El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org

logo EC

El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 14
Artículos

Comentarios sobre la crisis del Coronavirus

Rubén Franco

Pinceladas sobre algunos aspectos de la situación global con génesis en el Imperio del Centro

Oviedo

“También esto pasará”, cuento anónimo.

“Mañana saldrá el sol”, Manolo Preciado (1957-2012).

Labor de la filosofía crítica es atender y analizar (véase desmenuzar o triturar) el presente en marcha, con las herramientas que nos proporcionan los saberes del momento y una filosofía de referencia (en nuestro caso, el materialismo filosófico), para así poder entender del modo más amplio, completo y riguroso posible (en función de las capacidades de cada cual) ese presente o momento de la realidad.

Salvo que uno sea una ameba que vive al margen del momento histórico-político-sociológico-económico-psicológico (o de otro modo: que está ejercitando una filosofía gnóstica, perenne o sublime) y todo lo que se quiera añadir, que nos ha tocado vivir ... pues hay que seguir diariamente (o intentarlo) a las 11:30 h (pasadas, casi siempre) las declaraciones institucionales del “comité técnico” capitaneado por el doctor Fernando Simón y cía (algunos cinéfilos noventeros apasionados de la ciencia-ficción mainstream –y perdón por utilizar el palabro– o popular se acordarán del “Simon dice ...” y … no, mejor no terminamos de escribirlo …), a las 13:00, 13:30 h, o cuando toque, las del Ministro de Sanidad Salvador Illa y de quien le acompañe (creando en ocasiones una expectativa –o hype, como se suele decir hoy día– tremenda, al aparecer la ventanita en las telepantallas anunciando la inminente aparición desde Moncloa pero demorándose muchos minutos la misma), a las 18:30-19:00 h la declaración de algún ministro y/o vicepresidente ... y todo ello, claro, además de seguir las múltiples entrevistas a médicos, epidemiólogos, virólogos, investigadores ... que llenan los programas de radio y televisión de manera continuada (junto a los tertulianos y periodistas de rigor y de salón). Además de seguir leyendo diarios en papel o vegetal, aunque ello suponga una merma económica, al no poder leerlos en bibliotecas, centros sociales o lugares de relajación, esparcimiento, charla y asueto como chigres, tabernas, sidrerías, bares y cafeterías. Y hay que hacerlo aunque ello vaya en detrimento de leer libros y artículos, escribir, ver películas ajenas a esta situación o practicar las artes amatorias si el confinamiento y las jaquecas lo permiten (y sin perjuicio, claro, de que también haya tiempo para ello). Es lo que toca. Lo que hay que hacer. En lo que hay que estar. Lo que es urgente. Lo contrario es andar en la inopia o en Babia. Andar como un idiota (amparándonos, como siempre, en el sentido etimológico griego: el que va a lo suyo y el que se desentiende lo público, de los asuntos comunes). Para seguir nuestro presente en marcha y poder analizarlo y juzgarlo con la mayor precisión y rigor, como decíamos (ahora y en el futuro) hay que seguir la evolución de los acontecimientos y de los conocimientos. Para no dentro de unos meses “haber vivido” esta experiencia o época histórica (en el sentido más lato del término) y no ser capaz de entender o decir nada al respecto (con fundamento), más allá de haber visto tales o cuales series de Netflix (y sin que tengamos, en absoluto, nada en contra). Eso es cultivar el ego diminuto. Y tocan tiempos más generosos y ambiciosos...

Bien. Vamos a esbozar, comentar o a apuntar (no es este un artículo sistemático, más allá de las coordenadas filosóficas generales de referencia en las que nos movemos u operamos) a vuelapluma, en este escrito de urgencia, algunos de los aspectos que consideramos pertinentes para hacer frente o abordar este fenómeno del COVID-19 (vulgo Coronavirus). El primero de ellos quizá sea el de destacar que como es un asunto complejísimo (es decir, que está compuesto de muchas partes) no cabe entenderlo de manera unívoca o monista. Y como hay que atender a una pluralidad (negamos, asimismo, la perspectiva dualista) de factores, variables y categorías (químicas, psicológicas, económicas, &c.), es necesario tratar con ideas, por desbordar a las mismas (esto es tanto como decir que nos oponemos frontalmente a los distintos tipos de reduccionismos, formalismos o fundamentalismos). ¿Y de qué modo se nos muestra esto? Pues viendo (aquello que Don Gustavo le decía a Tomás García de que “hay que asomarse a la ventana”, al mundo, esto es, a la televisión, es hoy más que nunca, certero) cómo los distintos programas de entretenimiento, de información y acaso de investigación recurren a la figura de “filósofos” (otra cosa, como siempre, es que se entienda por ello: de nuevo, con Aristóteles, “el ser se dice de muchas maneras”). Para que puedan aportar algo de luz (y de sosiego, como “medicina del alma”) a la situación.

Así, por ejemplo, en el programa Lo de Évole de La Sexta del domingo 22 marzo 2020 el otrora El Follonero y entrevistador de etarras llamó o convocó (vía Skype, al parecer) a Daniel Innerarity y a Marina Garcés (violar la paridad sería una vulgaridad heteropatriarcal imperdonable). O cómo en Todo es mentira de la cadena Cuatro, capitaneado por Risto Mejide (cuyos métodos pudieron verse hace tan solo unas semanas con el youtuber asturiano Roma Gallardo, impidiendo a éste exponer sus ideas por recalcar que el programa había mentido –o sido poco preciso, maniqueo o tendencioso– al presentarlo a su audiencia), el lunes 23 marzo 2020 entrevistaron a Ana Carrasco Conde. O cómo El País dedica un reportaje (el martes 24 marzo 2020) titulado “Filosofía de urgencia en estado de alarma”, donde se acude a Savater, Manuel Cruz, Adela Cortina y Santiago Alba Rico.

Al tiempo, se hace alusión a la condición de “filósofo” del Ministro de Sanidad Salvador Illa, ya sea para despreciar tal condición (como hace Susana Otero en El Comercio el viernes 20 marzo 2020 en su artículo “Tongo numérico vírico”: “Anonadada me quedé cuando escuché cuál era la formación de la persona que lleva la cartera de Sanidad: ¡¡Filósofo!! Y filosofar con el coronavirus no vale de nada (…) Menos filosofía y mejor encaje numérico para entender de lo que hablamos y llegar, definitivamente, a la verdad. Si es posible, antes de morir”) o para elevarla (como hace el canario Juan Cruz en el “Especial Informativo: Coronavirus” de TVE-1 el lunes 23 marzo 2020 de 13:00 a 15:00 h: “(…) ayer vi que un diputado valenciano se burlaba del hecho de que Salvador Illa ¡es filósofo! ¡Es Ministro de Sanidad y es filósofo! Pues yo creo que un tipo que es filósofo puede entender muy bien lo que es el dolor humano y, sobre todo, lo que decía al principio Cristina de la Hoz: la crítica es saludable. Lo que no es saludable es la burla”).

Desde el punto de vista de psicológico cabe señalar algunas cosas. Si bien, como es natural y sabido (pero muy largo aquí de desarrollar con amplitud, y, por tanto, fuera de lugar) somos animales sociales y culturales, existir es coexistir y habitar es cohabitar (¡que se lo digan ahora a tantas familias!), muchos sujetos humanos parecen incapaces de permanecer sosegados, sin estar expuestos continuamente a las multitudes y a no sé cuantos estímulos exteriores, haciendo verdadera la máxima de Pascal (acaso en una definición predicativa de Hombre: “Todas las desgracias del hombre se derivan …”) de que el principal problema del ser humano es el de no poder estar tranquilamente, en soledad y en silencio en una habitación (y con las catastróficas consecuencias educativas que todos conocemos, donde se ha pasado de la instrucción en determinadas materias a tener entretenidos y estabulados –para que no estén delinquiendo o flotando a tiempo completo– a los alumnos, y donde se confunde –o se ha trocado– un centro educativo con una especie de circo, donde hay que estar continuamente entreteniendo al educando: ¡Ni un día con un alumno aburrido! en vez del clásico nulla dies sine línea-).

Así ese homo agitatus (por emplear el término del recién publicado –en marzo 2020– libro de Jorge Freire, el tercero, Agitación. Sobre el mal de la impaciencia –tras los exitosos sobre Edith Wharton y Arthur Koestler–, y en el sentido que el autor le da en las primeras páginas del mismo, al tiempo que reflexiona sobre el papel –véase utilidad– de la filosofía en esta impaciente sociedad), que va de aquí para allá “como pollo sin cabeza” (inevitable acordarse de J.B. Toshack) y que parece casi preferir la enfermedad o la muerte (en realidad no: es mera representación o mascarada) a … ¡oh! ¡Tener que permanecer entre cuatro paredes, en su domicilio, unas semanas! Una cosa son los hábitos y las rutinas. Otra, las consecuencias económicas que se derivarán de todo esto (más abajo diremos algo al respecto). Otra más, las situaciones especiales (ancianos que viven solos con problemas de movilidad, convivencia con una persona peligrosa por su carácter violento, alguien que por su discapacidad necesita salir a la calle, vivienda sin calefacción, minipisos, pisos patera, &c.). Pero, por lo general… que uno deba permanecer en su casa no es el fin del mundo (aún teniendo niños pequeños, con todo lo que ello supone). Hay que acabar con la victimización de quienes tienen comida, bebida, conexión a internet, perro (los afortunados o desgraciados, según se mire)… y parece que estuvieran en el campo de batalla esquivando las balas o las bombas. Los pobrecitos se agobian por no poder hacer running o viajar a donde sea despavoridos, acaso huyendo de sí mismos y hacer “que pase el tiempo” (siguiendo con las tesis freirianas). A muchas personas que usaban su casa prácticamente para dormir (por no poder hacerlo, por ejemplo, en el chigre de referencia: ¡ay, esos parroquianos! ¡Qué será de ellos!), ahora, al verse obligados a permanecer dentro de ella más horas de las que nunca habían imaginado, “se les cae la casa encima”. Pues en muchos casos no estaría mal si con ello espabilasen. Haría falta recordarles casos de los que muchos nos hemos acordado en estos días (por distinto motivo). Algunos más lejanos y ya clásicos y otros más recientes o contemporáneos. Así, Boecio, Montaigne, Feijoo, Napoleón o Dreyfus (del que se ha estrenado El oficial y el espía del ahora repudiado Polanski hace un par de meses). Y en los últimos años, Ortega Lara (confinado de verdad en un zulo por los ahora demócratas vascongados con asiento parlamentario) o el peculiar Assange (en la Embajada de Ecuador en Londres y ejerciendo de gurú para celebrities). En definitiva: que tras la cuarentena uno de los sectores que aumentará su negociado es el del gremio de los psicólogos…

Desde el punto de vista educativo se está (como en otros sectores) ejercitando la opción online, virtual o telemática del “proceso enseñanza-aprendizaje”. Y, como en otros tantos órdenes en España, cada comunidad autónoma tiene sus pautas de actuación concretas. Y, a su vez, cada centro educativo capea el temporal lo mejor que puede, suscitando distintas cuestiones acerca de transmitir los contenidos, evaluarlos, &c. (en el caso de Asturias, por ejemplo y hasta la fecha, en las dos primeras semanas sin clases presenciales no se puede avanzar temario sino que deben hacerse tareas de refuerzo o recapitulación de lo ya visto, explicado, examinado y evaluado).

Desde el punto de vista económico aún es pronto para saber todas las dimensiones de esta crisis del Coronavirus pero no es muy aventurado pensar que será muy profunda. Continuamente se nos está haciendo referencia a diversos hitos del siglo XX-XXI: la Gripe Española de 1918, el Crash del 29, la Segunda Guerra Mundial, la Crisis del petróleo de 1973, el 11-S-2001 o la Crisis de 2008. Habrá que ver qué alcance económico y geopolítico tendrá ésta pero ya vemos que muchos sectores y profesiones (autónomos y pymes pero también multinacionales han congelado su producción o servicio) se están ya viendo seriamente afectados. Y es ahí donde el gobierno de la nación debe estar al quite. Desde aquí, natural y humildemente, destacamos a esos trabajadores que permiten que el país siga en funcionamiento. Los profesionales sanitarios, las policías locales y nacionales, Guardia Civil y el Ejército, por supuesto. Pero también limpiadores, transportistas, dependientes, reponedores o quiosqueros, profesión esta última venerable pero que el aire de los tiempos ha ido arrinconando hasta posicionales marginales, pero que están o siguen ahí al pie del cañón (los que siguen abiertos), para dar información al público en general y a quienes no disponen de medios digitales en particular (y, en este sentido, valga como ejemplo heroico de esos trabajadores anónimos el de José Luis Santafé, que regenta el quiosco a escasos metros de la Fundación Gustavo Bueno y que pese a sus problemas de salud sirve diariamente a domicilio a sus clientes, según reflejó La Nueva España el domingo 22 marzo 2020).

Desde el punto de vista sociológico o de los usos sociales, vemos cómo cada día (inicialmente como propuesta lanzada en las redes) los españoles salen a las ventanas, balcones y terrazas de sus casas para ponerse a aplaudir. Ello tiene un sentido de reconocimiento al profesional sanitario que está en “primera línea de batalla” (lenguaje bélico habitual estas semanas) contra el Coronavirus, jugándose su salud y la de los suyos. Ahora bien, ese hecho puede tener varias lecturas. Una de ellas es la de no sentirse solos y “hacer comunidad”, quizá queriendo exorcizar (ahora somos nosotros quienes empleamos el lenguaje teológico) el miedo que les invade. Y, a la vez, saludar y ver (ya que no tocar) a sus vecinos, a los que quizá sea la primera vez que les vea. Aplaudir, ¿para qué? Se podría pensar, al igual que se puede plantear qué sentido tienen los minutos de silencio y aplausos cuando una mujer fallece asesinada a manos de su marido (sobre ello escribió el profesor Bueno en las páginas de esta misma revista: “Sobre la institucionalización de la “violencia de género”: el “asesinato de género””, número 81, noviembre 2008). Frente al individualismo de salón y cocina, el colectivismo o gregarismo de terraza. Pero no cabe nunca despreciar la funcionalidad de ciertas acciones o instituciones (véase así el sentido que le da Marcelino Suárez Ardura a esa ceremonia institucionalizada en este mismo número) y sin olvidar, claro está, que también se han producido otras iniciativas de ese estilo (la cacerolada a las 21:00 h contra la Jefatura del Estado pero también contra el gobierno español que está gestionando esta crisis). Así, por ejemplo, frente a quienes veían en el fútbol unos sujetos corriendo detrás de un balón, contemplaron cómo en 2008 y 2010 fueron esenciales los triunfos de la Selección Española de Fútbol para que se empezara a sacar la bandera, poner el himno y presumir de escudo nacional sin que muchos le miraran mal o pensaran pauvloniamente que era un “facha”. El fútbol, algo trivial y banal según parecía, sirvió para romper ciertos estereotipos y prejuicios establecidos en las últimas décadas en el terreno social y político. Solo por eso ya está más que justificada la labor de aquellos héroes deportivos.

Esta crisis coronavírica sirve muy bien para mostrar los conflictos entre los planos de la ética, la moral y la política. Desde el punto de vista ético debemos basarnos en su norma ética fundamental, la fortaleza (con el buen cuidado o preservación, psicológica y físicamente, del cuerpo humano tomado individualmente), teniendo en cuenta que ésta se divide en dos: hacia nosotros mismos (la firmeza) y hacia los demás (generosidad). En este caso se nos advierte que no es una cosa solo nuestra particular, que queramos no ser firmes y que solo nos afecte negativamente a nuestro organismo, sino que al hacerlo, vamos a ser poco generosos con los demás (transmitiendo el virus e infectándolos). No se trata, pues, de que un ciudadano se encierre en su casa a beberse una botella de whisky diaria sino que con su acción o dejación está perjudicando a otras personas. Y al hacerlo, con esas acciones incívicas (insolidarias, se dirá), está perjudicando las normas de todo el grupo, del colectivo o sociedad al que pertenece. Es decir, afectan a la moral (que haya más o menos número de afectados, de internos en la UCI, de fallecimientos, &c.). Y, por último, el plano de la política, el de los estados, y cómo cada uno de ellos va reaccionando e imponiendo una serie de normas, que deben ser prudentes –o deberían haberlo sido de no haberse guiado por vulgares directrices sectarias e ideológicas– (y que, en el caso de España, dado su carácter autonómico, pues complica en demasía ciertas pautas de actuación que se supone deberían ahora estar regidas por un mando común … pero claro, como está siendo todo improvisado, no se ha podido plagiar un buen modelo…), contando sin duda con el contexto en el que se desenvuelve a escala continental (el de la biocenosis europea) y global (donde China puede acabar de dar el golpe nunca final pero sí de momento lo bastante contundente para obtener una posición aún más dominante en el tablero mundial: sinólogos tiene “la Santa Madre Iglesia que os sabrá responder”, podríamos decir).

Otra cuestión suscitada es la del papel de los ancianos en nuestra sociedad. Es decir, si habría más gerontofilia o gerontofobia en el seno de nuestra cultura. Frente a los que pudieran pensar que se está creando un control (de movimientos, como figura en el Real Decreto del Estado de Alarma) y una crisis en todos los órdenes por “unos pocos viejos” (en una cantidad despreciable –o eso creían– frente al número de suicidios al año –unos 3.600 y cada vez menos tabú el exponerlo a debate y consideración pública– o, desde luego, al número de muertos por accidentes de tráfico, llegando en quince años a bajar de cuatro mil a casi 1.000 fallecidos) que acaso debieran retirarse (o retirarlos) a la montaña a morir, como en La balada de Narayama (1983, Shohei Imamura), curiosamente a partir de los 70 años, que es la edad a partir de la cual se dispara la mortalidad con el COVID-19 (o ser sistemáticamente eutanasiados en los hospitales para liberar camas y cargas a las familias), se está recordando que a raíz de la crisis económica de 2008 muchas familias pudieron salir adelante gracias a las pensiones “de nuestros abuelos” (expresión algo cursi que se utiliza por doquier, pero en fin … aceptemos pulpo …), exprimiéndolas hasta el límite y llegando en algunos casos a sacar a éstos de residencias para (entre otras cosas) cuidar de los nietos tras haber tenido que despedir a la persona al cuidado de los niños. O a tener que volver (adultos talluditos de cuarenta y cincuenta y pico años) a casa de sus padres por no poder pagar la hipoteca. Sobre ello también hay que reflexionar estos días y ver lo característico de nuestra católica cultura hispana.

En cuanto a la transparencia informativa, la sinceridad o carácter críptico de los gobernantes o políticos (los arcana imperii) para quizá no alarmar a la ciudadanía y que tenga unas consecuencias perniciosas para la eutaxia (siendo, por tanto, distáxica esa sinceridad descendente), &c., podemos recordar las teselas de Bueno “Sobre la mentira política” (número 76, 16 marzo 2011), “Sobre la mentira y la mentira política” (número 106, 3 mayo 2012) y “Las variedades de la mentira” (número 107, 9 mayo 2012). Y en cuanto a la pertinencia o no de las sesiones de control en el parlamento, el papel de los partidos que no están en el gobierno, &c., tampoco entraremos en ello, remitiéndonos a lo ya sugerido o apuntado.

En cuanto a si es o no excesivo el uso del vocabulario bélico, de si estamos en la III Guerra Mundial (acaso de un modo inesperado), pues no vamos a entrar aquí en ello. Lo dejamos para otras personas más capacitadas y competentes (quizá se anime Tomás García, que ha dedicado muchas horas de estudio a la institución de la Guerra, como puede comprobarse en las lecciones que impartió en la Escuela de Filosofía de Oviedo durante 14 horas y media en noviembre 2011). Nosotros, eso sí, constatamos que se está hablando (por parte del gobierno y de la opinión pública y publicada) de industria de guerra, prisioneros de guerra (nosotros, en nuestras casas, como sostiene José Luis Garci, amante y especialista de la ciencia-ficción desde joven –como lo atestigua su clásico y pionero ensayo sobre Ray Bradbury. Humanista del futuro de 1971, reeditado el año pasado 2019, cuarenta y ocho años después, por Hatari Books!–, en la tertulia de Los Catedráticos del miércoles 18 marzo 2020 o en Cowboys de medianoche el viernes 20 marzo 2020, ambos en EsRadio), soldados, sanitarios en primera línea de batalla ... Así: “Europa está en guerra contra el coronavirus”, Pedro Sánchez (domingo 22 marzo 2020) o “(…) si se me permite la metáfora bélica (…)”, Salvador Illa (lunes 23 marzo 2020).

Sobre las referencias del mundo de la ficción (literatura y cine, sobre todo) a fenómenos de enfermedades, epidemias y pandemias (lepra, peste, cólera, &c.) se han hecho distintas alusiones estos últimos días (así, Gabriel Albiac y Javier Gomá en el ABC Cultural del sábado 21 marzo 2020, Sergi Sánchez en La Razón, “Apocalypse now. La obsesión de la cultura por el fin del mundo” el domingo 22 marzo 2020 o Ernesto Castro leyendo La peste escarlata de Jack London en su canal de Youtube), citando la Ilíada de Homero, Edipo rey de Sófocles, el Decamerón de Bocaccio, Diario del año de la peste de Defoe, La muerte en Venecia de Thomas Mann o La peste de Camus. En cuanto al cine, por dar dos referencias cercanas en el tiempo a quien pudiera interesarle, podemos acordarnos de Estallido (1995, Wolfang Petersen) y de Contagio (2011, Steven Soderbergh), porque si ampliamos el radio a películas (post)apocalípticas requeriría de bastante espacio. Nosotros recomendaríamos, asimismo, las conferencia que nuestro añorado y genial Gracia Noriega impartió en el Colegio Oficial de Médicos de Asturias el jueves 17 octubre 2013 bajo el título “La peste como tema literario” (http://www.ignaciogracianoriega.net/med/20131017.htm).

Para terminar, señalar que estos días en la prensa española hay por un lado una serie de crónicas literarias en marcha, in medias res, sobre el Coronavirus, como las de Antonio Lucas (El Mundo –que, por si fuera poco haber perdido al gran e inolvidable Gistau y de estar padeciendo la baja por enfermedad de Emilia Landaluce, ha despedido a Javier Villán –77 años–, Carmen Rigalt –71 años– y, sobre todo, a Sánchez Dragó –83 años–, que llevaba escribiendo en el diario desde su fundación en 1989 además de mantener un blog en la edición digital del periódico), Juan Gómez Jurado (ABC), Eduardo Lagar (La Nueva España), Julio Valdeón o Sabino Méndez (estos dos en La Razón). Y por otro, artículos de distintos autores (o entrevistas a los mismos) donde analizan aspectos de este tema de nuestro tiempo, por decirlo al modo orteguiano. Así, Eduardo Infante (La Nueva España, domingo 22 marzo 2020, “Recuperar el ágora”: “Como profesor de Filosofía, siempre he intentado transmitir a mis alumnos la idea de que después de estudiar –a costa de la sociedad– no debían utilizar lo aprendido como un instrumento de pillaje en beneficio propio, sino usar su inteligencia, sus capacidades y sus conocimientos para ayudar a los más vulnerables y construir una sociedad mejor”), Jared Diamond y Nathan Wolfe (El País, “El próximo virus”, domingo 22 marzo 2020), entrevista al exitoso Yuval Noah Harari (El País, domingo 22 marzo 2020), Pedro García Cuartango (ABC, “Las campanas doblan por ti”, martes 24 marzo 2020), Arcadi Espada (El Mundo, “No lee periódicos”, martes 24 marzo 2020), Alfonso Usía (La Razón, “La luz del cónclave”, martes 24 marzo 2020) y ya en diarios digitales, Agapito Maestre (Libertad Digital, “¡El culto de la vida!, jueves 19 marzo 2020), Pedro Insua (El Español, “Coronavirus y la economía de la sospecha (o la sospecha de la economía)”, viernes 20 marzo 2020) o Amando de Miguel (Libertad Digital, “La experiencia del caos”, lunes 23 marzo 2020).

Nada más por el momento. Veremos cómo siguen evolucionando las cosas… y mientras, lo haremos leyendo este número especial de El Catoblepas (ya a tan solo nueve números y dos años de poder cantar con Gardel “que veinte años no es nada…”), que se puede considerar cuasimonográfico sobre el Coronavirus.

Pola de Siero (a falta de cuarentenear en la imperial Oviedo), martes 24 de marzo de 2020.

El Catoblepas
© 2020 nodulo.org