Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 10 • diciembre 2002 • página 22
A propósito del libro Las épocas de la Naturaleza,
de Georges-Louis Leclerc, Conde de Buffon,
Alianza Editorial, Madrid 1997
El problema de las influencias, los antecedentes, los precedentes en la historia de las ciencias (descubrimientos simultáneos, encubrimientos, anonimatos, plagios, omisiones...) suelen recorrer y afectar con frecuencia a las obras de los autores implicados. En este sentido El origen de las especies es ejemplar: es bien conocida la «prisa», inducida por sus amigos Hooker y Lyell, que Darwin tuvo que imprimir a su publicación, tras la noticia, sabida a través de su correspondencia con Wallace, del mecanismo que éste había supuesto para explicar el origen de las especies. Asimismo, una vez publicado, Darwin lee, el 9 de abril de 1860, a uno de sus críticos en este sentido: la anticipación a la teoría de la selección natural hecha por P. Matthew no era reconocida por Darwin, denunciaba ¡el propio Matthew! Pues bien a este tipo de problemas responde la elaboración, por el siempre prudente Darwin, de un Bosquejo histórico que «ponga las cosas en su sitio» y que sirva además de presentación al libro.
El caso es que allí Darwin considera como precedente de la teoría de la descendencia con modificación a Buffon, pero suaviza su influencia con la consideración de que «no entra en las causas o medios de la transformación de las especies»{1}. Y es que Darwin considera a Buffon como el primer autor moderno entre los pocos naturalistas que «han creído que las especies sufren modificaciones, y que las formas orgánicas existentes son las descendientes, por verdadera generación, de formas preexistentes»{2}.
Es verdad que Buffon, en su voluminosa y fundamental Historia Natural, contempló la posibilidad del origen común de las formas orgánicas actuales, cuya procedencia se debería a la modificación (degeneración y perfección) de esas formas ancestrales: «Podremos también decir que el hombre y mono, como caballo y asno, tienen un origen común; que en toda familia, tanto animal como vegetal hay un único tronco, e incluso que todos los animales proceden de uno solo que con el paso del tiempo, al ir perfeccionándose o degenerando, ha dado origen a todas las demás razas animales.» (Historia Natural, tomo 4, 1753, pág. 382.) Sin embargo, inmediatamente afirma tajante Buffon, manteniendo una suerte de «doble verdad»: «¡Pero no! Por la revelación sabemos con certeza que todos los animales son igualmente consecuencia del acto de creación; que la primera pareja de cada género y de todos los géneros salió en su total perfección de las manos del creador. Y debemos creer que entonces eran casi iguales a como se nos presentan hoy en día en sus descendientes» (loc. cit., pág. 383).
Se ha debatido mucho, después de la publicación de El Origen..., cuál de las dos afirmaciones de Buffon prevalece en su obra. Así S. Butler (1879), A. Girad (1904), E. Guyénot (1941), suponen que la apelación a actos separados de creación divina como explicación del origen de las especies por parte de Buffon es puro disimulo para evitar las posibles censuras de la Sorbona. Lovejoy (1959) y Roger (1962), sin embargo, suponen sinceridad en su afirmación de la inmutabilidad de las especies.
Con todo, sostener la inmutabilidad de las especies, no implica suponer un origen creacionista de las mismas, y esto, justamente, lo muestra, creemos que de un modo ejemplar, Las Épocas de la Naturaleza.
Son escasas las obras de Buffon traducidas al español, y esta es la primera edición de Las Épocas de la Naturaleza, que además es una edición crítica, que conoce nuestro idioma. Esta, pues, primera edición en español, elaborada por A. Beltrán, que se encarga además de anteponerle una erudita y generosa introducción así como unas notas llenas de precisiones pertinentes, sigue el modelo de la completísima edición crítica francesa de 1962 (reeditada en 1988), llevada a cabo por Jacques Roger.
Pues bien, a la luz de esta primera edición española nuestro juicio sobre esta obra de Buffon está encaminado a probar que aquella atribución por parte de Darwin a una serie de autores (34 en total) es a medias errónea en el caso de Buffon. En la nota (1) de la pág. 52 del mismo Bosquejo, Darwin clasifica a estos autores como los que «creen en la modificación de las especies» y añade inmediatamente, «o, por lo menos, que no creen en actos separados de creación». Esta precisión en la rúbrica, con la que clasifica a autores modernos como precedentes o antecedentes a su teoría, sí cabría atribuirla a Buffon, aunque en su caso concreto la disyunción no es exclusiva: en definitiva, si bien Buffon no «creía» en actos separados de creación, tampoco «creía» en la modificación de las especies. Veamos.
Historia natural y evolución
Una cuestión preliminar, diríamos incluso propedeútica, es la de intentar aclarar una suerte de confusión que recorre buena parte de la literatura biológica: se tiende a identificar, después de Darwin, dos conceptos cuyo origen y estructura son de factura, a nuestro juicio, del todo distintos. Estos son el concepto de historia (en el sintagma «historia natural») y el de evolución, al entenderse ambos genéricamente como un cambio ideográfico (irreversible) situado, por ello mismo, en un pasado que se convertiría, dicho con A. Machado, en un «nunca jamás». Sin embargo, los límites internos tanto del concepto de evolución –situados por Darwin en el contexto de las especies{3} (sin utilizar el término que, procedente desde el ámbito de la embriología, ha cobrado un sentido después de Darwin completamente distinto de su sentido embriológico originario)–, como del concepto de historia –situados por la tradición hegeliana, incluyendo a Marx, en el contexto de las sociedades políticas civilizadas–, hacen de ambos conceptos, en cuanto a la realidad que significan, no ya congruentes, sino inconmensurables entre sí.{4}
En todo caso, en el siglo XVIII todavía no existen semejantes limitaciones, y por lo que toca al concepto de historia y la distinción entre historia civil e historia natural, con la que comienza la Reflexión inicial de Las Épocas de la Naturaleza, viene marcado por la concepción de la historia como cognitio ex datis, de raigambre aristotélica y en la que todavía se mueve Kant, mientras que la historia en sentido moderno, tanto idealista como materialista, habría que entenderla más bien como cognitio ex principiis. Del mismo modo el concepto de evolución (evolutio) en el siglo XVIII, se utiliza (es Haller quien le introduce) en embriología, teniendo un significado de uso muy restringido y muy diferente, incluso contrario, al actual.{5}
Además la distinción entre historia civil e historia natural pertenece a un bagaje de ideas que viene configurado por el dualismo cartesiano, en el que Buffon fundamentalmente respira: tanto el «mundo del espíritu» como el «universo físico» están sujetos a «variaciones sucesivas» (y, por tanto, irreversibles) que son conocidas a partir de, y este es el sentido de «historia», la descripción presente de dichos procesos, elaborada a partir de la comparación entre los datos disponibles. Así la disociación absoluta entre pensamiento y extensión introducida por Descartes, pero radicalizada por el sensismo de Locke, que es propiamente la que influye en Buffon, sitúa al hombre, por lo menos en tanto que definido como sustancia pensante, como un ser privilegiado respecto de la naturaleza, en la medida en que su constitución es substancialmente distinta del resto de realidades de naturaleza física, cuya constitución substancial es la extensión. En la antología Del Hombre,{6} en el primer parágrafo titulado De la naturaleza del hombre, se ve cómo Buffon lleva el dualismo al extremo, dotando a la naturaleza humana de una substancia espiritual, el alma, capaz de pensamiento, esto es, asociación de ideas suscitada por la percepción a través de los sentidos, que produce a su vez la capacidad de reflexión, en la cual «consiste la esencia del pensamiento». Esto produce una disociación entre el movimiento corporal del hombre y su pensamiento, situando a éste en una interioridad espiritual –mientras que aquél se supone que constituye su exterioridad material– que hace imposible entender al hombre como procediendo de la naturaleza, en tanto que una variación sucesiva de ésta. Estos dos órdenes (universos) corren paralelos, estando su posible convergencia en el dominio que ejerce el pensamiento sobre la extensión, al suscitar ésta, a través de los sentidos (es decir, de algo externo, de nuevo, al pensamiento, según tal dualismo), nuevas cogitaciones que no tienen nada que ver con las causas que, sin embargo, las produce. La comparación entre las realidades externas hace posible el conocimiento, en tanto que asociación de ideas, pero no de esas realidades externas –que, en el límite, son inaccesibles: el «no sé qué» de Locke–, sino que hace posible el conocimiento de la propia realidad interna.
Es así que Buffon entiende, consecuente con este dualismo, a la ciencia como comparación, teniendo a la certeza como criterio de verdad: comparación no tanto entre las «cosas mismas», sino entre los pensamientos que las cosas mismas causan en el hombre, único ser dotado de reflexión, siendo el lenguaje el medio a través del cual estos pensamientos se hacen comunicables entre los hombres; el pensamiento se supone, por tanto, como anterior al lenguaje, y aquél como el fundamento interno de la exterioridad de éste, en tanto que mero signo del pensamiento.
Es sólo a partir de la ordenada y sistemática comparación de los pensamientos, mediante el lenguaje, como se puede llegar, como dice Buffon, a la comparación de la naturaleza «consigo misma» (identidad sintética). Así planteada la cuestión, la consecuencia directa es el siguiente dilema ontológico no resuelto, creemos, totalmente por Buffon:
a) Si las substancias son mutuamente irreductibles, la conclusión (i.e., la Teoría de la Tierra que, como veremos, es el resultado de tal comparación sistemática), al permitir la comparación de la naturaleza consigo misma, lleva, en último término, a desbloquear la frontera esencial de partida impuesta entre el hombre –substancia pensante– y la naturaleza –substancia extensa–, en la medida en que la relación reflexiva implica concebir al hombre como el lugar donde la naturaleza se conoce a sí misma. Por decirlo de este modo, lo interno se hace externo, al entender, a través de la relación de reflexión, lo interno como una relación externa más.
b) O, al contrario, al entender como único sujeto de conocimiento al hombre, es éste, en tanto que substancia pensante, el que conociendo aparentemente la naturaleza, se conoce a sí mismo. Por utilizar la misma relación espacial anterior, lo externo se hace interno, al entender a lo externo, a través de la reflexividad, como una relación interna más.
La primera alternativa nos llevaría a Espinosa, la segunda a Berkeley. Creemos, con todo, que en Buffon no se ofrece ninguna resolución al dilema, y las fluctuaciones en su obra –que Darwin ha señalado– podrían tener su origen en la irresolución de ambas alternativas presentes en el dilema.
Y es que en Las Épocas de la Naturaleza este dualismo cartesiano se mantiene de un modo muy relajado, hasta el punto de que tiende más bien hacia el espinosismo: reconociendo los límites de la historia civil (la del «mundo del espíritu»), circunscrita al ámbito de «los pueblos cuidadosos de su memoria» (pág. 142) –es decir, a los pueblos de los cuales se hayan conservado reliquias o relatos en la actualidad–, la historia natural (la del «universo físico») es concebida como envolviendo la historia civil por desbordamiento, en la medida en que «la historia natural abraza por igual todos los tiempos, y no tiene otros límites que los del Universo» (pág. 142), incluyendo por tanto la historia civil. De manera que podría entenderse a cualquier forma dada en la naturaleza como una determinación concreta de una única substancia y, entendido de este modo, nos llevaría al lema spinozista Deus sive Substantia sive Natura, siendo estas formas sucesivas y diferentes del universo físico (la extensión como atributo de dicha única substancia), los diversos estados que Buffon llama épocas y que cabría entender como los modos spinozianos del atributo de la extensión (facies totius universi). Así, cuando dota a la naturaleza con los atributos de la substancia extensa cartesiana, añadiendo significativamente el tiempo, el dualismo cartesiano se ve corregido en la línea del espinosismo: «Siendo la naturaleza contemporánea de la materia, del espacio y del tiempo, su historia es la de todas las substancias, la de todos los lugares, de todas las edades» (págs. 142-143, cursiva nuestra).
Es más, la eliminación de Dios como arquitecto transcendente del universo, siendo sustituido por la inmanencia del tiempo en la conformación de los materiales, y aquí Buffon tiene una influencia decisiva del atomismo epicúreo{7} («en los espacios infinitos la materia tiene infinidad de tiempos y combinaciones»), y la recuperación de la tesis aristotélica de la eternidad de la materia (la muerte «sólo destruye formas, no puede nada sobre la materia»), de nuevo habla en favor de las correspondencias con el espinosismo.
Sin embargo, no están tan claras estas correspondencias y tampoco el que Buffon sostenga la tesis de la única substancia (en ningún momento hace explícita tal tesis), porque la introducción del hombre y sus artes como algo externo a la naturaleza («el estado en que hoy vemos la naturaleza [lo que sería la séptima época] es obra tan nuestra como suya», pág. 143), hablaría de nuevo en favor del cartesianismo y la dualidad de substancias.
De modo que, como creemos probar, la cuestión no está ni mucho menos clara y, sin embargo, estos planteamientos y tradiciones están influyendo, de manera fluctuante, en su modo de proceder al analizar las transformaciones dadas en el campo de los vivientes orgánicos.
En Buffon, pues, «historia» mantiene su significado originario de «descripción», «dibujo», «ilustración» (cogninitio ex datis), nada tiene que ver con el concepto moderno de evolución; y cambio histórico quiere decir, sencillamente, cambio en la descripción de los datos. Las tesis de Buffon están pues elaboradas en orden a entender, desde su actualismo, el cambio producido en los datos –descripciones– referidos a los organismos aparecidos en el registro «monumental» (fósil, diríamos hoy nosotros).
Ahora bien, este cambio histórico en cuanto que referido a la descripción de las formas orgánicas, no es entendido, manteniéndose en el actualismo, bajo la forma de la idea nomotética del círculo del tiempo (eterno retorno), sino bajo la forma ideográfica de la flecha del tiempo (variación irreversible), lo que resulta en la instauración de una cronología, hallada a través de esa Teoría de la Tierra, completamente novedosa, tal como es reformulada en las Épocas de la naturaleza. Y es que lo más significativo de esta «teoría», de la que se ha dicho que supone «La primera incursión en la historia física de la Tierra que dio como resultado estimaciones numéricas serias del tiempo pasado»,{8} es que demanda un tiempo que desborda las cronologías dominantes marcadas por el relato bíblico (particularmente influyente en el XIX fue la del obispo Usher), un tiempo cuya escala está regulada por las transformaciones geológicas, que de manera incipiente, fragmentaria y especulativa Buffon incorpora a su «teoría».
En definitiva, tenemos en la obra de Buffon un ejemplo de cómo el desbordamiento del creacionismo bíblico no implica automáticamente transformismo, y por tanto que el fijismo no tiene por qué alinearse con el creacionismo, del mismo modo que el transformismo no implica de suyo negación del creacionismo. Esto lo decimos por aquellos que siguen pensando que las ciencias, el «seguro camino de la ciencia», tienen un desarrollo progresivo y lineal, que, en el caso que nos ocupa va, desde un creacionismo fijista, hasta un transformismo no creacionista «victorioso». Pues no, la combinatoria puede ser, y de hecho ha sido y sigue siendo, mucho más compleja.
Lógica de la teoría de Buffon
Buffon parte de lo que él llama «hechos» (cinco en total) que constituyen la prueba de la Teoría de la Tierra tal como la compone a partir de una serie de propuestas en torno a la figura, composición elemental, y origen de la Tierra que, hasta ese momento, se hallaban, según Buffon, más o menos desconectadas. Esta teoría, que Buffon venía elaborando desde antes de 1744 (publicada en 1749 con el título de Historia y Teoría de la Tierra), está vinculada en Las Épocas de la Naturaleza con los recientes descubrimientos fósiles de los que Buffon tiene noticia –casi siempre de segunda mano a través de una red de relaciones epistolares–, y que, por reflejo de la historia civil llama «monumentos».
Buffon va a recurrir a la Teoría de la Tierra para explicar los nuevos hallazgos paleontológicos que, ya de manera masiva, se iban acumulando: las extracciones de fósiles, principalmente de partes de «elefantes» y otros cuadrúpedos de gran tamaño (en realidad eran mamuts y mastodontes, en la nomenclatura establecida más tarde por Cuvier), suscitan en Buffon la posibilidad de explicar estos descubrimientos mediante su Teoría de la Tierra, pero rectificando algunas tesis sostenidas en 1749, quedando, en vida de Buffon, reformulada de modo definitivo en la obra que nos ocupa. Y es que una vez que la estructura interna y la composición elemental de la Tierra está determinada mediante dicha teoría, es cuando, dice Buffon, «podemos comparar la naturaleza consigo misma [identidad sintética] y remontarnos desde su estado actual y conocido a algunas épocas de un estado más antiguo [actualismo]» (pág. 145).
Así, las transformaciones dadas en el campo de los organismos van a ser enfocadas por Buffon desde esta teoría, que la introduce a través de una suerte de silogismo disyuntivo para explicar las novedades paleontológicas, y que hace inviable la posibilidad de hablar de «transformismo» en Buffon. Veamos.
Son dos los tipos de materias que Buffon entiende como componentes del globo terrestre: vitrificables y materias calizas. Los hallazgos fósiles («monumentos»), que Buffon clasifica en cinco clases (según diversos criterios), son el resultado amorfo (inorgánico), presentes en forma de restos, de la actividad de la naturaleza organizada (de la vida y corrupción de los organismos). Los Primeros monumentos son precisamente las materias calizas (cristales biogenéticos, diríamos hoy), formadas a partir de los restos de dicha actividad orgánica.
La cuestión, por lo que respecta a las formas orgánicas, es que, con las otras cuatro clases de monumentos, se viene a constatar un desplazamiento de algunas especies de organismos en la dirección polos>ecuador, al encontrarse restos esqueléticos, restos de cornamentas, &c., de determinados tipos de animales y plantas que en la actualidad habitan zonas ecuatoriales («tórridas», como se las llamó desde Plinio), en zonas templadas e incluso frías del planeta (Siberia, Canadá), no encontrándose además en la actualidad en esas mismas zonas formas vivas de esos mismos tipos, o no encontrándose en absoluto en la actualidad formas vivas análogas a esas formas fósiles. También se constata, con dichos «monumentos», la retirada del mar de las zonas altas, pues determinados tipos fósiles de organismos marinos son encontrados en dichas zonas altas del planeta{9}.
¿Cómo es posible este desplazamiento en la descripción de los tipos de animales y plantas, es decir, cómo es posible que el registro paleontológico recoja en zonas frías «monumentos» de tipos de animales y plantas que el registro neontológico recoge sólo en zonas «tórridas» o, sencillamente no las recoge en absoluto?
Dos son las posibilidades que Buffon baraja, quedando una de ellas finalmente excluida:
A) O se transforman las especies, y las formas actuales son descendientes modificados de esos ancestros fósiles.
B) O se transforman los climas, y las formas fósiles se encuentran en lugares que antes, cuando estas formas estaban vivas, eran lugares tórridos y ahora son fríos debido al cambio climático.
La opción A implicaría que la forma constitutiva de los organismos cambiase, como esto no puede ser pues es «lo más fijo que existe en la naturaleza» (pág. 157), Buffon excluye esta posibilidad, por modus tollens, para resolver el silogismo disyuntivo en favor de B, posibilidad esta que se apoya, según Buffon, en los «hechos» sobre los que está probada su Teoría de la Tierra.
¿Qué es lo que bloquea, en el sistema de Buffon, la vía transformista?
Creemos que fundamentalmente tres perspectivas sostenidas por Buffon bloquean tal posibilidad:
a) El dualismo cartesiano le lleva a tener un concepto arbitrario de especie en la medida en que la especie, en tanto que predicable, forma parte de lo «puesto» por el pensamiento (substancia pensante). Es así que lo que Aristóteles llamó substancias segundas (predicables en lenguaje escolástico), va a ser entendido por Buffon como producto de la imaginación (esto es, perteneciente a la substancia pensante), útiles para el tratamiento con lo que Aristóteles llamó substancias primeras, los individuos (individuo no es un predicable) que para Buffon es lo único «realmente existente». Es decir, las especies (en este caso referidas a substancias orgánicas, ya que en Aristóteles iban referidas a todo tipo de substancias) son meros nombres, signos del pensamiento, que inventan los hombres para comunicarse entre ellos en su trato fundamentalmente técnico con los organismos{10}. De modo que las especies no tienen ninguna realidad «extensa», son signos del pensamiento y, por tanto, no tiene ningún sentido suponer que cambien. Aquí la discontinuidad absoluta entre Hombre y Naturaleza resulta decisiva, porque si se mantuviese la continuidad, y la diferencia entre el hombre y el resto de los organismos fuese sólo gradual, como Darwin supone, los nombres se tornarían «reales», en una suerte de argumento ontológico, en la medida en que el «pensamiento» sería una determinación más de la naturaleza orgánica. Buffon por el contrario, frente a la concepción realista, llega a una concepción nominalista de especie, al mantener en este punto una discontinuidad absoluta y estricta entre Hombre y Naturaleza.
Pero hemos dicho que este dualismo está muy relajado en Las Épocas de la Naturaleza, de tal modo que van a ser sobre todo las siguientes dos perspectivas las que bloqueen el transformismo:
b) Perspectiva monadológica, más que atomista, en cuanto a la naturaleza específica de los cuerpos organizados (orgánicos): las moléculas orgánicas se componen según moldes interiores específicos (una suerte de mónadas) comunicados a través de la reproducción, y que por su cualidad sirven de programas para la formación de los individuos orgánicos. Vincula pues, en la línea de Ray la semejanza de los organismos a la reproducción (lo que coincide con el criterio moderno de definición de especie biológica), a través de la cual los individuos de una generación comunican a los de la siguiente los moldes interiores que reorganizan las moléculas orgánicas, desarrollándose estas con la forma determinada («modelada») por el molde interior específico. Propiamente, pues, de una generación a otra no hay ni puede haber transformación, la forma o cualidad (el molde interior, para algunos claro antecedente del concepto de gen) es lo que se transmite como forma invariable y fija en la reproducción (el gen, sin embargo, puede mutar), siendo la cantidad de moléculas orgánicas modeladas lo único variable (generando así diferentes tamaños que Buffon entenderá en orden degenerativo, en relación a la Teoría de la Tierra, como veremos). A lo sumo puede ocurrir que la reproducción no se produzca y no se propaguen los moldes, quedando así explicada la extinción, es decir, quedando así explicado que no se encuentren en ninguna parte los análogos vivos de determinadas formas fósiles.
c) La tercera perspectiva es la epigénesis, frente al preformismo, sostenida en términos de generación espontánea, y que es una derivación lógica de las anteriores. Porque si bien hay en Buffon un refinamiento de la concepción de la generación espontánea, no deja de ser generación espontánea. Veamos.
Lo específico de la vida, esto es, de los cuerpos organizados, no está determinado por un diseño omnisciente externo, como hasta cierto punto ocurre en Linneo, sino por una combinación especial de materiales inorgánicos modelados por los moldes interiores inmanentes. Ahora bien, ¿cuál es el origen de estos moldes interiores?
Para dar respuesta a esta cuestión Buffon no apela a algo externo al proceso de formación de la Tierra (Dios) –no cree en actos separados de creación, como dice Darwin–, sino que quiere encontrarla en la misma Teoría de la Tierra: las formas orgánicas se fraguan en el mismo crisol en el que se fraguan todos los materiales de la naturaleza{11}, y es que las posibilidades de combinación entre átomos son infinitas en un tiempo ilimitado, lo único que se necesita es... mucho tiempo («El gran obrero de la naturaleza es el tiempo», dice Buffon). En la Teoría de la Tierra se ofrece el tiempo suficiente como para que las combinaciones posibles entre átomos generen determinado número de «moléculas orgánicas» conformadas, y agotándose además en su conformación (es decir, no sobran moléculas orgánicas en cada generación), según los moldes interiores. Estos moldes interiores surgen en el mismo proceso de enfriamiento, verdadero datum formarum, del globo terrestre (no hay espiritualismo por ningún sitio: las mónadas, los moldes interiores, no tienen una naturaleza espiritual como, sin embargo, sí la tienen en Leibniz).
Así pues, desde una masa informe primigenia que constituía el Sol, un cometa desencadena (proceso explicado por Buffon newtonianamente) la formación del Sistema solar. La Tierra primigenia incandescente entra en un proceso de enfriamiento que, como «hilo conductor», va configurando la estructura interna de la Tierra: se van distinguiendo, a la par que se consolidan, los materiales que la constituyen en diversas fases, correspondientes con los diversos estados globales de temperatura en orden descendente. Es así que todos los componentes internos de la Tierra (incluyendo a los seres vivos) se forman en el proceso de enfriamiento y, en este proceso (pues no hay demiurgo externo, en Buffon) según las densidades específicas y el tiempo en que los materiales tardan en enfriarse, los materiales van tomando sus formas específicas consolidándose de modo diverso. Las transformaciones ocurren, pues, según esta teoría en diversos estados sucesivos, las «épocas de la naturaleza», producidas por la variación constante de la temperatura en el mismo sentido (calor>frio): el enfriamiento, como principio enantiológico (irreversible en este caso), se convierte en el gran hacedor. El enfriamiento se entiende como demiurgo que, conforme a los moldes, va elaborando los materiales. Estos cobran figuras cada vez más claras y distintas hasta el momento en que, en la Tercera Época, el enfriamiento permite la habitación de los seres orgánicos. Hasta este punto los seres orgánicos no podrían vivir: sencillamente se abrasarían. El criterio que toma, pues, para situar la vida orgánica en la Tierra es el umbral de resistencia que permite la meta-estabilidad del organismo (en general, no de un organismo en concreto). Suponiendo pues las combinaciones de átomos como virtualmente infinitas, la que tiene por resultado la combinación orgánica, es decir, la combinación de las moléculas orgánicas que componen cualesquiera organismo, sólo pudo darse a partir de dicho estado.
Lo que Buffon deja sin tratar, produciéndose un dialelo, es cómo se dio esa combinación (no cómo se formaron las moléculas orgánicas –a lo que Buffon sí da respuesta{12}– sino cómo se dio su combinación a través de los moldes, es decir, cómo se dio la combinación de átomos de forma diferenciada y no amorfa): Buffon simplemente afirma que tuvo que darse en algún momento (pues en la actualidad existen organismos organizados), y sólo pudo darse en el momento en el que la temperatura lo permitió. En este dialelo consiste la concepción, desde la doctrina de la generación espontánea, del origen de la vida de Buffon.
El concepto fijista de «moldes interiores» como cualidad de ciertas substancias es la aportación, desde esta teoría cosmológica, al problema de la generación de los organismos, y es precisamente este principio monadológico de los «moldes interiores», como principio desde el que se pretende reconstruir el campo de las formaciones vivientes y sus transformaciones (detectadas a través de los «monumentos»), el que bloquea la posibilidad del transformismo: no hay, pues, creacionismo alguno que bloquee tal posibilidad (el creacionismo de Buffon es retórico, defensivo si se quiere, pero completamente incoherente con su teoría).
De todos modos y en cualquier caso, la doctrina de la generación espontánea, que explicaría el origen de la vida, es indiferente en cuanto a la posibilidad de abrirse paso la hipótesis transformista del origen de las especies, no supone pues obturación alguna a tal posibilidad (de hecho los primeros transformistas la sostenían{13}). Pero es que el transformismo no viene a resolver el problema del origen de la vida. Tanto es así que la teoría de Darwin, transformismo verdadero, no es una explicación del origen de la vida, sino del origen de las especies: la teoría de la selección natural no niega por tanto la generación espontánea{14}. Para ser precisos la doctrina de la generación espontánea, como solución al problema del origen de la vida, queda fuera del cuerpo de la biología no a partir de Darwin, sino a partir de su contemporáneo Pasteur{15}, no habiendo en la actualidad, si Oparin, Margulis, y tantos otros nos lo permiten, una alternativa clara de resolución a este problema. Los intentos de producción en laboratorio de formas vivas a partir de sustancias inorgánicas no han resuelto la problemática{16}.
Sin embargo, tal como la desarrolla Buffon –monadología de los moldes interiores– la doctrina de la generación espontánea sí contribuye a la consolidación de la alternativa del cambio climático, solidaria en este caso del fijismo, como explicación de los hechos paleontológicos, frente a la posibilidad de la transformación de las especies, precisamente porque la cualidad sustancial (molde interior) no admite cambios a través de la reproducción, y por lo tanto, no hay modificación en la descendencia con el paso de las «épocas».
Fijismo y Evolucionismo
En resolución Buffon tiene bloqueado el transformismo: lo que se transforma entonces son los climas, propiamente, la temperatura. El «hecho» de los «monumentos» (fósiles) se explica, pues, mediante la Teoría de la Tierra, suponiendo así dichos «hechos» una prueba más para la viabilidad de esta teoría.
La contribución, entonces, que cabría ver en Buffon al Evolucionismo, es de corte genuinamente dialéctico: traza las coordenadas, de modo muy fino y sistemático, del fijismo al que se tienen que enfrentar los transformistas, enfrentamiento éste que se llevará a cabo con eficacia como resultado de cambiar, en tanto que contexto determinante, el crisol de la fundición de minerales de Buffon, por la cría y domesticación de animales y cultivo de plantas, como «pista mejor y más segura [...] acerca de los medios de modificación y coadaptación»{17}, en tanto que este sí es un modo específico de transformación y generación de organismos.
La posibilidad cerrada por el silogismo disyuntivo, resuelto por Buffon en favor de la inmutabilidad de las especies, va a ser recorrida por el transformismo una vez que, y este es mérito de Buffon, la posibilidad es contemplada. Porque, de todos modos, no deja de apreciarse cierta ironía en la negación del transformismo por parte de Buffon: presenta su posibilidad con mucha claridad y, de modo demasiado arbitrario, la niega.
Esto justifica algo aquellas palabras que Herder dedicó al naturalista francés: «Sin duda Buffon es sólo el Descartes de esa modalidad, llamado a ser pronto refutado y superado por Kepler y Newton a base de puros hechos coincidentes.» (Herder, Ideas para una Filosofía de la Historia de la Humanidad, pág. 24.)
En fin, si Darwin es el Newton de la biología hay que conocer al Descartes de tal modalidad, pero también al Kepler (¿Lamarck?)...: seguramente nos ahorraríamos muchas confusiones que siguen envolviendo al darwinismo.
Notas
{1} Darwin, El origen de la Especies, págs. 45-46, Ed. Edaf.
{2} Op.cit., pág. 45.
{3} Ver Gustavo Bueno, Los límites de la evolución en el ámbito de la Scala Naturae, Conferencia Internacional sobre Evolucionismo y Racionalismo, Zaragoza del 8 al 10 de septiembre de 1997.
{4} En este sentido nos parece desenfocada la perspectiva desarrollada por Toulmin y Goodfield en su obra, ya clásica, El Descubrimiento del Tiempo, en que no reconocen límite alguno en cuanto que reducen (precisamente por ampliación), y ahí reside su contribución, los problemas metodológicos promovidos tanto por las transformaciones físicas y astronómicas (inorgánicas), como biológicas (orgánicas), como antropológicas («supraorgánicas») al problema que ellos llaman de la «inferencia histórica» sobre el pasado. Sin reconocer, pues, solución de continuidad alguna entre estos tres campos creemos que su perspectiva está marcada por un fuerte componente proposicionalista respecto de las ciencias, en la medida en que queda reducida la problemática a explicar cómo se generó un fondo temporal (frente tanto a la tradición aristotélica como a la cristiana), con el desarrollo de determinadas ciencias que fundamentan o dan sentido a las inferencias sobre el pasado. De tal modo creemos que reducen los contenidos de las ciencias a «inferencias», esto es, a proposiciones.
{5} Son de destacar los intentos de sustitución por parte de K. Lorenz, del término «evolución», que suscita el significado de desenvolvimiento según su significado embriológico, por el de ectropía (por familiaridad con el concepto termodinámico de entropía), que elimina cualquier tipo de predeterminación en la dirección de la transformación de las especies: desenvolvimiento precisamente implica preformismo, que el concepto de variación al azar impide según la teoría sintética.
{6} Edición española del Fondo de Cultura Económica que es, en realidad, una antología «antropológica» de la Historia natural de Buffon.
{7} A través sin duda de la lectura de Lucrecio.
{8} El descubrimiento del Tiempo, Toulmin y Goodfield (pág. 140).
{9} Hecho este que se viene constatando ya, por lo menos, desde Heródoto, Libro II, 12.
{10} «porque en la naturaleza no existen realmente más que meras cosas particulares, mientras que los géneros, los órdenes y las clases las hemos de buscar sólo en nuestra imaginación» (Historia natural, tomo 1, 1749, pág. 12).
{11} La teoría de la Tierra de Buffon es una generalización de los procesos de fragua de minerales (Buffon obtuvo la cronología como resultado de su cálculos en los procesos de enfriamiento de bolas de hierro), una generalización que respecto a la transformación de los organismos vivos deriva en su hipótesis de los «moldes internos». Las metáforas recorren el texto: («...al igual que la masa de un metal fundido en luz...», pág. 186; «Comparemos los efectos de la consolidación del globo de la Tierra en fusión a los que vemos darse en una masa de metal o de vidrio fundido cuando empieza a enfriarse», pág. 197; «La Tierra, antes de haber recibido las aguas, estaba, pues, irregularmente erizada de asperezas, de abismos, de desigualdades parecidas a las que vemos en un bloque de metal o de vidrio fundido», pág. 211; &c.).
{12} «no se producen más que por la acción del calor sobre los materiales dúctiles», p. 281: esto es, por generación espontánea.
{13} No obstante Buffon no habla de generación espontánea actual, es decir, sitúa la producción de formas mediante generación espontánea en la remota Tercera Época, por tanto no es necesaria en su sistema una doctrina actualista de la generación espontánea -como sí lo es en Lamarck, por ejemplo- porque la totalidad de las producciones orgánicas actuales derivan de sus antecesores a través de la transmisión de los moldes internos por vía de la reproducción, y las nuevas variantes (cuya única variación es cuantitativa -de menor tamaño- no cualitativa) las explica mediante ese proceso de enfriamiento sucesivo del globo.
{14} Darwin en El Origen de las especies se preocupa por disociar el problema del origen de la vida respecto del problema del origen de las especies, ese misterio de los misterios (en expresión de Herschel) que el libro tematiza: el problema del origen de la vida (que se trata de resolver con la generación espontánea) es indiferente en relación al principio que regula la producción de variedades, esto es, el principio de selección natural. Darwin parte, in medias res, de las diferentes variedades ya dadas, sobre las que puede actuar la selección, no importando para la formulación de dicho principio el problema de la generación de los primeros organismos: el caso es que una vez generados comienzan a producirse las diferencias individuales sobre las que actúa la selección. Darwin, de hecho (quizás con cierta ironía) recurre al Creador (al final de El origen de las especies) para explicar el origen de las primigenias variedades orgánicas sobre las que pueda actuar la selección natural.
{15} Cuando en 1861 Pasteur, en su conferencia del 19 de mayo Sobre los corpúsculos organizados que existen en la atmósfera, que lleva por subtítulo Examen de la doctrina de la generación espontánea. (v. Pasteur, Antología, Ed. Círculo de Lectores), revisa y critica la doctrina de la generación espontánea, no negando su posibilidad, aunque sí refuta la validez de las pruebas dadas en su favor, afirma que el sistema de Buffon «de las moléculas orgánicas no es sino una variante de las ideas de Needham sobre la fuerza vegetativa» (pág. 41). La negación definitiva, dando pruebas en contra de la doctrina la va a exponer Pasteur en la conferencia del 7 de abril de 1864 que lleva por título La generación espontánea (v. Antología, Ed. Círculo de Lectores): es el triunfo del omne vivum ex ovo, de Harvey.
{16} En una famosa serie de experimentos Stanley L. Miller y Harold C. Urey simularon en el laboratorio las condiciones prebiológicas del planeta (agua, metano, amoníaco e hidrógeno). Descargas eléctricas efectuadas sobre la mezcla (aislada de la atmósfera) produjeron varias sustancias orgánicas (aldehídos, ácidoscarboxílicos y aminoácidos). Este «caldo orgánico» no posee unidad celular, por tanto no se ha logrado producir cuerpo organizados (vida) en el laboratorio partiendo de sustancias inorgánicas.
{17} Darwin, El Origen de las especies, pág. 57.