Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 2 • abril 2002 • página 9
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Discusión o Filosofía

Pelayo Pérez

¿Cuáles son los límites de las llamadas polémicas filosóficas? ¿Discusión entre sistemas contrapuestos o incomunicabilidad? ¿Ignorancias o narcisismos?

La discusión

Digámoslo desde el principio. Este apunte surge de dos líneas que pretendemos se crucen para intentar dibujar un espacio de sentido. Hará falta una tercera, la cual intentaremos alcanzar a través del texto para cerrar el circuito que abrimos.

Una de las líneas, la que corresponde al título, proviene de la reciente lectura de un artículo sobre Deleuze aparecido en Magazine Littéraire (nº 406, febrero 2002), dedicado al «efecto Deleuze», y que lleva por título: «La filosofía sin discusión», de Elie During, profesor en París X-Nanterre, donde el autor intenta mostrar las razones del «hastío e incluso hostilidad» de Deleuze ante las discusiones filosóficas y, por extensión, las mesas redondas y todo tipo de debates.

En un extremo de esta línea nos encontramos con las mismas reticencias y hostilidades de Gustavo Bueno al respecto: véase lo expuesto, por ejemplo, en Telebasura y democracia acerca de las tertulias, los debates y otras figuras similares que tienen como «virtud» no sólo la falta de crítica, sino la evitación real de toda crítica, pues las cuestiones planteadas en la inmediatez del falso dialogo o de la espontánea libertad de expresión, «tienen el don de ocultar los problemas» (las frases entrecomilladas, salvo advertencia, están entresacadas del artículo sobre Deleuze y traducidas por nosotros). Pudiera esto hacernos creer que esta es, no obstante, una cuestión banal, incluso en su extensión, obscena y calculadoramente dominante. Es todo lo que se quiera menos banal.

Si seguimos otra línea que se enfrenta a estas posiciones, podemos resaltar el ejemplo de la polémica imposible entre Gonzalo Puente Ojea y Bueno/Tresguerres, por ejemplo, a propósito de las «críticas» de aquél en torno al concepto de «animismo» de Tylor y el «animal divino». Pero en la actualidad, la polémica fabricada por J. B. Fuentes acerca del libro de Bueno España frente a Europa (que Bueno contestó en El Basilisco, nº 30, abril-junio 2001) y que hemos seguido en su onda expansiva no sólo mediante los "materiales" extraídos de Anábasis digital y de Cuaderno de Materiales firmados por éste; sino también en «el debate», grabado en vídeo (y transcrito en este mismo número de El Catoblepas), de las intervenciones de Fuentes y Bueno en el Colegio de Doctores y Licenciados de Madrid, el día 4 de marzo de 1999 (La Filosofía, hoy, dentro del curso La Filosofía de Gustavo Bueno, 22 de febrero a 5 de marzo de 1999), es donde se retoma el nudo 'problemático' del «papel de la filosofía en el conjunto del saber» (referencia que remite a otra polémica famosa, la de Sacristán-Bueno, y al libro de este título, con el que Gustavo Bueno se da a conocer públicamente en 1970) y, a partir de lo cual, intentando criticar el primero la concepción «académico platónica» del segundo, comprobamos que la supuesta crítica al materialismo filosófico ya tenía estos precedentes, pero que en la revista digital mencionada, se pretende extender a los pilares mismos del sistema de Bueno, mediante la licuescencia de conceptos nucleares tales como «noetología y gnoseología».

Así pues, primero se intenta socavar el suelo y la gigantomaquia: la matemática, donde lo múltiple expresa su sentido y potencia frente al mundo de los fenómenos, para así hacer caer «el cielo» hacia donde apunta la red del materialismo filosófico y con la que se intenta "capturar y retener" al espíritu fugitivo, desvinculado de la Tierra.

Lo discutido

Ahora bien, a lo que aquí estamos apuntando no es tanto a la polémica imposible, que no le resta interés positivo a la misma, sino al intento supuestamente neutro e inocente, propio de un "prolegómeno", que atenta directamente a Bueno y al «buenismo institucional», en tanto realidad existente que, además de dedicarse en cada publicación polémica de Bueno a actuar de cortafuegos, de aplaudidores que ponen la venda antes que la herida (Ángel González García, «El debate entre...», Anábasis digital) en cada artículo o reseña de los mismos, donde nos va descubriendo el autor del texto introductorio la verdadera estrategia y pretendido alcance de la «mera y positiva» (!) polémica, que se pretende filosófica y necesaria, es comprometer en las respuestas y mantener la dinámica de su continuidad... Pero a partir de esa declaración de principios, la polémica muestra su falacia, su mala fe y el carácter «político» de la misma. Es por esto que la "unidad" de los elementos mostrados en las páginas de Cuaderno de Materiales, deja ver el uso procaz de su estructura y nos da ocasión para plantearnos con seriedad aquello que el título de estas líneas pretende destacar y exponer como cuestión de principio en sí misma, y que el texto sobre Deleuze que nos sirve de guía resalta con nitidez: «La filosofía sin discusión».

Pues lo que se muestra en esa aparente presentación de un autor y unos textos, que el presentador comparte, no es la correcta diatriba académica, sino el ataque a los flancos de Bueno, a sus supuestos discípulos y supuesta escuela: ¿pues qué escuelas y qué discípulos son estos cuando dos de los más reputados, Vidal Peña y Alberto Hidalgo, son calificados de meras cajas de resonancia, por donde un destacado filósofo materialista es reducido a la frase de su reseña del libro España frente a Europa, destacando la frase no la reseña la cual, con más enjundia de lo que se pretende, se nos hurta? Como se elide la carga «crítica» y explanadora, es decir clarificante que el artículo de Hidalgo sobre el mismo libro recorta, haciendo que prestemos atención, según la opinión del propio Alberto Hidalgo, sobre el concepto de ortograma, el cual parece, en el texto aludido, una mera referencia baladí. Por otro lado, al poner el peso del asunto en las acciones del «círculo de Oviedo» y en sus reacciones al libro en cuestión, nuestro inefable constructor de escenarios, deja afuera, hay que pensar que intencionadamente en alguien tan informado, respuestas de la extensión y magnitud de filósofos «externos» como la crítica desarrollada por Fernando Pérez Herranz (en la revista Daimon, dirigida por Patricio Peñalver, Universidad de Murcia, nº 20, año 2000 y con éste título orientador, que lo dice casi todo: «España» como provocación filosófica. Aproximación a la filosofía de Bueno)

Dejaremos fuera nosotros otras referencias no citadas, como no se cita ni se tiene en cuenta la trayectoria académica, social y política que marca la vida y la obra de Gustavo Bueno y que tampoco se tienen en cuenta, dejando fuera con meridiana claridad, el núcleo mismo del problema, que podríamos plantear así: ¿por qué Gustavo Bueno y el materialismo filosófico son un problema? ¿Y cómo en todo caso se adquiere y se mantiene durante más de treinta años la categoría problemática, que ninguna búsqueda programada del escándalo permanente podría aguantar y sostener?

No parece llamarle la atención a nuestro autor el hecho de que la obra de Bueno sin embargo se edite y reedite y convoque reacciones apasionadas, es cierto, pero multitudinarias también. Aunque para muchos académicos acaso sea éste un síntoma más a favor de sus tesis mortuorias. Pero ¿cuales son estas tesis? ¿no tienen que ver, por un lado, con «el giro lingüístico» dominante ahora entre nosotros, de Wittgenstein a Heidegger, que encontrarían en el construccionismo de Bueno un enemigo a batir? ¿Y no ocurriría, por otro lado, con un cierto marxismo sin recursos ni espacio, refugiado más y más en su idea monista y reductora de la idea de materia, con la que «sola y así» no se puede construir nada evidentemente?

Si esto es así, entonces ¿qué es lo que no se deja afuera? ¿qué es lo que se coge y se amplia, se deforma, y a lo que se le da verdadero eco difractante, sino a las «imágenes» políticas, los ecos mismos ideológicos, la gigantomaquia que los propios fenómenos políticos convocan? ¿Atacar estos efectos, estos fenómenos, incluso en aquello que puedan tener de acertado y de necesario, no oculta la verdadera meta de la polémica fabricada para que el materialismo filosófico en fin quede así ensordecido, cegando el paso, el recorrido, a su ontología y a los resultados coherentes de la misma, que Bueno anunciaba ya en la respuesta a Sacristán y que se pueden encontrar ontológicamente justificados en sus Ensayos Materialistas (ver paginas 185 y ss.; así como el apéndice sobre la «implantación política de la filosofía» y que, en cuanto piezas del constructo ontológico allí expuesto no se pueden desgajar sin más ni más, sin atentar contra la unidad de la construcción misma.)

Y aquí es donde el nudo problemático de «la discusión en filosofía» se muestra como determinante. Pues, en efecto, la crítica a Bueno y al materialismo filosófico exige este "rito de paso", esta inmersión en la ontología del autor, en sus piezas, recorrer los quicios, su encaje. Y ello para que, desde y con tales fundamentos, volvamos atravesando los fenómenos, haciéndolos encajar allí y sometiendo así a los mismos a la prueba del «argumento» onto-lógico-material . Y a la inversa, probando, y corrigiendo, en tal recorrido la fortaleza y coherencia del sistema mismo llamado materialismo filosófico. Si no se hace esto ¿qué es lo que se crítica? ¿Hacia donde apunta, qué se pretende cuando se utiliza como ariete a alguien que supuestamente conoce el materialismo filosófico pero que en realidad muestra su epidérmica navegación, no estar a la altura de su exigencia? Es cierto que nadie está obligado a ser fiel a este o a ningún sistema, que cualquiera puede pensar de otra manera, pero dicho esto ¿cuál es esa otra manera y cuales sus presupuestos ontológicos? Lo que en la citada polémica Ojea/Bueno no dejaba de mostrar su rostro positivo, y la fidelidad de un hombre a sus «principios», en este caso positivistas, la utilización del aparato gnoseológico de Bueno y su reutilización para «cimentar» la réplica al materialismo filosófico, no puede sino ocultar una rarefacción subjetiva, una confusión de planos y, sobre todo, según parece, de intereses. En conclusión, ¿qué discusión filosófica cabe aquí?

Todo eso y más circunscribe el texto con que inicia, y no por casualidad de maquetación, la revista Cuaderno de Materiales la polémica con el materialismo filosófico desde los elementos buenistas de Fuentes, que Ángel González entroniza con habilidad y pluma digna de mejor causa. Pero Fuentes no es Lacan ni Bueno es Freud, y la insistencia en la metáfora del psicoanálisis muestra que aquí falla el diván o la palabra misma. Que en el buenismo institucional hay aplaudidores y aduladores debe saberlo cualquiera que dirija una revista o un grupo «de poder», así que resaltarlo es algo más que objeción superficial, cuando no una carga de profundidad al reducir a «meros reseñadores» a los supuestos discípulos apagafuegos del buenismo y cosas así. Pero ni los citados son meras cajas de resonancia, ni considerar a Bueno como nuestro maestro quiere decir que soñemos lo que Bueno ronca. El asunto aquí sigue siendo la «discusión o no filosófica» y no la polémica en sí, si es que acaba de cristalizar, entre Fuentes y Bueno que, en cuanto tal, la esperamos y la celebraremos.

Lo indiscutible

Volvamos a Deleuze: «Discutir, es un ejercicio narcisístico donde cada uno se muestra bello por turno: tan veloz, que no se sabe de qué se habla.» Y más adelante, este razonamiento lapidario, que el autor del artículo nos dice formula como una aporía: «...si se comprende el problema planteado por alguien, no se tiene deseo de discutir con él: o bien se plantea el mismo problema, o bien se plantea otro, y se tiene sobre todo deseo de avanzar a su lado.» ¿Cómo discutir si no se tiene un fondo común de problemas, y porqué discutir si se tiene uno?, y luego esto: «No se discute jamás de los problemas, sino siempre de las soluciones.»

Ahora bien, estas sagaces observaciones de Deleuze hemos podido comprobarlas en ejercicio cuando J. B. Fuentes intenta, con el gesto y el vocabulario buenista, nada menos que socavar el suelo de la filosofía y, por tanto, del materialismo filosófico, al pretender hacer saltar el marco geométrico de la Academia para ser sustituido por una opinión del autor, aquella que considera que el modelo-marco de Platón fue la medicina hipocrática. No cabe discusión. Entre otras cosas porqué no hay explicación, argumento. O el que se expone es, por lo ya dicho, espurio e insostenible. Y de hecho, la respuesta de Bueno elude toda discusión, ciega el camino de cualquier debate posible. Pero lo hace poniendo ante el polemista un muro que va a reconstruir pedagógicamente ante él, y nosotros que asistimos a la trituración de los supuestos ingenios que se le oponen, de tal suerte que es por su reconstrucción que aquellos ingenios quedan medidos e incorporados, reflejados. Tanto Bueno como el materialismo filosófico, ¡nada digamos de Platón!, merecen cuando menos el respeto de la simetría.

Es decir, no cabe discusión. Lo más que se puede hacer, si uno no se levanta y se calla, es ver el modo respetuoso de aclarar lo confuso, de responder a las preguntas que pueda suscitar una exposición trabada sobre una construcción que exige el recorrido de la misma, que no implica la sola lectura de textos, por supuesto, sino compartir efectivamente los mismos problemas. La divergencia, efectivamente, puede provenir de las soluciones. Y entonces, cabe preguntar: ¿los problemas que afectan al Sr. Fuentes son los mismos que los de Bueno? ¿Y si no lo son, en qué se diferencian realmente los unos y los otros? Acaso entonces, los testigos de estas polémicas entrevean realmente el narcisismo herido, pero precisamente en tanto en cuanto el subjetivismo, la no filosofía en fin, asfixia el circuito del pensamiento del uno frente la superación en el otro, lo que no excluye las determinaciones subjetivas y personales de éste, pero que no eran el caso en discusión. Pues aquí no se discuten actitudes públicas de Gustavo Bueno, ni su biografía, ni su perfil o su figura psicológica o ni siquiera política. Aquí supuestamente se plantean problemas ontognoseológicos (!), ni más ni menos, teoría de la ciencia incluida...

Así que, teniendo en cuanta la obra misma de G. Bueno, volvemos a preguntarnos: ¿cabe la discusión filosófica en este sentido planteado? Y claro está, este sentido mundanal, retórico-psicologizante y «político» anula toda posible discusión, y toda respuesta. «Cada vez que se me hace una objeción, deseo decir: pasemos a otra cosa.» «El arte de construir un problema es muy importante: se inventa un problema, una posición del problema, teniendo que encontrar una solución. Nada de todo esto se hace en un interviú, en una conversación, en una discusión.» Y esto: «Si la mayor parte del tiempo las objeciones consisten en criticar una teoría sin considerar la naturaleza del problema al que se responde (...), las cuestiones tienen el don de hacer olvidar los problemas.»

¿No es de todo esto y más de lo que se trata en la falsa polémica Fuentes-Bueno? Porque una cosa es criticar este o aquel libro, lo cual es más que necesario, y otra es ocultar el contenido y la urdimbre del libro mismo tras el torbellino de una supuesta crítica que, en todo caso, no traspasa la superficie del rumor escandaloso levantado.

Citemos el final del artículo que nos sirve de guía. La lección de Deleuze habrá consistido, «retornando a Nietzsche (se tienen las verdades que se merece en función del sentido y de los valores que se les da) o a Bergson (se tienen las soluciones que se merece en función de los problemas que se plantean)».

Y sobre todo ello, con ello, los problemas arremolinados de cada día: la televisión y las audiencias, las teorías sobre la masa que Sloterdijk, por ejemplo, resucita ahora mismo; la guerra y el enfrentamiento político, las teorías de la justicia entre «antiguos», «modernos» y «postmodernos», o las ciencias, las tecnologías... todo en fin cuanto el comportamiento humano mueve y remueve ¿queda algo de esto, claro y expuesto, en la polémica Fuentes-Bueno, o precisamente «todo esto» implica y exige otro sistema similar que se oponga al de Bueno e intente coger en sus redes los problemas del día y muestre ángulos, aspectos, soluciones distintas, divergentes incluso, enriquecedoras entonces?

Cerremos pues volviendo al principio, es decir, al título, preguntándonos: ¿cabe la discusión en la filosofía o la filosofía empieza ahí mismo donde terminan las discusiones? La discusión filosófica, en cualquier caso, ¿no exige «una filosofía» desde la cual enfrentarnos a «otra filosofía», en tanto en cuanto "una" y "otra" son la misma, es decir, las necesarias modulaciones sistemáticas de aquello que entendemos por Filosofía? Así pues, cuando el Sr. Fuentes cree poder desmontar el «modelo platónico» ¿no se enfrenta no sólo a Bueno sino al mismo Platón? ¿Es la «matemática una ontología» como asevera el «materialista» Alan Badiou en su último libro publicado entre nosotros –Ontología transitoria– o será "sólo" una melodía para mitómanos? Si ante un sistema filosófico no cabe si no «aceptarlo o rechazarlo», ¿a qué viene enfrentarse a él utilizando partes del mismo, modos, conceptos, hilaturas que de allí provienen pero que, así troceado, se lanzan contra el mismo pretendiendo acaso hacer pasar las opiniones subjetivas, ideológicas y privadas por sistemáticas oposiciones fundamentales? ¿cómo en un monismo reductor se pueden utilizar categorías y elementos que configuran la estructura de la dialéctica misma del materialismo pluralista? En fin, la herida del narcisismo no se cura buscando el aplauso de una audiencia que se sospecha afín.

En la Filosofía no cabe, es cierto, la discusión, según creemos, sino soportar la herencia problemática de su posible actualización, por medio de la cual nosotros, los hombres del presente, intentaremos afrontar nuestros comunes problemas. Otra cosa es que los filósofos discutan entre sí, respondan a interviús, acudan a debates y se comporten en definitiva como lo que nunca dejan de ser, hombres de este solo mundo.

Y otra cosa es que las soluciones propuestas o los problemas planteados nos pongan ante callejones sin salida o desvíos intransitables. Ahí sí cabe polemizar, disentir, discutir. Es el espacio de las proposiciones, de la pragmática, es decir de la soluciones ¿pero cómo discutir acerca de la sintaxis?

Lo indiscutible es la Filosofía, no su apariencia ni su referencia. Despidamos a Gilles Deleuze: «No hay ningún interés en recomenzar lo que ha hecho Platón para siempre. Nosotros no tenemos más que una alternativa: o bien la historia de la filosofía desde los injertos de Platón para problemas que no son platónicos» (Pourparlers, pág. 205 de la ed. francesa).

Sabemos que Deleuze, como también Gustavo Bueno, eligió el mundo y su pluralismo, y ambos rescataron a Platón del encierro del academicismo. El resto son historias.

 

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