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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 5 • julio 2002 • página 23
Libros

Las claves de la argumentación ideológica

José Manuel Rodríguez Pardo

Se reseña la cuarta reimpresión del libro de Anthony Weston,
Las claves de la argumentación. Ariel, Barcelona 1998

Dedicamos esta breve reseña a un libro no excesivamente famoso, pero bien conocido por algunos estudiantes de Filosofía de la Universidad de Oviedo. En concreto, estamos hablando de un breve manual que se usa como libro de texto para la asignatura de Lógica de la argumentación. En principio, no habría motivos especiales para dedicar una crítica de libros a un libro tan poco significativo, usado para una asignatura optativa de una licenciatura de Filosofía. No parece aportar nada nuevo a la ya más que amplia biblioteca de filósofos anglosajones dedicados a la lógica, tanto formal como informal. Aunque este libro sea también citado en algunos planes de estudio de Ciencias de la Información o Derecho, no encontramos en él planteamientos nuevos sobre la cuestión.

Ahora bien, estamos hablando de realizar una crítica de un libro, y tal crítica supone, en esta ocasión, mostrar cómo el autor del manual utiliza alrededor de ciento cincuenta páginas para explicar lo importante que es saber argumentar correctamente, sin cometer falacias. Además, se da el caso que el propio autor, en su ejercicio literario, formal, no hace más que cometer falacia tras falacia, prácticamente a la misma velocidad que expone cada ejemplo. Si te comprometes a la tarea de explicar cómo no cometer falacias argumentando, y en tu propio ejercicio argumentas falazmente, entonces no respetas la propia lógica que dices seguir, caes en continuas contradicciones. Es decir, Anthony Weston comete ese defecto que tan bien refleja una expresión española: «Miente más que habla.»

Para demostrar este aserto tan categórico, analizaremos fragmentos variados del libro que aquí reseñamos, clasificándolos en dos tipos: las falacias cometidas por el autor, por analizar los diversos ejemplos de modo totalmente formalista, y las cometidas por propia falsa conciencia o argumentaciones puramente ideológicas que le sirven de basamento. Comenzaremos por las primeras.

I

Nada más comenzar, Weston deja muy claro su formalismo y escasa preocupación por lo que analiza al ignorar los contenidos de los ejemplos que utiliza. La primera gran preocupación de la que nos hace partícipes es la de utilizar siempre un lenguaje concreto, específico y definitivo, sin ambigüedades. Preocupación semejante a la enfermiza obsesión por la búsqueda del lenguaje perfecto de la filosofía analítica. En el caso de Weston, tal preocupación alcanza el delirio, pues el siguiente fragmento:

«Para aquellos cuyos papeles involucraban primariamente la realización de servicios, a diferencia de la adopción de las responsabilidades de líder, la pauta principal parece haber sido una respuesta a las obligaciones invocadas por el líder que eran concomitantes al estatus de miembro en la comunidad societaria y a varias de sus unidades segmentales. La analogía moderna más próxima es el servicio militar realizado por un ciudadano normal, excepto que al líder de la burocracia egipcia no le hacía falta una emergencia especial para invocar obligaciones legítimas»{1} (pág. 26).

Lo transforma en éste, citado en la misma página:

«En el antiguo Egipto, la gente común estaba sujeta a ser reclutada para el trabajo».

La verdad, ¿qué credibilidad cabe otorgarle a quien lee el trabajo de un sociólogo de prestigio y no presta atención ni a la estructuración social que relata Parsons, ni al momento histórico del que habla, ni a ningún contenido sociológico? La vana preocupación de Weston es simplemente si el fragmento está bien escrito o no. No importa que la nueva formulación sea tan genérica que valga para todo tiempo y lugar. Al fin y al cabo, en todas las épocas históricas estamos sujetos a la posibilidad de ser reclutados para el trabajo, aunque no en todas las épocas históricas los alumnos de Filosofía tengan la ocasión de leer tales disparates. Sólo frente al gremio de filósofos analíticos podemos gozar con gente que no sabe siquiera analizar lo que lee, pues como hemos comprobado, Parsons dice mucho más de lo que nuestro querido Anthony Weston quiere hacernos ver con su lenguaje amañado y falaz.

Siguiendo con los formalismos westonianos, nos encontramos en la página 126 con su crítica a ciertos párrafos del famoso libro de Sartre titulado El existencialismo es un humanismo. En concreto, critica el ejemplo del muchacho que tiene que optar entre cuidar a su madre o unirse a la resistencia francesa a los nazis. Tal circunstancia es calificada por Weston como «falso dilema», pues nuestro probo escritor considera que el muchacho en cuestión puede estar con la madre mientras ayuda a la Francia Libre en París, aunque sea enviándole dinero para que sea atendida. ¿Qué decir de esta nueva explicación westoniana? Que vuelve a errar el disparo. Sobre todo porque las paradojas que plantea Sartre no son meros logicismos, sino que involucran la propia existencia del personaje, de tal modo que optar por una causa supone traicionar a la otra. Si en vez de hablar de la madre enferma del muchacho, hablásemos de colaborar con los nazis, entonces el «falso dilema» se vendría abajo, pero no porque la forma lógica del dilema fuera distinta, sino porque el compromiso sartreano llevaría a la mala fe, algo que parece invadir a Weston a cada paso que da.

Y ya para terminar el análisis de los formalismos de Weston, en las páginas 143 y 144, al final de su obra, llega al colmo de la incoherencia al mencionar el ejemplo de Diógenes, que refutó [sic] la definición platónica del hombre como «bípedo implume» arrojando un pollo desplumado por la ventana de la Academia. Según Weston, ese caso particular refutaba la definición platónica, y todo ello sin tener en cuenta que el bípedo implume no es tal género sino algo artificial, logrado por la intervención humana. Y que conste que no hemos mencionado para nada el darwinismo, pues una simple referencia a la cuestión de los géneros anteriores y posteriores (las especies animales que evolucionan a partir de otros) dejaría el discurso de Weston en el lugar que le corresponde, en la época de la Hélade.

II

Pasemos ahora al otro tipo de argumentos usados por Weston, los ideológicos. Y los denomino de esa manera porque pretenden justificar toda una serie de estrategias políticas por medio de la retórica, como es el caso de la política exterior de EEUU. Por ejemplo, en la página 27 de su libro expresa claramente que conviene evitar «un lenguaje emotivo». ¿Y qué es un lenguaje emotivo? Weston responde con un ejemplo, extraído del artículo «The Secret War in Brazil», publicado en The Progressive en Agosto de 1977:

«El sabotaje electoral jugó un papel importante en la guerra secreta en Brasil. La CIA invirtió unos 20 millones de dólares para financiar a los conservadores en la elección brasileña de [...] El dinero fue usado para comprar a los candidatos en ocho de las once elecciones a gobernador...»

Para Weston, el hecho de calificar como «soborno» a los pagos de la CIA a la oposición brasileña, es un caso de «lenguaje emotivo». En realidad, y siempre según nuestro gran argumentador, estamos simplemente ante una financiación, pues los beneficiarios no tendrían por qué hacer públicas sus fuentes de ingresos. De algún modo, la supuesta evitación de un lenguaje emotivo no es sino una forma de encubrir una injerencia ilegítima en la política de una nación soberana. Pero Weston, para demostrar que es un fervoroso patriota, no se queda contento con esta breve cita, y vuelve a la carga con otra del mismo artículo, pero con los suficientes cortes como para sacarla de su contexto original y manipularla a su gusto:

«[...] después del golpe, las inversiones extranjeras fluyeron abundante y rápidamente en [...] Cuatro años después del golpe, el capital extranjero había asumido el control del sector privado: el 100% de la producción de automóviles y de neumáticos, el 90% de la producción de cemento, el 80% de la industria farmacéutica, el 60% de las empresas que producen recambios para coches y más del 50% de la producción química y de maquinaria» (pág. 43).

A modo de aclaración, Weston escribe lo siguiente:

«Números impresionantes. Comienzan mostrando que las inversiones extranjeras (advertencia: no específicamente estadounidenses) dominan ciertos sectores de la economía brasileña, aunque no se nos dice la importancia de cualquiera de estos sectores en la visión de conjunto. Pero estos números son completamente inútiles para mostrar que "las inversiones extranjeras fluyeron rápidamente en", por la simple razón de que no ofrecieron datos previos al golpe. Sin la información de trasfondo, no hay manera de saber si el control por parte del capital extranjero del 80% de la industria farmacéutica, por ejemplo, representa un incremento o una disminución. De acuerdo a lo que sabemos, ¡incluso las inversiones extranjeras podrían haber disminuido!» (págs. 43-44).

Realmente, después de leer este texto, que al hacer referencia a un original mutilado, como decíamos más arriba, no podemos sino destacar el carácter manipulador y tendencioso de Weston. Y ello porque utiliza la simple retórica para disimular lo obvio: que Brasil fue intervenido por EEUU, y ello para instaurar en el país sudamericano una dictadura que le otorgase todos las recursos naturales y las empresas a los americanos del norte. La referencia de Weston a una posible bajada de las inversiones extranjeras tras el golpe, es puro recochineo, pues seguramente en el texto original del artículo, no mutilado por el autor del libro aquí reseñado, aparecían cifras que despedazan las teorías westonianas. ¿Qué digo teorías? En realidad Anthony Weston solamente produce ideología revestida de la preocupación por argumentar bien. Preocupación vana pero no ociosa, como se ve.

No contento con justificar la política exterior norteamericana, Weston también justifica el relativismo cultural tan de moda en nuestra sociedad actual. Para explicar lo que él llama los argumentos por analogía, no tiene reparos en reseñar la llegada de un jefe indio a Roma en avión, reclamando Italia para su pueblo igual que Colón reclamó América. Es decir, Weston, desde su formalismo, compara al jefe indio de la reserva marginal de EEUU, con la nación canónica de Italia, afirmando además que este argumento por analogía puede ser útil para establecer relaciones diplomáticas [sic]. Todo ello puede leerse en las páginas 48, 49, 50 y 51 de su obra.

III

Sin duda alguna, todas estas deformaciones, dejando al margen esa enfermiza obsesión por defender a los Estados Unidos y su política, a costa de usar ideología vulgar, recaen en ese uso indiscriminado de la lógica (aunque sea en este caso informal) para ir a la búsqueda del lenguaje perfecto. El logicismo como única preocupación filosófica. Sin embargo, de todos estos excesos ya hemos sido advertidos en numerosas ocasiones, y no hay motivo alguno para seguir con la misma situación. De sobra sabemos que las categorías lógicas (principio de no-contradicción, de tercio excluido, el silogismo, &c.) están ejercidas en la propia lengua que hablamos, y tratar de reducir ésta a la Lógica formal resulta inútil y peligroso, llegando en algunos casos a un nivel calificable de absurdo. De hecho, nuestro Padre Feijoo ya vio lo absurdo que era el uso indiscriminado de la lógica en cuestiones que estaban a la vista de todo el mundo:

«Estoy persuadido a que todo hombre de buena razón, al momento que sobre materia que tiene estudiada, se le propone un silogismo vicioso, sin atención a regla alguna, y aun sin memoria, y estudio de ella, conoce que es defectuoso: esto es, que la ilación no es buena, y aun dará alguna explicación del vicio que tiene, aunque no con voces propias, y facultativas. Pongo por caso, que se varía de apelación, que el medio no se identifica con las dos extremidades en las premisas, &c. ¿Quién al oír aquel vulgar Sofisma: Mus est vox monosyllaba, sed vox monosyllaba non manducat caseum: ergo mus non manducat caseum, [Mus (ratón) es voz monosílaba, pero la voz monosílaba no mastica el queso: por lo tanto, el mus (ratón) no mastica el queso] no conocerá, que es un modo de argüir defectuosísimo, y se reirá del que lo propone?»{2}

Concluimos aquí esta breve reseña. Hemos querido con la misma advertir tanto a alumnos de Filosofía, de Periodismo, de Derecho y otros potenciales lectores de Anthony Weston, para que no se dejen embaucar por las falacias de quien dice enseñar a argumentar sin tales errores lógicos. Podríamos completar nuestro análisis con un diagnóstico del camino que seguirían Weston y los suyos en el futuro. De hecho, no se nos caerían los anillos por reconocer su influencia en épocas pasadas y presentes: tal es el caso de los múltiples lectores que se creen estos idola theatri, deformadores de la realidad, y que luego los usan para estudiar o dar clases de Lógica de la argumentación. Sin embargo, y sólo por esta vez, será mejor seguir las indicaciones de Anthony Weston y «abstenerse de utilizar un lenguaje emotivo».

Notas

{1} Texto extraído de Talcott Parsons, Societes: Evolutionary and Comparative Perspectives. Englewood Cliffs, NJ, Prentice Hall, 1966, pág. 56.

{2} Benito Jerónimo Feijoo, Teatro Crítico Universal, Tomo VII, Discurso 11: «De lo que conviene quitar en las Súmulas», §. II, 5.

 

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