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El Catoblepas, número 21, noviembre 2003
  El Catoblepasnúmero 21 • noviembre 2003 • página 13
Artículos

El cuerpo como punto de partida del materialismo filosófico: el origen de la ciencia (Gnoseología),
la conducta moral (ética y moral) y la religión (filosofía de la religión)

Manuel García Blanco

Comunicación al Congreso Filosofía y Cuerpo: debates sobre la filosofía de Gustavo Bueno (Murcia, 10 al 12 de septiembre de 2003)

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El objetivo de la presente comunicación es mostrar que el cuerpo, entendido como individualidad corpórea que actúa en un mundo de cuerpos, es el punto de partida de la filosofía materialista de Gustavo Bueno. A partir de la impresionante reconstrucción de la Idea de Materia (en sentido ontológico-general y en sentido ontológico-especial) que se lleva a cabo en los Ensayos materialistas, en los que se expone que la conciencia corpórea es el punto de articulación de los distintos géneros de materialidad, se mostrará que es la actividad de un sujeto corpóreo operatorio la base para entender las construcciones científicas (Gnoseología). Desde el punto de vista moral, la Idea de moralidad (ética y moral) aparecerá también vinculada a sujetos corpóreos, de tal manera que podrá decirse que las acciones humanas entrarán en el campo de la moralidad en la medida en que los hombres se dirijan a la preservación de su existencia corpórea. Finalmente, desde los presupuestos gnoseológicos expuestos, se tratará de la religión (filosofía de la religión); ésta quedará caracterizada ontológicamente a partir de su fundamento material, que se encontrará en los animales como fuentes de numinosidad, y se reservará a la filosofía de la religión el estudio de entidades corpóreas finitas al descartarse la existencia de entidades inmateriales como fundamento de la religión.

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El materialismo filosófico se presenta como una doctrina académica, dentro de la tradición inaugurada por Platón, crítica y no dogmática, dialéctica y filosófica. Como doctrina dialéctica y filosófica, y siguiendo el principio espinosista toda determinación es negación, se caracteriza tanto por lo que afirma como por lo que niega, y pretende ofrecer una teoría de la racionalidad basada en la Idea de individuo corpóreo así como en la Idea de «symploké» de las ideas y «symploké» de las realidades.{1}

La ontología materialista, tal y como se expone en los Ensayos materialistas{2}, distingue dos planos: el plano de la ontología general, cuyo contenido es la Idea de materia ontológico-general (M) y el plano de la ontología especial, constituido por tres géneros de materialidad: M1 (mundo físico exterior), M2 (fenómenos de la vida interior), M3 (objetos abstractos), que constituyen el campo de variabilidad empíricotranscendental del mundo (Mi). La ontología materialista recupera entonces todo el campo de la ontología tradicional colocando la materia ontológico-general (M) en el lugar del Ser de la ontología tradicional y los tres géneros de materialidad (M1, M2, M3) en el lugar de las tres regiones tradicionales de la realidad, «Mundo», «Alma» y «Dios». La materia (M), desde el punto de vista ontológico-general, se caracteriza fundamentalmente como pluralidad (partes extra partes) y en este sentido se opone tanto al monismo como al holismo de la metafísica tradicional. Materia como pluralidad es lo contrario de la Unidad: el «Ser es uno» o «la materia es una» es la expresión metafísica por excelencia. Desde el punto de vista ontológico-general, sólo hay materia, pero esa materia «se dice de muchas maneras». No existe, por tanto, algo así como «la Realidad en su conjunto». A su vez, en el plano de la ontología especial se afirma la inconmensurabilidad de los tres géneros de materialidad y en este sentido el materialismo desde el punto de vista ontológico-especial se opone al formalismo o reduccionismo, es decir, a aquellas doctrinas que pretenden explicar algún género de materialidad en términos de otro. Ello no impide que puedan establecerse correspondencias o «paralelismos» entre los distintos géneros y que puedan establecerse coincidencias extensionales entre ellos aunque no coincidencias intensionales. Como afirma Vidal Peña, «Correspondencia e inconmensurabilidad son, pues, los conceptos que describen la permanente conexión –e inconexión– entre los géneros que, como materialidades que son, son multiplicidades cuya unidad, aunque constantemente perseguida, nunca es definitivamente establecida».{3}

La Idea de materia es una idea límite, crítica y negativa, que cuenta con Mi como único punto de partida posible. La materia ontológico-general (M) se alcanza sólo en el proceso crítico regresivo a partir de las prácticas y fenómenos del mundo (Mi = {M1, M2, M3}), que no es la suma de las materialidades especiales ni se distribuye en ellas como un género en sus especies o un todo en sus partes; dicho proceso crítico implica la mediación de una conciencia o Ego transcendental (E) que se define por ejercitar dicho proceso y que no está fuera de lo real (fuera del mundo) sino que es el proceso mismo por el que la materia se constituye como objeto (se reflexiviza) y está, por tanto, en el contexto del mundo. Pero además, y esto es lo importante para nuestro tema, hay un privilegio de la corporalidad humana de E, a cuya escala se ajusta el mundo, de tal manera que la individualidad corpórea es el punto de articulación entre los distintos géneros de materialidad. Tanto es así que podríamos caracterizar al individuo corpóreo como el lugar donde la materia se reflexiviza, el lugar donde la materia toma conciencia de sí y se piensa a sí misma.

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Si la individualidad corpórea es el punto de articulación de los tres géneros de materialidad, que nos lleva por regressus a la materia ontológico-general, el «mundo de los cuerpos» es el punto de partida de la Gnoseología materialista. La Idea de cuerpo ocupa un lugar privilegiado en el sistema del materialismo filosófico, sin embargo el materialismo filosófico no es un corporeísmo porque no reduce la materia a materia corpórea, y ello porque también hay materias incorpóreas (ondas gravitacionales o electromagnéticas, por ejemplo). Desde el punto de vista gnoseológico el conocimiento humano se concibe como un proceso general de adaptación natural y cultural en el que paulatinamente se irá constituyendo la racionalidad crítica. La racionalidad crítica es producto del desarrollo histórico y surgirá asociada al nacimiento de las sociedades estatales, compuestas de múltiples «tribus», con una economía basada en el comercio y en confrontación con los sistemas de creencias de otras culturas. Desde este punto de vista la racionalidad se constituye en la actividad de organizar creencias enfrentadas de culturas diferentes y a partir de un cierto grado de desarrollo de conocimientos científicos. Son las operaciones de un conciencia corpórea (predicar, juntar, separar, componer...) las que posibilitan el nacimiento de la racionalidad crítica: «Consideraremos, en todo caso, que, de este modo, el principio antropológico de igualdad no es un postulado ideológico, en sí mismo irracional o gratuito, sino que es un principio ligado a la racionalidad humana misma [...] (La racionalidad incluye el cuerpo individual, las operaciones manuales, y por eso, las experiencias racionales han de ser intersubjetivas)».{4} Se comprende entonces que, desde un punto de vista materialista, es la actividad práctica de los sujetos corpóreos, a partir de un cierto desarrollo histórico, lo que está a la base de la racionalidad crítica y no explicaciones idealistas como el deseo de saber o la admiración (tanto uno como otra no tienen por qué ser necesariamente filosóficos).

La Gnoseología materialista distingue entre filosofía y ciencia y propone la Teoría del Cierre Categorial para explicar el origen, constitución y desarrollo de las ciencias. Los orígenes de las ciencias estarían en actividades artesanales previas, sin que esto signifique que a cada técnica haya de corresponderle una ciencia, de este modo las prácticas de agrimensura, el comercio, la metalurgia o la alquimia estarían en el origen de la geometría, la aritmética o la química. Las ciencias se diferenciarían de la filosofía en que acotan un conjunto de términos materiales formando un campo y segregando los componentes subjetivos de las operaciones para construir relaciones esenciales objetivas. El punto de partida de la construcción científica es el sujeto operatorio, un sujeto corpóreo que realiza operaciones «quirúrgicas», es decir, manuales, que consisten en separar o aproximar cuerpos. Las operaciones son transformaciones que uno o varios objetos del cuerpo científico experimentan en cuanto son determinadas, por composición o división, por un sujeto operatorio. Este ha de ser entendido, no como una mente, sino como un sujeto corpóreo dotado de manos, laringe, etc., es decir, de músculos estriados capaces de «manipular» objetos o sonidos, separándolos (análisis) o juntándolos (síntesis). Cada ciencia acota su campo como consecuencia del cierre parcial de un conjunto de operaciones: es el sistema de estas el que ha de llamarse cerrado respecto del campo de términos. En este proceso surgirán identidades sintéticas «que enlazan términos bien diferenciados y aun independientes mutuamente en la apariencia fenoménica».{5}

Uno de los supuestos del materialismo gnoseológico es la tesis de la pluralidad de las ciencias. Cada ciencia acota un conjunto de términos de tal manera que cada ciencia construye un campo categorial, una categoría. El pluralismo de círculos categoriales irreductibles en el terreno gnoseológico se correspondería en este sentido con el pluralismo en el terreno ontológico. Sin embargo los objetos conocidos por las ciencias no agotan la realidad. Así, al lado de las ciencias aparece la filosofía como construcción racional crítica. El conocimiento filosófico trataría de Ideas, esto es, contenidos materiales que rebasan las categorías del conocimiento científico. La filosofía es un saber de segundo grado que trabaja a partir de los resultados de las ciencias, sin embargo la filosofía no es una ciencia: «La filosofía podría definirse como la disciplina constituida para el tratamiento de las Ideas y de las conexiones sistemáticas entre ellas»,{6} Ideas que brotan de las conceptualizaciones de los procesos del mundo, que no son subjetivas ni eternas, sino Ideas objetivas. Así, «La filosofía académica –es decir, la filosofía de tradición platónica– no antecede a las ciencias, sino que presupone las ciencias ya en marcha ('nadie entre aquí sin saber geometría'). Tampoco puede aceptar la concepción de la filosofía como una 'ciencia primera', como una 'reina de las ciencias': La filosofía no es una ciencia, por que las Ideas, en su symploké, no constituyen una 'categoría de categorías' susceptible de ser reconstruida como un dominio cerrado».{7} De este modo el materialismo filosófico distingue en la actividad racional Ideas (filosofía) y categorías (ciencias), y frente a la posición aristotélico-tomista «tantas ciencias como categorías», postula la contraria «tantas categorías como ciencias». Las categorías no procederían de un sujeto transcendental al modo kantiano, no serían principios del pensar, ya que las categorías no podrán derivarse de las operaciones subjetivas, sino que al haber tantas categorías como ciencias y ser las ciencias procesos constructivos llevados a cabo por sujetos operatorios la reformulación materialista de este problema consistiría en «sustituir el entendimiento kantiano por la subjetividad corpórea operatoria o, si se quiere, la mente por el cuerpo del mismo sujeto operatorio».{8} Así pues el racionalismo materialista, como materialismo metodológico, se moldea sobre operaciones tecnológicas (quirúrgicas) o prácticas concretas que persigue una concatenación objetiva de los materiales con los que trabaja. El materialismo metodológico se basa en la «naturaleza operatoria de todo proceder racional y en la naturaleza corpórea de toda operación en cuanto vinculada a un sujeto operatorio».{9}

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Desde el punto de vista moral el materialismo filosófico parte de los saberes morales mundanos de las distintas sociedades y constata la pluralidad de dichos saberes. Pluralidad no implica relativismo; el relativismo supone una tesis paradójica, a saber, «que los saberes de cada pueblo son saberes absolutos; que la moral es, por tanto, relativa a cada cultura y que tanto valen unas culturas como las otras (si fueran absolutos sus saberes respectivos)».{10} Como filosofía moral el materialismo filosófico busca leyes morales universales mediante la intersección, eliminación o concatenación de las sabidurías particulares de cada pueblo. Si no se toman los saberes mundanos de las distintas culturas como absolutos, la filosofía, como saber de segundo grado, tratará de construir el sistema de la moralidad mediante la trituración de dichos saberes mundanos, así «el saber de segunda potencia, más que añadir o dejar como está, intacto, al saber mundano, resta quita, suprime, es decir, critica o analiza»,{11} sin que esto signifique que haya que asignar a la filosofía la misión de instaurar la conciencia moral.

El materialismo filosófico considera que el fundamento de la moral no sólo ha de ser material sino que ha de ser transcendental, sin embargo, si suponemos que las formas no pueden separarse de la materia, puesto que ellas mismas son materia y si concedemos el carácter transcendental que ha de tener el fundamento de la moralidad, es necesario postular una materia transcendental que desempeñe la labor de fundamentación que Kant asignó a la forma de la ley moral. Dicha materia trascendental, fundamento de la ética, se encontrará en la individualidad corpórea constitutiva de las subjetividades operatorias (individuos humanos) que son los agentes propios de la conducta moral o ética. Así, «es el sujeto corpóreo operatorio, pero no la 'conciencia pura'; la condición transcendental de la racionalidad de las obras por él producidas».{12}

De este modo la moralidad se supone referida a los sujetos corpóreos operatorios, pero entendidos no como «espíritus» o «mentes» inmateriales o formales (perspectiva que excluiría la pluralidad) sino como sujetos corpóreos, lo que garantiza su multiplicidad: la individuación de los sujetos se basa justamente en la materia. Un carácter inherentes a estos sujetos corpóreos en cuanto sujetos operatorios es su actividad proléptica, es decir, su capacidad de planificar (respecto a personas) y programar (respecto a cosas) según normas, de construir objetos normalizados. En la medida en que los sujetos corpóreos actúan mediante prolepsis normadas serán precisamente sujetos morales y como tales podrán ser llamados personas en sentido moral. Por tanto las obligaciones morales o los deberes éticos habrán de ir siempre referidos a un campo de términos personales y no tendría sentido hablar de una ética o moral referida a las cosas impersonales. Al poner el fundamento de la moral en la individualidad corpórea nos alejamos de cualquier tipo de idealismo y eliminamos la fundamentación metafísica de la moralidad, ya sea la conciencia trascendental o Dios, y no necesitamos postular la libertad como fundamento de la moral, libertad que es más una noción confusa que un auténtico fundamento. La libertad más que ser una condición de la moralidad, o la condición, será el resultado de la acción de los sujetos corpóreos, de tal modo que puede decirse que la libertad es el grado de variación de la actividad de los sujetos en un contexto social normado.

La Idea de moralidad aparece en el momento en el cual los sujetos corpóreos operatorios realizan operaciones que pueden ser transcendentalmente determinadas y habrá que tener en cuenta que tanto la ética como la moral han de ir referidas a sujetos operatorios humanos, caracterizados (respecto de los parientes animales) por su conducta normalizada. Así desde un punto de vista materialista y evolucionista no es posible admitir la idea de que las normas humanas hayan sido «creadas» por los hombres o hayan «bajado del cielo» reveladas por los dioses, sino que se considera que dichas normas son rutinas victoriosas que confluyen en un grupo social y que han mostrado su valor para la supervivencia del grupo. Las operaciones y acciones de los sujetos entrarán en el horizonte de la moralidad en la medida en que los hombres estén dirigidos o determinados a la preservación de la misma existencia (dichas acciones y operaciones normadas tienen una materia bien precisa, las subjetividades individuales corpóreas). Por eso la ley fundamental de la moralidad o la ética, el contenido de la sindéresis, es «debo obrar de tal modo (o bien: obro ética o moralmente en la medida en) que mis acciones puedan contribuir a la preservación en la existencia de los sujetos humanos, y yo entre ellos, en cuanto son sujetos actuantes, que no se oponen, con sus acciones y operaciones, a esa misma preservación de la comunidad de sujetos humanos».{13} El principio generalísimo de la sindéresis se descompone necesariamente en dos leyes generales correspondientes a los dos contextos en los cuales se da la existencia de los sujetos corpóreos. Aplicado al contexto distributivo establece la ordenación de las acciones y las operaciones a la preservación de los sujetos corpóreos. Aplicado al contexto atributivo el deber se refiere a la preservación de la existencia del individuo en tanto es parte de la sociedad (grupo social) constituida por diferentes conjuntos de individuos humanos. El primer contexto delimita la Idea misma del hombre como individualidad corpórea distributiva y representa la acepción del hombre en cuanto idea moral y no meramente anatómica o fisiológica; es la esfera que se refiere a lo que más de universal hay en los individuos, a saber, su individualidad corpórea operatoria y las condiciones mismas de su actividad. El segundo contexto se refiere a la humanidad en cuanto sociedad de todos los hombres, sin embargo, de hecho, la esfera real del deber atributivo comienza siendo el grupo social. Cabría decir que la esfera de los deberes, según el primer contexto es la esfera del hombre, mientras que la esfera del segundo contexto es la esfera del ciudadano. Desde este punto de vista es posible establecer una clara diferencia entre ética y moral de tal modo que la ética (término con connotación individual) se refiere a los deberes distributivos, relativos a la preservación de los individuos corpóreos en cuanto tales y el término moral (término con una connotación social) se refiere a la existencia de esos mismos individuos corpóreos pero en tanto son parte de totalidades sociales atributivas. Siguiendo a Espinosa (Ética, III, Proposición 59) la principal virtud ética sería la fortaleza, que se manifiesta como firmeza cuando la acción (o el deseo) de cada individuo se esfuerza por conservar su ser, y se manifiesta como generosidad en el momento en que el individuo se esfuerza en ayudar a los demás. Desde estos presupuestos se comprende que el mal ético por excelencia es el asesinato, aunque también son males éticos de primerísima importancia la mentira, la traición, la doblez o la falta de amistad.

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A partir de los supuestos gnoseológicos y los presupuestos ontológicos establecidos se abordará el estudio de la religión. Frente a las corrientes fenomenológicas, para las cuales la religión tiene su origen en la admiración o el asombro que paraliza al alma ante lo maravilloso, misterioso o terrorífico y suscita la adoración a fuerzas ocultas y seres misteriosos, y frente a las explicaciones sociológicas o antropológicas que subrayan el aspecto objetivante y normalizador que poseen las religiones, la filosofía materialista buscará el fundamento material de la religión no explicado por las citadas corrientes. La perspectiva materialista niega a los dioses como entidades inmateriales y busca el núcleo de la religión en experiencias efectivas del hombre cazador.

El estudio de la religión no puede establecerse con carácter científico; desde los presupuestos gnoseológicos del materialismo filosófico se admite que no es posible un cierre categorial del material religioso. No hay una ciencia de la religión sino varias (Psicología, Sociología y Antropología de la religión) y no es posible incluir los contenidos religiosos en un círculo categorial cerrado. La filosofía de la religión habrá de ir referida a la antropología filosófica, «debido a que la religión ha de figurar como característica del hombre (característica que no puede atribuirse propiamente a los animales, ni a hipotéticos espíritus sobrehumanos)».{14} Desde un punto de vista materialista se exige que el núcleo de las religiones tenga un contenido real. Se encontrará en lo numenes, «centros de voluntad e inteligencia» capaces de mantener relaciones reales con los hombres del mismo modo que el hombre puede establecerlas con él. Los numenes aparecen como «entidades reales, enfrentadas a los hombres mismos. Pues son vividos como voluntades independientes de las voluntades humanas, a las cuales protegen o amenazan, temen o dominan, acechan o huyen.»{15} Lo fundamental de la filosofía materialista de la religión es la afirmación de la existencia real de esos numenes, que si bien no son humanos establecen relaciones reales con los hombres, «Y si los numenes existen, la religación dejará de ser una categoría meramente psicológica o social para convertirse en una categoría ontológico-antropológica, en una relación real entre hombres reales y numenes reales».{16}

La Idea de religión habrá que referirla a la Idea de Hombre en cuanto sujeto de la religión. La tesis central de la filosofía materialista de la religión sostiene que los animales son los núcleos numinosos de la propia Idea ulterior de divinidad. Los numenes existen y no son fenómenos ilusorios: «La concepción zoomórfica del núcleo de la religión significa, en resolución, no ya que los animales desempeñen funciones numinosas sino, sobre todo, que ellos son la fuente o manantial de toda numinosidad ulterior»,{17} de manera que dicha concepción podrá resumirse con la fórmula «Los hombres hicieron a los dioses a imagen y semejanza de los animales».{18}

Dado que la Idea de religión habrá de ir referida a la Idea de Hombre en cuanto sujeto de la religión, se concibe el material antropológico dentro de los ejes del llamado «espacio antropológico». Caracterizado de manera rápida podríamos decir que el eje circular comprende las relaciones de los hombres con otros hombres, el eje radial comprende las relaciones de los hombres con objetos no humanos desprovistos de todo género de inteligencia (cosas y animales) y el eje angular comprende las relaciones de los hombres con los numenes, es decir con entidades que no son hombres pero que tampoco son cosas naturales en el sentido radial. La religiosidad se desarrolla precisamente en el eje angular: «Los hombres se relacionan de un modo específico (irreductible al orden de las relaciones circulares y al de las radiales) con otras entidades que no son hombres, pero tampoco son cosas naturales, en el sentido anteriormente mencionado. Entes ante los cuales los hombres se comportan según relaciones de temor o amistad, y según un comportamiento no imaginario (puramente fenomenológico) sino real, ontológicamente fundado [...] Estos entes no serán divinos, pero sí podrán ser considerados numinosos».{19} Es condición general para incluir algo como materia de los ejes que «esté dado a una escala tal que sus partes tengan un significado práctico por respecto de las operaciones humanas (cuyo parámetro ponemos en la individualidad orgánica desde la que se configuran las operaciones quirúrgicas, manuales)».{20} El eje angular es necesario desde el momento en que las relaciones con los numenes implican una distancia o asimetría que son incompatibles con las relaciones de igualdad que caracterizan las relaciones del eje radial.

Por tanto, para finalizar, decir lo siguiente: establecido el fundamento material de la religión, a saber, los numenes animales, y descartada la existencia de entidades inmateriales, una «verdadera filosofía de la religión» quedará caracterizada como sigue: «Una filosofía de la religión que quiera mantenerse como filosofía positiva de la religión ha de ser una filosofía que se acerca a las religiones, ante todo, desde un plano fisicalista, aquel desde el cual los contenidos religiosos no son tanto 'vivencias' o 'experiencias anímicas o metafísicas' sino (para decirlo groseramente) bultos, sólo que 'bultos' con significado religioso (bulto, de vultus, faz). Bultos, entidades corpóreas finitas, son en efecto los templos, los sacerdotes y hasta el Corpus Christi del sagrario católico. La filosofía positiva de la religión se ocupa de cosas positivas, es decir, de bultos portátiles: Dios ubicuo no es portátil».{21}

Notas

{1} Gustavo Bueno, El papel de la filosofía en el conjunto del saber, Ciencia Nueva, Madrid 1970, pág. 231 y ss.

{2} Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972.

{3} Vidal Peña, El materialismo de Spinoza, Revista de Occidente, Madrid 1974, pág. 69.

{4} Gustavo Bueno, El animal divino, Pentalfa, Oviedo 1985, pág. 200.

{5} Pelayo García Sierra, Diccionario Filosófico, Biblioteca filosofía en español, Oviedo 1999, pág. 207.

{6} Pelayo García Sierra, op. cit., pág. 3.

{7} Pelayo García Sierra, op. cit., pág. 3.

{8} Pelayo García Sierra, op. cit., pág. 155.

{9} Pelayo García Sierra, op. cit., pág. 2.

{10} Gustavo Bueno, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996, pág. 20.

{11} Gustavo Bueno, El sentido de la vida, pág. 21.

{12} Gustavo Bueno, El sentido de la vida, pág. 52.

{13} Gustavo Bueno, El sentido de la vida, pág. 57.

{14} Gustavo Bueno, El animal divino, pág. 76.

{15} Gustavo Bueno, El animal divino, pág. 147.

{16} Gustavo Bueno, El animal divino, pág. 147.

{17} Gustavo Bueno, El animal divino, pág. 169.

{18} Gustavo Bueno, El animal divino, pág. 169.

{19} Pelayo García Sierra, Diccionario..., pág. 247.

{20} Gustavo Bueno, El animal divino, pág. 198.

{21} Pelayo García Sierra, op. cit., pág. 21.

 

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