Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 12 • febrero 2003 • página 16
El pacifismo en la ceremonia, diseñada para la televisión y televisada en directo por la primera cadena de TVE (con poca audiencia, por cierto), de la entrega de los Premios Goya, el primero de febrero de 2003, como arquetipo del hacer de nuestros ideólogos y revolucionarios intelectuales y artistas
«Antes, y como para hacer boca –mejor, oído– vaya un racimito, a modo de pequeños botones de muestra, de frutos de la tan cacareada revolución. Pasa por la plaza una muchachita acompañada de un su familiar, cuando un zángano mocetón se divierte en hacerle una mamola. El familiar se vuelve a reprenderle, el mocetón se insolenta y el otro arrecia en la represión. Y entonces, ante el grupo de curiosos que se arremolina, ¿qué se le ocurre al zángano? Pues ponerse a gritar: "¡Fascista!, ¡fascista!". Y esto basta para que el represor tenga que escabullirse, no fuera que le aporrearan los bárbaros. Otro día, en un rincón de una calle, sorprende un guardia municipal o otro mozallón haciendo necesidades; se le acerca, no a multarle, según piden las Ordenanzas, no, sino a llamarle la atención, y el necesitado al verle venir se yergue y le espeta un "¡que soy del Frente Popular"! [...]. Y como estos tres sucesos [hemos suprimido uno], recogidos aquí, muchos más de la misma laya. Y no se hable de ideología, que no hay tal. No es sino barbarie, zafiedad, soecidad, malos instintos y, lo que es –para mí al menos– peor, estupidez, estupidez, estupidez.»
Esto contaba un enfadado Unamuno, y aunque él no lo supiese, tan solo a quince días para que se produjese el levantamiento militar que desencadenó la Guerra Civil en España, en uno de sus últimos artículos, sobrados de tirantez, según propia confesión, titulado «Justicia y Bienestar» (Ahora, Madrid, 3 de julio de 1936).
Pues bien, este diagnóstico de Unamuno vale para describir los frutos del tan cacareado «cambio» introducido en España por los socialistas del PSOE y sus corifeos y musas, y es que un botón de muestra de esos frutos, de ese «cambio», es la respuesta, refleja, de los «intelectuales y artistas antiimperialistas», representados en este caso por algunos directores de cine, cuando tachan de «represión sobre la libertad de expresión» a cualquier tipo de dudas o precauciones, por no hablar de oposición, sobre el «pacifismo» que dicen defender. De acuerdo que molestar a una muchachita, u orinar en la calle siendo ilegal, son actos que no se pueden comparar a decir «No a la guerra», pues este acto no es ilegal (salvo que implicase deserción), y no es, por tanto, reprensible: pero lo importante, en donde las situaciones se asemejan, es en la automatización de la respuesta al ser reprendidos los dos primeros actos, o al ser valorada, criticada o impugnada, la sentencia «pacifista». Ante la dificultad surgida por la reacción en contra –en un caso la reprimenda ante el acoso, en otro la llamada de atención ante el delito, en otro la valoración o, sencillamente, la petición de justificación ante tal sentencia– la respuesta es la descalificación, estampando automáticamente un despectivo «fascista», o el alarde de «ser de izquierdas», presumiendo que valen, el calificativo o el alarde, como justificación.
Así lo ha hecho Fernando Trueba en presencia de Moncho Armendáriz que asentía, en unas declaraciones realizadas dos días después de la ceremonia de entrega de los premios Goya. Trueba sentenció que había constatado, con tristeza, que estábamos en un país en el que no existe libertad de expresión. De ahí al grito de «¡fascistas, fascistas!», hay un paso, y el paso ya se ha dado: «Eso nos pasa por tener un gobierno facha», coreaban al día siguiente en la calle los «intelectuales y artistas antiimperialistas», con Javier Bardem, Victoria Abril y María Adánez a la cabeza. Realmente es un modo de zafarse de dar explicaciones, de dar contenido y por tanto afianzar, justificar tal opinión «pacifista». Y convendría que diesen más explicaciones o precisiones, porque si decir «no a la guerra» es suficiente para «ser de izquierdas», que nos expliquen por qué el Papa, Le Pen y Chirac dicen «no a la guerra»: ¿es que el Papa, Le Pen y Chirac son «de izquierdas»? Pero lejos de dar explicaciones la actitud de los «antiimperialistas» es, sencillamente, dictaminar que el que discuta o precise, o arroje algún tipo de duda sobre el «no a la guerra», expresado en la gala de los Goya, 20, 40, 100 veces, que sepa que es «de derechas» y, además, está reprimiendo la libertad de expresión.
Pero, en cualquier caso, ¿acaso alguien ha impedido que expresasen la opinión «no a la guerra»?, lo han repetido a lo largo de la ceremonia hasta la saciedad, después en Crónicas Marcianas ha sonado el eco de la consigna, que se transformó en este programa, al día siguiente, en un «No al gobierno», directamente, y un día después por las calles de Madrid y en el Congreso lo han vuelto a reiterar, ¿alguien lo ha impedido? (solo en el Congreso han desalojado a los «intelectuales y artistas» al estar ellos cometiendo faltas, lo cual valió para que Boris Izaguirre calificase de «facha» a Luisa Fernanda Rudí, presidenta del Congreso de los Diputados). Estos días en la, por lo visto, «antiimperialista» Pasarela Gaudí (no sabíamos que militaba esta institución en estas filas) se han paseado unas cuantas top models expresando su conocido «antiimperialismo» (aunque nosotros, hemos de confesar, no sabíamos de esa faceta de Verónica Blume, Martina Klein, &c.).
Es más, a través de la televisión, tan denostada por cierto por estos «intelectuales y artistas antiimperialistas», tan denostada que algunas de las «musas» de tal «inteligentsia» han tenido que ir de «observadoras» al mismísimo Irak, a «ver» como está la situación «de primera mano», frente a lo que «nos cuentan» por televisión, como si la realidad de la situación dependiese para verla del terreno y población iraquíes, y como si el terreno y población iraquíes no los viésemos realmente por televisión; pues bien, a través de la televisión, decíamos, los «intelectuales y artistas» han podido apelar con su expresión, por seguir la distinción de K. Bühler, a millones de espectadores: ¿acaso se les ha impedido «expresarse libremente»? Pero, ¡ay¡, cuando se les pregunta por la función representativa de tal opinión, o se precisa, o sencillamente se impugna, la respuesta es que en España no hay «libertad de expresión»: el que pide justificación la impide, impide la «libertad de expresión». Así funciona esta «inteligentsia».
Precisamente Crónicas Marcianas es un lugar tipo ejemplar del modo de funcionar de esta inteligentsia: cualquier insolencia, improperio o insulto se justifica apelando a la «libertad de opinar lo que se quiera»; si aquel sobre el que recae el insulto o la insolencia pide explicaciones, automáticamente se le responde que «cada uno opina lo que quiere»; si el atacado insiste y dice que no, que lo dicho sobre él es infundado y se defiende diciéndole al que le ha insultado que no puede saber lo que está diciendo, y por tanto no puede decirlo, la respuesta es: ¡fascista!, y el público abuchea a la víctima que se tiene que callar. Así funciona la defensa de la «libertad de expresión» de esta gente.
Y efectivamente, parece que no la hay, pero para los que disienten de los «intelectuales y artistas antiimperialistas» o del público de Crónicas Marcianas. Solo hay que recordar lo que han dicho muchos de estos que ahora dicen «No a la guerra» a raíz de las declaraciones de Jiménez de Parga, presidente del Tribunal Constitucional, acerca de lo periclitado del atributo jurídico de «históricas» para algunas comunidades autónomas. Y si es que se puede expresar la opinión que se quiera, pues a ver si se aplican el cuento, porque parece que en cuanto se disiente de tales opiniones «pacifistas», o sin disentir, se advierte la inadecuación de manifestarlas en tal circunstancia (una Gala de entrega de premios de cine), en seguida salta la acusación de censurar la libertad de expresión, y con ella toda la retahíla de acusaciones asociadas. Para estas mentes «intelectuales», tan «culturizadas», «modernas», «vanguardistas», cualquier contrariedad frente a su sentencia, ni siquiera opuesta (mucha gente insistimos no se opone al lema en cuestión, sino que rechazan su inoportunidad), es entendida como un maniqueo «Sí a la guerra», lo cual significa belicismo, fascismo, imperialismo, qué más, franquismo, españolismo, qué más, sionismo, americanismo, en fin toda la cascada de asociaciones que de un modo completamente automatizado les vienen a la cabeza y que se resumen en «ser de derechas» y «anti-demócrata».
Pero lo peor no es eso, lo peor es que esta gente, «intelectuales y artistas antiimperialistas», se cree que una opinión está justificada por ser expresada libremente, como si una imbecilidad, por ser «expresada libremente» dejase de ser una imbecilidad, y es por esto por lo que cuando se les pide explicación, cuando se pregunta por el contenido, por la representación de tal expresión, no saben por lo qué se les pregunta, entonces se irritan y acusan. Es decir, lo peor, como dice Unamuno, es su estupidez. Y es que el único contenido de esta forma mentecata de pensar, la única representación de su expresión, es la expresión misma: consignas completamente formalistas cuyo valor es el de ser «libre expresión» y, a la pregunta por su contenido, responden reiteradamente con la misma «expresión», con un exhibicionismo apabullante, y luego dicen que se les censura. Ya nos hemos enterado que están contra la guerra, pero que no empujen.
Pero al margen de la doctrina, de los contenidos de este «pacifismo» y su justificación, lo que resultó intolerable de la ceremonia de entrega de los premios Goya fueron algunas intervenciones en las que se expresaron tales opiniones –nadie lo impidió, insistimos–, no ya como opiniones personales, sino como opiniones del «pueblo», erigiéndose el que las manifestaba en representante suyo, en representante de la «mayoría del pueblo».
Así Javier Bardem proclamó a los cuatro vientos lo siguiente: que tener el poder de la representación popular por parte de los políticos, no supone tener un «cheque en blanco» para poder hacer lo que se quiera sin escuchar al pueblo, así dijo, más o menos, para luego sentenciar: «somos mayoría contra la guerra.» ¿Somos mayoría?, ¿quiénes son mayoría?, ¿a quién se refiere con ese «somos»?, y ¿de dónde saca que ese «somos» es mayoría? ¿De dónde saca este hombre la autoridad para erigirse en representante del «pueblo» o de su «mayoría»?
Además, oponer «pueblo» a «políticos» ya es confuso, una porque se supone que está hablando del pueblo español pero, tal como se expresó, con su opinión podría estar hablando del pueblo iraquí (o del americano, o a lo mejor habla en nombre del pueblo vasco, o a lo mejor habla en nombre de la Humanidad...), en fin no se sabe, y otra porque da por supuesto que en «pueblo» no se incluye al «político» (lo cual es mucho suponer). Pero, sobre todo, ya no es tolerable tener la soberbia de creerse que su expresión es la expresión de la voz del pueblo, y hablar en su nombre, suplantando así a las instituciones destinadas en España (si es que habla del pueblo español) a estos efectos, según su Constitución política ordena.
Ahí ya abusa de su libertad de expresión al hablar en nombre de un pueblo que no le ha dado en ningún momento autorización: sencillamente, está suplantando y arrollando al pueblo que dice representar. Ni Javier Bardem ni nadie es «libre» para «expresarse» en nombre del pueblo sin su autorización, por lo menos de un pueblo como el español que según la Constitución es soberano. Parece, por lo visto, que recibir un premio como mejor actor del año sí es un cheque en blanco para instituirse en representante del pueblo: España (si es que se refiere al pueblo español), de momento y desde el año 1978, es una democracia coronada, no una teatrocracia, y por tanto, la expresión de Bardem es anticonstitucional.
Y es que un vicio muy común en estos «intelectuales y artistas» es el de aprovechar su autoridad profesional, su saber profesional que no ponemos en duda, para hablar de otras materias creyéndose competentes sobre las mismas: es decir creen que su saber profesional se refleja en otras materias (mezclando todo con todo), y a veces incluso creen que este presunto saber, presunto saber reflejo sobre esas materias, se refleja, a su vez, sobre su saber profesional. A veces además, como le ocurrió a Bardem, se ven tan imbuidos, tan elevados por su saber, que hasta se erigen en representantes populares.
Con un ejemplo se entenderá lo que queremos decir: cuando Javier Bardem estuvo nominado para el Óscar como mejor actor, y finalmente el premio recayó en Russell Crowe, Bardem descalificó a éste, a la película en que Crowe trabajó y a la Academia de Hollywood porque, decían Bardem y sus familiares, Crowe no tenía méritos para merecer el premio pues se pasó media película, Gladiador, con un casco puesto; si se lo daban, pues, era por ser «pro-yanqui». Eso implica que si a él no se lo dieron es porque no es «pro-yanqui». Quien vea Gladiador puede constatar la falta de competencia de Bardem como «espectador de cine» (Russell Crowe tiene unos minutos el casco puesto) –y es que no es el mismo el saber del espectador que el del actor, aunque puedan coincidir en la misma persona, que por lo visto no es el caso–, y puede constatar, además, dada la gratuidad de su descalificación sobre el trabajo de Russell Crowe, su falta de competencia en cuanto a los intereses que puedan mover a la Academia de Hollywood a dar un premio, que él los vincula, después de un falso análisis sobre el trabajo de Crowe, con sus colores políticos (ser pro-yanqui o no).
Javier Bardem, demostrando además, en términos sartrianos, «mala fe», utiliza su presunta sabiduría política (¿hay que concedérsela por ser buen actor si es que lo es?) para justificar su trabajo como actor, descalificando el trabajo como actor de los demás (Crowe) por mostrar «ingenuidad» y falta de criterio político (ser pro-yanqui).
En definitiva, viene a decir Bardem después del fallo del jurado, a él no le dieron el Oscar por ser de «izquierdas», y Crowe, no mereciéndolo, lo recibe por ser pro-yanqui. El pasito siguiente que Bardem no da, pero sí está implícito, es este: lo merezco yo, que soy de izquierdas, y por eso no me lo dan.
Y es que la cosa se complica extraordinariamente, porque dar el premio a uno o a otro, a los ojos de Bardem y según nos lo presenta desde su presunta sabiduría política, ya no tiene que ver exactamente con sus respectivos trabajos como actores, sino que las suspicacias de Bardem llevan a enfrentar dos concepciones políticas que envuelven a los actores, a los personajes que interpretan y a las películas en las que actúan, incluyendo los contenidos de las propias películas, y obligan a interpretar la resolución final por parte de la Academia en clave de ese enfrentamiento ideológico-político:
Bardem en Antes que anochezca interpreta a un escritor homosexual cubano (Reynaldo Arenas), Crowe en Gladiator interpreta a un general del imperio romano (Máximo Décimo): ¿a quién premia la Academia de Hollywood según Bardem y por qué? Había otros dos nominados más, pero no están enfrentados, no están absorbidos en este enfrentamiento que las suspicacias de Bardem introducen. ¿A quién premia la Academia de Hollywood?..., al militar romano «belicista», frente al «sensible intelectual» homosexual cubano (que sea anticastrista es secundario en el esquema). Belicismo frente a sensibilidad intelectual, Guerra frente a Cultura: ¿hace falta decir por qué para la saga de los Bardem y demás popes del «cine español» creen que la Academia de Hollywood premió a Crowe y no a Javier Bardem?
Y es que sí, en cierto modo, lo ocurrido en la Ceremonia de entrega de los Premios Goya (una ceremonia hecha «a imagen y semejanza», por cierto, de las ceremonias celebradas en Los Ángeles) es un desquite: nosotros, el «cine español», que somos de izquierdas, premiamos el «cine comprometido» (Los lunes al sol) frente al «cine belicista espectacular de entretenimiento inculto» premiado por la Academia de Hollywood; nosotros (Europa) premiamos la Cultura frente a los que (los EEUU) premian la Guerra. Nosotros, en definitiva decimos «No a la guerra», y damos el premio al mejor actor que en su día le fue negado por ser «de izquierdas». Y es que, dicen, es mejor cine y mejor actor, el cine y actor «culto europeo», «comprometido y revolucionario» (que nosotros representamos, dicen), que el cine «belicista yanqui», «conformista y conservador». Es aquí donde su presunto saber político recae, se refleja, pretendiendo justificarlas, sobre sus profesiones, lo cual es excesivo e inaceptable.
«No a la guerra» significaba, entonces, ante la caída de espectadores de «cine español»: «vayan a ver cine español, europeo» –cine «revolucionario»–, y no vayan a ver cine «belicista» yanqui; el «pacifismo» coreado en la ceremonia de los Goya es, simplemente, publicidad, propaganda: ¿hacían falta esas alforjas para ese viaje?
Pues por lo visto sí. Necesitan justificar políticamente su trabajo (como si supiesen algo sobre materia política) cuando su trabajo no se justifica por sí mismo. El otro día emitieron por televisión la película Todo sobre mi madre de Pedro Almodóvar, premiada por cierto, por la Academia de Hollywood: ¡vaya bodrio!, actrices sobre actuadas, diálogos impostados y artificiosos..., ¿cuál es la justificación ante este resultado? Que es cine de «gran sensibilidad», comprometido con sectores marginados (transexuales, madres solteras...); en definitiva, es cine «revolucionario». Si se les discute la pertinencia de esas alforjas, la respuesta automática, refleja, es: ¡fascista!
Pues bien, continuemos, para finalizar, con las palabras de Unamuno cuando denuncia este tipo de reflejos: «He tenido ocasión [continúa Unamuno inmediatamente de lo reseñado al principio de nuestro artículo] de hablar con pobres chicos que se dicen revolucionarios, marxistas, comunistas, lo que sea, y cuando, cogidos uno a uno, fuera del rebaño, les he reprochado, han acabado por decirme: «Tiene usted razón, don Miguel; pero ¿qué quiere usted que hagamos?». Daba pena oírles en confesión. Pero luego se tragan un papel antihigiénico en que sacian sus groseros apetitos y ganas ciertos pequeño burgueses que se las dan de bolcheviques y de lo que hacen servil ganapanería populachera. Tragaldabas que reservan ruedas de molino soviético para hacer comulgar con ellas a los papanatas que les leen. ¿Papanatas? Otra cosa. Que así como se leen los clandestinos libritos pornográficos para excitarse estímulos carnales, así se leen esas soflamas para excitarse otros instintos. La doctrina es lo de menos.»
El papel antihigiénico ahora se ha transformado, en algunos casos (pues sigue habiendo papel antihigiénico), en formato digital antihigiénico, pero esos pequeño-burgueses que se las dan de bolcheviques (sin serlo) siguen existiendo, con esos mismos groseros apetitos, y esas mismas groseras ganas, no importa el formato. Y un ejemplo en formato digital de ese papel antihigiénico (que tiene más basura que la que pretende limpiar) se puede ver en www.rebelion.org, en donde escriben, o aparecen textos, de buena parte de esos «intelectuales antiimperialistas» (algunos han sido profesores nuestros) que inspiraron, y siguen inspirando, las soflamas «pacifistas» de los papanatas que les leen, papanatas que no saben lo que dicen cuando expresan su «No a la guerra». Y es que, en fin, como decía el otro, «nadie llega tan lejos como el que no sabe a dónde va».