Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 8 • octubre 2002 • página 11
Mandeville deslinda la ética de la política, lo que, junto con sus observaciones psicológicas, son elementos notablemente modernos. Establece relaciones entre el lenguaje hablado y el escrito, apuntando a la eliminación del contexto. Las críticas morales a Mandeville se debieron generalmente a criterios anquilosados y hasta hipócritas. Sí se pueden señalar sus limitaciones: creacionismo, sensorialismo y finalismo
Ética y política
Muchas personas piensan que es fundamental elegir políticos honrados. Mandeville dijo (pág. 122): «Pero lo que se atribuye a la virtud y honradez de los ministros se debe totalmente a los estrictos reglamentos relativos a la administración de la hacienda pública, de la que no les consiente desviarse su admirable forma de gobierno. No cabe duda que un hombre honrado puede contar con la palabra de otro si se ponen de acuerdo; pero toda una nación nunca debe confiar en la honradez de nadie, salvo cuando tiene por base la necesidad; porque siempre será infeliz y siempre precaria la organización de un pueblo cuyo bienestar depende de las virtudes y la conciencia de ministros y políticos.» Y en pág. 125 hace decir a Cleómenes: «(...) no hay mejor método que las leyes prudentes y sabias destinadas a guardar y mantener su constitución, estableciendo una forma tal de administración que la nación no resulte perjudicada por la falta de conocimiento o probidad de los ministros si alguno de ellos fuera menos capaz u honesto de lo deseable.»
Mandeville comprendió que la ética es individual, por lo que la política no debe apelar a la ética, sino a la organización, transparencia y control. Como dijo Karl Popper{23}: «La cuestión no es «¿Quien debe gobernar?» o «¿Quién ha de detentar el poder?» sino más bien «¿Cuánto poder se ha de otorgar al gobierno?» o quizá, más exactamente, «¿Cómo podemos crear las instituciones políticas de forma que incluso los gobernantes incompetentes o poco honestos no puedan causar mucho daño?». En otras palabras, el problema fundamental de la teoría política es el problema de los pesos y contrapesos, de las instituciones mediante las cuales puede controlarse el poder político, su arbitrariedad y abuso.»
Observaciones psicológicas
En pág. 398, Cleómenes dice: «(...) Más aún; creo que un caballero tan perfecto puede, a pesar de todo su conocimiento y grandes dotes, ignorar o por lo menos, no estar muy seguro de los motivos por los cuales obra.»
Es una observación muy moderna, que se generalizó recién en el siglo XX gracias a los descubrimientos de Freud. Lo mismo puede decirse de la afirmación de pág. 400: «Por lo tanto, la osada exploración del propio pecho es, sin duda, el empleo más horrible que de su entendimiento puede hacer un hombre cuyo máximo placer es admirarse secretamente a si mismo.»
En pág. 465 Horacio pregunta: «¿En qué parte del cerebro crees que está alojada el alma? ¿O crees que se halla difundida por todo el cuerpo?» La comprensión del concepto mente (que es lo que Mandeville llama «alma») sigue siendo un asunto no resuelto. Mandeville está al tanto de los avances intelectuales de su época, como muestra la alusión de Cleómenes a Locke (pág. 467): «El cerebro de un recién nacido es una charte blanche, y, como justamente has insinuado, no poseemos ideas que no sean debidas a nuestros sentidos.» También es consciente de la importancia de la socialización y de la estimulación oportuna para el desarrollo de funciones (lo que no es precisamente un apoyo a las ideas de Locke), como dice en pág. 484: «Los hombres se convierten en seres sociales viviendo juntos en sociedad (...) Esta falta de charlas y de excitación del espíritu infantil es frecuentemente la causa principal de una invencible estupidez e ignorancia cuando llegan a la edad adulta. Muchas veces atribuimos a la incapacidad natural lo que no es debido sino a descuido en esa instrucción temprana.» Y en pág. 485: «El habla es, asimismo, una característica de nuestra especie, pero nadie ha nacido con ella, y una docena de generaciones procedentes de dos salvajes no podrían producir ningún lenguaje tolerable, ni tenemos razón alguna para creer que podría enseñarse a hablar a un hombre después de los veinticinco años si nunca hubiera oído hablar a otros antes de esa época.» En pág. 494 parece evocar a San Agustín –«De manera que la debilidad de los miembros infantiles es inocente, no el ánimo de los niños»{24}–: «El deseo de dominio es una inevitable consecuencia del orgullo, común a todos los hombres y con el cual ha nacido tanto el rapaz de un salvaje como el hijo de un emperador.»
Lenguaje
Cleomenes dice en pág. 556: «El empleo del alfabeto ha debido de hacer progresar también mucho el lenguaje hablado, el cual tenía que ser hasta entonces harto estéril y precario.»
Naturalmente, el lenguaje hablado es tanto más antiguo que la escritura, que ésta puede considerarse muy reciente. El lenguaje escrito imitó al habla. Por eso es notable que Mandeville haya señalado la influencia inversa. Así como la falta de escritura estimuló el uso de la poesía rimada (como factor mnemotécnico), el lenguaje escrito estableció un orden que generalmente no tiene el hablado. Es similar al desarrollo del teatro y del cine, que comenzaron imitando la vida real y luego le ofrecieron pautas a seguir, además de crear sus propios lenguajes. El lenguaje escrito carece de los recursos del habla, como la entonación y la actitud corporal. Pero intenta reemplazarlos por signos, como las comillas o los diferentes tipos de letras. Lo curioso es que recientemente se ha puesto de moda imitar al lenguaje escrito en el habla; por ejemplo, decir una frase y entrecomillarla con movimientos de los dedos (o bien decir «entre comillas» o «entre paréntesis»).
Horacio pregunta (pág. 560): «Pero ¿por qué imaginas que los hombres siguen empleando los signos y gestos después de poder expresarse suficientemente mediante las palabras?». Y Cleómenes le contesta: «Porque los signos confirman las palabras tanto como las palabras los signos (...)».
En pág. 561, Horacio comenta: «Es divertido ver como se extralimitan en ellos los franceses y todavía más los portugueses. Frecuentemente me ha sorprendido ver las contorsiones del cuerpo y del rostro, así como las extrañas gesticulaciones con las manos y los pies, que hacen algunos de ellos en sus pláticas corrientes (...)» y Cleómenes señala que «(...) La misma debilidad del lenguaje puede ser mitigada por la fuerza de la elocución.»
Cleómenes opina que los refinadores del lenguaje son los componentes del Beau Monde; Horacio creía que ésta función correspondía a «los predicadores, los autores dramáticos, los oradores y los buenos escritores». Cleómenes le responde (pág. 563): «Todos ellos sacan el mayor provecho de lo que llega ya acuñado a sus manos, pero la verdadera y única casa de moneda de las palabras y las frases es la corte (...)». Llamar acuñar a conferir un significado novedoso a una palabra, se hace con tanta frecuencia que parece un modernismo: es interesante comprobar su uso por Mandeville en 1729. Pero tal vez aún más interesante es lo que dice en pág. 563: «Cuando un hombre tiene solamente que confiar en las palabras y el oyente no resulta afectado por la expresión de las mismas más de lo que le ocurriría al leerlas, tal hecho obligará infaliblemente a los hombres a buscar no solamente la lucidez y los pensamientos claros y vigorosos, sino también los términos de gran energía, la pureza de la dicción, la armonía del estilo y la abundancia y elegancia de las expresiones.»
Ernest Gellner{25} dice que la característica más importante de la sociedad moderna es «la naturaleza semántica del trabajo». Y lo que dice en la página siguiente, confirma que Mandeville había apuntado a un cambio muy importante en el habla: «En la comunicación estable, íntima y restringida de las subcomunidades agrarias, el contexto –la condición de los participantes, su tono, su expresión, su postura personal– probablemente era uno de los constituyentes más importantes de la determinación del significado. El contexto era, por decirlo así, el elemento principal. Sólo un pequeño número de especialistas –abogados, teólogos, burócratas– podían, de manera voluntaria o porque estaban capacitados para hacerlo, participar en una comunicación independiente del contexto. Para el resto de la población el contexto lo era todo. En la actualidad, este elemento ha quedado eliminado de buena parte del proceso de comunicación que constituye la vida laboral de los hombres.»
«La capacidad tanto de articular como de comprender mensajes independientes del contexto no resulta de fácil adquisición. Requiere escolarización, una prolongada escolarización.»
Ian Kershaw{26} cita al periodista William Shirer, quien observó a Hitler hablando al Reichstag el 19 de Julio de 1940: «He admirado a menudo su forma de utilizar las manos, que son un poco femeninas y muy artísticas. Esta noche las ha utilizado maravillosamente, parecía expresarse casi tanto con las manos (y el balanceo del cuerpo) como con las palabras y el uso de la voz.» Hitler se dirigía a grandes auditorios utilizando elementos de proximidad tribal, porque{27}: «Hay que repetir que el nacionalismo es un fenómeno de Geselschaft que utiliza un idioma de la Gemeinschaft; una sociedad anónima móvil que simula ser una acogedora comunidad cerrada.»
Críticas a Mandeville
Ha habido muchas. Los principales oponentes en su época fueron Hutcheson y Lord Shaftesbury. Para comprenderlas y ubicarse en el espíritu de la época, parece recomendable la lectura de «Pamela», de Samuel Richardson{28}, considerado aún hoy como uno de los padres de la novela moderna. Diderot escribió en 1761{29}:
«Pamela es una obra más sencilla, menos extensa, menos movida, ¿pero acusa menos genio? Pues bien, esas tres obras, de las cuales una sola bastaría para inmortalizarle, han sido hechas por un solo hombre. Desde que las conozco, ellas han sido mi piedra de toque; los que no gustan de ellas, para mi ya están juzgados. Jamás he hablado de ellas a una persona de mi estimación, sin temblar por miedo de que su juicio discrepara en tal cuestión del mío. Jamás he tropezado con alguno que compartiera mi entusiasmo sin sentir la tentación de estrecharlo en mis brazos y besarlo.» (Denis Diderot, Elogio de Richardson.)
Hoy este descomunal elogio resulta sorprendente por provenir nada menos que de Diderot. A los doce años, Pamela Andrews fue reclutada de su humilde hogar como criada de una dama aristocrática. Sólo tres años después, la dama murió. En ese breve período, Pamela aprendió a leer y escribir, bordar, tocar el clave, juegos de naipes, &c. Leyó muchísimo y adquirió lenguaje y modales versallescos. Además de su inteligencia excepcional, para lograr tales resultados, parece imprescindible que la dama se hubiera consagrado a la educación de la niña, renunciando a utilizarla como criada.
Muerta la señora, el amo pasó a ser su joven hijo, lo que desencadenó horrendos presentimientos a los progenitores:
«Pero lo que más nos inquieta es el temor que tenemos de que viéndote en ese estado, tan superior al de tu nacimiento, te dejes arrastrar a cometer alguna acción vergonzosa y criminal (...) Preferimos verte cubierta de andrajos, o acompañarte a la sepultura y llorar tu muerte, que oír que una hija nuestra prefirió las dádivas al pudor (...)» (Carta II).
«Ármate, hija mía, contra lo peor que te puede suceder; resuélvete a perder la vida antes que el honor.» (Carta VIII).
Al poco tiempo los presentimientos paternos se hicieron realidad. El amo intentó comprarla con dádivas, luego casarla con su secretario, y después simular una boda consigo mismo.
En la carta XXVII todavía escribe Pamela:
«¡Cuánto poder no tiene el mal ejemplo! Habéis de saber que los caballeros de estos contornos están casi tan corrompidos como mi amo y mutuamente se pervierten unos a otros».
Y en la 2ª parte, Continuación del diario, Sábado a mediodía: «Sólo a Dios dejo el cuidado de vengar cuando y como mejor le convenga, todo el mal que se me hace...» Y el Miércoles por la mañana:
«(...) me confesó que, efectivamente, había pensado seducirme por medio del matrimonio supuesto (...)».
Esta confesión, el haber sido secuestrada, la maldad e inmoralidad que hasta la fatiga reprochó a su amo, no le impidieron, una vez que éste apeló al casamiento como último recurso para lograrla, «(...) alabar y bendecir a aquella Providencia, que después de tantos rodeos, me ha conducido a la cima de mis aspiraciones, recompensándome con ello...» como confirma el marido el «Sábado por la mañana. Tercer día de mi feliz matrimonio»:
«Dios me ha dado muchas riquezas y mis posesiones están muy seguras y bien acondicionadas. Todos los años entra mucho dinero en mi tesorería, y tengo además impuestas sumas muy considerables en los fondos públicos de la corona y en otros no menos seguros; de modo que tu misma verás que lo que hasta aquí te he prometido no es nada comparado con la porción de bienes a los que tu misma tienes ya derecho como mi legítima esposa.» «En esta agradable conversación pasamos el tiempo (...)».
Agradable conversación para una mentalidad de caja registradora, de fulana que ejerce la antigua profesión para un cliente exclusivo; estrategia más rentable y más inmoral que la de la buscona tradicional. El lenguaje sigue siendo tan versallesco después como antes del matrimonio, que no parece haber sido más que una ceremonia. Habla de «unión de dos almas»; nada hace sospechar el menor acercamiento físico.
Pamela no sólo es «virtuosa», hermosa y habilidosa. Repetidamente Richardson hace alabar al lord y a otros personajes su bondad y generosidad. Ya vimos que era vengativa, Dios mediante (que existe en función de Pamela Andrews). En la carta XXXII dice: «Estoy persuadida de que rogaréis eficazmente por mi (...).» Pero veamos en la misma carta sus opiniones acerca de las pocas personas que ve:
«Si hubiérais visto con qué llaneza se acercó a mi la tal Jewkes y me besó, conoceríais al instante la ruindad de su carácter.(...) Es gorda, panzuda, rechoncha, asmática y tan fea que asusta... tiene un modo de mirar maligno, rayano en lo traidor; su cara es larga y aplastada, y por el color se diría que ha estado un mes en salmuera; me consta que es muy propensa a emborracharse (...).»
Y en la Continuación del diario, el Lunes por la mañana: «Si –dijo la pobre estúpida.» (refiriéndose a la criada Nanón). También se elogia reiteradamente a Juan Andrews, el padre de Pamela, como «uno de los hombres más honrados de Inglaterra». Veamos en qué consiste su honradez. Angustiado por la situación de su hija, camina toda la noche hasta la residencia del lord, ignorando la inminencia del matrimonio. Así relata el lord el encuentro con su futuro suegro:
«El pobre hombre está afligidísimo, porque teme que ella ha sido seducida; y es tal su honradez, que me ha asegurado que no la reconocerá como su hija si no conserva su inocencia».
Las opiniones de Diderot (el gigante de la Enciclopedia, el autor de la «Carta sobre los ciegos» y «El sobrino de Rameau») y la grotesca violación del significado de palabras como honradez, virtud, inocencia, &c., son una medida del grado y generalidad de la deformación mental que era a la vez causa y efecto del dominio de la mezquindad e hipocresía disfrazadas de religión.
Diderot fue un hombre recto y uno de los más inteligentes de su época. ¿Cómo podía adorar a Richardson? D.H. Lawrence consideró a Pamela una novela pornográfica. Pero en su época, al parecer, se consideraba axiomático que la mujer sólo podía perder la virginidad dentro de la institución del matrimonio, y que fuera de él, era el mayor deshonor imaginable. Era una cuestión normativa, no afectiva. Una mujer tenía pocas posibilidades de sobrevivir, y menos aún de lograr ascenso social, fuera del matrimonio. En estas circunstancias, y puesto que no se llegaba al matrimonio por motivos afectivos, no se consideraba inmoral hacerlo por interés. Pero aún en su época, Henry Fielding se burló de Pamela; hasta los criterios morales describen una campana de Gauss y aunque la moda varíe con la época, siempre hay unos pocos individuos que se alejan dos o tres sigmas (de un lado los retrógrados y del otro los que anticipan el futuro).
Como Mandeville tampoco compartía la hipocresía corriente de la época, muchos lo consideraban un cínico. Pero son los cambios de la realidad los que aparejan cambios en la moral. La mujer ganó su libertad cuando pudo trabajar. Y esto sucedió cuando el trabajo se volvió semántico: al desplazarse del músculo al cerebro, pudo competir con el hombre de igual a igual.
Rothbard{30} critica cruelmente un párrafo de Mandeville:
«Mandeville (1670-1733) no sólo defendió la importancia del lujo sino también del fraude, en tanto que aportan trabajo a los juristas, así como del hurto, por poseer la virtud de emplear a los cerrajeros. Y después, ahí está, en su Fable of the Bees, la clásica y estúpida defensa que Mandeville hace del Gran Incendio de Londres.» «El incendio de Londres fue una gran calamidad, pero si los carpinteros, los albañiles, herreros y todos, no sólo los que son contratados para la construcción de edificios sino de igual manera todos aquellos que fabrican y negocian con las manufacturas y otros bienes que se quemaron, y el resto de negocios que consiguieron una vez que estuviesen todos ocupados, votasen contra quienes perdieron por el fuego, las muestras de alegría igualarían, si no superarían, a los lamentos.» «El keynesianismo salido de madre; o mejor, llevado a su lógica conclusión.»
Pero el incendio de Londres (1666) exigió reconstruir la ciudad con ladrillos, debido a la escasez de madera. Con ello se evitaron incendios futuros, lo que permitió acumular capital (en lugar de quemarlo cada tantos años). Para la cocción de ladrillos hubo que utilizar hulla, por la misma razón, ganando una experiencia valiosísima para la inminente revolución industrial.
La Segunda Guerra Mundial fue terriblemente destructiva. Eso no implica negar que dio lugar al desarrollo del polietileno, radar, energía atómica, aviones a reacción, horno de microondas, oceanografía, informática, e indirectamente de los satélites, teléfonos móviles y comunicaciones vía satélite.
Nadie recomendaría incendiar ciudades ni desatar guerras para promover el progreso. Pero es indudable que junto a la destrucción, se aceleró el progreso técnico y científico (que en sus aplicaciones civiles serían consecuencias no buscadas). Y también es cierto que esto se asemeja a algunas declaraciones de Keynes, quien quería destacar que a veces conviene olvidar el equilibrio presupuestario en UN ejercicio (NO siempre!) para estimular la economía aumentando el gasto público.
Mandeville es finalista. En pág. 516 describe un león y dice que «es estúpido no ver en ello el propósito de la naturaleza y la sorprendente habilidad con que se ha formado esta criatura con fines de guerra ofensiva y de conquista.» También parece profesar el panteísmo recubierto casi siempre con terminología cristiana. Pero es sin duda creacionista; parte de una concepción estática de la naturaleza. En lo social enunció los factores motores de la evolución, pero a la vez mantiene una concepción estática. Así, escribe en pág. 125:
«(...) no sería tan difícil vivir sin dinero como sin pobres; porque, ¿quién haría entonces el trabajo? (...) pero el interés de las naciones ricas consiste en que la mayor parte de los pobres no puedan estar desocupados casi nunca, y que, sin embargo, gasten continuamente lo que ganen.» «(...) así, [los que se ganan la vida mediante el trabajo] no tienen nada que les impulse más que la satisfacción de sus necesidades, a las cuales es prudente aliviar, pero desatinado curar.»
Más allá de juzgar estas palabras como injustas (y las finales, además, cínicas) es obvio que Mandeville, aunque consciente de que la división del trabajo aumenta la productividad, postula la necesidad de pobres que trabajen. Si todos tuvieran un alto nivel de vida, nadie estaría inclinado a trabajar. En 1729 no podía prever la automatización, y que cambiaría la naturaleza del trabajo: al pasar de ser muscular a cerebral, podría despertar interés por si mismo, ser una vocación.
Notas
{23} Karl Popper, En busca de un mundo mejor, 1984. Editorial Paidos 1994, pág. 277.
{24} San Agustín, Confesiones. Apostolado Mariano 1964, pág. 18.
{25} Ernest Gellner, Nacionalismo, 1995. Editorial Destino S.A. 1998, pág. 58.
{26} Ian Kershaw, Hitler (2º tomo). Editorial Península 2000, pág. 305.
{27} Ernest Gellner, op.cit., pág. 133.
{28} Samuel Richardson, Pamela o la virtud recompensada. Editorial Planeta, 1984. La publicación forma parte de la colección «Grandes Novelas de Amor», al parecer sin ninguna intención irónica.
{29} Denis Diderot, Elogio de Richardson, Obras Escogidas. Editorial Garnier Hermanos, pág. 293.
{30} Rothbard, op.cit., pág. 463.