Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 9 • noviembre 2002 • página 16
polémica

Gonzalo Puente Ojea
o la deshonestidad intelectual indice de la polémica

José Manuel Rodríguez Pardo

Respuesta a la carta abierta de Gonzalo Puente Ojea
respecto al comentario sobre El mito del alma. Ciencia y religión

Gonzalo Puente Ojea (Cienfuegos, Cuba, 21 de julio de 1924)Gonzalo Puente Ojea (Cienfuegos, Cuba, 21 de julio de 1924)Gonzalo Puente Ojea (Cienfuegos, Cuba, 21 de julio de 1924)

Nada nos congratula más que contemplar publicada en El Catoblepas la respuesta de don Gonzalo Puente Ojea a las críticas que se le han realizado. Y ello principalmente por dos motivos: el primero, por ver que nos ha tenido en cuenta. A pesar de dedicarnos, siendo frailes antes que cocineros, a cocinar insalubres «guisos» [sic] él, ocupado en su tarea de divulgar su pensamiento en conferencias ante gente afecta a sus doctrinas, ha perdido su valioso tiempo en respondernos. Hay que darle las gracias por rebajarse tanto y permitirnos que gente ajena a sus ideologuemas podamos disfrutar de su palabra y su obra. El segundo, por responder tal y como se esperaba, sin variar ni una sola palabra, respecto a lo que preveíamos de él. Lo que tampoco dice mucho a favor del polemista, por supuesto. Pero al menos tiene una virtud, que no es otra que facilitar la réplica a los argumentos (si es que podemos denominarlos así) presentados. De hecho, esta réplica a las paupérrimas líneas de Puente Ojea depende de unos textos que ya habían sido seleccionados hace varias semanas, en previsión de una crítica realizada efectivamente. Así que nuestra respuesta ha sido de breve y sencilla elaboración, a la vista de la réplica presentada.

Probablemente, muchos de los lectores de El Catoblepas se preguntarán asombrados: ¿y cómo podíamos nosotros saber qué es lo que iba a responder, antes siquiera de tenerlo a la vista? ¿Acaso disponemos de alguna virtud especial, más propia de augures que de filósofos, para predecir los textos que se nos opondrán en el futuro? Evidentemente, no. Nuestra presunción se basa en conocer la ideología u ortograma en la que se mueve la «conciencia individual» o falsa conciencia de Gonzalo Puente Ojea, la que determina su forma de pensar y de actuar. La misma que le ha llevado a responder de forma increíblemente breve a las otras dos críticas que se le efectuaron, siendo la nuestra aquella que ha recibido mayor espacio, pero sin que ello haya servido para mostrar una mínima comprensión por parte del miembro de la carrera diplomática. Tal ideología es, como ya afirmaba Atilana Guerrero en su crítica, la del mundanismo. Esto es, la negación de la filosofía académica como forma de explicar los fenómenos del mundo.

Realmente hay que verlo para creerlo, pero la forma en que ha despachado las dos críticas realizadas, al margen de la nuestra, lo dice todo. Sé que no es nuestra labor responder sobre estos temas, pero no estaría de más comentar las increíbles, por simples, respuestas de Puente Ojea. Afirma sobre la crítica de Atilana Guerrero que:

«entre Ontología general en el pensamiento de Bueno y el pensamiento del Ser Transcendental de Aristóteles no existe un nexo meramente metonímico y metafórico, sino verdaderamente una analogía de atribución, o como mínimo, ya en plan concesivo, una analogía de proporcionalidad propia (es decir, real y no meramente metafórica). Lo mismo que ocurre con el paralelismo funcional que se da entre Ser Transcendental y Materia Transcendental: son análogos de atribución, o de proporcionalidad real, en ambos casos».

Realmente quedamos sorprendidos: ¿es este el mismo autor que denuncia, unas líneas más arriba, a la Ontología del materialismo filosófico como «un caso extremo de realismo de los conceptos», suponiéndose él mismo nominalista, por oposición? Entonces, ¿a qué viene atribuir analogía de proporcionalidad entre el Ser Trascendental y la Materia Trascendental? ¿Es que Puente Ojea ha llevado tan al límite sus sospechas de Metafísica, hasta atribuírselas a sí mismo? ¿Por qué razonar como razonan los metafísicos, hablando de analogías de proporción, usando en los mismos términos que Aristóteles, cuando critica a Bueno de neoaristotelismo? ¿Por qué renegar de toda metafísica, por infantil, cuando se están utilizando los mismos términos de esos metafísicos? Creemos que esta crítica, a fuer de breve, también es contradictoria. Aunque, reiteramos, no queremos suplantar la labor de la persona que debe responder a Puente Ojea.

Otro tanto sucede con la respuesta a Alfonso Tresguerres. Dice Puente Ojea que la filosofía de la religión de Bueno es muy interesante (aunque, seis años después, siga sin leer Etología)... hasta que los animales, por un azar no bien explicado, dejan de ser númenes, y desaparecen, sin dejar rastro, [sic] de la cuestión religiosa. ¿Es eso haber entendido algo de lo que se planteaba? Nada de nada. Precisamente el papel numinoso de los animales pervive en las siguientes fases de la religión, bien como seres ligados a las deidades secundarias, bien como seres «maléficos» (la serpiente que induce a Adán y Eva a comer la manzana, el demonio con forma de cabra, &c.), negativos, en la religión terciaria. Pero en ese cajón de sastre que es para Puente Ojea el animismo, todo esto queda segregado, confundido, oculto. En fin, no deseamos analizar tan breves y desajustadas respuestas, pero no está de más destacar la «profundidad» de los análisis que se confrontan a las tesis expuestas anteriormente.

Nos centraremos, por lo tanto, en la respuesta exclusiva que nos dedica Gonzalo Puente Ojea. Curiosamente, es la más larga, y también la que menos se centra en los contenidos publicados. De hecho, cuando comenta algún fragmento de nuestra crítica, lo expresa de forma totalmente sesgada, desligándolo de otros fragmentos que le otorgan su pleno significado. Se queja asimismo de que le acusamos de decir «simpleza tras simpleza». Es cierto, decimos eso en nuestra crítica, pero también se dice algo más junto a ese sintagma: realizamos un análisis de la libertad y el libre albedrío, contraponiéndolo al que ejerce Puente Ojea en su obra, que a lo que se ve no le ha interesado lo más mínimo al ex embajador vaticano. Todo ello resulta propio de gente deshonesta intelectualmente que, no queriendo dar batalla dialéctica, se conforma con ridiculizar al adversario, apelando a defectos reales, pero ocultando de forma intencionada el sustrato elemental de la crítica. Cosa muy curiosa de alguien que nos acusa, literalmente, de sustituir «la probidad del debate intelectual por lo contrario de lo que debe ser». Después de leer cómo presenta nuestros argumentos de forma sesgada, sospechamos que al escribir su carta, Gonzalo Puente Ojea estaba contemplándose en un espejo.

Ciertamente, sería falso afirmar que nos extrañamos por el tipo de respuesta presentada por Gonzalo Puente Ojea. De hecho, la alusión de Alfonso Tresguerres a la polémica sobre El animal divino, clarificaba muy bien el carácter deshonesto de Puente Ojea. Publicar los textos de una polémica ofreciendo solamente los de un autor, en este caso él mismo, sin dar publicidad a los que se le oponían, ya muestra muy a las claras el carácter dogmático y sectario de quien publica «sus» textos. Actitud nada presumible en los polemistas que se le enfrentaron, que no sólo permitieron la difusión de todos los textos de la polémica, sin excepción, en la revista El Basilisco, sino que además favorecieron que fueran posteriormente convertidos a formato *.html para su libre y gratuita consulta. Asimismo, la manipulación de las citas que realiza de nuestro texto nos reafirman en la ya concebida deshonestidad.

Por eso mismo, nada tiene de extraño que Gonzalo Puente Ojea se coloque en situación de escurrir el bulto ante nuestra crítica, tildándonos de «militancia buenista». No sabemos qué puede significar ese calificativo; si acaso, se nos ocurre que es una forma de desmarcar su supuesto gremio del nuestro. Puente Ojea, por lo tanto, se sentiría en este caso ofendido, ofendido no sólo por la dureza de la crítica realizada, sino por habernos atrevido a criticar sin seguir la línea argumentativa del propio Ojea, que desprecia los argumentos opuestos porque son «superfluos para el itinerario de sus tesis» (dando a entender que todo lo que no sea su propia tesis es superfluo), o incluso sospechando que la crítica se ha realizado con el objetivo de «impresionar al Gran Maestro y asegurar con su celo sus favores para apañar una cátedra o alguna prebenda». Quizá es que Puente está tan alejado de la vida académica que no sabe que, desde hace cuatro cursos, Gustavo Bueno no puede ejercer su magisterio en la Universidad, ni tiene la más mínima influencia en la misma.

Indagaciones detectivescas al margen, llama la atención (aunque para nosotros haya dejado de ser noticia) el carácter gremial que le imprime a su respuesta Puente Ojea. Parece como si se hubiera cometido algún tipo de felonía al criticarle, dándole un enfoque distinto al mito del alma analizado por Ojea. Se podría decir, entonces, que todo aquel que no razone como Puente lo hace de modo inapropiado: o bien sería un neoaristotélico, o bien alguien que intenta ajustar cuentas con el embajador sin conocerle, &c. Bien pudiera ser, entonces, que la crítica sea concebida como un caso de «descortesía entre gremios». El modelo normativo de esta concepción sería: «nosotros pensamos una cosa, ellos piensan otra, y así todos tan amigos», totalmente opuesto a lo que es la crítica filosófica, y perfectamente solidario del dogmatismo más grosero. La verdad, sentimos mucho haber ofendido a la «conciencia individual» de Puente Ojea, esa misma conciencia individual que tanto reivindica frente a las maldades clericales del mundo de hoy. Sin embargo, y con más motivo, los clásicos filosóficos (que no científicos) citados por Puente Ojea, es decir, Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Descartes, &c., siendo deformados como los ha deformado Puente Ojea, casi hasta el ridículo con un fantasma llamado animismo, también deberían, en caso de estar vivos, sentirse ofendidos, y entender la crítica de Ojea, por breve y desajustada, como un «ajuste de cuentas».

Por eso mismo, y para no seguir respondiendo a título personal a lo que dice Gonzalo Puente Ojea, vamos a postular, en base a las palabras del embajador, varios puntos fundamentales a los que reducir su respuesta:

I. Su libro estaba muy claro, y compuesto desde la base del rigor científico. Por ello, nosotros hemos divagado, citando problemas y cuestiones que no vienen al caso. Curiosamente, ése es el lema que le atribuye Ojea a todos los que presentan argumentos de corte filosófico que difieren del suyo, tanto las grandes figuras (Platón, Aristóteles, &c.), como los principiantes (nosotros): lo lían todo, estos filósofos, cuando la ciencia lo dice muy claro. Siempre según Puente, claro está.

II. De ahí vendría la supuesta desconexión de las múltiples críticas que realizamos, y el carácter «deslabazado» de las mismas. Por lo tanto, los argumentos que Puente Ojea presenta se revelan como los únicos válidos para todo ateo que se precie. De lo contrario, cualquier crítica a los mismos nos sitúa en el ámbito de la creencia, a juzgar por la dedicatoria que nos ofrece en su último párrafo.

III. Por lo tanto, nuestra crítica es totalmente injustificada en el plano argumentativo, siendo únicamente un producto de nuestras ansias de alabar y loar a Gustavo Bueno.

Por ello, a partir de ahora vamos a analizar estas tres proposiciones y ver cómo están envueltas en un cierto aire de dogmatismo, gremialismo y deshonestidad intelectual, muy propios del mundanismo filosófico en el que se mantiene Gonzalo Puente Ojea.

§ I

Comienza Puente Ojea su crítica diciendo lo siguiente:

«La filosofía no es la ciencia a secas, nada más y nada menos, el comentario reflexivo e integrador de los datos y las hipótesis, más los modelos y las teorías, que nos ofrezca la ciencia generada por el uso riguroso del método hipotético-deductivo basado en la observación, investigación y experimentación, todas apoyadas en los controles de la lógica y la matemática».

Es decir, que la Filosofía es para Gonzalo Puente Ojea un auxiliar metódico de la Ciencia, ejerciendo una función análoga (de proporción, si así le gusta más a Puente Ojea) a la que la Teología realizaba respecto de la religión. Es decir, una manera de clarificar y exponer los resultados de la ciencia, tesis de corte positivista, como se puede deducir. Pero ¿sabe Puente Ojea lo que es la ciencia? Creemos que no. Y nos apoyamos en las ambiguas afirmaciones que realiza en El mito del alma, algunas ya citadas en nuestra reseña. Decía Ojea en su libro, en concreto en las págs. 255 y siguientes, así como en la pág. 288, que los presocráticos realizaban una excelente labor «científica», pero por culpa de Platón y otros animistas, que recuperaron fantasías míticas, la ciencia se quedó sin evolucionar durante más de mil años. Claro que, tras mucho rebuscar en cada palabra del libro, no hemos encontrado en él una definición de ciencia sólida, definición por la que aún estamos esperando (al menos, no la encontramos en tan extraña carta abierta con la que ha respondido), lo que nos induce a concluir que desconoce qué es la ciencia, sin que ello le frene lo más mínimo para utilizarla, encontrándola no sólo en la Física o la Biología actuales, algo por otro lado normal, sino también en ¡Tales de Mileto! ¡Quién lo iba a decir!

¿Es que acaso Tales, o Anaximandro, o Anaxímenes, o mismamente los atomistas clásicos, hablaban de átomos y moléculas como en las ciencias físico químicas actuales? Parece entonces que cuando Tales decía que «Todo es agua» quería decir que «Todo es H2O», expresiones que, aunque tengan el mismo carácter de formalismo primogénerico, tal y como vimos en el anterior número de la revista, no son idénticas. Sólo desde una posición anacrónica y falsaria se pueden hacer equivaler el agua de Tales y el H2O. Desde esas mismas posiciones, y siendo consecuente con ellas, se podría llegar al absurdo de afirmar que Tales práctico el experimento de la hidrólisis, con la consiguiente obtención del H2 y el O2 sin enlace químico alguno.

Profundizando con algún ejemplo más, si según Ojea los presocráticos eran grandes científicos, éstos deberían haber formulado algún teorema que limitase y determinase el campo de su ciencia, frente a otros. Sin embargo, ¿alcanzamos a encontrar expresiones en los atomistas tales como «dos masas puntuales se atraen con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas, e inversamente proporcional al cuadrado de sus distancias», la famosa Ley de Gravitación Universal de Newton? No sabemos si Puente Ojea la habrá encontrado, pero el caso es que no la ha explicitado en su libro. Repetimos la pregunta nuevamente: ¿qué criterio tiene Ojea para distinguir lo que es ciencia de lo que no lo es? Resulta gracioso pretender rechazar nuestros argumentos porque prescindimos de la ciencia (cosa falsísima) y ni siquiera tratar de definir qué es la ciencia, desde sus propias coordenadas, claro está.

Claro que realizar una «Teoría de la Ciencia» (que no Filosofía, palabra maldita para Ojea) implica introducirse en problemas que no son científicos, ni de metodología científica. Es decir, problemas que refieren a la naturaleza de la ciencia y sus límites, problemas que solemos denominar «de segundo grado». Si es cierto que Puente Ojea reconoce que la Filosofía no es la Ciencia, entonces no podrá menos que aceptar lo que decimos. Claro que, a veces, los resultados «de segundo grado» de Ojea dan resultados jocosos. Para probar este extremo, nos permitimos en su momento reservar fragmentos del libro El mito del alma, con los que mostrar las divertidas y sorprendentes conclusiones que Puente Ojea obtiene de las investigaciones científicas. Veamos ahora cuáles son tales deducciones.

Al comienzo de su ensayo El mito del alma, Puente Ojea comenzaba a explicarnos, con minuciosidad y rigor, la técnica de la clonación, aunque ignorábamos cuál era el objetivo de su didáctica:

«Ahora está en manos del ser humano la reconstitución de la especie, tanto mediante el uso de eugenesia negativa (consejo genético, especialmente la amniocentesis y el aborto) como la eugenesia positiva (selección seminal, cirugía genética y clonaje). [...] La clonación o clonaje es la técnica más drástica. En Biología, un clon es la familia de células genéticamente idénticas procedentes de una célula precursora mediante la división binaria. La clonación es propiamente la producción del clon, y el clonaje la técnica por la que los óvulos de una hembra son desprovistos de su información hereditaria (núcleo); se toman células somáticas del individuo elegido y se les extrae su contenido genético codificado para transplantarlo a los óvulos vaciados anteriormente, provocando luego el desarrollo normal de los huevos»{1}.

Sin embargo, poco tardamos en encontrar respuesta a nuestras dudas, pues con toda la tranquilidad del mundo, Ojea nos dice lo siguiente al pasar de página:

«La capacidad creadora de hombres por los hombres expulsa definitivamente del saber la noción mítico-religiosa de almas espirituales e inmortales creadas por Dios. El creacionismo predicado por la religión ha quedado como una reliquia de una edad fenecida. Como escribe un científico, hablando en nombre de sus colegas, "la clonación genética, técnica y prácticamente, otorga al ser humano la capacidad de producir individuos de cualquier especie viva, incluida la nuestra, retirando así de las manos de Dios el monopolio de la Creación. En rigor, esta nueva hazaña de la ciencia vacía el espacio de lo sagrado, el supuesto básico de la religión»{2}.

Ojea expone con exactitud el proceso de la clonación, pero con un objetivo que se revela falso: afirmar que el hombre es «creador» de otros hombres. Esta afirmación la reconocemos falsa porque el hombre, gracias a la clonación, no es más creador de lo que podía ser cuando destruía a otros hombres, aunque deformes, porque no se ajustaban al canon corpóreo que todos conocemos. Y, en base a la Biología actual, la función del hombre no es creadora, sino simplemente modificadora de una situación a nivel ontogenético, no filogenético, pues como dice Ojea, el clonaje es «la técnica por la que los óvulos de una hembra son desprovistos de su información hereditaria (núcleo); se toman células somáticas del individuo elegido y se les extrae su contenido genético codificado para transplantarlo a los óvulos vaciados anteriormente, provocando luego el desarrollo normal de los huevos».

Es decir, que tal clonación no puede quedar inserta en el filum del viviente, al ser eliminado el material genético de la célula embrionaria. Luego, esta operación bioquímica, a pesar de su complejidad, no deja de tener un alcance similar al de la famosa selección artificial que realizan todos los granjeros de hoy y siempre, y que inspiró a Darwin para escribir El origen de las especies en 1859. Por lo tanto, el hombre no «crea» individuos nuevos, ni de su especie ni de otras, sino que simplemente realiza transformaciones a nivel ontogenético, que por ese mismo motivo no quedan insertas en el genoma. Descartada, por absurda, la noción teológica de creación, pues el Dios monoteísta del que habla la religión es incorpóreo y, por lo tanto, incapaz de actuar sobre elementos corpóreos, ello no implica decir que la noción de creación deba ser propiedad de nadie, siquiera del hombre. En todo caso, sería el mecanismo evolutivo el que «crea» las especies, tras largos y complejos procesos, y no la acción a nivel ontogenético del hombre, ya sea por medio de la selección artificial o por medio de la clonación. Suponer lo contrario sería admitir que el hombre era «creador» aun en épocas en que se reconocía la «labor» de Dios, argumento que desbarata la extraña hipótesis de Puente Ojea y de «su científico» citado como autoridad.

La única forma en la que el hombre pudiera «crear» biológicamente a otros hombres sería admitiendo LA HERENCIA DE LOS CARACTERES ADQUIRIDOS, es decir, el lamarckismo, posición totalmente anticientífica e irracional, que sin embargo Gonzalo Puente Ojea no tiene reparos en afirmar, en una entrevista concedida al periódico estudiantil Generación XXI:

«GXXI: ¿A qué achaca Ud. todo el fenómeno de aparición de nuevos cultos, orientalismos, espiritualismos, nuevas creencias, sobre todo en Occidente?
P. O.: Hoy día hay dos religiosidades. La sacral, que se supone que viene de poderes revelados, de poderes sobrenaturales, encarnado en las viejas religiones, los monoteísmos en particular a la cabeza, y hay una religión secular. La religiosidad secular es mucho más conectable con el desarrollo de la ciencia. No es tarea de la ciencia hacer un silogismo o una demostración de que no existe Dios. Primero que demostrar lo negativo no es posible, en determinados de existencia, y no es tarea de la ciencia. Y los científicos eluden estos temas, aunque según las estadísticas el 85% de los científicos físicos son no creyentes, pero no dan batalla ninguna. AHORA, COMO EL SER HUMANO ES UNA HERENCIA GENÉTICA, EL HOMBRE PREHISTÓRICO ERA ANIMISTA, YO EXPLICO EL ANIMISMO PORQUE ES LA EXPLICACIÓN MÁS COHERENTE DE CÓMO NACE LA RELIGIÓN, ESOS PODERES ETÉREOS, ESPECIALES, EXTRAORDINARIOS, LUMINOSOS Y TERRIBLES, QUE EL HOMBRE PERCIBE CREA TODO ESE MUNDO DE ESPÍRITUS, QUE DESPUÉS SE VA REFINANDO Y MODELANDO EN FORMA DE RELIGIÓN Y DESPUÉS EN RELIGIONES CADA VEZ MÁS JERARQUIZADAS, Y AL FINAL EN MONOTEÍSMO PURO; YO CREO QUE ESA TRADICIÓN ESTÁ CODIFICADA EN EL ÁCIDO FAMOSO (EL ADN). Cuando los monoteísmos se apoderan del invento y forman iglesias, llegamos a nuestros días. Y en nuestros días, todo eso se viene abajo porque, a partir de la Ilustración, la religión está en plena derrota. Y ya desde que Darwin explicó, con mayor o menor rigor, la evolución biológica, los días de la religión estaban contados. Y están contados. El reconocimiento del Papa en el año 96 que la evolución biológica es probablemente algo más que una hipótesis, es tirar por la ventana el libro entero del Génesis, las bases fundamentales de la creencia cristiana» (Mayúsculas mías){3}.

La verdad es que parece increíble, pero Gonzalo Puente Ojea sitúa el origen de la religión en toda una serie de símbolos e imágenes (y también de pinturas rupestres y construcciones monolíticas, por qué no) que crea el hombre en las primeras épocas de su existencia, y que después quedan codificados en el ADN, en el filum del viviente. Ni Lamarck lo hubiera dicho con más claridad: el hábito de dar explicación a los fenómenos cotidianos crea el órgano. O, en este caso, el animismo crea el gen del animismo. Hay que darle las gracias a Puente por sus didácticas explicaciones. Precisamente, en la revista El Catoblepas se fundó una sección, iniciada oficialmente con un artículo de Pedro Insúa, titulada «Animalia», para resolver los «problemas» filosóficos que plantean los límites del darwinismo, al respecto de la conducta animal principalmente. El saber hasta qué punto la etología puede reducir sus análisis a las conductas innatas y, por lo tanto, insertas en el filum del viviente, o por el contrario tiene que estudiar conductas dadas al nivel de la ontogenia, el problema del ritmo de la evolución biológica, &c. Todos estos temas, que son de una complejidad enorme y una importancia fundamental, los resuelve Ojea con LA HERENCIA DE LOS CARACTERES ADQUIRIDOS. Qué sabio es Gonzalo Puente, que ha logrado resolver lo que nosotros, pobres mortales, creíamos muy complejo. Quizás debimos consultarle antes de atrevernos a proponer un tema que era, en el fondo, tan sencillo.

Ya vemos las ideas fabulosas que tiene Gonzalo Puente Ojea sobre el alcance de la ciencia. Por eso, al margen de por otros motivos que iremos desgranando nuevamente, toda la enorme profusión de citas y erudición en que se convierte El mito del alma, tienen un valor argumentativo idéntico al cero. Primero, porque no estamos argumentando «científicamente» sobre la religión, ni sobre si el método científico anula la religión, pues en todo caso lo que se busca son apoyos en la ciencia, pero apoyos apropiados. Porque afirmar que la Biología niega la existencia de Dios, resulta cuando menos inapropiado; en todo caso, serán los datos de las ciencias biológicas los que nos permiten argumentar filosóficamente sobre la existencia de Dios (al menos, en el caso de Puente Ojea). Y segundo, porque para empezar a argumentar filosóficamente, hace falta tener apoyos veraces en esos saberes científicos reclamados con febril insistencia. Vamos, que habría que empezar por argumentar con menos ligereza y no afirmar la herencia de los caracteres adquiridos.

§ II

Pasamos al segundo punto establecido en nuestro programa, que es aludir al carácter deslabazado de nuestra crítica. Realmente sorprende que se diga tal cosa, cuando hemos establecido en nuestra crítica una serie de puntos acerca del problema del Alma. Lo que más llama la atención es esa fijación por las Ideas que Ojea nos atribuye:

«Al señor RP le gusta mucho hablar de Ideas, con mayúsculas, pues in interiore hominis habitat veritas; es allí donde mora la lechuza de Minerva, y por ello apuesta por el idealismo y el subjetivismo».

Fijación que también podemos encontrar en Gonzalo Puente Ojea, aunque con otro sentido como veremos:

«Hasta ahora poseíamos ya hipótesis muy sólidas sobre la génesis de la idea de alma en la mente del hombre prehistórico, y en este aspecto sigue pareciéndome acertada, y fecundísima para explicar el origen del sentimiento religioso, la hipótesis animista de E. B. Tylor –tal vez matizada con las importantes aportaciones de Gustavo Bueno sobre los númenes animales–. Hay que hacer constar aquí, incidentalmente, que son tan esencialmente animistas las religiones prehistóricas o las de los actuales pueblos 'primitivos', como lo son los monoteísmos de libro o las religiones orientales, por ejemplo. El animismo es una concepción primaria del mundo que constituye el cimiento roqueño y tenaz de la visión dualista alma-cuerpo que sigue funcionando como el motor de todas las filosofías espiritualistas que alimentan las innumerables formas de la fe religiosa de nuestro mundo»{4}.

Resulta curiosísimo aludir al subjetivismo y al idealismo que presuntamente sostenemos, postulando que la idea de alma, soporte de todas las religiones para Puente Ojea, tiene su origen en «la mente del hombre prehistórico». Parece entonces que el fenómeno religioso es, en sí mismo, una idea, un fantasma. Por mucho que se empeñe, tras negar una y otra vez las abstracciones, para centrarse en los crudos hechos, Puente Ojea sólo consigue caer en un psicologismo absurdo, pues ¿qué tienen de corpóreo los espíritus que supone como el origen de la religión? A ver si va a resultar que los animales eran numinosos porque tenían un espíritu numinoso, cosa que también esboza en su brevísima crítica a Alfonso Tresguerres. Curioso: el que más gala hace de «su» materialismo, más idealista se vuelve. Eso sí, las Ideas a las que nos referimos no son un producto de la mente, ni tan siquiera una segregación del cerebro, sino elementos transcendentales y objetivos. Abstracciones, sin duda. Pero como Ojea ha prescindido de todo tipo de abstracciones, lo que equivaldría a situarse en un nivel de conocimiento propio de las tribus primitivas, que no tenían entre sus creencias a ningún Dios monoteísta, creemos que lo único que le falta al embajador es renunciar a su formación diplomática, por abstracta. Quizá entonces lo único deslabazado e incoherente sea el uso de la hipótesis animista, convertida en una suerte de psicología que se despega de esos crudos hechos que tanto preocupan a Puente Ojea.

Sin embargo, el objeto principal de este punto es volver sobre el dogmatismo del embajador, que tenía por la siguiente consideración a nuestra crítica:

«Cualquiera que no haya leído íntegramente y atentamente mi reciente libro El Mito del Alma. Ciencia y religión -diana de los frágiles dardos de RP- pensará probablemente que su autor es un audaz insensato que nada conoce sobre su tema, y que lo que escribe viola escandalosamente las reglas básicas de la lógica y del ensayo teórico, y que a la postre prueba exactamente lo opuesto de lo que se proponía demostrar. Para dejar esa impresión negativa, cree RP que vale todo, sin discernimiento intelectual y moral de los recursos empleados: análisis etimológicos que el autor nunca abordó y que son superfluos para el itinerario de sus tesis; conexiones arbitrarias de elementos o conceptos tergiversados o que nada tienen que ver entre sí y con el desarrollo teórico construido por el autor, &c., &c.».

El problema fundamental, como ya reseñaba en mi crítica a El mito del alma, es saber si la línea argumentativa de Puente Ojea puede desligarse de la tradición filosófica, por ser considerada absurda, ridícula, &c. Para ello, nuevamente, hay que acudir a la etimología de la que parte Ojea:

«Al parecer, RP no concibe que la función antropológica del alma, alcanzado un modesto nivel de elaboración conceptual, se desdobla en su vertiente de principio de vida y su vertiente de principio causal de acción. No ha estudiado, al menos suficientemente, la dinámica fenomenológica del factor animista en su despliegue histórico. El terceto hebreo basar, nefesh, ruah, y el griego physis-soma, psique, pneuma, marcan el camino de la simplificación ulterior de principio vital y principio causal».

Nada tenemos que objetar a que Gonzalo Puente Ojea ilustre más aún sus análisis con la expresión hebrea del alma y sus partes, suponiendo que ello aporte algo más a la etimología griega y latina. Sin embargo, si retratamos a ese lector ideal de sus obras, el que se imagina Puente Ojea, ¿no le parecerá absurdo a ese lector leer que anima equivale a decir «persona», cuando en realidad todo el mundo sabe que hace referencia a «lo que está animado»? Es más, ni siquiera hay que ser un gran pensador para darse cuenta de que el término anima también hace referencia inmediatamente a animal, y que el problema del Alma, en realidad, tiene un referente positivo que es el explicar la vida animal, incluyendo al animal rationalis, que es el hombre y, por lo tanto, la «vertiente antropológica» que no encuentra Ojea en mi artículo. No tenemos culpa de que Puente Ojea se empeñe en no citarlo, quizá por su exacerbada deshonestidad intelectual.

Si seguimos con nuestra argumentación etimológica, recordaremos que en nuestro anterior trabajo afirmábamos, en contra de Ojea, que el alma era considerada por los presocráticos como «principio de la vida», de ahí el famoso hilozoísmo de Tales, que no excluye el principio de acción, pues como bien sabía Aristóteles también hay acciones vitales, cuya diferencia de las de otros cuerpos inanimados es que tienen el principio de su movimiento en sí mismos. Para decirlo en términos positivos y más actuales, la diferencia entre una piedra y un animal, está en que el animal posee vida subjetiva o vida psíquica (de ahí la famosa alma sensitiva o psyché de la que hablaban los griegos). De ahí que el darwinismo y sus disciplinas derivadas, como las ciencias biológicas y etológicas, tengan un gran interés para dilucidar el problema del alma.

Sin embargo, Puente Ojea nos atribuye tergiversación de sus análisis. ¿Por qué? ¿Por qué no pensamos como él piensa? ¿Porque manejamos otras tesis distintas a las suyas? Quizá el dogmatismo de Ojea le lleve a pensar que el problema del alma sólo puede resolverse a su modo, despreciando la auténtica etimología de anima, más que nada para llevar la argumentación por donde a él le interesa, que parece ser la auténtica verdad. Acumulando argumentos en una sola dirección, como afirmamos en nuestra crítica a su libro, y como sigue probándonos el ex embajador vaticano:

«Hay que ser muy zoquete, o exhibir una descarada mala fe, para no haberse enterado que al calificar el alma de «mito» me estoy refiriendo exactamente a lo que la tradición teológica y filosófica ha acusado con el término anima spiritualis (substancia con sus inherentes atributos ontológicos de incorruptabilidad, inmortalidad, inmaterialidad, y de transcendencia y eternidad). Un concepto íntimamente vinculado a la religión, por funcionar como premisa mayor de esta última. Para refutar con argumentación pasada y actual (no de hace doscientos años, como dice RP, ignorando los más recientes datos y descubrimientos de la ciencia) la pretensión veritativa de realidad fáctica del anima spiritualis, escribí cerca de seiscientas páginas... que no hicieron la menor mella –a estar a sus incoherentes declaraciones– en la mente blindada de RP contra toda penetración de un repertorio intelectual».

Efectivamente, «hay que ser muy zoquete, o exhibir una descarada mala fe» para afirmar, como afirma en El mito del alma Gonzalo Puente Ojea, que el problema Alma/Cuerpo se resuelve diciendo que no existen almas inmateriales. ¡Pero si eso ya lo dijimos al principio de nuestra crítica! Esa tesis ya ha sido probada por múltiples autores. Por ello, no tiene sentido que el Señor Ojea venga aquí a decirnos que ya sabemos que no existe el alma inmortal. Para eso no escribimos el anterior artículo, ni tampoco éste. Lo escribimos porque, aparte del animismo que cita Puente, que está muy bien criticarlo, pero que, filosóficamente, ya ha sido superado, y es pretender seguir argumentando contra un fantasma que sólo defienden algunos autores clericales, lo importante de las teorías que Ojea denomina animistas es encontrar sus referentes positivos, es decir, saber a qué se estaban refiriendo. Porque el que Platón o Santo Tomás se refirieran a un más allá, aunque fuera en el fondo una fantasía metafísica, tenía como objeto distinguir entre el animal, dotado de vida psíquica, de psyché, y el hombre, dotado de racionalidad, y por lo tanto inserto en un contexto (político, o cultural, sin ir más lejos) que superaba la simple vida animal.

Hoy día, es evidente que la argumentación filosófica no admite la existencia de almas inmateriales. Nadie lo quiere negar. Pero es que el problema del alma, que no la idea de un alma inmortal, sustancializada, tiene su vigencia, por ejemplo, gracias a la teoría de la evolución. Pongámonos en el caso de Descartes, que es, para Ojea, un hito en el problema del alma. Sin embargo, no es tal hito porque modifique el problema Alma/Cuerpo por el problema Mente/Cerebro, pues un simple cambio de nombres no arregla nada. Es un hito porque, tras una tradición escolástica que reconocía vida psíquica a los animales, el francés se la niega de plano. Es decir, los animales dejan de ser vistos como seres vivos, son simples máquinas.

Y es precisamente la teoría de la evolución, con Darwin, la que derriba no ya la existencia de Dios, algo que otros autores habían realizado antes, como afirmamos en nuestro artículo, sino la hipótesis metafísica de Descartes, que negaba algo que a los ojos de todo el mundo era evidente: que los animales hacen honor a su nombre, que están animados, vivos. Y que el hombre es un animal más. Sin embargo, Puente Ojea, a pesar de las citas innumerables que incluye en El mito del alma, no presta la más mínima atención a estos detalles que son, para decirlo con sus propias palabras, los crudos hechos. Pero claro, es más fácil negar la etimología de anima, para así llegar al problema de la relación Mente/Cerebro propuesto por Eccles, Popper y retrospectivamente por Descartes, y así librarse de todos los problemas que plantea la tradición filosófica. Todo eso está muy bien, pero tiene dos fallos muy graves: el primero, que sitúa el discurso de Puente Ojea a un nivel totalmente cartesiano, por mucha «ciencia moderna» que quiera suplementarle; el segundo, que su discurso se convierte en dogmático, deshonesto y falsario, al no incorporar toda una serie de teorías que han de ser tenidas en cuenta para hablar sobre el alma.

Y de nada sirve refugiarse en «los más recientes datos y descubrimientos de la ciencia». Porque para ello haría falta elaborar un discurso que fuera algo más que metodología de la ciencia. Un discurso que incluyera disciplinas etológicas, políticas, culturales, &c., que en Puente brilla por su ausencia.Y además, haría falta, en primer lugar, entender la propia ciencia y sus más actuales descubrimientos. Preguntamos a Puente: ¿cuáles son éstos, la herencia de los caracteres adquiridos, mantenida por Lamarck en el siglo XVIII, y resucitada por el propio Puente Ojea en los albores del siglo XXI, como vimos en el primer punto de nuestro análisis? ¿El animismo de Tylor, del siglo XIX, que parece haber sido escogido ad hoc? Ya que Puente Ojea escoge a Tylor, nosotros preferimos escoger a Marvin Harris, antropólogo que también ha dado una explicación «materialista» de la religión. ¿Y qué se logra con eso? Nada. Nada porque no basta con escoger un autor y quedarse en la comodidad de sus palabras, ajenas al paso del tiempo. Porque se corre el riesgo de redescubrir el Mediterráneo a cada paso que se da, cosa que le advertimos a Puente Ojea, pero que intenta ocultar tergiversando nuestros argumentos. Por ejemplo, en este caso:

«Parece ignorar que su "grosera argumentación" ni siquiera aporta ni el menor factor que pueda enriquecer lo que se sabe «ya desde hace más de doscientos años» (!); y que, en definitiva, «el animismo goza de buena salud». ¡Tranquilícese, Sr. Wojtyla!... A renglón seguido, y en una cascada de inconsecuencias, escribe que «el propio Puente Ojea se ve obligado a reconocer que la propia Iglesia se va sometiendo al dictado de la ciencia» (cursivas mías).

Que en realidad tiene esta extensión completa:

«Podríamos decir entonces que las coordenadas de Gonzalo Puente Ojea son las de un positivismo de corte decimonónico: para nuestro ateo ilustrado, las creencias religiosas son elementos arcaicos, propios de etapas de la humanidad ya superadas. Precisamente aquellas creencias que pertenecían a los Estadios Mitológico y Teológico, según la famosa formulación de Augusto Comte. Esto nos lleva a percibir la grosera argumentación de Puente Ojea, que no se da cuenta que, ya desde hace más de doscientos años, desde la época de autores como Turgot y Condorcet, y no sólo Comte o Saint Simon, se mantenía esa noción de la ciencia como aceleradora del progreso histórico. Sin embargo, la Idea de Progreso como un avance indefinido no deja de ser una hipótesis metafísica (infalsable, como le gusta decir a Puente Ojea, utilizando a Popper), pues en nuestro presente, en el que las ciencias han avanzado de forma espectacular, aunque no tanto como vaticinaron los positivistas, la religión, en sus múltiples variantes, no ha sufrido el retroceso y cesación que se vaticinaba. Para decirlo en términos más groseros y acordes con la argumentación de Puente Ojea, el animismo goza de una excelente salud».

Gonzalo Puente Ojea, por mucha «ciencia actual» de la que alardee, no puede dejar de situar su concepción filosófica lejos de un positivismo trillado que afirma que la ciencia acabará con la ignorancia y la creencia en almas inmateriales. Hipótesis infalsable completamente, para seguir la estricta metodología científica de la que tanto presume. Y eso es lo que afirmamos realmente, que las tesis de Ojea simplemente redescubren el Mediterráneo, que estamos de acuerdo con ellas, pero por lo simples que son, porque no basta con lo que afirma el embajador para explicar el problema del alma. Si el ateo único y verdadero, como se autoconcibe Puente Ojea, quiere que reconozcamos que no existen almas inmateriales, eso es algo que ya ha obtenido desde el principio. Por eso nos resulta totalmente indiferente ese chiste malo que pone al final de su carta abierta, con R.I.P. incluido. Somos ateos, absolutamente. Pero lo que no somos es dogmáticos: pensamos que, de toda la milenaria tradición filosófica, hay muchos elementos aprovechables, aunque pocos filósofos hayan sido «ateos de toda la vida».

Por eso mismo, la argumentación de Puente Ojea, separada de toda esa retórica supuestamente científica, se asemeja mucho a la retórica panfletaria de los anticlericales de izquierda fundadores de la I República, aquellos que, ante el Parlamento, afirmaban querer sustituir «la Fe, el Cielo, Dios» por «la Ciencia, la Tierra, el Hombre». Veamos la semblanza que ofrece de esos republicanos Julio Caro Baroja:

«Los demócratas se dividían en grupos distintos; desde positivistas que declaraban guerra a la idea de Dios, como el médico catalán don Francisco Suñer y Capdevila, hasta cristianos de matices distintos y considerados siempre acatólicos, como don Emilio Castelar. En un folleto de propaganda, Suñer y Capdevila terminaba con estas palabras: "El hombre es la ciencia, Dios es la ignorancia; el hombre es la verdad, Dios es el error". Con este tono afirmativo y dogmático se sentaban en aquellas Cortes principios que hacían estremecer a los progresistas anticlericales, incluso a los que se habían distinguido más: ¡qué efecto no producirían en los carlistas! Pero la época daba aquello. El alarde de impiedad, apoyado en los conocimientos "científicos", estaba a la orden del día, y cuando no, un alarde de religiosidad al estilo de los que hacían los discípulos de Sanz del Río. El pueblo quedaba, por otra parte, maravillado ante tanta ciencia como la que veía en aquellos oradores afirmativos, y las librerías de Barcelona, Valencia, Madrid y otras partes se nutrían de obras francamente anticatólicas: traducciones, rapsodias, panfletos, cosas a veces de muy poco fuste»{5}.

Ciertamente, la palabrería de estos propagandistas no deja de tener grandes similitudes con la de Gonzalo Puente Ojea. Simplemente tendríamos que decir frases en contexto con las afirmaciones de Puente: «El hombre es el Creador, Dios no existe». O «las almas no existen, sólo los cuerpos». Afirmaciones a las que no habría que negarles su razón, pero que son tan simples que no recogen la magnitud del problema, y se quedan en lo que se han quedado desde la I República: en nada.

§ III

Llegamos a la auténtica conclusión, aunque esté simplemente ejercida en forma de un argumento más, de la carta abierta con la que responde Gonzalo Puente Ojea a nuestros argumentos. Deduce Ojea que las dieciséis páginas escritas como comentario a su libro El mito del alma obedecen, como causa principal, a un excesivo afán de loa y alabanza del profesor Gustavo Bueno. O sea, que esto no ha sido más que un proceso inquisitorial montado contra su «conciencia individual», contra el auténtico y verdadero ateo, que es siempre atacado y violentado por criptocreyentes. Realmente, lo que se prueba aquí es ese carácter de conciencia desdichada de Puente Ojea, que se siente poseedor de la verdad, pero ¡oh paradoja! (por utilizar la misma expresión del embajador) es incapaz de hacerse entender, salvo en el gremio de científicos y personas afectas a sus ideologuemas:

«Lo desconcertante para mí es ese resentimiento sordo con una persona que no conoce personalmente, y que tampoco yo he visto, ni oído su nombre, en mi vida. Sus acometidas indecentes contra mi persona parecen lo que podría ser un sesgado ajuste de cuentas conmigo. ¡Pero si no nos hemos encontrado jamás!... Hay que buscar en los síntomas de la paranoia el inquietante "desarreglo" de RP».

Sin embargo, sería mucha deshonestidad pensar que intentamos tomar al asalto esa «conciencia individual», tan maltratada por las múltiples creencias religiosas. Ciertamente, creemos haber probado no tener ninguna oscura creencia que nos deje fuera del «club de los ateos» que trata de patentar Gonzalo Puente con no se sabe qué intereses. Jamás hubiéramos llegado a suponer que los dos escasos años que estuvo Ojea en la Santa Sede, representando a España, le hubiera creado tanta indisposición como para pensar que las críticas realizadas a sus argumentos, que no a su persona, por mucho que se empeñe, buscan un ajuste de cuentas contra un ateo, realizado por un tal Wojtyla. Para aclarar nuestra postura, nos permitimos el lujo de citar la última respuesta de Puente Ojea en la entrevista ya mencionada:

«GXXI: ¿Cómo puede sobrevivir esa conciencia individual de la que habla en un mundo como éste?
P. O.: Yo digo que está ahogada. Esa conciencia está conquistada e invadida por los poderes externos. Siempre hubo predicadores, catequistas, colegios religiosos, sin embargo ha habido rebeliones y la conciencia se mantenía viva. Pero es que, cualitativamente, el mundo ha cambiado. Hoy día, las comunicaciones y toda la forma mediática de gobernar hace que, desde pequeños, desde el núcleo mismo de la conciencia, no la dejan crecer. La posibilidad de rebelarse es una alternativa con la que ya no se cuenta, y la mente está colonizada. Porque no es igual ir un día a la semana a la iglesia a escuchar el sermón que estar inmerso de la mañana a la noche en un mundo en que tú estás viviendo mucho más de lo que te suelta un televisor o un aparato de radio, y no digamos la industria editorial, y sobre todo desde pequeño... La posibilidad de reivindicar algunos espacios de conciencia libre está en un sistema de enseñanza que eduque para la racionalidad y el cultivo de razonamiento libre. Por eso, la Declaración de derechos humanos me indigna, son una religión. Las N.U. son una Santa Alianza del s. XX. Y la concentración de medios económicos también impide que florezcan conciencias, para un mínimo de instrucción hacen falta medios materiales»{6}.

Es curiosa esa equiparación, de corte sociológico, entre la O.N.U., (que no U.N., ya que estamos hablando en español, no en inglés) y la Santa Alianza. ¿Cuál es el criterio que le lleva a identificar la Iglesia con la asamblea de las Naciones Unidas. ¿Acaso los representantes de las naciones son sacerdotes camuflados? ¿Es acaso Kofi Annan el Papa de un Washington convertido en Iglesia del siglo XXI? Aunque lo que llama la atención de estas palabras es la frivolidad con la que habla Puente Ojea de la posibilidad de una «rebelión de la conciencia individual». ¿En qué momento histórico se ha dado esa rebelión? ¿Acaso esas rebeliones no han sido producidas al nivel de grupos sociales diversos a lo largo de la Historia? ¿Acaso algún individuo ha logrado emanciparse y liberarse él solito? Si seguimos la lógica interna de las afirmaciones de Ojea, hemos de reconocer que, por alguna misteriosa razón, Puente Ojea es el único ateo de España, y los demás estamos empuercados en la creencia irracional y alienante. Sin embargo, esa posición subjetivista es totalmente irracional, pues, a pesar de su ateísmo, Ojea no puede negar que ha salido de una sociedad con religión, como todas las sociedades humanas que han existido en la Historia y en la Prehistoria, como él propio Puente reconoce, aunque sea a su manera animista.

De ahí que, en la entrevista que le realizaron, tenga que concluir con la afirmación, simple pero verdadera, de que «la concentración de medios económicos también impide que florezcan conciencias, para un mínimo de instrucción hacen falta medios materiales». Evidentemente. ¿Acaso no conocía la famosa afirmación de Marx «el ser social determina la conciencia», como para sorprenderse tanto de lo que ha dicho? ¿Cómo pretende Gonzalo Puente criticar el animismo, si él mismo se reconoce en un plano ajeno al animismo? Está muy bien eso de despreciar el catolicismo, pero ¿acaso no es el propio Ojea de origen católico, y tan ateo de toda la vida? ¿Es que piensa Puente Ojea que en una sociedad islámica, pongamos por caso, iba a tener la misma posibilidad de ser ateo?

Señor Gonzalo Puente Ojea, por mucho que se empeñe, usted y nosotros seremos ateos, pero lo somos gracias a Dios. Sin la existencia de religión nada tendría que criticar y, sobre todo, la misma sociedad que le ha formado como miembro de la carrera diplomática, se vendría abajo. Sólo en la diferencia entre hombres y animales cobran sentido las hipótesis que usted califica de animistas. Y sólo en la crítica a las religiones primarias y secundarias, las que aún mantienen un alto grado de zoomorfismo, tiene sentido la aparición de una religión terciaria. Es la crítica que las religiones se realizan entre sí la única que les da sentido y las mantiene pujantes hoy día, y no la existencia de unas ánimas, que pueden tener un cierto valor para explicar el espiritismo, como afirma Bueno cuando responde a sus argumentos, pero no para formar una verdadera filosofía de la religión{7}. La vía que escoge usted, señor Puente Ojea, es simplemente prescindir de los crudos hechos, y olvidarse de la realidad de la religión, como parte constitutiva de toda sociedad. Y si nos olvidamos de los crudos hechos, a lo mejor llegamos a decir, como Manuel Azaña, que «España ha dejado de ser católica». Por decreto.

En fin, damos por terminada nuestra justa réplica a la deshonestidad intelectual de Puente Ojea. No obstante, le agradecemos su adoctrinamiento, desde las coordenadas de su doctrina, a veces «positivismo», a veces simple «visión científica del mundo», a veces Filosofía, según le convenga decir una cosa u otra. Nos alegramos de saber que esa doctrina le permite llegar a conclusiones tan racionales como que los caracteres adquiridos se heredan, conclusión que como ya sabemos está aceptada por la ciencia biológica desde finales del siglo XVIII, con Lamarck mismo, para que así Gonzalo Puente Ojea no tenga que molestarse en entender los problemas biológicos, que seguramente serán muy embrollosos. ¿Para qué molestarse en entender la ciencia actual, si la que nos divulga con gran generosidad Puente Ojea es simple y clara?

Claro que también es falsa, pero es que no se podía esperar otra cosa de lecciones gratuitas. Supongo que en sus cursos de pago, como el que dicen va a impartir el mes de octubre, sus argumentos serán más sólidos. Pero, quién sabe, viendo la profundidad y certeza de los análisis de Puente y su «científico», a lo mejor ello le permite seguir diciendo lo que dice, y su público tan contento. En todo caso, gracias por ilustrarnos con sus palabras. Y, sobre todo, gracias por hacernos tan fácil la respuesta con sus análisis tan «profundos». Por cierto, como ya hemos afirmado varias veces, somos absolutamente ateos, pero sin hacer de tal circunstancia un dogma, ni apelar a nuestra «conciencia individual» para justificarnos ante los creyentes empantanados en sus creencias. Tampoco consideramos ridículo todo lo que no sea ateísmo con simplezas como el animismo. Al menos eso nos convierte en menos dogmáticos que nuestro miembro de la carrera diplomática, al que le deseamos éxitos profesionales, ya que le auguramos escasos éxitos doctrinales con los antecedentes de su mitología falsamente materialista.

Notas

{1} Gonzalo Puente Ojea, El mito del alma. Ciencia y religión. Siglo XXI, Madrid 2000, pág. 55.

{2} Gonzalo Puente Ojea, op. cit., pág. 56.

{3} Javier Esteban y Cristóbal Cobo, Entrevista a Gonzalo Puente Ojea. Disponible en http://www.cibernous.com/perifericos/entrevistas/ojea.html

{4} Gonzalo Puente Ojea, op. cit., pág. 48.

{5} Julio Caro Baroja, Introducción a una Historia Contemporánea del Anticlericalismo Español. Istmo, Barcelona 1980, págs. 205-206.

{6} Javier Esteban y Cristobal Cobo, ya citado.

{7} Gustavo Bueno, «Religiones y animismo. Respuesta a Gonzalo Puente Ojea», en El Basilisco, 20 (1996) (2ª época), pág. 78.

 

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