El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 188 · verano 2019 · página 8
Artículos

En torno a la derecha identitaria

Pedro Carlos González Cuevas

Europa, Estados Unidos y las nuevas corrientes de derechas políticas

derecha identitaria

Se quiera reconocer o no, ningún Estado es ideológicamente neutral; y menos que ninguno el liberal. Todo Estado es Estado “ético”, en el sentido que tiene como fundamento y difunde un determinado concepto de la vida y de la sociedad. En ese sentido, el papel de los medios de comunicación resulta esencial. En España e igualmente en el resto de Europa, los medios de comunicación utilizan el lenguaje de una forma claramente unidireccional, en la que los actos performativos de poder definen un entorno en el que no cabe ninguna réplica; este lenguaje lo denomina J. A. G. Pocock, “politics of bad faith”, cuyo fundamento es la relación amigo/enemigo. Se define al “otro”, al discrepante, al disidente de una forma que no admite réplica y con ello le lleva a su destrucción{1}. Tanto en su vertiente ideológica como directamente política, los medios hegemónicos –en España, pensemos en El País, como arquetipo– desarrollan una dialéctica que el gran Arthur Schopenhauer denominaba “erística”, es decir, orientada en último término con el único objetivo de obtener la victoria en las disputas sin tener en cuenta para nada la verdad. Sus recursos son la homonimia, la falsa premisa, el ataque personal, los argumentos ad hominem, la retorsio argumento, el argumentum ad auditórium, el argumentum ad verecundiam, &c.{2} Un recurso permanente de estos sectires es la pseudologia o silogismo de falsa identidad; o, como diría leo Strauss, al reductio ad Hitlerum{3}.

El ascenso en Europa, de nuevas fuerzas políticas que cuestionan, desde posiciones conservadoras y nacionalistas, el orden europeo actual ha redoblado la acción retórica de la maquinaria mediática hegemónica. Estas fuerzas políticas, que podemos conceptualizar como “identitarias”, han sido catalogadas insistentemente en los medios de comunicación como “extrema derecha” o “neofascistas”. ¿Es eso cierto?. En mi opinión, no. Sobre el concepto de “extrema derecha”, el politólogo e historiador Jean-Pierre Taguieff ha señalado que, en realidad, carece de sentido preciso, ya que nunca se construyó para designar un tipo-ideal –en el sentido weberiano– o un modelo teórico. Y señala: “Ha quedado como una expresión polémica integrada, sin un trabajo mínimo de elaboración conceptual, en el vocabulario usual de los historiadores, de los politólogos y de los especialistas en ciencias sociales, pero igualmente en los actores políticos y los periodistas: una denominación convenida, ciertamente cómoda para referirse a la amalgama abigarrada de enemigos declarados de la democracia liberal, de la izquierda socialdemócrata y del comunismo, pero conceptualmente vaga, de fronteras indeterminadas”{4}. En realidad, como señalan Seymour Martin Lipset y Earl Raab, el término “extremismo” sólo es válido para describir a los sectores políticos que intentan destruir el pluralismo inherente al sistema demoliberal de partidos, “un sistema con muchos centros de poder y zonas de intimidad”{5}. Una alternativa que ninguno de los partidos de derecha identitaria ha planteado jamás. Para el historiador norteamericano Stanley G. Payne, los resultados de la búsqueda constante de nuevos fascismos han sido “sistemáticamente negativos”. “Cuando se identifica un nuevo fenómeno político de una cierta importancia, resulta no ser genuinamente fascista”. Y es que el antifascismo es “un concepto y un estandarte propagandístico que en algunos sentidos resultaba más útil e interesante en su aplicación cuanto más se alejara cualquier sociedad concreta del fascismo, un símbolo por antonomasia de la izquierda, mucho más que las clases sociales tradicionales…”{6}.

Fenómenos tales como la crítica a la emigración nada tienen que ver en sí mismos con el “fascismo”. Como ha señalado el politólogo Andrés Rosler, la democracia es inseparable de un cierto particularismo, en concreto de la defensa de las identidades nacionales y culturales{7}. La emigración es, y hay que dejarlo bien claro, un problema muy real para las sociedades europeas desarrolladas. Un problema a la vez político, social y económico. Como ha señalado el filósofo Roger Scruton, la globalización “no ha disminuido el sentido de la nacionalidad de la gente”. Bajo su impacto, “las naciones se han convertido en los receptáculos primarios y preferidos de la confianza de los ciudadanos, y el medio indispensable para comprender y disfrutar las nuevas condiciones de nuestro mundo”. En ese sentido, las migraciones masivas procedentes de África, Asia y Oriente Medio “han creado minorías potencialmente desleales y, en cualquier caso, antinacionales en el corazón de Francia, Alemania, Holanda, los países escandinavos y Gran Bretaña”{8}. No muy lejos de la postura del conservador Scruton se encuentra el izquierdista Zizek, para quien es “evidente la distinción entre el fascismo propiamente dicho y el populismo antiinmigración actual”. Y es que aquellos que defienden una apertura total de las fronteras, “¿son conscientes de que, puesto que nuestras democracias son naciones-Estados, su petición equivale a la suspensión de la democracia?”. “¿Debería permitirse que un cambio descomunal afecte a un país sin una consulta democrática a su población?”{9}.

Se trata, además, de un problema que afecta sobre todo a las clases populares. Didier Eribon –sociólogo de izquierdas y biógrafo de Michel Foucault– ha descrito de una manera muy gráfica la experiencia de su familia, antigua votante del PCF, ante los retos que implican la competencia económica y la coexistencia social con las minorías musulmanas. Un nuevo contexto que provocó su voto al Frente Nacional de Le Pen: “Por más paradójico que pueda parecer, estoy convencido de que el voto por el Frente Nacional debe interpretarse, al menos en parte, como el último recurso con el que contaban los medios populares para defender su identidad colectiva y, en todo caso, una dignidad que sentían igual de pisoteada que siempre, pero ahora también por quienes los habían representado y defendido en el pasado. La dignidad es un sentimiento frágil e inseguro: necesita señales y garantías. Necesita, ante todo, no tener la impresión de que uno es considerado una cantidad despreciable o simples elementos en cuadros estadísticos o archivos contables, es decir, objetos mudos en la decisión política”. “Al principio mi madre comenzó a quejarse de la <retahíla> de hijos de los recién llegados, quienes orinaban y defecaban en las escaleras y que, ya adolescentes, convirtieron la ciudad en el reino de la pequeña delincuencia en medio de un clima de inseguridad y miedo. Se indignaba por cómo dañaban el edificio desde las paredes del edificio, desde las paredes de la escalera a las puertas de los depósitos individuales del subsuelo o los buzones de entrada –apenas los reparaban ya los rompían otra vez–, por el correo y el periódico que desaparecían con demasiada frecuencia. Sin hablar de los daños a los autos en las calles, retrovisores rotos, pinturas rayadas… Ya no soportaban el ruido incesante, los olores que emanaban de una cocina diferente, ni los gritos de los corderos que degollaban en el baño del departamento de arriba para la fiesta de Aïd el-Kébir (…) El <sentido común> que compartían las clases populares <francesas> sufrió un profundo cambio, precisamente porque la cualidad de <francés> se convirtió en su elemento principal, reemplazando a la de <obrero> u hombre y mujer <izquierda>”{10}. De ahí igualmente que la politóloga Chantal Mouffe no considere “fascistas” a los nuevos partidos de derecha identitaria. A su entender, vivimos en la actualidad en Europa un “momento populista”; y estos partidos se presentan como “los adalides de la restitución al <pueblo> de la voz que le habían quitado las elites. Mediante el trazado de una frontera entre “el pueblo” y el “establishment político”, lograron traducir a un vocabulario nacionalista las demandas de los sectores populares que se sentían excluidos del consenso dominante. La acusación de “fascistas” o de “extrema derecha” es “una manera fácil de descalificarlos, sin reconocer la propia responsabilidad del centro izquierda en su surgimiento”{11}.

En realidad, el concepto que mejor describe el contenido del proyecto de estos nuevos grupos es, como ya hemos adelantado, el de “derecha identitaria”, ya que su interés se centra en la defensa de la identidad nacional de sus respectivos países, cuestionada tanto por el proceso de globalización y el modelo de construcción europea como por la emigración masiva, sobre todo de raíz musulmana{12}. En ese sentido, manifiesta una posición nacionalista, que se traduce en la recuperación del poder de decisión de los estados nacionales; plantean la transformación de la Unión Europa en una confederación de naciones; son proteccionistas desde el punto de vista económico, priorizando el mercado interior para que los empleos que se generen lo ocupen los nacionales; rechazan el multiculturalismo, como destructor de la cultura europea; se muestran partidarios del control de la emigración e incluso de cerrar las fronteras{13}. Como ya planteaba Maurice Barrès a finales del siglo XIX, la emergencia de estos nuevos partidos plantea una reedición de la vieja querella entre nacionalistas y cosmopolitas{14}. No se trata de una opinión extemporánea o anacrónica; lo mismo opina el liberal búlgaro Ivan Krastev: el conflicto fundamental se define hoy entre “cosmopolitas” y “arraigados”{15}. Y es que, como señala Wolfgang Streeck: “El identarismo cosmopolita de los dirigentes de la era neoliberal, originado en parte por el universalismo de la izquierda, hace surgir, como reacción, el identitarismo nacional, mientras que la reeducación antinacional desde arriba da lugar a un nacionalismo antielitista desde abajo. Quien pone a una sociedad bajo presión económica o moral hasta el punto de la disolución cosecha resistencia procedente de sus tradicionalistas, porque todos los que se ven expuestos a las incertidumbres de los mercados internacionales, cuyo control se les prometió, pero nunca se les dio, preferirán un pájaro en mano a ciento volando: elegirán la realidad de la democracia nacional, por imperfecta que sea, frente a la fantasía de una sociedad global democrática”{16}

Sin embargo, las derechas identitarias no representan una alternativa homogénea a nivel europeo, sino que responden a distintos contextos sociales, culturales, políticos y económicos. Alternativa por Alemania se opone al aborto y al matrimonio gay; es euroescéptica. El Frente Nacional Francés no cuestiona el aborto o el matrimonio gay; es contrario al euro y a la Unión Europea. El holandés Partido de la Libertad se muestra partidario del aborto y del matrimonio gay; pide la salida del euro y de la Unión Europea. La Unión Cívica Húngara se opone al aborto y al matrimonio gay; no es partidario de la salida de su país de la Unión Europea. El polaco Ley y Justicia es contrario al aborto y al matrimonio gay. El británico UKIP está de acuerdo con el aborto, pero no apoya las reivindicaciones del colectivo LGTBEI; es contrario a la Unión Europea. El austríaco Partido Liberal es contrario al aborto y al matrimonio gay. La Liga Norte se muestra contraria al matrimonio homosexual{17}.

Alianza por Alemania fue fundada en febrero de 2013 bajo el liderazgo de Bernd Lucke, profesor de economía de la Universidad de Hamburgo. En abril de ese mismo año se realizó en Berlín, el primer congreso del partido y se fijó una fuerte posición crítica frente a la política del rescate de euro. En las elecciones de 2017 consiguió noventa y diputados en el Parlamento. Su base social procede de la clase media. Su discurso defiende “una Alemania soberana”, “que la cultura alemana continúe en el futuro, en una coexistencia pacífica con otras culturas europeas”; “freno a la inmigración masiva, especialmente proveniente de los países musulmanes”; “aumentar la tasa de natalidad”, lo que implica “una política familiar diferente, que pueda brindar alivio impositivo a las familias con hijos”; regreso a una Unión Europea compuesta por Estados Nacionales soberanos”; “una democracia más directa, mediante referéndums como en Suiza”; rechazo de la “ideología de género”; abolición del euro; defensa del “ordoliberalismo”, del liberalismo conservador frente al liberalismo progresista{18}. Su vicepresidente, Frauke Petry se pronunció por una “Europa de las naciones, pacífica, soberana y respetuosa con la soberanía de los Estados miembros”{19}.

En Francia, el Frente Nacional, bajo la dirección de Marine Le Pen, se ha mostrado como un férreo enemigo de la globalización neoliberal{20}; y se ha pronunciado a favor de medidas proteccionistas e intervencionistas, poniendo como ejemplo las políticas del matrimonio Kirchner en Argentina y las de Inacio “Lula” Da Silva en Brasil. Las propuestas de Le Pen fueron “la protección férrea contra el terrorismo islámico”, con clausura de mezquitas, el cierre de fronteras y el endurecimiento de las políticas de emigración, la posible salida de Francia de la Unión Europea y el distanciamiento de la OTAN{21}.

Italia ha experimentado igualmente el resurgir del nacionalismo. La Liga Norte, que siempre se había mostrado muy crítica con el centralismo de Roma y planteó en no pocas ocasiones la posibilidad de la ruptura de la República de Italia, en sus último congreso de 2017 cambió su nombre por el de La Liga, para convertirse en un partido nacional. Su líder Matteo Salvini desarrolló un discurso antieuro y contra la inmigración, e incluso hizo referencia al abandono de la Unión Europea, abogando por el control de las fronteras, de las finanzas y de la moneda{22}. Por otra parte, el heredero del Movimiento Social Italiano y de Alianza Nacional, Fratelli d’Italia, liderado por Giorgia Meloni e Ignazio La Russa, aboga por la reconstrucción de la Europa de los pueblos. Existen otros grupos como la Casa Pound, que de muestra partidaria de “restaurar la soberanía nacional y apoyar a las empresas y familias italianas”, planteando la salida del euro y de la Unión Europea, la introducción de una nueva moneda soberana italiana; la nacionalización de la Banca de Italia y la Casa de Depósito y Préstamos, y la creación del Instituto para la Reconstrucción Industrial. El nuevo gobierno italiano, basado en la alianza entre el Movimiento 5 Estrellas y la Liga, ha propuesto la protección de los trabajadores con contratos más duraderos y seguros, especialmente para jóvenes, además de castigar a las empresas que hayan recibido subsidios estatales o de la Unión Europea y se hayan mudado de Italia a otro país, para pagar menos impuestos. Propugna igualmente un endurecimiento de la política antiinmigratoria{23}.

En Holanda, el Partido de la Libertad (PUV), bajo la dirección de Geert Wilders, propugna la salida de su país de la Unión Europea y de la OTAN, mediante un referéndum e incrementar los gastos en seguridad interna ante la amenaza del terrorismo islamista{24}.

Expresión política e institucional de un sector de estas tendencias identitarias es el denominado grupo de Visegrado, ciudad húngara donde reunieron en 1991 los jefes de Estado de Polonia, Lech Walesa; el de Checoslovaquia, Vaclav Havel, y Jozsef Antall, primer ministro de Hungría. Desde su fundación, el grupo de Visegrado se trazó una serie de tareas, como llevar a los cuatro países –Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia– a la OTAN y coordinar su ingreso en la Unión Europea. Y es que la experiencia de las luchas de independencia del siglo XIX hizo que estos países de la Europa oriental fuesen más nacionalistas, mientras que la experiencia de los regímenes comunistas desacreditó históricamente a las izquierdas{25}. Desde entonces, los países integrados en el grupo tratan de fortalecer aquellos puntos de coincidencia y actuar en bloque sobre todos los frentes ante la política emigratoria defendida por los dirigentes de la Unión Europea, quienes les habían asignado la admisión de 120.000 inmigrantes; lo cual provocó que los cuatro países del grupo cerraran filas y rechazaran el esquema establecido. Eslovaquia y Hungría presentaron recurso ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que rechazó sus posiciones. A partir de ahí, el primer ministro de Hungría Viktor Orbán convocó un referéndum en contra de las decisiones de Bruselas. Orbán ha sido uno de los más grandes adalides de la política identitaria, abogando por una reforma de la Unión Europea, que contempla la protección de los valores tradicionales –Familia, Patria y Moral–, de la soberanía estatal y de la identidad cristiana. De la misma forma, junto a los países del grupo de Visegrado, el gobierno húngaro enarboló los “valores perdidos” de la Unión Europea (Adenauer, Monnet, Schuman), que daban sentido a una gran Europa de los pueblos. Entre estos valores se encuentran, según Orbán, “la soberanía económica”, “la recuperación demográfica”, “la identidad nacional” y el “trabajo”, plasmados en la Constitución de 2011{26}.

En el Parlamento Europeo, uno sector de las fuerzas políticas de derecha identitaria se ha organizado en torno al grupo Europa de la Libertad y de la Democracia Directa; otro, en particular los torys británicos, en la Alianza de Conservadores y Reformistas; y otros partidos no se han inscrito en ninguno de los dos grupos.

Sin embargo, el tema de la derecha identitaria trascendió las fronteras europeas con la inesperada, y para muchos inexplicable, victoria de Donald Trump sobre Hilarie Clinton en las elecciones a la presidencia de Estados Unidos. El líder republicano y ahora presidente norteamericano ha sido tachado, entre otros, por el historiador mejicano Enrique Krauze como “el fascista americano”{27}. Con más tino, el italiano Enzo Traverso niega que Trump sea un fascista y lo inserta en un “mundo antropológico neoliberal”. “Trump aparece en la época neoliberal, la era del capitalismo financiero y la precariedad endémica. No moviliza a las masas, atrae a un público de individuos atomizados, consumidores empobrecidos y aislados”{28}. En ese sentido, su programa político se centra en los temas de defensa y seguridad, en el proteccionismo arancelario con la denuncia de los tratados de libre comercio y en el rechazo de la inmigración{29}. En cualquier caso, la victoria del líder republicano, dentro de un contexto social, político y cultural tan específico como el de Estados Unidos, es el reflejo, como en Europa, del malestar de un extenso sector de la población que se siente excluido por el modernismo cultural, la globalización y el cosmopolitismo.

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{1} J. A. G. Pocock, “Verbaliering a Political Act. Towar Politic of Speech”, en M.J. Shapiro, Lenguage and Politics. Firenze, 1982, pp. 38 ss.

{2} Arthur Schopenhauer, El arte de tener siempre razón. Palma de Mallorca, 2015.

{3} Leo Strauss, Derecho Natural e Historia. Buenos Aires, 2014, pp. 99 ss.

{4} Pierre-André Taguieff, La revanche nationaliste. Neopopulisme et xénophobie à l’assaut de l’Europe. París, 2015, pp. 46-48.

{5} Seymour Martin Lipset y Earl Raab, La política de la sinrazón. México, 1981, pp. 19 ss.

{6} Stanley G. Payne, “El concepto de fascismo”, en Revista de Libros, 25-I-2017. Del mismo autor, El fascismo. Madrid, 1980. Historia del fascismo. Barcelona, 1995.

{7} Andrés Rosler, Razones públicas. Seis conceptos básicos sobre la República. Buenos Aires, 2016, pp. 213 ss.

{8} Roger Scruton, Como ser conservador. Declaración de París. Madrid, 2018, pp. 176 y 181.

{9} Slavoj Zizek, El coraje de la desesperanza. Crónica del año en que actuamos peligrosamente. Barcelona, 2018, pp. 328, 330-331.

{10} Didier Eribon, Regreso a Reims. Buenos Aires, 2017, pp. 135, 149-150.

{11} Chantal Mouffe, Por un populismo de izquierdas. Buenos Aires, 2018, pp. 33 y 36. Manuel Castells, Ruptura. La crisis de la democracia liberal. Madrid, 2017.

{12} Véase Zigmunt Bauman, Identidad. Buenos Aires, 2010. Alain de Benoist, Nosotros y los otros. Problemática de la identidad. Tarragona, 2015. Manuel Castells, Ruptura. La crisis de la democracia liberal. Madrid, 2018, pp. 45-47. Chantal Delsol, Populismo. Una defensa de lo indefendible. Barcelona, 2015, pp. 57 ss. Francis Fukuyama, Identidad. Barcelona, 2019.

{13} Véase Alfredo Buglini-Alfredo Mason, La irrupción de los nacionalismos en Europa. Una mirada crítica al neoliberalismo global. Buenos Aires, 2018, pp. 76-78.

{14} Maurice Barrès, “La querelle des nationalistes et cosmopolites” (1892), en La Terre et les Morts. París, 2016, pp. 47-57.

{15} Ivan Krastev, Europa después de Europa. Valencia, 2019, p. 37.

{16} Wolfgang Streeck, “El retorno lo reprimido”, en New Left Review nº 104, mayo-junio 2017, p.23.

{17} Juan Robles, “Quienes son y qué piensan las derechas en Europa y EEUU: radiografía de valores”, Actuall, 30-I-2017, pp. 1-23.

{18} Marc Jonger, “Alternative für Deutschland: la specifitá del populismo tedesco”, en Diorama nº 338, 2017, pp. 11 ss.

{19} El Mundo, 21-I-2017.

{20} Véase Valerie Igounet, Le Front National, De 1972 a nos jours. Le parti, les honmes, les idées. París, 2014. Michel Eltchaminoff, Dans la tête de Marine Le Pen. París, 2017.

{21} Alerta Digital, 24-I-2012, El Mundo, 18-III-2017, ABC, 26-II-2017, El Mundo, 6-II-2017.

{22} El Mundo, 22-I-2017.

{23} Véase Alfredo Buglini-Alfredo Maso, La irrupción de los nacionalismos en Europa. Una mirada crítica al neoliberalismo global. Buenos Aires, 2018, pp. 96-97.

{24} El Mundo, 13-II-2017.

{25} Véase Slawomir Sierakowski, “Diferencias entre el populismo europeo oriental y el occidental”, en Vanguardia nº 72, abril/junio 2019, pp. 27-33.

{26} Véase Myklos Csesznek y Sergio Fernández Riquelme, “El lenguaje de la identidad: Hungría en la historia de la civilización europea”, en Historia Digital nº 31, 2018.

{27} Enrique Krauze, El pueblo soy yo. Barcelona, 2018, pp. 233 y 235.

{28} Enzo Traverso, Las nuevas caras de la derecha. Buenos Aires, 2018, pp. 33-36.

{29} Véase John B. Judis, La explosión populista. Cómo la Gran Recesión trasformó la política de Estados Unidos y Europa. Barcelona, 2016, pp. 76-86.

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