Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 2 • abril 2002 • página 18
Sobre el libro de Remo Bodei, La Filosofía del siglo XX,
versión de Carlo A. Caranci, Alianza, Madrid 2001, 196 págs.
Remo Bodei (Cagliari –Cerdeña– 1938) es en la actualidad catedrático de Historia de la Filosofía en la Universidad de Pisa. Asesor de varias editoriales, pertenece al consejo editorial de la revista Teorema. Licenciado en Pisa (donde tuvo como profesor a Giorgio Colli) en 1961, se doctoró en filosofía en 1965, pero antes estuvo un año en Friburgo con Eugen Fink y siguiendo unos seminarios de Martín Heidegger sobre «El ser y el tiempo», y «Heráclito»; después en Tubinga junto a Ernst Bloch. En su estancia por tierras alemanas se acercaba a París para seguir al sociólogo Georges Gurvitch. Más tarde, residió en Berlín para oír al lógico matemático Georg Klaus. Se desplazó a Heidelberg, donde permaneció otro año para trabajar con Löwith, Gadamer y Dieter Henrich. Aparte de su plaza como profesor en Pisa, ha compaginado ésta con su presencia en universidades de América del Norte (excepto Méjico) y Australia: Ottawa, Nueva York, Toronto, Sydney y, a partir de 1992, en UCLA (California).
Comenzó su presencia en el mundo editorial en la década de los setenta con la traducción de los primeros escritos de Hegel. Se le considera el introductor de Ernst Bloch en Italia, con su estudio sobre la idea de tiempo y de historia en éste, titulado «Multiversum» (1983). En España e Hispanoamérica empezó a ser conocido gracias a la traducción de su libro «Una geometría de las pasiones», difundido en ambas orillas del Atlántico.
Autor que confiesa haberse orientado durante los últimos veinte años más hacia la filosofía anglosajona, aunque no renuncia a su primera formación germánica y francesa; admira a Derrida, Ricoeur, Habermas, Adorno, pero no le «fascina» Levinas por encontrarle frágil desde el punto de vista teórico. Respecto a su concepción de la filosofía, Bodei confiesa que «Mi idea es que la filosofía es una gran construcción en la que los clásicos antiguos o modernos son mis libros de cabecera, pero no tanto como objetos de estudio, sino como objetos de compañía. Me divierte leer a Platón o Aristóteles, a Hobbes, Spinoza, Hegel o Marx». Ideológicamente dice provenir de una «cultura de izquierdas» (de joven fue socialista y luego se inclinó hacia la extrema izquierda en la tradición de Rosa Luxemburgo, no la de Lenin).
Respecto a su último libro, La Filosofía del siglo XX, él lo define como «un intento de reconstruir los escenarios filosóficos de nuestra centuria sin necesidad de situar una filosofía tras otra cronológicamente –pues los hilos que las vinculan son muy pobres–, ni dedicarme a dibujar una galería de personajes [...]. Busco una historia sin topos, sin clasificación en el orden temporal, pero donde dramatizo los problemas y los relaciono con los saberes más representativos del siglo XX: matemáticos, físicos y los derivados de la lingüística o de la antropología sobre todo. [...] Mi interés, por lo tanto, es por los escenarios, por el paisaje mental, por el mapa de los problemas.»
En lo referente a su estilo literario él mismo ya dice que «Y si cuido mucho la expresión, no es tanto por un carácter literario o retórico, en su mejor sentido, sino por que mis temas no son demostrativos ni apodícticos. En mi ámbito me ocupo del razonamiento, de la subjetividad, de la identidad personal o de la tragedia, donde no caben demostraciones precisas, pero sí una argumentación rigurosa. [...] En el campo filosófico, me refiero a los grandes autores, la verdad no camina sola, necesita una persuasión adecuada. [...] Valoro las metáforas en filosofía no como adornos, sino como transporte (metaphoré), como una mudanza para alcanzar lo distante. Permiten la máxima presión sobre un mínimo de superficie. Eso es lo que intento con mi estilo, ser punzante, lograr la máxima penetración.» Esta forma de entender la filosofía, ese deseo de encontrar la expresión metafórica le hizo decir en cierta ocasión que considera que Georg Büchner, autor que le cautiva: «expresa un materialismo más trágico que Marx».
Remo Bodei junta una serie de ensayos (en total diez), dedicados respectivamente a diferentes grupos de autores unidos por un nexo intuitivo de su cosecha (como por ejemplo: cap. 1º, Las filosofías del impulso; cap. 7º, El mundo y la mirada; cap. 9º, Vita activa; cap. 10, Mirando hacia delante). Ya en la nota introductoria se nos dice que «se dejan de lado los dos modelos expositivos más difundidos: el de la historia lineal y el modelo, totalmente carente de contexto, de la descripción de los sistemas miniaturizados y aislados.» Lo discutible es que lo lleve a buen término. Crea un entramado de conceptos sobreentendidos y no definidos de manera precisa, puesto que Bodei mismo no pone en duda sus propios casi-conceptos, que al fin y al cabo no dejan de ser meras metáforas. Metáforas que, en ocasiones, fuerza para que quepa en su visión de la filosofía y, además, dentro de la impronta literaria, estilística, con la que desea se reconozcan sus libros. Así, ya en el capítulo primero comienza con una disertación literaria sobre los diferentes «yos», apoyándose en citas de Proust: «A veces ocurre, según Proust, que quien se despierta en plena noche ha olvidado todos los datos relacionados consigo mismo y con el lugar en el que se encuentra. La razón, al relajarse en el sueño, ha borrado todos los límites de tiempo y espacio. Al despertar sólo queda un elemental e indeterminado 'sentimiento de la existencia' [...] como puede vibrar en lo hondo de un animal y en un 'hombre de las cavernas'. Para situarnos y orientarnos de nuevo hay que reconstruir la red de las coordenadas del mundo y los 'rasgos particulares' de nuestro yo, llevando a cabo en pocos instantes un salto 'por encima de siglos de civilización'.» A continuación, ¿el lector novel puede entender a Bergson, Simmel y Lukács, unidos por el título «Las filosofías del impulso»...?
El intento de no hacer una historia con clasificaciones temporales, pero situando el argumento dentro del marco del siglo XX, añadida la dificultad, que él mismo se pone, de no evitar cierta cronología (evidente y necesaria por otra parte al ser una «historia» del «siglo XX»), consigue dificultar aún más la lectura y, por ende, encontrar un sentido homogéneo a su libro. Pues, todos los autores, las ideas, los conceptos se sitúan en una especie de limbo filosófico, donde todo está permitido y el antes, y después son términos confusos. Un flash-back cinematoliterario, sazonado de sapiencia filosófica.
Es cierto que, como él da a entender, existen distintas filosofías y que se debe incidir en esa separación que, en ocasiones violenta, se da tanto en el siglo XX, como en los siglos precedentes. Pero en este libro se encuentra la paradoja de que el título expresa la existencia a priori de «La Filosofía» aunque él ejecuta la mera coexistencia de varias filosofías exentas, pero a veces. El uso indiscriminado de las metáforas, la dramatización narrativa, por parte de Bodei, hace entender la filosofía como un asunto de opinión o especialización de cada autor, sentado en su torre de marfil. Bodei presupone que la validación de cada filosofía es la coherencia consigo misma, exenta de cualquier relación con lo ajeno (todo lo demás, claro), y, por lo tanto, permite un solipsismo conceptual inatacable desde otra posición fuera de la propia. Y con todo, al final, es posible hallar la unidad de la Filosofía.
«La filosofía del siglo XX» como libro introductorio para el lector ocasional de materia filosófica (aunque sólo sea en el campo doxográfico como aquí), resulta complicado por confuso. Remo Bodei posee una capacidad para la empatía, que le permite señalar los diferentes terrenos por donde transitan los filósofos del siglo XX, con sus diferencias y oposiciones, y él está de parte de todos; no es que haya buenos y malos (que haberlos haylos) al estilo de una película del Oeste Americano, pero que todos estén bien y todos tengan razón, parece excesivo incluso para la inteligencia más cándida que se pueda dar en alguno de los mundos posibles (en términos analíticos, por supuesto). Para el asiduo a estos temas, el libro carece de la rigurosidad necesaria. Se propone mostrar «las articulaciones que estructuran el discurso filosófico, al que aquí nos referimos utilizando sólo fuentes primarias». Lástima que estas referencias a los autores resultan escasas y sacadas del contexto original para ser insertadas en su propio discurso, algo necesario por otra parte, pero queda la sospecha de que puedan hallarse en verdad esas «articulaciones» en el libro de Bodei, o bien, dicho de otra manera, citarlos con más extensión de lo habitual a fin de disminuir el riesgo, siempre grande, de desfigurar sus intenciones al destacar sólo algunas palabras de ellos en un contexto demasiado elaborado por el autor.
Junto a lo anterior, se suma el que no aparezca ni un solo autor de lengua española (sí menciona a Séneca, Picasso y Velázquez y, si me apuran, incluiría a Marco Aurelio), por lo que podría asegurarse un éxito de ventas entre los lectores ávidos de libros de filosofía, de autores encumbrados, como el que aquí nos atañe, con un pensamiento ajeno a nuestra realidad pero bien publicitado y políticamente correcto (como el tío Sam manda). En fin, perfecto para los pedantes de turno. Sobra la pregunta de por qué un autor tan abierto a todo, tan multicultural, tan conocedor del mundo hispano, que también, se abre en sus escritos a lo de siempre: ¡qué bien está Gadamer! y ¿cuándo sabremos tanto de filosofía como Rorty o Rawls?