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Capítulo 3

La lucha por Chimel

“Mi padre luchó veintidós años defendiendo, librando su heroica lucha en contra de los terratenientes que querían despojarnos de la tierra, a nosotros y a los vecinos. Cuando nuestra pequeña tierra ya daba cosecha después de muchos años y que el pueblo tenía ya grandes cultivos, aparecieron dos terratenientes: los Brol. Dicen allá, que fueron más famosos por lo criminal de lo que fueron los Martínez y los García.” —Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 129.

Entre las descripciones de explotación de Rigoberta asoman recuerdos evocando su aldea como un lugar bucólico. Esto también se lo oí decir a otras personas. “Aquí en Chimel hubo una capilla, una escuela, clínicas, un equipo de fútbol que jugaba contra otras aldeas, me dijo uno de sus familiares. Hubo tiendas. Casi ningunos se fueron a la costa. Tenían su maíz, nadie compraba maíz. Y la gente tenían sus fiestecitas, se juntaban para matar una oveja, un marrano, y todos juntos hacían un almuerzo. En sus fiestas no había kuxa, no quiere la gente. Todos eran de una religión –la católica– pero no permitían estos fabricantes de kuxa. En Laguna Danta casi todos tenían su kuxería, pero aquí ninguno. Si quedaba un azadón o hacha tirada, nadie lo quitaba. Casi todos tenían respeto”.

A los pies de una abrupta cadena de montañas que domina el horizonte por encima de Chimel se resguardan sus viviendas entre cerritos y valles. La casa de Vicente se levantaba en un potrero regado por un pequeño arroyo. Aun después de que el valle fuera despojado de árboles, los exuberantes bosques de las alturas circundantes garantizaban lluvias a lo largo del año. La lluvia era tan abundante que Chimel resultaba demasiado húmedo para secar ladrillos de adobe, el material favorito de construcción, de modo que las casas estaban construidas con planchas de madera y cubiertas con tejados de paja o de lámina. Todas las tardes ondean las nubes en el valle que se abre hacia occidente. Era un bonito lugar, muy querido por sus habitantes antes de que desapareciera.

Uno de los temas mas poderosos de Rigoberta es la defensa que su padre hace de Chimel frente a los grandes terratenientes que quieren arrebatársela. La lucha de Vicente Menchú para defender su tierra de los García, los Martínez y los Brol evoca imágenes populares de la resistencia indígena. Me llamo Rigoberta Menchú dramatiza la lucha más básica de los pueblos nativos, su lucha por la tierra, y además responsabiliza rotundamente a los colonizadores que tanto se adjudicaron. El pueblo de Chimel no sólo es desalojado de sus propias casas por los finqueros en dos ocasiones; además Vicente es encarcelado dos veces, la primera durante catorce meses y la segunda es condenado a cadena perpetua. En medio de todo esto es tan brutalmente golpeado por los matones de un finquero que nunca llega a recuperarse del todo, y todo ello antes de encontrar la muerte en la embajada de España.{1} Las acusaciones de Rigoberta contra el Instituto Nacional de Transformación Agraria, la oficina de tierras del gobierno, aúna siglos de explotación indígena con sistemas legales impuestos. Aunque el INTA afirma ayudar a los campesinos a obtener los papeles de sus tierras, Me llamo Rigoberta Menchú describe una institución de dos caras que en complicidad con los finqueros les roba sus tierras. De ahí las repetidas ocasiones en las que los topógrafos del INTA vuelven a medir Chimel a costa de la comunidad; por no nombrar otras en las que los campesinos son amenazados por los guardaespaldas de los finqueros y las innumerables citaciones en la capital por parte de las autoridades del INTA para que Vicente firme otro papel misterioso que será utilizado en su contra. De hecho, a Vicente Menchú se le recuerda hoy en Uspantán por su lucha por la tierra. Oí hablar de cómo en dos ocasiones desalojaron de sus casas a la gente de Chimel; de cómo Vicente hizo innumerables viajes al INTA; de cómo fue encarcelado dos veces y golpeado tan brutalmente que tuvo que ser hospitalizado. Pero lo que emergía de mis entrevistas era algo muy distinto al testimonio de Rigoberta, tan diferente que arroja otra luz sobre toda la historia. Cuando pregunté por los conflictos de Vicente por la tierra, la respuesta que obtuve se puede resumir en un apellido que prácticamente no se menciona en Me llamo Rigoberta Menchú: los Tum.{2} También se menciona un pleito pre-bélico por lindes territoriales con la familia Martínez, así como otro con los hermanos García después de la muerte de Vicente, pero todo el mundo parece convenir que su pelea más seria por la tierra no fue con finqueros ladinos. Sino con colonos k’iche’s como él: sus parientes políticos, los Tum de Laguna Danta. Una visita a un archivo en la Ciudad de Guatemala permite llegar a la misma conclusión. Conforme al espíritu de Me llamo Rigoberta Menchú, el edificio del INTA al que tantas veces recurrió Vicente está una cuadra más abajo de la sórdida fortaleza del cuartel general de la policía nacional. Entre el laberinto de oficinas repletas de funcionarios y reclamantes, hay una habitación pequeña atestada con fardos de documentos desde el suelo hasta el techo. Incluyen dos gruesas carpetas de peticiones, contrapeticiones, apelaciones y contra apelaciones presentadas por Vicente Menchú, sus adversarios y sus herederos. Los documentos abarcan cuatro décadas, desde 1961 hasta la actualidad, un caso que quizás nunca termine mientras haya un gobierno al que pueda apelar cualquiera de las partes en conflicto.

Guerra de trámites en el INTA

El testimonio de Rigoberta teje al mismo tiempo muchos hilos de la experiencia indígena en Guatemala, pero algo que le falta son los conflictos de tierra entre los campesinos. Dado lo frecuentes que son, más aún que los que ocurren con los finqueros, se trata de una omisión importante. Hay dos presunciones bien representadas en Me llamo Rigoberta Menchú, (1) que las comunidades indígenas son más cohesivas que las no indígenas y (2) que los conflictos más importantes de los campesinos son verticales, con opresores externos tales como finqueros y autoridades estatales, lo cual explica su predisposición a rebelarse. Pero, ¿es éste el estado habitual de las cosas? Y en general, ¿consideran los campesinos que los foráneos son el principal problema que enfrentan? Lamentablemente, una perspectiva heroica de los campesinos nos ciega ante la posibilidad de que éstos perciban que su problema principal es el prójimo. También nos cierra los ojos ante la posibilidad de que, lejos de resistir al estado, los campesinos lo utilicen contra otros miembros de su propia clase social.{3}

Existen las familias ladinas de finqueros maldecidas en Me llamo Rigoberta Menchú, pero sólo son partícipes periféricos en las querellas presentadas por Vicente Menchú y los otros colonos. Un repaso a quienes las presentaban sugiere el contexto del litigio. Entre 1961 y 1978 Vicente Menchú presentó quince peticiones; sus compañeros de Chimel otras cuatro. En la mayoría de ellas solicitaban al INTA que hiciera el favor de darse prisa, pero en cinco se presentaban quejas contra otros colonos k’iche’s, principalmente los Tum de Laguna Danta. Sólo una de las nueve peticiones iba dirigida contra un ladino (véase el capítulo 4). Entretanto, los Tum estaban igualmente activos. Desde 1966 hasta 1979, presentaron diecisiete reclamos, principalmente contra Vicente Menchú y sus partidarios. Esto por no mencionar otras veinticinco peticiones de otros cuatro grupos de colonos. Entre estos cuatro se incluyen dos facciones disidentes de Chimel que presentaron una denuncia contra Vicente, más dos nuevos grupos de demandantes que reclamaron contra los Tum, contra Vicente y uno contra el otro. Puesto que casi todas las personas involucradas eran indígenas, casi todas las denuncias iban dirigidas contra ellos mismos más que contra los ladinos.

La primera petición mencionada en los archivos es de Vicente y se remonta a 1961, le siguen sus solicitudes a cada nueva administración.{4} Los documentos fueron mecanografiados por un abogado o secretario, después sellados con la impresión del pulgar de Vicente y de los compañeros que estuvieran en aquel momento con él. Pronto comprendió que esperar tranquilamente una repuesta equivalía a ser ignorado; a una de sus primeras las autoridades no le dieron curso durante tres años y medio. Sus peticiones siempre fueron corteses, pero solían perder el tono implorante del campesino que apela a la autoridad cuando se refería al tiempo y los gastos por los que le habían hecho pasar.

No es difícil entender por qué le irritaban tantos viajes a la capital, una experiencia campesina clásica que es secundada por los hombres que le conocían. “Siempre la lucha de él era por la tierra”, me dijo un ladino. “El INTA les engañó muchas veces. Decía que perdieron su expediente, que hay que medir sus tierras otra vez. Les decía que iba entregar sus títulos y no lo hacía. Viaje tras viaje a la capital. Esta gente, ese hombre sufrieron penas. Aquí en la municipalidad hicimos lo que pudimos.” “El INTA es muy ingrato”, dijo otro simpatizante ladino, refiriéndose a su propia lucha con la institución. “Deja a uno sin dinero. Y si resulta que hay un terrateniente con más dinero, lo deja a uno con nada”. Otro demandante recuerda que Vicente dijo: “el gobierno es ladrón porque siempre nos quita dinero. La tierra es de nosotros, acaso es del gobierno”.

Sin embargo, el INTA no era el principal impedimento de su solicitud. Lo eran sus parientes políticos k’iche’s, lo que afligía a su esposa, Juana Tum Cotojá. Su tío Antonio y los hijos de éste impugnaban cada solicitud de Vicente, daban problemas después de cada inspección del INTA y llevaron sus protestas a la municipalidad, el gobernador departamental y los juzgados. Hasta la década de los 60 el desacuerdo no había transcendido del valle a las instituciones nacionales. Pero a medida que Vicente se volvió un demandante constante, los Tum reforzaron su posición a través de la compra a un ladino llamado Angel Martínez de un título por 360 hectáreas de tierra que incluían las 151 que se peleaban con Vicente.{5} Desgraciadamente, el documento nunca impresionó al INTA porque no especificaba los límites. Los Tum se pusieron a la defensiva frente a la institución, por lo tanto tenían más motivos que Vicente para el resentimiento.

Los Tum tuvieron más suerte con el sistema judicial. Fueron ellos, no los finqueros como informa Me llamo Rigoberta Menchú, los responsables de desahuciar a los habitantes de Chimel en dos ocasiones y de encarcelar a Vicente en dos ocasiones más. El primer desalojo fue por orden del juzgado de la capital departamental el 18 de septiembre de 1967.{6} Según los testimonios locales, se presentaron unos diez judiciales que ordenaron a la gente que saliera de sus casas, sacaron sus posesiones y atrancaron las puertas con clavos. Vicente pasó un mes en el INTA persuadiéndoles para que intervinieran. El resto de la aldea pasó el mes acampado delante de sus casas, mojado y afligido. Finalmente el INTA envió una comisión que decidió a favor de Vicente y permitió que la comunidad recuperara sus hogares, hasta que otra orden judicial de desalojo les obligó a repetir el proceso.

En 1970 los Tum lograron meter preso al padre de Rigoberta. El 29 de setiembre fue arrestado por hurto y llevado a Santa Cruz del Quiché.{7} Vicente fue acusado de desmantelar una vivienda de Chimel que pertenecía a uno de los Tum y de haberse llevado los materiales para mejorar su propia vivienda. Cuatro de mis fuentes creen que era culpable, su único defensor piensa que le habían tendido una trampa. Fue condenado y sentenciado y pasó quince meses en la prisión departamental de Santa Cruz del Quiché. Siete años más tarde, dos de los socios de Vicente que morirían durante la violencia, Pedro Jax y Manuel Tiquiram Tum, fueron encarcelados porque los Tum de Laguna Danta les acusaron de haber invadido su propiedad. Finalmente, el 7 de noviembre de 1978, cuando Chimel estaba haciendo el pago inicial de su tierra al INTA, la policía nacional arrestó a Vicente debido a otra denuncia de los Tum. Esta vez sólo pasó una semana o dos en la cárcel hasta que la comunidad pagó la fianza y el caso nunca volvió a juicio.{8} Los Tum no fueron los únicos que recurrieron a la policía nacional y a los juzgados. Vicente también lo hizo, como cuando consiguió que dos hombres fueran encarcelados en Santa Cruz del Quiché, el 22 de febrero de 1974, por asaltarle y golpearle. Los dos formaban parte de una facción disidente de su propia aldea, y éste podría ser el incidente que le llevó a ser hospitalizado en Santa Cruz del Quiché.{9} Según un familiar de Vicente, los Tum habían pagado a los dos para que lo atacaran. Pero otros tres parientes dicen que la paliza que mandó a Vicente al hospital había sido directamente administrada por los Tum, de modo que es posible que hubiera un segundo incidente. “Los Tum gastaron mucho dinero y vendieron muchos animales para tratar con licenciados, pero no podían [desalojar a Vicente]”, me contó un familiar. “Entonces le esperaron en el camino y le golpearon con palos, y él pasó seis semanas en hospital”.

Mi evidencia sobre los asaltos y los pleitos es limitada. Una de las razones es que alguien quemó el archivo judicial de Santa Cruz del Quiché (por razones ajenas a los Menchú) justo antes de que yo llegara a consultarlo. Otra, es que muchos de los demandantes murieron durante la violencia, mientras que otros tendían a ser reticentes. “¿Qué está buscando?” , preguntó un ex litigante convertido en pastor evangélico cuando Barbara Bocek y yo aparecimos en su casa. “Es un escritor, escribe libros sobre la historia y la gente”, le explicó Barbara en k'iche'. “Sólo quiero hablar de cosas del cielo”, respondió el viejo adversario de Vicente. “Ya no hablo de cosas de este mundo. ¿Escribe sobre la palabra de Dios?”. “No, escribe sobre la historia, la tierra, la gente”, explicó mi compañera. “De lo último que quiero hablar es de asuntos políticos y de tierra”, concluyó el pastor.

Otra razón por la que también resulta difícil recuperar los detalles de estos incidentes es que los espectadores confundían quién estaba haciendo qué a quién. En 1972-1973 Vicente no sólo se enfrentaba a los hermanos de su suegro Tum, también peleaba con un grupo de oponentes de su propia aldea. Había, además, dos nuevos grupos de demandantes y cada uno de ellos reclamaba las 210 hectáreas del título invalidado de Laguna Danta que Vicente no pedía. Los terrenos en cuestión corrían a lo largo del fondo del valle entre Laguna Danta y Chimel, el llamado Chimel Chiquito en contraste con el Chimel Grande de Vicente. El primer grupo estaba capitaneado por un ladino de la aldea Los Canaques, pero estaba formado principalmente por k’iche’s –entre ellos Víctor Menchú, el hijo de Vicente– y presentó su solicitud con el apoyo de Vicente. El segundo grupo consistía en k’iche’s de otra aldea cercana, Macalajau. Pronto ambos grupos se sumaban a la triste historia de enfrentamientos físicos y peticiones angustiosas al INTA. Lo que nunca surgió en los testimonios que yo escuché fue algo que identificara a Vicente como prisionero político. En este aspecto, el relato de su hija es único.

Una aldea dividida

“Fue un elemento importante para mí cuando aprendí a distinguir a los enemigos. Entonces, el terrateniente era un gran enemigo, negro, para mi. El soldado, también era un enemigo criminal, pues. Y los ricos, en general. Empezamos a emplear el término enemigos. Porque en nuestra cultura no existe un enemigo como el punto a que han llegado esa gente con nosotros, de explotarnos, de oprimirnos, de discriminarnos; sino que para nosotros, en la comunidad, todos somos iguales. Todos tenemos que prestar servicios unos a otros. Todos tenemos que intercambiar nuestras cosas pequeñas. No existe algo más grande y algo menos.” —Me llamo Rigoberta Menchú, págs. 148-149 (ed. Arcoiris)

Cualquier hablante k'iche' puede confirmar que esta lengua tiene un término para enemigo, k'ulel, que surge rápidamente en las hostilidades con otros k’iche’s y que, sin duda, se utilizaba en Chimel. Lejos de ser pacífica, la aldea de Rigoberta tenía fama de ser más conflictiva que la mayoría. Los colonos de Chimel pertenecían a varios grupos étnicos y locales; por encima de todo, tenían en común su afán de tierras. Fuera cual fuese el sentimiento comunitario que lograran construir, se resquebrajaba una y otra por cuestión de mojones. Rigoberta no es la única persona que recuerda Chimel como una comunidad cohesiva, pero también era el hogar transitorio de una población cambiante, la mayoría de la cual se iba por culpa del pleito.

Toda comunidad de colonos tiende a ser inestable debido a las dificultades inherentes. “Siempre se entra y se va”, me dijo un veterano. Ciertamente, fue así en el caso de Chimel, tal como lo sugiere la comparación de cinco listados de jefes de familia a lo largo de los años.{10} En 1978, justo antes del inicio de la violencia, Vicente Menchú y cuatro jefes de familia más eran los únicos hombres que quedaban del primer censo llevado a cabo dieciséis años antes. Los otros ochenta y ocho habían desaparecido de la lista, con un saldo total de casi el noventa y cinco por ciento.

En la década de los 60, Vicente amplió su comunidad con cobaneros, q'eqchíe's que trataban de independizarse de las fincas. Muchos fueron intimidados por los Tum para que se fueran; en particular después de ser desalojados de sus casas, aunque sólo fuera temporalmente, y de ver a Vicente encarcelado en la capital departamental.

La segunda oleada de llegadas a Chimel fue de k’iche’s como los propios Menchú. Algunos procedían de aldeas cercanas a Uspantán, pero la mayoría, veinticuatro familias, venían de Parraxtut, una colonia k'iche' en el municipio de Sacapulas, hacia occidente, en los Cuchumatanes. Originalmente, los colonos de Parraxtut solicitaban tierras nacionales situadas más al norte, en la región de Ixcán. Pero había tantos obstáculos que el INTA los envió a Chimel, con el fin de que acrecentaran el número de familias necesarias para asentarse en veintiocho kilómetros cuadrados. Los hombres de Parraxtut empezaron a acompañar a Vicente en sus visitas al INTA y a presentar solicitudes en su ausencia. Pero en cuestión de pocos años, se rebelaron contra su liderazgo. Según su primera denuncia, presentada por dos hombres de Parraxtut en 1972, Vicente les había dado lotes de la mitad del tamaño de los que habían sido asignados a los demás. Después Vicente les amenazó con quitárselos, afirmando hacerlo con la autoridad del INTA.{11} A finales de 1973, otros veintitrés jefes de familia añadieron sus huellas digitales en una carta acusando a Vicente de perseguir sus intereses a costa de ellos.{12} La carta pedía al INTA que reconociera a dos de los líderes de Parraxtut como los representantes de Chimel. Entre los disidentes se encontraban ahora k’iche’s de Uspantán. En 1976, Vicente reconoció que la comunidad estaba dividida en dos facciones. Aunque cuarenta y un jefes de familia estaban dispuestos a participar en los deberes comunitarios, tales como pagar al INTA por sus títulos, decía que los otros quince se negaban a hacerlo porque se habían rebelado contra los líderes del grupo.{13} Según los disidentes, Vicente les amenazaba con expulsarlos de su tierras y ya no le reconocían como su representante.{14} El resultado fue un segundo éxodo de familias. Puesto que el INTA seguía insistiendo en exigir más personas para una denuncia tan grande, a finales de los 70 Vicente reclutó una tercera generación de colonos que sirvieran de reemplazo, veinticuatro familias que, una vez, más eran k’iche’s, pero, ahora, de Uspantán. Los recién llegados llegaron justo a tiempo para la violencia.

Rehusando comprometerse

“He pasado un tiempo en el hospital, y he estado cazando alces para renovar mi espíritu, y por supuesto peleando con mis vecinos por cuestión de tierras. El tiempo que dedicamos a pelear vale más que la propia tierra. Pero para los granjeros de donde yo vivo, ceder una pulgada de tierra en un litigio es como ceder todo aquello en lo que uno cree. La obstinación en cuestión de pleitos por la tierra es también una manera espléndida de vincularse con los antepasados, e instantáneamente te gana popularidad entre los parientes más ancianos. Supongo que Noruega y Guatemala no están tan distantes una de la otra como se pudiera pensar.” —Henrik Hovland, 1994.{15}

Resumiendo una situación complicada, cinco grupos de campesinos mayas competían por las tierras de Chimel y sus alrededores. En primer lugar estaba Vicente Menchú y los colonos de Chimel; después los Tum de Laguna Danta, que no habían dejado de defender la validez de las tierras que habían comprado; luego una facción disidente del propio grupo de Vicente, liderada por 25 colonos de Parraxtut; además de otros dos grupos de las aldeas de Los Canaques y Macalajau. Excepto unos cuantos individuos de Los Canaques, todos los demandantes eran indígenas. Se disputaban un pedazo de tierra de 360 hectáreas situado entre la aldea de Laguna Danta y las 2.753 hectáreas incontestadas que el INTA estaba dispuesto a registrar a nombre de Vicente Menchú. En esas 360 hectáreas se encontraban los terrenos que Vicente había cultivado por primera vez a través de sus parientes políticos, donde había construido su casa y donde había establecido el caserío de Chimel. Pero de las 360 hectáreas, él sólo reclamaba 151, dejando el resto en un conflicto tripartito entre los colonos de Los Canaques, a los que se unirían uno de sus hijos, los otros colonos de Malacajau y los Tum de Laguna Danta.

Todas las partes apelaban regularmente a los funcionarios del INTA, pero éstos no tenían ni la autoridad legal ni la fuerza para imponer una solución. Lo único que podían hacer era mediar, repetidamente y sin éxito. Eventualmente los funcionarios del INTA trataron de poner término a la controversia registrando a nombre de Vicente y de sus compañeros las 2.753 hectáreas que nadie más reclamaba. Tal vez se les podría persuadir de que se trasladaran de las 151 hectáreas en litigio, en las que se asentaba su caserío a las 2.753 en las que nadie les molestaría. Los colonos de Parraxtut estaban dispuestos a hacerlo, pero Vicente no. Uno de sus primeros compañeros, que dejó Chimel “porque no nos gusta pelear con los vecinos”, me habló de una reunión del INTA a principios de los 70 en la cual Vicente se negó a ceder un poco para llegar a un acuerdo. “¿Quién está peleando por el terreno en litigio?”, pregunta el funcionario. El líder del contingente de Parraxtut en Chimel, Diego De León Imul, dice que él no quiere pleitear, pero Vicente alza la mano y dice, “Soy yo el que está peleando.” “Ahora que fue medida, ¿vas a seguir peleando?”, pregunta el funcionario del INTA. “Si voy a seguir peleando,” responde Vicente. “Ustedes son guatemaltecos”, declara el oficial del INTA, “los dos, Antonio Tum y Vicente Menchú también. Si uno fuera de otro país, bien, pero no es así, ambos son hijos del mismo padre, del mismo país. Entonces, mejor que no sigan peleando.” Luego, le dice a Vicente: “'Ahora que la tierra [las 2.753 hectáreas] ha sido medida, pueden pasarse a vivir en ella'. Pero él no quiere”, recuerda su compañero. Según esta fuente, sólo Diego De León, de Parraxtut firmó la medición de tierras; Vicente se negó.

Su negativa a abandonar la reclamación de las 151 hectáreas, retrasando así la concesión de la titulación de las 2.753 hectáreas, sería la principal queja dentro de Chimel contra Vicente. De ahí el recurso presentado en 1978 por cinco hombres que solicitaron (infructuosamente) sumarse a los cuarenta y cinco jefes de familia que estaban a punto de obtener un título provisional. “El motivo por el que dejaron Chime, según su petición, era haber llegado a la conclusión de que las batallas legales de Vicente eran su capricho personal, y que a nosotros no nos convenía apoyar esta actitud”.{16} Ahora les habían sacado del censo final del INTA, y sólo porque se habían negado a darle dinero para su pleito con los Tum. “No nos conviene porque siempre se cree el líder y quiere mandar como si fuera un patrón de finca, que resulta lo mismo como que uno estuviera de mozo colono”.{17}

“Por eso que Vicente Menchú se volvió en contra de nosotros, porque no quisimos pelear por el terreno en litigio”, me dijo recientemente un hombre. “Por eso que demoró mucho [el título de] las 61 caballerías.” “Se fue a la cárcel por los Tum por... no querer soltar este cuchillito, que todavía está en litigio.” Otro miembro de Chimel dijo: “Si uno quiere pelear por las 3 caballerías (la medida local para las 151 hectáreas), entonces también tiene derecho a las 61 caballerías. El que no quiere pelear por las 3, que se vaya a otro lado. Realmente la gente se cansó de las contribuciones”. La explicación menos halagadora para la conducta de Vicente, la que dan sus oponentes, es que se estaba aprovechando de las colectas para gastos legales. Si los hogares de la aldea no tenían dinero en efectivo como solía suceder, le pagaban con pavos, patos o pollos. “Cuenta la gente que fue algo por interés, para pagar sus días, sus viáticos y algo para mantener a su familia”, aclaró un defensor que ponía en duda la veracidad del cargo.

¿Por qué no reclutó Vicente a los colonos extras que el INTA exigía a Laguna Danta, evitando así que le acusaran de importar gente de afuera? Uno de sus antagonistas Tum me afirmó que él nunca los había invitado, y que si los hubiera invitado le habrían dicho que no. Varios Tum se mudaron a Chimel, de modo que quizás Vicente lo intentó. Pero es posible que necesitara más colonos de los que las redes familiares de Laguna Danta podían proporcionar, teniendo en cuenta que quienes tuvieran suficiente tierra no querrían pasar por todo el gasto y las molestias de reclamar más. Probablemente, también, las dotes de mando de Vicente eran demasiado fuertes para la deferencia que sus adversarios esperarían de un yerno que había contraído matrimonio en su clan. En cualquier caso, sólo la animadversión más intensa, la cual aparece con demasiada frecuencia en los litigios de campesinos por la tierra, puede explicar un pleito tan autodestructivo que costó a los adversarios más de lo que nunca podrían esperar obtener de las hectáreas en cuestión. De Nicolás Tum Castro, el oponente de Vicente, que también murió en la violencia, un anciano recordaba que “tenía buenos bueyes, una máquina para moler caña y ganado, pero lo vendió todo para pelear contra Vicente Menchú. El abogado se aprovechó de él”.{18}

El Vicente Menchú que emerge de los recuerdos sobre el pleito con los Tum puede parecer difícil de reconciliar con el personaje retratado por Rigoberta. Pero si ponemos en un platillo de la balanza la nostalgia de una hija huérfana y en el otro el rencor de los oponentes, la distancia es menor de lo que parece. Según Me llamo Rigoberta Menchú, Vicente era una figura patriarcal fuerte en su comunidad.{19} “Nos aconsejó mucho”, confirma un sobrino. “Hay que vivir con la gente, no hay que robar, hay que ser buena gente. Hablaba mucho de Dios. A mí me aconsejó bien, tenemos que estar bien con la gente, también hablaba del trabajo, de cuidar bien lo que se heredó del padre. Fue un señor que habló lo correcto, tenía razón, nos ayudó cuando quisieron quitar un terreno, nos ayudó a recuperarlo. Tenía muchas ideas, sabía reclamar sus derechos”.

Este es el patriarca sabio y atento del libro de su hija. Contrario a las declaraciones hostiles citadas anteriormente, no es difícil encontrar personas que hablan de Vicente en los mejores términos. “Era humilde, tranquilo, pacífico”, recordó un viejo amigo. “Era un poco listo, pero no tenía instrucción”. No obstante, la autoridad patriarcal siempre se puede percibir como tiranía. “Es un poco autoritario y estricto, igual a un padre de familia,” me dijo un sobreviviente de Chimel. “Si uno no le obedece, se puede marchar a otra comunidad”. Según las regulaciones del INTA, cada hogar de Chimel tenía los mismos derechos sobre la tierra registrada a nombre de la comunidad. Pero hasta justo antes de la violencia, Chimel no fue reconocida como aldea por la municipalidad, por lo tanto no elegían alcaldes auxiliares como hacían los demás. Incluso después de elegir autoridades, resultaron ser los hijos y aliados de Vicente. En la sociedad maya los padres tienen derecho a negar reconocimiento y propiedades a los hijos que les desobedezcan. Como fundador de una nueva comunidad, Vicente aparentemente se veía como el padre de la comunidad y se adjudicaba el derecho de castigar a los miembros que le desobedecieron. Esto les daría derecho a juzgar si otros hombres cumplían o no sus deberes hacia la comunidad, entendiendo por esto su disposición a apoyar su lucha por las 151 hectáreas fatales. Hay dos diferencias notables entre el retrato que Rigoberta hace de su padre y el hombre que emerge de otros testimonios. Una es su actitud hacia los ladinos, dramatizada por el considerable énfasis que pone su hija en el odio étnico. En Me llamo Rigoberta Menchú, Vicente y su suegro llegan a odiar a los ladinos y enseñan a los jóvenes a odiarlos también. Si los Menchú hubieron sufrido por los ladinos tan seriamente como afirma Rigoberta, esto sería comprensible. Sin embargo no es la imagen que surge de los testimonios locales. Cualquier injusticia que Vicente hubiera sufrido en su niñez como sirviente habría sido con patrones uspantekos, no con ladinos; y su principal conflicto de tierras era con sus parientes políticos k’iche’s, a los que debía agradecer muchos de los viajes realizados a la capital por asuntos legales, al menos una paliza, una temporada en el hospital y dos temporadas en la cárcel. En vez de explorar los problemas de Vicente con sus parientes políticos k’iche’s, Me llamo Rigoberta Menchú exagera sus problemas con los finqueros. Siendo un hombre capaz que tenía que soportar la subordinación étnica como todos los indígenas, Vicente probablemente albergaba sentimientos hacia los ladinos que no les expresaba a ellos. Evidentemente había desconfianza entre ambos grupos étnicos, pero también compostura, formas de comunicación a través de las actividades cotidianas, y amistades. Una realidad que el testimonio de Rigoberta prácticamente niega es que en la vecindad de Chimel ladinos y indígenas coexistían pacíficamente. Ambos grupos estaban formados por campesinos pobres pero hábiles, que en muchos aspectos compartían la misma forma de vida. En cuanto al padre de Rigoberta, era conocido por sus buenas relaciones con los ladinos. Aunque su propio asentamiento de Chimel Grande no incluía a ninguna persona no-indígena, invitó a un grupo mixto liderado por un ladino de Los Canaques a colonizar el vecino Chimel Chiquito. Una segunda diferencia entre el retrato que Rigoberta hace de su padre y el hombre que se puede reconstruir con base a los recuerdos locales es su relación con el estado. Buena parte de la talla de Vicente como líder puede atribuirse a su éxito tratando con las instituciones ladinas o controladas por ladinos o extranjeros, incluyendo el ejército, la Iglesia Católica, el INTA y la izquierda urbana. Para sus compañeros k’iche’s esto no era nada censurable. Era una virtud, un requerimiento para el liderazgo exitoso de una aldea, como también lo era la fluidez de Vicente en castellano. Lo que suscita comentarios, de críticas en unos y de asombro en otros, es la incapacidad de Vicente para hacer las paces con sus parientes políticos. Habiendo entrado en conflicto por las tierras, las dos partes se acostumbraron a apelar al estado una en contra de la otra, lo cual es un patrón muy común entre los campesinos. En lugar de esta historia, Rigoberta dotó a su padre con una larga genealogía personal de opresión por las dictaduras de Guatemala. A los dieciocho años es reclutado a la fuerza para el servicio militar. Durante la invasión de Guatemala en 1954 por un ejército de exiliados de derecha organizado por la CIA, es tomado prisionero junto con muchos otros hombres y arrastrado a un destacamento militar del que apenas logra escapar con vida. A principios de los 70, luego de repetidas traiciones por parte del INTA, el Vicente de Me llamo Rigoberta Menchú es un campesino radicalizado que no espera nada del sistema. Preso político en dos ocasiones, está listo para tomar las armas y vengar a su hijo.{20} Es cierto que generaciones de muchachos indígenas han sido reclutadas a la fuerza para el servicio militar. Pero según un miembro de la familia Menchú, el se incorporó al ejército voluntariamente. Un anciano recordó que después de año y medio de servicio estaba lo suficientemente satisfecho como para alistarse de nuevo. En cuanto a que fuera capturado durante la invasión de la CIA en 1954, uno de sus hijos negó tener constancia del episodio: “aquí estamos muy arrinconados, no hay este clase de conflicto, aquí sólo de la tierra”. A juzgar por los testimonios locales, hasta el último año de su vida la política de Vicente fue muy diferentes a la que describe su hija. En las relaciones con los ladinos y el estado, empleaba un estilo cauto, imbuido de las normas legales de la burocracia hispana, la cual ha sido practicada durante siglos por los líderes de las comunidades.{21} Todo lo que tuviera que ver con una autoridad exterior, a veces incluso la visita de un antropólogo, lleva a la elaboración de un acta, aunque la mayoría de los habitantes no puedan leerla. En efecto, desde hace muchos años los ladinos han temido la furia de la turba indígena. Pero debido a la creciente superioridad del estado en término de comunicaciones y armas de fuego, los indígenas de la generación de Vicente casi habían abandonado el enfrentamiento como método de lucha contra el estado. Al igual que la mayoría de los líderes campesinos educados en la implacable definición guatemalteca de lo permisible, recurrió en su lugar a las solicitudes incesantes. Recurrió a la ley aun después de que el ejército secuestrara a su hijo y de su viaje de protesta a la capital. El libro de Rigoberta reproduce fielmente la tendencia de los campesinos de Uspantán de culpar a otro, sean los funcionarios del gobierno o sean los ladinos, por los conflictos de tierra entre ellos. “Pero los causantes son los mismos españoles”, insistió uno de sus familiares, “por trazar las líneas mal, para sacar mordidas. Cuántos ingenieros han llegado allá! Me costó mucho entender eso, pero allá comenzó [el pleito]” . Es cierto que un sistema arcaico y corrupto de registro de tierras ha sembrado muchos conflictos. Pero esto no explica la razón por la cual parientes políticos con abundancia de tierras eran incapaces de cooperar entre sí. Como veremos en los próximos capítulos, éste no es el único caso en el que proclamar víctimas a la ligera implica la aceptación de una versión muy parcial de los acontecimientos que tantas víctimas causaron.

Notas

{1} Burgos-Debray 1984:105-114.

{2} La única referencia a los Tum aparece en la página 172, en otro contexto.

{3} Compárese con Kobrak 1997.

{4} Con fecha 22 de noviembre de 1961, se menciona la petición en el informe nº 35, Departamento Legal y asesoría jurídica, 26 de mayo de 1978 (Archivo del INTA, paquete 3650, págs. 549-550).

{5} El nombre Martínez no aparece en el título de la finca nº 3305, la cual fue adquirida por los Tum en 1965 (Archivo del INTA, paquete 3650, págs. 212-214), pero los herederos de los Martínez afirman que Angel fue el vendedor, tal como lo corrobora una referencia en los documentos del INTA (paquete 3650, pág. 138).

{6} Esta fecha aparece en una declaración jurada fechada el 3 de febrero de 1975 y firmada por Edwyn Edmundo Domínguez, Juez de Primera Instancia, Santa Cruz del Quiché (archivo del INTA, paquete 3650, pág. 504).

{7} Registro de Procesos, Primer Juez de Primera Instancia, Santa Cruz del Quiché, apunte nº 757 de 1970. Denuncia iniciada por Francisco Hernández contra Vicente Menchú Pérez el 21 de setiembre de 1970.

{8} Testimonios locales, además del memo de Víctor A. Ortiz M., Encargado Control de Títulos, al Señor Jefe de la Sección de Beneficiarios INTA, 13 de noviembre de 1978 (archivo del INTA, paquete 3650, págs. 583-584).

{9} Según una petición presentada al presidente del INTA por veinte hombres de Chimel con fecha 20 de febrero de 1974 (archivo del INTA, paquete 3650, págs. 460-461), los dos hombres eran Juan Us Imul, que se convertiría en el líder de los disidentes, y Juan Us Mejía. La fecha del arresto es del Registro de Procesos, Primer Juez de Primera Instancia, Santa Cruz del Quiché, apunte nº 111 de 1974, por una denuncia iniciada por Vicente Menchú contra Juan Us Imul por lesiones.

{10} Cuadro 3.1. Reducción de hogares en Chimel, 1962-1991

 Número total de jefes de familiaJefes de familia procedentes del censo anteriorJefes de familia desaparecidos desde el censo anteriorReducción desde el censo anterior
196230
196566102067%
196953234365%
197845282547%
199157162964%

Fuente: Archivo del INTA, paquete 3650, Lista los que están viviendo en el terreno baldío Chimel, 29 de enero de 1962. Nómina de los peticionarios del baldío Chimel, todos con residencia en el mismo terreno, junio de 1965, págs. 14-15. Censo del INTA, septiembre de 1969, pág. 65. Censo del INTA, noviembre de 1978, pág. 584. Archivo del INTA, nuevo paquete 139, censo del INTA, junio de 1991.

{11} Petición de Francisco Us Imul y de Juan Us Imul al director del INTA, 25 de enero de 1972 (archivo del INTA, paquete 3650, pág. 376).

{12} Petición de Juan Us Imul y colaboradores al presidente del INTA, 17 de diciembre de 1973 (archivo del INTA, paquete 3650, págs. 446-447).

{13} Petición de Vicente Menchú al presidente del INTA, 18 de octubre de 1973 (archivo del INTA, paquete 3650, págs. 89-92).

{14} Petición de Francisco Tum Tiu y colaboradores al presidente del INTA, 20 de febrero de 1974 (archivo del INTA, paquete 3650, págs. 460-461). Los disidentes querían que el INTA reconociera como su representante a Juan Us Imul, uno de los dos hombres encarcelados por asaltar a Vicente en 1974.

{15} Henrik Hovland, comunicación personal, 22 de octubre de 1994.

{16} Petición al presidente del INTA, 18 de noviembre de 1978 (archivo INTA, paquete nuevo 139, págs. 40-41).

{17} Petición al presidente del INTA, 8 de diciembre de 1978 (archivo INTA, paquete nuevo 139, págs. 47-48).

{18} No se trata del suegro de Vicente, sino de un sobrino suyo que tenía el mismo nombre.

{19} Burgos-Debray 1984: 17, 106.

{20} Burgos-Debray 1984: 3, 26, 181-184.

{21} Compárese con Kobrak 1997: 206.

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