El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 182 · invierno 2018 · página 5
Voz judía también hay

El desplazamiento

Gustavo D. Perednik

Con motivo de la publicación del libro Judeofobia del autor (Penguin, Editorial Sudamericana, 2018)

Gustavo D. Perednik

Entre los varios errores conceptuales difundidos por Hannah Arendt destaca su caracterización de la judeofobia como si se tratara de un fenómeno bastante joven, con menos de dos siglos de antigüedad. La politóloga consideraba que “el antisemitismo es una ideología secular decimonónica evidentemente diferente” del odio previo contra los judíos.

Su encuadre resulta arbitrario, ya que el siglo XIX no fue una excepción en la norma: la judeofobia se adaptó a cada época siempre con distintivas características. En ese sentido, la del siglo XIX fue evidentemente parecida a sus predecesoras.

Por un lado, Arendt acierta en que los partidos políticos judeofóbicos alemanes en la década de 1880 constituyeron una novedad, y también es correcto deducir que hacia entonces, por primera vez, un régimen decidió medrar con la judeofobia para obtener poder.

Pero por el otro lado, Arendt salteó el hecho de que lo “secular decimonónico” no irrumpió desde el vacío, sino que tuvo por savia una atmósfera de muchos siglos de animadversión. La pensadora debió haberse contentado con afirmar que el uso político de la judeofobia es el moderno, no el fenómeno en sí.

En efecto, a lo largo de más de dos milenios la judeofobia revistió formas varias: social, religiosa, económica, racial, política. Su traspaso de unas a otras constituye una interesante evolución que generó paradigmas varios. El último de ellos es el del desplazamiento.

Nuestro siglo ha empujado a la judeofobia desde su hábitat natural en los sectores reaccionarios hacia su visible presencia en los autodenominados “progresistas” (es decir aquellos que se ven a sí mismos como los exclusivos portadores del progreso, haciendo caso omiso a la abundancia de ejemplos históricos de cómo han trabado el progreso).

Para expresar la idea sucintamente digamos que, cada vez más y en más países, la judeofobia es hoy en día una lacra de la izquierda.

El “progresismo”, inconsciente de su enfermiza obsesión, se presenta como un luchador por la causa palestina (es decir la creación de un Estado árabe independiente por primera vez en la historia, que venga a suplantar al Estado de Israel).

En realidad no hay tal lucha, sino un remedo de la mitología medieval del judío sanguinario, perverso y omnipotente. Los modelos abundan en Gran Bretaña, la Unión Europea e Hispanoamérica.

Disfrazada de crítica a Israel, se viene perpetrando una violenta demonización que distorsiona al sionismo con el disfraz de un depravado imperialismo financiado por ocultos poderes internacionales, y se miente sobre el pequeño e indispensable Estado hebreo con el disfraz de una inexistente usurpación forjada con crimen y muerte.

En las Américas el fenómeno es más tenue que en Europa. En Sudamérica algunos países se acercan al modelo europeo, debido a que los fundadores de los Estados latinoamericanos no se educaron, como en el Norte, en el amor puritano por la Biblia y por su pueblo, sino en un ambiente nutrido por la Iglesia inquisitorial española.

Con todo, en el Sur el odio antijudío fue casi siempre marginal, y la excepción del caso argentino no casualmente se dio en el país más europeizante del continente.

Otro caso especial en este siglo lo constituye Chile, en donde las fuerzas del odio antijudío son promovidas especialmente desde la comunidad árabe (en Chile reside la comunidad árabe-palestina más grande del mundo fuera de los países árabes, con varios cientos de miles de descendientes). La Federación Palestina de Chile viene promoviendo una virulenta campaña de odio, y en una manifestación de mediados de diciembre de 2017 reclamaban “Muerte al sionista”.

En cuanto a los EEUU, los herederos de la carga judeofóbica actual son mayormente los miembros del grupo Black Lives Matter, fundado en 2013, cuya ideología ha penetrado en una parte del Partido Demócrata con un orden del día claramente hostil.

A fines de 2017 el movimiento de derecha nacionalista húngara Jobbik anunció que abandonaba la postura judeofóbica que lo había caracterizado desde su establecimiento tres lustros antes. Se confirmaba así una tendencia de similar en otros países europeos como Francia. En las elecciones austriacas de 2017 el Partido de la Libertad obtuvo el 26% de los votos y pasó a integrar, por primera vez en la historia, la alianza gubernamental. Por todo ello, por ahora el odio antijudío organizado desde dichos sectores permanece casi exclusivamente en Grecia. Las agresiones verbales continúan, pero menos desde partidos que desde individuos, tal como el profesor holandés Jan Tollenaere de la universidad de Utrecht que en una entrevista televisada el 14 diciembre de 2017 no tuvo reparos en declararse abiertamente judeofóbico ni en llamar a los judíos “parásitos, especuladores y mezquinos”.

Una izquierda regresiva

Paralelamente a su repliegue en las fuerzas nacionalistas, la penetración de la judeofobia se ha desplazado a la izquierda, sobre todo en los momentos en que la misma emite proclamas doctrinarias combativas. Por ello el desplazamiento ideológico es nítido en los populismos.

Un teórico de la izquierda, Juan José Hernández Arregui (m. 1974), exaltaba en 1960 “el ser nacional” y argüía que “el poder económico internacional del judaísmo vincula a estos grupos étnicos en forma poco visible pero real y organizada en escala mundial al imperialismo, particularmente norteamericano, del cual el sionismo no es más que una variante”.

El ideólogo trotskista Nahuel Moreno abogaba en 1982 por la “tarea progresiva de destruir el estado sionista con entusiasmo y fuerza… el único sector social en lucha es el movimiento árabe y mahometano para destruir el estado fascista, racista y basado en el Viejo Testamento… No hay otra manera que echar a los sionistas… y no existen pobladores judíos no sionistas… la destrucción del estado israelí implica obligatoriamente el alejamiento de sus habitantes actuales… el racismo árabe frente a Israel es progresivo”.

En la Argentina, la judeofobia gubernamental volvió a asomar en 2013, como consecuencia de que las instituciones representativas de la comunidad rechazaran el “Memorando de Entendimiento” con Irán, que fue primer paso hacia el blanqueamiento del Estado iraní por el atentado contra la AMIA.

A partir de ese rechazo el Gobierno peronista argentino adoptó una postura de confrontación, que se agravó con la declaración de la entonces presidenta Cristina Kirchner en un tuit de fines de abril de 2015, titulado “Todo hace juego con todo”. En este mensaje, las organizaciones israelitas se amalgaman con los “fondos buitre” acreedores del Estado argentino, el asesinado fiscal Alberto Nisman, la Justicia neoyorquina, y sórdidos intereses financieros, todos ellos aunados para atentar contra los la nación.

«Estamos ante un modus operandi de carácter global –adujo la presidenta– que no sólo lesiona severamente las soberanías nacionales interfiriendo y coaccionando el funcionamiento de los distintos poderes de los Estados, sino que genera operaciones políticas internacionales de cualquier tipo, forma y color.”

Un editorial del diario La Nación de Buenos Aires (10-5-15) supo enmarcar el sórdido mensaje en la típica irresponsabilidad culposa de las teorías conspirativas. En el tuit presidencial los judíos no sólo supuestamente dominan, sino que además usan su poder para provocar guerras. Cristina Kirchner agravó el embate el 2 de julio en una escuela primaria del sur de la capital del país, cuando recomendó a niños de diez años la lectura de El mercader de Venecia para entender los fondos buitre”. De su recomendación podía deducirse que “los judíos” medran desde hace varios siglos con las finanzas mundiales.

Uno de los portavoces locales más conspicuos de esta judeofobia conspiracional es el ex funcionario Luis D'Elía, quien suele acusar a Israel de todo lo malo. Y el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel echó mano de la misma patraña a mediados de diciembre de 2017, cuando se produjeron graves disturbios frente al Congreso argentino y, en sus palabras, la culpa de los desmanes la tenía “el Mossad y las Fuerzas Armadas israelitas”.

La similitud entre los populismos permite asociar la judeofobia argentina a la de Venezuela, país que hasta hace tres lustros había sido uno de los países más tolerantes del mundo, pero al que la política de Chávez arrastró a ser un bastión de la judeofobia en el continente. Actualmente los medios de prensa oficialista en Venezuela reproducen artículos judeofóbicos sin reparos. El semanario Kikirikí publicó una Historia de la llegada de los judíos al continente americano según la cual “los judíos” financiaron a sus perseguidores (sea la Inquisición o el nazismo alemán) y lo “demuestra” con citas de El judío internacional de Henry Ford: “el judío halla su bienestar en las ruinas mismas de la civilización”. En el sitio de noticias Aporrea, se ataca al líder de la oposición: “Henrique Capriles que aplaude la agresión a Siria y con ello confirma su militancia pro-Israel”. Las acciones de Capriles (que es católico) se atribuyen a su origen judío, y a sus supuestos vínculos sospechosos con la comunidad israelita.

En la guerra iniciada por el islamismo, para una buena parte de la izquierda es preferible la ultraderecha iraní por sobre el Occidente liberal. Por vía de la izquierda, el islamismo penetra también en América Latina, y con él la judeofobia desplazada.

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