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El Catoblepas, número 14, abril 2003
  El Catoblepasnúmero 14 • abril 2003 • página 5
Voz judía también hay

Pobre Amina, pobres chechenos

Gustavo D. Perednik

Amina Lawal será muerta a pedradas por hacer el amor fuera del matrimonio. Tales atrocidades son perpetradas a diario en países musulmanes, pero a Europa sólo la motiva denostar a Israel. Y pobres los chechenos, que aunque luchan por su independencia y su nación ha sido destruida por una superpotencia, tuvieron la mala suerte de no luchar contra Israel, ergo no suscitan la cínica preocupación moral de los europeos

Amina Lawal, condenada a la lapidación por un tribunal de Nigeria que se rige por la ley islámicaAmina Lawal, condenada a la lapidación por un tribunal de Nigeria que se rige por la ley islámicaAmina Lawal, condenada a la lapidación por un tribunal de Nigeria que se rige por la ley islámica

Próximamente, la joven Amina Lawal, será sepultada hasta el cuello. Así enterrada, el vulgo apedreará su cabeza hasta que muera. Lo ha dispuesto el tribunal nigeriano de Katsina, que se rige por la ley islámica, y ha penado a la desdichada por mantener relaciones extramatrimoniales. La corte suprema ha ratificado la pena, aunque en su infinita misericordia aplazó la ejecución un par de meses para permitirle la lactancia de su hijito. No hay grupos musulmanes que protesten la medida.

Tampoco Europa ha reaccionado escandalizada ante esta atrocidad, ni las otras similares que diariamente se perpetran en varias decenas de países musulmanes, en los que imperan ordenanzas de amputar manos de ladrones, ejecuciones públicas, pena de muerte por apostasía, y otras de igual tenor.

No le queda espacio a la preocupación europea, porque ésta deposita todo su esmero en una fiscalía contra un pequeño país de avanzada que transformó el desierto en un oasis de agricultura y tecnología, y que sobrevive entre bombas, rodeado de perlitas de derechos humanos.

La realidad es que en un mundo que cada vez se democratiza más, de los veintiún Estados árabes ninguno puede exhibir libertad de pensamiento, de religión, de oposición. En muchas de sus tiranías domina el feudalismo, la opresión de la mujer, la persecución de los homosexuales, el tráfico de niños esclavos, el adoctrinamiento en el odio, las enormes riquezas petroleras dilapidadas en fastuosidad mientras se mantiene a las masas en la ignorancia y la pobreza. En fin, desdicha social desperdigada en trece millones de kilómetros cuadrados que no les son suficientes a sus jeques y teócratas, porque les urge conquistar también el territorio hebreo, quinientas veces más pequeño. Esa es la gran carencia del mundo árabe. No denominan «cáncer del Medio Oriente» a Osama, ni a la misoginia rampante, ni la explotación de niños, ni el analfabetismo generalizado, ni el totalitarismo. Sólo Israel los aleja de la felicidad. Si esta sociedad desapareciera, oh Alá, el planeta respiraría aliviado en su recuperada dicha.

Pese a semejante distorsión de valores, Europa ha decidido especializarse en el monitoreo moral del único país democrático de todo el Medio Oriente. A éste lo denuesta a diario, por medio de sus cortes, de sus célebres escritores, de sus medios de difusión, de su cultura del desprecio al judío. A éste le cuestiona todo acto de autodefensa como si fuera una agresión. (Por supuesto que no toda Europa. Hay ilustres excepciones a la regla, con muchas de las cuales quien suscribe esta página está en contacto, y a quienes leo con admiración. Pero hablamos aquí de la norma general, una norma vergonzosa que valientes y valiosas plumas europeas son las primeras en reconocer).

Pobre Amina. Si quienes la castigaran fueran judíos, ya habría despertado la conmiseración internacional. Marchas de protesta en decenas de ciudades por doquier, el mundo estaría inflamado para protegerla. Pero tiene la mala suerte de que sus enemigos no azuzan las pasiones que genera Israel, por lo que morirá apedreada nomás, y ni las feministas se levantan para defenderla.

Contra el único que los europeos se juegan apasionadamente es contra el judío de los países. Es el malo de la película de sus medios de prensa y televisivos, es quien recibe la más perseverante condena de las Naciones Unidas y la lacerante comparación con los nazis. El único país del mundo al que se le niega aun la admisión a la Cruz Roja Internacional (que, dicho sea de paso, fue creada por un cristiano sionista y humanista, Henri Dunant). Cuando se le impetró al director del Comité Internacional de la Cruz Roja, Cornelio Sommaruga, para que acepten a Israel, se limitó a responder: «El problema es el símbolo que se utiliza en ese país. Si vamos a permitir que se utilice la estrella de David ¿por qué no debemos aceptar también la cruz esvástica?»

Sommaruga jamás se rectificó, ninguna autoridad lo contradijo (ni qué hablar de disculparse) y ningún medio europeo cuestionó el símil. El ágil comparador fue incluso promovido a delegado de las Naciones Unidas para investigar «la masacre de Jenin». Una «masacre» en la que veintitrés soldados israelíes fueron muertos por francotiradores palestinos, porque iniciaron un combate casa por casa precisamente para limitar lo máximo posible las víctimas civiles palestinas. (Así fue: cuarenta y ocho palestinos, la mayoría armados, murieron en lo que la prensa española llamó «genocidio» y «limpieza étnica», sino directamente «Holocausto»). No hubo masacre alguna en Jenín, pero el motivo ya fue incorporado a la mitología judeofóbica contemporánea. Y, otra vez, nadie pedirá disculpas por la patente calumnia que se difundió por doquier. Peor aún: de vez en cuando nos espetarán como loros «masacre de Jenín, limpieza étnica, ogro Sharón, judíos sanguinarios», y nosotros deberemos justificarnos. El método de cuestionar al judío para ponerlo siempre a la defensiva está demasiado difundido en Europa, y agreguemos que no es extraño siquiera en El Catoblepas.

Eliseo Rabadán me investiga

Se me ha indicado que en el número 13 de esta revista, Eliseo Rabadán Fernández, en su buena intención de demostrar que Europa no es judeofóbica, hace gala él mismo de una embozada judeofobia. Cabe este paréntesis para responderle. Rabadán empieza por minimizar el Holocausto con el burdo argumento de que durante la guerra hubo millones de muertos no-judíos, y así omite la obviedad de que los judíos eran asesinados en masa por su origen, en un plan sistemático para eliminar hasta su último bebé como si fuera un virus, un programa que era central en la «ideología» nazi y cosechó el conteste silencio de Europa. Una agresión que, a pesar de los balbuceos de Rabadán al respecto, no tuvo parangón contra ningún otro pueblo.

Mi contradictor pasa luego a la horrenda insinuación de que los cómplices del exterminio nazi deben buscarse entre los judíos mismos (entendamos bien: aun en el Holocausto el victimario parece ser finalmente, el judío). Y termina por recomendarme la lectura del Tratado Teológico-Político de Spinoza, en donde no hay ni una sola palabra de la que puedan extraerse sus conclusiones al respecto. Rabadán, para ejemplificar la ecuanimidad del trato europeo hacia los judíos, no trepida en citar nada menos que a uno de los medios que no cesa en su diaria transmisión de odio contra Israel, el diario El País, que para despertar las más negras asociaciones judeofóbicas denomina «ojo por ojo» a la autodefensa de Israel frente a los centenares de atentados que padecemos aquí gracias al financiamiento europeo al terror de Arafat. Y se felicita porque hay escritos de judíos en la prensa española, sin detenerse a revisar que son judíos que escriben contra Israel. No se espera de un medio periodístico pluralidad de etnias, sino pluralidad de ideas. Con respecto a Israel, los principales medios españoles vomitan una enfermiza unanimidad. El País acaba de publicar un artículo que exhorta a la destrucción de la religión judía y del Estado judío, que fue escrito precisamente por un descendiente de judíos, lo que para Rabadán nos impediría sospechar de la intención judeofóbica del diario.

Pero lo más grave del texto de Rabadán no es su apologética, ni sus insinuaciones y citas incorrectas, sino el hecho que el primer autor del que se ha ocupado en indagarle quién auspicia sus actividades, es, como podía esperarse, el judío. Del judío no hay que rebatir argumentos, hay que descalificarlo por medio de sugerir que lo motivan intereses económicos ocultos. Rabadán se hace eco de una tradición europea de presentar al pueblo hebreo como el manipulador y comerciante por antonomasia. Me detengo en ello porque su desliz ilustra acerca de cómo la judeofobia actúa en general, a veces sin que el agresor se lo proponga, y aun si acompaña su entrometimiento prejuicioso con una formal y «cordial bienvenida».

¿Os imagináis a Rabadán revisando a cada uno de los autores de El Catoblepas para saber quién les paga, quién auspicia sus programas de trabajo, qué «intereses económicos se mueven detrás de ellos»? ¿Cabe acaso que solicitemos que él mismo nos relate de dónde obtiene sus fondos, en lugar de concentrarse en debatir argumentaciones racionalmente? Pero también en este punto le ha valido más, no leer y pasar al ataque.

La perogrullada de Rabadán de que las opiniones son «asuntos de intereses económicos», admite dos interpretaciones, ambas reveladoras de su judeofobia subyacente. O todos los que opinamos (Rabadán incluido) lo hacemos motivados por intereses económicos (y en ese caso es injusto destacar el defecto solamente en las opiniones de judíos) o sólo los judíos obramos de ese modo y en contraste los no-judíos como él son puros e inmaculados en sus pareceres. Rabadán opta por la segunda alternativa y la enuncia muy explícitamente: es correcto que Estados como el Japón, España, Alemania, y Francia difundan su cultura, «pero los modelos culturales de Israel apuntalan los negocios en otros países» (el subrayado es mío; los 192 Estados no-judíos son nobles y desinteresados; el único Estado judío, ése es el comerciante sospechoso).

El lector sabrá juzgar, y espero que a fin de hacerlo se base en los argumentos escritos, y no en las investigaciones de Rabadán sobre los auspiciantes de programas culturales. Es tan inapropiado como si a alguien se le ocurriera, a fin de contradecir una tesis universitaria, hurgar en las fundaciones que contribuyen con la universidad y ergo descalificar del debate a un profesor porque al cobrar su sueldo universitario «responde a intereses económicos». Una buena recomendación para mantener la racionalidad de un debate, es justamente convenir en que todos intentamos ser tan honestos y objetivos como nos permite nuestra capacidad, judíos y no-judíos por igual.

Pobres chechenos

Podría argüirse que el caso de Amina no admite comparación con la agresión que sufre el pueblo de Israel, porque el padecer individual es muy diferente del colectivo. Busquemos entonces otro ejemplo y digamos que la obsesión europea por señalar furibundamente los defectos de los hebreos, y no los de los horripilantes regímenes que éstos tienen por enemigos, se pone de relieve cuando la lucha de otros pueblos por su independencia pasa inadvertida.

Pobres los chechenos, por ejemplo, que por más de una década libran una batalla por su independencia en el Cáucaso sobre un territorio pequeño (como Israel). En este caso parece desactivarse el cínico argumento de los antisionistas, cuando sostienen «identificarse con el débil». Los chechenos no llegan al millón, y bregan por independizarse de una superpotencia, el país más extenso del globo, cuyo ejército los ha destruido. Aun así no logran despertar solidaridad alguna. Pobres, no tuvieron la suerte de ser palestinos ni ser empujados a una sangrienta cruzada contra el pérfido judío.

La lucha de los chechenos por su independencia ya cobró cincuenta mil muertos, y el desplazamiento de cientos de miles de civiles inocentes. Todo ha ocurrido inadvertido para la conciencia europea, a la que sólo los refugiados palestinos parecen interesar. En 1994, mientras la capital chechenia era devastada, Europa acusaba a Israel por ocupar un diez por ciento del Líbano, y dispensaba a Siria por ocupar todo el resto del país (hoy Siria ocupa íntegramente el territorio libanés pero, otra vez, a Europa eso no le molesta).

Será suficiente con imaginarnos cuál habría sido la reacción de los medios europeos si la masacre (en este caso, real) que cometieron las fuerzas rusas en el teatro de Moscú el pasado octubre, matando a más de un centenar de civiles para reducir a los terroristas, la hubiera llevado a cabo Israel para proteger a sus ciudadanos de los terroristas palestinos. Toda la comprensión de la que gozaron los rusos habría sido una miríada de diatribas contra el judío de entre los países. Uno que es criticado, no por lo que haga o deje de hacer, sino por lo que es. Y es, simplemente, un hueso que a Europa le cuesta digerir.

Pobre Amina, que debe esperar que el hueso sea digerido para no morir apedreada. Pobres chechenos, que no tuvieron la suerte de Arafat cuando eligieron su enemigo.

 

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