El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 21
Artículos

El coronavirus, la carcoma autonómica y el globo pinchado europeísta

Pedro Insua

Entre la espada de la España de las autonomías y la pared de la Europa sublime

politicos

Oigo Patria tu aflicción
y escucho el triste concierto…

La penetración en España del “mito de la cultura” ha significado la formación, que arranca en el siglo XIX, de una (idea de) nación fraccionaria que hoy preside, y marca el paso totalmente, de las relaciones entre las partes regionales de España. Sobre la base de determinados rasgos culturales (folclóricos, lingüísticos, &c.), más o menos distintivos o “diferenciales” entre regiones españolas –muchas veces con unas dosis muy altas de fantasía–, se ha generado todo un suflé “identitario”, no sin afán supremacista, en torno al cual se ha creado, a su vez, toda una armazón administrativa (estatutos, leyes de “normalización lingüística”, “embajadas”, &c…) que ha convertido a España, con el respaldo constitucional del Título VIII, en diecisiete “estaditos”, en diecisiete ombligos para los que mirarse.

Cerrados monadológicamente en banda, unos hacia otros, la labor de zapa sobre las competencias de los Ministerios (una labor de zapa llamada Transición, que se vendió como éxito indiscutible), ha producido que estos se hayan vaciado completamente de funciones técnicas administrativas (con todo lo que ello implica en personal, tecnología, &c.), de tal manera que ahora, cuando la situación requiere de un mando único, pues resulta que no hay posibilidad de ejercerlo. La España "vaciada" es, en realidad, la de un estado sin atributos, con unos ministerios que “toman las riendas” el primer día del Estado de Alarma, para tener que soltarlas al día siguiente, en favor del (des)concierto autonómico, sin capacidad operativa.

El gobierno, a través del decreto extraordinario, quiso asumir el control de la acción del estado, pero enseguida se vio completamente obstaculizado (y desbordado) por el ombliguismo de las administraciones autonómicas que, además, en tales circunstancias de alerta sanitaria, van poniendo encima de la mesa sus miserables demandas pro domo sua, con sus respectivos “qué hay de lo mío”.

El forcejeo de las distintas administraciones para comprar, en los mercados internacionales, mascarillas y otro material sanitario, fundamental en el combate del coronavirus, han dejado con el culo al aire las carencias del “pluralísimo” sistema autonómico español. Atender a los intereses de una parte cuando es el todo nacional el que se ve envuelto en esta crisis es, sencillamente, una traición.

Por su parte el otro suflé, el global europeísta, que ha formado también parte del régimen setentayochista, se deshincha igualmente, poniendo sobre la mesa, de manera más que evidente, lo que nunca dejó de suceder en el terreno de la realpolitik, y es el carácter de lucha, de competencia entre los estados europeos (biocenosis) para obtener, en este caso, el material sanitario a un mejor precio en el “mercado libre” internacional.

Las dos ideas fuerza, en definitiva, la de la “autonomía regional” y la de “unión europea”, que han estado operando a todo tren sobre la opinión pública española durante todos estos años, con su matraca ideológica, se han revelado completamente débiles para hacerse cargo de una situación de crisis sanitaria tan grave. Ni existe tal “autonomía”, ni existe tal “unión”, siendo así que el único sujeto de acción política real –y nunca dejó de serlo, más allá de tales ideologías–, es el estado soberano, ese que “globalistas” y “autonomistas” tenían por perro muerto.

Un sujeto de acción política, en nuestro caso se llama España, que ahora afronta una situación, que no estaba ni mucho menos en su horizonte hace tan solo un mes, en la que la recesión económica es ya una evidencia, tras el frenazo de la actividad de sectores enteros (transportes, turismo, hostelería, comercio minorista no alimentario, &c., se han hundido de golpe), en la que las cifras de paro es muy previsible que crezcan de manera importante (y la falta de ingresos familiares que ello produce), con una inyección de dinero desde el banco central europeo (si es que se realiza en los términos en los que se han dicho), para poder salir al paso a corto plazo, pero que hará, a largo plazo, que la deuda crezca en unas condiciones de mucha precariedad de los sectores productivos (lo que derivaría previsiblemente en una inflación enorme, y ello sin el control de la moneda), &c. Una situación, sobre todo, que hace muy difícil establecer cualquier previsión para empresas y familias, previsión con la que necesariamente tiene que contar cualquier tipo de planificación económica para que esta funcione. La incertidumbre es devastadora para la economía, y el estado no puede presentar ningún plan, ahora mismo, que supere un horizonte que vaya más allá de quince días (los presupuestos generales, recién aprobados, por cierto, se han convertido, obviamente, en papel mojado).

El asunto se agrava extraordinariamente con el hecho, producido por la influencia de las ideologías autonomista y europeísta, del vaciamiento de las competencias del estado durante los últimos 40 años. Ese estado (burgués, si se quiere), centralista, que se había desarrollado, con todos los problemas que se quieran, durante el siglo XIX, y que tuvo su continuidad en el XX, era el instrumento de transformación social y económico más importante que teníamos como españoles para mantenernos como sociedad. La recurrencia y prosperidad sociales se articula por los mecanismos institucionales del estado, cuya centralidad significa unidad de acción para equilibrar y ponderar (eutaxia) los desajustes que se puedan producir, y de hecho se producen, en el seno de la comunidad. “Ninguna sociedad puede tener consistencia sin una fuerza o poder que la gobierne o proteja: la utilidad y la finalidad del poder público y de la sociedad o comunidad son una misma cosa”, dice Vitoria (en Sobre el poder civil). Es la idea de comunidad lo que obliga al funcionamiento del estado, en orden, precisamente, a mantener el “bien común”. Y que el estado es soberano significa que no existe, para lograr ese fin del bien común, ninguna autoridad ni superior ni inferior que le impida esa acción de búsqueda del bien común. Ni “unión europea” (pura ilusión globalista), ni “autonomía regional” (pura ilusión localista); estamos solos el estado y los españoles. No hay nadie más. Cualquier otra autoridad o poder que pretenda imponerse al estado (regional o europea) siempre va a ser un obstáculo (y no digamos, claro, si ese poder procura la descomposición separatista del estado).

Y el caso es que, entre la carcoma autonómica y el papanatismo europeísta, el estado, en efecto, se ha debilitado extraordinariamente en su capacidad de acción. Veremos lo que resiste, lo que resistimos, ante semejante desafío, ante ese negro horizonte.

Jueves, 26 de marzo de 2020

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