Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 8 • octubre 2002 • página 21
Se revisa la influencia de las ideologías marcusianas
en pretéritas rebeliones juveniles
El filósofo de la rebeldía juvenil
Jürgen Habermas, en vísperas del septuagésimo cumpleaños de Herbert Marcuse, calificó a su colega como «maestro celebrado de la Nueva Izquierda» y como «el filósofo de la rebelión juvenil»{1}. Refrendando ambas filiaciones nos detendremos en analizar la segunda caracterización. Previamente se bosquejará el encuadre marcusiano dentro del cual se inserta nuestra temática específica.
Marcuse se rehúsa a ver la filosofía como un ejercicio intelectual o justificativo ideológico que permite jugar con los dados cargados. Tampoco admite la sado-masoquista tradición occidental donde dicho saber tiende a hundirse en la desdicha. Ya desde sus primeros escritos sostiene que la filosofía posee la misión concreta de defender la existencia amenazada por un capitalismo alienante y deshumanizador cuya superación exige la transformación social. La filosofía, como pensamiento crítico, debe abocarse a rescatar la sensibilidad y a desenmascarar el discurso ilusorio de la soberanía popular. Frente a la cultura del poder, donde las necesidades colectivas están dislocadas por los grupos dominantes, se trata de acceder realmente a otro escalón civilizatorio donde no abunde la agresividad, la explotación y las privaciones mundanas. Se cuestiona el credo moderno del progreso como conquista de la naturaleza, como postergación de satisfacciones y como un crecimiento material desprovisto de moralidad. El ideario liberal –de la libertad, la igualdad y la justicia ecuménicas– resulta impracticable tanto dentro del capitalismo, con una clase dueña de la producción, como en un régimen que condena una teoría comprobada científicamente si parece nociva para la ética comunista, sustitutiva así de la religión. Sólo resta transitar entonces el arduo sendero de la sublevación, una vía plagada de grandes adversarios al servicio del statu quo: desde las corporaciones monopólicas y los partidos políticos unificados hasta la burocracia sindical y las mismas masas sojuzgadas. El escollo por antonomasia en el proceso de liberación no reside tanto para Marcuse en la potencia del imperialismo para establecer gobiernos dictatoriales en el exterior y para tratar a sus minorías internas como ciudadanos de tercera sino en la fuerza engañosa de la sociedad industrial que idolatra él éxito y la eficacia, convierte todo en mercancía y hace imprescindible lo superfluo: en pocas palabras, que la gente encuentre «su alma en su automóvil».{2}
Marcuse fue mitigando las dificultades que creyó hallar para revertir el conformismo o el disciplinamiento y redobló en cambio su apuesta por la insurgencia tras el estimulante signo histórico de pueblos empobrecidos como el vietnamita midiéndose con una terrible máquina de aniquilamiento, sin descartar tampoco la emergente resistencia obrera en varios países europeos. La transformación radical del capitalismo y el quiebre de la voluntad colonialista en las metrópolis puede llevarse a cabo solamente bajo una confluencia multisectorial que permita convertir la esperanza en realidad. En El fin de la utopía, donde Marcuse enuncia la posibilidad objetiva de eliminar el estado de enajenación, se hace hincapié en los nuevos sujetos sociales opuestos al establishment que son capaces de provocar el Gran Rechazo y configurar un síndrome virtualmente revolucionario: por una parte, los mas expoliados, compuestos por guetos y minorías étnicas en países como Estados Unidos, junto a los movimientos independentistas del Tercer Mundo –un proletariado distinto y seriamente amenazante–, donde la revolución social coincide con la liberación nacional. Por otro lado, un polo opuesto privilegiado que se erige en la conciencia más avanzada dentro del sistema capitalista tardío: la elite intelectual de los técnicos y científicos sumados a la juventud estudiantil. Una conjunción de fuerzas aptas para precipitar la crisis del capitalismo, a las cuales puede añadírseles –como sugiere Marcuse en su nota sobre «La obsolescencia del marxismo»– un movimiento obrero diferente con estrategia combativa y las sociedades comunistas que en colisión con dicho sistema.
Uno de los primeros e inadvertidos pasajes de la obra marcusiana donde se menciona la cuestión que nos preocupa se encuentra en su artículo de 1959 sobre la ideología glorificadora de la muerte como un inveterado leit motiv filosófico que conlleva la aceptación del orden político y una imagen de la felicidad concebida en términos de autonegación. Dicha exaltación de la muerte como vida verdadera supone una traición a los sueños juveniles que representan a la otra mitad decisiva de la historia asumida por quienes ejercen la protesta ante la carencia de poder. Cinco años más tarde hallamos sendos pasajes incidentales sobre el mismo particular. Uno de ellos, en el prólogo a Cultura y sociedad, donde se recogen antiguos escritos marcusianos, su autor, al referirse al agotamiento de las fuerzas europeas que pudieran vencer la inhumanidad, sostiene que las canciones de la guerra civil española constituían para la juventud de entonces «los únicos destellos que han quedado de una revolución posible».{3} En la otra cita, formulada durante la exposición sobre el socialismo en el mundo desarrollado –durante un seminario yugoslavo de estudios marxistas–, se recupera el papel revolucionario que jugaban los estudiantes en países como Vietnam y Corea del Sur. Finalmente, en el llamado prefacio político a la nueva edición de Eros y civilización (1966), Marcuse remarca la función opositora de los jóvenes, como naturalmente inclinados a ocupar «la primera fila de los que luchan y mueren por Eros contra la muerte».{4}
Julio de 1967 representa un punto crucial en los planteos alusivos de Marcuse, quien participa para esa época de dos reuniones claves: el congreso internacional sobre Dialéctica de la Liberación –celebrado en Londres con intervención de diversos sectores contraculturales y activistas de la Nueva Izquierda– junto a la serie de charlas mantenidas con los alumnos de la Universidad Libre de Berlín que dieron lugar a la publicación de un libro ad hoc, El fin de la utopía, donde aquellos debates quedaron registradas. En la primera ocasión alude específicamente al hipismo como un movimiento no conformista de izquierda que ha producido una auténtica transvaloración en el plano sexual, ético y político; mientras que la obra nombrada introduce con mayor énfasis el movimiento estudiantil norteamericano y deplora sus escasas relaciones internacionales. A partir de la guerra de Vietnam, dicho movimiento capta en profundidad los designios imperialistas y, en medio de fuertes enfrentamientos policiales, se lanza a la titánica tarea de concientizar políticamente a la población más pobre, a trabajar en una teoría crítica de la mutación social, a reformar doctrinaria y curricularmente la universidad para alejarla de su misión reproductora al servicio del mercado.
A la luz de la creciente rebelión juvenil de los '60, aumentan las consideraciones en torno a ese fenómeno por parte de Herbert Marcuse, que pasa a erigirse en un referente insoslayable para los medios de comunicación y para el estudiantado en sí mismo. Sin embargo, antes del mayo francés la apuesta marcusiana por el poder estudiantil no resulta de tanto voltaje como después de concluido ese magno evento. Durante su alocución para la UNESCO en el sesquicentenario de Marx (11-5-68), si bien el estudiantado, junto con los marginales y los negros, cuenta con una aptitud especial para romper con el capitalismo en el Primer Mundo, su acción resulta sumamente limitada porque el proletariado se ha ido integrando al sistema hasta perder su capacidad revolucionaria. Por otra parte, los estudiantes, según aparecen en el ensayo sobre la agresión en la sociedad opulenta, pese a su prédica pacifista resultan descalificados por la opinión pública como pendencieros y vagabundos.
Mayo del 68 y sus secuelas representan un parteaguas en las apreciaciones marcusianas, tan ligadas a la dinámica histórica. El entusiasmo de Marcuse por las convulsiones parisinas se tradujo en un extenso coloquio que mantuvo con su alumnado californiano de cara al acontecer en cuestión, interpretado como una campaña para trastocar estructuras académicas obsoletas que terminó por convertirse en un espontáneo movimiento de masas contra todo el establishment socio-cultural y bajo la ostensible conducción estudiantil. En su reexamen al concepto de revolución, Marcuse evocaría la importancia de tales episodios porque debilitaron al sindicalismo conciliador y permitieron forjar una nueva alianza con la clase obrera. Posteriormente, aquél confesará que el mayo francés vino a acreditar una hipótesis suya acerca de que el movimiento estudiantil no reflejaba un mero conflicto generacional sino que poseía ingredientes políticos más fuertes que los de cualquier otro sector social, al punto de inducir a la huelga a diez millones de trabajadores. En suma, que las jornadas del 68 simbolizaron una fecunda expresión en la disputa con el capitalismo, donde se conjugó a Marx y Breton, dándosele cabida a la razón estética y al socialismo como un modus vivendi cualitativamente diferenciado.
Sucesivas declaraciones periodísticas exaltarán la figura del joven rebelde como un nuevo tipo adánico dispuesto a sacrificar visceralmente muchos intereses materiales en defensa de los pueblos avasallados. Además de responder a la violencia institucionalizada, a la explotación, a la competencia brutal y a una moral hipócrita, las vanguardias estudiantiles tienden a establecer una propedéutica hacia el socialismo sin métodos stalinianos y a tomar en serio el principio democrático de la autodeterminación. En los países dependientes se apunta a derrocar gobiernos corruptos mantenidos por las metrópolis. En definitiva, los estudiantes en su accionar no hacen más que aplicar lo que les enseñaron en abstracto y como algo intrínseco a los valores occidentales, v.gr., la supremacía del derecho inalienable de la resistencia contra la tiranía y las autoridades ilegítimas. Es una praxis que se realiza fuera de las falsas organizaciones partidarias tradicionales y en ciertos casos desempeñando un rol anticipatorio semejante al que cumplieron los intelectuales del siglo de las luces en vísperas de la Revolución Francesa.
En una época que contiene signos revolucionarios, aflora un sentido distinto, no tecnocrático, de la educación: como cambio radical que trasciende el ámbito escolar o los muros universitarios para expandirse por la comunidad y arrancarle sus máscaras. En esa labor develadora los jóvenes estudiantes tienen una amplia ventaja, siendo prácticamente para Marcuse los únicos exponentes que conservan un rostro humano y a los cuales les tributa el mayor reconocimiento: no sólo dedicándoles sus libros (An Essay on Liberation en 1969 o previamente la edición francesa de Eros y civilización) sino defendiéndolos hasta de los ataques del campo progresista que repudiaban sus actividades turbulentas. En su última correspondencia con Adorno, Marcuse le plantea que la teoría crítica que compartieron requería una definición política, que la ocupación de salas o edificios resultan acciones lícitas, que no protestar ante los atropellos justifica o disculpa al transgresor, que la lucha extraparlamentaria se identifica con la contestación y la desobediencia civil, que los estudiantes conocen bien sus límites objetivos y que la única ayuda que podía brindárseles era precisamente para vencer esos obstáculos, que si la violencia resulta algo monstruoso debe distinguirse entre un campesino vietnamita fusilando al hacendado que siempre lo expolió y el terrateniente haciendo otro tanto con su esclavo insumiso.
En rigor, el propio Marcuse admite que las demandas juveniles han terminado por superarlo, al sobrepasar sus mismas hipótesis y añadirle una dimensión fáctica ausente en su restrictiva faena intelectual. Se trata de una militancia que, frente a la pseudo-democracia empresarial y al Mundo Libre Orwelliano, ha sacudido el espectro de una revolución que subordina la producción y los estándares de vida más elevados a la paz y la solidaridad, a la abolición de la pobreza y las fronteras. Con todo, el movimiento estudiantil, más allá de sus eventuales desviaciones y de su reapropiación comercial por el mercado, no se reduce a sí mismo, pues diferentes segmentos de la población también han llegado a comulgar con su activismo político, sus aspiraciones libertarias y su fermento utópico. Si bien los estudiantes encabezaban a la sazón la lucha emancipadora en el hemisferio norte y en América Latina, lo han hecho junto con los jóvenes trabajadores, a quienes procuran secundar en las mismas plantas fabriles. Así Marcuse va acuñando la idea de un frente único de izquierda compuesto principalmente por una amplia franja juvenil en la cual se integran diversos movimientos de base antisistémicos: estudiantiles, obreros, feministas. Tampoco se excluye a las agrupaciones ecológicas en cuanto confrontan los grandes intereses del capital pero con la siguiente reserva conceptual: «no se trata de hermosear la abominación, de esconder la miseria, de desodorizar la fetidez, de cubrir de flores las prisiones, los bancos, las fábricas: no se trata de purificar la sociedad existente sino de reemplazarla».{5}
Con el declive transitorio de la insurgencia estudiantil, Marcuse, procurando siempre localizar nuevos focos de resistencia y siguiendo en parte las estimaciones de su brillante discípula Angela Davis, llegará a adjudicarle al movimiento de liberación de la mujer las mayores potencialidades en la construcción de un orden igualitario, que reporte algo más que una simple negación de la sojuzgante y destructiva moral burguesa. No obstante, en una de sus últimas entrevistas, el filósofo frankfurtiano, reconociendo la gran enseñanza que le trasmitieron los estudiantes, seguirá insistiendo en que el primer paso frontal, en aquella dirección reparadora, lo produjo el estallido universitario del sesentismo francés y sus empeños por acceder a una nueva estructuración social.{6}
De Berkeley a París
Mas allá de los presuntos ascendientes ideológicos o de las influencias y potenciaciones mutuas entre los distintos actores en juego –sociales e intelectuales–, diversas tesis marcusianas –permeables a los posicionamientos adoptados por el movimiento universitario– concuerdan en mayor o menor grado con el discurso estudiantil de los años sesenta. Con todos sus matices y diferencias regionales, sobresale en muchas empresas y testimonios de ese entonces un cierto denominador básico común: la condena a las modalidades represivas junto al imperativo de la resistencia cívica y de una contestación juvenil que permitan engendrar el anhelado tipo humano, el hombre libre ideal y las relaciones societales genuinas. De tal manera, se efectuará un rastreo de los heterogéneos testimonios estudiantiles entroncados con la obra y la trayectoria biográfica de Herbert Marcuse.
En los Estados Unidos, la organización Estudiantes para una Sociedad Democrática (ESD) constituyó la más importante entidad en su género y la principal integrante del movimiento de la Nueva Izquierda. Dicha organización empezó propugnando distintas reformas académicas hasta confluir en el Poder Estudiantil que se alió con los trabajadores y los hombres de color en sus demandas sociopolíticas, desconfiando a su vez de las personas mayores de 30 años. La ESD encabezó las demostraciones antibélicas, en grandes movilizaciones hacia Washington como la de 1965 o la de 1969, denominada la Marcha contra la Muerte. El fuerte impacto inicial de la ESD estuvo dado por la revuelta en Berkeley durante las postrimerías de 1964 en defensa de la libertad de expresión y por mayores facilidades para la acción política universitaria; una revuelta sostenida (con Joan Baez cantando «Venceremos») cuya efectividad aportó una alta carga simbólica para el movimiento estudiantil mundial. Y así fueron sucediéndose un sinnúmero de disturbios semejantes en medio de fuertes represiones que harían acuñar eslogans como éstos: «Atención: su policía local se halla armada y resulta peligrosa», «Soy un ser humano; no doblar, agujerear ni mutilar». En abril de 1968 tuvo lugar la ocupación por el alumnado de la Universidad de Columbia para denunciar sus prácticas racistas e instalar allí comunas revolucionarias.
Se trata de un ciclo que posee varias puntas, v. gr., el cuestionamiento de la universidad norteamericana según se observa por ejemplo en una novela popularizada por el cine como El Graduado, donde su protagonista, el joven Benjamín Braddock, pese a haber recibido varias distinciones durante su pasaje por la enseñanza superior, confiesa que sus años de estudio no le depararon más que una enorme disociación. Por otra parte, se encuentra la creación de un Partido Internacional de la Juventud (YIP) que pretendió abocarse a una tarea soslayada por los hipis: politizar el movimiento contestatario, bajo el supuesto de que la protesta contra el modelo yanqui había erigido a los jóvenes en una auténtica clase social en condiciones de hacer la revolución. Según lo ha revelado uno de los inspiradores del yipismo, Abbie Hoffman, en aquella época para los norteamericanos el enemigo interno eran los jóvenes en sí mismos. Recitales multitudinarios como el de Woodstock fueron uno de los logros de esa contracultura juvenil. Asimismo el Festival de la Vida, auspiciado por los yipis hacia agosto de 1968 en repudio a la convención del Partido Demócrata que respaldaba la Guerra de Vietnam, desembocó en duros enfrentamientos que fueron calificados como la Batalla de Chicago, donde tuvieron lugar sendos encuentros paralelos.
De allí que en un país sin oposición obrera ni partidos radicalizados cobraría pleno sentido la descripción efectuada por un vocero de la Nueva Izquierda acerca de que si Estados Unidos estaba decidido a ser policía del mundo tenía que empezar por meter en la cárcel a su propia juventud. Trascendiendo las reivindicaciones en torno a los derechos civiles y contra el conformismo existencial, lo mas innovador de la Nueva Izquierda consiste precisamente en su impugnación al sistema capitalista como un bloque. De allí también la aparente paradoja de su convergencia con los postulados de un anciano filósofo, Herbert Marcuse, que alimentó tales planteamientos y, a diferencia del cuerpo docente en general, respaldó en buena medida los avatares juveniles no sólo declarativamente sino a veces con su misma presencia física en los conflictos institucionales aludidos o en otros escenarios similares.
Uno de esos comprometidos rasgos personales los va a poner Marcuse de relieve cuando entra en contacto con los estudiantes progresistas alemanes que, expulsados de una derechizada socialdemocracia, se orientan hacia nuevos rumbos ideológicos como los que ofrecía el examen marcusiano de la URSS y de la sociedad opulenta. Un líder de ese nucleamiento juvenil y ulterior protagonista del mayo francés fue Rudi Dutschke, un alumno de sociología que había proclamado que los marxistas revolucionarios rechazaban un mundo que hablaba de paz mientras hacía la guerra. Dutschke consideraba a Marcuse como el único teórico político de valía en los años sesenta y estuvo entre quienes lo invitaron a hablar en Berlín sobre las contradicciones en los países capitalistas altamente desarrollados. Y así es aquel viejecillo fue recibido y finalmente ovacionado por tres mil estudiantes en el Aula Magna de la universidad berlinesa con 25 espléndidos claveles rojos; una institución académica cuyos alumnos habían encarado varios actos de repudio a jerarcas extranjeros y en la cual se adoptó un sistema análogo al que impusieron los estudiantes norteamericanos –el de las universidades libres– para canalizar la protesta social. Además de la reforma curricular, dicha universidad crítica apuntaba a la autoconciencia política, a independizarse de los aparatos fosilizados de los partidos, al abatimiento del poder oligárquico y a la realización de una libertad democrática para toda la comunidad. En la programación de los grupos de trabajo patrocinados por el estudiantado berlinés en su contra-universidad para el semestre 1967-1968 se proponen dos seminarios termáticos: uno sobre Marcuse como notable impulsor de una teología (sic) que, siguiendo a El hombre unidimensional, priorice los problemas de hermenéutica y ética social; el otro curso, en torno a la educación sexual, también se basaba en textos marcusianos, especialmente Eros y civilización.
Las juventudes estudiantiles de Inglaterra y Canadá también se sintieron impresionadas por la calidad expositiva de Marcuse y por su sincera renovación del marxismo. En Italia se anteponían sus citas a las publicaciones sobre movidas universitarias, mientras se voceaban consignas callejeras que consagraban a las tres M: «Marx es Dios, Marcuse su profeta y Mao su espada». Los españoles democráticos creyeron a su vez que les había tocado la hora de que junto con el advenimiento universal del nuevo hombre surgiría por fin la nueva España. En Europa del Este también se asistieron a diversos estallidos juveniles como el que estuvo a cargo de los alumnos de la Universidad de Varsovia en marzo de 1968 –en contra de la prohibición de una pieza teatral que evocaba la lucha de los jóvenes polacos contra el régimen zarista–; un episodio cuya extendida secuela anticiparía los levantamientos obreros posteriores. La propia primavera de Praga tuvo como disparador las demostraciones estudiantiles hacia fines del '67 –con su exigencia de mayor claridad humanista– que concitaron el apoyo de los jóvenes trabajadores e intelectuales en pos del tronchado camino checo al socialismo. Resulta significativo del sentir epocal un pasaje de «La cabeza contra la pared», dedicado por Iván Svitak al alumnado de la Universidad Carlos de Praga: «Creed en el pensamiento, en la razón, en el hombre concreto, en el amor, en la democracia socialista, en la inteligencia, en las paradojas, en el azar, en la libertad, en vosotros mismos. No creáis en la ideología, en la ilusión, en la masa anónima, en la dictadura totalitaria, en la certeza, en los proyectos, en la necesidad, en la autoridad. Jóvenes, creed en vosotros mismos».{7}
La idea del socialismo como un estilo placentero de vida sustancialmente distinto se halla presente en la epopeya del mayo francés, donde también se verifica la presencia decisiva del estudiantado, convertido aquí en un movimiento de masas y renuente a formarse en una universidad que lo preparaba para explotar a los trabajadores, con los cuales termina aliándose en pos de múltiples exigencias durante esas memorables jornadas civiles. La idiosincrasia de dicha ocasión puede ser caracterizada a través de tantísimos graffiti que, mutandis mutandi, guardan una estrecha correspondencia con buena parte de la sintetizada impronta marcusiana: «La emancipación del hombre será total o no será», «Nuestra esperanza sólo puede venir de los sin esperanza», «El derecho de vivir no se mendiga, se toma», «Decreto el estado de felicidad permanente», «Contempla tu trabajo: la nada y la tortura forman parte de él, «¡Viva la comunicación, abajo la telecomunicación!», «No me liberen; yo me encargo de eso», «Si piensan por los otros, los otros pensarán por ustedes», «La imaginación toma el poder», «Vivir contra sobrevivir», «Olvídense de todo lo que han aprendido, comiencen a soñar», «Lo sagrado: ahí está el enemigo», «Abajo el realismo socialista, viva el surrealismo», «Viole su alma mater», «La cultura es la inversión de la vida», «No se encarnicen tanto con los edificios, nuestro objetivo son las instituciones», «Si lo que ven no es extraño, la visión es falsa», «La sociedad es una flor carnívora», «Viva la democracia directa», «Abramos las puertas de los manicomios, de las prisiones y otras Facultades», «La Revolución debe hacerse en los hombres antes de realizarse en las cosas», «La alienación termina donde comienza la de ustedes», «Van a terminar todos reventando de confort», «Corre camarada, lo viejo está detrás tuyo», «El discurso es contrarrevolucionario», «Las armas de la crítica pasan por la crítica de las armas», «Civismo rima con Fascismo», «La muerte es necesariamente una contrarrevolución», «...La voluntad general contra la voluntad del general», «No la sacudan, nuestra izquierda es prehistórica», «La barricada cierra la calle pero abre el camino», «Vuelve Heráclito. Abajo Parménides. Socialismo y libertad».{8}
De Tlatelolco a Tucumán
En nuestra Latinoamérica, la década de 1960 representó un verdadero polvorín a ambos márgenes del espectro político. Por una parte, asistimos a reiterados cuartelazos, democracias condicionadas o corruptas, golpes de Estado, dictaduras militares, penetración e invasiones norteamericanas, en suma, a cruentos embates contra el campo popular. Como contrapartida, tuvimos las luchas guerrilleras en la ciudad y el campo, los movimientos antiimperialistas y de liberación social, los amotinamientos y conatos revolucionarios, las huelgas y ocupaciones edilicias. Dentro de ese panorama, el movimiento estudiantil, afectado encima por la intervención y clausura de universidades, hizo gala de un notable activismo en los crecientes propósitos de transformar estructuralmente el mundo y la sociedad. Por más que las motivaciones iniciales respondiesen a demandas educativas, las banderas del maoísmo, el guevarismo y el marcusianismo pudieron desplegarse a los cuatro vientos.
Uno de los picos más altos de efervescencia estudiantil se produjo durante 1968 en uno de los pocos países latinoamericanos que, como México, se ha preciado de mantener en plenitud las garantías constitucionales y el Estado de Derecho. A principios de ese año, el FBI se permitió anunciar el peligro de una conjura comunista en México, cuando en esa nación reinaba una quietud especial sólo interrumpida por los preparativos para organizar los Juegos Olímpicos, cuya sede se les había ganado a los propios estadounidenses. Siguiendo la tesis del plan subversivo, las autoridades mexicanas adoptaron una durísima actitud contra el sector que podría estar más implicado en alterar el orden imperante: el alumnado mexicano de enseñanza media y superior, el cual reacciona ante la persecución oficial organizando diversas manifestaciones multitudinarias que se derivan en prisiones, torturas y una brutal matanza llevada a cabo en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco durante la noche del dos de octubre. Mucho sugestivos documentos, expresiones y leyendas recogidas durante esos días traducen el malestar y los ideales en cuestión:
«Hoy todo estudiante con vergüenza es revolucionario - Libros sí, bayonetas no
En los únicos momentos que me llevo bien con mis papás es cuando vamos al cine porque entonces nadie habla
Al hombre no se le doma, se le educa - Hace cincuenta años que el gobierno monologa con el gobierno
Nosotros no somos nada puritanos, nada mochos –nada de beatos de izquierda. Somos gente a quienes les encanta gozar de la vida...Lo que pasa es que arrastramos famitas de momias anteriores; momias del PC que nacieron envueltas en vendas, tutancamones solemnes
Si el Movimiento Estudiantil logró desnudar a la Revolución, demostrar que era una vieja prostituta inmunda y corrupta, ya con eso se justifica
Un régimen que se ensaña contra sus jóvenes, los mata, los encierra, les quita horas, días, años de su vida absolutamente irrecuperables, es un régimen débil y cobarde, que no puede subsistir
Matar a un joven es matar la esperanza.{9}
Ahora, la lucha social - Por una vida racional y libre - Los estudiantes representan al pueblo
¡A formar el Partido de la Juventud!
Nuestro movimiento no es una algarada estudiantil [...] Nuestra causa es conocimiento militante, crítico, que impugna, refuta, transforma y revoluciona la realidad
Adecuar la educación a las necesidades del desarrollo es necesario, sí pero no subordinándola sólo a las necesidades de la producción [...] la educación que exigen las nuevas generaciones debe basarse en la confrontación sistemática con la realidad [...]
Los estudiantes muestran que no son la acción política y el ejercicio de los derechos constitucionales lo que lleva al retroceso, a la injusticia y a la profundización de la dependencia, sino la pasividad, la división, el silencio y el conformismo [...] La acción estudiantil es poderoso freno a tendencias antinacionales, brote renovador y prueba de potencialidad democrática. Por ello debe triunfar [...]
Desvanecer ilusiones sobre el carácter progresista de la burguesía
Aun para alcanzar objetivos que no amenazan al poder, hay que alterar la relación de fuerzas y transformar la estructura socioeconómica
Los estudiantes mexicanos han roto con 30 años de demagogia, servilismo y mentira oficiales
El movimiento no es resultado de la represión, sino del descontento por años de opresión política, inicua explotación, imposibilidad para el despliegue de las inquietudes juveniles, venalidad, oportunismo y corrupción política y sociales
Nadie ha reconocido que el movimiento estudiantil –con todos sus errores– ha supuesto nuestra única posibilidad de verdadera renovación en 40 años, la única fuerza capaz de modificar la arteriosclerosis del PRI, de los líderes corruptos, la injusticia del reparto de la riqueza mexicana, la situación trágica de los campesinos
Hasta ahora, en México la universidad ha sido una institución académica de clase. Por ello, el movimiento mexicano pretende, aún dentro de los límites legales del sistema, hacer que la universidad sea una entidad crítica que pueda cuestionar los defectos del gobierno y los supuestos teórico-filosóficos en que se sustenta el Estado
Se aparta a los universitarios del sentido humano que debe tener todo egresado, es decir, de una viva preocupación por los problemas sociales de su país
Queremos que el pueblo tenga verdadera representación democrática.»{10}
Existe toda una zaga literaria en torno a ese año atroz, que incluye fragmentos poéticos de este tenor:
«El mundo es sólo suyo. / El que ellos reconquistan.
Aquél que no supimos nosotros que era nuestro / y trocamos por éste que ellos ahora derrumban.
Un mundo sin fronteras, ni razas, ni ciudades: / sin banderas, ni templos, ni palacios, ni estatuas.
Un mundo sin prisiones ni cadenas, / Un mundo sin pasado ni futuro.
El mundo no previsto / por los hombres cautivos en las criptas del nuestro:
Soñando acaso, presentido apenas / por el desnudo Adán del Paraíso.{11}
De cada frente estudiantil que sangre / irrumpirá el fulgor de los que nada tienen.»{12}
Uno de los contados funcionarios mexicanos que fuera o dentro del país osó presentar su renuncia al cargo fue el poeta Octavio Paz, quien declinó su puesto como embajador de México ante la India. Entre las coplas folklóricas está «México 68», que se entonaba en la afamada peña de los Parra en Chile y cuyos versos decían:
«Los estudiantes caminan / con la verdad en la mirada,
nada podrá detenerlos, / ni las flores ni las balas
para sus muertos le llevan / acciones, no más palabras.
A pesar de estar tan lejos / se escuchó aquí la descarga
de esos valientes soldados / que mataban por la espalda.
Para que nunca se olviden / de esa tierra mexicana
mandó matar el gobierno / cuatrocientos camaradas.»{13}
Otro leading case, con un cuadro disímil, se presentó en la Argentina durante el gobierno de Onganía que proscribió las actividades políticas y gremiales vulnerando también la misma autonomía universitaria. Se trata de un ciclo de enfrentamientos entre fuerzas de seguridad y estudiantes –iniciado en Corrientes por diferencias internas con la dirigencia universitaria de facto– que se reiterarían en distintos puntos del país hasta adquirir perfiles políticos y culminar en refriegas de grandes proporciones, con una importante participación proletaria y popular. Dicha insurrección, acaecida primordialmente en mayo de 1969, no sólo origina los primeros secuestros y desaparición de estudiantes –en la ciudad de Rosario– sino que, como en el cordobazo o luego en el tucumanazo, incide en la caída de figuras presidenciales y provinciales. Las consignas, estribillos y declaraciones lanzadas durante esos episodios insurrectos también nos dan la tónica de una mentalidad afín con la que hemos puesto de manifiesto: «Acción, acción para la liberación», «¡Estudiantes! Conduzcamos la unidad obrero-estudiantil!», «Estamos en la lucha nacional, junto al pueblo y su clase obrera»,{14} «Hoy los cristianos tenemos que dar testimonio de las enseñanzas de Cristo, para que el combate que libran los estudiantes no sea en vano, pues si queremos hacer una revolución tenemos que avanzar hasta el final», «La Universidad Nacional de Tucumán era una universidad típica de la oligarquía tradicional [...] con un grado elevado de autoritarismo y de disciplina militar [...] En ese mismo lugar, en el viejo comedor [...] donde se dedicaban a desviar la atención de la situación existente, allí mismo, va naciendo la conciencia crítica: ¿Por qué un comedor para pocos?», «Tucumán está por parir. ¿Qué cosa?, algo mejor que esto, seguro que sí. El proceso internacional y nacional parece que va al socialismo», «Es en mayo del 69 y en sus movilizaciones donde se empieza a registrar el pasaje de la hegemonía político-ideológica del nacional-populismo, hacia posiciones más definidamente socialistas, de lo que se denominaba 'nueva izquierda'».{15} Entre los tantos incidentes desatados durante la pueblada de Córdoba, donde se habían tejido sólidas alianzas intersectoriales, se prende fuego a los locales de Xerox e ICANA (Instituto de Cultura Argentino-Norteamericano). En el barrio Clínicas se atrincheran los estudiantes y pintan sus paredes con inscripciones tales como «territorio libre de América», «soldado no tires contra tus hermanos», «por una Argentina sin tiranos».{16} La crónica periodística refleja crudamente el climax situacional: «Barricadas de coches volcados, árboles y postes de luces de tránsito arrancados y objetos diversos protegían a nutridos grupos de estudiantes de universidades y liceos que bombardeaban a la policía con adoquines, palos y montones de basura».{17} El tucumanazo, con su epicentro temporal en el mes de noviembre de 1970, fue un acontecimiento menos divulgado pero provisto de una rica cantera episódica y conceptual que se resume a continuación –no sin antes aclarar que la universidad tucumana ha sido estimada como la que más bajas proporcionales de estudiantes iba a sufrir a posteriori durante la última dictadura militar (1976-1983)
«En asamblea, mil estudiantes deciden almorzar en la calle [...] se lee en un cartel: «Cuadra tomada contra la explotación y el hambre del pueblo [...] Apedrean durante dos horas la Casa de Gobierno [...] Los vecinos colaboran con botellas de nafta, cubiertas de automóviles y otros materiales para las barricadas [...] apoyan a los estudiantes desde las azoteas [...] Consignas: «Abajo la oligarquía» y «Muera el capitalismo» [...] Teatrillo armado por los estudiantes [...] «Para hacer actuar a los títeres del gobierno» [...] En una pared se lee: «Abajo la ley universitaria», «Queremos presupuesto», «Contra las privatizaciones, basta de aumentos», « Contra el imperialismo» [...] «La lucha no ha concluido, porque nuestra lucha es política y sólo concluirá cuando el pueblo esté en el poder»
Tuvieron que poner un rector que discutía con la comunidad universitaria. Logramos que el comedor tuviera plazas suficientes [...] Allí también hicimos conciencia social [...] Todas las huelgas de los trabajadores de ingenios fueron apoyadas [...] En ese momento el campo popular no tenía fricciones, ni límites entre la lucha armada y la lucha de masas, la lucha religiosa o de otro tipo, todo era parte de una sola lucha, movida por un solo eje, una sola consigna antidictatorial y todo era reconocido como tal
Se constituye un comedor infantil para lustrabotas y canillitas a los cuales también se les brinda escolaridad
En los días previos al Tucumanazo, se debatía en las Facultades, había polémica acerca de la situación local, nacional e internacional, sobre las experiencias y vías insurrecciónales, la práctica de Mao, la revolución cubana, la lucha de Vietnam. Se cuestionaban los modelos de vida tradicionales, el compromiso y la militancia se iban constituyendo en parte sustancia de nuestras vidas.»{18}
Ese ciclo de rebeliones en la Argentina fue reflejado a su vez en el terreno literario y de manera muy desigual. En la narrativa de Juan José Manauta{19}, servirá como telón permanente de fondo para que los protagonistas hagan alarde de juvenilismo y se explayen sobre la belleza de la Revolución o las limitaciones de la acción directa. Otro escritor, Adolfo Bioy Casares, publica su novela Diario de la guerra del cerdo, donde trivializa la atmósfera epocal y el antagonismo urbano: para evitar que se consume una dictadura senil, muchachones irreflexivos –orientados por psicólogos, sociólogos y eclesiásticos– practican como deporte la cacería de adultos y viejos, exponentes de la insidia, la ridiculez y la bestialidad. La imagen que trasmite Bioy en dicha obra, donde la única virtud de los jóvenes consiste en que les ha faltado tiempo para gustar del dinero, coincide con su actitud conservadora de ver en la revolución a un fenómeno puramente comercial,{20} Contrario sensu, una buena parte de las aproximaciones ficcionales se muestran favorables a la intervención juvenil y en rasgos similares a los que trazó el poeta uruguayo Mario Benedetti en su composición «El triunfo de los muchachos», musicalizada por Daniel Viglietti:
«Cielito cielo que sí / con muchachos dondequiera
mientras no haya libertad / se aplaza la primavera
Se posterga para cuando / lleguen los años frutales
y del podrido poder / se bajen los carcamales [...]
Se pone joven el tiempo / y acepta del tiempo el reto
qué suerte que el tiempo joven / le falte al tiempo el respeto.»
Proyecciones
En cuanto a la presencia singular de la obra de Marcuse en Hispanoamérica, puede apreciarse que a fines de 1960 sus textos fueron traducidos y editados –especialmente en México, Argentina y Venezuela– con una profusión semejante a la que se verificó en Estados Unidos, Alemania, Francia y España. La exégesis latinoamericana, aunque en menor magnitud que en el hemisferio norte, también aportó entonces lo suyo en forma disidente. Junto con el aluvión de trabajos y material gráfico sobre el descontento de la juventud y las movidas estudiantiles, aparecen en nuestro continente las glosas y volúmenes divulgatorios en torno a nuestro autor.{21} Los ensayos que cuestionan sus planteos esenciales, desde variadas posturas y no siempre con el mismo rigor, apuntan a señalar diversos reparos: su negativismo y su pesimismo, sus apelaciones biologicistas, su visión utópica, su prescindencia de las mediaciones dialécticas, su falta de respuesta a los problemas contemporáneos y a la lógica de la dominación, su parentesco con el pensamiento derechista, la subestimación del poder negro y de los movimientos nacionales de liberación, la sobrevaloración de los países desarrollados o hasta su presuntivo fomento del odio, del poliformismo sexual y de la drogadicción.{22} Una visión más positiva fue enunciada por Gregorio Kaminsky en su tesis sobre Marcuse, defendida en 1975 y luego publicada bajo el título de Subjetividades (Montevideo, Nordan, 1989), donde aquél concluye que «Herbert Marcuse, ese anciano judío alemán tiene la autoridad que le otorga su obra, para dar su palabra tratando de reinstalar al 'sujeto' como núcleo histórico en la discusión de los problemas contemporáneos».{23} Algunas modalidades liberales y la ortodoxia marxista del PC han objetado el neomesianismo que supone otorgarles una excesiva relevancia histórica a fluctuantes minorías estudiantiles, lo cual, para la segunda vertiente cae en una concepción pequeño burguesa inconsistente de la lucha intergeneracional que elude el vanguardismo proletario.{24}
Mas allá de la validez de esas apreciaciones sobre las ideas marcusianas, no puede ignorarse su gravitación ni su correspondencia con la tabla de valores del momento. Podría llegar a hablarse incluso de una industria Marcuse que durante todo un lustro hizo que su producción alcanzara una demanda como ningún otro pensador pudo obtener en tan corto tiempo, hasta lograr alturas insospechadas en la dilatada y hegemónica cultura juvenil del momento. Un filósofo ecuatoriano, Hernán Malo González, en un artículo sobre Marcuse publicado en mayo del '69 se refirió a la ilusión con que los jóvenes revolucionarios de Quito aguardaban la llegada del MAESTRO (sic).{25} Quienes han investigado el impacto de Marcuse han asegurado que por más que en todas partes no haya existido una influencia suya igualmente directa, las expectativas juveniles resuenan en los planteamientos críticos marcusianos que «inquietan a burgueses y marxistas» a la par.{26} Un experto en la cultura sesentista aludió al mensaje en cuestión y a sus receptores:
«Marcuse habla a los jóvenes intelectuales. Les pide que abandonen su complejo de inferioridad. Les confirma que su rol es limitado pero que igualmente deben actuar. No es posible esperar que otros hagan. Hay que proponer una alternativa. Y si no la tienen crearla [...] Resistir la mutilación de la entidad humana por parte del Sistema. Debe tomarse la vida como un fin en sí mismo. Estimular el cambio cualitativo, alentar el crecimiento de un nuevo tipo de hombre –que ya late en nosotros.»{27}
Difícilmente puede calificarse a Marcuse, según se ha hecho, como apóstol de los marginales, puesto que no fue adoptado por los sectores excluidos, pese a que éstos cumplían para él un papel relevante que sobrepasaba las reivindicaciones inmediatas y los integraba en una perspectiva revolucionaria. Su mensaje llegó en cambio a articularse con la vanguardia de la generación más autosuficiente de la historia y que no constituye de por sí una capa marginal: el estudiantado –su principal escucha y consejero–; ese estrato que reveló la mayor voluntad transformadora de la época, combatiendo en el norte la ostentación, el consumismo o un doblegante pan rojo y en el sur pugnando contra las botas y la exclusión social. En ambos casos, los estudiantes impulsaron la resistencia a ser absorbidos por ningún engranaje determinado, a no reemplazar una servidumbre por otra. Así se esmeraron en demoler ese aparato cosificador que llega a condicionar artificialmente hasta nuestras necesidades primarias para sustituirlo por una sociedad que deje rienda suelta a la creatividad.
Por encima de que hayan preponderado ideas como las de Marcuse, la propia dinámica de los agentes sociales o el interjuego mutuo, todo ello viene a representar hoy un compartido legado libertario ¿En la actual coyuntura del neoconservadorismo y de la globalización financiera, no están surgiendo voces y orientaciones semejantes a las que preconizó la Nueva Izquierda en los sesenta, con su renuencia a la política tradicional –de los partidos, comités y grupos de presión? ¿Entonces como ahora, no se verificó una contundente revuelta de la clase media y los campesinos, cuando pusieron en duda los mentados beneficios de la tecnocracia fetichista, percibiendo un mundo alternativo y confiando, como Marcuse, en que la fuerza moral pueda sobrepasar las superestructuras ideológicas y los condicionantes a ultranza? Mas allá de las diferencias estilísticas, en esa impugnación antisistema, la juventud y los estudiantes vuelven a ocupar hoy un espacio equivalente dentro de las contiendas sociales.
Notas
{1} J. Habermas et al., Respuestas a Marcuse (Barcelona, Anagrama, 1969) págs. 11y 15.
{2} H. Marcuse, El hombre unidimensional (Barcelona, Planeta-Agostini, 1985) pág. 39.
{3} Marcuse, Cultura y sociedad (B. Aires, Sur, 1970) pág.10.
{4} Marcuse, Psicoanálisis y política (Barcelona, Península, 1970) pág. 147
{5} H. Marcuse et al., Ecología y revolución, B. Aires, Nueva Visión, 1975, pág. 84.
{6} Se ha efectuado un rastreo cuasi exhaustivo de las fuentes marcusianas generales y sobre todo de aquellas ligadas con la problemática central. Entre los títulos más recientes, se ha consultado dos compilaciones de trabajos: Herbert Marcuse, Tecnología, guerra e fascismo (San Pablo UNESP, 1998) y A grande recusa hoje (Petrópolis, Vozes, 1999).
{7} Citado en 1968, Mágnum en el mundo (Barcelona, Lunwerg, 1998), sin paginación.
{8} Citado en La imaginación al poder (Barcelona, Argonauta, 1982) págs. 77-91 y en Los graffiti del '68 (B. Aires, Perfil, 1997) págs. 13-109.
{9} Citado por Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco (México, ERA, 1996) págs. 25, 33, 38, 51, 142, 153, 156.
{10} Citado por Daniel Cazes, Crónica 1968 (México, Plaza y Valdés, 1993) págs. 52, 70, 75, 144, 173, 210, 231-232, 256, 276, 294, 287.
{11} Salvador Novo, «Adán Desnudo», en M. A. Campos y A. Toledo (comps.), Poemas y narraciones sobre el movimiento estudiantil de 1968 (México, UNAM, 1998) págs. 38-39.
{12} Juan Bañuelos, «No consta en actas», ibid., pág. 63.
{13} Citado por J. Silva Herzog, Una historia de la universidad de México y sus problemas (México, Siglo XXI, 1986) pág. 176.
{14} Citados por Beba y Beatriz Balvé, El '69 (B. Aires, Contrapunto, 1989) págs. 60 y 62
{15} Citados por Emilio Crenzel, El Tucumanazo (Tucumán, Universidad Nacional, 1997) págs. 65, 66, 75, 76, 79.
{16} Citado por Daniel Villar, El Cordobazo (B.Aires, CEDAL, 1971) pág. 85.
{17} Citado por Carlos Monestes, El Cordobazo, 1969-1999 (s.pie impr.) pág. 17.
{18} Citado por E. Crenzel, ob. cit., págs. 85-92, 101-102, 164, 143.
{19} Mayo del '69, finalizada hacia 1971, sería reescrita y editada en Buenos Aires por Corregidor en 1994.
{20} Cfr. su Descanso de caminantes (B. Aires, Sudamericana, 2001) pág. 39.
{21} Francisco A. Doria, Marcuse. Vida e obra (Rio de Janeiro, José Alvaro, 1969); A. Oriol Anguera, Para entender a Marcuse (México, Trillas, 1970).
{22} Eliseo Verón, «Ideología de Marcuse», Los Libros, setiembre 1969, pág. 11; Fernando Álvarez, «Marcuse y la crítica al estado capitalista», en Carlos Mastrorilli y F. Álvarez, Marcuse, Sartre y el Tercer Mundo, (B. Aires, Carlos Pérez, 1969), págs. 56-85; Guillermina Garmendia, «Marcuse», Los hombres de la historia, 172, 1971, pág. 195; Carlos Astrada, «Hegel y un arreglo de cuentas con Marcuse, Althusser y compañía», Confirmado n° 272, 1970, pp 58-60; A. Caturelli y E. Díaz Araujo, Freire y Marcuse, Los teóricos de la subversión (Paraná, Mikael, 1977), pág. 70.
{23} G. Kaminsky, op.cit., pág. 81.
{24} N. Rodríguez Bustamante, «Marcuse y la nueva izquierda», Sur, 313, 1968; Miguel Lombardi, Herbert Marcuse o la filosofía de la negación total (B. Aires, Sílaba, 1970), pág. 111ss.
{25} H. Malo González, Pensamiento filosófico (Cuenca, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 1989)
{26} Ezequiel Ander-Egg, Rebelión estudiantil y revolución (Córdoba, CEP, 1970) pág. 36.
{27} Miguel Grinberg, prólogo al librillo de Marcuse, Sociedad carnívora (B. Aires, Eco Contemporáneo, 1975) pág. 11.