Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 15 • mayo 2003 • página 20
Sobre el libro de Italo Mereu, Historia de la intolerancia en Europa,
Paidós, Barcelona 2003, 380 páginas
La parábola narrada por Lucas acerca del banquete que rechazaron sus destinatarios primeros ha sido muy comentada como ejemplificación de la idea del ejercicio de la fuerza contra los herejes. San Agustín –uno de los grandes padres de la Iglesia, y cuyo paradigma cultural es innegable– la interpreta como legitimación del derecho de perseguir las herejías, obligando a sus mantenedores a entrar en la Iglesia, haciendo todos los esfuerzos necesarios para salvarlos. Este es el «nobilísimo» objetivo final de la fe religiosa agustiniana, porque la sociedad no puede permanecer sin religión.
El pensador francés Pierre Bayle (1647-1706), realizó encendidas reflexiones sobre el tema en su Comentario filosófico, del año 1686, en contra de la persecución, con argumentaciones que bosquejan la necesidad de la tolerancia, vista por alguno de sus comentadores «como la estrella polar de su sistema».{1}
Tenía razón Bayle en sus duros comentarios a San Agustín, porque es esta interpretación la que prevaleció, convirtiéndose en la única guía recta. En cambio, fue una gran pena no haber ofrecido la otra interpretación posible. Como los invitados no quisieron acudir al banquete preparado, el señor ordenó a su criado recorrer las calles de las ciudades, los caminos y cercados para traer a su banquete a los pobres, de modo que se llenase completamente la casa: compelle intrare («oblígalos a entrar»). Con ello Jesús tomó su opción en favor de los pobres, oprimidos y despreciados de la sociedad, rechazando a los pudientes, soberbios y engreídos, que no aceptaron la invitación. Pudieron cambiar el curso de la historia y, en cambio, tiraron, más bien, por la calle de en medio, estableciendo prácticamente para siempre la intolerancia, de la que se presenta ahora su detallada y rigurosa historia en el mundo occidental.
En rigor, únicamente puede oprimir quien tenga poder. En esto hay dos instituciones que se han llevado siempre la palma: la Iglesia y el Estado. La primera ha sido muchas veces Iglesia-Estado e igualmente el segundo ha gozado tantas veces del fanatismo de los conversos de una iglesia. Esto puede ser tan duro y rotundo como lo es su interna simplicidad. Porque se comprende fácilmente: quien se considera poseedor de la verdad absoluta se siente también inclinado, por coherencia, a imponerla, dado que otra verdad no existe y el deber intelectual de cualquier ser humano digno consiste en conocer la verdad, sea religiosa o política. En el segundo caso, el último y reticente aplastamiento militar, con la masacre de un pueblo, lo confirma. La barbarie cometida es ya un hecho histórico, que no se puede ocultar por más subterfugios que se quieran aducir. La paz es base del progreso de la humanidad y la guerra, su destrucción.
Mereu quiere poner de manifiesto «el fondo oscuro por el que discurre gran parte de la historia medieval, moderna y contemporánea, con sus cruzadas, hogueras, patíbulos, guillotinas, fusilamientos, garrotes, hornos crematorios, fosas, gulag y purgas, así como deportaciones, censuras, estados de sitio, amonestaciones y confinamientos» (página 14). Una vez considerado este costado siniestro, no vendría mal un gesto: «¿Y si la Iglesia Católica proclamara a Giordano Bruno como mártir del libre pensamiento?» (página 14). Desde luego, yo también creo que no lo hará, y me alegro, porque así sabremos todos a que atenernos acerca del sitio en que se encuentra la institución en cuanto tal, aunque también sea preciso matizar y proclamar las excepciones que sean necesarias en función de la verdad.
Este libro de Mereu es la traducción del de igual título italiano, publicado en 1995, que en el año 2000 alcanzó la sexta edición, y que ahora se puede leer en español.
Hay que empezar analizando detenidamente la introducción, en la que establece el marco del planteamiento de la investigación. Abreviando mucho, se trata de construir una especie de silogismo sui generis, que empieza con la intolerancia como matriz y premisa general, sigue con la sospecha y concluye con un ordenamiento jurídico represivo. Sospecha es presunción de culpabilidad, en virtud de la cual la institución tiene que corregir la desviación, aplicando toda clase de intolerancia para restablecer la ortodoxia lesionada.
Tal esquema lo somete Mereu a verificación histórica para demostrar así que el «modelo católico» se ha basado siempre en la represión, con el fin de que el cristiano mantenga fidelidad a las normativas jerárquicas, obedeciéndolas ciegamente. Entre ser y parecer existe un hiato revelador, que no los identifica, teniendo que optar por una de las dos acciones: «Lo importante no será ser cristiano, sino parecer católico» (página 35).
A partir de aquí, los diferentes capítulos analizan el binomio sospechar/castigar. La mínima sospecha exige actuar severamente, sea quien sea el individuo y su posición, con tolerancia cero. De este modo ha procedido el Santo Oficio (Inquisición) a lo ancho de la historia, mostrándose como verdadero «baluarte de la religión», según Pío IV, y estableciendo, de hecho, una situación real de terror en Europa, porque un contexto de sospecha tiene tal extensión que alcanza a cualquier mínima duda por parte de la autoridad. Así se ha convertido en un soporte jurídico, que no requiere de ninguna otra prueba, siendo, más bien, una especie de chantaje, que sólo requiere de cualquier presunción, fama o indicio.
El método inquisitorial es de tal dureza que ante la mínima presunción al sospechoso sólo le queda confesar sus crímenes, pues el denunciante está completamente protegido y es elevado a la categoría de juez. Es más, quien no denuncie es culpable de defender al hereje y, por tanto, corre el peligro de ser igualmente condenado por no contribuir al mantenimiento de la ortodoxia.
A partir de aquí se pone en marcha el interrogatorio, que pretende obtener la prueba a través de la confesión. Primero se emplean métodos persuasivos blandos, luego viene la amonestación y sigue el aislamiento y la tortura. La lectura de documentos oficiales de la época llevan a Mereu a emplear la denominación de «legalismo de cámara de gas» (página 213).
En cuanto a la tortura, hay todo un arsenal de tipos: garrucha, baqueta, fuego, clavija, aplastadedos, &c. Se comprende que todo este contexto haga escribir a Tuberville{2}, en relación con la Inquisición española, el conocido dicho: «Se puede dejar la Inquisición, sin ser quemado, pero no sin salir chamuscado.» Para librarse de la quema estaba la abjuración, en la que se escribe y jura ser erróneas las ideas mantenidas. En este sentido, Mereu dedica un capítulo al emblemático caso Galileo, que fue torturado hasta abjurar, según los documentos que aporta el autor.
El «modelo católico», que comenzó en la Edad Media y se extendió hasta el siglo XIX, ¿acaso ha concluido ya? Mereu lo extrapola, también, a la política y en su respuesta recurre a la conocida canción, para afirmar que la situación está «Come prima, più di prima». Lo único que se hace es emplear mayores hipocresías y nuevas simulaciones, incluso cambiando los nombres: delatores por arrepentidos, abjuración por autocrítica, inquisidores por instructores, Inquisición por servicios secretos, sospecha por prevención, y así sucesivamente. Acabamos de asistir, sin ir más lejos, a una guerra preventiva, nada menos.
El apéndice final ofrece la trascripción de las partes más importantes de 24 documentos oficiales, que iluminan y confirman lo que se ha presentado en el texto: la historia de la intolerancia en Europa. A la vista de ello, mejor harían muchos jerarcas, socialmente prestigiosos todavía, guardando silencio. No por humildad –esa virtud tan oportuna como falsa en ellos–, sino por simple vergüenza o pura dignidad. Porque llevamos estas últimas décadas con la desvergüenza anidando entre nosotros, fecundada con ignominiosos y maduros frutos.
Notas
{1} C. Lenient (1972), Étude sur Pierre Bayle, Burt Franklin, Nueva York 1972.
{2} Puede consultarse su obra La Inquisición española. Traducción de J. Malagón y H. Pereña. Fondo de Cultura Económica, México 1950.