David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
←  nódulo 2002 • capítulo 4 • páginas 95-99  →

Institutos del pensamiento misionero, iglecrecimiento, signos y milagros

Jugando un papel prominente en las deliberaciones de Lausana se encontraban varios centros de investigación misionera y la gente que los dirigía. Estos eran «misionólogos» –generalmente misioneros veteranos que habían regresado del campo, habían adquirido un título profesional (como en antropología), y ahora investigaban sobre formas más eficientes y diplomáticas de evangelizar al mundo. En lugar de aceptar la fe o la escatología como una excusa para el fracaso, los misionólogos hacían de la ciencia social el marco referencial para la evaluación de la eficacia o no de los misioneros. [96]

La meca de esta disciplina aplicada se encontraba en Pasadena, California, en el Seminario Teológico Fuller y su Escuela de Misión Mundial. Nombrada en honor a un popular predicador de radio, Fuller había sido organizado por teólogos neo-evangélicos en 1947. Desde su inicio, se comprometió a mantener la infalibilidad bíblica y otros fundamentos de la fe. Ya que la infalibilidad se volvió incompatible con la escolaridad crítica, también de gran importancia para el seminario, adoptó una doctrina de «infalibilidad limitada» en 1972. Escandalizados por el fracaso de Fuller para defender la Biblia, los fundamentalistas trataron, sin éxito, de ahorcarlo financieramente.{18}

En cuanto a la Escuela de Misión Mundial, los fundamentalistas la consideraban como la compañera del seminario en la subversión. Una razón fue que se especializaba en la «corrección de medio curso» para misioneros en descanso, abatida por la experiencia y en busca de métodos más gratificantes. Cuando los profesores de Fuller hablaban sobre el cambio cultural, se referían no solamente a la conversión de los nativos, sino también al cambio de estructuras misioneras anticuadas, las cuales, después de todo, eran una subcultura de la suya propia. Alrededor de 1985, Fuller había entrenado a más de 2.700 personas en la estrategia evangélica, matriculaba alrededor de quinientos estudiantes cada año y –a pesar de que los colegas en otros centros de investigación pudieran diferir– afirmaba haber producido la mitad de la investigación misiológica en el mundo.

La encarnación de la sabiduría en la Escuela de Misión Mundial era Donald McGavran. Un viejito con una carrera que se remontaba a 1923, McGavran se las arreglaba para identificar su nombre con la mayoría de adelantos misiológicos de este siglo. Como un misionero de tercera generación de los Discípulos de Cristo en la India, se encontró administrando instituciones como escuelas y hospitales en lugar de evangelizar a los perdidos. Una de sus primeras críticas fue dirigida contra la idea que equipara a la estación misionera con un faro en el territorio pagano, alrededor del cual se debe construir la iglesia. McGavran afirmaba que el enfoque era auto-aislante y hasta anti-evangélico, puesto que convertía a los primeros neófitos en dependientes de la misión. Subsidiadas por la misión, las resultantes iglesias tendían a convertirse en estructuras de patrocinio auto-limitadas. Debido a que los neófitos [97] existentes no deseaban dividir una cantidad fija de generosidad misionera entre más personas, fracasaban en la evangelización, acabando con el propósito de la misión.

McGavran también tuvo que decidir si se iba a enfrentar al sistema de casta hindú. Si los hindúes querían convertirse en cristianos ¿debían romper con este sistema? Normalmente, los misioneros decían que sí, lo que significaba la conversión de individuos, arrancándolos de su grupo social y convirtiéndolos en desadaptados culturales. Pero los únicos éxitos numéricos de los que la cristiandad podía hacer alarde eran las conversiones masivas de los grupos de casta baja. De estos movimientos populares, con frecuencia más allá del control misionero, McGavran concluyó que la gente generalmente prefería convertirse hacia una nueva religión, no como individuos, sino como miembros de su grupo social. Según las palabras de un admirador, el cristianismo generalmente no se «extendía indiscriminadamente, al igual que la tinta en el agua, sino a lo largo de las líneas de culturas y de idiomas».{19} Su doctrina central, que derivaba de muchos fracasos históricos, era que los misioneros deberían estimular los «movimientos de pueblos», de tribus enteras o de otras «unidades homogéneas».

En un momento dado, después de que las denominaciones históricas rechazaron sus recomendaciones, McGavran sacudió el polvo de sus sandalias y se dirigió hacia las misiones evangélicas. Desde la Escuela Fuller de Misión Mundial, de la cual fue el primer decano, predicó la necesidad de buscar los métodos más efectivos de evangelismo a través de evaluaciones empíricas, preferentemente cuantitativas.{20} El método crítico de McGravan llevó a sus discípulos hacia distintas direcciones, incluyendo esfuerzos por adaptar el cristianismo evangélico a puntos de vista no occidentales. Pero la más conocida de sus ideas, todavía estrechamente ligada con su nombre y el de Fuller, fue el movimiento de iglecrecimiento. La lógica del iglecrecimiento era muy simple y controvertida en una religión que predicaba la hermandad universal. Según McGavran, si las personas preferían convertirse en cristianos como parte de grupos sociales, sin tener que atravesar por barreras raciales, lingüísticas o de clase, las iglesias más exitosas y las de más rápido crecimiento serían socialmente homogéneas. [98]

Los expertos en iglecrecimiento eran los especialistas en ventas y mercadeo de la misión mundial evangélica. Afirmaban que, en lugar de ir a lugares sin creyentes, aquellos «no-alcanzados» por el evangelio, los misioneros debían ir a los lugares en donde la máxima cantidad de gente se interesaba por el evangelio. Si en un lugar determinado existían pocos cristianos, se debía tal vez a la falta de condiciones para el éxito, en cuyo caso los misioneros debían encontrar un lugar más gratificante para trabajar. Este era un giro interesante de la sabiduría tradicional, pero surgía la posibilidad de que las misiones que seguían esta tendencia se limitarían a aprovechar los movimientos preexistentes en lugar de crear nuevos.

Los teólogos tendían a despreciar a los expertos en iglecrecimiento como filisteos. Se criticó frecuentemente su culto a las estadísticas, gráficos y rayas, tasas de crecimiento anual, y factores de resistencia y receptividad. En pocas palabras, los cientos de tesis y de textos producidos por el movimiento de iglecrecimiento podrían reducirse a asumir una actitud optimista, ocuparse de las necesidades que siente la gente, y estimular el liderazgo local. Los críticos afirmaban que era una idolatría de éxito cuantitativo, y también potencialmente racista, ya que podía ser utilizada para justificar la segregación de los pobres y de los que no pertenecían a la raza blanca. No obstante, lo que los partidarios del iglecrecimiento llamaban su «principio de unidad homogénea» no era tan diferente de la premisa detrás de la nacionalización de cualquier iglesia misionera: que los peruanos e hindúes tenían el derecho de manejar sus propios asuntos.{21}

Si el objetivo era atraer el máximo número de personas al culto, la lógica del iglecrecimiento era difícil de mejorar. La adaptación de la iglesia a la cultura y la utilización de técnicas de mercado para ofrecer un camino agradable para la salvación definitivamente funcionaba.{22} Como resultado, sin embargo, los defensores del iglecrecimiento no se mostraban interesados en asumir posiciones frente a problemas sociales y políticos. Los compromisos discutibles debían evitarse, aconsejaban, por temor a causar disensión y retardar el crecimiento. Su pasatiempo favorito era sermonear a los protestantes liberales sobre por qué sus membrecías estaban decayendo. El «liberalismo teológico», amonestó [99] Peter Wagner, discípulo principal de McGavran y profesor de Fuller, «demuestra la correlación negativa más alta con el crecimiento».{23}

En poco tiempo, el culto a las tasas de crecimiento comenzó a inspirar peregrinajes hacia los templos que crecían más rápidamente en América Latina, aquellos llenos de pentecostales. Peter Wagner afirmaba que las iglesias pentecostales crecían tan rápidamente no por su inspiración religiosa en el Espíritu Santo, sino por otras características que las iglesias no-pentecostales podían imitar, como el liderazgo seglar y la expectativa de que cada miembro evangelice.{24} En este sentido, era verdad que las iglesias pentecostales funcionaban más efectivamente que las iglesias misioneras. A pesar de imitar a las iglesias pentecostales, sin embargo, los misioneros estaban conscientes de que todavía no lograban comunicarse con las masas latinoamericanas. Esto era obvio cuando sus propios neófitos demostraban temer a los espíritus del mal y regresaban a los curanderos tradicionales para los saneamientos.

Las iglesias pentecostales trataban directamente con las creencias en la magia, y con las influyentes estructuras de brujería y curación de la sociedad latinoamericana, a través de formas extáticas de adoración. Los misioneros que se mofaban de tales creencias como supersticiosas y que condenaban a los métodos pentecostales por tratar con ellas no estaban equipados para tratar con la vida religiosa latinoamericana. Si deseaban competir con los pentecostales, deberían ayudar a los latinoamericanos a luchar contra los espíritus del mal en un contexto de iglesia. Tendrían que hacer ciertas concesiones a favor de la curación por la fe y el exorcismo. Aunque no lo admitirían frente a los patrocinadores antipentecostales en los Estados Unidos, ellos mismos tendrían que buscar dones pentecostales. Después de todo, ¿no había Jesús anunciado su mensaje con «signos y milagros»? Lo que se necesitaba para impresionar al pagano, de acuerdo a esta escuela de pensamiento, era «el encuentro del poder» en el que la nueva religión se enfrentaba y dominaba a la antigua a través de su potencia superior. Manteniéndose al día, la Escuela Fuller de Misión Mundial ofreció un curso de «Signos, milagros e iglecrecimiento», incluyendo un laboratorio práctico que reportaba milagros.{25}

Notas

{18} Lindsell 1976 y Quebedeaux 1978: 84-90.

{19} Stafford 1984: 17.

{20} Tucker 1983: 477-479. Tim Stafford, «The Father of Church Growth», Christianity Today, 21 de febrero de 1986, pp. 19-23. McGavran 1955 y 1970.

{21} Hutcheson 1981: 120.

{22} Ralph H. Elliott, «Dangers of the Church Growth Movement», Christian Century, 12 de agosto de 1981, pp. 799-80l. Costas 1984a.

{23} C. P. Wagner 1981: 196.

{24} C. P. Wagner 1973: 36.

{25} Wimber 1984. «Signs and Wonders Today», Christian Life, octubre de 1982, pp. 18-76.

 

←  David Stoll¿América Latina se vuelve protestante?  →

© 1990-2002 David Stoll • © 2002 nodulo.org