El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 25
Artículos

El primado de la “razón ética” ante la epidemia del coronavirus

Miguel Ángel Navarro Crego

La medicina como actividad ética por excelencia

medicos

«Podría decirse que la ética es a la medicina lo que la moral es a la política»
(Gustavo Bueno, El sentido de la vida. Seis lecturas de filosofía moral, Pentalfa, Oviedo 1996, pág. 71.)

La pandemia por el Coronavirus ha trastocado en muy pocos días la vida de todos los españoles. Y ante el amable ofrecimiento para que redacte unas líneas de opinión sobre esta realidad, tan repentina, tan desconcertante, el folio en blanco se me muestra como un océano infinito e inabarcable, en el que sólo puede uno resignarse a naufragar.

Pues escribir con la urgencia de enfrentar palabra y pensamiento, Logos y Noesis, a un fenómeno del que aún sabemos muy poco con certeza, es, entre otras muchas cosas, dar cauce a la angustia. Una angustia o zozobra ciertamente compartida. Ya que el obligado confinamiento domiciliario trastoca al animal humano en sus costumbres más rutinarias, pudiendo llegar a trastornar en cuerpos sensibles o ya enfermos el ciclo de sus ritmos circadianos.

Mucho se ha escrito y dicho ya. Las rotativas de los periódicos no paran de vomitar noticias y lo mismo puede decirse de los comunicados televisivos y programas radiofónicos. Pero esta crisis, que ya se presenta como mundial, se reproduce con la rapidez del mismo virus en millones de wasaps, entre una población casi totalmente globalizada por las comunicaciones por Internet y sus múltiples aplicaciones, sobre todo por la telefonía móvil; esa nueva prótesis cultural, objetual (pues hablamos de auténticas computadoras de bolsillo), sin la cual todo cuerpo humano parece vivir languideciendo mutilado, en un prístino estado de inocencia propio de naciones muy subdesarrolladas. El “buen salvaje” y el héroe nietzscheano (inocente como un niño, fuerte como un león y resistente como un camello) son un recuerdo de géneros literarios añejos: la antropología cultural o la literatura fantástica con ribetes de mitología.

Cuando estamos en plena vorágine y los más pesimistas afirman que esto no ha hecho más que empezar, ya se habla de un nuevo orden mundial. Las más arriesgadas y truculentas conjeturas conspiranoicas se urden casi con apariencia anónima y se reproducen por escisión o bipartición, como un microorganismo, en ese matrix infecto que es el mundo digital, donde ápeiron y kosmos, indeterminación y orden, se realimentan a la velocidad de la luz.

Son las ocho de la tarde del día 25 de marzo de 2020 y como un hábito que se va afianzando poco a poco, toca asomarse a la ventana y aplaudir a todo el personal sanitario y en general a todos los españoles que desde sus trabajos y con esfuerzo agotador están haciendo lo posible y lo imposible para salvar vidas humanas y para que el suministro de los supermercados siga siendo fluido. La vida sigue, tiene que seguir, aunque todos los días mueren y nacen cuerpos, llamados a ser personas. Y personas, precisamente, porque la máscara que nos singulariza se constituye en la dimensión que tenemos como animales culturales (por decirlo con el título de una conocida obra de Carlos París), y ello a través de la esfera ética, moral, política y religiosa (numinosa).

Mas la certeza de nuestra condición enfermiza y mortal (como cuerpos que somos afectados y determinados por las mismas leyes fisicoquímicas, p. e. termodinámicas, y biológicas, p. e. como cordados y mamíferos) hace que la dimensión ética cobre en estos momentos una relevancia muy especial, ella misma esencial. Ya Séneca, reflexionando sobre la brevedad de la vida, consideraba que la muerte nos iguala a todos. Sin ponernos tremendistas, enfermar por contagio de un virus también nos iguala.

Es esa igualación, y precisamente teniendo muy en cuenta la sociedad política en la que vivimos, que es España, la nación española, la que nos lleva a subrayar la radical importancia y trascendencia en estos momentos, de la esfera ética.

En primer lugar, hay que considerar que la vida moral es sobre todo un hacer, una praxis y por ello también un decir, pero en la medida en que éste es un obrar. Y entre la pluralidad de saberes mundanos que constituyen la vida moral como praxis, sobresale el obrar con prudencia y el ejercer la sindéresis. Y esto porque toda reflexión, en este caso sobre la epidemia de coronavirus en España, sea mundana o académica, presupone ya en marcha el juicio moral de la población. Y puesto que el juicio ético, moral y político (que son tres cosas distintas) está plenamente intersecado por Ideas (la propia idea de ética y de moral, de justicia, libertad, felicidad, deber, responsabilidad, etc.) cabe establecer unas mínimas coordenadas de reflexión filosófica. Pues la filosofía es la geometría de las ideas, una geometría que no se reduce al análisis de los juegos del lenguaje como pretende la tradición anglosajona, es decir la Filosofía Analítica en la línea del segundo Wittgenstein.

Cómo combatir la epidemia tiene muchas aristas. Supone todo un proceso dialéctico en el seno de una sociedad política compleja, como sin duda lo son los Estados-Nación. Como sin duda lo es España. Pero para aquilatar la dimensión ética de la crisis a paliar y resolver con el menor número de fallecidos posible, es necesario no confundir ética con moral y menos aún con política. Y esto, aunque las tres dimensiones se den interconectadas y no sean separables, aunque sí disociables. Desde el materialismo formalista sabemos que la ética nos remite, ya en su etimología griega, a la doble dimensión del individuo: una, como sujeto que tiene un temperamento y un carácter (lo que le enraíza con su naturaleza biológica), la otra apunta hacia unos hábitos o costumbres que se adquieren por aprendizaje en el proceso de socialización cultural.

Además, si la praxis es una vida regida por normas que proceden de rutinas victoriosas (y que no son meras pautas ritualizadas como las que los etólogos estudian en los animales), no es menos cierto que la ley fundamental o norma generalísima de toda conducta (sea ética o moral), la que da contenido a la sindéresis, es la de obrar de tal forma que mis acciones puedan contribuir a la preservación en la existencia de los sujetos humanos actuantes, y yo entre ellos, que no se oponen, con sus acciones u operaciones, a esa misma preservación de la comunidad de sujetos humanos (Bueno, G. El sentido de la vida, p. 57). Mas en el plano ético el sujeto humano se percibe como individualidad corpórea distributiva, mientras que para la moral esos mismos individuos corpóreos son partes de totalidades sociales atributivas. Por eso los términos ética y moral no son sinónimos, ya que nos remiten a dos esferas disociables, hasta el punto de que las virtudes éticas y las virtudes morales se relacionan entre sí dialécticamente, y a veces, in medias res y más aún en situaciones límite o en circunstancias conflictivas, se contraponen de forma irremediable y contradictoria. Esta es, por ejemplo, la sabiduría última que se encuentra en la tragedia Antígona de Sófocles, sabiduría recogida por filósofos idealistas como Hegel o existencialistas como Sartre.

Por todo ello y ante una crisis tan grave como la producida por esta pandemia, pero sin perder de vista nuestro horizonte político, que es España, es necesario recordar que el fundamento transcendental atribuido a la ética es el que se ejerce como deber a través de sus tres virtudes. Que son las que ya recogiera Espinosa en su Ética, a saber: Fortaleza, firmeza y generosidad. La fortaleza del alma sería la virtud nodriza, las otras dos surgen de ella, y la enfermedad y la debilidad (la infirmitas latina) son su antítesis. La primera obligación ética es mantener la propia vida y la salud en el mejor estado posible. Pero la fortaleza “se manifiesta como firmeza cuando la acción (o el deseo) de cada individuo se esfuerza por conservar su ser (la firmeza impide considerar como ética cualquier acción destinada a hacer de mi cuerpo lo que yo quiera, limitando la posibilidad ética del suicidio) y se manifiesta como generosidad en el momento en el cual cada individuo se esfuerza en ayudar a los demás” (Gustavo Bueno, op. cit., pág. 61).

Matizando más hay que destacar que la fortaleza no es simple egoísmo o altruismo, porque la firmeza sólo es firmeza en tanto que es fortaleza y lo mismo cabe decir de la generosidad. Y ésta sólo es virtud cuando es eficaz. Además, las normas y virtudes éticas toman asiento mucho más sobre la fraternidad que sobre la igualdad, guiándose antes por la amistad que por la justicia. El radio de acción de dichas virtudes es mucho más amplio extensionalmente que el de las normas morales, pues atraviesan y desbordan las barreras de clanes, clases sociales, partidos políticos y Estados. Su horizonte es la “Humanidad”, en la medida en que el individuo humano corpóreo es la figura universal del campo antropológico. De hecho, los “Derechos Humanos” lo que hacen es dar un reconocimiento y una garantía legal a dichas normas éticas, en la medida en que puedan verse amenazadas por normas morales (por ejemplo, las propias de cada pueblo o nación). Así la ética se abre camino a través de la moral y frecuentemente en conflicto con ella, pues las normas éticas y las normas morales no son conmensurables.

Por todo lo expuesto hasta ahora, la medicina, que es la que nos puede curar de una grave enfermedad como en el caso de la pandemia que nos ocupa, es la actividad ética por antonomasia, pues marcha paralelamente en su ejercicio al curso de las virtudes éticas. Toda moral de partido, de gobierno o de oposición, que entorpezca o impida dicho ejercicio heroico, pues se realiza en condiciones de precariedad y agotamiento, está de más en estos momentos. Sería una canallada. Asimismo, la fraternidad ética para con nuestros convecinos y familiares se patentiza cumpliendo de forma prudencial y sensata las recomendaciones sanitarias que surgen de la medicina como tecnología, en lo que ésta tiene de verdad científica: las “identidades sintéticas” generadas por los cierres categoriales de la fisiología, biología molecular, etc.

Permanecer confinados en nuestros domicilios es también un acto de fortaleza, de firmeza y de generosidad. Al virus se le vence, literalmente, permaneciendo separados. Y si algo ha de cambiar en la sociedad española, frente a esta realidad o hiperrealidad (aún no lo sabemos) que es el Coronavirus (COVID-19), no estaría de más empezar por cuestionar por qué se pagan en nuestra nación política sumas escandalosamente millonarias por un futbolista y un joven becario universitario, con un brillante expediente en disciplinas científicas que nutren la medicina, tiene que mendigar un sueldo que no llega a mileurista para poder investigar, o por qué en España no hay ninguna universidad que esté entre las cien mejores del mundo… y ya puestos… por qué a veces las personas más indigentes, intelectual y moralmente, acaban dirigiendo políticamente los destinos de los “egos corpóreos” (que nacen, enferman y mueren) y que convivimos bajo la misma piel de toro.

En Langreo, jueves 26 de marzo de 2020

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