognitiva –centrado en la metáfora como proyección de dominios– como una precisión del modelo retórico clásico, que se centraba fundamentalmente en el léxico –definición persuasiva–; una segunda, que trata las metáforas del terrorismo como un caso extremo de nacionalismo. Este contenido fue tratado más en detalle en el capítulo 9 de La metáfora. Ensayos transdisciplinares (b). Me ceñiré a lo dicho en (c). Este análisis sobre el nacionalismo y el terrorismo tiene un propósito en última instancia, moral y político:

No hay que tener miedo a exponer a la luz pública sistemas ideológicos como el nacionalismo, el racismo o el islamismo radical. No es buena práctica educativa ocultar tales realidades, o descartarlas por obviamente perversas: es mejor hacerlas explícitas. (…) Es preciso fomentar y propiciar una enseñanza dirigida a la formación del espíritu crítico que caracteriza a la sociedad occidental (…) Es preciso imbuir a la clase política que la cohesión social y la integración cultural son objetivos de primer orden y poner todos los medios necesarios –en este punto es posible que la apelación a la necesidad esté justificada– para alcanzar ese objetivo. [(c8) págs. 138-139.]

“Uno de los defectos del marco bélico para pensar sobre el fenómeno del terrorismo es que es simétrico” [(c9) pág. 151.] El marco cognitivo de ETA, y de otros movimientos terroristas de base étnica es el nacionalismo independentista –aparte por supuesto del odio y la violencia–, cuyo elemento ideológico principal es la identidad. [(c9) pág. 153.] Para analizar la identidad nacionalista en su aspecto individual hay que analizar, como propusieron G. Lakoff y M. Johnson, la relación metafórica entre el yo y el sujeto y compararla con la proyección que realiza el nacionalista [(c9) pág. 155.] [(c9) págs. 155-161.]:

ESQUEMA GENERAL PROYECCIÓN NACIONALISTA
El sujeto tiene yo (uno o varios) La comunidad étnica tiene una nación
El autocontrol es control de un objeto, control del propio cuerpo El pueblo ha de tener control sobre la nación como recipiente
El autocontrol como ubicación en un lugar, donde se encuentra cómodo La ubicación natural del pueblo es el territorio nacional a la que pertenece
El yo múltiple: externo, interno, auténtico; el yo interioriza las relaciones sociales La nación: histórica, virtual o pura y esencial

“La maniobra esencial del lenguaje nacionalista es una especie de sinécdoque (la parte por el todo).” “La colectividad en su conjunto sólo puede estar caracterizada y representada por el ciudadano nacionalista.” “Todo su discurso está, pues, orientado a apoderarse de la voz de la colectividad en su conjunto. El lenguaje del terrorista no hace sino exacerbar esa característica”. Por eso el nacionalismo tiende a considerar que los terroristas son patriotas desencaminados. [(c9) págs. 162-163.]

Coda: la filosofía y la metáfora

Esta coda son unos breves apuntes sobre un problema estrictamente filosófico que necesitaría de un mayor desarrollo, que aparte de unas mayores precisiones conceptuales, requeriría necesariamente una confrontación histórica con los diversos sistemas filosóficos relevantes para el tema propuesto: la metáfora como idea filosófica. La tesis que pretendo desarrollar es que la idea de metáfora proporciona el modo postmoderno adecuado de abordar el tradicional problema –“sobre todo” medieval– de los universales, sin que ello suponga ninguna ruptura con la tradición, al menos esta es la pretensión que ofrezco. Y un buen arranque, casi inevitable, puede ser la caracterización que da Aristóteles:

Metáfora es la traslación de un nombre ajeno, o desde el género a la especie, o desde la especie al género, o desde una especie a otra especie, o por analogía. Con lo de “desde el género” me refiero a algo así como: “Mi nave está detenida”, pues estar anclada es una forma de estar detenida. “Desde la especie al género” es el caso de: “En verdad Odiseo ha realizado innumerables hazañas”, ya que “innumerables” es mucho, y aquí se emplea esta voz en lugar de “muchas”. Por “desde una especie a otra especie” entiendo los casos como: “habiendo agotado su vida con el bronce” y “habiendo cortado con duro bronce”, pues aquí “agotar” quiere decir “cortar” y “cortar” quiere decir “agotar”, pues efectivamente ambas son una manera de sustracción. Entiendo por analogía cuando el segundo término sea similar al primero, como el cuarto al tercero; pues entonces se podrá usar el cuarto en lugar del segundo, o el segundo en lugar del cuarto; y a veces se añade aquello a lo que se refiere el término sustituid. Me refiero, por ejemplo, al caso de la relación que guardan la “copa” con “Dionisio”, y el “escudo” con “Ares”; así, se podrá llamar a la copa “escudo de Dionisio”, y al escudo “copa de Ares”. O bien, la vejez es a la vida como la tarde al día; por lo tanto, se podrá llamar a la tarde “la vejez del día” , o, como dijo Empédocles, la vejez es “la tarde de la vida” o “el ocaso de la vida”. Pero hay casos de analogía que no tienen nombre específico, pero no por ello dejará de haber manera de expresar la relación; por ejemplo, esparcir el grano es “sembrar”, la acción de esparcir los rayos desde el sol no tiene nombre. Sin embargo esta acción tiene la misma relación respecto del sol que la que tiene el sembrar respecto del grano, de ahí que se haya dicho: “sembrando luz de origen divino”. E incluso se puede utilizar este tipo de metáfora de otro modo: dándole un nombre ajeno y privándolo así de unas de sus cualidades, como por ejemplo si se le llamara al escudo “copa”, no de “Ares”, sino “sin vino”. (1)

Quizás, ahora, lo primero, sea caracterizar a la filosofía como saber esencialmente discursivo, frente a los demás, que sólo lo serían accidentalmente o derivadamente. Y lo voy a hacer precisamente tomando a la lingüística como ejemplo del resto de los saberes. Antes de nada voy a utilizar la distinción entre saber (no filosófico) y disciplina, el saber operaría con las cosas, mientras que la disciplina explicaría esas operaciones fundamentalmente en libros mediante el lenguaje escrito que podrían tener una finalidad pedagógica (manuales), o sistematizadora o interpretativa del saber (tratados). (2) En la lingüística al estudiar un texto cualquiera se diferencia claramente la lengua objeto de estudio y las expresiones que usa el propio lingüista para analizarlas, que pueden, por otro lado, ser o no ser, de esa lengua objeto. Esta distinción es tajante y está ligada a la propia constitución de la lingüística como ciencia humana y se manifestaría en el uso de comillas, por ejemplo. Esto no quiere decir, desde luego, que los resultados o leyes de la lingüística, según el caso, puedan ser aplicables a varias lenguas o a todas ellas –el carácter de doble articulación de todas las lenguas, pongamos por caso–. En la filosofía, sin embargo, esta distinción no es tan tajante. Se diría, entonces, que la lingüística estudia las lenguas y la filosofía el lenguaje. Aunque tal estudio filosófico sólo se podría realizar desde una lengua determinada, en este caso desde el español.

Me interesa resaltar dos características más de la filosofía: la primera, que es un saber infecto, es decir, que se construye in media res, y la segunda, que es un saber de segundo grado, es decir, que necesariamente debe partir de los demás saberes y en especial de las ciencias como saberes eminentes sobre las cosas. El principal objetivo de estas breves consideraciones es mostrar que ambas características no son incompatibles entre sí. Para ello partiré de las cuatro acepciones de ciencia que propone el materialismo filosófico de Gustavo Bueno:

Distinguimos cuatro acepciones del término ciencia, que no son equívocas, sino ligadas por estrechas relaciones dialécticas:
(a) Ciencia como «saber hacer» (la ciencia del zapatero consiste en saber hacer zapatos); ciencia tiene que ver, en esta acepción, con la técnica, el arte o la prudencia.
(b) Ciencia como «sistema de proposiciones derivables de principios»; un concepto que cubre no solo a la Geometría de Euclides sino también a muchas disciplinas teológicas y filosóficas.
(c) Ciencia categorial estricta, ciencia positiva, ciencia en sentido «moderno» (Mecánica, Termodinámica, Biología molecular, &c.)
(d) Ciencia categorial ampliada (las ciencias positivas culturales: Lingüística, Antropología, &c.)
La teoría del cierre categorial toma como referencia de sus análisis a la acepción (c) de ciencia.(3)

Nosotros tomamos partido por la acepción ampliada de ciencia, pero a la vez proponemos que la acepción de ciencia como saber hacer no es informe, sino que remite a una categorización epistemológica muy importante, ya que ésta permite,me parece, no sólo organizar de manera ordenada los saberes, sino que además esta organización es también un análisis dimensional de la idea de “idea”. Es decir, podemos hablar de la dimensión lógico-matemática de toda idea, de su dimensión (científica) histórica, de su dimensión industrial, de su dimensión artística, de su dimensión informacional, de su dimensión (científica) natural, de su dimensión religiosa, y también, por supuesto, de su dimensión filosófica. No es este el lugar ni de precisar la idea de ciencia o saber, ni la de aclarar la relación entre ciencia y saber. Simplemente decir que todas las ciencias son saberes pero hay multitud de saberes que no son científicos. Si aceptamos la idea de campo científico de la teoría del cierre categorial, creo que es conveniente introducir la idea de dominio de un saber, que sería muy útil para esclarecer la idea de oficio.

Una vez comentado el rasgo general de saber infecto de la filosofía, vamos a referirnos a su carácter de saber de segundo grado. Para ello vamos a partir de dos afirmaciones: la pluralidad de las ciencias y la inconmensurabilidad entre ellas, ligado al viejo principio de symploké platónico. Pero estas afirmaciones se basan en un hecho, que ha sido puesto de manifiesto por la teoría del cierre categorial: las ciencias no agotan su campo, y hay que tener en cuenta que son las ciencias los saberes que establecen la verdad interna de las cosas. Tratar de aclarar esta última afirmación nos llevaría muy lejos, pero creo que se puede aceptar como una afirmación del sentido común, al menos en este lugar. Pongamos un ejemplo de larga tradición: el hombre. No cabe duda de que el hombre, es un término de la biología en tanto que el hombre es un animal, tampoco cabe duda que es término de la física, por ejemplo cuando nos pesamos en una báscula, pero también el hombre resultaría incomprensible sin el derecho, porque cualquier hombre sin estar sujeto a alguna norma, en esta caso jurídicas, eminentemente escritas, prácticamente sería un animal, o por lo menos, no sería una persona en sentido estricto, es decir, estaría, digámoslo así, sin civilizar. No creo que nadie afirmara que una ciencia más potente fusionara estas tres que hemos mencionado en un campo único. Ni siquiera la física y la biología como ciencias naturales podrían, aunque sus imbricaciones sean conocidas por todos.

Aunque no hay que elevarse tanto para encontrar la idea de inconmensurabilidad en la historia. Ya los griegos con su descubrimiento de los irracionales la tuvieron muy presente. Es por tanto importante, me parece, mantener una concepción filosófica que refleje este carácter inherentemente pluralista. Y es precisamente la filosofía la que integra esta pluralidad remitiéndose constantemente al estado de las ciencias de su tiempo, como saber de segundo grado, en tanto que se constituye como sistema filosófico. Y es precisamente el lenguaje un rasgo de esa sistematicidad.

La manera más fácil de destacar el carácter filosófico del lenguaje escrito es señalar su dimensión antropológica. Para ello voy a introducir la definición de institución como la idea que envuelve toda realidad antropológica bajo una misma especie o clase. Una institución sería la conexión de unas determinadas formas materiales –materias transformadas por el hombre– implantadas geográficamente y normativamente constituidas por medio del lenguaje escrito, lo que permite su transporte, en el sentido de reproducción y transformación, que regulan la vida de los hombres en el marco de las naciones políticas. Abreviadamente, una sistasis de formas materiales. La idea de institución se aproxima mucho a la idea de intensidad de G. Deleuze expuesta en su libro Diferencia y repetición (4). Al conglomerado de todas las instituciones lo llamo mundus aspectabilis, un mundo de apariencias, y la característica más importante del mismo es que sólo se puede “sistematizar muy débilmente” por la filosofía. Aquí sería preciso mencionar la idea de espacio antropológico de G. Bueno expuesta en la lección segunda de su libro El sentido de la vida (5), como un intento en esta dirección.

Podemos decir que la unidad funcional del lenguaje es la palabra escrita, y ésta es también una forma material, aunque no una cualquiera, ya que este signo es el elemento indispensable para determinar normativamente cualquier institución, incluso el de ella misma, reduciendo a los demás signos. En este caso estaremos como hemos dicho de lleno en el terreno de la filosofía. Desde este sentido antropológico parece que hay una dualidad entre las instituciones en sentido distributivo geográfico, entitativo, y las instituciones en el sentido atributivo normativo, ontológico. Esta dualidad no es más que la manifestación de la propia idea de formas materiales. Aquí la materia tendría un sentido atributivo y la forma uno distributivo, aunque esto es confuso por el carácter operatorio de ambos que los liga conjugadamente, es decir, el carácter atributivo de la materia sólo es posible establecerse a través de una distribución de formas previas, y así sucesivamente.

Estableceríamos la siguiente tabla:

Dimensión antropológica del lenguaje
(P = palabras, Fm = formas materiales)
Relaciones sintácticas P = Fm
Relaciones semánticas P ⊂ Fm
Relaciones pragmáticas Fm ⊂ P

Utilizo aquí la famosa clasificación de Ch. Morris sobre las disciplinas básicas del lenguaje: sintaxis, semántica y pragmática. En cierta medida impugno tal clasificación, y en cierta medida la mantengo. La clave del asunto es la idea de relación. Esta idea precisamente impide según es norma en lógica de clases o de conjuntos, que las relaciones semánticas y pragmáticas sean solo un aspecto de las relaciones sintácticas –la igualdad como dos inclusiones de sentido contrairo–, o mejor dicho, porque la relación implica un vaciamiento o kenosis o discontinuidad de una conexión, para establecer después una identidad paramétrica con respecto a esa kenosis. Desarrollar esto con una mínima claridad nos obligaría a extendernos demasiado (6). Por eso podemos quedarnos con la idea de que: cada dos remite al tercero. O dicho de un modo más intuitivo, no existe una posición ajena desde la que contemplar el lenguaje, estamos inmersos en él a través de una lengua determinada o de varias. Es decir, lo único que nos queda en la escritura es el paso de una palabra a otra. Esto es precisamente la esencia de la idea de metáfora como transporte que ya aparece en su etimología como metaférein, con la acepción que aparece en Platón de “traducir”, de llevar de una lengua a otra, de transportar una institución. La idea de transporte así presentada puede parecer confusa, por ello vamos a recurrir a la geometría y asimilar el problema del transporte al del trazado de paralelas, ya que una paralela no es más que una recta (segmento si somos más realistas) transportada a partir de otra.

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Esta metáfora creo que es del mayor interés y sería muy interesante profundizar matemáticamente en ella. Aquí me voy a mantener en un terreno muy descriptivo. Lo primero a destacar es que la superficie podría ser la superficie terrestre, o incluso una superficie tridimensional o tetradimensional, no habría mucho problema ello cuando se habla de los infinitos mundos posibles como una hipótesis plausible. Sobre esta superficie se alojaría una institución cualquiera, tanto en su aspecto normativo de lenguaje, ontológico, como en su aspecto entitativo, que vendría representado por la línea, y el punto sería un lugar “desierto” sin ninguna institución, es decir, una idealización. Entonces el problema sería puramente civilizatorio, filosófico. El lenguaje haría las veces de mónada, de ley universal, como una narración mítica, y la entidad transportada se movería en un espacio nómada, en el sentido en que un beduino lleva consigo toda la civilización, al menos para el que se haya perdido en el desierto y se tropieza súbitamente con él. Parece entonces que la respuesta verdadera es la primera, hay infinitas paralelas, es decir, la geometría de Lobatchewsky. La posición del lenguaje sería igual para todas las instituciones, podríamos decir que el lenguaje es unívoco. Y la solución del problema, su holización, vendría expresado por la dicotomía Todo/Nada.

Si asociamos la idea de institución como sistasis de formas materiales con la idea de fracción, y al denominador lo consideramos como la materia y al numerador como la forma, entonces la propia institución sería internamente metafórica, en tanto que el denominador será el dominio fuente y el numerador el dominio diana o blanco. Ahora las combinaciones son inabarcables, aunque hay algunos casos más interesantes y que merecerían un estudio más detallado que no vamos a hacer. Los dominios pueden ser tanto verbales como no verbales. Se puede mantener el carácter verbal del denominador o del numerador y variar la institución, o mantener la institución y variar la naturaleza verbal o no verbal de aquélla. O combinarse entre sí. Lo único que cabe es establecer series, en la que incluso podría haber repeticiones. Como vemos, estamos ante una racionalidad distributiva. (7)

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Remitiéndonos al texto de Aristóteles estaríamos en la metáfora como transporte de especie a especie. Así la idea institución estaría próxima a la idea de universal concreto de Hegel.

La universalidad concreta es “precisión absoluta”; por consiguiente, “lejos de estar vacía, posee, gracias a su concepto, un contenido en el cual no sólo se conserva, sino que le es propio e inmanente”. (8)

Ahora bien, cabe también plantearse si esto no es más que una manera de usar el lenguaje. Porque las instituciones no están flotando en el espacio vacío, sino que todas remiten a un origen (Ф1) en el que se disuelve toda forma: el Big Bang. Y a partir de esta distancia toda institución configura la unidad atributiva del mundo. Por otra parte las instituciones en tanto que su sentido depende de la vida de los hombres, el valor último de las mismas se pierde en el fondo (Ф2) de su corazón lo que las sitúa a todas distributivamente con respecto a cada uno de ellos.

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En los dos caos, origen y fondo de una institución suponen una medida común de cualquier institución. Parece entonces que sólo hay un transporte posible, una paralela completamente determinada, ya sea a partir del origen o del fondo. Ahora la metáfora definiría una geometría de Euclides. El carácter único de esta remisión establecería un carácter equívoco en el que se disolvería la institución. Sin embargo la determinación metafórica sería rigurosa. Así tal metáfora tendría un carácter metodológico constituyente, y la equivocidad se podría establecer como la variabilidad de una incógnita, es decir la metáfora sería funcional. Para el caso del origen proponemos la siguiente fórmula:

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Apliquémosla al caso de los organismos. Ф1 remitiría de un modo a las condiciones en el que surgió la vida y de otro al proceso de fecundación de los gametos si estamos en el caso de reproducción sexual. Frente a ese origen el átomo o sistema material, SM(x), en este caso el organismo, se determinaría tanto en sus rasgos genéricos como específicos en la fusión de los mismos. Esta proporción sería la paralela transportada. La recta de partida sería la proporción entre sus rasgos genéricos S(x) que permitiría establecer su evolución como especie, que actuarían como dominio fuente, y sus rasgos individuales M(x) que actuarían como dominio diana y que lo determinarían materialmente. Con respecto a la terminología de Aristóteles estaríamos en el caso del género a la especie. Esta proporción funcional sólo tiene sentido si el sistema material del que partimos se considera indivisible, ya que si no sería imposible establecer tal proporción de aquí su carácter metodológico. Por esto es por lo que a su racionalidad la denominamos atómica, ya que este análisis se podría extender a todos los sistemas materiales iguales en los parámetros de referencia, en este caso, la especie de organismo.

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El caso del fondo (Ф2) ahora se parte de lo inescrutable del hombre de su constitución corpóreo personal CP(x) para valorar las instituciones y generar dinámicas morales, recta transportada o dominio diana, que son interiorizadas en tanto que los rasgos específicos del hombre C(x) actúan de materia de las instituciones, mientras que las relaciones personales P(x) determinarían la forma de las mismas, dominio fuente o recta inicial. El fondo sólo tiene sentido si mantenemos la unidad formal del hombre (atomismo), y la equivocidad es debida a que su esencia resulta inescrutable o siempre aplazada. En este caso estaríamos en las metáforas que van de la especie al género, del cuerpo a la persona.

En ambos caso la dicotomía en juego es Todo/Algo. A la primera metodología la podemos llamar genérica con respecto a la segunda en tanto que los sistemas materiales hacen de género frente a los cuerpos personales que hacen de especie.

También cabe sin embargo mantener una perspectiva abstracta y establecer proporciones entre géneros o analogías ya sea mediante una metodología genérica o específica. Es decir, en términos aristotélicos, la analogía sería una metáfora entre géneros. Y por ser abstracta se podrían establecer ciertas relaciones que los ligaran en identidades proporcionales a las que llamaríamos totalidades. Tales totalidades estarían reguladas por la dicotomía Todo/Parte y proporcionarían una anatomía de la realidad, del mundo de las apariencias. Aquí no habría transporte posible, no existiría ninguna paralela: geometría de Riemann. Con esto habríamos dado de lado toda referencia a las instituciones. Y estaríamos o bien dentro de la Filosofía especulativa si procediéramos con metodología general o bien dentro de la Filosofía práctica si procediéramos con una metodología específica. En este sentido, la equivocidad media entre la Antropología y la Filosofía especulativa o práctica, es decir, sería dialéctico.

Esencia discursiva de la filosofía como saber de 2º grado
Holización Modos de universalidad del lenguaje Racionalidad Metáfora
Todo/Nada Univocidad Distributiva Geometría de Lobatschewsky
Todo/Algo Equivocidad Atributiva atómica Geometría de Euclides
Todo/Parte Analogía Atributiva anatómica Geometría de Riemann

Ahora sin embargo, no habríamos eliminado la discontinuidad asociada a la relación de transporte, a la relación de paralelismo, simplemente se habría transformado en la diferente organización de las totalidades análogas. Parece, por tanto, razonable, preguntarse o buscar una clasificación de las totalidades. Siguiendo la tradición vamos a distinguir entre analogía de desigualdad, analogía de atribución y analogía de proporción. Pero ahora no compartimos la estrategia de identificar la analogía de desigualdad con la univocidad, ni la analogía de atribución con la equivocidad. En la resolución de esta cuestión se está jugando el estatuto teórico de la filosofía, un tema de extremada complejidad y que exigiría una precisión mucho mayor. El materialismo filosófico la cifra en la distinción entre lógica formal y lógica material –consistente esta última en una teoría de los todos y las partes–. (9) Aquí sólo damos un esbozo preparatorio para mejores y más fructíferas ocasiones. Esto se aclarará un poco cuando tratemos cada una de las analogías. Haremos una brevísima descripción de las mismas dentro del plano de la Filosofía especulativa y solamente diremos dos palabras para el caso de la Filosofía práctica.

Para aproximarme a la analogía de desigualdad voy a utilizar un ejemplo: la determinación de los seres naturales como minerales, vegetales o animales. A esta determinación le hago corresponder la siguiente proporción:

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Aquí se podrían utilizar los rasgos de nutrición y locomoción. Los minerales no poseerían ninguno de los dos, los vegetales solo el de nutrición y los animales ambos. Lo interesante es la pretensión de cubrir todo el campo de los seres naturales, es decir que sea completa. Que cada término de la proporción esté bien definido, sea finito, y quede bien delimitado frente al resto. Esto en la clasificación se consigue con dos rasgos. Estos rasgos en principio, aunque puedan y deban tener un estatuto interno, esto es secundario con respecto al carácter de la analogía que es más bien externa o covariante con respecto a los términos proporcionales. Por otra parte, todo el plano especulativo podría organizarse en un conjunto no muy grande de estas proporciones que delimitaran ciertas maneras distintas de organizar el plano. Esto constituiría una symploké categorial, establecida a través de totalidades finitas y limitadas. En definitiva la analogía de desigualdad queda asociada a una identidad proporcional de totalidades finitas y limitadas completamente distinta del caso de la univocidad institucional.

Con respecto a la analogía de atribución utilizaremos un caso de argumentación política de los estados unidos en la época del vicepresidente Al Gore que podríamos formular mediante la siguiente proporción:

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El carácter inferencial de la argumentación muestra su carácter metafórico de la proporción. Esto se basaría en el siguiente esquema.

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Donde A=la estructura de la red interestatal de carreteras, B=desarrollo económico y C=la infraestructura nacional de información. El carácter metafórico residiría en el transporte o metáfora de A a C, que es lo que motiva su implantación para obtener el desarrollo económico previsto por la argumentación. Nosotros hemos propuesto (2) el siguiente esquema general de argumentación como base para desarrollar la semiótica, es decir, una teoría que ordenara todos los fenómenos asociados a los signos. Nuestro enfoque proponía la palabra escrita como elemento aglutinante o signo dominante.

((PcionalPtiva)iPmediadora) → (PcionalPtiva)i+1

Lo más importante de este esquema es que regula la cooperación de los participantes a través de la proposición mediadora (carácter dialógico) mediante la inferencia de dos implicaciones sucesivas (superíndices) que determina la racionalidad del proceso mediante el paso de la finalidad asociada a la proposición proposicional (situación del plan) a la finalidad asociada a la proposición propositiva (ejecución del plan). Voy a proponer dos esquemas que permitan poner en conexión esta fórmula con el ejemplo, para aclarar la naturaleza del caso particular:

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Al primero lo llamo modelo estático –muestra muy bien la naturaleza analógica– y al segundo modelo dinámico –muestra muy bien el carácter inferencial, vectorial y compositivo de la argumentación–. El modelo dinámico presenta también un propiedad muy sugerente y es que la implicación entre la proposición proposicional y la proposición propositiva se representa mediante una fracción lo que sugiere que el fin propositivo supone una elección o reducción del fin proposicional. El carácter inferencial y cooperativo de los diferentes argumentos, hace que estos pueda componerse a la manera vectorial, por lo que tienen un carácter atributivo marcado de manera muy clara en el ejemplo, ya que los hechos demostrarán históricamente la validez de la argumentación. Por otra parte, tal argumentación es limitada por la elección del tema, pero la finalidad del mismo continuará indefinidamente, es infinita. Es decir, las totalidades que se construyen son infinitas pero limitadas. Además no se entra en la naturaleza interna de los términos implicados, aunque si se tiene en cuenta la participación del sujeto, es contravariante. En definitiva, la analogía es atributiva constituida por totalidades infinitas y limitadas.

Entonces no es que haya argumentaciones que tengan forma analógica, sino que la argumentación es una forma de analogía, es más, la argumentación es la propia definición de analogía de atribución en el plano especulativo.

La analogía de proporcionalidad constituye, en mi opinión, la teoría de la ciencia. Aquí las relaciones se tornan internas a los términos. Es decir, las partes proporcionales se tornan compositivas por anamorfosis –término del materialismo filosófico– de cada totalidad. Si tenemos presente el esquema del atomismo general, entonces cabría ensayar la siguiente fórmula:

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Ahora la libertad del filósofo para proponer una posición crítica es mucho menor que en el caso de la analogía de desigualdad o de atribución. Son las ciencias las que determinan las relaciones internas, y el sistematismo filosófico debe prestarles toda su atención. El carácter compositivo de las partes implica que la proporción viene determinada estrechamente por esas ciencias, por lo que no tiene mucho sentido buscar un ejemplo parcial, ya que precisamente lo que se propone es una proporción característica de la realidad. A falta de otra cosa vamos a recurrir a las figuras gnoseológicas que propone la teoría del cierre categorial –ligeramente modificadas (10) – y vamos a relacionarlas –manteniendo nuestra toma de partido por la idea de ciencia ampliada– con las ciencias realmente existentes.

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Aquí lo más importante es señalar que la filosofía –saber de segundo grado– no es una ciencia y por eso la proporción no cierra, es decir, no hay una ciencia unificada, sino que la inconmensurabilidad pertenece a la propia naturaleza interna de las cosas. La afirmación de Emil du Bois-Reymond: Ignoramus, Ignorabimus cobra todo su sentido. Además esto también significa que las esencias en cierto modo son incompatibles con la anamorfosis, ya que la composición de las partes (separables), en tanto que cualquier forma remite a otras formas –su composición– se comportan como materia de la totalidad en tanto que la niega. Aquí las totalidades no tienen límites definidos, son ilimitadas. Pero a su vez son finitas en cuanto al número de formas compuestas. Es decir la analogía de proporción se corresponde con las totalidades finitas e ilimitadas.

Esto con respecto al plano de la Filosofía especulativa, constituido por tres symplokés entrelazadas –un término puede perteneces a varias analogías del mismo o de distinto tipo–: la categorial –analogía de desigualdad–, la hermenéutica –analogía de atribución–y la gnoseológica –analogía de proporcionalidad–. Se podría establecer cierta correspondencia con la clasificación de las metáforas de G. Lakoff y M. Johnson en estructurales, orientacionales y ontológicas, respectivamente. Por lo que respecta al plano de la Filosofía práctica tendríamos:

Esquema de la filosofía práctica
Analogía Totalidades Dinamismo
De desigualdad Finitas y limitadas Pulsional
De atribución Infinitas y limitadas Emocional
De proporción Finitas e ilimitadas Virtuoso

No voy a entrar en cómo se entienden aquí las analogías, simplemente voy señalar que la idea de pulsión la tomo de Freud. Habría tres pulsiones: la correspondiente a la fase oral que estaría gobernada por la dicotomía Amor/Indiferencia, la correspondiente a la fase anal cuya dicotomía rectora sería Amar/Ser Amado, y por último, la debida a la fase fálica cuya pulsión vendría caracterizada por el par Amor/Odio. La idea de pulsión la entiendo muy ligada al intercambio de materia, un poco en la línea aristotélica de nutrición.

Con esto completamos las variedades filosóficas de la metáfora. Con ella se ha puesto de manifiesto un cierto carácter deductivo desde una menor abstracción pero mayor amplitud y variabilidad de la idea, a una mayor abstracción pero con una menor amplitud y variabilidad de la idea. La idea de metáfora nos ha puesto delante la idea de fundamento filosófico, en mi propuesta correría a cargo de la Antropología. Pero ¿cuál es su dinamismo, teniendo en cuenta los rasgos de la filosofía que mencionamos al principio: saber de segundo grado, saber infecto, saber esencialmente discursivo y saber sistemático? Es útil utilizar la siguiente terminología:

Los dos sentidos de un curso operatorio circular que, partiendo de determinadas posiciones, llega a otras distintas (regressus) para retornar, reconstruyéndolos cuando es posible, a los puntos de partida (progressus). La determinación del sentido de los términos en cada caso depende de los “parámetros” fijados como puntos de partida, puesto que un cambio de éstos convertirá a un regressus dado en un progressus y recíprocamente (si se comienza con el todo, será un regressus el curso hacia las determinaciones de las partes, y un progressus la construcción de aquel con éstas; si se comienza desde las partes, será un regressus el camino hacia el todo y un progressus la reconstrucción de las partes, si es posible).(11)

Estas ideas de progressus y regressus están pensadas a escala gnoseológica, es decir, con respecto a la relación entre filosofía y las ciencias, de ahí su carácter circular. Nosotros pretendemos aplicarla al dinamismo del fundamento –Antropología– filosófico. Ahora parece que el dinamismo no puede ser circular, sino que el progressus es divergente y el regressus convergente, lo cual no quita para que exista un proceso de retroalimentación entre el fundamento y lo fundado.

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Resumiendo la filosofía se constituye como un conjunto de estromas (12) que se dividen en dos tipos: dimensionales e hylativos. Los dimensionales se dividen a su vez en distributivos (univocidad) y atómicos (equivocidad). Los estromas distributivos incluyen la cosificación finita e ilimitada de la mónada, y la cosificación infinita y limitada de la nómada. Mónada y nómada constituyen una dualidad. Los estromas atómicos o nónada, establecen la cosificación finita y limitada, que pude ser general o especial. Los estromas hylativos constituyen la analogía, que si procede de una atomización general formarán un entramado de tres costuras: la symploké categorial, la symploké hermenéutica y la symploké gnoseológica; en cambio si proceden de la atomización especial formarán una composición de tres texturas caracterizadas por un dinamismo pulsional, por un dinamismo emocional y por un dinamismo virtuoso.

Aquí quizás sea útil recordar la obra del pintor y grabador canario Manuel Millares sobre todo en las obras en que utilizó arpilleras, porque la anterior clasificación estromática se puede visualizar como alguno de estos cuadros, en el que el marco del mismo se correspondería con la univocidad metafórica, la equivocidad serían los anclajes al marco de la tela, que estaría compuesta de dos tramas –symploké– una covariante –categorial– y otra contravariante entrelazada con ella –hermenéutica– y por último, una capa más fina de pasta que alisa la superficie de la tela –gnoseológica–. Sobre ésta se desarrollaría la composición pictórica propiamente dicha mezclando sus tres dinamismos: pulsional, emocional y virtuoso.

La filosofía no es más que la imagen de todo como un todo. Reinterpretando la línea argumentativa de Heidegger en su escrito La época de la imagen del mundo. (13)

Un escrito sobre la metáfora necesariamente tiene que comentar algún rasgo de la metáfora literaria, dada su explicitud y profusión. Este hecho no puede ser anecdótico después de lo dicho hasta aquí, y refleja el hecho del carácter revolucionario –más acusado si cabe en la escritura en verso–de la literatura, es decir, el continuo e intenso cuestionamiento de cualquier institución, que puede tener un contenido político utilísimo. El teatro versificado de William Shakespeare es un ejemplo extraordinario. No es de extrañar la fama y el vigor del parlamentarismo británico dada su tradición.

Me gustaría antes dedicar unas palabras a los derechos humanos. Lo primero es indicar que tienen, en mi opinión, un nombre horroroso. El calificativo de humano es demasiado genérico que parece ignorar el hecho del pluralismo jurídico de los pueblos. Por otra, parece que el adjetivo humano implícitamente indica que hay algún derecho que no sea humano. Por el contrario el plural en el sustantivo “derechos” parece sugerir también que no hay una naturaleza humana más o menos determinada. O incluso puede interpretarse como que tal derecho está constituido por una simple lista de normas sin trabazón ninguna, en contra de la naturaleza de ciencia humana que constituye el derecho. Se puede sustituir por la expresión “derecho natural” pero esto no solución los problemas porque toda norma jurídica tiene carácter cultural e histórico. Quizás una expresión más interesante es la de “derechos civiles” en lo que tienen de protección de las minorías y de crítica al excesivo control de los ciudadanos por el gobierno. Al utilizar “civiles” remite al proceso civilizatorio y a la pluralidad de naciones que lo implantan sobre la Tierra. El plural aquí sí tiene una interpretación cómoda, y es que tales derechos deberían cubrir a todas las naciones –que son las encargadas de hacerlos respetar–, aunque no de forma idéntica en todos sus detalles.

En conexión con esto, la idea de fundamento filosófico que hemos presentado a través de la idea de metáfora conlleva el siguiente razonamiento filosófico: si partimos del carácter especulativo de las ciencias que nos definen u ofrecen la unidad interna del mundo de manera innegable, es decir, si queremos atenernos a sus posibilidades operatorias, necesariamente nos veremos obligados a reconocer la necesidad de una filosofía práctica que de cobertura al fundamento antropológico de tal filosofía especulativa. Y esta filosofía práctica se realiza a través de la idea de hombre como idea trascendental. Este es un camino, me parece, para fundamentar los “derechos humanos” sin caer en un positivismo jurídico hermano de un relativismo moral insano, que negaría el arraigo civilizatorio debido al desarrollo científico del que partíamos.

Una de las principales normas, me parece, que deberían incluir los derechos civiles sería el derecho de las personas a moverse de una nación a otra. Así la inmigración no es más que el turismo de las naciones subdesarrolladas y/o en conflicto, y el turismo no es más que la inmigración de los países ricos y en paz. Y aunque pueda parecer una perogrullada, la revolución nunca es rupturista.

Bibliografía sintetizada

(a) Lenguaje, comunicación y cognición: temas básicos, Eduardo de Bustos Guadaño, Universidad Nacional de Educación a Distancia (2004).

(b) La metáfora. Ensayos transdisciplinares, Eduardo de Bustos Guadaño, Fondo de Cultura Económica (2000).

(c) Metáfora y argumentación: teoría y práctica, Eduardo de Bustos Guadaño, Cátedra (2014).

(d) Clases de inferencia y contenido conceptual, Eduardo de Bustos Guadaño, en D. Pérez y L. Fernández Moreno, comp., Cuestiones filosóficas. Ensayos en honor de Eduardo Rabossi, Buenos Aires: Catálogos, 2008: 447-469.

Notas y bibliografía de la coda

(1) Poética, 1457b-1498a, Aristóteles, traducción de Alicia Villar Lecumberri, segunda edición, Alianza Editorial (2013).

(2) Argumentos y razonamientos, Pedro Espejo-Saavedra Roca, El Catoblepas, nº 170, 2016, http://www.nodulo.org/ec.

(3) Tomado de la enciclopedia de Internet, cuya dirección es: http://www.symploke.trujaman.org/Ciencia Esta clasificación está tomada a su vez del comienzo de Teoría del cierre categorial, Gustavo Bueno, vol. I, pág. 21, Pentalfa Ediciones (1992). Todos estos apuntes tienen como referencia constante el materialismo filosófico y más en concreto su gnoseología (expuesta fundamentalmente en los cinco tomos de esta, obra) porque consideramos que ella es la vía de salida para el atolladero a que ha conducido el positivismo y el neopositivismo como teoría de la ciencia, sin merma de sus innumerables contribuciones a la misma. Para destacar esta importancia, y la importancia de la idea de ciencia para cualquier sistema filosófico, y también como homenaje al materialismo filosófico de G. Bueno utilizo la clasificación de las teorías de las ciencias: adecuacionistas, descripcionistas, teoreticistas y circularistas, dotándole de una, creo que novedosa, dimensión diacrónica con respecto a la historia de la filosofía:

Los saberes como fuentes del progreso filosófico
Sistema aristotélico
Fase clásica
Sistema tomista.
Fase medieval
Sistema hegeliano.
Fase moderna
La Ciencia (“filosofía”) es la geometría euclidiana.
Modelo adecuacionista
La Ciencia (“filosofía”) es la Teología dogmática ¿católica?
Modelo descripcionista
La Ciencia (“filosofía”) es la Historia ¿alemana?
Modelo teoreticista
En el camino del materialismo filosófico…La filosofía como saber de 2º grado.
Fase posmoderna
Las ciencias no agotan su campo: gnoseología de las ciencias.
Modelo circularista o constructivista.

(4) Diferencia y repetición, Gilles Deleuze, Amorrortu Editores (2002). El original francés es de 1968.

(5) El sentido de la vida, Gustavo Bueno, Pentalfa Ediciones (1996).

(6) Filosofía de las relaciones, G. Bueno, tres lecciones orales de la Escuela de Filosofía de Oviedo (2011), disponibles en http://www.fgbueno.es

(7) Algunas precisiones sobre la idea de “holización”, G. Bueno, El basilisco, nº42, Fundación Gustavo Bueno (2010).

(8) Diccionario de filosofía, J. Ferrater Mora, Universalidad concreta, Círculo de lectores (2001).

(9) Tratado sobre la analogía de los nombres. Tratado sobre el concepto de ente. Cayetano. Biblioteca de Filosofía en español. Fundación Gustavo Bueno. Pentalfa Ediciones (2005). Nos referimos en concreto a la introducción del traductor Juan Antonio Hevia Echevarría. Aquí es importante señalar que en la Teoría del cierre categorial [vol. II, Artículo V: El marco holótico mínimo para un tratamiento gnoseológico de la doctrina de las categorías, págs. 126-187], la teoría de los todos y las partes es inevitable para abordar la idea de categoría.

(10) En la Teoría del cierre categorial [Vol I, Ф19, págs. 113-128.] desarrolla la idea de las figuras gnoseológicas a partir del hilo del lenguaje –σ=signo, O=objeto y S=sujeto– como productos directos.

Las dos modificaciones que sugiero son que en los autologismos el sujeto inicial y el final son el mismo (Si) y debieran ser distintos y entonces los llamaríamos dialogismos. A los dialogismos los denominaríamos directamente interacciones. Este esquema se podría formular en términos funcionales mediante la siguiente fórmula:

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(11) Diccionario filosófico, Pelayo García Sierra, Progressus/Regressus, entrada 229, pág. 261, Pentalfa Ediciones (2000).

(12) Estroma, G. Bueno, Tesela nº 121, video en http://www.fgbueno.es

(13) La época de la imagen del mundo, M. Heidegger, Caminos del bosque, Alianza (1996). Traducción Helena Cortés y Arturo Leyte.

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