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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 9 • noviembre 2002 • página 4
Desde Ultima Thule

Libertad y democracia en América Latina

Fernando Flores Morador

La responsabilidad de los intelectuales
ante el triunfo en Brasil de Luis Ignacio Lula da Silva

Luis Ignacio Lula da Silva

El triunfo de Lula en las elecciones de Brasil tiene sin duda un carácter transformador de consecuencias imprevisibles. Son muchas las particularidades de este acto electoral que dan al proceso su carácter único. Es difícil imaginar una derrota del neoliberalismo que sea más contundente. Brasil –con su combinación de industrialización, alta tecnología y populosa mano de obra barata– ha sido la carta más segura del capitalismo en América Latina.

El triunfo de Lula, el anterior triunfo de Chavez (y sobre todo la derrota al golpe organizado por USA contra el chavismo), constituyen la consolidación de los procesos democráticos como procesos de cambio radical de las condiciones sociales, en un continente en dónde la violencia opresora, y la brutalidad imperialista todavía reinan. Sin duda se construyen estos éxitos sobre el sacrificio de procesos truncos, entre ellos la tragedia chilena de secuelas todavía vigentes.

Lo notable de estos procesos, cada uno en su particular dimensión, radica en que son la expresión de un nuevo nivel de madurez alcanzado por las masas electoras. Hasta no hace mucho, se cumplía la regla de que a más hambre, a más represión, más conservador se volvía el electorado. Hasta no hace mucho tiempo, se inventaban caudillos, invitando a comer en los rancheríos unos días antes del acto electoral.

Por otro lado, sabemos que el triunfo en las urnas es sólo el primer paso. Los logros están todavía muy lejos. América Latina se debate ante la carencia de proyectos políticos originales, creados a su medida, elaborados de acuerdo a su historia particular, a su gente. Nuestro continente necesita de una nueva generación de intelectuales. Una generación preparada en un pragmatismo riguroso y sin vocación de «mártires». Necesita gente común y corriente que sepa resolver sin mayores dramatismos los problemas de la hora. Es en este sentido que la producción intelectual debe orientarse. No ya para reelaborar, administrar, adaptar, teorías generadas en el eurocentrismo del siglo XVIII o XIX, o en las escuelas ideológicas de USA durante el siglo XX. Teorías que carecen de una clara relación a la base social en la que se aplican y que además suponen el fortalecimiento de las estructuras de dependencia intelectual y cultural. América Latina necesita la producción de teorías sociales y económicas, empíricamente enraizadas en las realidades propias, en la historia política y cultural de sus pueblos.

Claro que esto no supone el aislacionismo, ni la creencia ingenua de que es posible aislarse de la producción intelectual de otros pueblos y culturas. Si, supone, la realización de la cultura universal en el marco de los intereses propios, en donde la particularidad, «lo propio», es lo más importante. Muchos podrán ver en esta propuesta una propuesta «nacionalista», similar a tantas otras y que supone la demarcación de los «nuestros» contra «los demás». Ante esta crítica cabría decir que esa es la base de las ideologías políticas que han dado lugar a la Comunidad Europa, a la Federación Rusa, a los nuevos estados de Europa Oriental, &c. Los nacionalismos, mas que deseables, son inevitables. Creemos que gran parte del éxito de ciertas formulas políticas y económicas radica en su identificación con los sentimientos de las gentes que les aplican. En otras palabras, el éxito de cualquier fórmula político-económica, supone el triunfo de la fe, sobre el escepticismo. Hace poco escribíamos en este espacio, que el escepticismo está además relacionado a la corrupción, otro de los grandes males de nuestras sociedades.

Se nos puede objetar que es más fácil proponer que concretar. Se nos puede objetar que ante la colonización ideológica que sufrimos, nos sumamos al coro de lamentos. Digamos entonces algo más. Digamos que los intelectuales latinoamericanos deben revisar las raíces ideológicas de sus respectivos estados. Revisar las bases que constituyeron los primeros pasos como naciones independientes. No ya para navegar en la ola de sentimientos nacionales que esos procesos generan. También y sobre todo, para revisar cuales de sus presupuestos son en realidad superfluos y deben ser abandonados, o sustituidos. Creemos además, que el análisis exitoso de estas raíces históricas supone el análisis crítico de todas las teorías sociales heredadas de Europa. Se hace necesaria una reflexión especial de algunas categorías centrales para el pensamiento político moderno, tales como las de «democracia», «proceso electoral», «representatividad» y «libertad».

Es por ejemplo sorprendente comprobar como la noción de «democracia» que aplicamos –y que es aplicada sin mayor reflexión en el dialogo político internacional– difiere sustancialmente de la noción que los griegos tenían del término. Como es sabido el pensamiento occidental tiene en gran parte sus raíces en la cultura griega. Sin embargo, existen dos áreas de la cultura occidental que no tienen sus raíces en la civilización griega. Obviamente la religión (el cristianismo) que tiene su origen en Israel, es una de ellas. La segunda es la noción de derecho, que es de origen romano. Si bien términos como «política» y «democracia» son de origen griego, su aplicación práctica está determinada por el filtrado de las ideas romanas de «justicia» y de «ley».

Pinakion

KleroterionSin ánimo de profundizar en un tema casi inagotable, digamos a modo de ilustración, y con miras a reforzar mis palabras con ejemplos sorprendentes, que hay entre muchos un punto en el cual el canon griego difiere sustancialmente del aplicado en nuestros días. Me refiero a las nociones de «representatividad» y de «mecanismos de elección de representantes». Fenómeno tan actual en las últimas elecciones norteamericanas. Para los griegos de Atenas de los siglos V y IV a.C., entre ellos para el mismo Aristóteles, la elección directa de representantes era indeseable porque favorecía a los candidatos más conocidos. Para evitar esta circunstancia que se consideraba indeseable, se recurría al sorteo de los representantes para la mayoría de los cargos públicos. En el caso de la elección de magistrados de la corte, se dotaba a cada candidato de una carta de identidad o pinakion, la cual era introducida en una máquina de sortear o kleroterion. La máquina mezclaba las tarjetas eligiendo alguna de ellas azarosamente.

La práctica electoral griega nos introduce a un tema muy interesante que es el de la verdadera representatividad, o representatividad real y no indirecta a través de partidos políticos. No escapa a nadie, que la democracia «occidental y cristiana» sufre hoy una profunda crisis. Cada vez es menos la gente que vota, cada vez es menos la gente que se compromete en las acciones partidarias. El manejo de los intereses comunes esta hoy más que nunca en manos de administradores y políticos profesionales. Sin embargo, se maneja el término «democracia» sin mayores preguntas. Digamos que la herencia griega –por si nos estaba haciendo falta un argumento histórico incuestionable– nos autoriza a cambiar mucho de lo que se nos aparece como incuestionable.

 

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