Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 4 • junio 2002 • página 5
Televisión

Betty la fea y Ecomoda,
¿por la telebasura hacia la hispanidad?

Atilana Guerrero Sánchez

Durante la primera temporada televisiva del nuevo siglo millones de personas en todo el mundo vienen siguiendo el curso vital de Beatriz Pinzón: ¿cómo entender la telenovela colombiana que ha cautivado tantas audiencias nacionales?

Betty la fea Fue hace alrededor de diez años, con motivo del «desembarco» y abrumador éxito de las telenovelas hispanoamericanas, los llamados «culebrones», en la televisión española, cuando tuvo lugar un corto pero intenso debate en los medios de comunicación que hizo funcionar «a toda máquina» el concepto de «telebasura»{1}. Al parecer, sorprendió a los periodistas opinantes españoles que la audiencia de una democracia europea madura, como ya entonces se veía en plena «década socialista», se decantara en sus preferencias televisivas por producciones de tan ínfima calidad técnica y con un contenido argumental tan básico, o incluso, vulgar y chabacano. Entre los que atacaban dichos «culebrones» solía darse por supuesto que era un público de bajo nivel cultural mayoritariamente femenino el que los seguía, las «amas de casa» o «marujas» que rellenaban su jornada de trabajo doméstico con el «opio» de una edulcorada y convencional historia de amor, y si acaso alguien se atrevió a defenderlos fue por esa misma razón, por la de constituir la «droga», ahora ya medicinal, de quien «pone» en su vida lo que le falta: «pasión» y «sentimientos», en fin, para el ama de casa española. Pocos, por no decir ninguno, tuvieron a bien reconocer el hecho lingüístico positivo que los «culebrones» nos brindaban –aunque fuera externo, supongo según ellos, a la «calidad» del producto–, como es el de escuchar, casi «privilegiadamente» sin movernos del sillón de nuestra casa, las diversas formas en que el español se habla en América; pero lo que aún es más digno de notar es que semejantes debates nunca se dieron con motivo de la emisión y el éxito de las teleseries americanas, ahora del Norte, en la década anterior de los ochenta. Con Dallas, Dinastía o Falcon Crest, parecíamos tener el rasero desde el que medir la mediocridad de sus competidores del Sur, que les «robaban» la audiencia sin que los «expertos» supieran bien «por qué».

Muy pocos negarían hoy que los «culebrones» son un ejemplo de la «telebasura», pero, como la audiencia manda, ya nadie se propone cuestionar su compra por parte de las cadenas nacionales; en su lugar, se ha emprendido la «producción propia» y ya podemos preciarnos de tener telenovelas españolas que, adaptadas a una realidad social distinta, la del «bienestar», no comparten con las hispanoamericanas, digámoslo claramente, su cutrez.

Pues bien, gracias a la calurosa acogida por parte del público de las telepantallas españolas de una de esas humildes producciones, en este caso colombiana, y después de haber sorprendido por sus «records» de audiencia en todo el mundo hispano, han vuelto a preguntarse los «expertos»: ¿por qué? Estamos hablando de la telenovela titulada Yo soy Betty, la fea, que, estrenada en España un día antes del 11 de septiembre del 2001, se hizo muy pronto, a pesar de todo, un «hueco» en la sobremesa, horario habitual del género y cuya emisión todavía continua en una segunda parte titulada Ecomoda.

Contamos ya con un buen número de opiniones respetables que tratan de justificar el «boom» de Betty la fea y nuestro interés no es tanto añadir una más cuanto señalar una interpretación del contenido de la serie que, contando con dichas opiniones, pudiera respecto de estas establecerse desde un segundo plano, digamos «filosófico», si así denominamos al análisis que, como Gustavo Bueno señala en Telebasura y democracia, debe comprometerse en el análisis de los contenidos televisivos sabiendo que está empleando una tabla de valores sobre el sistema del mundo en que vive que se enfrenta a otras tablas de valores.

Entre esas opiniones que decimos «respetables» por considerar el conocimiento «técnico» de la materia del que habla, nos encontramos, por ejemplo, con las de su guionista, director, o actores, que, como decimos, en general, por ser parte del oficio, algo más saben del asunto «desde dentro», aunque sólo sea por una de las razones que exigimos a toda clasificación no gratuita de los contenidos televisivos, como es que se suponga la comparación con otros contenidos similares o alternativos.

Fernando Gaitán es el guionista de esta serie y se ha hecho famoso gracias a ella. Desde su punto de vista la «novedad» de Betty la fea y razón del seguimiento obtenido ha sido romper con el estereotipo de protagonista femenina de telenovela tradicional: Betty es poco agraciada físicamente y esto ha hecho llamar inmediatamente la atención del público, identificado con la «antiheroína» –aunque su posterior transformación «en guapa» también reconozca ser un buen «gancho». Por cierto que, para aquellos de entre el público, como se muestra en los foros de internet, que veían en la serie una crítica a la belleza estereotipada de las «modelos», dicha «transformación» de la protagonista es una especie de fraude al terminar del mismo modo que el resto de telenovelas. No en vano también el guionista reconoce seguir la fórmula que todo melodrama entraña: al final, la chica guapa y buena pero pobre, se casa con el guapo y rico que se redime así de su vida de crápula y desenfreno, saltándose la normas de su clase social que le obligarían a casarse con la guapa y rica{2}. Señala también el espacio cotidiano en el que se desenvuelve la trama como es «la oficina», lugar de trabajo con el que se pueden identificar millones de personas, y el realismo de los problemas que presenta: dice contar directamente la historia del «yuppismo».

Para su director, Mario Rivero, la «novedad» radica en la forma del género. Mientras que toda telenovela es dramática, Betty la fea es la primera telenovela cómica, y, en efecto, lo que su trama pudiera tener de convencional, queda distorsionada por el «humor que pone las cosas en su sitio», según sus palabras.

Los actores, aunque con una perspectiva más fenoménica –no suelen apelar al género o a la historia– fijan su atención en las características de los personajes; así, Ana María Orozco, actriz protagonista, en entrevista concedida a un periódico, habla de la represión, introversión o inseguridades del personaje, o de las «pasiones humanas» que, por ser universales, explican su emisión en más de veinte países.

Repetimos que cualquiera de estas opiniones es una explicación «técnica» válida, y sin negarlas, más bien, integrándolas, nuestra postura ante el contenido de la serie es de otro «corte». Nuestra tesis coincide con la opinión generalizada acerca de su «novedad», desde luego, al aceptar que, con los mismos ingredientes (melodrama y «lucha de clases», o como dice Nazoa «dramón criollo más electricidad») el resultado ha sido diferente. Como el Quijote de las novelas de caballerías, Betty, la fea es la crítica humorística de toda telenovela. Ahora bien, nuestro punto de vista introduce algo no «explotado» antes, que yo sepa, en otras telenovelas: la «dialéctica de estados», antes que la de clases sociales («yuppismo», ricos-pobres, &c.). Nuestra tesis vendría a sostener que la tabla de valores desde la cual esta serie puede entenderse «en toda su profundidad», que es la que puede compartir cualquier televidente que la siga «ingenuamente» (aunque esta expresión pueda parecer contradictoria para el «intelectual» que viera en la telenovela el colmo de la «superficialidad») es sólo «asumible» desde la Comunidad Hispánica. Es más, nos atreveríamos incluso a interpretarla como una alegoría del «problema de España»{3}, que, desde una de sus facetas nacionales en Hispanoamérica, en este caso Colombia, podría ser enunciado desde cualquiera de los países que conforman dicha comunidad. El verdadero interés de esta telenovela reside en la tragicomedia que se narra a través de los personajes entre el «imperio del español» y el «imperio del inglés», por atenernos a uno de los contenidos positivos pragmáticos que con más evidencia se manifiesta en numerosas escenas y personajes, aunque, por ceñirnos al contenido que vertebra, según nuestra perspectiva, al verdadero hilo de la trama (que podríamos denominar contenidos semánticos y sintácticos, por analogía con la trifuncionalidad del lenguaje), es la resistencia del sistema del mundo del catolicismo hispano ante el «american way of life» del capitalismo protestante y la incompatibilidad de valores que desde ambos «sistemas del mundo» se presentan.

Descendiendo al análisis concreto diremos que si existe un símbolo del sistema del mundo capitalista ese es, como se suele denominar desde los programas de televisión que puntualmente nos informan del mismo, el «mundo de la moda». Pues bien, la protagonista es una mujer que «rompe» los parámetros de ese «mundo»: no es que sea «fea», como dicotómicamente se piensa desde las categorías objeto de crítica (guapos-feos), es que ni siquiera dichos parámetros nos sirven para caracterizarla. Desactivamos así, de paso, la crítica de aquellos (televidentes o «expertos») que han levantado la sospecha acerca de su supuesta «diferencia» respecto a otras telenovelas por acabar la historia con la protagonista «transformada en guapa». Dichas críticas quedan «envueltas» por la superioridad irónica de la verdadera estructura ideológica de la serie: ese oscuro y estúpido principio que se suele enunciar en estos casos de que «la belleza está en el interior» es ya un síntoma del espiritualismo subjetivo de raigambre protestante. No, en realidad, la «belleza exterior» –no hay otra, diríamos «católicamente»– del personaje no resta un ápice la «carga» crítica de la telenovela, más bien la hace brillar aún mejor. La idea sería la siguiente: ¿acaso la mujer se agota en la homologación con las «bellezas standard» que se proponen desde el «mundo de la moda»? o, aún mejor, ¿no es la homologación –90-60-90– que el «mundo de la moda» propone a la protagonista un trasunto, puntualmente desvelado por la trama, de la homologación que la América del Norte trata de imponer a la América del Sur?

Por nuestra parte, no nos cabe ninguna duda de que las posibles definiciones que de «América del Sur» podamos dar, tal y como Gustavo Bueno las ha propuesto en su artículo España y América,{4} están funcionando, aunque parcialmente, en las alternativas por las que la vida de la protagonista transita para «resolver» con una «definición» frente a las otras.

Haciéndose difícil un análisis pormenorizado que, aunque jugoso, pudiera hacernos perder la perspectiva, y contando con que no «todo el mundo» está al tanto del «contenido televisivo» objeto de dicho análisis, trazaremos a grandes rasgos la justificación de lo que acabamos de apuntar.

En primer lugar, esta telenovela se desvincula claramente de aquellas definiciones de «América del Sur» que presuponen la naturaleza «superestructural» (accidental) de su unidad. Y esto lo podemos saber por comparación, evidentemente, con otras telenovelas que (según el guionista de Betty la fea, sobre todo mexicanas y venezolanas) se han impuesto, por seguir el modelo de «telenovela neutra» de Teveazteca, «no mostrar las costumbres del país que las produce, ni su comida, ni sus exteriores. Ni siquiera el acento de sus protagonistas está permitido». El presidente de contenido de Teveazteca, Martín Luna Ortigoza, ha reconocido la ruptura de Colombia con ese modelo.{5}

Admitiendo la naturaleza «estructural» de la unidad de la América del Sur, existen cuatro posibilidades, repartidas según si la identidad de América del Sur se superpone a su unidad, en cuanto constituye un todo atributivo, con la alternativa sud-americanista (en el límite, indigenista) o según si la identidad de América del Sur se aplica a su unidad en cuanto que es parte de un todo atributivo «orgánico» y aquí es donde se «juegan» las alternativas que hemos dicho se presentan en la serie a través de la trama que dibujan las «vidas» de los personajes: bien la alternativa panamericanista, o la alternativa occidentalista, o la hispanista. Nuestra tesis viene a sostener que la serie de la que estamos hablando constituye un «humilde» material encuadrable desde esta taxonomía de concepciones de América del Sur en la alternativa hispanista.

La alternativa panamericanista es, podríamos decir, el «caballo de batalla» de la serie, auténtica trituración de la «doctrina Monroe»: los personajes «utilizan» el inglés para demostrar la «falsa jerarquía» dentro de la empresa («Ecomoda»), o, se habla del «gringo» con el que pretenden hacer negocios, &c. El «gringo» a su vez, señala lo ininteligible del comportamiento «latino» pero su disposición a «disciplinarlos».

La alternativa occidentalista se presentó con claridad en aquellos momentos en los que la vida de la protagonista debía decidir su «rumbo»: o mantenía su amor por su «jefe» (ortograma establecido como la «historia de amor» central del «culebrón» clásico») o se «evadía» de la «agobiante realidad» de Bogotá, aceptando un trabajo en Cartagena y el inicio de una «relación» con un personaje cuya nota más señalada era «ser francés». ¿Es posible que sea casualidad que «el francés», como le llaman las amigas de Betty de la oficina –el «cuartel de las feas»– «enseñe» –«ilustre»– a Betty que es posible una nueva vida, «libre» de su familia y de un hombre machista que no la valora? Desde luego la alternativa occidentalista europeísta queda descartada; Betty «vuelve» a sus raíces... hispanas.

La alternativa hispanista no deja lugar a dudas: en primer lugar, los protagonistas son «grupos», no «individuos», siendo la familia la institución que da forma a los conflictos principales. Betty, antes que una economista brillante enamorada de su jefe en el silencio de su diario, es hija de la familia Pinzón Solano, amiga de Nicolás Mora, su «alter ego» masculino, miembro del «cuartel de las feas», y, por supuesto, enemiga de todos los que, desde nuestra perspectiva representarían el «capitalismo salvaje», la familia Valencia y sus «ejecutivos agresivos», junto con los cómicos y serviles «individuos flotantes» –la «peliteñida» Patricia Fernández y el Dr. Gutiérrez, el «genial» diseñador de moda, portavoz de la ideología de la empresa que no por ser «basura fabricada» de un guión televisivo es menos ajustada a la «basura desvelada» cotidianamente en las telepantallas–. Por cierto, es notable que en todos los despachos de los directivos de la empresa haya una telepantalla que, suponemos en funciones de «televisión material», «ambiente» con los ridículos pases de modelos que nadie se preocupa de mirar salvo el espectador.

En realidad, los protagonistas son dos familias, los Pinzón y los Mendoza: ¿hay dos nombres más significativos con los que identificar la alternativa hispana? Por supuesto la comida preferida del amigo de Betty –«huevos fritos con papitas»–, otro personaje que no se deja «homologar» desde el «lecho de Procusto» del estereotipo capitalista, el gusto por los «chismes» del «cuartel de las feas», la importancia de las ceremonias familiares –«sentarse a la mesa», «petición de mano», «presentación del novio»–, junto con la peculiar idiosincrasia del «caballero cristiano» don Hermes Pinzón Galarza, padre de Beatriz y que sentencia cada suceso imprevisible con «el diablo es puerco», son algunos de los rasgos con los que la novela se define. Aún más, casi se puede decir que la preocupación por la definición arranca desde la presentación de la serie con la canción que se titula Yo soy así, mezcla de son cubano y tango argentino tan lejana de las baladas de amor habituales del género.

Ecomoda La segunda parte de la telenovela, que promete «profundizar» las relaciones con la América del Norte y cuyo título es Ecomoda, pasa del singular del título anterior al «nosotros» de una nueva canción que se titula Somos así. ¿Quiénes son ese «nosotros» de los que se dice son «leales, inigualables, galanes, impuntuales y charlatanes»? En una lectura «directa», el «nosotros» lo conforman los trabajadores de la empresa que ahora es dirigida por una Betty que ya no es «fea», se ha casado con su antiguo jefe, han tenido una hija y es «la ejecutiva que más de uno envidiará»; desde la lectura «oblicua» con la que el guionista nos «guiña» a los que formamos parte de los «restos del naufragio» del imperio que perdió la batalla contra el imperio del capitalismo, el «nosotros» es esa parte de la humanidad que no admite su «aniquilación» y que a pesar de su «homologación» económica o tecnológica con el imperio realmente existente se resiste a la homologación política o filosófica.

Lo más gracioso de todo esto es que los «americanos del Norte» de la vida real quieren comprar los derechos de la serie y el guionista de Friends será quien la adapte al «mundo anglosajón»: ¿cómo podrán intercambiar los papeles según nuestra interpretación, quién hará de «gringo», cómo se podrán burlar del personaje que sólo quiere tener «un carro y un celular», en fin, desde qué tabla de valores podrán «reciclar» la «basura capitalista» de la industria de la «moda»?

Notas

{1} Sobre la historia y análisis de este concepto véase el último libro de Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, Ediciones B, Barcelona 2002.

{2} En la página web «Venezuela Analítica» podemos encontrar los artículos de Aníbal Nazoa («La telenovela», en Obras Completas, Monte Ávila, Caracas 1969) y Roberto Hernández Montoya («Para comprender la telenovela de una vez por todas», Escritos. Cuadernos de la Escuela de Artes, Caracas, Universidad Central de Venezuela, nº 3, marzo de 1990) en los que se analizan los «principios» de la telenovela hispanoamericana.

{3} Gustavo Bueno, España, en El Basilisco, nº 24, 1998, págs. 27-50.

{4} Gustavo Bueno, España y América, revista Catauro (La Habana) 2001.

{5} Información extraída de la página web de la serie Yo soy Betty, la fea, ofrecida por el servidor Terra República Dominicana.

 

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