El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 185 · otoño 2018 · página 3
Artículos

San Ramón de la Nueva Orán

Ricardo Veisaga

Las fronteras del Imperio

Ramón García de León y Pizarro
General Ramón García de León y Pizarro

Entre la noche del 8 al 9 de octubre de 1790 se produjo un enorme terremoto que arrasó la ciudad de Orán, destruyéndola completamente. Además de la muerte de unas 3.000 personas se desplomaron los edificios construidos por los españoles. Los auxilios se enviaron inmediatamente desde Cartagena; el Capitán general de Marina del departamento Marques de Tilly, envió todo lo necesario para la evacuación de los heridos, víveres, medicamentos y tiendas de campaña. El día 16 arribó a Orán el navío San Vicente y un jabeque del regimiento de Córdoba y Mallorca, con 750 soldados. Ese mismo día, los moros empezaron a merodear la plaza. El ejército y la población española de Orán en medio de la adversidad supieron sacar fuerzas para rechazar el asedio y el fuerte ataque enemigo.

El Dey de Argel había conformado un numeroso ejército de unos 30.000 hombres con alguna artillería y empezaron el asalto, pero fueron rechazados por las tropas españolas por fuego de artillería y fusilería proveniente de todos los castillos. El conde de la unión al frente del regimiento de Mallorca, provista con algunas partidas del regimiento de Córdoba, atacaron de frente por el barranco que ocupaban los moros y consiguieron liberar la torre y sus inmediaciones. Los argelinos se retiraron con un gran número de bajas y heridos. (Se llamaba Dey al gobernante de la Regencia de Argel, el Reino de Argel estaba dividido en tres provincias administradas cada una por un Bey).

El día 25, los argelinos volvieron a atacar pero fueron rechazados perdiendo numerosos efectivos en esa acción, ese mismo día se produjo otro gran temblor de tierra, pero las murallas y los castillos resistieron. Al día siguiente unos 25.000 moros embistieron por todos lados y por tercera vez intentaron tomar por asalto la torre del nacimiento, pero se responde el ataque con un fuerte fuego de artillería, mientras actúan las compañías de infantería y tras fuertes combates los argelinos son rechazados. El Bey de Mascara, aprovechando el terremoto creyó que la plaza de Orán sería tomada fácilmente y no esperaba encontrar semejante resistencia.

El Bey solicitó entonces a la Regencia turca de Argel que le enviase soldados turcos y artillería, pero se negaron, ya que Turquía por aquel entonces tenía un acuerdo de paz con España. Los argelinos levantaron el asedio y retiraron su campamento. La situación de Orán tras el terremoto, provocó una discusión en la Corte sobre la conveniencia de conservar las plazas o renunciar a su costosa defensa, y aceptar la oferta del Dey de Argel. Lo económico tuvo un peso muy fuerte sin importar la historia y la sangre española que se derramó para lograr su conquista por el Cardenal Cisneros en 1505, y su recuperación en 1732 por Felipe V, tras perderse en 1708 durante la guerra de sucesión española.

Para el rey Carlos IV, la clase política y ciertos sectores de la Corte; los territorios Españoles de ultramar, parecían ser objetos para usarse de acuerdo a su conveniencia. Este tipo de comportamiento real durante el reinado de Carlos IV, se repetirá en más de una ocasión en la historia, como sucederá con Luisiana, prácticamente regalada a Francia, o la actual República Dominicana dada en trueque por los territorios vascos ocupados por la Convención francesa. Mientras tanto Orán se seguía reforzando, se sumaron 6 compañías de los Granaderos Provinciales de Murcia, Lorca y Chinchilla y el Navío de guerra “San Antonio” con los Dragones de Almansa y los dragones. Pese a que los españoles habían vencido el gobierno decidió abandonar las estratégicas plazas de Orán y Mazalquivir.

Un año antes en Europa el 14 de julio de 1789, se había producido “la toma de la Bastilla” y los Estados Generales se habían constituido en Asamblea Constituyente, y Luis XVI, pasaba a ser un prisionero. En este contexto, el Secretario de Estado y del Despacho, el conde de Floridablanca, temeroso de una repetición de los sucesos franceses en España o, que se viera obligada a entrar en guerra con Francia, y que Inglaterra aprovechando la desintegración de la alianza franco-española intentara atacar las posesiones Españolas, entró en una etapa que se conoció como el “pánico de Floridablanca”.

En ese contexto europeo, sucedió el terremoto en Orán y el ministro quiso desembarazarse del problema recurriendo a negociaciones. Floridablanca, quizás para que no se lo responsabilizara exclusivamente por el abandono de estas plazas, pidió un informe al Consejo de Castilla cuando él, ya tenía decidido la entrega de las plazas a la regencia argelina. El Consejo presidido por Campomanes, se manifestó a favor de su conservación. Sostuvo que la defensa de las plazas se podía conseguir porque el enemigo no tenía la preparación militar moderna.

España no debe dar un testimonio de debilidad sólo porque pueda venir el Bey de Mascara o porque se presente ante las mismas. La amenaza de un sitio “nunca ha bastado para dejar una plaza”, “ni debe entregarse sin tratar de defenderla; el mar a las espaldas las protege; la entrega de las plazas serviría para enseñarles los sistemas de construcción militares”. Para el Consejo, el precio de la reconstrucción y la defensa no era tan elevada como sostenía Floridablanca, y advertía sobre el mensaje de debilidad que se daría no sólo a Marruecos y a las regencias turcas del Mediterráneo sino a todas las potencias europeas, y al recién creado Estados Unidos al abandonar Orán y Mazalquivir.

El Consejo además advertía: “ahora o después podrá beneficiarse o arrancarse estas plazas de manos de los moros y pasarse a príncipes o potencias ambiciosas de establecimientos en el Mediterráneo”, lo que efectivamente sucedió pocos años después, en 1830, cuando Francia invadió toda Argelia. “En resumen, el abandono de las plazas es indecoroso al esplendor las armas españolas y rubor para la posteridad. Podrá traer funestísimas consecuencias, tanto a nuestras costas y comercio como el sistema político general, si vienen a ocuparle por potencia o principe europeo….que es siempre peligroso y funesto en los principios de un reinado, un reinado que tiene en primer lugar la conservación y aumento de la religión con la selección de enemigos de ella”.

Y propone a S.M. “que se conserve a todo trance hasta los últimos apuros que abonó el arte de la guerra”. Pero todo estaba decidido y Mazalquivir y Orán serán abandonas a cambio de ilusorias ventajas comerciales. La primera consecuencia será que el sultán de Marruecos vuelva a asediar a Ceuta, teniendo que enviar tropas para reforzar sus defensas. Las tropas que no se quisieron enviar a Orán finalmente se enviaron a Ceuta, y los gastos que quisieron evitar en Orán se realizaron en Ceuta, enviando una flota compuesta por fragatas, jabeques, lanchas bombarderas y cañoneras, y para liberarla del asedio tuvieron que bombardear Tánger y destruir las baterías que el ejército Marroquí había instalado alrededor de Ceuta, logrando el fin del asedio en agosto de 1792.

La segunda, se cumplió como lo había advertido el Consejo el mensaje de debilidad que se envió a las potencias extranjeras, que percibieron en España una potencia débil, que no impediría realizar sus planes expansionistas. Estados Unidos pronto concebiría un plan para anexionar la Luisiana y Florida. Y la tercera, como también advirtió el Consejo se concretó 40 años más tarde, cuando Francia al verse librada de las guerras napoleónicas invadió Argel en 1830 y ocupó Orán el 17 de agosto de 1831, inaugurando su imperio colonial africano, con lo que la presencia española en la zona, pronto se vio sustituida por otra potencia Europea.

El 27 de febrero de 1792, la última guarnición española abandonaba las plazas de Orán y Mazalquivir, cuyas monumentales fortalezas fueron destruidas para que el dey de Argel no pudiera hacer uso de ellas, el acuerdo de entrega definitivo fue en fecha posterior, terminando con la “guerra entre Argelia y España” tras casi tres siglos de presencia española en la costa argelina, este suceso estaba también indicando un cambio en la mentalidad y en la estrategia de los gobernantes.

Ramón García de León y Pizarro

Dos años después, el 31 de agosto de 1794, se fundó la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán, puesta bajo la advocación de san Ramón Nonato, un fraile mercedario torturado en el Argel del siglo XIII que dedicó su vida a rescatar cautivos cristianos. Esta nueva ciudad, que a la postre sería la última ciudad española fundada en América, se encontraba ubicada muy lejos del norte del África, situada en la frontera del Gran Chaco salteño (actual norte argentino), frente a los inmensos territorios habitadas predominantemente por los aborígenes guaycurú, entre otros.

El nombre de esta ciudad y su fundador no es casual; Ramón García de León y Pizarro nació en la ciudad africana de Orán en 1745 en tiempos en que era parte del Imperio español. Fue Mariscal y General del Ejército Español en América, para el rey Carlos III y Carlos IV de España y Nápoles. Gobernador de la provincia de Guayaquil en la costa del Ecuador, en 1779, Gobernador e intendente de Salta (actual provincia Argentina) entre 1789 y 1794, fundador de San Ramón de la Nueva Orán (Salta), en 1794. Presidente de la Real Audiencia de Charcas 1796. El noble, militar y administrador español, que como presidente de la Real Audiencia de Charcas fue gobernador de la intendencia de Chuquisaca durante los últimos años del período español en el Alto Perú.

Los padres de Ramón García de León y Pizarro fueron el coronel José García de León, nacido en Motril (Granada), gobernador de la plaza de Mazalquivir, anexa a la ciudad de Orán y su madre, Francisca Pizarro Madrigal y Rivera Santamarina. Era descendiente de familia de militares y nobles Grandes de España. (La Grandeza de España es la máxima dignidad de la nobleza española en la jerarquía nobiliaria, situada inmediatamente después de la de príncipe de Asturias y de la de infante de España. Esta es otorgada por el rey, su concesión es igualmente hereditaria, su origen se encuentra en la monarquía visigoda, aunque no fue hasta el reinado de Carlos I en el siglo XVI cuando comenzó a regularse y establecerse como es conocida hasta la actualidad).

Estaba emparentado con el Ducado de Cádiz y el Condado de Arcos por su antepasado Rodrigo Ponce de León, noble de antigua estirpe y con el ducado de Frías, y lazos familiares con el conquistador del Perú, Francisco Pizarro. Ramón García de León y Pizarro murió sin conocer el título de Marqués de Casa Pizarro y vizconde de la Nueva Orán, que el rey Fernando VII le otorgó el 24 de octubre de 1815. La carta real de sucesión la recibió su hijo Rafael, el 22 de febrero de 1817, en España.

Fue bautizado en la Iglesia Mayor de Orán, y más tarde inició una ascendente carrera militar como cadete en el Regimiento de Infantería, en las guerras contra los musulmanes del norte de África. Como cartógrafo realizó varios mapas de las costas del norte de África. Su carrera militar es un ejemplo de promoción social, logrando escalar hasta los puestos más relevantes de la administración colonial española en América. Y por otro lado nos permite conocer cómo se gestionaron en el siglo XVIII las distintas fronteras y límites de la monarquía borbónica.

La carrera de Pizarro en América es una muestra de la progresiva militarización de la administración borbónica en Ultramar, como también la conversión de Berbería en una escuela de armas capaz de preparar a sus militares muy cerca de la Península Ibérica. Las guarniciones en Ceuta, Melilla y Orán vivían en una guerra permanente de baja intensidad con el sultanato alauí de Marruecos, la regencia de Argel y el bey de Mascara. Las tropas se mantenían en actitud de combate permanente, estos puestos de avanzada en el siglo XVIII tuvieron mayor protagonismo que en el siglo anterior.

Esto se puede explicar en función de la política sobre Italia tras el acuerdo de Utrecht, en la que los puestos de Berbería ejercían un rol clave para el control del Mediterráneo occidental. La nueva dinastía borbónica reivindicaba la política exterior hispana de hostigamiento al Islam y la expansión africana. Los presidios no constituían una empresa rentable en términos económicos, el volumen de comercio que podían centralizar era menor en comparación con los gastos de reforzar una plaza para la defensa.

El doble presidio de Orán y Mazalquivir, desde su reconquista en 1732, fue reforzado de manera que se convirtió casi inexpugnable. Estas plazas habían sido modernizadas tanto en lo técnico como en lo académico, en Ceuta y Orán se fundaron academias militares de matemáticas. Ramón García de León y Pizarro, siguiendo el mandato familiar se inició en la carrera de las armas, ingresó como cadete en la guarnición de la plaza y estudió en su Academia de Matemáticas.

La academia fue fundada en 1732, por el ingeniero José Cano Águila y contaba con 45 alumnos. Hasta entonces sólo existía la Real y General Academia de Barcelona, añadiéndose en 1739 la de Ceuta. El impulsor de este nuevo modelo militar más científico, fue Jorge Próspero de Verboom, nacido en Flandes en 1665 y fallecido en Barcelona el 19 de enero de 1744. Un ingeniero militar español de origen flamenco, primer marqués de Verboom, capitán general y fundador del Real Cuerpo de Ingenieros, para la reforma de la enseñanza castrense aprobado por Real decreto de Felipe V el 17 de abril de 1711.

Para la educación de los oficiales del ejército y su admisión en el Real Cuerpo de Ingenieros, se estableció en Barcelona la Real Academia Militar de Matemáticas y Fortificación (1720) a imitación de la fundada por Carlos de Aragón, duque de Villahermosa, capitán general de Flandes, en 1675 con el nombre de Academia Real y Militar del Exercito de los Payses-Baxos en Bruselas, cuyo primer director fue Sebastián Fernández de Medrano, en la que Verboom había estudiado. Verboom planificó técnicamente el sitio de Barcelona (entre 1713 y 1714), emprendió la reforma del sistema defensivo y la promoción de las obras públicas del reino. También hizo ejecutar obras similares en la costa de África y en otros sitios de España para mejorar las defensas.

Por la ciudad de Orán pasaron importantes ingenieros militares, que dejaron su impronta en el diseño de sus cinturones defensivos. El propio Pizarro, luego de su formación académica en Orán, dictó clases de Matemáticas en Ceuta aplicando sus conocimientos al trazado de planos del presidio. No ingresó al cuerpo de ingenieros por la escasez de plazas y su carrera la desarrolló en la oficialidad de infantería. Ingresando en ese cuerpo como cadete en 1752 en Orán, trasladándose luego a Ceuta, donde participó de varias victorias contra los marroquíes en julio y noviembre de 1763 y una incursión en la ría de Tetuán, en 1765, quemando varias galeotas corsarias.

En 1771 ascendió a capitán y regresó a Orán para ejercer la ayudantía del castillo de Rosalcázar. En esa década se fue perdiendo el interés por mantener en Berbería a los oficiales con experiencia en ingeniería. Los europeos desde el siglo XVI hasta el XIX, usaron el término Berbería o costa berberisca, para referirse a las regiones del norte de África o para hablar de los piratas y los esclavistas que poblaban esas costas, y que constituían una amenaza para las embarcaciones comerciales y para las ciudades costeras del Mediterráneo (hoy conocida como Magreb).​ Muchos expertos militares fueron enviados a América, como Pizarro, Francisco de Requena o Ramón de Anguiano, como muestra de la nueva estrategia general defensiva de la Monarquía, tras el fracaso del ataque sobre Argel en 1775.

El rey Carlos III y su gobierno carecían de un plan sobre los presidios de África, el capitán general marqués de la Mina, en 1765, a pedido del marqués de Esquilache, elaboró un plan en la cual sostenía la destrucción y el abandono de los presidios menores como Melilla, Peñón de Gomera y Alhucemas. Pero ni Carlos III ni su secretario de Estado, el marqués Grimaldi, estaban de acuerdo y priorizaron un acuerdo, que era lo que quería el nuevo sultán de Marruecos, Mohamed Ben Abdalah, y que conduciría al Pacto de Paz y Comercio de Marrakech, del 27 de mayo de 1767. El tratado no duró mucho y terminó con el ataque de los marroquíes contra Melilla en 1774, resistiendo la plaza con éxito.

El rey Carlos III y el futuro Carlos IV, se aventuraron en una acción militar contra Argel en 1775. Improvisaron en la formación de una gran armada y la flota de O’Reilly perdió 5000 hombres, retirándose en medio de un caos. El chivo expiatorio fue el ministro Grimaldi, el ministro no había participado de la idea. Grimaldi fue licenciado y enviado a la embajada de Roma, reemplazando a quien sería su sucesor, el marqués de Floridablanca. El nuevo secretario de Estado se inclinó por buscar la paz y fomentar el comercio, poniendo fin a la “cruzada contra el Infiel”, una política de siglos. La monarquía inauguraba una política secular reconociendo a potencias que antes no eran consideradas legítimas por su condición de islámicas.

La primera potencia islámica con la que firmaron acuerdos fue Marruecos, con la firma de un acuerdo en 1780, luego con el Imperio otomano un Tratado de Paz y Comercio en 1782. Lo que le permitió firmar acuerdos con las señorías vasallas otomanas de Trípoli (1784), Argel (1786) y Túnez (1791), la normalización de relaciones con Argel significó el fin de la plaza de Orán como gran presidio militar y el terremoto de 1790 hizo el resto. Mientras el frente del norte del África declinaba el continente americano cobraba impulso, en especial en los años siguientes a la paz de París de 1763, se buscaba darle poderío al Imperio español por medio de la racionalización de su administración y hacienda en América.

En ese proyecto fue clave la figura del secretario de Indias José de Gálvez, que gozaba de la confianza de Esquilache, fue visitador general de la Nueva España entre 1765 y 1771 y contaba con el aval del rey para realizar reformas de gran envergadura en relación con los territorios americanos. Para emprender su tarea Gálvez se rodeó de un grupo de administradores y militares que comulgaban con sus objetivos, pero que también mantenían vínculos clientelares. Ramón García de León y Pizarro encontró en su cercanía a Gálvez, una gran oportunidad, a través de su hermano mayor, José (1738-1798). José no había emprendido el camino de las armas sino la “carrera de varas”.

Luego de doctorarse en Leyes en la Universidad de Granada trabajó en diferentes destinos en Andalucía hasta llegar a ser fiscal de la Audiencia de Sevilla. Se embarcó rumbo a América en 1776, por encargo de Gálvez para realizar la reforma general del reino de Quito. Ese encargo estaba encuadrado dentro de la gran reforma propuesto por el Consejo de Indias, tarea exitosa en la Nueva España llevada a cabo por Gálvez. Envió a los ministros a los distintos dominios americanos con amplios poderes, como fue el caso de José de Arteche, en Perú (1777).

José García de León y Pizarro, llegó a Quito como visitador general, presidente-regente de la Audiencia, superintendente de Real Hacienda y capitán general, esa suma de poderes provocó fricciones con las autoridades locales. Una de esas acusaciones fue la de nepotismo. Don José hizo todo lo posible para que su hermano Ramón pasara a servir en un destino cercano para fortalecer la red que estaba tejiendo desde Quito.

América del Sur

Pizarro había llegado a América a comienzos de 1771, y su destino fue Cartagena de Indias como Sargento Mayor del Batallón de Milicias disciplinadas de Blancos. Ramón prestó servicios en la guarnición de Cartagena de Indias, y fue gobernador de Rio del Hacha. Posteriormente pasó a la gobernación de las misiones de Maynas, luego de la expulsión de los jesuitas, quienes fueron sus fundadores. Ejerció como gobernador del territorio de Mompox, y destinado a demarcar los límites con Portugal en la zona del río Marañón.

En 1779 es nombrado gobernador de Guayaquil, destacándose por su gobierno eficaz y la modernización de las fortificaciones de ese puerto. Ostentó Capitanías Generales en las colonias españolas del Alto Perú y llegando en su carrera al grado militar en la armada real española, a la de general de Ejército. La llegada de su hermano José, fue importante para su ascenso a teniente coronel de infantería y ser nombrado gobernador interino de Río del Hacha, en la actual costa caribeña colombiana. Poco después sería ascendido a gobernador y comandante general de Maynas, en la selva peruana.

El cargo de gobernador también implicaba el cargo de primer comisario de la cuarta partida de límites entre España y Portugal en el río Marañón. A Pizarro le correspondía encargarse de la aplicación del Tratado de San Ildefonso de 1777, que corregía y completaba el tratado de límites de Madrid de 1750. Estos tratados habían terminado con el de Tordesillas de 1494, vigente hasta entonces, y verificaron que los portugueses con su estrategia de Bandeirantes y tropas de rescate, que habían trazado en el siglo XV, era un abuso a todas luces.

Se conoce como Bandeirantes a los hombres que a partir del siglo XVI penetraban en los territorios interiores del continente americano, partiendo de Sao Paulo de Piratininga (San Pablo). Bandeirante proviene del portugués "bandeira"(bandera) ya que se agrupaban usando banderas para distinguirse. Los habitantes de La Villa de Sao Paulo alejados del litoral marítimo, sin muchas alternativas económicas, atrapaban a los indígenas para venderlos como esclavos en las zonas azucareras. En los países limítrofes con Brasil los bandeirantes fueron considerados como una especie de piratas de tierra, en Brasil son reconocidos por llevar las fronteras de la América portuguesa más allá de las establecidas en el Tratado de Tordesillas.

Por sus acciones violentas contra la población indígena de origen guaraní, los bandeirantes fueron condenados por los sacerdotes de la Compañía de Jesús (los jesuitas), que se volvieron sus enemigos y con quienes entraron en combate muchas veces. Los jesuitas armaron y entrenaron militarmente a los indios de las reducciones en defensa contra los paulistas.

Durante el desarrollo del tratado de límites de Madrid de 1750, surgió una gran polémica por las misiones de indios de los jesuitas en Paraguay, muchas de las cuales pasaron a Brasil a cambio de que España recuperara la banda occidental del Río de la Plata. Los indígenas se negaban a pasar de manos de los jesuitas a la soberanía portuguesa, esto llevó a la Guerra Guaranítica (1754-1756). Las fronteras inestables y los cambios en la política europea no fueron propicios para terminar con la demarcación de la frontera, reiniciada con el tratado de 1777.

El virreinato de Nueva Granada fue una de las comisiones (la cuarta) que intervinieron en el trazado fronterizo. Debía encargarse de la ubicación de los afluentes del Amazonas que fijaría la nueva demarcación. Cartografiar en detalle la selva amazónica era un trabajo que llevaría muchos años y todo ese esfuerzo no retribuía en ascensos. Debido a su conocimiento de geografía e ingeniería, Ramón fue nombrado comisario y empezó su misión en junio de 1778. Pero ante la primera oportunidad se alejó a otro destino, gracias a su hermano José, entonces gobernador de Guayaquil. El ingeniero Francisco de Requena y Herrera, quien era su ayudante, tuvo que continuar con el trabajo.

El trabajo de Pizarro en Maynas fue breve, pero organizó y marcó el rumbo del trabajo posterior. Francisco de Requena y Herrera, era conocido suyo, ambos eran de Orán y estuvo en la academia de matemáticas y sirvió sus primeros años en el Norte de África. La misma foja de servicios tenía Félix de Azara, el ingeniero militar encargado del trazado de límites en el actual Paraguay. Azara fue un geógrafo, naturalista y humanista muy destacado, y también participó en la guerra del Norte de África. A Francisco de Requena le llevó más de una década trazar los límites con los portugueses, debido a problemas económicos, a enfermedades, a la vida extrema en la selva, etc.

La labor de Pizarro en Guayaquil fue muy importante, en una época en que estos cargos jerárquicos eran considerados “empleos”. Mejoró y reformó las defensas del puerto que se encontraban dañadas por el incendio de 1764; se encargó de la instrucción, equipamiento y disciplina de las milicias, fortificando la ciudad y su acceso portuario con buena cantidad de artillería. Aprovechando la falsa alarma sobre tres fragatas inglesas que estarían por llegar a las Indias (en realidad se dirigieron a las Indias Orientales), fue un buen pretexto para modernizar el puerto, arreglar las calles y plazas. Ordenó las fiestas populares y folclóricas como los fandangos, que no eran bien visto por la sociedad dominante.

Para las autoridades eran una ocasión para el pecado “por los deshonestos movimientos del baile y por el viento de la música provocativa”. Desarrolló la ganadería, el cultivo de la caña de azúcar, el tabaco, fundó escuelas de artes y oficios, y el comercio del cacao. El comercio del cacao fue a la postre uno de los argumentos esgrimidos por sus enemigos, acusado de monopolizar su exportación. Es innegable que en la década de 1780, los Pizarro, construyeron una red de influencias desde la intendencia de Guayaquil y desde la presidencia de la audiencia de Quito, que ostentó su hermano José hasta 1784 y continuada por el yerno de José, Juan José de Villalengua y Marfil.

La Corona no podía ignorar las denuncias de corrupción, especialmente por la organización de redes paralelas de poder. En 1788 se inició el proceso que exacerbó las pasiones de los habitantes de Quito y Guayaquil. Los Pizarro fueron exonerados de las acusaciones recibidas. Pero la Corona se encargó de desarmar la red, el presidente de la Audiencia, Villalengua y Marfil, fue enviado a Guatemala, y Ramón pasó de la intendencia de Guayaquil a la de Salta del Tucumán. Fue el segundo gobernador de esa ciudad después de su separación de la del Tucumán.

En marzo de 1789, se produjo su nombramiento, juró su cargo en Buenos Aires, capital del virreinato del Rio de la Plata. Al viajar desde Guayaquil rumbo a Buenos Aires pasó por Salta sin ejercer el cargo. De regreso y apenas llegado, hizo una larga visita al interior de la provincia y a la frontera este de su provincia, la más expuesta a los ataques de los indígenas del Chaco, especialmente por los wichís y chiriguanos, por lo que recién asumió su cargo el 19 de diciembre de 1790.

Pizarro viajó con su esposa y sus hijos José María y Rafael Francisco, que fueron ascendidos de sus destinos de cadetes en la compañía veterana de Guayaquil a subtenientes veteranos en el virreinato del Río de la Plata. El traslado a la nueva intendencia del Tucumán a simple vista no parece un ascenso, ya que es una ciudad más pequeña y económicamente inferior. En 1783 había ascendido a coronel y poco antes de su sustitución, en 1788, alcanzó el hábito de caballero de la orden de Calatrava. Tenía 54 años cuando llegó a la ciudad de Salta. Desde la mitad del siglo XVIII, Salta estaba en plena evolución como centro comercial y político.

A partir de 1784 como intendencia, lo ubicaba como nuevo centro de poder frente a ciudades como San Miguel de Tucumán. Tucumán acogió al intendente Pizarro por breves periodos en la década de 1800 para protesta de los salteños. Esta región tenía asignado un papel fundamental en la organización del virreinato del Río de la Plata, como nexo comercial de importancia entre Buenos Aires y el Alto Perú. Para un militar como Pizarro, esta intendencia era propicia para hacer méritos y optar a un mejor destino. Salta, geoestratégicamente estaba frente a una de las fronteras interiores que quedaban en América, el espacio del Gran Chaco Gualamba, poco explorado y que se extendía entre los actuales Bolivia, Paraguay y el norte de Argentina, habitado por indígenas muy hostiles, como los guaycurú, entre otros.

Desde la creación de la gobernación de Tucumán, en 1563, debía entenderse de este enorme espacio que conforma el actual norte argentino y el sector andino limítrofe con Chile y, las misiones jesuíticas fronterizas con Brasil. En un espacio de unos 700.000 kilómetros cuadrados, mayor que la Península Ibérica. Existían sólo siete ciudades españolas, muy pocas aldeas, y el resto se repartía entre estancias ganaderas y zonas pobladas por pueblos indígenas. La economía se basaba en el ganado vacuno y mular para abastecer al Alto Perú y la mano de obra indígena. Su pobreza y débil demografía explican por qué el sistema de encomienda de indios se mantuvo de alguna manera hasta el final de la época colonial.

Las intendencias en el virreinato del Rio de la Plata (1784), fueron más recientes que el virreinato, que se había desprendido del virreinato de Perú en 1776. La antigua gobernación del Tucumán se dividió en dos intendencias la de Córdoba, para su mitad sur, y la de Salta para la norte. Uno de los mayores desafíos para la nueva intendencia fue asimilar y reducir a los indígenas que poblaban en sus límites. La estrategia diseñada fue la del pacto y la guerra abierta. Los españoles distinguían entre los indios chaqueños los de “suave índole”, sin caballos, de los grupos lule-vilela y mataco-mataguayo, y por otro lado los “belicosos”, del conjunto guaycurú, formado por los pueblos toba, abipón y mocobí.

El sistema defensivo era propio del siglo XVII, basada en milicias urbanas pero que carecían de poder operativo, los hacendados no querían financiarlos ni perder trabajadores en las misiones militares. En el siglo XVIII comenzaron a producirse algunos cambios y expediciones al Chaco, como la organizada por el gobernador Esteban de Urízar en 1710. Se acogió a los grupos indígenas lules y vilelas, para mantener a raya a los guaycurúes, se establecieron asentamientos fronterizos en el río Salado, donde recibían asistencia. Estas reducciones estuvieron operativas en la década de 1730 y muchas fueron controladas por los jesuitas, donde se los evangelizaba a cambio de defender el territorio y ser fieles al rey de España.

Posteriormente, el gobernador Juan Victorino Martínez de Tineo, realizaría dos grandes incursiones en el Chaco consiguiendo la reducción de tobas, abipones y mataguayos. En 1750 las líneas fronterizas ya eran más visibles, con el río Grande de Jujuy al norte y el río Salado más al sur, entre las tierras de Salta y Santiago del Estero. La defensa estaba a cargo de las reducciones indias y de una línea de fortines mantenida por la gobernación de Tucumán. La obra de las reducciones y el trabajo misionero de los jesuitas fue muy importante, pero las reducciones no eran una línea estática sino que funcionaban de manera más permeable entre el mundo español y el nativo.

El mantenimiento de las fronteras sufrió un duro golpe con la expulsión de los jesuitas en 1767. Esta decisión provocó tensiones en la sociedad tucumana que llevó a una confusa rebelión contra el gobernador Fernández Campero. Sin la experiencia misionera y la capacidad de organización de los jesuitas, se tuvieron que enfrentar a la presión de los hacendados por los territorios y a la mano de obra para los nuevos espacios. Las reformas borbónicas llevaron a la militarización de la frontera, encargándose a fuerzas más organizadas y profesionales.

Cada fuerte era gobernado por un comandante principal, y a partir de 1782 estaban subordinados a los comandantes generales de frontera, es decir, los coroneles de milicia de Salta y Jujuy. Al formarse las intendencias, estos cargos pasaron a los subdelegados. Los comandantes de frontera, fueron los encargados de organizar las expediciones, informar los movimientos de los indígenas, estudiar el terreno, y tenían a su cargo el control de la vida en los presidios.

Todo esto se lograba gracias a la recaudación de la bula de cruzada y del “ramo de sisa”, un impuesto aplicado al exitoso comercio de mulas con el Alto Perú, y sobre otras transacciones comerciales como el aguardiente, jabón, yerba mate y ganado vacuno desde 1707. Para 1790 los ingresos de la intendencia por este impuesto significaba el 40%, la mitad era destinada para el control y mantenimiento de la frontera chaqueña. El ramo de Sisa, fue un tributo que se pagaba por las cosas vendidas; Sisa deriva del verbo hebreo sisah, que significa “quitar” o “sustraer”. La estructura recaudatoria de la gobernación de Tucumán se basaba en buena medida en el “ramo de sisa”.

En 1765, el virrey de Perú, Manuel de Amat, encargó al nuevo gobernador del Tucumán, Fernández Campero, que investigara las denuncias por malversación, corrupción y falta de pagos. Campero estimó en unos 70.000 pesos la cantidad desfalcada, solicitó la remoción de todos los oficiales reales y el traslado de las cajas reales a Salta, que se encontraban entonces en San Salvador de Jujuy, donde residía el gobierno, pero el traslado no fue posible hasta la implantación de la intendencia en 1784. El nuevo sistema de intendencia ordenó que el control fiscal del lucrativo ramo de sisa fuera controlado por un ministro contador y el tesorero de la intendencia, apartando de estas funciones a los cabildos.

Gobernador de Salta

Cuando llegó Pizarro a Salta, en la frontera existía un orden bastante razonable. Salta se hizo cargo de las Cajas Reales de Jujuy en 1784 y se erigió como sede episcopal en 1785, desprendiéndose de Córdoba. La jurisdicción de la diócesis se correspondía con la extensión de la nueva intendencia, Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca. El primer obispo arribó a la ciudad en 1806. El nuevo poder conferido al intendente, como representante de la Corona, trajo problemas con el Cabildo de la ciudad que gobernaban sin un fuerte control real. Pizarro tal como le había sucedido en Guayaquil, tuvo disputas en cuestiones de ceremonial y protocolo. El Cabildo no veía bien la posición del intendente y sus oficiales.

Pizarro tuvo que intervenir en el funcionamiento del Cabildo, también en los nombramientos, en apoyo de sus aliados de la intendencia frente a los opositores liderados por Mateo Saravia. El intendente estaba más allá del control municipal, tenía a su cargo la defensa del territorio y la gestión de la frontera. Para ello debía imponerse a los intereses del Cabildo, sus milicias y la de los hacendados. Las ciudades no querían financiar las tropas, tropas que se encontraban muy mal pagas y con escasos pertrechos, los criollos no se sentían atraídos a enrolarse. En 1790 el intendente Mestre poco antes de terminar su mandato, propuso incorporar en las milicias a mestizos, zambos, cholos y zambaigos.

Estos grupos habían acudido a socorrer a Perú durante la revuelta de Túpac Amaru y fueron muy importantes durante las incursiones militares al Chaco. Pizarro entre sus primeras acciones que realizó, fueron las inspecciones a los fuertes de la frontera, como los de San Fernando, San Luis, Ledesma, San Bernardo, Santa Bárbara y San Andrés, y las reducciones de indios de Miraflores, Valbuena, Ortega, Macapillo y San Ignacio y a otros centros poblados. Luego de comprobar in situ la situación, redactó en 1791 el primer compendio de funciones de los comandantes, sus obligaciones y como evitar que la falta de supervisión provoquen abusos y la relajación de la disciplina.

Pizarro era un experto en gestión fronteriza, procuró financiarlo adecuadamente reforzando con éxito la recaudación del ramo de sisa. Logró la vinculación de los indios atacamas a su intendencia. Los atacamas, originarios de la otra vertiente de los Andes, dependían de Potosí, pero una parte de los atacamas se habían establecido en los Valles Calchaquíes, dentro de los límites de Salta. Los atacamas tributaban a Potosí pese a no tener vinculación con ese centro, la distancia y la falta de infraestructuras hacían onerosas el pago del tributo. El cura doctrinero de Calchaquí con responsabilidades sobre los atacamas no percibía su tributo.

La solución que acordaron las autoridades de Potosí y Salta, es una muestra de la progresiva imposición de la burocracia borbónica con criterios racionales, frente a derechos históricos o tradiciones para el control del territorio. Esta tendencia al orden y a encontrar soluciones, tendrá su máxima expresión en el proceso de fundación de la Nueva Orán, que fue la principal obra de gobierno de Pizarro en Salta. La creación de esta nueva ciudad constituye toda una experiencia política y social, como fue el hecho de ingresar población española en territorio indígena.

No se puede entender estos sucesos si no se considera la experiencia de Pizarro en su Orán natal, que hasta el siglo XVIII, fue un presidio que dependía de los víveres y materiales enviados desde la Península Ibérica y además del conflicto con la región en donde se ubicaba. El gobierno de Orán había clasificado a los berberiscos en dos categorías, por un lado los “moros de paz”, que estaban protegidos por los españoles de otras tribus enemigas y, los “moros de guerra”, que no querían colaborar con las fuerzas españolas. Muy similar a la clasificación de los indígenas en el Chaco Salteño. En Orán-Mazalquivir, el gobernador José de Vallejo (1736-1738), en su breve mandato realizó reformas que convertirían a Orán en un modelo experimental para la Monarquía borbónica.

Se atrajo a la población indígena pacífica para que habitaran en la ciudad, antes prohibidos, se buscó una mejor relación comercial con el entorno para romper esa sensación de encierro. Se reforzó la compañía de mogatazes, tropa magrebí que participaba en la defensa y que es un antecedente de los ejércitos coloniales de la Edad Contemporánea. Según los historiadores esta repoblación y organización civil, fue similar a lo realizado por Juan de Goyeneche en España con su proyecto de Nuevo Baztán y que serviría de modelo a Pablo de Olavide con las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena.

Pizarro siguiendo la experiencia de Orán quiso fundar una ciudad moderna sin renegar de la tradición indiana del siglo XVI, que consistía en colonizar el territorio creando centros urbanos. Él mismo siguiendo sus conocimientos de ingeniería, eligió el lugar para la nueva ciudad, dibujó los planos y su diseño. Anteriormente había elaborado planos y proyectos para la ciudad de Salta. Entendió la importancia de la fundación de esta ciudad como una reivindicación de la nobleza de los García de León y Pizarro. Reservó el patronazgo de la iglesia mayor para sí y fundó en ella su panteón para la memoria de su linaje. En su hoja de servicios destacó la fundación como su mérito más destacado, “ocasión para hacer a Dios, V. M. y la Patria un servicio considerable”.

Mucho antes que Pizarro, hubo intentos de colonizar el Chaco. En el siglo XVI, desde Asunción del Paraguay se mandó a fundar pueblos en las márgenes del rio Bermejo, pero no tuvieron éxito. En 1626, el teniente de gobernador de Jujuy, Martín de Ledesma fundó Santiago de Guadalcázar, en el valle de Zenta y muy cerca de la Nueva Orán, pero se abandonó en 1631. En documentos de la época se menciona (Centa) en lugar de Zenta. El valle de Zenta tenía un valor estratégico por su fértil territorio y los ríos que bajaban desde Tarija y Jujuy hasta el rio Bermejo, que en el futuro podía llegar a ser una comunicación fluvial por el rio Paraná hasta Corrientes y Buenos Aires.

En 1710 se había fundado el fuerte de Ledesma, a 30 leguas de la Nueva Orán, para vigilar a los indios malbalás. En 1779, el gobernador Andrés Mestre fundó la reducción de Nuestra Señora de las Angustias de Zenta, con un fuerte de cuarenta plazas, con poblaciones de indios mataguayos y orejones, gestionada por los franciscanos del convento de Tarija (hoy Bolivia). El capitán Juan Adrián Fernández Cornejo completó la exploración con sus dos expediciones de 1780 y 1790, que permitieron conectar el valle de Zenta con Tarija y explorar su comunicación con el río Bermejo.

Cuando Pizarro inspeccionó las defensas de la frontera estuvo en el fuerte de San Andrés, próximo a la reducción de mataguayos y béfores del valle de Zenta. El área le pareció de enorme potencial y su primer plan fue fundar una estancia ganadera con unas cincuenta familias en 1972. El proyecto de la fundación de la nueva ciudad fue avalado por los cabildos de Salta y Jujuy, y por el virrey del Río de la Plata, Nicolás de Arredondo. Para Jujuy significa por un lado mayor seguridad y librarse de la defensa del área fronteriza. En esa zona existían problemas con los matacos y tobas, pero lo más importante a tener en cuenta es que no se había fundado ninguna ciudad en el Tucumán desde el siglo XVI.

Hasta entonces las fronteras se controlaban con fortines y tropas profesionales o, con el trabajo de los frailes que controlaban las reducciones indígenas. Ahora se trataba de colonos, estos recibirían un lote para construir su vivienda, un campo para cultivo y una estancia de una legua cuadrada. Según el derecho español entonces vigente estas tierras carecían de dueños y al estar situadas más allá de la frontera su reparto era legal. Los nuevos habitantes pasaban a ser milicianos y estaban obligados a portar armas. En principio se organizó un escuadrón de dragones milicianos compuesto por tres compañías de cincuenta hombres, con la meta puesta en formar el regimiento de la Nueva Orán.

Pizarro solicitó al Rey, que se otorgara el fuero de guerra a los habitantes, para que sus miembros no fueran juzgados por la justicia ordinaria sino por la justicia militar. En la América de fines del siglo XVIII tener la condición de aforados era privilegio de pocos. Los nuevos habitantes se convertían en unos privilegiados (privilegio otorgado a perpetuidad a todo aquel que naciera en el futuro en la Nueva Orán). Para lograr el máximo de población se recibió: “a españoles, mestizos y zambaigos que aunque de honrado nacimiento unos u de arregladas costumbres todos andan confundidos y miserables en las otras ciudades de esta Provª (provincia), porque no tenían tierras propias para dedicarse a un trabajo activo y lucroso”, como se anunciaba entonces.

Según las crónicas se presentaron 158 hombres casados con sus familias, un total de 809 personas. El sitio de la ciudad se ubicó cerca de la desembocadura del río de Zenta en el Grande de Tarija, no lejos de la reducción de Nuestra Señora de las Angustias de Zenta. La decisión estuvo respaldada por la Comisión encargada, integrada por el escribano mayor de Salta, representantes de los nuevos colonos, militares de la frontera e indios de la reducción, y aprobada por el intendente Pizarro, el cura doctrinero, el cacique principal y ancianos de los mataguayos y béfores.

La nueva ciudad modificó todo el territorio político y militar, el fuerte de San Andrés quedó detrás de la línea fronteriza. El intendente mandó a construir un nuevo fortín, llamado Pizarro, y una misión de franciscanos, la de Zaldúa, bautizada así por la esposa del intendente, Mariana Joaquina Zaldúa (su esposa doña Mariana Joaquina, fallecería en Salta), todo financiado con su propio dinero. La antigua reducción de Zenta fue decayendo con el tiempo frente a la nueva ciudad, los aborígenes mataguayos permanecieron en la reducción, pero los indios vejoces se reubicaron cerca del nuevo fuerte de Pizarro.

El 25 de enero de 1794, el virrey Nicolas de Arredondo otorgó la autorización para la fundación, en el mes de mayo habían elegido el emplazamiento y se presentaron los nuevos habitantes. El 16 de julio se hincó la cruz “en aquel suelo profanado hasta entonces con los detestables ejercicios de la idolatría que profesan los bárbaros indios del Chaco”. Luego se procedió a la división de manzanas y solares, y a la construcción de las casas de cada nuevo habitante fundador, se asignó un día semanal de trabajo comunitario para levantar la capilla y la casa consistorial. También se construyó un hospital, dotado por el intendente, y se reservaron solares para conventos de dominicos, franciscanos y mercedarios.

El ganado que se llevó a las estancias vírgenes del Valle del Zenta, se calcula en 45 mil cabezas de todas clases. En el mismo día de la fundación, se hizo cargo de la parroquia el Padre Sebastián Cuenca O.F.M. de forma provisoria, hasta que el señor Obispo enviara el párroco titular. Fray Sebastián Cuenca pertenecía al Colegio Franciscano de Tarija, y puso en funciones el Cabildo de la nueva ciudad y parroquia mayor. Fue la última ciudad oficialmente fundada en América y la última antes de la Independencia de la actual Argentina. Y la única de las que aún existían en 1810 que no llegó a ser capital de provincia.

El 31 de agosto de 1794, en la festividad de San Ramón Nonato, siguiendo la tradición española de fundar ciudades en la festividad de un santo o bajo la advocación de una virgen, se realizó la ceremonia de fundación. Aunque el acta indica la fecha del 16 de julio de 1794. Ramón García de León y Pizarro, se reservó los derechos que se le reconocían como fundador para dar nombre a la población: San Ramón de la Nueva Orán. En recuerdo al santo de su nombre, Ramón Nonato, miembro de la orden de los Mercedarios, orden fundada por San Pedro Nolasco para rescatar a los cautivos en manos de los musulmanes del Norte de África. Nacido en Portell, perteneciente a la antigua Corona de Aragón.

Su epíteto nonnatus (en latín: no nacido) se deriva de haber sido extraído del vientre de su madre por cesárea después de que ella hubiera muerto.​ Como redentor de cautivos viajó al norte de África, pagó rescate por varios prisioneros y, siguiendo el cuarto voto de estos religiosos, cuando se agotó el dinero que llevaba, se quedó como rehén a cambio de la liberación de otro cristiano. Mientras estaba en cautiverio, sus carceleros musulmanes lo martirizaron perforando sus labios con hierro candente para colocarle un cerrojo en su boca e impedir su prédica. Fue rescatado por su orden y en 1239 retornó a España. Es el santo patrono de los partos, niños, embarazadas y las personas acusadas falsamente.

“Nueva Orán” era un homenaje a su ciudad natal, “en memoria de la fiel Orán de África, mi Patria, que ha sido destruida no por debilidad de su leal guarnición, sino por los terremotos que preparó naturaleza y permitió el Cielo”. La ceremonia fue similar a las proclamaciones regias en las ciudades americanas, que constituían la gran festividad de celebración en aquel siglo. Se realizaba un paseo y se alzaba el pendón real, símbolo de la soberanía de Carlos IV y la exhibición de su retrato. En el paseo el encargado de portar el pendón fue el alférez real de la nueva ciudad, Diego José de Pueyrredón.

Participaron además del fundador, representantes de los cabildos de Salta y Jujuy, las milicias de la Puna, los vecinos e indios reducidos. Pizarro, en calidad de nuevo fundador, se reservó el derecho de la composición política y redactó las ordenanzas de la ciudad en julio de 1795. La nueva ciudad contaba con un Cabildo completo y alférez real, lo que homologaba a la Nueva Orán con las principales ciudades de la América española. Eligió como regidores a Diego José Pueyrredón (regidor alférez real), a Juan Antonio Moro Díaz (regidor alcalde mayor provisional de la Santa Hermandad) y a Cipriano González de la Madrid (regidor alguacil mayor), también hay que incluir a Inocencio de Acosta, sargento mayor de las milicias de Tarija.

Antonio Moro Díaz y González de la Madrid procedían de Salta, José Pueyrredón de Jujuy y Acosta de Tarija. Los centros urbanos cercanos a la Nueva Orán trataron de influenciar en ella, los miembros políticos entorno al intendente se movieron para favorecer a sus hombres y lograr beneficios económicos, ese es el caso de Diego José Pueyrredón, originario de Buenos Aires y hermano menor de Juan Martín, el futuro director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. La casa comercial familiar tenía su sede en Buenos Aires y Diego José ejercía de representante de sus intereses en Salta, en el camino a Potosí.

Dejando de lado estas apetencias personales, la fundación fue de una enorme importancia simbólica, que consistía en la misión de lucha contra los indígenas que se oponían bélicamente y de punta de lanza de la civilización española. Uno de los primeros actos de la nueva ciudad fue la consagración de la iglesia mayor, a la que se trasladaron los ornamentos litúrgicos de la fallida y abandonada reducción de Petacas, un claro mensaje de que se superaban los fracasos precedentes. El Rey Carlos IV aprobó la fundación de la ciudad por Real Cédula del 4 de diciembre de 1796, y les autorizaba para que eligieran un escudo de armas.

Los pobladores propusieron uno con un castillo, tomado de las armas de Ramón García de León y Pizarro, y tres barras en diagonal y como lema: “Expugnabo fidei inimicus” (Venceré a los enemigos de la fe), “pues no teniendo otro modo como demostrar nuestro agradecimiento, reiteramos aquel juramento, prometiendo de nuevo sacrificarnos contra los enemigos de la fé y de nuestras leyes”.

Escudo de OránEscudo de Orán

Escudo original de Orán      Escudo actual de San Ramón de la Nueva Orán

En 1796 regresaron las tensiones fronterizas, ese mismo año se produjeron varios ataques sobre el puesto del río Sora y el paraje de Caimancito, adjudicándose la autoría a los tobas de la reducción de San Ignacio. En 1799 se repitieron los problemas con los tobas, pero en esta ocasión tuvieron una enorme resonancia por la revuelta general de los guaraníes (conocidos como “chiriguanos” por los españoles), de la sierra de Sauces, en la jurisdicción altoperuana de Santa Cruz de la Sierra (hoy Bolivia).

Pizarro enfrentó directamente este último alzamiento, porque ejercía la presidencia de la audiencia de Charcas (también conocida como La Plata o Chuquisaca, actual Sucre, Bolivia), y tenía jurisdicción sobre Santa Cruz de la Sierra. En octubre de 1797 había pasado de la intendencia de Salta a Charcas, en primer lugar, por su meritoria actuación en Salta y la inestimable ayuda de su hermano José, entonces consejero de Indias. Cuando ocupaba el cargo en Salta, recibió los reales despachos de Mariscal de Campo y tuvo la desgracia de perder a su abnegada esposa. Los restos de Doña Mariana Zaldúa, fueron trasladados a la Nueva Orán en 1797, siendo enterrados en el interior de la Iglesia.

Antes de finalizar su mandato, ordenó la construcción de la torre del edificio del Cabildo. Don Francisco Centeno describió de esta manera al fundador de Orán: "Este personaje era Oval, nariz corta, ojos redondos y negros, cabellera rizada y empolvada", y agregaba lo siguiente: "Dentro de su moralidad estricta, sus sentimientos religiosos austeros, de sus funciones públicas exactas y sin claudicación, el Señor Pizarro solía tener su buen humor y modalidades peculiares, y ser a la vez chistoso y ocurrente en el trato social y familiar".

San Ramón de la Nueva Orán, cumplió cabalmente con los fines que le fue asignado a su fundación, pudo contribuir a la campaña contra los tobas con hombres de armas y 567 pesos para su mantenimiento. En el año 1800, el nuevo fuerte Pizarro tuvo su bautismo de fuego, sufriendo su primer ataque, al siguiente año respondieron con una salida organizada por vecinos y hacendados de la zona que acabó con la vida de doscientos indígenas. Orán en la práctica cumplió como vanguardia y bastión fronterizo. Luego de su traslado a Charcas y de no conservar más vinculación oficial con la intendencia de Salta, Pizarro recordaba y vigilaba con gran atención la evolución de la nueva ciudad:

“Les reitero con las mayores veras de mi afecto el q. no los borraré de mi memoria en toda mi vida, para contribuir según sean mis facultades, pa. el beneficio común y pa. la prosperidad que tanto deseo a esa ciudad”.

Ramón García Pizarro al cabildo y regimiento de Orán, Salta, 1 de octubre de 1797. En Libro en q. consta testimoniado lo obrado para la fundación de esta ciudad de Sn. Ramón de la Nueva Oran en el Valle de Zenta. Año de 1794.

Gobernador de Charcas

En octubre de 1796, había sido nombrado gobernador de Charcas, cargo que incluía la presidencia de la Audiencia de esa ciudad. Desde Salta se dirigió a su nuevo destino acompañado de su hija adoptiva, Ana María García de León y Pizarro, y para llegar a La Plata tomó el camino de la quebrada de Humahuaca, pasando por la villa de Potosí. Recién asumiría su cargo en octubre de 1797, entonces tenía sesenta y dos años. Ejerció la presidencia de Charcas hasta el 26 de mayo de 1809, año en el que fue depuesto y apresado.

Al llegar a la ciudad la encontró muy abandonada lleno de “muladares”, barrancos interiores, calles sin empedrados y sucias. Se ocupó de la limpieza, hizo enlozar las veredas de 85 cuadras, construyó una nueva alameda con tres avenidas arboladas que llamó El Prado (hoy Parque Bolívar) con calzadas, pirámides, asientos y pila de agua. En 1803, delineó el plano de la ciudad de La Plata describiendo los edificios y lugares importantes e indicando una cronología de los presidentes de la Audiencia de Charcas. Con sus “bandos de buen gobierno” estableció el comercio del pan y la carne, evitando el agio y la especulación; controló los excesos que se producían durante el “Miércoles de Ceniza” y las fiestas seculares en honor a la Virgen de Guadalupe.

La relación con los oidores fue tranquila hasta 1804, pero cambió con la llegada del asesor interino de la presidencia, Pedro Vicente Cañete, descripto como un legista autoritario y culto, quien influyó ante Pizarro induciéndole a hacer uso irrestricto de sus prerrogativas, con lo que comenzó una relación de tirantez entre el presidente y la Audiencia por espacios de poder. Hubo diferencias de criterio sobre las confusas noticias de las invasiones inglesas de 1806 a Buenos Aires. Al producirse las invasiones, Pizarro organizó fuerzas militares para unirse a las del virrey Rafael de Sobremonte, pero no llegaron a combatir.

Intentó reformar la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca que, luego de la expulsión jesuítica de Charcas, estaba casi abandonada. Para ese fin acudió al arzobispo Benito María Moxó y Francolí, que había llegado a la ciudad en enero de 1807. Las autoridades de la ciudad, la Audiencia, la Universidad y el Arzobispo Moxó, se encontraban enfrentados, Pizarro tomó partido por Moxó enemistándose con los demás. Debido a su avanzada edad, dejó en manos de sus colaboradores más cercanos las cuestiones administrativas. Su gobierno fue en general positivo. El segundo punto de fricción, fue sobre la invasión napoleónica en España.

Ante la ocupación de España por Napoleón y la abdicación de Carlos IV y asunción de Fernando VII, seguidas del alzamiento popular español y la formación de la Junta de Sevilla, Pizarro y el arzobispo Moxó, de acuerdo con el virrey Santiago de Liniers, quisieron hacerlo público y evaluaron necesario el reconocimiento de la Junta. Santiago de Liniers fue un noble y militar de origen francés, se desempeñó como funcionario español y fue favorecido con la Real Cédula con el título de Conde de Buenos Aires. Tuvo una valiente actuación al frente de la resistencia de Buenos Aires durante la invasión inglesa. Fue el penúltimo virrey del Rio de la Plata, posteriormente sería fusilado en Córdoba (Argentina).

En cambio los oidores, consideraban que lo mejor era “no hacer novedad” y esperar. Pizarro resolvió convocar a Real Acuerdo de la Audiencia. Los oidores rechazaron el pedido del arzobispo de ser admitido a esa sesión; inculparon de debilidad a Moxó, por sus rogativas invocando la salvación de España, la tensión aumentó entre los ministros y el presidente. Al llegar el brigadier Goyeneche a Charcas, Pizarro volvió a convocar a Real Acuerdo para recibirlo, pero, los oidores mostraron su hostilidad hacia Goyeneche, que se evidenció en el violento altercado entre Goyeneche y el regente José Antonio Boeto.

De José Antonio Boeto no se supo con certeza si era natural de España, lo que se conoce es que fue doctor en Derecho. En 1778 llega al Perú y fue nombrado Gobernador de Huancavelica, luego pasa a Lima, donde es nombrado alcalde del crimen, cargo en el que demostró corrupción. En 1786 es nombrado regente de la Real Audiencia de Charcas, donde realiza numerosas componendas con los azogueros. Tiene tres hijos con Manuela Eguía y Martierena, dama de la élite salteña, se casaría con ella tiempo después. Nombrado albacea de tres huérfanas de Yotala, les arrebató su único bien, una hacienda, que pasó a ser de su propiedad. Se hizo rico por sus prebendas y se lo conocía por poseer una gran colección de plata.

Boeto fue enemigo declarado de Pizarro, con quien se enfrentó en numerosas ocasiones. Al recibirse la noticia de la prisión del Fernando VII, no asiste al Te Deum en su honor. El 14 de Octubre de 1808 durante el festejo del cumpleaños del Rey, dice que “el Tribunal no duda que el Rey, nuestro señor Don Fernando VII se halla en su trono pacíficamente gobernando”, como un acto de desconocimiento a la Junta de Sevilla. Cuando arriba el brigadier José Manuel de Goyeneche, y se reúne con la Real Audiencia el 12 de Noviembre pide revisar sus credenciales; como no acceden, inicia un altercado causando un escándalo, que seguramente estaba en sus planes. Sin embargo este altercado le produce una apoplejía que le produce la muerte poco después, el 8 de Diciembre.

Tras pasar por Buenos Aires a finales de 1808, el militar español José Manuel de Goyeneche, nacido en Arequipa (actual Perú), llega a Chuquisaca sede de la Real Audiencia de Charcas, comisionado por la Junta de Sevilla para preservar los derechos del rey Fernando VII. Ramón García de León y Pizarro reconoció la autoridad de la junta peninsular. Durante su estancia en Chuquisaca, Goyeneche se entrevistó en varias ocasiones con Pizarro y con el arzobispo de Charcas Benito María Moxó y Francolí, ambos en conflicto con los oidores de la Real Audiencia y con el cabildo eclesiástico. El brigadier Goyeneche traía noticias del alzamiento español contra los franceses y venía a solicitar ayuda.

En su camino a Chuquisaca, Goyeneche había sido entrevistado en Rio de Janeiro por seguidores de la princesa Carlota Joaquina de Borbón, hermana del rey y esposa del regente y heredero de Portugal, aspirante a la corona. Otras versiones sostienen que dicha entrevista fue con la propia princesa. La reina Carlota le habría entregado cartas con sus pretensiones dirigidas a las autoridades coloniales que él iba a visitar. Goyeneche aceptó el encargo, sin comprometerse más que actuar de mensajero.

Estos rumores ocasionaron un evidente malestar, la Audiencia lo acusó de estar conspirando con los portugueses para anexar el Virreinato del Río de la Plata (incluido el Alto Perú) al imperio portugués. La población no veía bien a los portugueses, a mediados del siglo XVIII la provincia de Chiquitos, en los llanos al oriente de Chuquisaca, había sufrido la incursión de los bandeirantes, quienes secuestraron a los aborígenes para venderlos como esclavos. Las comunicaciones de la princesa Carlota no pasaron de meras formalidades que se despachan antes de que el plenipotenciario siguiera camino de Lima. Tras varias semanas de discusiones, el virrey del Perú José Fernando de Abascal, le otorgó el rango de brigadier y la presidencia provisoria de la Real Audiencia del Cuzco.

Mientras tanto los “doctores”, agrupados en la Academia Carolina, de práctica forense, y liderados por los hermanos Jaime y Manuel Zudáñez; quienes se dedicaron a la difusión de “pasquines” sediciosos que proclamaban la idea de independencia. En Chuquisaca existía un ambiente pre revolucionario en vísperas del 25 de mayo de 1809 cuando se produjo el primer movimiento de ruptura contra la autoridad local y virreinal, de orientación encubierta hacia la autonomía. Los oidores mantenían fidelidad al rey Fernando VII, pero actuaban bajo la inspiración directa de los doctores revolucionarios, que estaban dispuestos a cumplir sus planes de insurgencia.

Pizarro contaba con el apoyo del intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz, del arzobispo Moxó, que entonces carecía ya de autoridad, así como también del lejano virrey de Buenos Aires. La crisis había avanzado a un grado extremo de tensión, que Pizarro ordenó que fueran arrestados todos los oidores, logrando sólo su propósito en el caso de Jaime Zudáñez, pues los demás oidores se habían puesto a buen recaudo. Zudáñez, era uno de los más revoltosos que querían reemplazar a Pizarro, los miembros de la Audiencia querían llevar a término sus propósitos, pidiendo repetidamente a Pizarro su dimisión. Hay varias versiones sobre los sucesos en esos días, hechos que no son importantes simplemente anecdóticos.

Hay quienes dicen que la noche del día 25, mientras Jaime Zudáñez, era conducido detenido por las calles, el abogado gritó a la multitud que iba a ser ahorcado. La multitud logró liberarlo poniéndolo a la cabeza de la multitud que irrumpió ante el palacio presidencial en que se refugió Pizarro. Otra versión sostiene que la madrugada del 25 de mayo de 1809, un movimiento armado lo quiso poner en libertad y la guardia del palacio hizo algunas descargas de prevención. Se presentaron ante Pizarro una delegación integrada por el subdelegado del Partido de Yamparáez, teniente coronel Juan Antonio Álvarez de Arenales, el alcalde Paredes y el padre Polanco, solicitando el retiro de la artillería desplegada por el gobernador.

Pizarro aceptó pero, una vez que entraron los delegados populares al palacio, sus oficiales leales rechazaron las exigencias, pero ya los insurrectos habían obligado la entrega de los cañones guardados en el cuartel, apoderándose de la artillería y municiones, exigiendo la deposición y arresto del presidente. García de León y Pizarro dimitió y la Audiencia asumió el mando político y militar, nombrando a Álvarez de Arenales como comandante general y al decano de la Audiencia, José de la Iglesia como gobernador de Charcas. El sábado 27 de mayo, por decisión de la Audiencia, Pizarro fue llevado preso a un recinto de la Universidad.

Camino a prisión fueron por delante de Pizarro el comandante Álvarez de Arenales, con su bastón de mando, y a su lado el oidor Ussoz y Mozi; detrás, el escribano Ángel Mariano Toro. Acompañados por el capitán de las milicias recién organizadas, Joaquín Lemoine, y diez milicianos uniformados y armados con fusiles. El ex gobernador fue insultado en el trayecto, se le tomó una declaración y le realizaron un embargo e inventario de sus bienes, fue sometido a juicio por traición a la patria y la guarnición fue desarmada, pasando las armas a la revolución. Pizarro permaneció recluido en un pequeño ambiente de lo que hoy es el Museo Casa de la Libertad hasta el 18 de noviembre de 1809, según consta en un oficio del arzobispo Moxó al virrey Baltazar Hidalgo de Cisneros.

Uno de los primeros actos de la Audiencia fue designar a Álvarez de Arenales (militar español, hasta entonces alcalde del pueblo vecino de Yamparáez) jefe de la milicia. Nombrar comisionados, todos ellos sugeridos por los doctores radicales, con la misión de partir rumbo a las provincias de Charcas para comunicar lo acaecido en la capital, solicitando su adhesión. La revuelta de Chuquisaca inicialmente no fue independentista, en todo momento mencionaron su adhesión a sostener los derechos de Fernando VII en contra de los carlotistas.

Algunos dirigentes de la revuelta organizaron reuniones aprovechando la situación para lograr la independencia. Por ejemplo, Paredes, Mariano Michel, Alzérraca, José Manuel Mercado, Álvarez de Arenales, Lanza y Monteagudo. Los emisarios enviados a las ciudades, fueron escogidos para fomentar la independencia. Monteagudo a Potosí y Tupiza, Michel y Mercado fueron a La Paz, Alzérraca y Juan María Pulido a Cochabamba, Joaquín Lemoine a Santa Cruz de la Sierra y Manuel Moreno a Buenos Aires.

Mariano Michel permaneció más de un mes en La Paz, y logró que muchos líderes locales, que habían sido influidos por ideas independentistas en la universidad de Charcas, entre ellos Pedro Domingo Murillo, depusieran al gobernador intendente Tadeo Dávila y al obispo de La Paz, Remigio de la Santa y Ortega, el 16 de julio de 1809. Estableciendo una junta de gobierno independentista denominada Junta Tuitiva presidida por el coronel Pedro Domingo Murillo. A diferencia de la Revolución de Chuquisaca, la revolución de La Paz, es totalmente independentista y la Junta Tuitiva el primer gobierno independiente de América del Sur, cuya duración fue muy efímera.

Ante estos acontecimientos, el gobernador intendente de potosí, el malagueño don Francisco de Paula Sanz, quien había desempeñado funciones en el sur del continente americano, marchó al mando de un destacamento sobre la sede de la audiencia, “dispuesto a dar buena cuenta de los insurrectos”. Sin embargo al llegar a Chuquisaca, una comisión de los oidores convenció al gobernador para que actuara con cautela y evitara el sacrificio de vidas inocentes. También habrían amenazado con quitarle la vida a Pizarro, si las tropas actuaban con violencia. Francisco de Paula Sanz, retornó a Potosí sin reponer a Pizarro en el poder.

En reacción al avance de Francisco de Paula Sanz; Álvarez de Arenales organizó la defensa formando las milicias de Chuquisaca y Yamparáez con nueve compañías de infantería organizadas por los oficios de sus miembros: I. Infantería (al mando de Joaquín Lemoine), II. Académicos (Manuel de Zudáñez), III. Plateros (Juan Manuel Lemoyne), IV. Tejedores (Pedro Carbajal), V. Sastres (Toribio Salinas), VI. Sombrereros (Manuel de Entre Ambas Aguas), VII. Zapateros (Miguel Monteagudo), VIII. Pintores (Diego Ruiz) y IX. Varios gremios (Manuel Corcuera).

Las compañías se completaron con tres partidas de caballería ligera al mando de Manuel de Sotomayor, Mariano Guzmán y Nicolás de Larrazábal, un cuerpo de artillería al mando de Jaime de Zudáñez y un batallón de pardos y morenos. Francisco de Paula Sanz, al radicalizarse la situación desconoció a la Audiencia de Charcas y a la Junta Tuitiva de La Paz, procediendo a separar a los oficiales americanos del Batallón de Cívicos e hizo arrestar a varios simpatizantes de la Audiencia. Pidió ayuda al virrey del Perú José Fernando de Abascal y Sousa y al cacique aymara de Chayanta, Martín Herrera Chairari, famoso por su crueldad.

Manuel Asencio Padilla con guerrilleros reclutados en Tomina y Chayanta, atacó a Chairari impidiendo que abasteciera con víveres y forraje a las tropas de Paula Sanz. Chairari fue degollado por los aymaras aprovechando las circunstancias para liberarse de él. Al ser conocidos estos sucesos en Buenos Aires, el virrey reaccionó desconociendo a las autoridades insubordinadas. El brigadier José Manuel de Goyeneche, presidente interino de la Real Audiencia del Cuzco, por instrucción del virrey Abascal, ofreció al virrey del Río de la Plata Baltasar Hidalgo de Cisneros sus fuerzas militares para actuar sobre los sublevados de La Paz y de Charcas.

Cisneros aceptó el ofrecimiento el 21 de septiembre pidiendo que se coordinara con el general Vicente Nieto, ex gobernador de Montevideo (Hoy, capital de Uruguay), quien había sido nombrado presidente de la Audiencia de Charcas y viajaba desde Buenos Aires al mando de casi un millar de soldados, junto al subinspector general Bernardo Lecocq y al coronel Córdoba. Las tropas partieron de Buenos Aires el 4 de octubre de 1809, incorporando algunos soldados en Salta, participando en esta expedición soldados veteranos de Dragones, infantería y artillería, una compañía de marina y tropas milicianas de Patricios, Arribeños, Andaluces, Montañeses y Artilleros de la Unión.

Al finalizar el año, partieron desde Jujuy rumbo a Chuquisaca, en diciembre llegó la expedición del brigadier Vicente Nieto, y envió una proclama a Charcas exigiendo la rendición de la plaza. La Junta “Alzada” en principio estaba dispuesta a defenderse, pero las escasas fuerzas reunidas para hacerle frente se dispersaron sin intentar resistir. Aceptaron las condiciones de Nieto y recibieron a éste sin hostilidad. Al llegar las tropas a Potosí, la Real Audiencia de Charcas había enviado una diputación avisando la liberación de García de León y Pizarro.

Las tropas entraron pacíficamente en Chuquisaca el 24 de diciembre de 1809. Nieto hizo arrestar a los oidores de la Audiencia y a muchos de sus partidarios, entre ellos a Juan A. Fernández, Lemoine y Álvarez de Arenales, siendo remitidos a los calabozos del Callao. Zudáñez y Monteagudo huyeron de Chuquisaca, la Real Audiencia fue restablecida y las compañías fueron disueltas, pero el antiguo orden no volvería a ser el mismo.

El jefe español asumió el control de la Audiencia e inició juicios contra los alzados. En Chuquisaca los sublevados solamente fueron juzgados y condenados a prisión o al destierro, en cambio en La Paz los dirigentes fueron ejecutados y quince fueron encarcelados en prisiones como Cartagena de Indias, en las Islas Malvinas, Filipinas y en La Habana. García Pizarro quien estuvo en prisión desde el 25 de mayo de 1809, fue liberado por el gobierno insurrecto pocos días antes del ingreso de Nieto en la ciudad. Ramón García de León y Pizarro reasumió en forma simbólica su cargo como presidente de la Audiencia, función que no llegó a desempeñar.

Últimos años de Ramón García de León y Pizarro

A los pocos meses Pizarro fue reemplazado por Francisco de Paula Sanz, deprimido y debido a su edad avanzada, alejado de toda actividad, se retiró a su vivienda de Chuquisaca, aunque otras versiones suponen erróneamente que se retiró a San Ramón de la Nueva Orán. El 25 de mayo de 1810 una revolución que se levantó inicialmente en Buenos Aires, en nombre de Fernando VII, desencadenando una serie de sucesos que desembocaron en la independencia de las repúblicas de América del Sur. Luego de la Revolución de mayo de 1810, se organizó en Buenos Aires, el primer ejército auxiliar que marchó al Alto Perú para liberar a las provincias altas del gobierno español.

Las principales ciudades se adhirieron sucesivamente a Buenos Aires. Mientras tanto en Chuquisaca, la Junta de Buenos Aires fue reconocida en Cabildo abierto; el 13 de noviembre de 1810, antes de la llegada de la expedición de Castelli. Como consecuencia de la revolución, la vida de García de León y Pizarro estuvo sometida a circunstancias contradictorias, conforme a los designios de los independentistas o realistas que ocuparon y tuvieron el control de la ciudad. Cuando las tropas de Álvarez de Arenales y Manuel Asencio Padilla ocuparon temporalmente la ciudad en 1815, no actuaron con hostilidad contra él.

Pero tras la llegada del militar independentista Martín Rodríguez, no ocurrió lo mismo, quien cometió represalias contra aquellos que demostraron fidelidad al Rey. Ramón García de León y Pizarro sufrió saqueos, atropellos y maltratos durante ese periodo. Al entrar el tercer ejército (argentino) en Chuquisaca, en octubre de 1815, su jefe, el general José Rondeau, entonces jefe del Ejército del Norte, no guardó miramientos con Pizarro. Al estallar la Revolución de Mayo en Buenos Aires, consciente de que la caída del régimen imperial era irreversible, anunció que:

“Con un Pizarro comenzó la dominación española, y con un Pizarro comenzó también la Independencia.”

Los sucesivos avances independentistas no fueron clementes con Pizarro, que debido a su avanzada edad estaba retirado en su casa o en el convento de San Felipe. Mientras el gobierno pasaba a la Audiencia y se formaban milicias para defender la nueva situación. Pizarro buscó en los claustros de la Real Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, el retiro y la oración. En ese lugar permaneció más de siete meses, su hijo Rafael presentó la siguiente información al Cabildo secular de La Plata (Chuquisaca):

“Lo que más atribuló su corazón fue el humillante arresto de su persona el cuatro de Diciembre último, en que profanando la casa santa del Oratorio Neriano, y sin apiadarse de verlo enfermo en cama, donde lo habían postrado a fuerza de pesadumbre, lo sacan de ella, lo conducen escoltado con indecible ignominia y lo ponen presos en la inmunda caballeriza de la Casa Pretorial, donde había gobernado más de doce años, le privan de la comunicación con sus domésticos y de todo humano auxilio, le intiman su destierro, cierran los oídos a sus justas exclamaciones, tienen ya al frente dispuesta la escoba para que camine a pie y sin cama, y así hubiera sucedido si no rescata su respetable persona, como si fuera un esclavo, en el precio de dos mil pesos que fueron los últimos que exhibió (a más de un costoso espadín de oro, que le arrebataron con violencia) la mayor parte en alhaja a falta de numerario que ya no tenía ni para la natural subsistencia de los pocos días que le restaban de vida.
En esta mazmorra fue donde imploró nuevos auxilios del cielo para resistir con cristiana resignación y paciencia este golpe mortal, superior a las débiles fuerzas de su mayor avanzada edad, el cual efectivamente le causó su improvisa muerte antes de las cuarenta y ocho horas, se ocultó en el Oratorio bajo de San Felipe el día seis de Diciembre, donde por la tarde se le encontró muerto al pie del mismo altar que había regado con sus lágrimas confesando y comulgando semanalmente los siete meses que allí estuvo refugiado. Al momento que expiró se apoderaron los mandones revolucionarios de los bienes que se le encontraron.”

A Pizarro se le impuso una contribución de 6.000 pesos. Cuando el ejército de Buenos Aires se enteró de la derrota independentista en Sipe-Sipe, los porteños antes de iniciar la retirada, procedieron al saqueo de sus bienes. El caso de Ramón García de León y Pizarro es un ejemplo de cómo se reprimió a los realistas en Chuquisaca, con humillación pública y expolio total de sus bienes materiales. Pizarro falleció el 6 de diciembre de 1815. Fue enterrado al día siguiente de las exequias en la cripta del Oratorio de San Felipe de Neri en La Plata (hoy Sucre). Un nieto del fundador de la Nueva Orán, Miguel de los Santos Taborga, llegaría a ser con el tiempo arzobispo de La Plata (Sucre).

El 6 de julio de 1817 se efectuó la concesión de la Cruz de Comendador de la Real Orden Americana de Isabel la Católica por el rey Fernando VII a Rafael García Pizarro, tesorero del Ejército, en premio a sus servicios y a los de su padre, el Marqués de Casa Pizarro en varios cargos, especialmente como Presidente de la Audiencia de Charcas y en las luchas por la independencia en el bando realista. El rey también otorgó al marqués de Casa Pizarro, el título previo de Vizconde que le correspondió por el Vizcondado de la Nueva-Orán.

Su familia

A los 35 años de edad, García de León y Pizarro se casó con Mariana Joaquina Zaldúa y Ruiz de la Torre, perteneciente a una antigua familia española con ascendencia en el Señorío de Villardompardo, desde la época de Enrique III de Castilla y el Condado de Villardompardo, desde Felipe II de Austria, con la cual tuvo tres hijos, de los cuáles sólo dos vivieron, José María y Rafael Francisco, quienes siguieron la profesión de su padre en diferentes niveles del ejército español y dieron descendencia en España y en América.

Escudo de Ramón García de León
Escudo de Ramón García de León y Pizarro.

Una de las descendencias en América fue dada por uno de sus hijos, José María García de León y Pizarro Zaldúa, quién hizo carrera de las armas en el Ejército español, llegando a Primer Teniente del Batallón de Voluntarios de Castilla en 1798, Teniente del Regimiento Fijo de Buenos Aires en 1799 y sorprendentemente se incorporó como Coronel al Regimiento de Granaderos a caballo, al mando de José de San Martín (independentista), muerto inmediatamente después de la Batalla de Tanizahua. José María se casó dos veces por su viudez, una con Mercedes María Ávila y Mogrovejo, de Quito, con quien tuvo hijos, que según se dice algunos murieron siendo infantes por enfermedad.

El único hijo que vivió y le dio descendencia fue Rafael García y Ávila, quien a su vez se casó en Quito con la heredera más rica de esa ciudad, Mercedes Carrión y de la Barrera, descendiente por línea directa de Álvaro de Carrión, hidalgo español. A partir de aquí, continuó su descendencia en Quito la rama troncal de la familia García y Carrión, que llega hasta nuestros días en esa misma ciudad.

La descendencia que se continuó en España, fue la de su otro hijo Rafael Francisco García de León y Pizarro Zaldúa, su primogénito quién heredó el título de Marqués de Casa Pizarro, por ser la primera línea sucesoria de su padre y quién obtuviera a su vez el título de Caballero de la Orden de Santiago. Rafael Francisco contrajo matrimonio con María Ramona March y Odoyle, de antigua prosapia madrileña y quién fuera camarista de la reina, la cual sucedió a éste, muriendo muchos años después y de la cual se desprende la rama que vive en España y conserva el título del antiguo marquesado de Casa Pizarro hasta nuestros días.

A su vez, José García de León y Pizarro Zaldúa contrajo matrimonio con María Micaela de Frías Ponce de León, hija de Francisco Frías y de Josefa Ponce de León, ambas familias de antiguo linaje español, el cual tuvieron a su única hija mujer, María Dolores García de León y Pizarro Frías, que contrajo matrimonio con Manuel Valenzuela Viñal y Cisneros, quién fuera Ministro de la Junta General de Comercio Moneda y Minas de su majestad el rey de España.

Su otro hijo, Domingo García de León y Pizarro Frías, vivió en España y a su regreso (en los tiempos postreros de su abuelo) se radicó un tiempo en Salta (Argentina). Domingo tuvo a su vez un único hijo con María Álvarez de Toledo y Pimentel, que fue su descendiente. Domingo O. García de León y Pizarro, que a su vez contrajo matrimonio con una matrona criolla del norte argentino, de una antigua estirpe de caudillos y hacendados de Santiago del Estero, Ercilia Luna Taboada de Paz y Figueroa, con la cual tuvo varios hijos. De esta rama troncal, García de León y Pizarro y Luna Taboada, se desprende la rama directa que llega a nuestros días en sus descendientes, la familia García Yáñez.

El héroe de Tanizahua

José María García de León y Pizarro Zaldúa, hijo de Ramón García de León y Pizarro, gobernador español de Guayaquil entre 1779 y 1789, y sobrino del visitador José García de León y Pizarro, que presidió la Audiencia de Quito entre 1778 y 1784. Nació en Santa Cruz de Mompox, en la Nueva Granada, el 14 de junio de 1776. En 1794 ingresó al ejército español, alcanzando el grado de Primer Teniente del Batallón de Voluntarios de Castilla, en 1798. Al año siguiente fue ascendido a Teniente del Regimiento Fijo de Buenos Aires. En 1807 luchó bajo el mando del virrey Santiago de Liniers durante el ataque británico a Buenos Aires y en 1809 se enteró de la destitución de su padre como Presidente de Real Audiencia de Charcas.

Como sucedió con muchos españoles nacidos en esta orilla, tal vez asumiendo su condición americana, se enroló en el ejército del también español José de San Martín. Con él cruzó los Andes en 1817 y combatió en las batallas de Chacabuco y Maipú, que sellaron la independencia de Chile. En agosto de 1820 formó parte del ejército (hoy argentino–chileno) que salió de Valparaíso para independizar al Perú, desembarcando en Huacho, al norte de Lima, y luego en Ancón, cerca de esa ciudad. Hasta Ancón llegó una misión de Guayaquil para solicitar ayuda militar a San Martín. El entonces coronel de Estado Mayor don José María García de León y Pizarro Zaldúa, comandante de Caballería, se ofreció como voluntario para integrar esa misión.

Las fuerzas independentistas de Guayaquil ya habían comenzado la campaña sobre la Sierra, triunfando en Camino Real, el 9 de noviembre, y sufrieron una grave derrota en Huachi, el 22 de noviembre. El coronel García fue enviado al mando de una tropa de 200 hombres, con la misión de asegurar el altiplano de Guaranda y evitar el avance sobre Guayaquil. El 3 de enero de 1821, fue emboscado por una fuerza combinada de tropas y milicias españolas dirigidas por el cura Javier Benavides. Capturado, el coronel García, fue juzgado sumariamente y fusilado al día siguiente en Guaranda. Desde entonces es conocido como el héroe de Tanizahua.

Rafael Francisco García de León y Pizarro Zaldúa, su único hijo con vida (primogénito), su hermano José María había muerto antes en la guerra de la independencia del Perú, fue quien llegó de España pocos días después de la muerte de su padre Ramón García de León y Pizarro, para poder despedirse y darle un honroso sepelio. A su vez, Rafael Francisco ya como II Marqués de Casa Pizarro, intentó reclamar los bienes de su padre Ramón, en la Nueva Orán, pero los mismos fueron sólo una estéril solicitud frente a una América sumida en una revolución.

Para los historiadores la Revolución de Chuquisaca constituye el primer movimiento independentista en Iberoamérica. Afirmación alejada de la verdad, fue simplemente una revolución monárquica leales a Fernando VII, para ser más preciso fue una revuelta entre fernandistas y supuestos carlotistas, sin intención independentista. No lo fue, aunque un grupo de dirigentes aprovecharon las circunstancias para buscar la independencia. En cambio la revolución del 16 de julio en La Paz, bajo la dirección del coronel Pedro Domingo Murillo, fue abiertamente una revolución independentista. Y la Junta Tuitiva que se formó en La Paz fue el primer intento de gobierno libre de América del Sur y origen de la independencia hispanoamericana.

En el 2015, se cumplieron doscientos años de la muerte del fundador de San Ramón de la Nueva Orán, cuyo origen de su fundación no estuvo ni en el oro ni en la plata. Su origen fue fruto de la inteligencia y la voluntad de un noble soldado del imperio español, que vivió todos los años de su existencia lejos de la España peninsular. Ramón García de León y Pizarro, quiso asegurar las fronteras del Imperio, de ese Imperio generador, que dentro de sus límites no se perdía el sol. Los españoles de entonces nacidos en ambas orillas, que actuaron influenciados por las ideas que llegaban de Francia, muy pronto quedarían atrapados en la dialéctica de imperios, en las garras del imperio depredador inglés.

Actualmente en la provincia de Salta, no muy lejos de la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán, una localidad lleva el nombre de General Pizarro, es un epónimo de Gral. Ramón García de León y Pizarro.

Chicago (Estados Unidos). Junio de 2018.

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