Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 9 • noviembre 2002 • página 22
Sobre el libro de Joseph E. Stiglitz, El malestar en la globalización,
Taurus, Madrid 2002
Este libro de José Eugenio Stiglitz (Gary, Indiana, 9 de febrero de 1943) –Premio Nobel de Economía en 2001, compartido con Jorge A. Akerlof y A. Miguel Spence– ha sido recientemente publicado en español (abril de 2002), en traducción de Carlos Rodríguez Braun. A pesar de que Joseph E. Stiglitz se ha dedicado, en el plano teórico, a asuntos que en principio parecen no tener mucho que ver con la macroeconomía y los mercados internacionales, nos presenta en esta obra, una breve historia de la globalización desde principios de la década de los noventa hasta hoy, servida con un estilo claro y divulgativo y aderezada con una despiadada crítica a las políticas económicas imperiales.
Puede leerse una semblanza autobiográfica de José Eugenio Stiglitz en las páginas de la Fundación Nobel. Ya Doctor en Economía, fue profesor en las universidades de Oxford, Princeton y Stanford. En 1979 obtuvo la medalla John Bates Clarck de la American Economic Association y en 2001 compartió el Premio Nobel de Economía por sus trabajos relacionados con la economía de la información, rama de la economía que él mismo ha ayudado a fundar con sus estudios y que tiene que ver con el diferente volumen de información que poseen los distintos agentes económicos, por ejemplo, las asimetrías en la cantidad de información que manejan contratante y el contratado en una transacción laboral. Sin embargo, Joseph E. Stiglitz es mucho más conocido internacionalmente por otros motivos. En 1993 fue nombrado miembro del Consejo de Asesores Económicos del gobierno Clinton y en 1996 economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial. A finales del 1999 abandona su puesto en el Banco para poder ejercer libremente la crítica contra las políticas económicas del FMI y el BM. Frutos más elaborados de esas objeciones son el polémico artículo publicado en The New Republic (sólo disponible en inglés){1} y el libro del que nos ocupamos.
Desde la caída del Muro de Berlín y la desmembración de la antigua Unión Soviética asistimos a un nuevo marco geopolítico y económico internacional. A este nuevo orden mundial, se le ha llamado, quizá erróneamente y sin mucha reflexión, globalización{2}. Así, casi sin darnos cuenta, hemos pasado de la época de la Guerra Fría a la época de la Economía global. Es de notar que para Stiglitz, como punto de partida ya en las primeras páginas, la globalización puede ser «una fuerza benéfica y su potencial es el enriquecimiento de todos», si esto no es así es por el modo en que la ésta ha sido gestionada y planteada{3}. El FMI y el BM tienen, según Stiglitz, un problema fundamental como instituciones: han traicionado la ideología keynesiana que inspiró su creación después de la Segunda Guerra Mundial, para ser esclavas de otro tipo de ideología que se impuso en la década de los ochenta, la del liberalismo de Reagan y Tatcher y que han seguido ejerciendo en los años noventa en los países en vías de desarrollo.
Stiglitz repasa la Historia Económica de los últimos diez o doce años, la historia de la globalización a través de los que él llama «errores» del FMI y del BM. Estos «errores» son siempre el mismo «error» que no es otro que la forma de actuar normal del FMI y el BM{4}, a saber, cuando el FMI y el BM desembarcan en una nación en vías de desarrollo, lo que ese estado-nación necesita, si quiere realmente ser un país capitalista, desde un punto de vista macroeconómico, es ahorrar (ahorrar, en la práctica, es comprar Letras del Tesoro de los Estados Unidos) para evitar la inflación y fomentar el crecimiento (dirá un economista de la academia oficial), o para tener una acumulación originaria de capital (dirá un economista marxista). Pero el BM y el FMI no prestan dinero para ahorrar. Sus ayudas son para gastar, gastar en escuelas, autopistas y hospitales, sin duda necesarios, pero que son imposibles de mantener, sin pedir más, cuando se agotan las ayudas. Por otro lado, las ayudas del FMI, están muchas veces condicionadas a que el país-cliente liberalice y abra las puertas de su débil mercado, de tal forma que penetran en él los artículos de los mercados internacionales, con cuyos precios y valores el país huésped no puede competir, generándose en ocasiones auténticos dramas como la destrucción de la agricultura de una nación, con el consiguiente estallido de hambre y revuelta social.
Este esquema de actuación es utilizado por el FMI y el BM en todos los países en trance de incorporarse al modo de producción capitalista en los años noventa y Stiglitz realiza un balance de ese modo de actuar en diferentes zonas geográficas.
Comienza el repaso con el Este Africano{5}. Cuando en Etiopía las fuerzas de Meles Zenawi derrotaron al régimen marxista de Mengistu Haile Mariam en 1991, comenzó la globalización del país, con préstamos del FMI y el BM. Pues bien, cuando todavía en 1997 esas ayudas eran necesarias, el FMI suspendió el programa de préstamos porque el gobierno etíope había liquidado un crédito (lo que haría cualquier persona sensata) con un banco americano, sin consultar con el FMI (que, por supuesto, no le habría permitido pagar sus deudas tan fácilmente). De pasada, ofrece algunos datos interesantes sobre los problemas que giran alrededor de las economías de Kenia y Uganda y, más al Sur, de las minas de diamantes en Bostwana, y sobre las dificultades de paro (¡más del 25%!) en Sudáfrica tras la caída del Apartheid.
Sigue su recorrido por el Milagro del Este asiático{6}, insinuando que si fue tal «milagro», se debió principalmente a no seguir los consejos e imposiciones del FMI{7}. El Consenso de Washington subrayaba la importancia de la liberalización apresurada de los mercados financieros y de capitales pero los países del Este asiático liberalizaron gradualmente y los gobiernos nacionales crearon empresas eficientes que tuvieron un papel básico en el éxito de algunos países. Es decir, el Estado tuvo un papel fundamental en la regulación política de la economía. En cualquier caso, cuando llegó la liberalización total, tampoco había llegado el momento, ya que provocó la crisis del año 98 que afectó a Corea, Indonesia, Malasia, Java, Tailandia... y que se extendió a Rusia e Hispanoamérica.
Todos estos países reaccionaron de diferente forma a la crisis, unos como Tailandia, siguieron las prescripciones del FMI, y después de cinco años del estallido de la crisis continúan en recesión. Otros como Corea o Malasia{8} «no cerraron bancos conforme a la receta habitual del FMI y el gobierno coreano cumplió un papel activo en la reestructuración empresarial»{9}.
La parte más extensa del libro está dedicada al proceso de transición al capitalismo en Rusia{10}, al que dedica tres amplios capítulos. Para Stiglitz «es el segundo experimento económico y social más audaz del siglo XX», el primero fue la transición hacia el comunismo en 1917. Esta «segunda transición» se ha quedado muy corta con respecto a lo que los partidarios de la economía de mercado esperaban de ella, disminuyendo el nivel de vida de la población Rusa. Para Stiglitz, no sólo cabe responsabilizar a los gobernantes rusos que han dirigido las reformas, sino también a los consejos y las imposiciones del FMI, que en Rusia, al contrario que en el Este asiático y en EEUU, se siguieron al píe de la letra.
El Fondo Monetario Internacional, como de costumbre, recomendó liberalizar el mercado y las reformas pertinentes sobre la inflación, Banco Nacional y crecimiento. Estas reformas encontraron una fuerte oposición en la Duma (con un fuerte componente ex comunista{11} que no ha dejado de serlo), pero el presidente Yeltsin, con más poder que sus colegas en occidente, fue «animado» para que esquivara la democráticamente elegida Duma, y realizara las reformas dictadas por el FMI, por decreto{12}. La estrategia del FMI consiguió que el PIB descendiera año tras año en la Rusia posterior a la caída del muro{13}.
El recorrido por la historia más reciente de Rusia finaliza en las repercusiones de la crisis asiática de 1998, donde el FMI tuvo que intervenir nuevamente. El asunto provocó una polémica en el Banco Mundial entre los partidarios del «préstamo» (liberales) y los que se oponían, alegando que otros países (africanos) lo necesitaban más y añadiendo que dudaban de la honradez del gobierno ruso para manejar el presupuesto (Stiglitz). El préstamo se terminó concediendo y «tres semanas después, Rusia anunció una suspensión de pagos unilateral y la devaluación del rublo»{14}. Paradójicamente, nuestro premio Nobel no cree que estas erróneas políticas económicas del FMI y el Banco Mundial sean fruto de un plan premeditado o complot para sojuzgar a Rusia y eliminarla definitivamente como adversario político y bélico, sino más bien, por incompetencia teórica{15} de los burócratas del Fondo Monetario y Banco Mundial.
En resumen, nos encontramos a lo largo de las 314 páginas de El malestar en la globalización con una crítica mordaz a las políticas del FMI y el BM en los últimos años realizada por alguien «de dentro de la casa». El núcleo de está crítica está articulado en torno al «mal gobierno»{16} de estas instituciones. Un «mal gobierno» que redacta los informes económicos sobre los países-cliente, desde Washington, sin conocer su realidad económica y que cuando viaja a esos países con la excusa de redactar esos informes lo hace en realidad para disfrutar de recreativas estancias en hoteles de cinco estrellas de las capitales visitadas. Suponemos que Stiglitz debe conocer de primera mano cómo son esas «visitas» para «redactar informes», no en vano perteneció durante un tiempo, como ya hemos indicado, a la elite burocrática encargada de esos menesteres. Lo que viene a criticar Stiglitz es que se opera siempre con unos patrones preconcebidos que no tienen en cuenta las situaciones concretas de los países donde se ejercen esos esquemas, y lo más importante, esos patrones están elaborados al dictado de una determinada ideología que sirve también a unos determinados intereses.
Este gobierno, ciego y malo, habría perdido también la coherencia intelectual, pues el padrino teórico del Fondo (Keynes) demostró que las acciones de un país afectan a otro, con lo que los mercados fallan, pudiéndose estos fallos subsanarse mediante acciones colectivas de instituciones como el FMI. Sin embargo, la coherencia se ha perdido porque los «fundamentalistas de mercado dominan el FMI; ellos creen que el mercado funciona bien y que en general es el Estado el que funciona mal»{17}. La contradicción aparece ya con suma nitidez: «una institución pública –FMI– creada para corregir ciertos fallos del mercado pero actualmente manejadas por economistas que tienen mucha confianza en los mercados (en realidad manejan esquemas de mercados ideales perfectos en los que la oferta siempre iguala a la demanda) y poca en las instituciones».{18}
Cuando Stiglitz ejerce estas críticas, casi sin darse cuenta y creo yo que sin querer, se va recortando la contrafigura ideológica del liberalismo que critica. Ante las «alegres» liberalizaciones de mercados, propone control estatal (con el fin último de liberalizar, por supuesto), ante el banco exclusivamente preocupado en la inflación y expuesto a la absorción por Citybank u otro gigante, propuesto por el FMI, el Banco Nacional del Estado que sólo tímidamente se abre a los mercados (y sólo cuando las cosas van muy bien para el país). Ante los tres ingredientes esenciales (según el manual fundamentalista-liberal) de la economía de mercado, a saber, precios, propiedad privada y beneficios, se le añade (que no opone) la importancia de las instituciones (marcos legales reguladores)... &c. Es decir, en todas las altruistas propuestas, que nos encontramos ya en los tramos finales del libro{19}, de otro tipo de globalización es posible resuenan mucho los ecos de las soluciones socialdemócratas de toda la vida, aunque tratándose de los Estados Unidos bien pudieran ser los conflictos de Stiglitz (y hasta de Clinton, que bien aconsejado por Stiglitz no hizo caso en su día a las propuestas del FMI) con los banqueros mundiales, en el fondo, un problema de Demócratas y Republicanos y no de globalizadores y globalizados como lo presenta el movimiento antiglobalización.
Stiglitz, acusa al FMI y al BM de someter a los países en vías de desarrollo a un régimen continuador del imperialismo depredador del siglo XIX. Bajo el hipócrita propósito de incorporarlos a la economía de mercado, lo que se perpetúa es su sumisión indefinida al imperio realmente existente. El problema que se nos presenta, a poco que profundicemos en las bienintencionadas tesis del premio Nobel de Economía 2001 y si llevamos hasta el final sus propuestas (envueltas todas por la fundamental: incorporar de verdad, no de forma hipócrita, a esos países a la economía capitalista), es la imposibilidad{20} de un mundo fragmentado en multitud de estados-nación, relacionándose en régimen de igualdad político-económica (donde la política, por supuesto, sigue siendo la democracia-liberal-parlamentaria y la economía, una versión suave y edulcorada del fundamentalismo de mercado liberal). Es decir, la propuesta de Stiglitz, aparece, desde nuestra perspectiva, como utópica y no menos ideológica que la que dice combatir y criticar.
A pesar de estas observaciones, un libro recomendable. Sobre todo en su parte más histórica, puede ayudar a comprender cómo se han desarrollado los planes y programas imperiales en la última década con el valor añadido del testimonio directo de alguien que lo vivió: el economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial en la segunda mitad de los noventa. También recomendable porque muestra, a las claras, lo que para muchos son sólo sospechas, a saber, el FMI y el BM no son instituciones monolíticas, sino que muestran fisuras, están enfrentadas entre ellas y en su seno conviven, en conflicto, diferentes corrientes políticas e ideológicas (bien es verdad que primas-hermanas).
Con todo, como ya hemos advertido, no debemos correr el riesgo de dejarnos deslumbrar por las mordaces críticas de Stiglitz, y aventurar que su libro se mueve en el paradigma ingenuo de la pura defensa de los pobres, o del movimiento antiglobalización, que apresuradamente se ha prestado a acogerle en sus filas (simplemente porque le interesa cierto respaldo intelectual del prestigioso profesor de Stanford), cuando lo que de verdad se filtra entre sus páginas es el programa económico, punto por punto, de una determinada, y ya rancia, ideología del presente.
Notas
{1} Este artículo, titulado The Insider (aludiendo, por analogía con su propia peripecia en el BM, a la película del mismo título de Michael Mann, interpretada por Al Pacino y Rusell Crowe en la que éste último interpreta a un trabajador de una gran industria tabacalera que tras perder su empleo, se dedica a denunciar la adulteración introducida en los cigarrillos) puede consultarse en su versión electrónica en http://www.thenewrepublic.com/041700/stiglitz041700.html
{2} Puede verse sobre los conceptos de globalización y mundialización el artículo de Gustavo Bueno, «Mundialización y globalización», El Catoblepas, nº 3, pág. 2.
{3} Joseph E. Stiglitz, El malestar en la globalización, Taurus, Madrid 2002, pág. 11.
{4} «La austeridad fiscal, la privatización y la liberalización de los mercados fueron los tres pilares aconsejados por el Consejo de Washington durante los años ochenta y noventa», ibíd., pág. 81.
{5} Ibíd., pág. 51 y ss.
{6} Ibíd., pág. 121 y ss.
{7} Ibíd., pág. 124.
{8} Para un hacerse una idea de cómo el gobierno malayo afrontó la crisis, puede verse, desgraciadamente en inglés, el trabajo de Ethan Kaplan y Dani Rodrik, Did the Malasyan Capital Controls Work?. National Bureau of Economic Research, Cambridge, 2001. Disponible en formato pdf en http://www.mtholyoke.edu/courses/epaus/econ314/Malaysiacontrolsrodrik.pdf
{9} Stiglitz, El malestar..., pág. 165.
{10} Ibíd., págs. 173-245.
{11} «De hecho, en Rusia, no había más que ex comunistas», Ibíd., 215.
{12} Esta forma de actuar es denominada por Stiglitz «bolchevismo de mercado», Ibíd., 177.
{13} «La devastación –en términos de pérdida del PIB– fue mayor que la sufrida por Rusia en la II Guerra Mundial. En el periodo 1940-1946 la producción industrial de la Unión Soviética cayó un 24 por ciento. En el periodo 1990-1999, la producción industrial rusa cayó casi un 60 por ciento –aún más que el PIB (54 por ciento)–.» Ibíd., pág. 185
{14} Ibíd., 192
{15} «Muchas personas en Rusia (y otros lugares) creen que las políticas fracasadas no fueron accidentales: fueron deliberados intentos de destripar Rusia, de eliminarla como amenaza hasta un indefinido futuro. La visión conspirativa concede a la gente del FMI más sabiduría y malevolencia de las que a mi juicio tuvieron. Ellos pensaron que las políticas que recomendaban tendrían éxito.» Ibíd., 219
{16} Esta terminología recordará, a cualquier estudiante de Filosofía o Política, al Contrato Social rousseauniano, pero el movimiento antiglobalización (que ha sido el que ha adoptado como adalid intelectual al premio Nobel) tiene más presente la retórica lacandoniana de los zapatistas y ya se habla en algunas páginas webs del «subcomandante Stiglitz», por ejemplo en esta página de la revista venezolana Analítica: http://www.analitica.com/va/politica/opinion/4507038.asp
{17} Stiglitz, El malestar..., pág. 248.
{18} Ibíd., lo que está entre paréntesis es mío
{19} Ibíd., Capítulo 9: Camino al futuro, pág. 269. Y último apartado: Hacia una globalización con un rostro más humano, pág. 307.
{20} Lo que desde nuestro de vista, no acierta vislumbrar Stiglitz es el problema filosófico de la posibilidad misma del Imperio diamérico universal. El hecho de convivir todas los estados del planeta en igualdad de desarrollo capitalista, sin que haya naciones gobernantes y gobernadas, porque todas compran con igual poder adquisitivo en el mismo mercado globalizado, es decir, sin dialéctica Imperio/nación, nos conduce a unos planteamientos utópicos-armonistas (esféricos, monadológicos...) que asfaltan, si se me permite la metáfora de resonancias hegelianas, con buenas intenciones el camino del infierno donde arderá el movimiento antiglobalización como movimiento indigenista-anarquista-reaccionario para poder introducir con más fuerza estas reivindicaciones de estirpe socialdemócrata que homogenizan con potencia el movimiento. Así se explica que la salida de Stiglitz del Banco Mundial ha sido tan celebrada por un movimiento antiglobalización bastante desarropado de solidaridad intelectual desde el desmarque de R. Tobin.