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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 8 • octubre 2002 • página 18
polémica

Sin amor y sin sentido indice de la polémica

Margarita Fernández García

A lo largo de la polémica sobre el amor la postura de la profesora Guerrero ha variado de tal forma que parece haber caído en el sinsentido

Sé que no he sido invitada a este banquete y pido disculpas por entrar en él casi a los postres y sin ningún presente a los anfitriones. Digo esto por que no es mucho lo que aportaré sobre el tema, únicamente la visión de alguien que ha seguido desde el inicio la polémica y que se ha quedado perpleja ante algo, que cuando menos, puedo calificar de incongruencia por parte de la profesora Guerrero.

En primer lugar, me gustaría explicar cual es mi posicionamiento, intentando no agotar al posible lector que ya estará tanto o más versado que yo en ella. Leí con gusto el artículo del profesor Tresguerres «Del amor», disfruté con su tono sarcástico y con esa verdad, tal vez terrible, que muchos hemos experimentado: la irracionalidad del amor y la pérdida que en muchos casos, no diré en todos, sentimos de nosotros mismos; pues, llegados al momento de rendir cuentas sobre lo sucedido, comprobamos que el tiempo ha transcurrido sin nuestra anuencia y que hay una parte de ese tiempo, que es nuestro tiempo, nuestra vida, que ya resulta irrecuperable para siempre. De la misma forma y con el mismo placer leí sus dos repuestas a la profesora Guerrero («Amor sin Metafísica» y «Amor sin pedagogía») en las que aparecía un detallado y profundo análisis del amor, que no se desviaba para nada de su idea original y en las que destruía todas las objeciones hechas por la profesora en sus dos réplicas («De los amores» y «Amor y Pedagogía»). Dicho esto, espero que quede claro que mi crítica va dirigida, no al profesor Tresguerres, sino a la profesora Guerrero, y que si me decido a realizarla es únicamente porque en su última respuesta («Polémica sin amor») no veo nada nuevo que pueda incitar al profesor de Oviedo a contestar otra vez.

Hablaba antes de la incongruencia de la profesora Guerrero que parece haber llegado a un límite casi absurdo en su último escrito, «Polémica sin amor» aparecido en el nº 7 del Catoblepas, pues nada hay en él de las primitivas ideas sobre el amor defendidas por ella con anterioridad. Creo que para cualquier lector esto es obvio. Además la profesora Guerrero nunca ha hecho frente a las críticas que se le han planteado, su estrategia ha sido el escudamiento en el malentendido y en «decir digo donde dije Diego». No me parece esta una postura coherente, más bien una cobardía. En su intento de achacar sus variaciones ideológicas a otra cosa que no sea ella misma, Atilana Guerrero ha utilizado todos los ardides posibles, desde olvidar cosas por ella escritas y que despues no parecían convenirle, pasando por citar constantemente a personas relevantes, no de forma muy acertada, para ocultarse tras ellos, hasta afirmar que no se la ha entendido porque no se ha sabido captar su ironía... ¿ironía?, yo desde luego nunca tildaría como irónica la forma de escribir de la profesora, más bien parece que habla desde las cumbres seguras y firmes de aquella que cree que sabe.

Como no me gusta hacer afirmaciones gratuitas, intentaré a continuación poner de relieve, utilizando los textos de su autora, las contradicciones en las que ha incurrido, las críticas a las que no ha contestado y los cambios que ha dado al término Amor del que en principio parecía estar tan segura (seguridad que la llevó a polemizar con el profesor Tresguerres). Para esta labor recurriré a las ideas centrales que han sustentado la discusión. Estas ideas serán:

Queda así el posible lector avisado de mis intenciones y juzgue él qué sentido o finalidad pudo tener esta polémica por parte de la profesora Guerrero, pues es algo que a mí se me escapa.

1. Del amor único y eterno como amor verdadero

Se quejaba en su artículo «Amor y Pedagogía» Atilana Guerrero de haber sido malinterpretada y haberse dado por supuestas algunas afirmaciones, como que el amor es único y eterno, que nunca fueron por ella defendidas; y de nuevo volvía a insistir en ello en el artículo «Polémica sin amor», donde dice: «Por lo pronto, el resumen que se realiza de mis tesis, si se puede hablar así, es bastante ajustado siempre que se rectifique la tendencia a adjudicarme posturas «límite» –«amor único y eterno», «reproducirse es un deber», «prohibida la separación de bienes»...– que concedo como propia del contraste argumentativo. Para que las palabras vuelvan a sus quicios bastará con que el lector valore la polémica en su conjunto».

Realmente, como a cualquier lector atento, esta queja me pareció improcedente y me llevó, tras releer su primer escrito, a la conclusión de que había en ella un no querer asumir lo dicho, simple y llanamente; pero las palabras quedan y podemos recurrir a ellas. En su primer artículo la profesora Guerrero, hablando por boca de Diotima, afirmaba que el amor es «el deseo de poseer siempre el bien y la acción especial en la que este deseo se manifiesta es en la 'procreación de la belleza' tanto según el cuerpo como según el alma». Supongo yo que el adverbio «siempre» significa de forma constante, en todo momento, en todo caso y de manera indefinida, y supongo también que entenderá la profesora Guerrero que esta manera indefinida significa perdurable hasta la muerte (que en el lenguaje vulgar en el que se escriben los mitos puede denominarse amor eterno). Esta caracterización del amor surge de su teoría de que el amor (eros) y el amor (filia) son una y la misma cosa, en contra de la opinión de Alfonso Tresguerres que afirmaba que son cosas distintas y diferenciadas, el primero correspondería a la fase de enamoramiento,pasión inicial en una relación amorosa que algunas veces puede desembocar en filia, pero otras muchas en olvido o en indiferencia.

Añadamos a esto que la profesora finaliza su artículo con la siguiente afirmación: «pero, tal amor al prójimo es absurdo, si a su vez, no se conjuga con criterios morales o atributivos que restrinjan el radio del amor a alguna persona en particular. . Es, en el fondo, contra lo que piensa Tresguerres, la mejor manera de no perder el tiempo». Pienso que considerar absurdo el amor que no se centra en una persona en particular quiere decir que éste sólo ha de tener un objeto único en su manifestación. Si a ello añadimos que el amor, como dice la profesora, ha de ser para siempre (de manera indefinida), la conclusión es que Atilana Guerrero nos propone una visión de éste como único y eterno. Eso sí, nos advierte muy seriamente que estas cualidades pertenecen al amor verdadero. Pero la confusión no termina aquí, sino que unos párrafos después de haber mostrado su indignación por haber sido mal interpretada, vuelve a la carga y nos dice que el amor puede ser considerado como una «sub specie aeternitatis» para pasar más tarde a afirmar que«la «pareja» que cuando se casa –o se «enamora»– comienza disponiendo los planes para cuando la relación se acabe, se puede decir que ya está muerta.» Esta afirmación sólo puede ser hecha por alguien que efectivamente ha idealizado el amor de tal forma que piensa que la equivocación es imposible, que el tomar precauciones por si el fracaso, que nadie quiere, llega (estoy hablando de separación de bienes –de qué otra cosa podía a ser–), es una especie de traición hacia el otro, una falta de confianza.

A pesar de este idealismo camuflado, no tiene empacho en dar consejos como los que le da al profesor de Oviedo en su primer artículo: «...paradójicamente Tresguerres utiliza: "doy siempre con la persona equivocada". En su lugar habría que decir: "me precipito"». Y es que Atilana Guerrero ve los fracasos amorosos de los otros como errores, como precipitaciones, debidos a la falta de reflexión que nos llevan a confundir el amor auténtico con no sé qué otra cosa. Pero, ¿cómo saber cuando el amor es auténtico? El sentimiento es subjetivo, nadie puede aleccionarnos ni presentar ante nuestros ojos el canon ideal por el que seamos conscientes de si estamos o no errados. La única forma de comprobación que tenemos es a posteriori, cuando la pasión inicial se ha transformado ya en frustración, acomodamiento u olvido, y, pensando sobre ello, nos confesamos nuestra ceguera. Además creo que la precipitación es una exigencia de ese estado de enamoramiento. La ansiedad por estar con el ser amado nos invade y nos ofusca, la adrenalina que corre por nuestras venas nos impulsa y asumimos riesgos de una forma loca y adictiva. Estas categorías de verdadero, o auténtico, y falso respecto al amor no me parecen demasiado pertinentes, ya que únicamente pueden ser confirmadas cuando el enamoramiento (amor) ha cristalizado, por los motivos que sea, bien en filia, bien en olvido. Bien es cierto que la profesora reconocerá en su segundo escrito (el mismo en el que rechaza la separación de bienes) esta realidad: que no sabemos previamente los resultados de nuestro quehacer amoroso, y también es cierto que éste será uno de los muchos cambios que tendrá su concepto del amor a lo largo de la polémica.

Existen aún otros puntos que quisiera tratar en este apartado, el de la sanción legal de amor y la visión de la libertad sexual como algo, cuanto menos, pernicioso, que la profesora Guerrero niega haber defendido. Pero, recapitulemos y veamos lo que le dice al profesor Tresguerres a propósito de las insinuaciones de éste sobre el parecido de la teoría expuesta por ella y la de la Iglesia Católica. Dice Atilana Guerrero en «Amor y Pedagogía»: «Con todo, la Iglesia, Tresguerres y yo somos los tres vértices de un triángulo que pueden asociarse dos a dos frente al tercero. Del siguiente modo: prefiero que, amparado en fundamentos metafísicos, alguien cumpla con un deber moral o ético o jurídico de una sociedad dada, a aquel que, por criticar, con toda razón, semejantes fundamentos, no cumpla con dichos deberes objetivos, para cuyo incumplimiento no tiene, además, razones, ni metafísicas, ni materialistas o críticas». ¿A qué deber se refiere la profesora? Dentro del contexto en el que nos estamos moviendo, «moral o ético» (no hace ninguna diferencia entre ellos) «o jurídico», solamente puede tratarse de una sanción proveniente de la sociedad, y esta sanción es tomada como un deber que ha de ser cumplido aunque este basado en fundamentos metafísicos. Por otro lado, la separación que hace entre el amor verdadero y la sexualidad libre me resulta una dogmatización del amor como idea-fuerza. El trasnochado texto de Lenin en el que la sexualidad aparece dibujada como algo denigrante para la persona («beber en un charco enfangado»), parece llevarnos más a una visión de la naturaleza humana como llamada a la castidad casi angelical, que a una visión integral de ésta. Si a todo esto añadimos la visión dualista platónica y cristiana sobre el hombre, podemos darnos cuenta de donde proviene la postura idealista de Atilana Guerrero. La sexualidad no es un apartado distinto al ser mismo de la persona, por mucho que siglos de oscurantismo religioso nos lo hayan presentado como algo por lo que debíamos de sufrir castigo y mostrar arrepentimiento. Además por medio de la sexualidad encontramos la mayor parte de las veces la recompensa del cariño, que no es poco, y en algunas ocasiones incluso el amor sin connotaciones idealistas.

Con todo lo argumentado anteriormente discernimos en la profesora Guerrero una visión moralista y decimonónica del amor, totalmente metafísica e idealista. Y es que aunque la profesora Guerrero grite enfadada que sus tesis se basan en el materialismo filosófico, nada de lo por ella escrito parece confirmarlo. Realmente Gustavo Bueno ha dotado a la filosofía de un excelente instrumento de trabajo, pero no nos equivoquemos Atilana Guerrero no es Gustavo Bueno, ni el uso, algunas veces de forma totalmente incorrecta, de los términos acuñados por aquel garantiza en modo alguno los razonamientos de ésta.

2. La desmitificación del amor

Tras haber perfilado las características del amor en su artículo «De los amores» (único y perdurable por ser el amor auténtico), la profesora Guerrero nos dice con toda seriedad en «Amor y Pedagogía» que ella ha intentado en todo momento desmitificar la idea-fuerza del amor, destruyéndola con su argumentación (es de suponer que en el primer artículo), y que para su propio disgusto se vio decepcionada por el profesor Tresguerres ya que éste había hecho un dogma del mito (desmitificación ascendente). Menos mal que la profesora Guerrero nos aclara que ella está intentando desmitificar la idea del amor. Confieso que si ella no llega a afirmarlo tan tajantemente, mi simpleza mental no lo hubiese descubierto. En su último escrito «Polémica sin amor» dice: «la desmitificación que ejerzo consiste en eliminar el carácter irracional o místico con que se quiere envolver a las relaciones de amor en nuestro presente social –no tanto en la postura de Tresguerres, que opta por el biologicismo, probablemente como rechazo de lo mismo–, «rebajándolas» a ser un tipo de amistad entre otras.» Pero, de qué tipo de desmitificación nos habla la profesora. Somos ya suficientemente adultos, socialmente, como para discernir entre la amistad, ligada o no al sexo, y el amor. ¿Reconocerá ahora Atilana Guerrero que el amor y los amores son cosas diferentes, cosa que negaba a capa y espada? ¿No es absurdo que su intento de desmitificación vaya dirigido a los amores, amistades con sexo, y no a la idea-fuerza del amor?

Supongo que en esto del amor o de los amores cada uno habla de la feria según le ha ido en ella. Desgraciadamente somos muchos más los que regresamos de la feria con el ánimo por el suelo, renegando de nuestra suerte mientras miramos el saldo emocional de nuestros bolsillos marcando números rojos, que los que regresan de ella por un camino de flores abrazados a ese ser maravilloso que colma y calma todos sus anhelos. Prueba tangible de ello es que en el bagaje de la mayoría de las personas no existe un amor, sino varios y, además, acompañados de sus respectivos fracasos. Pero la profesora Guerrero continúa afirmando lo contrario, y ¿no es eso otra cosa que fortalecer el mito del amor? ó ¿es tan ingenua que piensa que reafirmando las tesis trasnochadas del amor romántico está destruyendo el mito? Dice que la teoría de Alfonso Tresguerres es metafísica por incluir como elemento importante dentro de la atracción amorosa factores etológicos, y no es capaz de analizar la profunda dogmatización que hace del concepto amor al tomar un punto de vista totalmente idealista, más de acuerdo con la idea-fuerza del amor que lo que ella misma puede sospechar. Desde mi punto de vista para desmitificar el amor sólo necesitamos vivir, más que teorizar, y reflexionar sobre lo vivido.

Nos han dormido con sueños de príncipes y amores más allá de la muerte, con medias naranjas que encajan en nuestras expectativas, con un ser predestinado para cada uno de nosotros, que, perdidos en la vida, hemos de buscar porque nos está esperando en una esquina cualquiera. Pero crecemos y toda esa real patulea de príncipes y princesas se queda convertida en el currante con el mono lleno de grasa o en la desconocida que nos espera tras la puerta bata de guatiné en ristre; la muerte es sólo eso, sin más romanticismos; nuestra media naranja ha exprimido nuestro jugo y nos ha tirado al cubo de la basura; y, para colmo de males, solemos ser tan despistados que lo único que encontramos a la vuelta de la esquina es al vendedor de la ONCE. ¿Qué nos queda?..., resignarnos, comprar ese cupón que nunca nos toca e intentar hacer más llevadera nuestra soledad.

Soy de las que piensan que esto del amor mas que una cuestión teórica, rayana a lo sublime, es una cuestión práctica, cotidiana, observable, a poco avispados que seamos, en actitudes, comportamientos, datos e historias que pululan a nuestro alrededor: estadísticas de divorcio con tasas en alza, múltiples relaciones rotas no plasmadas en papeles, relaciones acabadas apenas han comenzado, otras que no acaban por miedo, aquellas que no se inician por conformidad. La estadística no lo abarca todo, hay más lágrimas vertidas en nombre del amor o de los amores que lo que sus fríos números reflejan, ya que para ella no cuentan los fracasos de mi vecina del bajo ni los míos propios. No es el marujeo ni el chismorreo quien nos informa, es la vida misma la que día a día nos da una bofetada tras otra y hace tambalearse nuestros sueños del gran amor, la que nos hace pasarle por el hombro la mano a una amiga que llora su vacío triste, la que nos hace bajar la cabeza avergonzados cuando vemos la traición en aquellos que nos habían servido de ejemplos para seguir creyendo en nuestro maravilloso cuento de hadas.

Nos hablaba, la profesora Guerrero en su escrito, transcendiendo este espacio de cotidianeidad en el que yo me muevo y su discurso parecía surgir de la misma boca de Diotima de Mantinea. Hermosas palabras las de Platón, metafísica pura, cuentos de filósofos pero cuentos al cabo para seguir acunando nuestro engaño, nuestra ansia terrible de huir de la soledad. ¿Siguió Platón sus propios consejos? ¿Disfrutó de ese amor con mayúsculas o su corazón sufrió, igual que el nuestro, ante la negativa de un cuerpo que nos rechaza? Teorizar sobre el amor es fácil, vivirlo resulta más complicado, porque el amor no es fruto de la voluntad, a ésta apenas le quedan fuerzas para poder recomponernos una vez hemos admitido nuestra equivocación respecto al objeto en el que habíamos volcado nuestra pasión. El amor, enamoramiento, es la forma más irracional y quizá más fuerte de nuestras emociones, y sospecho que es en este punto donde reside la magia que a todos nos a subyugado alguna vez, haciéndonos sentir ridículamente únicos, insospechadamente felices, paradójicamente otros, nuevos para nosotros mismos, descubiertos y salvados por los ojos del amado. Nuestro error reside en pedirle peras al olmo y pensar que tan delirante situación puede permanecer eternamente.

3. La evolución como hipótesis metafísica

En «Amor y Pedagogía» la profesora Guerrero nos expone su postura sobre el matrimonio, diferenciándola de las teorías metafísicas de la Iglesia Católica y del profesor Tresguerres. Pero ¿por qué es metafísica la teoría del amor del profesor de Oviedo?... pues por tomar en consideración la teoría evolutiva y afirmar que la etología tiene que estar implicada no sólo en la antropología, sino también en la filosofía si queremos que sea seria. Y no es que el profesor promueva una postura de reduccionismo etológico, simplemente afirma que este no puede dejar de ser tenido en cuenta. Pero veamos lo que dice Atilana Guerrero: «Yo, en cambio, a diferencia de ambos, sitúo en las operaciones normativizadas de los sujetos operatorios insertos en un mundo «en marcha» civilizado la causa de que esta institución se mantenga, que tiene, por cierto, tanto de institución económica como de política, ética o moral. Incluso también hay una fuerza superior a la que el profesor de Oviedo apela para explicarla, como es la de la selección natural, en funciones muy parecidas a las del genio maligno que, artero y engañador, nos hace «enamorarnos» para cumplir su misión: la reproducción ¿No es esto metafísico?».

Quisiera hacer dos objeciones que me parecen fundamentales. La primera es que Atilana, escudándose en un texto de Gustavo Bueno que poco o nada tiene que ver con el asunto tratado, llega a la sorprendente conclusión de que el profesor Tresguerres profesa un positivismo moral. La extrapolación no puede ser más absurda, como le contesta éste en su réplica: «Por último... la profesora Guerrero se atreve con un nuevo diagnóstico: ella estaría ejercitando el materialismo formalista, en tanto que mis posiciones habría que encuadrarlas en el positivismo moral. Pero, ¿a qué se refiere? ¿Está hablando de ética y moral, en general, o del amor y el matrimonio? Si lo primero, su diagnóstico me parece tan ridículo y gratuito como improcedente y fuera de lugar; y si lo segundo...¿Acaso porque considera que mi concepción del amor presenta una filiación científico-positiva (biológica), concluye que, por tanto, es también positiva desde el punto de vista moral, siendo el positivismo moral el lugar propio donde corresponde situarla?»

En segundo lugar, puedo decir que no comprendo qué tiene de metafísica la selección natural, el conocimiento científico es totalmente opuesto a la metafísica a no ser que caiga en un reduccionismo tal que los fenómenos estudiados sean tenidos como único referente, sin otro tipo de contextualización; pero este no es el caso del profesor, que desde su primer escrito ha tenido en cuenta otros factores. Creo que la única postura reduccionista durante la polémica ha sido la de Atilana Guerrero, que parece prescindir de los factores biológicos del amor (enamoramiento).

Hoy en día no podemos olvidar que eso que llamamos enamoramiento tiene una base química. H.L. Mencken describe esta situación como «simple estado de anestesia de los sentidos» producido por lo que se ha dado en llamar química del amor. Podemos decir que en el trance de enamorarnos pasamos a un estado de ánimo, no voluntario, que provoca actitudes sobradamente descritas (euforia, alegría, atolondramiento...); pero ¿qué es lo que causa tales sensaciones?, pues algo tan simple como una molécula: la feniletilamina (FEA). Es ésta una anfetamina natural que corre por nuestro cerebro revolucionándolo y acelerándolo. No estoy con esto afirmando que este enamoramiento químico sea el único causante de lo que denominamos amor, existen, así mismo, rasgos culturales, aprendizajes realizados, expectativas sociales que influyen igualmente. Podemos citar como ejemplo la teoría de los «mapas del amor» de sexólogo John Money. Según Money durante nuestra infancia construimos un mapa mental que determinara aquello que hará que nos enamoremos e incluso lo que nos excitará sexualmente. Este mapa mental se desarrolla a partir de asociaciones y relaciones con la familia, los amigos y las experiencias fortuitas. Ciertos rasgos de personalidad de aquellos con los que tratamos nos resultarán más atractivos que otros y poco a poco iremos formando un modelo en nuestra mente, un molde subliminal de aquello que nos atrae o nos produce rechazo. Este mapa toma la forma de una protoimagen de la pareja ideal, de tal forma que mucho antes de que el amor de nuestra vida pase a nuestro lado, nosotros hemos elaborado ya las características ideales de esa persona. Armados con nuestro ideal nos lanzamos a la calle y, de pronto, bajo la tenue luz de una farola descubrimos una mancha amorosa que encaja con algunas de las características tan afanosa como inconscientemente elaboradas, y proyectamos sobre ella el propio mapa del amor. Claro está que normalmente es mucho más lo que cada uno de nosotros proyectamos de esa imagen que la correspondencia real entre el objeto del amor real y el ideal, y por ello no es de extrañar que a la larga nos sintamos defraudados, engañados, cuando en realidad ha sido una especie de autoengaño que nosotros mismos hemos originado.

Pero no acaba aquí la incoherencia de la profesora Guerrero, en su último escrito «Polémica sin amor» parece cambiar su postura y nos informa de lo siguiente: «Formalmente, mi propuesta es una reconstrucción de la elaborada por Tresguerres ante los mismos «hechos» que este presenta, de los cuales nada tengo que decir, salvo que son una «experiencia antropológica» de todos conocida: me refiero a eso que llamamos «enamoramiento» como «imbecilidad transitoria», en palabras de Ortega; «afecciones exteriores del cuerpo que acompañan a los afectos», según Espinosa, &c., y cuya escala no es la de la filosofía moral sino la de la psicología o etología.» Tiene razón la profesora, el tema fue tratado por su interlocutor siempre desde el punto de vista de la antropología filosófica y fue ella la que introdujo de una forma totalmente descontextualizada la perspectiva ética, de la que hablaremos en el siguiente capítulo. Aparte de esto ¿llama Atilana Guerrero reconstrucción de una teoría al tildarla de metafísica, como previamente hizo?.. más bien pienso que es, como muchas veces ha hecho a lo largo de esta polémica, un no querer asumir las críticas para lo que cambia argumentaciones anteriores pretendiendo que no fueron bien entendidas.

Pero volviendo al punto anterior (química/ambiente), tengo que reconocer mi ignorancia para saber en qué medida son los unos (factores biológicos) o los otros (factores sociales) los responsables del amor, pero si afirmo que ninguno de ellos anula o determina nuestra libertad, y entramos aquí en la segunda parte de este capítulo.

Podemos decir que con anterioridad el tema de la libertad no había aparecido en la polémica, salvo en la afirmación realizada por el profesor Tresguerres de que no elegimos de quien nos enamoramos, que amar o dejar de amar no son fenómenos de la voluntad. Pero la profesora Guerrero tiene a bien informarnos ampliamente sobre la libertad en su segundo escrito «Amor y Pedagogía», donde nos dice que la introducción de elementos químico-biológicos en el tema del amor, lleva a la no asunción de responsabilidad en nuestras acciones escudados por «la voz del instinto», y escribe: «Yo, por mi parte, me niego en rotundo a aceptar la existencia de semejante «fuerza arrebatadora» que interrumpe la racionalidad de nuestras operaciones y permite a quien la invoca, por un fenómeno de la falsa conciencia, justificar la irresponsabilidad en segmentos de la vida personal tan importantes y decisivos como aquellos que tienen que ver con la constitución de la familia (....). Ahora bien, aceptar, desde una filosofía materialista, que la «irracionalidad» –sea esta propiciada por la Selección Natural o por las Erinias–, nos «somete» en sucesivos segmentos de nuestra trayectoria vital, es tanto como considerar las operaciones por dicha fuerza impulsadas al margen de la praxis personal. Las consecuencias que se deducen son tales que mejor será rechazar dicho supuesto.»

La respuesta del profesor Tresguerres («Amor sin Pedagogía») fue de un peso y un razonamiento tan fuerte y justificado, que la profesora Guerrero no volvió a mencionar el tema de la libertad, como si de un olvido sin trascendencia se tratase. Parece que Atilana Guerrero «olvida» muchas de las cosas a las que no sabe hacer frente y me gustaría recordarle una de sus frases, que ella aplicó al error moral, pero que yo la interpreto aquí de una forma más general: «"Equivocarse" implica rectificación, pero si abandonamos a la "irracionalidad" o el capricho nuestras acciones ni siquiera tendremos "derecho" a decir que nos equivocamos.»

4. La distinción ética moral

En el primero de sus artículos la profesora Guerrero intenta una traducción de las relaciones éticas y morales al lenguaje platónico, haciendo corresponder con las relaciones éticas el «amor según el cuerpo» y a las relaciones morales, el «amor según el alma». Nos precisa estos conceptos en el siguiente párrafo: «El «amor ético» consistiría en un tipo de relación mantenida con un individuo corpóreo en tanto que, además del beneficio mutuo por la convivencia, tiene como rasgo propio la generación de nuevos sujetos corpóreos, constituyéndose como «familia». El que llamamos «amor moral» se entiende como el que se establece entre los camaradas o compañeros, así como el que une a profesor y alumno en la medida en que su asociación está destinada a la futura inclusión del pupilo en algún grupo social que forme parte del Estado o como miembro del propio grupo que es el Estado o sociedad política.»

La contrarreplica del profesor Tresguerres, auténtica lección de materialismo filosófico, no se hizo esperar. La diferencia ética y moral reside en que en la primera se establecen relaciones entre individuos en tanto que individuos particulares, y en la segunda estas relaciones son entre individuos en tanto que miembros de una sociedad. Así, pues, el problema reside en lo que la profesora Guerrero entienda por «amor según el cuerpo» o «amor ético», si por él entiende el amor físico, sexual, entonces solamente correspondería a los amantes, y quedarían excluidas de este ámbito otras relaciones de amor como pueden ser la amistad o el amor entre los miembros de la familia, que son relaciones corpóreas y profundamente éticas, lo cual es totalmente incongruente; si por el contrario entiende por «amor según el cuerpo» cualquier tipo de relación corpórea, no sólo la sexual, caería nuevamente en la incongruencia, ya que la clase de «amor según el alma» o «amor moral» quedaría absolutamente vacía porque todas nuestras relaciones son relaciones corpóreas.

Nos dice el profesor de Oviedo que, aunque afecciones distintas, amor, amores y amistad son relaciones éticas (relaciones entre individuos en tanto que individuos) y que lo que la profesora Guerrero denomina «amor moral» solamente tiene cabida en una concepción del amor no tratada hasta este momento, el amor como ágape, es decir, como benevolencia y caridad que se extiende a los miembros de un grupo, no tanto como individuos, sino como miembros de una comunidad.

Con toda sinceridad puedo decir que tras esta crítica a Atilana Guerrero esperaba de ella al menos una rectificación, pero para mi sorpresa ésta nunca se produjo. Su segundo artículo nada dice sobre este tema, que será retomado en el tercero y por ahora último, «Polémica sin amor». Veamos a continuación lo que nos dice en él atraves de los textos: «Ya sé que, hasta cierto punto, llevo la contraria al español que usamos y para el cual amor y amistad son dos instituciones distintas.(...) ¿Dónde está el problema? Yo no identifico o superpongo el amor «según el cuerpo» o «sexual» con el ámbito ético, sino que digo que cae dentro de este ámbito, además de, por supuesto, muchos otros «amores» aparte del sexual: fraterno, paterno, &c. En general, las relaciones familiares son éticas, pero habría más –recuerdo la definición de la medicina de Platón como «el amor a las cosas del cuerpo». Me parece que el error de Tresguerres reside en que cree que yo digo que sólo es ético el amor sexual, cuando lo que afirmo es lo contrario: que si es sexual, es amor ético. Ambos amores o amistades éticas y morales (me da igual el nombre con tal de que se entienda el concepto) son disociables, pero inseparables existencialmente.»

¿Qué decir ante esto? Como observadora de la polémica opino que es una táctica ruin el no saber aceptar los propios errores y el mentir sobre lo que se ha dicho (como si los lectores fuésemos tontos) de forma tan descarada. Una y otra vez la profesora Guerrero no argumenta, sólo reforma sus respuestas, eliminando e introduciendo en ellas aquello que se le antoja más pertinente para mantener, no sus tesis, sino la sensación de sentirse como la sabia vencedora. Al principio me preguntaba por qué esta polémica, qué finalidad ha tenido... y sigo sin poder alcanzar una respuesta.

Yo no soy pródiga en citas, como se puede comprobar a lo largo de mi escrito, pero si me gustaría finalizar con una de Platón en El Banquete: «Pues he aquí lo que sucede: ninguno de los dioses filosofa ni desea hacerse sabio, porque ya lo es, ni filosofa todo aquel que sea sabio. Pero a su vez los ignorantes ni filosofan ni desean hacerse sabios, pues en esto estriba el mal de la ignorancia: en no ser ni noble, ni bueno, ni sabio y tener la ilusión de serlo en grado suficiente. Así, el que no cree estar falto de nada no siente deseo de lo que no cree necesitar.»

 

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