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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 5 • julio 2002 • página 20
Artículos

Producción simbólica en la comunidad intelectual uruguaya: José Enrique Rodó (1871-1917)

Ruben Tani

El poeta y profesor uruguayo Ruben Tani (1946), profesor en la Universidad de la República y en la Multiversidad Franciscana de América Latina, ofrece una revisión del significado de la obra de José Enrique Rodó

1
El mito y la escritura como prácticas
en la construcción de la alteridad.

¿Una lección de escritura?

Integran una extensa nómina los estudios que ha suscitado la prolífica obra de José Enrique Camilo Rodó (1871-1917), la cual ha sido objeto de un continuo abordaje con un siempre renovado interés desde el punto de vista histórico, político, social, filosófico, literario, &c. Esto ha sucedido debido a las contribuciones de Rodó en una amplia variedad de temas de actualidad para fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, especialmente en aquellos temas de contenido filosófico. Ariel es contemporáneo de El análisis de los sueños (1900) de S. Freud, de las Investigaciones lógicas (1900-1901) de E. Husserl, y la Völkerpsychologie (1900-1920) de W. Wundt, obras que transformaron el campo conceptual de las ciencias humanas.

En 1900 aquel joven intelectual uruguayo lanzaba al público un libro que causó honda impresión en toda Latinoamérica y España. Ha transcurrido ya un largo siglo –«la vida agitada y febril de estos cien años»– de la publicación de su inmortal ensayo Ariel, donde traza un brillante panorama de la situación cultural de Europa y Estados Unidos. Allí presenta un mapa cultural en el cual logra expresar en forma didáctica, representados por los arquetipos de Ariel y Calibán, las diferentes matrices y procesos culturales. En Ariel, Rodó logra la definición (o «ecuación») más breve y elocuente del carácter norteamericano cuando se refiere a la «fórmula Washington más Edison».

El Ariel aparece como un llamado a la juventud para la construcción de una identidad y un destino hispanoamericano; el Ariel no sólo inicia el siglo sino pretende abrir las conciencias juveniles a la voluntad de transformación espiritual de un continente que empieza a andar. En esta obra podemos leer el resumen alegórico de las ideas rodonianas así como también la posición del autor en lo relativo al movimiento intelectual uruguayo de aquellos años. Rodó no parece haber estado en el centro de la controversia académica entre positivistas y espiritualistas; sus ideas se forjaron en el ámbito de los intelectuales autodidactas y comprometidos.

Rodó llama a la juventud a la conquista de la libertad y a la renovación de los valores, pensamiento que se opone al pesimismo y al desencanto. La fuerza renovadora de los jóvenes se convierte en el motor de transformación, definición que incluye aspectos del espíritu individual y colectivo.

Ariel es un primer ensayo de interpretación de la cultura Latinoamericana realizado desde el Uruguay, donde la «producción simbólica» se constituye en motivo de interpretación antropológica. Con Rodó la crítica transita del mundo de las entidades ideales a un mundo de seres y eventos concretos. Inaugura una forma original de expresión que describe un mapa de culturas ajenas, a las que, por supuesto, faltaba el sentido propio que otorga la identidad compartida, el vasto y complejo significado con que toda matriz cultural se hace comprensible. ¿Se puede pensar en Latinoamérica? Ariel y Motivos de Proteo, publicado una década después, respondían la pregunta.

Algunas décadas más tarde, el notable filósofo cultural Arturo Ardao, un arielista que había comprendido y abrazado el proyecto del maestro, hace hincapié en la necesidad de que Latinoamérica comenzara a preocuparse por los asuntos que le son propios, por la necesidad de revisar la historia de nuestra cultura y sacar de ella los temas para elaborar nuevos planteos filosóficos. Influenciado por el proyecto rodoniano, en numerosos artículos y ensayos, Ardao estudió una serie de corrientes y pensadores que hicieron posible una genealogía del pensamiento americano y uruguayo. En su vasta obra es posible observar la continuación de aquel influyente y ambicioso proyecto que Rodó diseña en la Revista Nacional.

Si bien los trabajos de Rodó han dado lugar a numerosas publicaciones sobre su pensamiento: libros, revistas, artículos periodísticos y homenajes, no sucedió lo mismo con respecto a la formación de institutos o centros de estudios filosóficos. Parecería que este «olvido» de Rodó y de su filosofía aparece en contraste con la amplia difusión que han obtenido filósofos de otras latitudes.

Entre lo que debe rescatarse de su obra se encuentra la posibilidad de crear una instancia con capacidad de conformar una red de intereses comunes a la cultura arielista y que permita materializar la posibilidad de una pensamiento americano. Para reflexionar sobre este problema en las actuales circunstancias en que la cultura de la globalización nos propone nuevos desafíos, deberíamos, en el caso específico del Uruguay, volver nuestra mirada hacia Rodó, quien decía: «Este inmenso organismo moral que del mundo, para nuestros abuelos dividido en almas nacionales, como en islas el archipiélago, han hecho la comunicación constante y fácil, el intercambio de ideas, la tolerancia religiosa, la curiosidad cosmopolita, el hilo del telégrafo, la nave de vapor, nos envuelve en una red de solicitaciones continuas y cambiantes»{1}

Rodó, una estilística que estaba en sincronía con las teorías filosóficas de su época, realizó un aporte fundamental a la construcción del pensamiento filosófico latinoamericano. Con pensadores como Rodó, el hombre americano y europeo de la época se interesó en cuestiones de la magnitud de las actuales, formando una capacidad crítica desde la misma tierra americana. Esta prédica humanista que insiste en el cuidado de las vocaciones y las aptitudes al referirse a «la prodigiosa difusión del pensamiento escrito» o al alma escrita teniendo ante la vista un proceso continuo de secularización del pensamiento.

Con Ariel nos situamos culturalmente con una voz propia. Es por ello que debemos realizar el esfuerzo de comprender la producción de una mente creadora, es decir, la producción de un legado de doble perspectiva, que refiere a la propio y a lo diferente al mismo tiempo. En esa diferencia que se va generando a través de la historia se articula una «identidad» cambiante, tal como la postulaba Rodó a principios de este siglo.

Las reflexiones de Rodó desde Europa poseen un valor crítico muy importante. Pero además, constituyen documentos de su viaje sus observaciones histórico-políticas y sus observaciones sobre la magnífica herencia cultural, que percibía principalmente en las antiguas ciudades.

Si América fue «hija» conflictiva de la cultura europea, ha sufrido una de sus mayores crisis de identidad. Estas relaciones con Europa están planteadas claramente en Ariel, de donde surge que la tarea de la crítica americana consistirá en continuar el análisis de las diferencias que se generan continuamente y no en la discusión infértil de conceptos genéricos.

Una antropología de lo americano solamente podría resultar un aporte a la cultura universal si logra diferenciarse tratando de resolver los grandes problemas desde su propia perspectiva. En el presente ya no es posible la idea de una cultura griega, una cultura francesa, una cultura inglesa y una cultura alemana porque esa forma de organizar los tipos y los lugares de la producción de la escritura y sus tradiciones ha sido nuevamente replanteada.

Los temas abstractos deberán ser vistos desde el mapa construido por el pensamiento americano descolonizado (Mignolo 2000). No debemos olvidar que toda la cultura europea ha producido temas, pero para ello necesitó de los diversos estilos de escritura con los que tejió los conceptos de carácter disciplinario universal. La diversidad de temperamentos y circunstancias culturales evidentemente señala un conjunto de culturas que se diferencian unas de otras a pesar de la universalidad de todas ellas. Y aquí es donde reside el gran mérito de Rodó: interpretar con originalidad el pensamiento de grandes intelectuales del pasado y de la actualidad, americanos y europeos, captar el cambio que se estaba originando para pensar en las nuevas realidades culturales que se gestaban.

Entre las diversas aproximaciones realizadas a lo largo de este siglo se destaca el libro de José G. Antuña, publicado en 1952 y escrito con motivo del cincuentenario de Ariel: Un panorama del espíritu, el Ariel de Rodó. Se trata de un notable trabajo dedicado a contextualizar el legado de Rodó, a relacionar su posición filosófica con las tendencias en auge, como el existencialismo, la fenomenología y el marxismo entre otras, y con los avatares históricos, políticos y culturales de la época.

También deben mencionarse las ya clásicas contribuciones de J. P. Massera (1920), J. P. Segundo y J. A. Zubillaga (1945), la edición especial de la revista Número de 1950, C. Real de Azúa (1957), M. Benedetti (1962), E. Rodríguez Monegal (1964) hasta las de Amorin y Fernández Alonso (1973), W. Lockhart (1982) y por supuesto las de A. Ardao.

No obstante tan brillantes antecedentes, hacer justicia con el legado de Rodó nos impone la tarea de tratar de mostrar la coherencia de su pensamiento y la actualidad del mismo. Trataremos los aspectos que consideramos más relevantes a tal fin.

A un siglo del nacimiento de Rodó, E. Oribe hablaba de la necesidad de tomar su obra «independientemente, como un fruto emancipado del tiempo, que se acrecienta...»{2} porque «grandes mudanzas se han operado en el mundo contemporáneo y oleadas de nuevos acontecimientos y de sucesivas doctrinas han aclarado y ensombrecido el cielo de la América que tanto amara. Sus antecesores y contemporáneos se van disipando en los insignificantes frisos finiseculares y sólo algunos subsisten a su lado compartiendo su fulgor y su firmeza{3}

I. El proyecto crítico de J. E. Rodó

Rodó participó activamente en un proyecto cultural, con otros intelectuales fundó la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, donde aparecieron sus primeras artículos entre 1895 y 1897. Allí aparecen sintetizados los intereses teóricos que luego profundizará en obras posteriores. Rodó ha tratado en extenso y en detalle varios aspectos de la crítica cultural. Ésta abarca tanto el aspecto sociológico y literario de la interpretación de textos como también un programa hermenéutico aplicado en la descripción de la práctica creadora, de la crítica y de la educación literaria. En suma, es posible distinguir entre: (1) distintas líneas de crítica cultural (histórica, sociológica, literaria), que supone, (2) un programa crítico y hermenéutico y se apoya en (3) una aspiración universalista con un mensaje de tolerancia crítica que une valores estéticos y morales.

En la Revista Nacional, Rodó se anticipa a una corriente de estudios en boga especialmente en la academia norteamericana. «Juan María Gutiérrez (Introducción a un estudio sobre literatura colonial)» se titula el artículo que aparece en los números del 20 en marzo y del 5 de abril 1895 y que luego será compilado en El mirador de Próspero. El problema teórico y metodológico que plantea el campo documental de la «literatura colonial» será abordado por Rodó en «El americanismo literario» de 1895. Aquí examina problemas relativos a los conceptos válidos para una metodología de la interpretación de aquellos textos que tienen relevancia histórica en la memoria escrita de nuestra herencia cultural. Rodó trata de establecer un criterio para considerar los textos de la colonia como testigos documentales de una tradición que, de algún modo, forman parte de nuestra historia y que es necesario considerar. Así dice:

«El poema de Centenera, donde se hermanan todas las fealdades del verso bajo e inarmónico y de la narración [...] sólo en su carácter de ingenua iniciación de temas destinados a reanimarse en lo futuro [...] En suma, no es posible relacionar con este obscuro abolengo de las manifestaciones literarias del descubrimiento y la conquista, la moderna expresión de las tradiciones y los albores históricos de nuestros pueblos en su poesía nacional, de otra manera que como se relaciona con la verdad adusta y descarnada del documento y del testimonio escrito de las cosas...»{4}

Esto podría estar anticipando la preocupación de los estudios coloniales actuales, que se plantean el problema de los límites que separan los aspectos literarios de los aspectos históricos. Rodó no sólo se plantea criterios para el estudio de los documentos del pasado, también afirma que resultaría un esfuerzo quimérico proponerse un americanismo literario referido a una naturaleza geográfica específica y a ciertos ideales y sentimientos de una época proyectando un espíritu de nacionalidad ficticio{5}. La anticipación teórica respecto a la preocupación por los problemas epistemológicos está relacionada a la cuestión de la pertenencia o no a la categoría «literatura» de los textos o monumentos de la conquista y la colonia.

La índole del libro (si tal puede llamársele) consiente, en torno de un pensamiento capital, tan vasta ramificación de ideas y motivos, que nada se opone a que haga de él lo que quiero que sea: un libro en perpetuo «devenir», un libro abierto sobre una perspectiva indefinida.{6}

Desde la publicación de su ambicioso proyecto en la «Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales», como en sus consagradas obras Ariel (1900), Motivos de Proteo (1909) y El Mirador de Próspero (1913), y hasta en las páginas póstumas de El camino de Paros (1918) y Últimos Motivos de Proteo (1927), el tema literario ocupa un lugar privilegiado en la obra de José Enrique Rodó, aspecto afín a sus más caros intereses que debe ser integrados dentro plan general de una posición filosófica que defiende la tolerancia y la belleza. En este campo, busca articular el tema de la «personalidad» del conjunto social e histórico de las creaciones en su forma y su significación, nos referimos al aspecto creador de cultura en las obras producidas en nuestras tierras. Según Ardao, Rodó se abocó a «la organización de la comunicación, de la historia y de la crítica literarias en el continente»{7} aunque si bien antes debió asumir las limitaciones de la crítica contemporánea, la situación de incomunicación regional y el desconocimiento del pasado que enfrentaban las naciones latinoamericanas.

«El americanismo literario» es el título del artículo que Rodó publica en 1895 en la Revista Nacional y que posteriormente reformula en «Juan María Gutiérrez y su época», ensayo que figura en El Mirador de Próspero (1913) que reúne varios trabajos relativos a la literatura rioplatense. El mencionado trabajo es objeto del artículo «Rodó, crítico y estilista» que Emir Rodríguez Monegal publica en Número en 1952, donde recuerda que P. Henríquez Ureña había afirmado que se trataba del «mejor estudio sobre un período literario en la América Española»{8}

Al comparar el ensayo de 1913 con las fuentes inmediatas, Rodríguez Monegal concluye que en el curso de la actividad literaria de Rodó se produce una indiscutible madurez: «madurez de sus puntos de vista y madurez de sus procedimientos estilísticos».{9} Bajo el punto de vista de Ardao, las fases «americanistas» que se distinguen en la obra de Rodó{10} «no se sustituyen, etapa por etapa, sino que se adicionan sin desaparecer ninguna, de suerte que a través del proceso se va integrando en una sola unidad el conjunto de su americanismo a secas.»{11}

El plan de trabajo que se propone Rodó sirve para estudiar varios de los aspectos que han sido integrados en la noción de «americanismo literario» –el concepto es de A. Ardao–, y especialmente sus implicancias en relación con la crítica y la didáctica de la literatura. Para ello, es necesario tener en cuenta que, si bien Rodó apela al procedimiento de la cita del autor examinado, no se limita a la crítica o interpretación de la obra, sino que antepone y expone orgánicamente conceptos referidos al «deber ser» del campo literario integrado por los críticos, los profesores, los colectores, los libros, los diarios, los lectores, &c., lo cual se muestra en su práctica literaria concreta y en sus opiniones sobre sus contemporáneos.

II. La literatura y la crítica

En «El que vendrá» (1896) Rodó se plantea que la vida literaria «como culto y celebración de un mismo ideal, como fuerza de relación y de amor entre las inteligencias, se nos figura a veces próxima a extinguirse.»{12} Constata una divergencia entre la actividad literaria y los requerimientos de la sociedad y el tiempo en los que vive el escritor, por lo cual la creación termina por mostrar su retraimiento e individualismo: «Ya no se profesa el culto de una misma Ley y la ambición de una labor colectiva, sino la fe del temperamento propio y la teoría de la propia genialidad. [...] Las voces que concitan se pierden en la indiferencia. Los esfuerzos de clasificación resultan vanos o engañosos. Los imanes de las escuelas han perdido su fuerza de atracción, y son hoy hierro vulgar que se trabaja en el laboratorio de la crítica. Los cenáculos, como legiones sin armas, se disuelven; los maestros como los dioses, se van...»{13}

En La crítica de «Clarín» (1895) somete a análisis aquellos elementos que influyen negativamente en el ejercicio de la crítica literaria. Al oscilar entre dos polos «que en diverso sentido la apartan de su tradicional objeto, y por igual la desnaturalizan o anulan», la crítica se debate entre normas de investigación que asocian la actividad literaria a cuestiones distanciadas de sus resultados artísticos y el individualismo doctrinal, que toma como fundamento del juicio, el impresionismo o la irresponsable genialidad del que comenta.{14}

El ejercicio de la crítica literaria propuesto por Rodó no supone el regreso a una concepción platónica de la obra bella y aislada, independiente de convenciones, épocas, autores y del «imperio de las influencias naturales y sociales...»{15} Al distanciarse de lo artísticamente necesario la crítica se transformaría en una tarea de investigación científica del ambiente, en un estudio de las relaciones sociales y políticas y en materia de observación moral o experimento psicológico. En su opinión, siempre que el crítico, –sin perder de vista que el fin de la actividad literaria es la realización de la belleza– remita la obra a determinados principios que él considera verdaderos y le permitan en nombre de ellos aprobarla o desaprobarla, la crítica literaria alcanzará el status de juicio de arte.

No es cuestión de generar una crítica estrecha de criterio que se detenga en la consideración del elemento formal más exterior y mecánico{16}, que no muestre interés por el sentido y la comprensión profunda de la obra. En «El Americanismo Literario», Rodó escribió que la manifestación de independencia que puede reclamársele a una cultura naciente es «el criterio propio, de lo que conviene adquirir como modelo, lo que hay de falso e inoportuno en la imitación».{17}

En «La facultad específica del crítico», –Libro VI de Nuevos Motivos de Proteo– define a la crítica como la «expresión consumada y perfecta de la aptitud de contemplación artística, y ese elemento activo que en la pura contemplación germina, en el gran crítico se magnifica y realza hasta emular la potencia creadora del grande y soberano artista{18} Este ejercicio constituye una operación estética y, como el actor con relación al texto dramático que representa, el crítico literario debe aportar a la interpretación «una parte considerable de espontaneidad, de iniciativa, de invención propia»{19} con la finalidad de explicitar y advertir aquellas analogías no perceptibles para la generalidad de los lectores. En este sentido, el fundamento de la visión genial «es la fuerza sublime que nos impulsa a pasar el límite de nuestro ser para participar de lo íntimo y personal del ser ajeno, ya sea éste real o imaginario»{20}, de modo que la facultad de juzgar permitirá el ejercicio de la imparcialidad, la capacidad de comprender y la valoración del crítico más allá de los límites impuestos por su personalidad y su época.{21}

Rodó expone en 1910 a Rafael Barrett (1876-1910) su beneplácito por la franqueza y el ingenio con los que el anarquista nacido en España enaltece las crónicas de La Razón. Afirma: «... hay en el espíritu de su ironía un fondo afirmativo, una lontananza de idealidad nostálgica, un anhelante sueño de amor, de justicia y de piedad, que resultan más penetrantes así, en el tono de una melancolía sencilla e irónica, que si se envolvieran en acentos de entusiasmo y de fe, o de protesta declamatoria y trágica.»{22}

Dos años antes de que Rafael Barrett expusiera con asombro el hecho de que Paraguay no hubieran leído Ariel{23}, »la gran obra del primer crítico continental», Rodó le había escrito: «...aun aquellos que no somos socialistas, ni anarquistas, ni dada de eso, en la esfera de la acción ni en la doctrina, llevamos dentro del alma un fondo, más o menos consciente, de protesta, de descontento, de inadaptación, contra tanta injusticia brutal, contra tanta hipócrita mentira, contra tanta vulgaridad entronizada y odiosa, como entretejidas en su urdimbre este orden social trasmitido al siglo que comienza por el siglo de advenimiento burgués y de la democracia utilitarista{24}».{25}

Asimismo, en una carta que dirige al dominicano D. F. García Godoy y que figura en El Mirador de Próspero con el título «Una bandera literaria» (1912) Rodó subraya la función social de la literatura respecto a la afirmación de la personalidad colectiva en naciones de reciente formación. Nuevamente, surge el reclamo por la urgencia de «un arte hondamente interesado en la realidad social, una literatura que acompañe desde su alta esfera, el movimiento de la vida y de la acción, pueden ser las más eficaces energías.»{26}

¿Por qué la omisión de Juan Carlos Gómez afecta tanto a Rodó? En «Juan Carlos Gómez», que figura en El mirador de Próspero, había afirmado que la tarea periodística realizada por J. C. Gómez (1820-1884), es equiparable al trabajo de hombre de letras desempeñado por Carlos María Gutiérrez, a la labor de Alberdi como pensador y a la de Sarmiento como estadista.{27}

Gómez representa al periodista constantemente identificado con el pueblo: «el espíritu literario sacrificado a la necesidad suprema de la acción y la lucha, en la existencia de sociedades forzosamente inhospitalarias para las manifestaciones desinteresadas del espíritu...»{28}

En ocasión de ser repatriados los restos de Juan Carlos Gómez, Rodó pronuncia un discurso en representación del «Ateneo» en el Cementerio de Montevideo en octubre de 1905. En este artículo que llevará por título «La vuelta de Juan Carlos Gómez» Rodó refiere:

Pudo ser un gran escritor, dotado de todas las seducciones y todos los prestigios con que la palabra que maneja el arte burila sentimientos e ideas en el corazón y el pensamiento de los hombres; y lo fue, sin duda, pero de la manera esbozada y fragmentaria como cabe serlo en la vertiginosa improvisación del diarismo.{29}

En «Como ha de ser un diario» (1914) escribe sobre la función del periodismo –como órgano de información, de opinión, de propaganda– y afirma que debe entenderse como un «complemento de todas las funciones que interesan, material o moralmente, al organismo social»:

Soy partidario, pues, del diario que define su opinión en todo cuanto importe un interés humano, nacional, gremial, o de cualquier otro alcance colectivo, que sea propuesto al debate por hechos de oportunidad. [...]
La fórmula de la futura evolución periodística no puede ser otra que la «concentración»: mantener la sustancia de los hechos y del comentario, con superior densidad, eliminando lo prolijo, lo vano, lo superfluo.
Cada vez más identificada con la vida compleja de una sociedad, pero en forma necesariamente somera y cambiante, la Prensa diaria ha de ser como la sombra del cuerpo social: verdadera y fiel como la sombra y como la sombra leve y pasajera.{30}

Bajo el título «Juan María Gutiérrez y su época» Rodó reunió varios artículos del período de la Revista Nacional{31}. El título queda justificado al considerar que el propósito que caracterizó a la generación de J. M. Gutiérrez fue la reivindicación de la autonomía intelectual, el notable esfuerzo por forjar una independencia material y al mismo tiempo garantizar, además de la libertad de pensamiento, la libertad de expresión y de forma.{32} De modo que la búsqueda de principios autónomos, es decir, de definición cultural, de superación de la imitación por la originalidad y por el poder de transformación de lo extranjero en lo propio, constituye la característica más representativa de las formulaciones de Rodó. Consecuente con esto, en Ariel escribe: «Ninguna firme educación de la inteligencia puede fundarse en el aislamiento candoroso o en la ignorancia voluntaria.» Si bien insiste en que la imitación de los procedimientos constructivos y estilísticos termina en la deformación del modelo original, la innovación literaria no exige prescindir de las influencias. Éstas configuran la expresión de ideas y sentimientos que coexisten en el ambiente de una época y que «determinan la orientación de la marcha de una sociedad humana» por tratarse de «una preocupación cualquiera del espíritu colectivo».{33}

El «americanismo literario», como manifestación del espíritu colectivo, incluye funciones de trascendencia social, de instrumento de adquisición de conocimiento y de actividad intelectual{34}, lo cual no implica ninguna restricción en cuanto a los temas o géneros empleados por el escritor, sino la tendencia expresa a la independencia cultural que permitirá asimilar y transformar la materia literaria en original. En resumen, la pretensión de un emprendimiento americano intelectual y colectivo y la manifestación de la autonomía literaria son los dos fundamentos que determinan los aspectos críticos del americanismo literario.

Rodríguez Monegal afirma que en sus últimos días Rodó «se pasaba largas horas inmóvil, sumido en una especie de tristeza o sopor, ajeno a todo, sin hablar con nadie.»{35} Al parecer, impulsado por el desaliento y las dificultades que enfrentaba su proyecto, habría escrito en Roma en el mismo año de su muerte:

Somos, para los antiguos, gatos para fieras. Reproducimos su genio y su cultura, como el gato los rasgos del felino indómito y gigante. Para dar voz a otros hombres y otros tiempos, el Ramayana, la Ilíada, la Comedia. Para expresar la democracia utilitaria y niveladora, la Gatomaquia.
[...] El patriotismo romano, propagandista y conquistador, fue un inextinguible anhelo de espacio, y rebosando sobre el mundo, hizo nacer de la idea de la patria el sentimiento de la humanidad. Nuestro patriotismo, contenido y prudente, egoísta y sensual, ¿no tiene mucho del apego del gato a la casa donde disfruta su rincón?... ¡Oh, tú, que te levantas allá enfrente!, sombra del Coliseo, erguido fantasma de la antigüedad, genio de una civilización de águilas y leones: no será esta de que nos envanecemos una civilización de gatos?{36}

En una carta fechada en abril de 1896 dirigida al argentino Manuel Ugarte que fue publicada con el titulo «Por la unidad de América», Rodó habla de la internacionalidad americana y lo exhorta –como director de la «Revista Literaria de Buenos Aires»– a terminar con el «desconocimiento de América por América misma» y a trabajar para que «se estrechen los lazos de confraternidad que una incuria culpable ha vuelto débiles».{37}

En la misma carta afirma que la labor de unificación intelectual de los pueblos americanos fue iniciada en Argentina «por los trabajos de investigación, de divulgación, de propaganda, con que la incansable y fervorosa actividad de Juan María Gutiérrez tendió a formar en todas las literaturas del América una literatura, un patrimonio y una gloria de la patria común{38} Y se despide de Ugarte con la siguiente demanda: «Grabemos, entre tanto, como lema de nuestra divisa literaria, esta síntesis de nuestra propaganda y nuestra fe: por la unidad intelectual y moral hispanoamericana.»{39}

Algunos años más tarde, con el título de «Una nueva antología americana» (1907) Rodó comenta la compilación de textos hispanoamericanos que Ugarte publicó en París. En este ensayo expone que una antología tiene la responsabilidad de ser un medio de propaganda destinado a formar la conciencia del público, mostrando el pensamiento literario contemporáneo e incluyendo referencias históricas y críticas.{40} Según Rodó, Ugarte no realiza una «obra de síntesis que sirva de guía fiel a quien quiera formar idea de nuestro espíritu», ni una «obra de selección donde se congregue lo poco, lo muy poco, que, literariamente, tenemos digno de ser mostrado sin rubor...»{41}

Es a propósito de esta antología donde reflexiona acerca del complejo carácter que vincula las diversas manifestaciones culturales americanas con las europeas:

Es indudable que, dejando aparte superioridades de excepción, el pensamiento hispanoamericano no ha podido ni puede aspirar aún a una autonomía literaria que lo habilite a prescindir de la influencia europea. No siendo la literatura una forma vana, ni un entretenimiento de retóricos, sino un órgano de la vida civilizada, sólo cabe literatura propia donde colectivamente hay cultura propia, carácter social definido, personalidad nacional constituida y enérgica. La dirección, el magisterio del pensamiento europeo es, pues, condición ineludible de nuestra cultura.{42}

El comentario de la antología, sirve de ocasión para la reivindicación de la labor de dos personajes despreciables: el colector y el traductor. «Ugarte pudo ser el colector de alta religiosidad literaria», afirma Rodó, pero no lo fue. En su opinión puede notarse a simple vista lo «mucho que está de más y lo no poco que se echa de menos».{43} Si bien se disculparía la inclusión de autores filipinos, resulta imperdonable la omisión de Reyles: «Entre los escritores de mi país, nadie desadvertirá la ausencia de Carlos Reyles, cuyo alto valer se realza, para el caso, con la consideración de ser, en América, quien ha infundido en la novela espíritu más innovador y más característico de la sensibilidad literaria de las generaciones jóvenes{44}

Si la antología del escritor argentino carece de criterios apropiados en cuanto a la selección de los autores y sus obras, y no representa la unidad histórica ni espiritual de la época, Ugarte se transforma por lo tanto, en la antítesis del colector.

La fórmula de la verdad artística no ha de ser como el ritual inmóvil en que pretenda legarse al porvenir la revelación del procedimiento definitivo e invariable.{45}

En «La novela nueva» (1896), a propósito de «Academias» de Carlos Reyles, pueden encontrarse algunas claves para la defensa del innovador novelista que Rodó consideró en Reyles (1868-1938). En el prólogo de Primitivo Reyles afirmaba que se proponía la escritura de narraciones cortas, ensayando un «arte que no permanezca indiferente a los estremecimientos e inquietudes de la sensibilidad fin de siglo, tan refinada y compleja, y que esté pronto a escuchar los más pequeños latidos del corazón moderno, tan enfermo y gastado».{46}

Sería necesario recordar que para Rodó la autonomía literaria debe comenzar por reconocer «la necesidad de la vinculación fundamental de nuestro espíritu con el de los pueblos a quienes pertenece el derecho de la iniciativa y la dirección, por la fuerza y la originalidad del pensamiento, será, además de inútil, estrecho y engañoso{47}

Si Rodó afirma que «las fronteras del mapa no son las de la geografía del espíritu» y «que la patria intelectual no es el terruño»{48}, Reyles es considerado una figura opuesta al aislamiento receloso e individualista, que origina la incomunicación intelectual; Rodó reivindica al narrador de la región, al novelista de la «universalidad humana».{49}

Otra de las antologías analizadas por Rodó pertenece al literato, filólogo y crítico literario español Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), a quien se le reconoce el mérito de «estrechar los lazos de fraternidad intelectual de España y América».{50} El cuarto tomo de la Antología de líricos americanos, publicado bajo los auspicios de la Academia Española{51} motiva el artículo que Rodó publica en 1896 titulado «Menéndez Pelayo y nuestros poetas», donde expone una serie de comentarios preceptivos de gran importancia.

¿Qué debe proponerse un autor de antologías que pretenda que su obra sea más que la acumulación inorgánica de obras y autores? Rodó enumera: un orden que guíe la elección, la representación total de estilos y tendencias, la sujeción a un método histórico, lograr que cada autor se destaque adquiriendo su nota propia y personal, dar idea fiel del tránsito de una a otra época o escuela literaria.{52}

Pero, la desaprobación a la antología de Menéndez Pelayo surge por la omisión del nombre de Juan Carlos Gómez y de su composición en versos alejandrinos titulada «La Libertad».

Falta un nombre en la Antología. Juan Carlos Gómez, que en concepto de muchos debió ocupar en esta parte de ella puesto de honor, no es siquiera aceptado a participar de la representación del sentimiento lírico de su pueblo. –Proscripto él mismo, en la realidad de la vida, y aun en el sueño de la muerte, que duerme en tierra extraña, estábale reservada de esta manera, a su obra de poeta, la dura suerte de una proscripción no menos injusta.{53}

No es tanto, entonces, el valor lírico de «La Libertad» sino la emblemática figura que es doble objeto de proscripción: «creo que difícilmente podía haberse excluido de la colección nombre que más la honrara y que reuniese más valor representativo».{54}

Para Rodó, se trata del vivo organismo lírico de la composición de Juan Carlos Gómez, lo cual compensa sus problemas de forma y sus presumibles «faltas contra el gusto»: «Podría comparársele con un corazón que, al palpitar, da sones melodiosos. –Es, además, tomando el americanismo poético en un amplio sentido, una composición esencialmente americana.»{55}

En «La Enseñanza de la Literatura» (1909){56} Rodó critica el carácter «subalterno y adaptado a un mero fin de utilidad» que acompaña a la producción de las «obras didácticas», donde «la pobreza, la insipidez, la frialdad y la inmovilidad rutinaria» son comunes en los libros convencionales y retóricos empleados habitualmente en la teoría de la literatura.{57} Considerando los manuales en su época, sus clasificaciones y «vetustas» jerarquías, Rodó reclama la producción de obras modernas.

Los textos usuales de literatura se caracterizan por su «petrificación» y «deplorable insuficiencia», por lo cual debían sustituirse por un «libro humilde y benéfico», elaborado «cuando algunos de los que son capaces de escribirlo tengan la abnegación de quererlo escribir»{58}

Pero no se trata sólo de un libro de instrucción, sino también de educación de la sensibilidad estética y del gusto, escrito con el propósito de infundir al lector la virtud sugestiva, el don de interesar, la simpatía pedagógica; y cuando así fuese realizado, su campo de acción podría traspasar los límites de la cátedra y servir de lectura popular que difundiese la buena nueva de lo bello y preparase el espíritu de la generalidad para recibir la influencia civilizadora y dignificadora de las buenas letras.{59}

Este texto de iniciación literaria iría acompañado de una Antología –compuesta con objeto y plan esencialmente didáctico– de modo tal, que se ajuste al libro de teoría, permitiendo «corroborarlo con la eficacia irreemplazable de los ejemplos».{60} Y el tercero de los textos proyectados consiste en una historia literaria con escasos nombres y pocos juicios bibliográficos, pero donde quedara claramente expuesta la relación «de la actividad literaria con los caracteres de raza, de país, de sociabilidad, de instituciones, que concurren a imprimir su sello en la literatura de cada nación y cada época.»{61} En 1899 en «Decir las cosas bien» Rodó ya había anticipado el cuidado de la forma y la búsqueda de la sencillez:

Hablad con ritmo, cuidad de poner la unción de la imagen sobre la idea, respetad la gracia de la forma, ¡oh pensadores, sabios, sacerdotes!, y creed que aquellos que os digan que la Verdad debe presentarse en apariencias adustas y severas son amigos traidores de la Verdad.{62}

Rodó se pregunta: ¿por qué la gramática resulta una de las disciplinas que menos goza de la predilección de los estudiantes? En «La enseñanza del idioma» (1910){63} devela el enigma: «Es indudable que a este descrédito han contribuido considerablemente, por una parte, la condición de la gran mayoría de los textos usados para la enseñanza de la gramática, y por otra parte, la medianía y estrechez de espíritu que han solido caracterizar a aquellos que la han profesado como maestros o la han cultivado como teóricos{64} En su opinión, los hábitos intelectuales del gramático se relacionan, por lo general, con «la estrechez, la nimiedad y la intolerancia{65}

Es necesario que la gramática abandone el estudio de los elementos inertes de la elocución –los vocablos– para aproximarse al estudio de las combinaciones organizadas en que consiste la esencia del hablar. Esto supone una concepción del lenguaje como un organismo con capacidad de interesar a la razón y de mostrar asimismo su orden real y animado, de modo que la gramática deje de ser para el estudiante la ocupación árida y tediosa que sólo educa a la memoria en «muertas abstracciones» y en reglas artificiales «de dudosa exactitud y dudoso valor».{66}

A la gramática debe anteponerse el ejercicio de la lectura, ésta presenta la disposición a romper la unidad consecuente y monótona de la personalidad escapando de la prisión de uno mismo: la «identificación imaginaria con los personajes del novelista y el poeta no sólo nos transporta a menudo a condiciones de vida distintas de las que la severa realidad nos impone, sino que, produciendo la misma mutación ilusoria por lo que respecta a nuestro ser interior hace que aparezcamos, por una hora, ante nuestra propia conciencia, con alma y corazón diferentes de los que recibimos de la naturaleza...»{67}

El hecho central reside en que Rodó elabora en sus ensayos una interesante red de conceptos, de argumentos y de información pertinente, para abordar distintos tipos de crítica: –cultural y social–, una modalidad que nunca abandona y que, como se ha mostrado, nace con el proyecto de investigación que surge en la Revista Nacional entre 1895 y 1897.

III. La literatura de ideas

Diversos trabajos críticos han examinado las influencias que filósofos contemporáneos tales como H. Bergson, W. James, F. Nietzsche, H. Taine y E. Renán tienen en la obra de Rodó. Con la literatura de ideas de Nietzsche, Rodó comparte la preocupación por el estilo y su función en la expresión del pensamiento que parece ocasionalmente en forma de aforismos y metáforas. En las últimas décadas, este carácter literario de la escritura ha sido anacrónicamente reivindicado por pensadores post-estructuralistas para quienes la filosofía no era otra cosa que un género de escritura, es decir, tratan de evitar la expresión de un modo de pensar dividido en un sistema formal auto-referente y una retórica ancilar que se desconoce como práctica discursiva.

Rodó insiste en que el valor de la verdad es más auténtico cuando se expresa mediante la forma bella. En este sentido, la educación del sentimiento moral debe disponer al alma para «la caridad que anhela trasmitirse en las formas de lo delicado y lo selecto». Empleando una terminología contemporánea, puede afirmarse que se trata de un «filósofo edificante» que presta especial cuidado a la comunicación estética del concepto y el argumento, a la «delicada aptitud de interesar» y a la «virtud de hacer amables las ideas». Se trata de una expresión de voluntad de un espíritu activo, en la que la vocación y el deber no pueden estar divorciados de lo estético. Esta es la razón que le conduce a discutir la tesis kantiana que separa la vida como deber y la vida como belleza. Rodó agrega que en «el alma del redentor, del misionero, del filántropo, debe exigirse también entendimiento de hermosura» y, citando a Renán, recuerda que «la poesía del precepto» es más eficaz que la verdad abstracta. Se trata de una certera crítica a la separación entre el entendimiento como concepto y la imagen como forma bella, que se encuentra en la base de la filosofía sistemática y formal. Al comparar la crítica que realiza Rodó al pensamiento sistemático de Kant con la interesante lectura de Nietzsche, se observa que Rodó estaba eligiendo un lugar y un estilo para «pensar». Se trata de una diferencia de estilos de argumentación filosófica. La modalidad de expresión rodoniana supone una opción teórica definitivamente fundamentada y explicada. Constituye un proyecto estetizante centrado en la obtención de la belleza, esto es, en la escritura como expresión del pensamiento.

Como ya hemos mostrado en los artículos de la Revista Nacional, Rodó inicia la lectura crítica de los documentos del pasado, pero es en Ariel y en Motivos de Proteo donde se reúne lo más notable de su filosofía, que consiste justamente en esta voluntad de dar cuenta de las demandas que emergen de su propia situación, es decir que realiza, empleando una expresión de Foucault, una ontología del presente.

A partir de la lectura de los mencionados libros clásicos puede afirmarse que Rodó, inmerso en las corrientes filosóficas de su época, tuvo una concepción particularmente dinámica del conocimiento y del hombre, que, como lo afirma Ardao, va «desde la comprensión de las realidades psicológicas, hasta el reconocimiento de la importancia del factor económico como resorte de la historia, por la acción recíproca de lo material y lo espiritual{68}

Como Vaz Ferreira, Rodó saludó el advenimiento de una nueva época. Ambos conocieron y comprendieron los cambios que originaron las nuevas corrientes de pensamiento en la filosofía. Publicada el mismo año que Motivos de Proteo, Lógica Viva aborda el cuestionamiento al carácter estático del conocimiento, esto es lo que su autor llama «pensar por sistemas» en oposición al carácter dinámico o «pensar por ideas». En Rodó, esto último se relaciona con una teoría del sujeto comprensiva y tolerante que admite diversas alternativas en el diálogo social, y con ello la posibilidad de aceptar el error de una opinión. Pero esta actitud debe estar regulada y ser guiada por los valores, es decir, por «aquellas nociones superiores que mantienen fija la mirada en una esfera ideal: bien, verdad, justicia, belleza».{69}

En Ariel aparecen integrados distintos niveles correspondientes a conceptos filosóficos, especialmente de carácter ético y estético, conceptos pedagógicos a propósito de los cuales trata la vocación y la personalidad, conceptos sociológicos relativos al individuo y la democracia.

Los conceptos sociológicos son de interés actual para el estudio de la cultura de masas y de los procesos de secularización. En este proceso dinámico las revelaciones de la ciencia y la técnica «convergen para destruir toda idealidad por su base», cabe decir, toda trascendencia. A continuación, alerta sobre los posibles efectos de la democracia utilitarista al considerar la expansión y masificación que aqueja a las sociedades modernas. Como Schiller en sus Cartas sobre la educación estética del hombre (1795), Rodó defiende una actividad pedagógica basada en los principios artísticos, es decir, postulando el proyecto de una vocación para el futuro, a la que su «optimismo paradójico» consideraba el mejor antídoto para la masificación y la vulgarización del conocimiento.

Si bien Rodó nunca visitó Estados Unidos, en Ariel puede notarse la comprensión de virtudes y defectos propios de una cultura muy diferente a la suya. No se trata de una mirada objetiva y pormenorizada sino de una apreciación que le lleva a adoptar la perspectiva del otro, esto quiere decir, la descripción de esquemas y prácticas culturales que no son las de su propia cultura.

IV. El mito secularizado

La fecha de publicación Ariel coincide con la guerra que enfrentó a España y a Estados Unidos (1898) y con los efectos de la «renovada» doctrina Monroe de 1823. Como puede notarse en una enorme cantidad de artículos publicados de esa época, estos hechos contribuyen a una toma de conciencia de los intelectuales sobre la necesidad de la unidad cultural de Latinoamérica. No es casual, entonces, que Ariel causara un impacto fulminante en la comunidad de lectores de la época porque se plantea aparentemente una oposición ya definitiva entre Ariel y Calibán. No se trata de interpretar radicalmente tal oposición, Rodó deja entrever que la tarea de Ariel no está concluida y que esto no sólo supone un proceso a realizar sino que además señala las dificultades que nos aguardarán de no ser comprendidos los conceptos arielistas. Esta lectura se relaciona estrechamente con una descripción de la sociedad moderna que continua siendo efectiva.

Aunque Rodó emplea términos característicos de su época, la descripción de la decadencia de los valores tradicionales por el proceso de secularización en las sociedades modernas no se aleja demasiado de la que realizan en tiempos actuales pensadores tan conocidos como Richard Rorty. Según Rorty, la secularización supone una toma de distancia de las formas culturales más tradicionales, esto es, porque la secularización actual del mundo y del yo nos obliga a interpretar léxicos más amplios. Entonces, al reflexionar acerca de las intuiciones morales tan ligadas al arte y a las prácticas culturales, cabe preguntarse ¿cómo debe re-interpretarse una sociedad liberal? Desde la perspectiva de Rodó, esto supondría un rechazo al racionalismo cientificista de la Ilustración y un esfuerzo por retener el liberalismo estetizante. Rodó realiza en El Camino de Paros, una síntesis brillante mediante un diálogo de bronce y mármol, para señalar en forma elegante el efecto de la modernidad racional en las instituciones del pasado:

«—Perseo: ¿Qué cosa es un museo?
—David: Una cárcel para nosotros...
—Perseo: El hombre ya no existe. La criatura armoniosa me dio con su cuerpo el arquetipo de nuestra hermosura, y con su alma el dechado de nuestra serenidad, pasó...
—David: ¿Volverán al mundo la alegría, la abundancia de la invención, la jovial alegría creadora?
—Perseo: Cuando los hombres vuelvan a creer en los dioses.
—David: ¿Con fe de belleza?
—Perseo: No, con fe de religión. El mundo dará nuevos dioses. A la fe de la divinidad omnipotente e infinita sucederá otra vez la fe en divinidades parciales, númenes benéficos y activos, pero de poder limitado, que ejercerán en ordenada jerarquía el gobierno de las cosas, y con los que se entenderán más fácilmente los hombres, porque la limitación de su poder explicará la de su favor y justicia. Y dioses y mortales colaborarán en la misma obra universal.{70}

El desinterés por la indagación sobre la verdad y la búsqueda del fin último de la naturaleza humana suponen una serie de creencias compartidas por una comunidad en la que el poder divino, la religión y el arte, ha dejado paso a la racionalidad secularizada, elemento compartido por los individuos participantes en el juego político y social. Esta importancia dada al individualismo concebido más particularmente como la expansión de la cultura de masas que tiene lugar a partir de la segunda mitad del siglo pasado y la exaltación del consumo son facetas de esta secularización tanto como la corrosión de las ideologías y las creencias. Esto «llega a un punto tal que los valores y los anti-valores se confunden y se intercambian continuamente, sin que sea posible de un acuerdo fundamental acerca de los criterios de juicio».{71}

Las manifestaciones sociales de las creencias religiosas comienzan a experimentar una considerable disminución a raíz del proceso secularizador que afecta a las sociedades más avanzadas. Junto a la privatización de la experiencia religiosa, se considera síntoma de la modernidad la tendencia a convertir la religión en una visión de la realidad humana meramente subjetiva, con escasa fuerza integradora para las colectividades. Esta pérdida de relevancia de la religión supone una aguda disminución del discernimiento moral en las cuestiones públicas y también una pérdida de la capacidad de autocorrección. Al considerar las convicciones religiosas como meramente íntimas y personales se acentúa el hiato entre la moral privada y la moral pública y con ello se legitiman comportamientos políticos que no son censurables en instancias críticas superiores a la conciencia personal. Al reducirse la religión a la vida privada, tiende a desaparecer la posibilidad de una conciencia intersubjetiva del pecado.

Rodó no solamente adopta una posición que supera el positivismo y el racionalismo sistemáticos, sino que, al mismo tiempo, asume una actitud hermenéutica y dialógica, es decir, edificante y es a partir de esta actitud que elabora una nueva propuesta cuyo carácter asistemático y dinámico le permite insertarse en el contexto del pensamiento pos-metafísico. Como ya todo deja de ser reconocido como definido y definitivo, el intento por precisar una ontología, tal como la entendemos en su significado tradicional, no tiene ya razón de ser.{72}

¿En qué sentido Rodó podría ser individualizado como filósofo asistemático? En los concisos comentarios que Rodó dedica a Kant observamos que reprocha al filósofo alemán la incapacidad de percibir al pensamiento trascendental como producto de la historia de la cultura y por lo tanto su tarea es formalizar a priori las disyunciones mediante categorías. Asimismo, Rodó considera otro punto crítico el hecho de que Kant ignore por principio la necesidad de una compresión «hermenéutica» surgida de las diferencias cualitativas producidas por la creatividad de la intuición y de la subjetividad. La división kantiana de la cultura entre ciencia, moral y arte se reduce en definitiva a una explicación racional. Rorty alega que si los filósofos se tragan esta obstinada diferenciación de Kant, entonces siempre aparecerá como el problema filosófico fundamental y se enfrentarán en eternos debates reduccionistas y antirreduccionistas.

Entre la ontología del declinar de Nietzsche y Heidegger con su noción de Ereignis –ser como evento– y los conceptos de amor y caridad de Vattimo y las de contingencia y solidaridad de Rorty podemos aquilatar la importancia de la actitud filosófica de Rodó tanto en su interpretación del pasado como de anticipación del futuro. El kairós –tiempo oportuno– acerca su filosofía al ámbito concreto de su pertenencia cultural como obra-escritura y como actividad que se propone insistentemente como gesto estético y dialógico para una ontología de la actualidad según términos de Foucault. Rodó en su época y Vattimo en la actualidad comparten la idea de que el lenguaje no es solamente un medio de comunicación, es además la condición que expresa monumentos (obra-texto), que «transmiten» la herencia histórica del ser como evento no repetible y hemos de acoger con pietas en la alteridad dialógica y hermenéutica.

La filosofía hermenéutica contemporánea tiene que ver con los proyectos de la fundamentación de las ciencias del espíritu y, a pesar de ello, es hoy un estímulo crítico en los tópicos referidos a la discusión postmetafísica tratándose de un progreso que se ha ido acentuado en las últimas décadas y que insiste en cuestionar la neutralidad teórica La hermenéutica se ha constituido en un filosofar importante e insoslayable en la actualidad al discutir estos importantes temas de la metafísica tradicional. Vattimo, por ejemplo se sitúa en la tradición nihilista respecto al tema de la muerte de Dios de Nietzsche y al fin de la metafísica de Heidegger. La metafísica occidental es aquel conjunto de conceptos heredados y que conformaban un conjunto cerrado, una formalidad de conceptos, una estructura de la razón y de la conciencia para pensar la realidad en general. Esta forma histórica que define a Occidente ejerce de algún modo una violencia simbólica sobre el complejo devenir de la cultura en sus múltiples aspectos y, por tanto, desconoce la contingencia del lenguaje y del sujeto en aras de la verdad y la objetividad.

El arte y el lenguaje no han de considerarse ya como expresión de un sujeto individual. El sujeto es únicamente el lugar o el medio donde habla la verdad del mundo. Esto significa que la existencia humana está constituida por el tiempo y también por el lenguaje. Para Heidegger el lenguaje no es un mero instrumento de comunicación, un recurso secundario para expresar «ideas»: es precisamente, la dimensión en que se mueve la vida humana y que, en principio, hace que el mundo llegue a la existencia. Sólo donde hay lenguaje hay «mundo», en su sentido distintivamente humano. Aquí tenemos una acepción del lenguaje como entidad cuasi objetiva, anterior a todos los individuos particulares.

Heidegger describe su empresa filosófica como una «hermenéutica del ser» y, como sabemos, la palabra «hermenéutica» significa ciencia o arte de la interpretación. Por lo general se da a la filosofía de Heidegger el nombre de «fenomenología hermenéutica» para distinguirla de la «fenomenología trascendental» de Husserl y sus discípulos. La hermenéutica ve la historia como un diálogo viviente entre el presente, el pasado y el futuro, y se empeña en remover lo que obstruye esta interminable comunicación mutua que no es efímera, que no puede corregirse recurriendo a una interpretación textual más sensitiva, sino que, en alguna forma, es sistemática, y está, por así decirlo, empotrada en las estructuras de comunicación de sociedades enteras. Comprender significa, primariamente, orientarse en un asunto, y, sólo secundariamente, delimitar y comprender la opinión de otro en cuanto tal.

En este sentido, la interpretación deja de ser una descripción por parte de un observador «neutral» y se convierte en un evento dialógico en el cual los interlocutores se ponen en juego por igual y del cual salen modificados; se comprenden en la medida en que son comprendidos dentro de un horizonte tercero, del cual no disponen, sino en el cual y por el cual son dispuestos. Mientras que el pensamiento estructural tenía por telos (finalidad) la clarificación y la toma de posesión, por parte de la conciencia observante, de órdenes articulados de acuerdo con reglas, el pensamiento hermenéutico pone el acento en la pertenencia de observante y observado a un horizonte común, y en la verdad como evento que, en el diálogo entre los dos interlocutores, «pone en obra» y modifica, a la vez, tal horizonte.

La hermenéutica, situándose en contra de la pretensión de neutralidad positivista y estructuralista, reivindica la pertenencia del «sujeto» al juego de la comprensión y al evento de la verdad, pero en vez de encuadrar este evento, como ocurría con Hegel, en un proceso regido por el telos de la autotransparencia, considera la pertenencia, el jugar siendo jugado, como una fase definitiva que no es superable en un momento final de apropiación y de consumación de lo propuesto por parte del sujeto.

Para Rodó se trataba de reivindicar la legitimidad de una experiencia «extrametódica» del lenguaje: la verdad del arte, de la historia, de la «tradición» que vive en la lengua y es constitutiva de la experiencia. Esto es claro en Motivos de Proteo cuando afirma: «No ya la inmutabilidad del dogma en que una idea cristaliza, y la tiranía de la realidad a que se adapta al trascender a la acción: el solo, leve peso de la palabra con que la nombramos y clasificamos, es un obstáculo que a menudo basta para trabar y malograr, en lo interior de las conciencias, la fecunda libertad de su vuelo».{73}

Lo eventual del ser, ontología proteica en Rodó, la finitud que perdura sobre la contingencia de la muerte, se realiza en un diálogo tanto con la «corriente del pensamiento» de William James, como con los restantes conocimientos y experiencias científicas de la época.

El pragmatismo de finales del siglo XIX y de principios del siglo XX introdujo algunos conceptos originales que fueron ampliamente discutidos y también aceptados en alguna medida, el tema de unir el pensamiento con la acción y el tema que aún hoy sigue siendo arduamente discutido en la academia, el pluralismo que de algún modo prohijaba una posible ontología relativista. Sin embargo, en Rodó parece primar un pluralismo sin matices relativistas ni menos nihilistas. Esto nos permite desarrollar la tesis de la actualidad de algunos de sus principios, si se acepta la interpretación o «traducción» de los conceptos rodonianos de devenir y transformación a las actuales etiquetas en boga: diferencia y discontinuo. Con este planteo deseamos actualizar las múltiples conjeturas que se han realizados acerca de las «fuentes» de Rodó, quien definió su trabajo y su escritura en el marco de la «moderna literatura de ideas» a la francesa desechando una postura filosófica determinista, sistemática y basada en la metafísica de la identidad y el continuo. Puede ser empleado como hipótesis para explicar esta actitud vital, el hecho que Rodó fue consciente del lugar geográfico y cultural desde el cual escribía su proyecto y, por lo tanto, para un americano que heredaba una tradición cultural de largo aliento en una sociedad nueva no cabe asumir ni el nihilismo ni el escepticismo de aquella. Sin embargo, de Nietzsche, entre otros, recibió el interés estético por la voluntad creadora de la escritura.

En el análisis de Nietzsche hay una doble ruptura muy importante con la tradición de la filosofía occidental, ruptura que configura una lección que hemos de conservar. La primera se da entre el conocimiento y las cosas. En efecto, ¿qué aseguraba en la filosofía occidental que las cosas a conocer y el propio conocimiento estaban en relación de continuidad? ¿Qué era lo que aseguraba al conocimiento el poder de conocer bien las cosas del mundo y de no ser indefinidamente error, ilusión, arbitrariedad? ¿Quién sino la Razón garantizaba esto en la filosofía occidental?. Ciertamente desde Descartes, para no ir más allá, y aun en Kant, Dios es ese principio que asegura la existencia de una armonía entre el conocimiento y las cosas a conocer. Para demostrar que el conocimiento era un conocimiento fundado verdaderamente en las cosas del mundo. Descartes se vio obligado a afirmar la existencia de Dios. Si no existe más relación entre el conocimiento y las cosas a conocer, si la relación entre éste y las cosas conocidas es arbitraria, la relación de poder y violencia, la existencia de Dios en el centro del sistema de conocimiento ya no es más indispensable.

Según Vattimo, Nietzsche ha mostrado que la imagen de una realidad ordenada racionalmente sobre la base de un fundamento ( la imagen que la metafísica se ha hecho siempre del mundo) es sólo un mito «tranquilizador» propio de una humanidad todavía bárbara y primitiva»{74}. Y si según Heidegger, esta visión fundante que ha mimetizado el modelo de la «objetividad» científica ha perdido su razón de ser, entonces existe la posibilidad de que las diversas imágenes del mundo no puedan ser configuradas por un Sujeto incambiado en la narrativa que articula una historia única.

Como el lenguaje, «instrumento de comunicación social», es una estructura impersonal, no puede, según afirma Rodó, atestiguar las cosas inefables, «el fondo psicológico de esa muchedumbre de documentos personales», una variedad infinita.

V. La identidad proteica del sujeto

Por las razones expuestas, se vuelve necesario abreviar aquellos conceptos rodonianos que hemos presentado como más relevantes a efectos de este trabajo. En primer lugar, una concepción de «identidad» proteica del Sujeto, en segunda instancia, una noción del sujeto entendido como una Personalidad que aparece expresada mediante el Lenguaje (valores, hechos, opiniones) y por último, una idea particular acerca del Pensamiento y la Acción en el Mundo (Realidad) que están insertos en un medio cultural e histórico. Se trata de tres niveles que se presentan reunidos, esto quiere decir que el plano estético-moral aparece integrado con el plano de la percepción crítica para tratar tanto el monumento histórico –texto– como las opiniones actuales –diálogo–.

Al reconocer el carácter dialógico del lenguaje, proyecta una noción de sujeto distanciada de su definición tradicional. Para Rodó no se trata de una identidad homogénea que compete a su sujeto autoconsciente y racional sino de una identidad proteica sometida a cierto devenir histórico. Se trata de una visión que considera la temporalidad de la existencia humana para explicar la virtud de renovarse y transformarse{75}. A eso que denominó «aptitud proteica» o la virtud de una individuo socializado en una cultura contingente se traduce, por ejemplo, en su sostenida actitud crítica tolerante (piadosa) que le permite un cambio de perspectiva frente a la lectura de los textos del pasado y a la comprensión de las opiniones de otros.

Cuando escribe desde Turín, en diciembre de 1916, en Un documento humano:

«La parte más interesante, –si bien rara vez lograda–, de la historia, no es la que se escribe con el pensamiento puesto en el juicio de los otros, aunque esos «otros» sean la posteridad. Es, o sería, la de las confesiones personales que actores y espectadores escribiesen con la absoluta sinceridad del testimonio íntimo y sin pensar que existen en el mundo imprenta y literatura».{76}

Esas «impresiones» de los «diarios íntimos» quedarán seguramente en la tradición doméstica de la memoria oral pero, «¡... qué preciosa luz derramaría un archivo de esos humildes e ingenuos «documentos humanos», para el hombre del porvenir que se proponga desentrañar la realidad oculta en el fondo de este momento extraordinario de la historia del mundo!{77}

Hemos señalado al comienzo que la actitud crítica del joven Rodó hacia el pasado tiene en algún sentido, lo que Vattimo retoma de Heidegger; pensar es rememorar (An-denken) el pasado con devoción y respeto (pietas), cuando el ser ya no es una esencia, es envío (Geschick) de la continuidad viviente de la tradición. Por esta razón, Vattimo dice que: «la hermenéutica, situándose en contra de la pretensión (aunque sólo sea implícita) de neutralidad positivista y estructuralista, reivindica la pertenencia del «sujeto» al juego de la comprensión y al evento de la verdad»{78}

Por otra parte, algunos conceptos del «pragmático» Rorty tienen un parecido con las ideas de Rodó: «Mi cultura «poetizada» es una cultura que ha renunciado al intento de unificar las formas privadas que uno tiene de tratar con la finitud propia y el sentimiento de obligación que se tiene para con los demás seres humanos»{79}. Y debatiendo con Habermas acerca de la posibilidad de sostener una tesis universalista del sujeto y de su lenguaje, dice:

«Es precisamente esa afirmación de una validez universal lo que resulta inaceptable debido a lo que he llamado la «contingencia del lenguaje», y la que la cultura poetizada de mi utopía liberal ya no formularía. Una cultura así estaría, en cambio, de acuerdo con Dewey en que [...] Los profetas morales de la humanidad han sido siempre poetas aun cuando se expresaran en versos libres o en parábolas»{80}

Y, refiriéndose al interés teórico del filósofo, insiste en que debe prestar atención al dolor humano, explica que casi siempre los que están más cerca del sufrimiento son los escritores, los sociólogos y etnógrafos entre otros. Es en este sentido que afirma: «Si la concepción que estoy presentando sustenta que existe un progreso moral, y que ese progreso se orienta en realidad en dirección de una mayor solidaridad humana. Pero no considera que esa solidaridad consista en el reconocimiento de un yo nuclear –la esencia humana– en todos los seres humanos»{81} Allí defiende el tradicional pluralismo del pragmatismo que admite la posibilidad del diálogo con otros discursos, en un mundo heterogéneo y en una continua creación de una cultura comunitaria liberal en lo se concibe como «contingencia, ironía y solidaridad».

Este filósofo que anima las polémicas en la academia actual es el principal sostén de las tesis pragmatistas, que sorprendentemente tienen un parecido de familia con las tesis de Rodó. En primer lugar, la noción de contingencia está unida a nociones como creatividad, originalidad, innovación. Con la noción de contingencia del yo, mediante la cual se alcanza la libertad y autonomía, hace una interpretación de sí mismo y de la sociedad, maleabilidad, mutabilidad, el carácter histórico y no fijo del hombre. Deja una brecha abierta hacia la transformación y el cambio. Así parecería que hay algo más que un posible determinismo cultural que afectaría por entero a los hombres y quedaría la puerta abierta a un acción voluntaria que estaría limitada únicamente las restricciones que el ser humano se imponga.

En segundo lugar encontramos la noción de contingencia unida a la de posibilidad, accidente, fortuna, casualidad, azar. Por ejemplo Rorty habla del progreso como una feliz coincidencia entre esferas privadas y esferas públicas, a propósito de la contingencia del yo, lo que implica acontecimientos y fuerzas impredecibles que moldean nuestras vidas de un modo decisivo.

A propósito de la posible «influencia» del pragmatismo en la ontología del devenir de Rodó, podemos recordar aquí que el Pragmatismo estaba escribiendo desde su propia perspectiva el imaginario de una sociedad nueva, a través de sus más preclaros y conocidos exponentes: Ch. S. Peirce, W. James, J. Dewey y J. Royce. Desde fines del siglo XIX y comienzos del XX el pragmatismo fue una corriente de gran influencia en Europa y América. El pragmatismo hereda la idea de evolución de Darwin y naturaliza el concepto de sujeto y de deber de Kant.

En la actualidad puede verificarse un renovado interés que se refleja en una vasta producción. H. Putnam, R.Rorty, J Habermas y K.O. Apel son algunos de los autores más conocidos que se han dedicado a discutir los aportes de la corriente mencionada.

El concepto de Pragmatismo aparece en un artículo de Peirce de 1878.{82} Esta idea filosófica es madurada en las reuniones en el «Club Metafísico» de Cambridge, en las que participaban Ch. Wright, W. Holmes, W. James y otros, y es justamente a través de estos intelectuales que la cultura norteamericana comienza a definirse. Es muy didáctico al respecto el célebre libro de William James publicado en 1907, donde el Pragmatismo es postulado como solución discursiva a la vieja disputa entre el materialismo y el espiritualismo. Esta actitud discursiva que entiende las verdades tradicionales como «construcciones verbales» expresa que las ideas deben relacionarse necesariamente con la experiencia. También es conocida la preocupación de Dewey por la «educación y la sociedad» de fines de siglo ante los cambios sociales que se estaban produciendo en su país al inicio de una segunda revolución industrial y cultural.

Luego de ponderar brevemente esta descripción del pragmatismo, es posible intentar distinguir cuál es el principio que, desde la perspectiva de Rodó, podría aportar una novedad para sustituir una teoría clásica de la verdad como adecuación entre los conceptos y la realidad. Pero debemos entender cuáles fueron las afinidades entre Rodó y el pragmatismo especialmente respecto a la definición del concepto de verdad y el tema de la conciencia y, por ende, del sujeto. La concepción pragmatista de la verdad como creencia no es una teoría positiva sobre la verdad que la reduzca a la opinión de un grupo. Propiamente, el pragmatismo declara no poseer «una» teoría de la verdad a priori, sino que, en la línea de la acción, explica el valor de la indagación desde bases éticas, no metafísicas.

¿Será el pragmatismo, proponiendo una nueva concepción de la verdad, un una modalidad de pensamiento en acción más apropiado para formular los criterios de validación de opiniones diferentes? En este punto de posible coincidencia debemos señalar una diferencia radical: si existe una característica constante en Rodó es su crítica al utilitarismo, concepto que se refleja de algún modo en la conocida definición de W. James y que consiste en asociar la verdad con el éxito para establecer criterios para la validación de una creencia.

Pero además de esta parcial coincidencia con James respecto al problema de los criterios de validación, y en estrecha relación, surge la reacción crítica a la filosofía de la conciencia, según la cual el sujeto establece una relación intencional con el objeto de conocimiento, pero no tiene herramientas para explicar el intercambio social de conocimientos. Rodó coincide en este punto con James y Dewey. Apela en forma implícita y explícita a la forma dialógica del lenguaje como fundamento del conocimiento y de la acción social integrando los contenidos normativos de la cultura, del arte y del pensamiento. Este cambio se debería al agotamiento del paradigma de la filosofía de la conciencia monológica. Propone un programa «que algunas veces se formula y escribe; que se reserva otras para ser revelado en el mismo transcurso de la acción» que podría ser sintetizado en los siguientes supuestos:

1. La filosofía ha de ocuparse de temas sociales y morales de su época.
2. La argumentación de la justicia no ha de hacerse sobre la base de cuestiones últimas sino sobre la base de un «convenio de sentimientos y de ideas» unido a las tradiciones en las que vivimos.
3. La moralidad no es solamente un sistema de reglas, sino una práctica y un modo de hablar: «La conversación, ese común y sencillísimo instrumento de sociabilidad humana [...] ocio sin dignidad casi siempre, es influencia fecunda en sugestiones, que acaso llegan a fijar el superior sentido de una vida, cuando vale para que entren en contacto dos espíritus»{83}

VI. El diálogo, la acción y los valores

En definitiva, por esta razón Rodó se propuso superar la definición heredada de la filosofía racionalista de una conciencia homogénea que sintetiza en forma a priori la relación entre enunciados y estados de cosas, proponiendo una teoría del diálogo que concilie la acción con la interpretación para evitar «esa fatalidad de lenguaje» y poder hacerle expresar «la singularidad individual, sin la cual el sentimiento no es sino un concepto abstracto y frío». Como dice Bergson, en Los datos inmediatos de la conciencia de 1889, no estamos ante una cosa, sino ante un progreso, «el movimiento, en tanto que paso de un punto a otro, es una síntesis mental, un proceso psíquico y, en consecuencia, inextenso»{84}

Esta coincidencia nos muestra que Rodó había logrado sintetizar los grandes conceptos de la naturaleza y la evolución con la cultura del historicismo de los valores y de allí su énfasis en la creatividad que expresa en sus escritos.

Como se ha mencionado, en estos temas esto resalta la diferencia que Rodó tiene, por ejemplo, con Bergson y Nietzsche. Es más amplio que el primero porque enriquece la noción de cambio cualitativo apoyándose en la capacidad crítica de los valores culturales como objetos heredados y transmisibles y, si bien del segundo toma su énfasis en el estilo de la escritura, con sabiduría deja de lado el énfasis nihilista propio de la cultura europea de fin de siglo, pues Rodó seguramente consideró que, para nuestra situación y en sentido general, convenía un mensaje optimista aunque pudiera resultar paradójico.

Se puede comprender entonces así la serie de textos en que Rodó sugiere que el conocimiento tiene un carácter definido desde el perspectivismo de un mundo plural. Cuando Rodó deja entrever que el conocimiento es considerado siempre «desde una perspectiva», esto implica una mezcla de kantismo y empirismo, los que limitan al hombre imponiendo ciertas condiciones que derivan de la naturaleza humana, del cuerpo o de la propia estructura del conocimiento. Coincidentemente, cuando Nietzsche habla del carácter perspectivo del conocimiento señala el hecho de que sólo hay conocimiento bajo la forma de ciertos actos que son diferentes entre sí y múltiples en su esencia, actos por los cuales el ser humano se apodera voluntariamente de ciertas cosas, reacciona a ciertas situaciones e impone relaciones de fuerza. Es decir, el conocimiento es siempre una cierta relación estratégica en la que el hombre está situado en un contexto heterogéneo.

Es precisamente esa relación estratégica de la perspectiva la que definirá el efecto del conocimiento y, por esta razón, sería totalmente contradictorio imaginar un conocimiento que no fuese en su naturaleza obligatoriamente parcial, oblicuo, perspectivo. El carácter perspectivo del conocimiento no deriva de la naturaleza abstracta del ser humano sino del carácter polémico y estratégico del conocimiento.

En Rodó también se plantea la variedad cambiante de las situaciones del conocimiento en el laboratorio del mundo pero, a diferencia de Nietzsche encontramos la idea, que vuelve constantemente, de que el conocimiento es al mismo tiempo lo más abstracto y lo más concretizante porque esquematiza, ignora las diferencias y amalgama las cosas entre sí.

Sólo hay conocimiento en la medida en que se establece entre el hombre y aquello que conoce algo así como una simpatía singular, un encuentro. El conocimiento debe estar asociado al orden de lo bello, al gesto, a la palabra, a la escritura.

VII. La necesidad de actualizar el proyecto cultural de Rodó

Deliberadamente hemos preferido no recurrir al clásico concepto de influencia que ya ha sido utilizado para explicar la impronta histórica que ciertos autores ejercieron sobre la obra de José E. Rodó. Consideramos que, del análisis de los textos y de su confrontación, surgen las conexiones de los conceptos fundamentales que conforman el conjunto de tópicos más relevantes de su pensamiento. El proyecto de Rodó y sus aportes al campo de lo sociológico y literario remiten a las líneas que enunciamos y está centrado en la interpretación de textos y en el programa aplicado a la descripción de la práctica creadora, de la crítica y de la educación literaria. Así, su amplia labor de crítico cultural conlleva una serie de enunciados éticos que pertenecen al paradigma crítico y hermenéutico y a la aspiración universalista de tolerancia crítica.

Dentro de la variada producción de Rodó, percibimos con claridad una serie de lineamientos o propuestas de abordaje de investigación acerca de nuestro pasado, pero no sólo desde un punto de vista histórico, sino como práctica cultural, de interpretación y producción intelectual. ¿Qué efectos produce el distanciamiento del pensamiento y del texto de su lugar de enunciación y, por lo tanto, el alejamiento de las expectativas de los receptores a quienes estaba dirigido en primera instancia? Rodó aportó sus respuestas a estos temas que consideró relevantes para nuestra cultura, empleando las herramientas del filólogo y del hermeneuta dentro de las pautas de un proyecto ambicioso para la época, es decir enfocar la escritura como un suceso complejo. Una línea de investigación que el joven Rodó se había propuesto en la Revista Nacional era la relación de la crítica literaria y el archivo. Esto es, si se puede sostener, que existe una diferencia específica, entre ambas prácticas disciplinarias de analizar y canonizar los documentos literarios y no literarios. La escritura, como práctica narrativa en general, configura el proceso de los sucesos institucionales en los cuales Rodó fue además, un activo creador y participante.

Hemos tratado de exponer en el desarrollo de este trabajo los efectos de re-lectura que se producen cuando son abordados aquellos conceptos rodonianos evitando interpretar en los mismos sentidos de lectura que la comunidad ya conoce. Creemos haber hallado un proyecto de interés antropológico, considerando su interesante concepción del archivo histórico y cultural y el sujeto que lo re-escribe mediante una práctica cultural y social.

Finalmente, resulta interesante señalar que Rodó leyó e interpretó la escritura de Nietzsche mucho antes que, por ejemplo Vattimo, entre otros pensadores «actuales».

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Antropología en la galaxia Gutemberg

En las discusiones académicas actuales entre los partidarios de la antropología moderna y posmoderna, se replantea el tema de la relación entre la episteme y el saber, tema entrevisto Claudio Lévi-Strauss en la temática del ingeniero y el bricoleur en 1962, es decir un año después de la publicación de la Historia de la locura de Foucault. Han quedado relegados en la historia, debido a la discontinuidad de la lectura, la vieja Antropología Filosófica de Cassirer, la Sociología del Conocimiento (Simmel, Mannheim, Elias y otros), y el Círculo de Eranos de Jung y Mircea Eliade entre otros).

Dentro de ciertos mitos platónicos, el «gran» problema epistemológico de la demarcación disciplinaria, se abroga el derecho a distinguir entre ciencia y no-ciencia. Tema que implica dos «problemas» antropológicos: el contexto de la justificación y el contexto del descubrimiento. Lo interesante es que estos problemas semánticos se plantean desde el contexto tribal de la academia.

Los otros grandes temas de la antropología, el sujeto, la identidad, la comunidad, el diálogo, el lenguaje, la escritura, la temporalidad, la cultura y la historia, están inscriptos en textos: ¿ éstos son restos arqueológicos del pasado? ¿No se trata de realizar una epigrafía sobre el papel? La actual moda de analizar la «escritura» de Frazer y Malinowski (M. Strathern), ¿no se olvida de que existen otros escritores muy interesantes respecto a aquellos grandes temas mencionados, y no son disciplinariamente «antropólogos». ¿Existe una diferencia clara entre sujetos de estudio, por ejemplo: Malinowski antropólogo y escritor y, Rodó crítico cultural, mitólogo y filósofo?

Estos grandes temas nos plantean las siguientes cuestiones que obviamente no son exclusivas de la Antropología:

La paradoja del observador:

1) A propósito de Malinowski: ¿Cómo hago para que en Londres entiendan el léxico kiriwiniano descontextualizado?

2) A propósito de Labov: ¿Cómo se puede observar y obtener registros de habla informal, cuando el proceso de registro es formal y sistemático?

La paradoja de la interpretación:

1) ¿Cómo interpretar la oralidad primaria de un indígena? ¿Existe realmente la oralidad primaria de Ong?

2) A propósito del orden del discurso: ¿Cómo interpretar dicha oralidad primaria en el texto del antropólogo según la Antropología dialógica? (Ver el diálogo entre D. Tedlock y S. Tyler, en Carlos Reynoso, (Comp.) El surgimiento de la antropología posmoderna. Barcelona, Gedisa, 1992, págs. 289-296.

3) ¿Cómo interpretar los textos u autores canónicos de la Antropología? (Meta-antropología).

4) ¿Cómo interpretar los registros escritos (textos) de otros autores en «nuestra» propia cultura? (A propósito de Augé).

5) ¿Cuáles son los límites técnicos para la interpretación de un mensaje oral y de un texto escrito? ¿Existen los contextos de producción de mensajes definibles en forma clara y distinta?

6) Las comunidades in absentia no son entrevistables en forma oral.

7) La entrevista oral (cara-a-cara) y su transcripción da lugar a la re-escritura de la oralidad en la escritura académica.

8) Caso Rodó. Por un lado sabemos que su capital simbólico producido, lo distingue como diputado, presidente del Círculo de la Prensa, miembro correspondiente de la Real Academia Española, catedrático, escritor, ensayista, crítico cultural y fundador de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales. Por otro, Rodó como indígena de una comunidad virtual, es ¿pre-teórico, bricoleur, ingenuo?

9) Rodó como autor, narrador y crítico ¿ puede ser considerado un indígena dialógico?

10) A propósito de Negara de Geertz: ¿Cómo interpretar sincrónicamente el mito en la escritura de Rodó y la re-mitologización anacrónica del mito rodoniano en una comunidad? ¿Analizando los textos del autor y a la vez entrevistando a quienes fueron sus discípulos, lectores, admiradores, &c.?

11) La discusión teórica dentro de la Antropología cultural no debería plantearse como una terapia disciplinaria solipsista porque descubre mediante un insight que el antropólogo escribe, es un autor. Existen «comunidades» que tratan temas propios de la Antropología en el campo de los «estudios culturales» y otros han creado su lectura del «otro virtual» interpretando los materiales del archivo «colonial y postcolonial» en otra área de estudios.

Obras de José Enrique Rodó

RODÓ, José Enrique. Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1967. (Segunda edición)

Ariel, Montevideo, Claudio García & Cía, 1945.

Los escritos de la «Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales», Montevideo, Barreiro y Ramos, 1945. (Edición oficial al cuidado de José Pedro Segundo y Juan Antonio Zubillaga).

El camino de Paros, Montevideo, Claudio García, 1940.

Motivos de Proteo, Montevideo, Biblioteca Artigas, Colección de Clásicos Uruguayos 1957. (t I y II).

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Notas

{1} José Enrique Rodó, Motivos de Proteo, Biblioteca Artigas, Montevideo 1957, t. II., pág. 86.

{2} E. Oribe, Rodó. Estudio crítico y antología, Losada, Buenos Aires 1971, pág. 8.

{3} E. Oribe, op. cit., pág. 7.

{4} José Enrique Rodó, «El americanismo literario», Los escritos de «La Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales», Barreiro y Ramos, Montevideo 1945, pág. 101-102.

{5} José Enrique Rodó, op. cit., 1945, pág. 67.

{6} En una nota que figura al comienzo de Motivos de Proteo, Biblioteca Artigas, Colección de Clásicos Uruguayos, Montevideo 1957, pág. 3.

{7} Arturo Ardao, Rodó, su americanismo, Biblioteca de Marcha, Montevideo 1970, pág. 18-19.

{8} E. Rodríguez Monegal, «Rodó, crítico y estilista» en Número, año 4, nº 21, Montevideo octubre-diciembre,1952, págs. 366.0

{9} E. Rodríguez Monegal, 1952:378.

{10} Afirma A. Ardao: «Es hasta cierto punto habitual distinguir en ese americanismo dos aspectos: el literario y el político. Cabe considerar dos más, que convencionalmente llamamos el cultural y el heroico. [...] En suma: «El americanismo literario», de 1895; Ariel de 1900; «Magna Patria» de 1905; «Bolívar» de 1911, son los textos que van marcando, lustro por medio, cada una de las cuatro etapas, a través de las cuales, por enriquecimientos sucesivos, el americanismo de Rodó fue estableciendo y unificando sus cuatro grandes dimensiones.» En Arturo Ardao, Rodó, su americanismo, Biblioteca de Marcha, Montevideo 1970, pág. 16.

{11} Arturo Ardao, op. cit., pág. 17.

{12} De no aclararse lo contrario, los textos de Rodó serán citados por la edición de Obras completas de J. E. Rodó, Aguilar, Madrid 1967, 2ª edición, pág.150.

{13} Y agrega: «La Duda es en nosotros un ansioso esperar; una nostalgia mezclada de remordimientos, de anhelos, de temores; una vaga inquietud que entra por mucha parte el ansia de creer, que es casi una creencia... Esperamos; no sabemos a quién. Nos llaman; no sabemos de que mansión remota y oscura. También nosotros hemos levantado en nuestro corazón un templo al dios desconocido. En medio de su soledad, nuestras almas se sienten dóciles, se sienten dispuestas a ser guiadas; y cuando dejamos pasar sin séquito al maestro que nos ha dirigido su exhortación sin que ella moviese una onda obediente en nuestro espíritu...» José Enrique Rodó, op. cit., pág. 153-154.

{14} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 772.

{15} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 773.

{16} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 775.

{17} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 788.

{18} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 963.

{19} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 964

{20} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 966.

{21} Rodó escribe: «Diferenciar, dentro de lo humano, el espíritu del artista y de su obra, y apurar la diferenciación hasta precisar lo individual y característico de ellos, es tarea previa a todo juicio de arte que aspire a ser justo. Si esa tarea se propusiera alguna vez, aprendería el crítico estrecho que la naturaleza humana es infinitamente más compleja y capaz de lo que él la imagina; sentiría la honda realidad y la virtud poética de estados de alma que él califica de falsos o monstruosos porque los juzga con relación a los límites de su propia personalidad...» José Enrique Rodó, op. cit., pág. 968.

{22} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 654.

{23} Barrett escribe en al margen: «Temo que Rodó, a pesar de su Ariel, no sea conocido en el Paraguay; donde circulan muchas sandeces europeas, sólo por ser Europeas, mientras se ignora tal vez la mejor de la actual literatura sudamericana. [...] Pensad que se trata ahora del primer crítico continental. No perdáis la ocasión de enriquecer vuestra inteligencia y sobre todo vuestros sentimientos y vuestro carácter. Porque no es el crítico y el psicólogo quien únicamente os habla desde las páginas de «Proteo»; es también el poeta y moralista.» R. Barrett, «Motivos de Proteo» y «El libro de Rodó», en Al margen, O. M. Bertani Editor, Montevideo 1912, pág. 25.

{24} Ardao afirma, que en este contexto, el término utilitarismo, aplicado en su tiempo a una forma de civilización, a un régimen social, a un tipo de democracia, resulta equivalente al de capitalismo, aunque este término no figure en su léxico. En Arturo Ardao, Rodó, su americanismo, Biblioteca de Marcha, Montevideo 1970, pág. 36.

{25} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 654.

{26} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 643.

{27} José Enrique Rodó, op. cit., págs. 506-507.

{28} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 507.

{29} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 512.

{30} José Enrique Rodó, op. cit., págs. 1999-1201.

{31} Según E. Rodríguez Monegal: «Para integrar hacia 1913 su ensayo sobre «Juan María Gutiérrez y su época», Rodó echó mano a cuatro trabajos redactados unos quince años antes y publicados en la Revista Nacional en el lapso de unos dos años. Estos trabajos eran: 1) «Juan María Gutiérrez (Introducción a un estudio sobre literatura colonial), publicado los días 20 de marzo y 5 de abril de 1895. 2) «El americanismo literario», publicado los días 10 de julio, 10 de agosto y 10 de noviembre de 1895. 3) «El Iniciador» de 1838. Andrés Lamas & Miguel Cané, publicado los días 25 de agosto, 10 y 25 de octubre de 1896. 4) «Arte e Historia». A propósito de «La loca de la guardia» de D. Vicente Fidel López, publicado el día 25 de junio de 1897. (1952:367)

{32} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 710.

{33} Arturo Ardao, op. cit., pág. 21.

{34} Afirma Ardao: «En otros términos, la literatura que atendiese los palpitantes reclamos de la vida y la realidad de nuestros pueblos, desde lo político y social hasta lo moral y espiritual. En suma, función social de la literatura americana, por la interpretación veraz del espíritu americano: he ahí su americanismo literario.» Arturo Ardao, op. cit., pág. 22.

{35} E. Rordríguez Monegal, Introducción a las Obras completas de J. E. Rodó, op. cit., pág. 57.

{36} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 1299.

{37} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 831.

{38} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 831.

{39} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 832. En «Rumbos Nuevos» Con motivo de la publicación de «Idola Fori», de Carlos Arturo Torres, escribe Rodó: «Expone Taine que cuando en determinado momento de la historia, surge una «forma de espíritu original», esta forma produce, encadenadamente y por su radical virtud, «una filosofía, una literatura, un arte, una ciencia», y agreguemos nosotros, una concepción de la vida práctica, una moral de hecho, una educación, una política.» José Enrique Rodó, op. cit., pág. 519.

{40} «Siempre he pensado que, entre cuantos medios de propaganda puedan emplearse para contribuir a formar en la conciencia del público que habla castellano una noción exacta de nuestro pensamiento literario en la actualidad, tan vaga e insuficientemente conocido, aún sin salir del continente, ninguno de más urgencia y eficacia que la publicación de una antología de contemporáneos, breve, bien hecha, y editada en condiciones propias para su vulgarización, donde se reuniera alguna parte de lo mejor y más característico de nuestras letras en los últimos veinte años, sin olvidar las indicaciones históricas y los comentarios críticos pertinentes.» José Enrique Rodó, op. cit., pág. 631.

{41} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 637.

{42} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 635.

{43} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 633

{44} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 634.

{45} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 157.

{46} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 654.

{47} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 161.

{48} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 156.

{49} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 163.

{50} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 831.

{51} Rodó fue nombrado miembro de la Real Academia Española en 1913. Puede verse «Carta a la Academia Española», Montevideo, 28 de febrero de 1913 dirigida al Sr. Alejandro Pidal. José Enrique Rodó, op. cit., pág. 1194.

{52} José Enrique Rodó, op. cit., págs. 824-825.

{53} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 828.

{54} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 828.

{55} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 829.

{56} En El mirador de Próspero, Obras Completas (1967:503-647)

{57} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 532.

{58} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 533.

{59} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 533.

{60} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 533.

{61} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 533.

{62} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 569.

{63} En El mirador de Próspero (1967:651-653). Con motivo de la Gramática razonada del idioma castellano de Francisco Gámez Marín.

{64} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 651.

{65} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 652.

{66} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 652.

{67} José Enrique Rodó, op. cit., pág. 926.

{68} Arturo Ardao, Rodó, Biblioteca de Marcha, Montevideo 1970, pág. 11.

{69} Arturo Ardao, «La conciencia filosófica de Rodó» en La literatura uruguaya del 900, Número, Montevideo 1950, pág. 83.

{70} José Enrique Rodó, El camino de Paros, Claudio García, Montevideo 1940, pág. 144.

{71} U. Spirito, Significato del nostro tempo, Sansoni, Florencia 1955, pág. 6.

{72} U. Spirito, op. cit., págs. 8-10.

{73} José Enrique Rodó, Motivos de Proteo, Biblioteca Artigas, Montevideo 1957, (t II) pág. 215.

{74} G. Vattimo, La sociedad transparente, Paidós, Barcelona 1990, pág. 82.

{75} José Enrique Rodó, Motivos de Proteo, Biblioteca Artigas, Montevideo 1957, (t II) pág. 104.

{76} José Enrique Rodó, El camino de Paros, Claudio García, Montevideo 1940, pág. 175.

{77} José Enrique Rodó, op. cit., 176.

{78} G. Vattimo, Etica de la interpretación, Paidós, Buenos Aires 1992, pág. 63.

{79} R. Rorty, Contingencia, ironía y solidaridad, Paidós, Barcelona 1991, pág. 86.

{80} R. Rorty, op. cit., pág. 87.

{81} R. Rorty, op. cit., pág. 210.

{82} William James, Pragmatismo, Emecé, Buenos Aires 1945, pág. 49, dice: «En un artículo titulado 'How to make our Ideas Clear' y aparecido en el Popular Science Monthly (1878), decía Peirce (después de establecer que nuestras creencias son realmente reglas para la acción) que para desenvolver el significado de un pensamiento sólo necesitamos determinar qué conducta es adecuada para producirlo: tal conducta será para nosotros su sola significación»

{83} José Enrique Rodó, Motivos de Proteo, Biblioteca Artigas, Montevideo 1957, (t I), pág. 141.

{84} Henrique Bergson, Obras escogidas, Aguilar, Madrid 1963, pág. 128.

 

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