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← Quito 1985 · capítulo 1 · páginas 30-33 →

David Stoll · ¿Pescadores de hombres o fundadores de Imperio? El Instituto Lingüístico de Verano en América Latina

La paz americana y las luchas clientelistas

El Instituto Lingüístico de Verano ha asumido una posición en extremo delicada en América Latina. Al igual que otras misiones que trabajan con los indígenas, esgrime autoridad en las apasionadas relaciones entre colonizadores y nativos –un papel que genera innumerables choques antagónicos. A lo largo del espectro político, los latinoamericanos tienen la esperanza de que los recursos naturales existentes en los territorios indígenas salven sus economías de la inmensa deuda externa. Conscientes del papel que los nativos pueden desempeñar para cambiar el status quo, los gobiernos y los grupos de oposición rivalizan por contar con su lealtad. Trátese de que el botín tenga que dividirse entre los inversionistas transnacionales, o que la actividad política sea una amenaza para la “seguridad del hemisferio”, los Estados Unidos son parte de toda ecuación.

Operando como lo hacen en base a estas tensiones, el Instituto Lingüístico y sus rivales se agreden mutuamente con propaganda nacionalista desde hace tiempo. Si se acusa a los norteamericanos de separar a los nativos de su país, es más que seguro que ellos habrán de alegar estar unificando a ambos. Si son acusados de ser agentes de la penetración imperialista, darán a conocer que sus opositores son comunistas internacionales. Para comprender realmente por qué los latinoamericanos le temen al Instituto Lingüístico de Verano, debemos observar la forma como Washington ha manipulado el conflicto entre grupos étnicos para satisfacer sus propios intereses. Muchos años antes de que la CIA utilizara a los indígenas Miskitos de Nicaragua para hostigar el régimen sandinista, Estados Unidos reclutó en el sudeste de Asia a decenas de miles de integrantes de las tribus Montagnard para combatir los movimientos revolucionarios que allí surgieron.

En Burma y Laos, una familia misionera compuesta por tres generaciones (que no pertenecía al ILV) no sólo inspiró movimientos religiosos [31] masivos, sino que organizó incursiones de inteligencia en China y reclutó ejércitos Hmong (Meo) para la CIA{31}. En cuanto al Instituto Lingüístico, no se convirtió precisamente en el brazo derecho de los Boinas Verdes en Vietnam. Sin embargo, sus miembros saltaron a las mismas trincheras: su labor era útil para las fuerzas de los Estados Unidos y, para proteger a los conversos del proverbial baño de sangre comunista, llegaron a desear que la guerra continuara. Para los críticos latinoamericanos, la posición del ILV en Vietnam parecía un signo de lo que el futuro podría depararles. Dondequiera que el grupo operase, podía convertirse en parte de un programa más amplio de Estados Unidos para aprovecharse del conflicto étnico.

A los miembros del ILV les gusta creer que si algo como el imperialismo norteamericano existe su organización no ha tenido absolutamente nada que ver con ello. En 1977, luego de una crisis acerca de la cual se decía que sólo la mano del Señor había salvado al ILV-Perú, su enlace con el gobierno me manifestó que su filial no tenía ningún contacto con la Embajada de los Estados Unidos. Cuando se ataca al grupo, explicaba el presidente de Wycliffe dos años más tarde, “nos negamos a contraatacar o a recurrir como extranjeros a nuestras embajadas”{32}. Sin embargo, según cables del Departamento de Estado, en 1975 y 1976 la filial peruana efectuó consultas con la embajada en repetidas ocasiones.

Si el poder de los Estados Unidos ha constituido el paraguas del ILV, el colonialismo interno –la explotación de los nativos por sus propios compatriotas– ha constituido su dorada oportunidad. Sirviendo a los planes de integración oficial y a su vez parapetándose con los nativos contra explotadores mezquinos, el ILV ha intervenido en el conflicto entre el colonizador y el colonizado a una escala épica. La fuente de su influencia es la “dependencia”. Esta es una consecuencia de la expansión del mercado internacional, por la cual los nativos terminan dependiendo del patrón o intermediario para la obtención de mercancías, y quién sabe si hasta para su propia existencia. Los misioneros, por su parte, al satisfacer la demanda que los nativos tienen de herramientas, medicinas occidentales y alfabetización, tratan de ofrecer mejores términos de trueque que otros intermediarios. Esto atrae clientela, genera poder patronal y forja alianzas con los nativos, lo cual abona el campo de acción para la evangelización. A los nativos que se encuentran aturdidos por la expansión del mercado internacional, la religión evangélica les ha prometido tener acceso al poder del hombre blanco y protegerse de su fuerza destructiva. Las ecuaciones entre [32] el poder de los antibióticos, la oración, la alfabetización y la Palabra de Dios han atraído a la gente que concibe la tribulación y tecnología en términos espirituales.

Hasta la década del setenta, el adversario más constante del ILV estaba constituido por las misiones de la Iglesia Católica, el arma tradicional del Estado entre los indígenas. Pero fue realmente el régimen autoritario, gamonal e hispanizador de las misiones católicas lo que confirió a los evangélicos norteamericanos una apariencia más progresista. Con sus traducciones de la Biblia, Guillermo Townsend revivió el método lingüístico que las misiones católicas habían utilizado durante siglos{33}. Y con sus contratos con los gobiernos, Townsend socavó las prerrogativas católicas consagradas en convenios anteriores entre la Iglesia y el Estado. Mientras que los católicos insistían en tener cierta autonomía frente al control del Estado, el ILV hacía todo lo posible para presentarse como el leal súbdito de César. Los antropólogos que organizaban las nuevas burocracias indigenistas recibían con halago sus servicios, al igual que el estrato castrense y los inversionistas. No sólo podían utilizar al Instituto para dar una lección a los obispos de las misiones… los lingüistas aéreos eran también agentes mucho más efectivos para los planes oficiales.

En algunas regiones, el ILV y otros grupos evangélicos sobrepasaron la influencia católica entre los nativos. Sin embargo, se les había abierto las puertas únicamente como contrapeso a las pretensiones católicas… y sólo como algo temporal, hasta que las dependencias nacionales oficiales pudieran asumir su responsabilidad. Cuando en la década del sesenta la reforma católica irrumpió y las universidades empezaron a producir cantidades de lingüistas y antropólogos, la razón de ser del ILV se esfumó. También empezó a enfrentar una competencia más aguda para mantener la lealtad indígena. Mientras que los sacerdotes y traductores habían movilizado a los indígenas los unos contra los otros, las objeciones clericales y nacionalistas al ILV tenían poco que hacer con las quejas del nativo contra los traductores, quienes generalmente respondían a las demandas de los indígenas en una forma más efectiva que sus competidores. Pero así como los sistemas logísticos y lingüísticos del ILV habían derrotado a la vieja guardia del catolicismo ahora el Instituto se veía amenazado por un nuevo intento de tender un puente sobre las tensiones [33] del colonialismo interno de las cuales se había alimentado. Si los reformistas católicos tenían la esperanza de reagrupar sus decrépitos feudos contra incursiones evangélicas, los lingüistas y antropólogos nacionales se sintieron ofendidos cuando los gobiernos continuaron confiando en extranjeros conformistas, financiados por las iglesias norteamericanas. Aquellos nuevos rivales empezaron a ofrecer a los indígenas una mayor tolerancia hacia sus tradiciones y mayor apoyo a sus reclamos de tierras.

Las primeras campañas antiimperialistas contra el ILV, en Colombia y el Perú, brotaron en 1975 tras largos e infructuosos intentos por eliminar paulatinamente las filiales mediante canales burocráticos. En Colombia, el Presidente prometió nacionalizar la tarea lingüística, cosa que nunca llegó a materializarse. En el Perú, el Primer Ministro ordenó la transferencia de las instalaciones del ILV al Estado; de este negro panorama el ILV salió a flote milagrosamente, con un nuevo contrato por diez años. Los gobiernos no estaban listos para sacrificar a norteamericanos leales y autofinanciados por hordas salvajes de nacionalistas, teóricos e indígenas que maldijesen la política oficial y demandasen mayores subsidios. Las alianzas del ILV con los indígenas eran una manera de frenar las nuevas alianzas de izquierdistas e indígenas. El Instituto Lingüístico era tal vez la única muestra de que el gobierno tenía una política humanitaria.

Con una sincronización matemática, los partidarios militares y políticos del ILV obstruían cualquier encuadramiento de sus actividades, lo que provocaría a la postre vendettas nacionalistas, que serían usadas entonces para acusar a los opositores del ILV de subversión comunista, e incitaría a los gobiernos aprehensivos a seguir apoyando a los norteamericanos. Sin embargo, las victorias políticas del ILV confirmaron su “poder oculto” en el gobierno y su afrenta a la soberanía nacional. Ya fuese para dar una advertencia a Washington, cortejar a los oponentes de su política indigenista, o tomar precauciones para la seguridad nacional, los gobiernos anfitriones empezaron a cancelar los convenios del ILV. Ya en 1981, ciento treinta equipos de traducción deambulaban sumidos en una orfandad oficial por Brasil, Panamá, México y Ecuador.

Notas

{31} McCoy 1972: 265-7, 291, 297-309.

{32} Cowan 1979: 169.

{33} Según Cowan (1979:6), el primer idioma en cual Townsend trabajó, Cakchiquel Maya, “nunca había sido escrito o estudiado sistemáticamente”. Pero Kenneth Pike (en Elson 1960: 6) anota la influencia probable sobre Townsend de Daniel G. Brinton (1884: 7-17), quien registra docenas de gramáticas, diccionarios, anales y obras religiosas de las misiones católicas en Cakchiquel de 1550 a 1862.

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