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Fortunata y Jacinta

Análisis Dos Cataluñas de Netflix. 1 Introducción: soberanía, nación política, 1808

Forja 008 · 20 octubre 2018 · 16:46

¡Qué m… de país!

Presentación

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta y hoy les invito a transformar la ‘m’ del título en otra cosa que no sea la ‘mierda’ de marras.

Este es el primer programa de una serie de capítulos dedicados al análisis del documental “Dos Cataluñas” que Netflix ha tenido a bien glorificar.

La serie constará de cuatro partes: un preludio cantábile donde procederemos a la contextualización del problema y al análisis filosófico de algunas cuestiones clave, tales como la idea de soberanía y la de nación. Luego vendrá una parte dedicada al análisis de los recursos narrativos visuales y sonoros y su relevancia a la hora de construir un determinado relato “ganador”. Una tercera parte destinada al análisis filosófico de algunas de las ideas que atraviesan el documental y por último una coda final o conclusiones.

Empezamos.

Preludio cantábile

Habrán observado ustedes que, una vez más, los españoles hemos sido abandonados por una parte importante de nuestras élites políticas e intelectuales las cuales, borrachas de catecismo ideológico –cada cual con el suyo–, y ambiciones electorales cortoplacistas, se muestran incapaces de hacer frente a la actual situación de crisis nacional. Ya ocurrió en 1808, ¿se acuerdan ustedes? Entonces tuvo lugar aquello que erróneamente llamamos la “Guerra de Independencia” y digo ‘erróneamente’ porque en 1808 España no formaba parte de Francia y por tanto no tenía por qué independizarse de ella... Aunque, claro, ahora que lo pienso, es verdad que en mayo de 1808 se habían producido las abdicaciones de Bayona de manera que Carlos IV y su hijo Fernando VII cedieron los derechos de la Corona española a Napoleón que, a su vez, se los cedió a su hermano José. En cualquier caso, a mí me gusta más lo de la “Guerra del Francés” o la “Francesada” o, si no, mi favorita: «Levantamiento y revolución de los españoles».

Entonces, como ahora, fue el pueblo el que encontró formas creativas para defenderse, ganando la “Guerra del Francés” y demostrando al mundo entero que el error de Napoleón no fue militar, sino político. Escribía Karl Marx en sus artículos sobre España que la sociedad española tradicional era mucho más plural y libre que cualquier otra del resto de Europa y que lo demostraban las constantes insurrecciones populares dirigidas contra las camarillas cortesanas que abusaban del poder: «Quizás no haya otro país, excepto Turquía, tan poco conocido y erróneamente juzgado por Europa como España (…) Así ocurrió que Napoleón, quien, como todos sus contemporáneos, creía a España un cadáver exánime, se llevó una sorpresa fatal al descubrir que, si bien el Estado español yacía muerto, la sociedad española estaba llena de vida y rebosaba, en todas sus partes, de fuerza de resistencia (...) Al no ver nada vivo en la monarquía española, salvo la miserable dinastía que había puesto bajo llave, se sintió completamente seguro de que había confiscado a España. Pero pocos días después de su golpe de mano recibió la noticia de una insurrección en Madrid”.

Napoleón se equivocó al considerar que la monarquía en España caería como en el resto de Europa. Ignoraba que, tradicionalmente, esa España oscurantista, siniestra y cazurra que la ideología negrolegendaria había proyectado desde hacía siglos en los imaginarios europeos, había ido construyendo desde el siglo IX una red tan densa de poderes locales, provinciales y estatales y de instituciones firmemente asentadas como los ayuntamientos, las juntas, los consejos, las compañías mercantiles, etc. que, en palabras de Esparza, “en 1808 el pueblo español fue capaz de recoger la soberanía cuando estaba tirada en el suelo”.

Aquí hacemos una breve parada técnica para explicar eso de la “soberanía tirada en el suelo”. El Diccionario de la Real Academia Española contempla la siguiente definición: “La soberanía es el poder político supremo que corresponde a un Estado independiente”. Hay que señalar que durante la Edad Media se consideraba que la autoridad del rey era una autoridad delegada, subordinada y dependiente de la soberanía de Dios. Es decir, la soberanía correspondía a Dios y Dios se la cedía temporalmente al rey. Pero la cosa siguió evolucionando, lógicamente, de manera que sería a raíz de los acontecimientos de la Revolución Francesa cuando la nación aparecería como nuevo sujeto de soberanía.

Solo por curiosidad y para constatar una vez más el hecho de que determinadas plataformas de información ejercen un tremendo poder de subjetivación sobre las mayorías, dediquemos un segundo a la Wikipedia. Su defecto más grave no es tanto lo que dice sino cómo lo dice y, sobre todo, qué no dice. Si ustedes consultan la entrada ‘soberanía’ verán que se cita a Bodin, a Hobbes, al abate Sieyès, a Rousseau, a Carré de Malberg, a Jellinek, a Hermann Heller y un largo etcétera. No aparece citado ni un solo español, algo como mínimo curioso si se tiene en cuenta que el Imperio español ostentaba por aquel entonces un poder hegemónico incontestable, profundamente institucionalizado y burocratizado, y que dicho poder debía ser necesariamente sostenido por un pensamiento político, ético, económico y científico de vanguardia.

En efecto, no es que no existieran pensadores de altura en España. Sucede sencillamente que a menudo la Wikipedia no los cita. Digo la Wikipedia cuando podía decir, asimismo, Escohotado o muchos otros que se tienen por voces de autoridad. Y así nos encontramos con que Baltasar de Ayala, fundador del Derecho internacional moderno, no solo no aparece citado en este artículo de la Wikipedia sino que ni siquiera tiene entrada propia. Baltasar de Ayala perteneció a la Escuela de Salamanca, pionera en Derecho y en teoría política y económica, y que cuenta con autores tan notables como Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, Domingo de Soto o Martín de Azpilcueta, por citar solo a un puñado de estos gigantescos intelectuales españoles de los siglos XVI y XVII.

Pero retomemos aquello de que “en 1808 el pueblo español fue capaz de recoger la soberanía cuando estaba tirada en el suelo”. Los ideólogos de la Revolución Francesa acuñaron la expresión “Antiguo Régimen” para referirse despectivamente a la forma de gobierno anterior a la Revolución Francesa. “Antiguo Régimen” se refiere, por tanto, a aquello de los reinos, las monarquías absolutas, los estamentos sociales, los linajes, los privilegios locales o fueros… ya saben ustedes, ese feudalismo que hoy día tiene tantos nombres y que a todos nos resulta tan familiar. Pues bien, como ya hemos dicho, en el Antiguo Régimen la soberanía recaía en el Rey y entonces se decía aquello de ¡Viva el Rey! La figura del rey no era un igual con las demás y se mantenían las diferencias jurídicas entre los distintos estamentos. Ahora bien, llega la Revolución Francesa que viene a culminar un proceso muy complejo que ya venía de atrás y que consistía en devolver la soberanía al pueblo, porque el pueblo francés estaba muy cabreado ante la indolencia y los excesos de la Corte de Luis XVI. La transformación la vemos muy clara en un ejemplo que cita Gustavo Bueno y es que, tras la batalla de Valmy, los soldados revolucionarios franceses en vez de gritar ¡Viva el Rey! Empezaron a clamar ¡Viva la nación! Se ha confirmado la transferencia del sujeto soberano: ya no es el Rey, ahora es la nación.

Imaginemos, por tanto, que la soberanía es esta piedra pirita que tengo en la mano. Ves ustedes qué preciosa, es que es un tesoro la soberanía, es un tesoro. Por eso vemos hoy día tanta lucha por conservarla. Teóricamente, en 1808 Carlos IV es Rey de España. Esto es bastante más complicado de contar porque está por ahí la figura todopoderosa y muy controvertida de su Primer ministro Godoy pero también la abdicación de Carlo en Fernando VII y un montón de intereses que andaban por ahí circulando. En cualquier caso, vamos a ceptar que, según las costumbres del antiguo Régimen, Carlos IV era el depositario de la piedra pirita. En una demostración de debilidad inmensa, quiso regalar a Napoleón la pirita, Napoleón manda a su hermano a España para que recoja la pirita y se encuentra con que el pueblo español se rebela, lucha por conservar su pirita y lo consigue. De ahí que podamos decir que “en 1808 el pueblo español fue capaz de recoger la soberanía cuando estaba tirada en el suelo”.

La formalización de España como nación política –atención: decimos nación política, no nación biológica, ni étnica, ni histórica. Tampoco estamos diciendo que España no existiera como sociedad política antes de 1808. En fin, como pueden observar, todo esto tiene su intríngulis por eso hay que leer, sus señorías, leer a los Buenos… ¿lo pillan ustedes?–. La formalización de España como nación política tendrá lugar con la Constitución de Cádiz de 1812, que rompe con el Antiguo Régimen y que dice así: Artículo 1: “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. Artículo 2: “La Nación española es libre e independiente y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”. Artículo 3: “La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales”. Como vemos, nace el concepto de ciudadanía: dejamos de ser súbditos para convertirnos en ciudadanos de Derecho, todos iguales ante la ley. Como hemos visto, dicha Constitución no fue un apósito artificial que se arrojó sobre un erial, como pensaban muchos ilustrados franceses, sino que surgió de una sociedad extraordinariamente madura a nivel político como era la española de principios del siglo XIX. Hay que aclarar, además, que la lucha por la pirita, esto es, por conservar la soberanía nacional española, fue firmemente secundada por las facciones políticas liberales y progresistas del momento, las cuales poco o nada tienen que ver con algunas ‘autodenominadas’ izquierdas de la actualidad que han perdido de vista el bien común y pretenden manejar la soberanía nacional como si fuera una piñata.

Y algunos dirán, ¿pero qué rábanos tiene esto que ver con el documental “Dos Cataluñas”? Pues todo, queridos espectadores, absolutamente todo. En primer lugar, porque también ahora se ha evidenciado dramáticamente la debilidad de nuestras élites políticas e intelectuales, todas ellas deslumbradas por el mito de una ‘Europa Sublime’ y si no me creen, dense un paseo por nuestras universidades. En segundo lugar: ahora mismo se está produciendo un enérgico desafío a la soberanía nacional española. Tercero: se ha generado un rebrote violentísimo del argumentario negrolegendario que trata de construir una imagen débil, oscurantista y cavernícola de España. Y cuarto: una vez más, se está cometiendo el error de considerar al pueblo español como un pueblo políticamente inmaduro e incapaz de dar respuesta firme a las amenazas.

Así que aquí nos tienen a los españoles, una vez más, encontrando formas creativas para defendernos, ya sea a través de las redes sociales o comprando masivamente libros que nos aclaran por qué hemos llegado a este punto. Porque, señorías, esto no viene de la nada, sino que tiene raíces profundas perfectamente rastreables gracias a la labor que especialistas de todo el mundo vienen desarrollando desde hace décadas, incluidos algunos españoles de enorme valía y coraje, como es el caso de Gustavo Bueno, nuestro filósofo más silenciado por la academia y por el resto de poderes fácticos. Pero antes de Gustavo Bueno, que desarrolló su Filosofía Política con un rigor sin igual ni dentro ni fuera de nuestras fronteras, ya avisaron del peligro otros autores como Gonzalo Jiménez de Quesada, Francisco de Quevedo, Emilia Pardo Bazán o Julián Juderías, por citar solo a algunos de nuestros clásicos.

De manera que somos la gente de la calle quienes tendremos que hacer el trabajo. Fortunata y Jacinta asumirá su parte realizando una serie de programas especiales para demostrar que el documental “Dos Cataluñas”, que se presenta a sí mismo como un ensayo crítico de la realidad política y social que se vive en España –¡En España, señores, a ver si se enteran! ¡El conflicto se vive en España, no en una Cataluña, ni en dos Cataluñas, ni en 25!–, no se puede enmarcar, como pretende, dentro del género “crítico o indicativo”, que sería, en palabras de Jesús G. Maestro, el resultado explícito de “un racionalismo desmitificador y dialéctico de los hechos”, sino, más bien, dentro del género “programático o imperativo”. Es decir, y por simplificar, que este producto audiovisual se inscribe dentro del género de la propaganda. Y no es preocupante porque sea una novedad (la propaganda en contra de España tiene cinco siglos de Historia). Tampoco es preocupante porque resulte un producto audiovisual de una belleza arrebatadora. Es preocupante porque la tecnología que lo sostiene es una tecnología de ámbito planetario –Netflix es la mayor plataforma de streaming del mundo y el documental cuenta con subtítulos en inglés y en árabe, entre otros–, y una tecnología de ámbito planetario puesta al servicio de una ideología sí es una cosa peligrosa y preocupante. Sobre todo porque ha sido presentado como un producto ideológicamente neutro y eso, querámoslo o no, despista.

Se despide de ustedes Fortunata y Jacinta y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”. Hasta luego.

 



un proyecto de Paloma Pájaro
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