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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 7 • septiembre 2002 • página 23
Libros

Los otros mundos de Gabriel Albiac

Fernando López-Laso

Sobre el libro de Gabriel Albiac, Otros Mundos,
Páginas de Espuma, Madrid 2002, 280 págs.

Gabriel Albiac, Otros Mundos Hace ya algunos meses que apareció, en una hermosa edición de Páginas de Espuma el libro Otros Mundos, compilación de escritos de Gabriel Albiac confeccionada por Alberto Mira, Jesús Marchante y José Sánchez Tortosa. Se trata de textos escogidos (de las columnas del diario El Mundo) y ordenados por amigos del autor –rescatados así de la condena al olvido que recae usualmente sobre la escritura periodística–, lo que se inscribe en una antigua tradición «para los grandes textos», como recuerda en la pequeña obra maestra que es el prólogo su también amigo y admirador José Jiménez Lozano.

La edición ha sido cuidadosamente ilustrada por Jesús Marchante –de un modo perfectamente acorde con el espíritu geométrico que arde fríamente en estas líneas, y con la materia misma que en ellas es diseccionada– con trazos que evocan sin duda a Malévich, el pintor por excelencia de la Revolución de Octubre. Pero un Malévich distorsionado en rupturas fractales, en fuga hacia tecnológicas infinitudes e inficionado por una angustia y un vértigo que ya no son suprematistas, que nos disparan a los espacios abisales de Giorgio de Chirico y a las pesadillas del existencialismo. Como si Malévich hubiera vivido todo el corto, pero interminable siglo XX.

Lo que en estas páginas podemos encontrar no es ninguna sorpresa, incluso para quienes no leen habitualmente a Albiac. Encontramos a uno de los escasísimos pensadores españoles, capaz además de turbarnos con una esplendente belleza literaria. Una finura estilística más que rara, a veces casi hiriente, dirigida con demoledora eficacia a provocar el destello de la interrogación, que es la única raíz del pensamiento. Y para ello, claro es, ha de destruir la frágil trama de opiniones, creencias y mitos sobre la que erigimos la precaria arquitectura de nuestras vidas. Encontramos, en suma, el implacable dispositivo de guerra al que llamamos filosofía.

Los temas, seleccionados con gran acierto y admirablemente articulados, nos permiten apreciar el amplio horizonte de la escritura de Albiac desde que comenzase su colaboración en El Mundo a finales de la década de los ochenta. Por lo demás –también hay que decirlo– la oportunidad de contemplar su sugestiva panorámica es aún más gratificante en estos días, en los que la lucidez y el sentido elemental de la justicia sufren un agravamiento en su acostumbrada penuria.

¿Qué nos recuerdan estos textos filosóficos de Gabriel Albiac y por qué son hoy, más que nunca, imprescindibles? Ante todo que «para la propia salvación de la filosofía», por emplear la fórmula de Deleuze y Guattari, ésta no puede ser amiga del poder. Si hay un hilo conductor que atraviesa estas páginas de extremo a extremo es «la apología de la subversión, el empecinamiento en transformar el mundo; el rechazo, también, de cualquier complicidad con los que mandan», aprendizaje que el autor agradece a Sartre en memorable artículo. La ferocidad del análisis desgarra los entresijos del capitalismo, del Estado, de las supersticiones monoteístas, las variaciones siempre reiteradas –si bien siempre asombrosas en su desmesura– de la corrupción y lo siniestro. Otras veces, por contraste, nos recuerdan la sencillez del jardín de Epicuro y las maravillas que allí se esconden. Destacadamente que «todo placer es, por sí mismo, un bien», acompañándonos en el paisaje de las cosas que el escritor ama. El rock & roll, el cine, algunos rostros y poemas, los viejos libros que tan bien conoce, transfigurados por su palabra enamorada. Las pocas cosas que nos permiten soñar y por eso mismo nos mantienen vivos.

Muy poco puede echarse en falta en este excepcional trabajo recopilatorio de Mira, Marchante y Tortosa. Una producción tan dilatada como la de Albiac, sin embargo, no puede compendiarse en un pequeño volumen, lo que evidentemente no se pretendía. Es fácil darse cuenta en retrospectiva de que no figura ninguno de los abundantes, magistrales artículos dedicados a la defensa de Antonio Negri cuando casi nadie deseaba apoyar su causa fuera de España ni, menos aún, dentro de ella. Textos de los que algunos preferirían olvidarse ahora pero que, con esa obstinada resistencia de las cosas verdaderas, nos interrogan desde las hemerotecas. No es necesaria gran industria o molestia para encontrarlos ni remontarse apenas en el tiempo. Proporcionan, eso sí, grandes dosis de justicia poética, ya que tal vez no podamos aspirar a otra.

Pese a todo, no quisiera cerrar esta breve reseña sin referirme a una objeción –sería más preciso decir un reproche– que reiteradamente se ha formulado contra la obra de Albiac por parte de quienes se sitúan en las filas de determinada, presunta 'izquierda'. Es un reproche que se arroja también sobre la obra de algunos de los más ilustres pensadores contemporáneos, de los que el ejemplo de Foucault es acaso el más obvio. Fredric Jameson lo identificaba con sarcasmo hace unos diez años como una lógica basada en el principio «pierde el ganador», que tiende a claudicar de todo esfuerzo analítico por identificar y entender el sistema del dominio en los procesos de la sociedad contemporánea, ya que cuanto más poderosa es la visión teórica de los registros del sometimiento, más impotente llega el lector a sentirse. Se diría que –como afirmaba Jameson– en la medida en que la teoría gana, describiendo una maquinaria paulatinamente más cerrada y terrorífica, en ese mismo grado pierde, puesto que la capacidad crítica de su trabajo se ve paralizada y el empuje hacia la oposición, la rebeldía y la transformación social se percibe como lábil y vano frente al poder de intimidación del modelo teórico. ¿Habrá que reiterar de nuevo que Marx dedicó toda su vida al esfuerzo de desplegar esa analítica desde los únicos presupuestos posibles –los de la ciencia– aniquilando de raíz cualquier conato de mixtificación y autoengaño? ¿Es que ya no nos son familiares estas «bellas ilusiones», que tan vivamente rememoran las polémicas de Marx con Weitling y Proudhon? ¿Y no es en evitarlas en lo que consiste, precisamente, el mayor reto que se abre en estos días a nuestra inteligencia y a nuestro coraje? No es, pues, de extrañar que algunos de los críticos de Albiac vengan incluso a indignarse al discrepar de estas o aquellas posiciones políticas, al extremo de negarle la propia honestidad intelectual. Por mi parte, y dado que nunca he conocido a nadie con quien dejase de mantener determinadas discrepancias teóricas y –excuso decir– también políticas, no puedo sino hacerles llegar desde aquí mi más completa desconfianza.

En resumen, un libro muy hermoso publicado por la editorial Páginas de Espuma en el que no es el menor de sus encantos el inconfundible ars melancholiae de la voz de este gran escritor, su peculiar intensidad emocional teñida de una nostalgia que es un seguro antídoto del desánimo, porque surge de un deseo inextinguible de creación y de libertad.

 

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