David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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Dejad que los muertos entierren a los muertos

En el primer aniversario del golpe del 23 de marzo, Ríos Montt se encontraba en ropa de combate, rodeado por los comandantes departamentales del ejército guatemalteco. Cercado por una falange de impasibles coroneles, empapado en sudor, sus ojos recorriendo el salón del palacio, parecía ser un César en espera de su Bruto. Para abrir el camino para la Nueva Israel, Ríos había hecho a un lado a los partidos políticos y al alto mando. Pero nunca se puso en contra de la panza de acero de la jerarquía militar, los coroneles a cargo de las guarniciones departamentales. Cuando Ríos se vistió en su traje de combate el 23 de marzo de 1983 y se colocó entre sus hermanos oficiales igualmente uniformados, ritualmente se subordinó a ellos y aclamó la supremacía del ejército. Había transcurrido una semana de rumores acerca de otro golpe, el cual finalmente lo derrocó cuatro meses y medio después.

Mientras que Ríos predicaba a la nación cada domingo, moralizando contra la subversión y el estado lamentable tanto de la vida pública como de la privada, nunca denunció a la única institución que, más que ninguna otra, había devastado al país, porque era la institución que le había llevado al poder. A pesar de que sus asesores evangélicos confirmaron algunas de las acusaciones contra el ejército, él emitió negativa tras negativa. Puesto que la biografía de Verbo acerca de Ríos admite «algunos abusos» del ejército a pesar de sus órdenes, los dos que ésta menciona merecen nuestra atención.{49} [246]

En el primero, en la Finca San Francisco en Huehuetenango, el ejército masacró, en julio de 1982, a toda una aldea de los Chuj Mayas. No era un caso de civiles atrapados en un cruce de fuego porque no hubo resistencia. Las violaciones en masa –el incentivo del ejército guatemalteco a los soldados para que masacren a mujeres– la tortura y el canibalismo ritual fueron supervisados por oficiales que bajaban de un helicóptero, lo que indicaba al comandante del departamento o sus agregados.{50} A pesar de que la evidencia era inusualmente buena –los sobrevivientes recopilaron una lista de 302 muertos y un observador bastante creíble visitó los restos cuatro días más tarde– los ancianos de Verbo, sus consejeros de FUNDAPI y la embajada de los Estados Unidos se mofaban de aquello. Era otra muestra de la campaña sucia contra Ríos Montt. Como se comprobó más tarde, la investigación de la embajada estadounidense consistió en sobrevolar el sitio en un helicóptero. Cuando un consejero de FUNDAPI finalmente llegó al lugar, en enero de 1983, se sorprendió al descubrir esqueletos y confirmar la historia en un poblado vecino.{51}

El segundo abuso admitido por Verbo fue el asesinato de Patricio Ortiz Maldonado, un profesional maya empleado por el programa de educación bilingüe financiado por USAID. El ejército dice que Ortiz y sus tres compañeros murieron cuando trataban de escapar. Sus supervisores probaron que había sido llevados a la base militar en La Democracia, el fin del camino para muchas personas desaparecidas. De acuerdo a un capitán que sirvió en esa base antes de buscar asilo en los Estados Unidos, las órdenes del coronel de «procesar» prisioneros eran en realidad el código para asesinarlos.{52} Lo que sufrió Maldonado en febrero de 1983 no era nada nuevo: cada año, miles de guatemaltecos eran detenidos por las fuerzas de seguridad y nunca se los volvía a ver, mientras las autoridades negaban todo conocimiento sobre su paradero. Esta vez, sin embargo, la víctima se encontraba en una visita oficial para la embajada norteamericana, lo que forzó a Washington, a Ríos Montt y a sus biógrafos de la Iglesia del Verbo a estar atentos.

Ocasionalmente, el presidente y sus consejeros parecían justificar la matanza de civiles. «El problema de la guerra no es únicamente cuestión de quién está disparando. Por cada persona que está disparando existen diez trabajando detrás de él», observó Ríos en una ocasión. [247] Su secretario de prensa, el anciano de Verbo Francisco Bianchi, continuó: «Las guerrillas consiguieron muchos colaboradores indígenas. Por consiguiente, los indígenas eran subversivos. ¿Y cómo se combate la subversión? Claramente se tenía que matar a los indígenas porque estaban colaborando con la subversión. Y luego se diría que se estaba matando a gente inocente. Pero ellos no eran inocentes. Se habían vendido a la subversión.»{53}

Debido a afirmaciones como éstas, algunos han concluido que el mismo Ríos Montt ordenaba las masacres. Sin embargo, trataba de evitar la repetición de algunos crímenes al reasignar a los comandantes. Se informó también que los ancianos de Verbo entraron en contiendas con dichos oficiales.{54} Lo que es seguro es que Ríos participó en el sistema de circunlocución empleado por las burocracias militares para evitar la responsabilidad de sus actos.

–«Pudo haber ocurrido», respondió Ríos a los informes de matanzas poco antes de ser expulsado de palacio. «Podría. Lo digo circunstancialmente porque no puedo estar seguro. Nunca lo autoricé. Esa es la verdad.»

–Pero en sus instrucciones diarias, ¿acaso nunca fue informado de tales eventos, ni siquiera sobre el incendio de un pueblo?

–«Nunca», respondió Ríos. «Ellos nunca entran en mi oficina para decir 'Hoy día quemamos tal y tal pueblo.'»

–¿Pero no había el ejército quemado algunos?

–«Podrían haberlo hecho», admitió.

–¿Cómo es que esa información no llegó hasta usted?

–«¿Qué información? Todo esto es hipotético... Ninguna información llegó hasta mí... No sabía sobre esto.»{55}

Una señal de la conciencia cristiana de Ríos Montt era una vaga súplica de perdón. «Sabemos y comprendemos que hemos pecado, que [248] hemos abusado del poder», confesó por la radio después de un año en el palacio. «¿Qué puedo hacer con un segundo teniente que no acepta mi orden de no matar?»{56} La naturaleza patética de esta confesión sugiere lo que los ancianos de Verbo aceptaron después del derrocamiento de su hermano: que él nunca había controlado al ejército. Ni un solo oficial del ejército fue llevado a juicio bajo su gobierno. Debido a que el ejército nunca ha disciplinado a sus oficiales, aún por los crímenes más flagrantes contra los civiles, Ríos y sus consejeros espirituales generalmente evitaban el tema. Si la energía gastada en negar los crímenes del ejército hubiera sido empleada para impedirlos, él habría durado aún menos tiempo como jefe de estado.

Después de que se acabaron los días en el palacio nacional, el admitir que nunca pudieron frenar los abusos militares no impidió que los colaboradores de Ríos Montt continuaran azotando a los organismos de derechos humanos, en un intento de justificarse a sí mismos. ¿No declaró la embajada norteamericana que había sido incapaz de verificar un solo incidente? ¿No era fulano de tal de Amnistía Internacional un comunista? ¿No eran los refugiados que realizaban las acusaciones en realidad guerrilleros? ¿Qué más pudo hacer el ejército cuando los guerrilleros les disparaban desde la mitad de plazas llenas de gente?{57}

Como resultado, la idea de que Ríos Montt era víctima de una campaña sucia ha pasado a formar parte de la mitología evangélica en Estados Unidos. Convencidos de que había sido el blanco de la desinformación bien coordinada, incluso Luis Palau y Christianity Today aplicaron su peso para rehabilitar su nombre, convirtiendo al dictador en una víctima de la persecución religiosa.{58} En marzo de 1984, el depuesto Ríos Montt realizó su debut norteamericano con una gira de los programas evangélicos de televisión. También se dirigió a entusiastas reuniones de la Fraternidad de Hombres de Negocios del Evangelio Completo, de los Difusores Religiosos Nacionales, y de la Asociación Nacional de Evangélicos. De acuerdo al Gospel Outreach (Alcance Evangélico), las visitas pretendían romper el silencio que siguió a su derrocamiento, construir vínculos con los altos líderes cristianos y preparar un ministerio profético internacional para él, incluso tal vez un programa de radio o televisión.{59} [249]

La leyenda resultante apelaba al deseo de la derecha religiosa de percibir a América Central como una confrontación limpia entre Oriente y Occidente, libertad y comunismo, bien y mal. Cuando los evangélicos norteamericanos aplaudían a Ríos Montt, celebraban la ilusión de que la contrainsurgencia en Centroamérica era una lucha divina contra el enemigo satánico. La selectividad de sus percepciones podía ser asombrosa. Un evangélico regresó de Guatemala para asegurarme que los abusos del ejército habían sido perpetrados por infiltrados cubanos en uniformes del gobierno. Estaban por todo el país: lo sabía de hecho puesto que éstos estuvieron a punto de detenerlo.

En cuanto a los evangélicos guatemaltecos, algunos mantenían que Ríos había sido derrocado porque las iglesias no habían orado lo suficiente por él: otros murmuraban que tal vez Dios lo había sacado del poder porque tal vez se lo merecía. Para sus colaboradores leales, sin embargo, Ríos se convirtió en algo así como un profeta.{60} Al igual que todo profeta, se confortaban diciendo, sus advertencias habían llegado a oídos sordos. Algunos pecadores se arrepintieron; muchos otros no; y bajo un Dios justo, probablemente habrían días peores en el futuro. Debido a que sólo el Señor da y quita la autoridad, razonaba la Iglesia del Verbo, su hermano había sido destituido de su cargo para que pudiera compartir el evangelio con el mundo.{61} Los cristianos habían «prestado más atención a [los informes de masacres en] el New York Times y en el Washington Post que a la Palabra de Dios», se lamentaba Ríos. «Esa es una señal de los últimos días porque no nos creemos el uno al otro.»{62}

Notas

{49} Anfuso y Sczepanski 1983:137.

{50} Falla 1983.

{51} Entrevista del autor a un consejero, 24 de marzo de 1983.

{52} Philip Taubman, «Slaying Case in Guatemala Angers U.S. Aides», New York Times, 11 de septiembre de 1983, págs. 1, 10, y Americas Watch 1984:136-139.

{53} Amnesty International 1987:96.

{54} Alfred Kaltschmidt, anciano del Verno, al autor, agosto de 1985.

{55} Richard Ben Cramer, «Dictator of Divine Right», Inquirer (revista dominical, Philadelphia Inquirer) 28 de agosto de 1983, págs. 15-31.

{56} «World Scene», Christianity Today, 22 de abril de 1983, pág. 43. Anfuso y Sczepanski 1983:138.

{57} Anfuso y Sczepanski 1983: 23, 128, 131-136.

{58} Anfuso y Sczepanski 1983: 23-24, 135. «Luis Palau: Evangelist to Three Worlds», Christianity Today, 20 de mayo de 1983, pág. 30. Bill Conard, «Central America: Is There a Political Solution?» Briefing, primavera de 1984, págs. 10-11.

{59} Carlos Ramírez, «What Happened to Ríos Montt», International Love Lift Newsletter (Eureka, California) 9(3).

{60} Elizabeth Farnsworth, «The Gospel and Guatemala», documental de Public Broadcasting Service, 1984.

{61} Servicio de Noticias de Puertas Abiertas, «Former President of Guatemala Plans to Become Missionary», Forerunner, abril de 1984, pág. 3.

{62} Evangelical Press, «Ríos Montt Says Guatemala Needs Pastors, Not Troops», Charisma, mayo de 1984, págs. 99-10l.

 

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