Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 7 • septiembre 2002 • página 18
En este artículo evalúo el comportamiento estratégico de la racionalidad instrumental en el pensamiento político de Thomas Hobbes. Para ello empleo el dilema del prisionero y argumento que tal dilema permite modelar adecuadamente el estado de naturaleza que emplea Hobbes para desarrollar sus formulaciones principales con respecto a la necesidad de un orden institucional y de un poder soberano que garantice la paz
0. Introducción
En un estudio anterior sostuve que la concepción de racionalidad presente en las reflexiones políticas de Thomas Hobbes es de carácter instrumental. También argumenté que la razón en Hobbes está subordinada a las pasiones y que tiene correspondencia con una concepción subjetiva y relativa del valor{1}. En este artículo pretendo demostrar que la racionalidad hobbesiana es eminentemente económica y que su medida es la utilidad. Para ello voy a precisar –apelando a conceptos y herramientas propias de la teoría de juegos– las operaciones de la razón, desde la interacción de los seres humanos en el estado de naturaleza, hasta la institucionalización de un poder soberano.
1. El estado de naturaleza como estado de conducta paramétrica
El estado de naturaleza –nombre dado por Thomas Hobbes a la penosa situación que viven los hombres abstraídos de cualquier forma de sociedad– es uno de los constructos hipotéticos de mayor relevancia en la filosofía hobbesiana. La caracterización de tal estado aparece en tres de sus obras principales: Elementos de derecho natural y político, El ciudadano y el Leviatán, y a mi juicio, ocupa un lugar intermedio entre la naturaleza humana y la institucionalización de un poder soberano a través del contrato social. En este estudio argumentaré que el estado de naturaleza puede ser concebido como un estado de conducta paramétrica y que a partir de allí se pueden reconstruir las operaciones que realiza la razón para que arroje como resultado la necesidad de un poder soberano.
Por conducta paramétrica se entiende, básicamente, la situación de un agente decisor que concibe que su conducta es la única variable existente en un ambiente considerado por él como fijo. Esto genera que él se considere el centro de la acción, y que en sus elecciones no contemple las que eligen los demás. En este numeral voy a argumentar que este es el tipo de comportamiento que corresponde al hombre natural{2} hobbesiano abstraído de cualquier forma de sociedad. Voy a mostrar, en consecuencia, que el hombre racional hobbesiano se comporta en el estado de naturaleza de manera paramétrica, y que en ningún caso se trata (como han pretendido afirmar algunos) de un hombre irracional. Es precisamente ese comportamiento paramétrico –que como veremos más adelante es contradictorio con los fines del hombre natural– la base inicial de cómputo para que la razón calcule las leyes de la naturaleza y determine su viabilidad.
Uno de los objetivos de Thomas Hobbes al elaborar su modelo de estado de naturaleza fue acaso demostrar lo contradictoria que resulta la interacción entre hombres naturales en ausencia de un elemento o apoyo coercitivo que ponga las cosas en su sitio. En este numeral sostengo que, en realidad, lo que entra en abierta contradicción en el estado de naturaleza es la conducta paramétrica que asumen los hombres naturales en el contexto de una racionalidad medios-fines y en ausencia de un contenido positivo de la razón. El resultado de esa interacción paramétrica se puede resumir de la siguiente manera: lo que individualmente es perfectamente racional (perseguir a ultranza el aumento de poder, es decir, el máximo beneficio) resulta colectivamente irracional, pues hace más onerosa la interacción minimizando la cantidad de poder (y en consecuencia, las posibilidades de autoconservación) que cada uno de los hombres naturales espera obtener. Por supuesto, la razón da cuenta de todo esto, y es de suyo procurar alternativas o caminos viables para superar tal contradicción. En ese orden de ideas merece un mayor análisis la conducta paramétrica del hombre natural hobbesiano.
Es claro que el hombre racional de Hobbes –dentro y fuera del estado de naturaleza– tiende ilimitadamente a maximizar la utilidad, o lo que es igual, a aumentar ilimitadamente la cantidad de poder, pues de ello depende su supervivencia futura. Pero también es claro que este hombre natural no es el único que habita un entorno; sino que existen muchos hombres naturales con similares características interactuando.
En un ambiente en el que la cantidad de bienes que todos los hombres demandan fuesen ilimitados, la interacción sería mínima, por no decir nula, pues cada uno podría tomar de su entorno lo que necesitase y nada lo instaría a interactuar con los demás. Pero el ambiente que ofrece Thomas Hobbes representa todo lo contrario. En él reina la escasez, por lo que unos hombres deben constreñir a otros para autoconservarse.
Parece claro que no es posible lograr un estado de convivencia pacífica en el estado de naturaleza, y no porque las voluntades de los hombres no lo deseen, sino porque la racionalidad y su relación con la escasez les impele a luchar todos contra todos. Pero Hobbes no cree que algún hombre sea capaz de soportar permanentemente una situación como la del estado naturaleza y no haga nada por intentar superarla. Por el contrario, la posición de Hobbes es en favor de conformar una sociedad en la que exista un orden institucional que garantice la paz por medio del ejercicio legítimo de la fuerza. Así, pues, nada hace pensar a Hobbes que la situación que viven los hombres en el estado de naturaleza no sea contradictoria. Todo lo contrario, Hobbes sabe muy bien que la interacción de los hombres naturales es paramétrica y que, por lo tanto, los resultados que se perciben de esa interacción son negativos. Un hombre que se comporte de manera paramétrica tenderá a maximizar la utilidad y orientará sus acciones hacia la consecución de sus fines a través de los medios que él considera son los más adecuados. Tomará las acciones de los demás como parte del ambiente. En ese contexto, sus acciones se orientarán por una serie de creencias sobre lo que cree que es bueno para él y por un sistema de preferencias que posee. En nada inciden las creencias y preferencias de los demás, pues estas son consideradas por cada agente racional como fijas. Jon Elster interpreta la conducta racional paramétrica como una forma bien definida de la conducta, pues parte de unas suposiciones iniciales y unas expectativas. Tanto las unas como las otras recaen sobre el hecho de que existe (supuestamente) un ambiente o medio constante. En ese sentido, «un agente paramétricamente racional se cree libre de adaptarse óptimamente (dado su fin) a un medio constante, y al mismo tiempo difícilmente se dará cuenta de que su medio está integrado por otros agentes similares a él»{3}. Actuará en consecuencia, sin advertir que los demás agentes están en la misma situación. El resultado de esto es desastroso, pues ninguno podrá maximizar la utilidad que espera y sus posibilidades de autoconservación se verán disminuidas. Una buena ilustración de la conducta paramétrica y de lo irracional que resulta es el célebre dilema del prisionero. Este juego ya ha sido usado para interpretar el estado de naturaleza de Thomas Hobbes y, a mi juicio, resulta muy adecuado{4}. Ilustra bastante bien que lo que individualmente es racional resulta colectivamente irracional, situación que es objetivo básico en el estado de naturaleza que presenta Hobbes. El dilema es el siguiente:
Dos prisioneros (a los que llamaremos jugadores A y B) han cometido un delito, y por una propuesta del fiscal se ven forzados a decidir respecto de un curso de acción a seguir. Cada jugador escogerá el curso de acción que mayor beneficio le reporte y por ello se comportará paramétricamente. La propuesta es como sigue: si el jugador A confiesa y el jugador B no, el primero será condenado a un año de prisión mientras el segundo será condenado a diez. La situación se invierte si el que decide confesar es el jugador B en tanto que el jugador A se abstiene de hacerlo. Si tanto el jugador A como el jugador B deciden confesar, cada uno será condenado a cinco años de prisión. Si ninguno de los dos confiesa la pena impuesta será de dos años para cada uno.
Decidir racionalmente en el dilema del prisionero sería elegir aquella opción que mayor beneficio reporte. Hobbes ha sostenido que el hombre siempre persigue lo mejor para sí, es decir, se comporta siempre de manera egoísta, entendiendo por egoísmo la intención de cada hombre de promover su propio interés. En ese sentido, todos los seres dotados de razón han de perseguir estrategias dominantes que reporten los mayores beneficios posibles, es decir, que amplíen las posibilidades de autoconservación.
En el dilema del prisionero tanto el jugador A como el B reconocen a través de cómputos (posibles por medio de una función de utilidad en la que se reconoce una distribución elaborada conforme al orden de preferencias de cada jugador) que el mejor estado posible es el de una confesión esperando que el otro jugador decida no confesar. Por supuesto, ambos saben que la peor situación está determinada por el hecho de que uno de los dos decida confesar en tanto el otro se abstenga de hacerlo. En ese sentido, ninguno de los jugadores tiene dentro de su baraja de opciones el no confesar, pues esto podría, en el caso de que el otro confiese, acarrearle la peor situación que se puede obtener en el juego. De manera que la mejor opción es confesar. Sin embargo, esta elección los deja en una peor condición que si hubiesen optado por no confesar, es decir, que si hubiesen optado por una estrategia cooperativa.
Cada uno de los jugadores persigue obtener el mayor beneficio posible. Esta situación es la que orienta la elección que cada uno realiza. Se observa que las acciones emprendidas paramétricamente por cada jugador, es decir, sin consultar la jugada del otro, arrojan un resultado subóptimo. Colectivamente el resultado es desastroso, pues cada queda en peor condición que si hubiese tenido en cuenta la decisión del otro. Era natural que ninguno de los dos iba a obtener la pena mínima (1 año), pues su decisión estaba supeditada a la jugada del otro, pero no estaba dentro de lo previsible para los dos jugadores el que terminaran purgando cinco años de prisión cada uno. Su situación es contradictoria: cada uno jugó con la expectativa de que iba a terminar purgando un año de prisión y el resultado fue de cinco. ¿Se podría equiparar esta situación al estado de naturaleza que presenta Hobbes?
En el estado de naturaleza un agente racional paramétrico como el que presenta Hobbes no se preocupa por los demás; no contempla la posibilidad de una interacción mutuamente beneficiosa y sólo actúa apelando a que sus cálculos sean los más adecuados. En el dilema del prisionero cada uno de los agentes elige la opción que crea le reporte el mayor beneficio, y no considera cómo la decisión del otro jugador puede afectar radicalmente sus expectativas. Se preocupa exclusivamente por sí mismo en un presente y no advierte la posibilidad de cooperar. Para él los demás son una constante. En el estado de naturaleza, al igual que en el dilema del prisionero, nadie le apuesta a una interacción mutuamente beneficiosa, y lo que sobreviene es una situación contradictoria con los fines que persiguen. La salida al estado de naturaleza, y en esta equivalencia, al dilema del prisionero, parecería (pero no es el caso) ser el reconocimiento que la razón podría hacer de una interacción cooperativa. La razón podría calcular que en el Dilema del prisionero se podría llegar a un acuerdo cooperativo y que cada uno purgara dos años en vez de cinco. Esta interacción cooperativa en realidad sería mutuamente beneficiosa, pues ya se ha establecido de antemano que la situación óptima (purgar un año) no es posible dentro de ese orden de cosas. Ahora bien, el dilema del prisionero no es un juego de carácter cooperativo, pues ha sido diseñado para modelar situaciones en las que lo que es individualmente racional resulta colectivamente irracional, y para modelar situaciones en las que se decide en estado de riesgo e incertidumbre. En ese contexto, no es posible un acuerdo, por lo menos internamente{5}. Así las cosas, la salida del dilema del prisionero o del estado de naturaleza no está en una acuerdo o pacto que hagan cada una de las partes para procurar una situación beneficiosa. La salida al dilema del prisionero o el estado de naturaleza radica en un reconocimiento que hace la razón de la incidencia que las decisiones de los otros agentes racionales tienen sobre los cálculos y en las acciones que efectivamente se llevan a cabo, es decir, en un reconocimiento de una conducta estratégica como superación de la conducta paramétrica. En ese orden de ideas, la razón hobbesiana calcula y reconoce que reporta mayor beneficio comportarse de manera estratégica que comportarse paramétricamente. Así las cosas, la salida al estado de naturaleza; radica en un giro de la razón, desde lo paramétrico hacia lo estratégico, como veremos en el numeral siguiente.
2. Las contradicciones de la razón y la conducta estratégica del hombre natural hobbesiano
La razón paramétrica se contradice con los fines que persigue el hombre natural. Ahora bien, la razón pondera y calcula tal contradicción y presenta una salida plausible. Esa salida la constituye la implementación de una serie de restricciones a la conducta maximizadora. Se trata de un reconocimiento del valor estratégico de la racionalidad toda vez que se supera la inmediatez de la acción y se establece un vínculo con el futuro. En ese sentido, la configuración económica de la racionalidad hobbesiana es un hecho.
Por conducta estratégica entendemos un tipo de comportamiento en el que las decisiones y acciones de los demás no son consideradas como fijas, sino como variables. En ese sentido, se reconoce que esas decisiones y acciones pueden afectar radicalmente los resultados esperados de las decisiones y acciones propias. Siendo esto así, el agente racional hobbesiano actúa considerando que su ambiente es variable y que, por lo tanto, ha de tener en cuenta las expectativas y preferencias de los demás. Considera que tiene mayores posibilidades de éxito si tiene en cuenta qué es lo que los demás van a elegir y cómo estas elecciones lo pueden afectar. Ahora bien, no se trata en ningún caso de una preocupación del hombre por los demás; no es una transición del egoísmo natural del hombre hobbesiano a una especie de altruismo. Es claro que el hombre hobbesiano es, por naturaleza egoísta, y que lo que único que persigue es su propio bienestar. Si tiene en cuenta las decisiones y las acciones de los demás es porque esto le garantiza una mayor probabilidad de que sus deseos sean satisfechos y sus expectativas se lleven a cabo. El hombre natural ha calculado y ponderado esta situación, y sabe que si desea maximizar realmente su utilidad, es decir, que verdaderamente se perciban los resultados positivos de sus elecciones, debe imponerse una serie de restricciones. En un primer momento Hobbes identifica esas restricciones con las denominadas leyes de la naturaleza. Sin embargo, luego reconoce que éstas son insuficientes para garantizar la paz. No obstante, las leyes de la naturaleza permiten entrever cómo la razón empieza a tener en cuenta el comportamiento de los demás. Cuando Hobbes afirma que cada hombre que desee llegar a establecer esas leyes de la naturaleza debe pensar en que no debe hacer a otro lo que no quiere que le hagan a él, está sosteniendo que en sus acciones todo hombre ha de considerar como variable el comportamiento de los demás. En ese sentido, si bien el dilema del prisionero puede ser equiparado al estado de naturaleza hobbesiano, no es posible sostener que éste pueda ser superado por medio de la cooperación ni del contrato social. Lo que hay en Hobbes es un giro en las operaciones de la razón que hacen posible una interacción económicamente eficiente.
Las leyes de la naturaleza podrían garantizar un ambiente en el cual cada hombre racional hobbesiano pudiese obtener lo que necesita para suplir sus demandas, sin embargo no es así. Parece ser que existe un fallo en la autorrestricción. Las leyes de la naturaleza, son frágiles por cuanto dependen de un fuero interno que no todos los hombres naturales hobbesianos están dispuestos a acatar. En efecto, algunos hombres racionales encontrarán que es mucho más ventajoso comportarse paramétricamente en un medio estratégico, por lo que las leyes de la naturaleza están condenadas al fracaso. En conclusión, la razón retorna al mismo sitio. Es preciso que la razón vuelva a calcular las condiciones en las que los hombres pueden desarrollar una interacción mutuamente beneficiosa y, a la vez, evite que algunos hombres racionales se comporten paramétricamente y deriven beneficios de costos que no han compensado.
Las salida que propone la razón es que, si bien el comportamiento de los hombres sea de carácter estratégico, exista, además, un componente de coercitividad que impida a unos hombres tomar ventaja sobre los demás comportándose paramétricamente. Es preciso que la razón de el paso siguiente hacia la institucionalización de un poder soberano que sea el garante de la paz, es decir, de la interacción mutuamente beneficiosa. Se podría decir que este es el tránsito de las leyes de la naturaleza a las leyes positivas. La idea central aquí es que el hombre racional hobbesiano no está dispuesto a interactuar con los demás a menos que se lo obligue.
3. La institucionalización del poder soberano como estrategia de la razón
En un ambiente estratégico, como ya se dijo arriba, pueden infiltrarse agentes paramétricos y derivar beneficios de costos no compensados. En cierta medida en esto radica el fracaso de las leyes de la naturaleza como garantes de la paz. Si empleamos el dilema del prisionero es posible afirmar que los dos jugadores podrían llegar a un acuerdo que les permitiera a cada uno obtener una situación ventajosa, aunque no la más ventajosa de todas. Sin embargo, no existe ninguna garantía real que haga que cada uno de los jugadores cumpla lo pactado. En ese sentido el dilema no cuenta con una solución interna. Tal vez la única forma de que los dos jugadores cooperen es que sean obligados por un tercero a hacerlo, pero ésta no es ya una solución. Si se habla de un componente ajeno al dilema del prisionero se está abandonando el juego y planteando otro tipo de situación. Aquí sostengo que, si bien es posible modelar el estado de naturaleza de Hobbes por medio del dilema del prisionero, no se puede sostener que la superación del estado de naturaleza que propone Hobbes constituya una solución adecuada. En ese orden de ideas afirmo que el dilema del prisionero no es solucionado por Hobbes, sino que la situación que da pie para modelarla a partir del juego es reemplazada por un giro en la racionalidad de los jugadores tal como lo propongo en el apartado anterior. Lo interesante del dilema del prisionero es que cada uno de los jugadores no sabe qué va a escoger el otros jugador. Esta situación hace que la mejor elección posible sea la de confesar, aún cuando esta elección reporte mayores males que beneficios. Pero, ¿qué pasaría si fuese posible que los jugadores se pusieran de acuerdo para no confesar? Esta situación, a mi juicio, es perfectamente evaluada por Hobbes y, por ello, sostengo que no es un pacto una solución adecuada al dilema del prisionero. En el dilema, en caso de que fuese posible la cooperación a través de un pacto, es más ventajoso defraudar que cumplir, pues aquel que defraude quedará purgando un año de prisión y de esta forma obtendrá el mayor beneficio posible. Nótese que sin pacto habría sido imposible que el jugador que defraudó obtuviese el resultado al que llegó. Hobbes es consciente de esta situación. Por ello, lo que se acuerda es una disposición a restringir la conducta maximizadora, pero además, y lo más importante, la institucionalización de un poder soberano capaz de hacer cumplir lo pactado. En ese contexto, no es un pacto o un acuerdo el que garantiza la convivencia, sino un poder que a puntapiés pone las cosas en su sitio. Solucionar el dilema del prisionero por medio de un poder capaz de mover a los jugadores hacia la mejor solución posible es, en realidad, no solucionar el juego. Es, más bien, una estrategia de la razón que, a sabiendas de que la voluntad flaquea y es propensa a defraudar crea mecanismos que, orientados hacia el futuro, prevén correctivos que imposibiliten un retorno al penoso estado de naturaleza. En ese sentido, la institucionalización del poder soberano puede ser considerada como una estrategia de la razón calculadora de Hobbes.
Ahora bien, el poder soberano no es, bajo ninguna circunstancia, una imposición de un tercero. Se trata de una autoimposición de las partes y su función es la de garantizar la paz, esto es, que los pactos se cumplan. Es a sabiendas de la existencia de jugadores paramétricos que la razón prevé soluciones. Así, la razón ha calculado y ponderado la situación de la posible existencia de jugadores parámetricos dentro del ambiente estratégico que procura implantar la razón, y en ese sentido, propone como única salida viable la institucionalización de un poder soberano que garantice que cada uno de los jugadores cumpla con los pactos que ha realizado con los demás agentes. Ese poder soberano es acordado por lo agentes estratégicos y tiene como finalidad la salvación del pueblo, tal como lo sostiene Hobbes en la introducción a Leviatán.
En sus estudios Leiser Madanes{6} propone que el concepto de arbitrariedad es de crucial importancia para comprender la filosofía de Hobbes, y este estudio está de acuerdo con esa postura. En efecto, la institucionalización de un poder soberano y, en consecuencia, la obligación política, son un hecho arbitrario. Nada indica a la razón que haya un concepto de justicia, de ley o de soberanía previos a un pacto o acuerdo con los demás para la creación de un ambiente estratégico. Para el hombre natural nada es justo o injusto, legal o ilegal, pues no ha convenido con los demás el empleo de estos términos para describir situaciones precisas. Una vez el hombre pacta con los demás un poder superior los términos de justicia, legalidad y soberanía cobran sentido. Pero, ¿es arbitrario el gobierno que propone Hobbes? Desde todo punto de vista. Hobbes no se pregunta cuál es la forma de gobierno más deseable para lo hombres ni cuál es el hombre más apto para ejercer el gobierno. Simplemente clama por un poder soberano que haga la ley y que castigue a aquellos que la incumplan, valga la pena insistir, a aquellos que se comporten de manera paramétrica. Si todos los hombres por naturaleza son iguales ¿quién debe ejercer el poder? ¿quién debe ser el soberano? Tal vez la respuesta sea el más capaz, pero no. La respuesta es el que arbitrariamente hayan acordado los agentes racionales, es decir, cualquier agente racional como ellos. A Hobbes se le ha tratado de tildar de absolutista monárquico y hasta tiránico, pero no es tal. En realidad Hobbes hubiese apoyado cualquier forma de poder soberano siempre que ésta garantizara el orden e hiciera cumplir los pactos. Esto es tan cierto que en su célebre discusión con un jurista, éste lo acusó de estar de acuerdo con cualquier forma de soberanía, y Hobbes no reparó en ello.
Bogotá, junio de 2002
Notas
{1} Cfr. Rusbel Martínez, La racionalidad instrumental en la doctrina de Thomas Hobbes, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá 2001.
{2} Por hombre natural entiendo el tipo de ser humano descrito por Hobbes en la primera parte del Leviatán. Se trata de un hombre supeditado a las leyes que gobiernan la materia y el movimiento.
{3} Jon Elster, Ulises y las sirenas. Estudios sobre racionalidad e irracionalidad, Fondo de Cultura Económica, México 1989, pág. 198.
{4} Roger Paden lo utiliza para modelar el comportamiento de los hombres en el estado de naturaleza. Si bien en este estudio se llegan a otras conclusiones, es importante destacar el hecho. Roger Paden, «Signaling Cooperation: Prisoner's Dilemas and Psychological Dispositions in Hobbes State of Nature», en Diálogos, Revista del Departamento de Filosofía de Puerto Rico, año XXXII, nº 70, Julio 1997.
{5} Algunos autores han sostenido que si el juego se repite n número de veces los jugadores aprenderán a cooperar, pues tendrán como referente inmediato los errores que han cometido.
{6} Leiser Madanes, «Recta Ratio y arbitrariedad en la filosofía política de Thomas Hobbes», en Oscar Nudler, la racionalidad: su poder y sus límites, Paidós, Buenos Aires 1996, págs. 383-396.
Bibliografía
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Martínez, Rusbel, La racionalidad instrumental en la doctrina de Thomas Hobbes, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá 2001.
Paden, Roger, «Signaling Cooperation: Prisoner's Dilemas and Psichological Dispositions in Hobbes State of Nature», en Diálogos Revista del Departamento de Filosofía de Puerto Rico, año XXXII, nº 70, julio 1997.
Poundstone, William, El dilema del prisionero: John von Newman, la teoría de juegos y la bomba, Alianza Editorial, Madrid 1995.