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Fortunata y Jacinta

Análisis Dos Cataluñas de Netflix. 4 Idealismo y materialismo

Forja 011 · 10 noviembre 2018 · 17:31

¡Qué m… de país!

Buenos días, sus Señorías, mi nombre es Fortunata y Jacinta, esto es ¡Qué m… de país! y hoy les invito a cambiar la ‘m’ del título por una “r”, a ver qué pasa.

Un aspecto esencial del problema actual en España es que en nuestros espacios políticos se están manejando constantemente “ideas” (idea de ‘soberanía’, ‘nación’ o ‘democracia’), y que dichas ideas no son estancas, monolíticas y eternas, sino que deben ser enunciadas y explicadas desde una perspectiva filosófica. Esta perspectiva debe ajustarse al presente y al contexto particular y concreto donde dichas ideas están operando.

Ahora bien, 'filosofías' no hay una, sino muchas. De hecho, todos somos filósofos, de ahí que cuando visitamos una exposición de arte contemporáneo, por poner un ejemplo, todos nos sintamos legitimados para opinar. Lo mismo sucede cuando opinamos sobre política.

Para evidenciar la necesidad de elevar el debate de nuestra realidad política al análisis filosófico de las ideas (cosa que no ocurre en ningún momento del documental “Dos Cataluñas”), examinaremos una frase común: “El ciudadano en democracia opera como un sujeto libre y autónomo”. Dada su extraordinaria complejidad, trataremos las ideas de “ciudadanía” y “democracia” en próximas entregas. De momento vamos a centrarnos en el sintagma “sujeto libre y autónomo”.

‘Sujeto’: Observemos que ‘sujeto’ es el participio del verbo ‘sujetar’. Por tanto, el sujeto está siempre ‘sujetado’, ‘situado’. Nunca se refiere a un ente flotante y abstracto sino a un individuo de carne y hueso, fuertemente subjetivado, culturizado y semantizado por las múltiples ideologías del entorno.

‘Libre’: lo que sea o no la libertad es algo que aún discuten los filósofos. No es una idea cerrada sino una idea que se construye y que por tano cambia. Para Aristóteles, por ejemplo, el ser humano es un Zoon politikón, esto es, un animal que se organiza políticamente al contrario de lo que ocurre con otros animales. Las abejas o los chimpancés crean sociedades muy complejas, pero no crean sociedades políticas: controlan territorios y ordenan la vida social pero no tienen Estado, ni partidos políticos, ni parlamentos. Según Aristóteles, la libertad solo puede darse dentro de la Polis, es decir, dentro de un determinado ámbito sociopolítico, dentro de un cierto marco normativo y restrictivo, esto es, dentro del Estado. Para resumir: un Homo sapiens que viviera aislado en la selva no sería, para Aristóteles, ni un ser humano ni un ser libre. Cervantes y la propia Fortunata y Jacinta suscribirían esta lectura sin demasiado problema.

‘Autónomo’: desde el punto de vista de una filosofía materialista resulta muy difícil defender cualquier tipo de autología –del griego autos = por sí mismo–, ya que su uso acrítico suele dar lugar a conceptos límite, a ideas extremadamente problemáticas como pueden ser las ideas de autodidactismo, autodeterminación, autoconsciencia o la propia idea de autor. Nadie se hace ‘por sí mismo’ del mismo modo que ninguna cosa se hace a sí misma. También habría que señalar que la razón nunca es autónoma ni individual, sino que siempre es colectiva y normativa. Cabría insistir, por tanto, en que nadie puede razonar aisladamente, del mismo modo que nadie ni nada puede autoformarse, autoconocerse o autodeterminarse.

Como habrán observado, he hablado de filosofía materialista. Lo primero que tenemos que hacer es determinar desde qué esquema, mapamundi o filosofía, interpretamos la realidad porque, como hemos dicho, filosofías no hay una sino muchas. Grosso modo, podríamos decir que hay filosofías idealistas y filosofías materialistas. Esto es una simplificación bochornosa, pero ustedes sabrán entender por dónde voy. Ambas corrientes tienen una trayectoria histórica, es decir, han recibido distintos desarrollos a lo largo del tiempo.

Las filosofías idealistas tienden a analizar la realidad desde el punto de vista de lo que la realidad debería ser: suelen crear modelos utópicos y utilizar conceptos metafísicos. Por ejemplo: Don Quijote es comúnmente identificado como un idealista, pero también es un idealista Kant al proponer su idea de la Paz Perpetua entre las naciones. O la ONU al redactar la Declaración Universal de los Derechos Humanos (hay que recordar que dicha declaración no fue firmada por todos los países. No la firmaron, por ejemplo, los países islámicos, lo que le resta operatividad y, sobre todo, cancela su pretensión de universalidad).

Los filósofos idealistas construyen un modelo mental, como hizo Platón, el cristianismo o el nazismo, y tratan de ajustar las realidades existentes a esos modelos perfectos a través de acciones, discursos, ordenamientos sociales y políticos, etc. Pero quiero incidir en una cuestión clave: mientras Platón y el cristianismo (heredero directo de Platón) reconocen que ese mundo ideal está más allá de este mundo imperfecto, el nazismo trató de proyectar su modelo ideal directamente sobre este mundo. Esta ideología, insatisfecha con la naturaleza humana, se basa en la creación de un nuevo tipo de ser humano. La ideología nazi está fundamentada en una filosofía, en concreto, en una filosofía de tipo idealista que le sirve de plataforma para interpretar el mundo, pero también le sirve para transformarlo. De ahí que el nazismo funcione como una filosofía política dado que tiene como finalidad el reordenamiento de la Polis, del Estado.

Desde una filosofía de tipo idealista o espiritualista yo podría decir, por ejemplo, que el Arte es la expresión del espíritu absoluto. Desde ese punto de vista, en mi interpretación del mundo habría cabida para las entidades metafísicas tales como los espíritus absolutos, el alma, las musas o los dioses que hablan al artista en lenguaje torcido y oscuro. De esto se infiere que el artista, embebido de los tóxicos vapores, sería aquella criatura especialmente dotada para hundirse en las profundidades de la existencia y traducir para nosotros sus insondables misterios. ¿A ustedes les parece que exagero, que hago una caricatura grosera de lo que sucede en el arte hoy día? Verán, yo terminé la carrera de Bellas Artes en el año 2000 y toda mi promoción fue adoctrinada en este tipo de pensamiento. Yo misma, hasta hace muy poco, escribía textos que incidían en esta concepción romántica del arte, de los artistas y del espectador. Así que puedo constatar que sigue plenamente vigente.

El problema de perpetuar esta perspectiva filosófica sobre el mundo es que facilita la aceptación de que existen ciertas esencias eternas y sagradas que fundamentan, por ejemplo, el ser ‘espiritual’ de una determinada cultura, pueblo o nación, su verdadera y prístina esencia. Cuando Hegel hablaba del espíritu absoluto se refería al espíritu absoluto del pueblo alemán. Del mismo modo, cuando hoy se defiende el indigenismo desde el arte contemporáneo se está defendiendo una ‘idea’ esencialista del ‘indio’, se habla del indio en abstracto y desde una perspectiva metafísica. Aquí toco muchas fibras sensibles, ¿verdad compañeros? Esto habrá que abordarlo con más calma en próximas entregas.

Aunque esté muy extendida la creencia de que nuestras sociedades tecnológicamente avanzadas ya no operan con entidades metafísicas, tales como Dioses o la Verdad, lo cierto es que sí las hay y de hecho se presentan a sí mismas como absolutas y revestidas de los mismos atributos que antes se reservaban a Dios o a la Verdad. Algunas de estas entidades metafísicas son esta idea de ‘la esencia de los pueblos’, la idea de ‘democracia’, la idea de ‘derechos humanos universales’, la idea de una ‘Europa sublime’ o la idea de ‘la media naranja’, por poner solo un par de ejemplos.

Lo importante es que seamos capaces de identificar que este tipo de filosofías de corte idealista se encuentran en la base de todos los argumentarios nacionalistas y el propio documental “Dos Cataluñas” ofrece varios ejemplos muy jugosos al respecto. No debemos olvidar que este esencialismo metafísico que sostiene el nacionalismo catalán (una cultura, una lengua, unas tradiciones o una genética que los particulariza y dota de excepcionales capacidades intelectuales y morales), se construye en oposición a otro esencialismo metafísico, el que estas mismas ideologías proyectan sobre Castilla o los castellanos. Y así encontramos perfectamente operativo el sombrío determinismo histórico, racial y moral que, desde la perspectiva de estos nacionalismos fragmentarios, pesa y pesará eternamente sobre España y los españoles. Y así los ideólogos del nacionalismo catalán, como Daniel Cardona, escribían en el año 1923: “Un cráneo de Ávila no será jamás como uno del Valle del Vic. La antropología habla más elocuentemente que un cañón del 42”. ¡Ay, cuanto trabajo le queda por hacer a Fortunata y Jacinta! Y, sin embargo, hoy no puedo detenerme en estas cuestiones. Sigamos.

Una vez aclarado que Fortunata y Jacinta ha identificado el peligro de estas filosofías idealistas o espiritualistas, queda señalar cuál es la plataforma filosófica que consideramos más conveniente para la interpretación del mundo y, dentro del mundo, para la correcta interpretación de la obra de arte o incluso para la correcta interpretación de lo que sucede en nuestros espacios políticos. Frente al idealismo, el materialismo, que rechaza cualquier tipo de utopía, incluidos los conceptos metafísicos.

Y dentro de esta corriente filosófica que a lo largo de la historia ha tenido diversos desarrollos, Fortunata y Jacinta se decanta por el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno que no solo se enuncia como distinto o alternativo al idealismo, sino que se construye justo en su contra, enfrentado a él y esgrimiendo las herramientas de análisis necesarias para desmontarlo y superarlo, cosa que a la inversa no se puede hacer. Y si creen que sí, que lo demuestren.

Es importante no confundir el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno con el materialismo grosero que da excesivo valor a las cosas y a las posesiones. Tampoco hay que confundirlo con el materialismo dialéctico de Marx (que es monista frente al Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno, que es pluralista), ni tampoco con el Materialismo histórico. De hecho, para un mejor ajuste de las ideas, el Materialismo Filosófico da la vuelta del revés a Marx. Dentro de la filosofía de tradición helénica (a la que Bueno designa como filosofías en sentido estricto), a veces fue necesario dar la vuelta a las concepciones filosóficas previas: si Marx dio la vuelta a Hegel, Bueno da la vuelta a Marx.

El Materialismo Filosófico opera como una filosofía crítica, dialéctica y desmitificadora y su función es triturar el montón de fantasmagorías que las filosofías idealistas han injertado en nuestras mentes posmodernas desde hace décadas. Vamos a poner un ejemplo muy simple para ver cómo opera el Materialismo Filosófico en situaciones cotidianas de plena actualidad.

Muchas personas se reconocen a sí mismas como ‘ciudadanos y ciudadanas del mundo’. Hoy día, esta locución resulta muy útil para desentenderse de cualquier vínculo formal o sentimental en relación a la nación española. Declararme a mí misma ‘ciudadana del mundo’ resulta muy poético, pero lo cierto es que yo no puedo votar en Afganistán ni en Venezuela ni en EEUU. De igual modo, si yo puedo viajar a Jordania o a Canadá es porque dispongo de un pasaporte español que me ofrece una buena cantidad de garantías legales y sanitarias en caso de que me ocurriera alguna desgracia durante el viaje. Y esto no sucede por casualidad, sino porque el Estado español tiene asiento en la ONU y está reconocido como nación política por todas las naciones políticas del mundo. Declararnos ‘ciudadanos y ciudadanas del mundo’ es una fantasmagoría y, como advierte Bueno, este tipo de fantasmagorías “son música celestial” que nos lanzan de bruces contra la realidad.

En otras palabras: no hace falta ‘sentirse’ españolazo para defender la unidad territorial y a la nación española (tampoco pasa nada por serlo, fíjense en mí). Basta con saber que, desde un punto de vista formal, material y objetivo somos españoles y que, a día de hoy, el único Estado que garantiza nuestro estatuto jurídico como ciudadanos de derecho en todo el mundo, es el Estado español. No es el alemán ni el brasileño ni el etíope. Por otro lado, no hay que olvidar que el estatuto de ciudadanía tiene carácter heterológico y no autológico, es decir, que yo no me puedo declarar a mí misma ciudadana francesa, sino que tendría que ser el Estado francés el que me reconociera a mí tal estatuto. Del mismo modo, Cataluña no se puede declarar a sí misma nación política, sino que necesita del reconocimiento explícito de las otras naciones políticas del mundo para serlo.

Sucede que en nuestros análisis de la realidad, ya sea una obra de arte, el documental “Dos Cataluñas” o la situación política actual en España, muy poca gente aplica este sistema filosófico sino que aplica otros sin saberlo. Filosofías generalmente de tradición anglogermánica, que son las que están en la base de la posmodernidad y que han condicionado profundamente nuestra forma de interpretar el mundo.

Por eso hay una cantidad abrumadora de ciudadanos que, ante el fenómeno del separatismo, dudan y dicen: “Todas las posturas son válidas” (relativismo).

Ante el uso oportunista de los argumentos históricos dudan y dicen: “Todas las construcciones históricas son falsas, incluida la construcción histórica de España” (nihilismo).

Frente al análisis lógico y conceptual de la situación, no dudan y dicen: “yo opino y yo siento” (psicologismo) o bien “mi grupo opina y mi grupo siente” (sociologismo).

En su enfoque de la Política, anteponen el argumento emocional al argumento racional y dicen: “El sentimiento colectivo nos da Derecho” (psicologismo grupal extremo).

Al racionalismo crítico oponen un higienismo moral: “Hay que consensuar todas las posturas aunque algunas de ellas rocen el delirio” (racionalismo de parvulario).

Frente al análisis desprejuiciado de la situación, se decantan por las valoraciones reduccionistas de corte moral y dicen: “Tú eres el Mal y yo soy el Bien” (maniqueísmo).

Y, por último, ante la inconmensurable complejidad de las sociedades humanas dicen: “Estableceré desde la teoría una relación de conceptos y si algo falla culparé a la realidad y no a la teoría” (teoreticismo).

Esta tendencia a salvar la teoría antes que a los hechos factuales tiene hoy día muchos nombres. Una forma de teoreticismo actual es la de los constitucionalistas: hay que perseverar en los postulados de la Constitución del 78 aunque la práctica política demuestre que una interpretación maliciosa y desleal de su articulado puede derivar en la destrucción del Estado. Otra forma perversa es la del fundamentalismo democrático que atiende a lo que idealmente debería ser la democracia (la democracia solo puede acabar estableciendo la mayor perfección y la felicidad más completa), y no a los fenómenos que la práctica de la democracia genera. De ahí que el separatismo catalán repita, una y otra vez, que en España no hay una auténtica democracia y que ellos encarnan la verdadera y perfecta interpretación de la democracia. Muchos grupos autodenominados de ‘izquierdas’ esgrimen, asimismo, que los defectos de la democracia española se arreglan, precisamente, con más democracia. Hay que recordar las prevenciones que nos hacían los antiguos, entre ellos Aristóteles, quien advertía que la democracia, por ser el gobierno de las mayorías para el beneficio de las minorías, desembocaba necesariamente en la forma más corrupta de gobierno.

La postmodernidad genera en el mundo del arte (que es al que yo pertenezco), un extraordinario truco ilusionista que, a mi juicio, es el mismo espejismo que estamos viviendo actualmente en nuestros espacios políticos: la capacidad de significar la obra de arte recae teóricamente en el sujeto observador que proyecta libremente su propia subjetividad y queda satisfecho. Pero lo que sucede en la práctica es que es la ideología dominante junto a sus industriosos agentes (críticos de arte, el propio artista, un determinado museo, el departamento de Estética de tal Universidad, una revista especializada, ciertas galerías, el comité de becas de tal Fundación, etc.), quien impone el sentido, quien modela y construye la propia subjetividad del receptor y quien sanciona no solo la forma correcta de interpretar la obra de arte sino, en definitiva, quien decide qué puede ser considerado arte.

Trasladen esto, como digo, al ámbito político y descubrirán una de las mayores ficciones de la democracia: pensar que la mayoría de los ciudadanos (he aquí el quid de la cuestión: las mayorías), operan como sujetos libres y autónomos.

 



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