El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 34
Artículos

Cartografía de un terreno anómalo: el coronavirus y el teorema de la esfera

Íñigo Ongay de Felipe

Se diagnostica el carácter irregular de un terreno pandémico cargado de desniveles

pandemia

Con ocasión de la pandemia de COVID 19 en curso, se ha señalado con notable frecuencia la circunstancia, central sin duda desde el punto de vista epidemiológico, de que las tupidas redes de comunicaciones que entreveran las diferentes partes de nuestro mundo globalizado habrían hecho posible la difusión planetaria del SARS-COV-2 en apenas tres meses desde su descubrimiento en los laboratorios de microbiología de la ciudad de Wuhan en la provincia china de Hubei. En este sentido, semejante celeridad en la propagación de la enfermedad en contraste con los ritmos comparativamente más morosos y el radio geográficamente más limitado de la difusión de otras pandemias registradas en la historia fenoménica, como es el caso, sin ir más lejos, de la llamada gripe española de 1918 o de la peste negra del siglo XIV, sólo habría resultado posible por el mismo desarrollo de la tecnología contemporánea de los transportes que mantienen conectadas las grandes capitales del planeta a la manera de nódulos de una red internacional, frente, por ejemplo, a las rutas comerciales bajomedievales, herederas de la “ruta de la seda”, que habrían pautado la propagación de la bacteria yersinia pestis o las mismas trincheras de la Gran Guerra por las que habría circulado el Influenzavirus de 1918. De acuerdo a unos tales análisis sería el presente globalizado (en cuanto que sin duda resultado de una re-totalización respecto de procesos previos de totalización recursiva, porque ex nihilo nihil fit) lo que explicaría la velocidad relativa de la difusión de la epidemia.

Pues bien, sin perjuicio de reconocer ampliamente que esto es en gran medida cierto, me gustaría comenzar por sentar un diagnóstico en cierto modo inverso, puesto que igual de certero sería decir que es asimismo la categoría epidemiológica la que, en el contexto de la crisis del coronavirus (una crisis no por nada de carácter mundial), habría procedido a totalizar operatoriamente el mundo a través de la interpolación constructiva de relaciones a partir de términos. En este sentido y por ejemplo, el desarrollo de la ciencia epidemiológica permite computar no sólo las curvas estadísticas que recogen la dinámica de la enfermedad sino también construir mapas epidemiológicos que, como los mapas esféricos respecto del relieve del orbe, representan la totalización más precisa de las partes del globo en el contexto de nuestro presente. En tal sentido, y por paradójico que esto pueda parecer, la unidad ontológica del mundo por codeterminación entre sus partes sería tanto un resultado ad quem como una condición a quo de las construcciones científicas en epidemiología.

Con todo, totum sed not totaliter. El tipo de totalización que vemos incoada en el mismo tratamiento epidemiológico de la crisis del coronavirus no agota ni puede agotar exhaustivamente la pluralidad de los estromas removidos por la misma. La razón que podríamos por nuestra parte para ello resonaría ante todo del siguiente modo: vista desde la Teoría del Cierre Categorial, la escala gnoseológica propia de la disciplina epidemiológica nos remite a un conjunto muy determinado de partes formales dadas entre los ejes de su espacio gnoseológico. Se trata en todo caso de un campo cuyas partes integrantes aparecerían como talladas según unas proporciones muy características: desde los términos enclasados de diversos modos –por ejemplo a título de covid-positivos, covid-negativos, asintomáticos, &c.– constituidos por los propios pacientes en su corporeidad fisicalista susceptible de expandir el virus por sus vías respiratorias, a las esencias conformadas por las poblaciones estadísticas de referencia, pasando por las operaciones “testar”, “clasificar” y “calcular”. Diríamos que, en general, los vínculos entre estas partes formales del campo categorial de la epidemiología se resuelven ante todo según nexos dados a distancia apotética por los que se verifica el propio contagio epidémico; nexos que involucran ellos mismos las operaciones formales de los sujetos temáticos de partida, esto es, su praxis institucional enteramente análoga a la asignable al sujeto gnoseológico (por ejemplo, su praxis laboral, deportiva, de ocio, pero también su participación en manifestaciones, sean o no feministas, en mítines políticos, &c.). Según esto, la categoría epidemiológica requeriría una y otra vez la recurrencia de las propias operaciones temáticas, y ello por mucho que unas tales operaciones puedan quedar posteriormente desbordadas en el progressus en dirección a estructuras estadísticas envolventes: en este sentido las curvas de la epidemiología nos devolverían, en la línea del progressus, a lo que Gustavo Bueno conoció como situaciones I-alfa2.

Sin embargo, la crisis del COVID no se agota en modo alguno en la categoría epidemiológica. Y ello puesto que tal categoría segrega, en el proceso mismo de cierre desu propio circuito operatorio, terceras texturas que, sin perjuicio de darse en todo momento por supuestas, habría que calificar como epidemiológicamente opacas en tanto que partes materiales del propio campo: este sería el caso, si no me equivoco, de la propia estructura molecular del patógeno, desde sus filamentos de ARN recubiertos por una membrana de glicoproteína a sus proteínas S en forma de corona cuyo engarce, ahora ya por contigüidad paratética –tipo llave-cerradura– con las proteínas ACE2 de los pulmones permite al SARS COV2 replicar su material genético a todo lo largo de sus tropismos por los tejidos celulares del huésped. Dichas determinaciones, centrales sin duda desde el punto de vista del contenido del campo de la virología, resultarían inevitablemente oblicuas respecto de la escala categorial epidemiológica, a la manera como también John Snow pudo por su parte componer una cartografía del brote de cólera de Londres en 1854 (esto es, pudo simplemente construir un teorema epidemiológico verdadero) sin necesidad alguna de regresar a la estructura bioquímica, regulada por una racionalidad alfa 1, de la bacteria Vibrio cholerae que Filippo Pacini llegaría a aislar también en 1854, casi treinta años antes de su re-descubrimiento por parte de Robert Koch. El hecho, sin duda medular en relación a la historia de la medicina, de que la teoría de los miasmas hubiese permanecido bloqueando poderosamente la popularización del “descubrimiento” de Pacini, al menos hasta que pudo cumplimentarse el desarrollo de la teoría germinal de las enfermedades infecto-contagiosas por parte de Pasteur, es algo que en absoluto estorbó la construcción del teorema de Snow. Y si no lo estorbó, ello se debe ante todo a que éste mismo se resolvía en una escala diferente respecto de la bacteriológica.

Ahora bien, no son sólo los métodos moleculares y bioquímicos o virológicos los que aparecen como gnoseológicamente disociados de los cursos constructivos epidemiológicos, sin perjuicio de que estos no puedan separarse de aquellos con los que interfieren constitutivamente (ya que no podría haber epidemia al margen del agente infeccioso). También las estrategias biomorales de “salud pública” empleadas al efecto, tales como el consabido distanciamiento social que por cierto habría alcanzado en nuestros días proporciones igualmente planetarias, o simplemente las prácticas clínicas bioéticas de los médicos en ejercicio (desde la intubación al triaje), se mueven de acuerdo a rasantes –en este caso de carácter beta operatorio– gnoseológicamente oblicuos al mismo tiempo a la epidemiología y a la virología. A todo ello, habría que añadir el tratamiento de las consecuencias de la crisis a la que nos enfrentamos por parte de la economía política, la sociología, las categorías políticas o las ciencias jurídicas. Se trataría, en este caso de disciplinas beta, cuyas escalas gnoseológicas aparecerían igualmente como inconmensurables tanto entre sí como respecto a la racionalidad de las disciplinas científicas alfa. Por traer a colación un ejemplo entre otros: nos parece que en este contexto, pueden reinterpretarse fértilmente las consabidas contraposiciones dicotómicas, ellas mismas muy oscuras, entre la “salud” y la “economía” que hemos escuchado por boca de tantos políticos, periodistas y comentaristas. Cuando tales oposiciones dilemáticas se contemplan desde la perspectiva de las coordenadas gnoseológicas que hemos delineado, estas podrán empezar a verse como un sombreado metafísico de la inconmensurabilidad que mediaría entre la racionalidad económica y la praxis clínica de la medicina.

Por lo demás, si es verdad que estamos ante un terreno anómalo, configurado por una pluralidad de partes extra partes cuya unidad de simplicidad nunca podrá darse por supuesta ni siquiera mediante el recurso ad hoc a la idea de “interdisciplinaridad” o “multidisciplinaridad”, se entenderá al mismo tiempo muy bien la gran probabilidad de que diferentes sistemas de coordenadas filosóficas hayan propendido a hacerse cargo de tales irregularidades inter-categoriales por vía de su cancelación según los postulados de un monismo armonista que racionalizara metafísica o mitológicamente las anfractuosidades del relieve. El presente número de El Catoblepas contiene trabajos extraordinariamente pertinentes ante el trámite de levantar acta crítica –es decir, ante todo clasificatoria– de la variedad de ideas de estirpe metafísica que filósofos tanto académicos como mundanos han venido empleando a la manera de guardagujas de sus respectivas filosofías de la pandemia. Se trata de ideas como las de “Cultura”, “Naturaleza”, “Dios”, “Capitalismo”, “Guerra”, “Humanidad”, “Europa”, “Oriente”, “Occidente”, &c., en cuyo seno muchos pretenden anegar lisológicamente la morfología estromática de la pandemia mediante el expediente de entenderla, por ejemplo, como “un mensaje de la naturaleza” o como “un reto para la democracia”.

Sea como sea, es lo cierto que los entreveramientos de estas ideas abren paso a otras tantas nematologías, en muchas ocasiones polarizadas en la dirección de doctrinas fundamentalistas, sean de signo radial (el fundamentalismo científico o el fundamentalismo ecologista), sean a su vez de signo circular (como es el caso del fundamentalismo democrático, europeísta o humanista) o angular (al modo de los fundamentalismos religiosos terciarios). No discutimos que tales sistemas doctrinales representan formas racionales y necesarias de reorganizar un terreno abrupto y discontinuo resolviendo las inconmensurabilidades entre sus partes. Antes bien, lo que objetaríamos a tales nematologías es el carácter acrítico e inconsistente de las metodologías sustancialistas mediante las que esta reorganización, sin duda racional a su modo, se abre camino. Creemos por nuestra parte que lo que la filosofía crítica materialista puede oponer a la deslumbrante evidencia que se dimana de los presupuestos de estos sistemas doctrinales es simplemente esto: las inconmensurabilidades morfológicas del terreno por el que circula el SARS COV-2 no hay Dios (ni Humanidad, ni Naturaleza, ni Democracia, ni Europa) que las resuelva.

Viernes, 10 de abril de 2020.

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