Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 22, diciembre 2003
  El Catoblepasnúmero 22 • diciembre 2003 • página 12
Artículos

Gustavo Bueno y las pseudociencias

Emilio Jorge González Nanclares

Comunicación al Congreso Filosofía y Cuerpo: debates sobre la filosofía de Gustavo Bueno (Murcia, 10 al 12 de septiembre de 2003)

Gustavo Bueno siempre ha mostrado una afinidad especial por la precisión conceptual más rigurosa; esto le ha llevado, al modo platónico, a tratar de dar una explicación racional de la realidad (Ensayos Materialistas) y en línea con esto, una explicación del conocimiento científico fundado (Gnoseología). No obstante en los límites de dicho conocimiento se sitúan hoy día muchos pseudosaberes que no necesariamente tienen que ser paracientíficos, sino que algunos, incluso, se insertan dentro del denominado pensamiento científico (v. gr., el Big Bang, et al.). Por otro lado Gustavo Bueno en algunas ocasiones ha perfilado un proyecto de Noetología (Lógica material dialéctica) con el que intentar fundamentar el conocimiento en un marco más amplio que el del conocimiento científico: la ciencia, con ser importante, no es la única forma de conocimiento posible, existen otras muchas formas del mismo: las técnicas, determinadas creencias, algunos mitos, &c., y por supuesto la filosofía que no es ciencia y no puede reducirse a las ciencias, pese a las pretensiones, hoy en día, cada vez más imperiosas, del fundamentalismo cientifista.

Esta comunicación pretende recorrer someramente la incesante crítica que Gustavo Bueno ha ejercido contra todo tipo de pseudoconocimientos sean estos pseudocientíficos o no. A lo largo de su extensa obra, ha ido cribando todo aquello que se ofreciera con pretensiones de verdadero conocimiento: Etnología y utopía, Psicoanalistas y epicúreos, El mito de la cultura, El mito de la izquierda, &c.; la relación entre ciencia verdadera y verdadera ciencia, cruzándola con la relación entre conocimiento verdadero y verdadero conocimiento; la existencia de pseudoconocimientos dentro de las ciencias, y de verdaderos conocimientos al margen de ellas, &c.{1}

1. Introducción

Antes de nada debo decir que es para mí un placer regresar a Murcia después de casi veintiséis años de haber estado en unas condiciones no muy gratas, en aquel entonces, pues me encontraba haciendo el servicio militar en una localidad cercana a esta ciudad y de cuyo nombre prefiero más no acordarme, pero que muchos de vosotros conocéis perfectamente.

Permitidme también hacer una comunicación un tanto heterodoxa{2} y en cierto modo especulativa. Heterodoxa en cuanto que, por las urgencias del día a día, no me ha sido posible aún elaborar la comunicación en presentación adecuada, análoga a la que muchos de mis colegas han presentado, por lo que tendré que intentar interpretar e, incluso, «reinterpretar» el texto manuscrito que me acompaña. Ello, unido a la escasa calidad de mi letra, así como a la gran cantidad de vínculos que he ido estableciendo entre unos párrafos y otros (en las lecturas y relecturas sucesivas) convierte en tarea ardua, y quizá pausada, la lectura de esta comunicación (y ya no sólo de carrerilla como he advertido en algunos de mis predecesores). Y especulativa, en fin, porque las ideas que intento trazar en esta breve comunicación constituyen un intento de reconstrucción desde una perspectiva biográfico-autobiográfica del hilo conductor que me llevó a la filosofía a través de la obra del propio Gustavo Bueno y del filósofo por antonomasia, Platón. Especulativa, también, porque ese intento de exploración se sitúa aún en una zona poco excavada de mi interpretación de algunas ideas y conceptos de la propia obra de Gustavo Bueno.

En el año 1982 me matriculo en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, ubicada, por aquel entonces, en las viejas instalaciones del antiguo Colegio Mayor Valdés Salas (nombre emblemático en Asturias el de este Inquisidor General del Reino con Carlos I y Felipe II, promotor de la fundación de la Universidad de Oviedo en 1605). Allí tomo contacto, en el primer curso, común a las tres especialidades que entonces se impartían, con la figura de Gustavo Bueno en las clases de Antropología General (quién según confesiones posteriores había querido impartir, entre otras razones, porque los alumnos que llegaban al primer curso estaban un poco despistados). Quizá no pueda decir de él que me despertó de mi sueño dogmático, porque ni yo era Kant, ni tenía dogmas de ningún tipo, al menos reconocibles, pero sí de mi sueño práctico-pragmático, pues en ese entonces ocupaba mi tiempo restante trabajando en una gran empresa siderúrgica asturiana, sobradamente conocida.

2. El continuo destejer y tejer de la filosofía

En aquellos primeros momentos Gustavo Bueno suscitó en mí un interés inusitado, porque todo aquello que tocaba lo desmenuzaba hasta tal punto que parecía al final no quedar nada en pie sobre los pilares de partida. Años más tarde, trabajando ya en un Instituto de Bachillerato, recordaría aquellas primeras impresiones al leer, en una entrevista que unas alumnas de nuestro centro le habían hecho para la revista del mismo, lo siguiente:

«Entonces la labor de la filosofía es crítica, desde luego es una labor fundamental, y si no se hace esta crítica filosófica, que es tradicional, puede conducir al lirismo, al escepticismo, como ha ocurrido muchas veces. Pero esa crítica es fundamental, todo lo que se puede criticar, tiene que ser criticado, racionalmente, claro. Pero ¿desde dónde lo criticas? Como se decía en tiempos de Primo de Rivera: «España entera está loca, porque no recapacita, que está más sucia la escoba, que la basura que quita». Pues eso, la crítica tiene que ser una crítica razonada, y entonces esta crítica constante, está constantemente taladrando. Y esta crítica puede, encontrando cosas que no son susceptibles de destruir, preguntarse: ¿porqué se mantienen y cuál es su alcance? Pongamos por caso el Teorema de Pitágoras, eso está ahí y eso es así, y ¿porqué es así?, y entonces viene el problema de ¿porqué, cuál es el fundamento de ese teorema, de esa verdad? Y entonces sigues filosofando porque la labor de la filosofía es un continuo destejer y tejer, no te digo tejer y destejer, sino destejer y tejer, continuamente»{3}

Y eso había sido, precisamente, lo que yo había vivido en aquellos primeros años de su magisterio en la Facultad, durante los cuales hice todo lo humanamente posible para coincidir con él en todos y cada uno de los distintos cursos, hubiera o no hubiera asignatura suya, que no siempre era el caso.

¿Y qué es lo que quedaba de esa trituración a la que todo sometía? Curso tras curso veía cómo después de casi nueve meses de crítica incesante, de enfrentamiento de planteamientos diversos, de exposición conflictiva de doctrinas alternativas, de trituración de teorías de distinto cuño y calado, nos sorprendía al final con unas breves pinceladas impresionistas de algunos de los principios de su filosofía materialista.

Fue ese procedimiento el que quedó en mí grabado «como huella indeleble», que dice la canción. No era tanto el final, que también, sino el recorrido triturador lo que causó en mí aquella profunda impresión, que todavía hoy, a pesar de los años transcurridos, admiro. Regressus y progressus, ese fue el método que aprehendí y adquirí en ejercicio real y ya no meramente representado al modo doxográfico clásico.{4}

Con posterioridad he tenido el placer de presentar al profesor Gustavo Bueno en varias conferencias, en alguna de las cuales, y a propósito del tal procedimiento, tuve la oportunidad de comparar a Bueno con Platón.{5}

Hoy no quisiera dejar de rememorar aquella comparación, que sigo creyendo válida (el propio Bueno ha reivindicado en numerosas ocasiones a Platón como el fundador de la filosofía en sentido estricto, tanto por su método dialéctico, como por la symploké de las ideas), sin detrimento de todas las filosofías y filósofos posteriores, y sin entrar a valorar, puesto que así lo han hecho muchos otros en este congreso, el resto de sus influencias.

Sin embargo no me resisto a especular aquí sobre las, a mi juicio, diversas similitudes que unen a ambos filósofos, salvo, quizá en un pequeño detalle: Platón, si la carta VII no nos engaña, parte de los problemas de la ciudad –de la polis– para alcanzar la filosofía; pues buscando al buen gobernante, al que es capaz de discernir –al filósofo en el orden del conocer– llega a continuación al orden de la cosa conocida, esto es, al orden del ser. Gustavo Bueno, en cambio, inicia el recorrido, en cierto modo, en sentido inverso. Empieza con un intento abigarrado de Teoría General del Conocimiento, en su enfrentamiento con Manuel Sacristán, en un intento de dejar bien claro el papel que la Filosofía jugaba en el conjunto del saber, para pasar de ahí a la ontología fundamentadora (como no puede ser de otra manera), y acabar dedicándose, de forma inagotable en estos últimos años, a los problemas de la ciudad, esto es, a los de la sociedad, de la cultura, de la política, de la ética y la moral, &c. Sus últimas obras dan buena prueba de ello.

3. El proyecto material de una Teoría General del Conocimiento

Pero de todas maneras, y como Vds. comprenderán, una comunicación de estas características no puede abarcar todo ese amplio desarrollo, ni siquiera, parte alguna suya. Por ello me remitiré sucintamente a una cuestión, un proyecto suyo, que, aunque surge con gran fuerza en su primer libro, parece desaparecer en sus escritos posteriores. Me refiero lógicamente a la Noetología o Lógica Material Dialéctica, como gustó en denominar en su lucha contra el psicologismo (e incluso, añadiríamos nosotros, contra el sociologismo).{6} Proyecto que pretendía ocupar el lugar intermedio entre la Lógica y La Psicología, a la manera como la Mecánica racional de Newton lo ocupaba entre la Geometría y la Ciencia natural observacional o empírica.{7}

La Noetología surge como un proyecto cognoscitivo racional crítico de índole general que establece la conexión entre el conocimiento, la ignorancia y el error:

«Por los demás, lo que llamamos Noetología no pretende ofrecer, por ejemplo, una teoría de las formas de la deducción, dar cuenta de las diferentes peculiaridades de los métodos científicos de prueba, de su estructura sintáctica (tareas más bien propias de la Lógica aplicada{8}) ni menos aún dar cuenta del ritmo histórico del proceso científico o filosófico,{9} sino únicamente ofrecer una marco absolutamente general para comprender la dinámica de la conciencia científico-filosófica y racional en general, en tanto que dotada de una estructura procesual interna que, procediendo de ciertos saberes, plantea preguntas e intenta resolverlas. La Noetología, en consecuencia, no considera linealmente el proceso científico o filosófico, sino en la medida en que este proceso tiene lugar en el enfrentamiento con el error y la ignorancia,{10} sin necesidad de apelar a motivaciones metafísicas o psicológicas, que por lo demás, quedan algo abstraídas (el llamado «ordo inventionis») como curiosidades anecdóticas. La Noetología, en suma, no afronta los conocimientos racionales en tanto que edificios ya dados al margen de la ignorancia y el error, por su estructura sintáctica{11}; La Noetología ve en las ciencias o en la Filosofía, ante todo, un movimiento histórico, psicológico, el «hacerse», por tanto, de los mismos, en un dialogo interno con el error y la ignorancia, es decir, dialécticamente [...] La Noetología pretende ofrecer un esquema general de la conexión entre la verdad y el error, en el proceso dialéctico del conocimiento.{12} Por ello, no es la totalidad de las ciencias (teoremas, functores, definiciones, &c.) lo que cae bajo su perspectiva, y, si se quiere aplicar a los trozos construidos, será preciso retrotraerlos a su perspectiva constituyente, v. gr., cuando queremos estudiar noetológicamente el Teorema de Tales{13}»{14}

Sin perjuicio de las propias declaraciones que Gustavo Bueno hace en el opúsculo ¿Qué es filosofía?,{15} en el sentido de no atreverse a seguir defendiendo el proyecto de una Noetología en los términos que habían sido expuestos en El papel de la Filosofía, haciendo buenas las palabras de Alberto Hidalgo cuando aseguraba que «la formulación del proyecto noetológico quedó varada en el preciso instante en que sus materiales básicos ingresaron en el círculo más potente de la Gnoseología{16}», el propio Bueno considera que el tal proyecto sigue desbordando el proyecto gnoseológico en tanto aquel «buscaba englobar tanto a las formas de proceder de la razón científica como a las formas de proceder de la razón filosófica{17}» y, en este sentido, considera que «los procedimientos más generales de la razón dialéctica (de sus desarrollos constructivos, de sus contradicciones internas, de sus metábasis) es una tarea abierta a la filosofía» así, pues, declara no atreverse, empero, a impugnarlo de plano{18}, e, incluso, de haber realizado un ejercicio de Noetología de los procedimientos generales de la razón dialéctica en su ensayo «Sobre la Idea de dialéctica y sus figuras»{19} o incluso en el ensayo II, capítulo IV, «Sobre dialéctica» de los propios Ensayos materialistas.{20}

4. Platón y el símil de la línea

Y aquí es, según creo, donde nos podemos encontrar de nuevo con Platón, quién en el Libro VI de la República contrapone de forma absoluta el Conocimiento a la Ignorancia{21} y establece, además, una gradación del conocimiento en donde el error es el que marca, de hecho, el criterio de la escala en la gradación del conocimiento.{22} Puesto que, en ambas figuras, Platón no contrapone de forma absoluta la doxa a la episteme, cuanto el conocimiento a la ignorancia (que es lo que muchos manuales de filosofía confunden). Puesto que ambas, tanto doxa como episteme, forman parte de la gradación del conocimiento, y en este sentido, la Eikasía aunque sea en grado ínfimo forma ya parte de la escala del conocimiento{23} y no, por tanto, del reino de la ignorancia (que Platón, siguiendo a Parménides, iguala con el No-Ser):

«—Lo has comprendido, dijo Sócrates, con toda perfección. Ahora aplícame a los cuatro segmentos estas cuatro operaciones que realiza el alma: la inteligencia, al más elevado, el pensamiento, al segundo, al tercero dale la creencia y al último la imaginación; y ponlos en orden, considerando que cada uno de ellos participa tanto más de la claridad cuanto más participen de la verdad los objetos a que se aplica.{24}
—Ya lo comprendo, dijo Glaucón, estoy de acuerdo y los ordeno como dices»{25}

5. La Idea de creencia como parte del proyecto noetológico

La Noetología, asimismo, al menos tal y como se expone en este primer libro, y que aún no puede ser impugnada completamente como nos dice Gustavo Bueno, pretende, como hemos visto,{26} contraponer el conocimiento a la ignorancia (esto es al No-Ser, que dice Platón). No la ciencia a la creencia (la doxa a la episteme); puesto que las creencias, ahora, cuando no son creencias subjetivas irracionales como las del licenciado vidriera (quién se creía formado enteramente de vidrio y recubría sus cuerpo con trapos para no ser quebrado), mantienen puntos de apoyo (fulcros) con los bultos{27} reales dados en la percepción apotética individual o socializadora{28} (concepto este de bulto que Bueno ha reintroducido, aunque con matices, en su terminología filosófica y que, a mi juicio, es de más extensión que el de cuerpo, en cuanto que todo cuerpo es un bulto, pero no todo bulto es un cuerpo, al menos, no en el mismo sentido; en el sentido, por ejemplo, del título de este Congreso{29}): esto es, en cuanto que son verdaderas creencias las que ahora comparten un componente objetivo, y ya no sólo subjetivo{30}:

«La característica ontológica de la creencia la pondremos en el hecho de que, en cualquier verdadera creencia, el contenido semántico (esencia material) de la creencia requiere poner su existencia más allá de los contenidos oblicuos (formales o reflexivos) de orden psicológico que la acompañen. Las creencias, en resolución, son ontológicas porque son constitutivas de las partes mismas de lo que llamamos «realidad» o «mundo».
Luego si todas las verdaderas creencias son ontológicas o constitutivas de la realidad, ¿quiere decirse que todas las creencias habrán de ser verdaderas? Nuestra respuesta es «sí», de algún modo. Y con esta respuesta queremos alejarnos, ante todo, de la radical propuesta de separación que Bertrand Russell estableció entre conocimiento y creencia.{31}
Toda creencia, por cuanto contiene el esquema mismo de la constitución de la realidad, habrá de tener algo de conocimiento y, por tanto, un fundamento de verdad, un fulcro, como lo hemos llamado en otras ocasiones, en que apoyarse.{32} Y tomamos aquí «verdad» en el sentido de la identidad entre los cursos diversos de objetos constituidos que nos ponen ante una realidad causal (realidad tiene que ver con res, traducido al español por cosa, cuyo concepto es muy próximo al de causa). [...]
La verdad concedida, en algún tanto, a toda verdadera creencia, no significa que haya que renunciar a toda demolición crítica de determinados contenidos de creencias concretas mantenidas por un grupo social determinado. Significa sólo que habrán de deslindarse los fulcros de referencia, reconociendo que sobre estos fulcros se entretejen mitos, reconstrucciones, fantasías. La crítica de las creencias no consiste por tanto en aniquilarlas (lo que es imposible) cuanto en distinguir sus componentes constitutivos (ontológicos) y sus componentes adventicios o supersticiosos{33}»{34}

Así, por ejemplo, la tribu Tsembaga de Nueva Guinea, tenía la creencia de que los 'malos espíritus' de los lugares pantanosos eran los causantes del 'mal' que afectaba a algunos de sus componentes. ¿Era errónea la tal creencia? Un científico actual diría que sí, y argumentaría que no son los malos espíritus sino el parásito Plasmodium Falciparum y malarie, transmitido por el mosquito Anopheles, el causante del paludismo. Pero desde el punto de vista tsembaga, esto es, desde su nivel de conocimiento, que acaso deberíamos situar en las sombras siguiendo a Platón, la tal creencia es una verdadera creencia en cuanto que apunta directamente al fulcro, esto es, al punto de contacto entre la enfermedad y los lugares pantanosos. El error en su caso, o falsa creencia, hubiera sido creer que dicho mal se adquiría en las zonas montañosas, y la ignorancia, sencillamente, la ausencia de creencias al respecto (lo que platón identifica con el No-Ser).

6. Noetología y pseudociencia

Pero se preguntarán, al igual que yo, ¿y qué tiene todo esto que ver con las pseudociencias? Cómo así reza el título de esta comunicación. Pues la verdad es que no sé si mucho, si poco o si nada. Puesto que por de pronto el propio concepto de pseudociencia es un concepto oscuro y confuso: es oscuro porque, en principio, es un concepto negativo y eso ya oscurece bastante la cuestión y la aclaración del mismo en cuanto que pide ser definido por oposición a lo que no son ciencias, pero hemos visto que no todo lo que no es científico tiene que ser necesariamente tildado de pseudoconocimiento. Es confuso porque encontrar sus partes distintas no es fácil: ¿pseudociencia es lo que no es ciencia?, ¿lo que es falsa ciencia?, ¿la ciencia en cuanto que contaminada por el error?, pero ¿de qué tipo de errores estamos hablando?, ¿lo que no es falsable, por ejemplo, según Popper?, ¿lo que imita a la ciencia pero no es ciencia?, ¿y en que sentido tendremos que entender aquí la idea de imitación? ¿y cómo?

¿Acaso el universo geocéntrico aristotélico-ptolemaico, el átomo indivisible de Dalton, la Cosmografía Basilea de Sebastián Münster de 1544 que representa por vez primera en mapa separado el Nuevo Mundo unido en su parte central,{35} et al., se pueden considerar ejemplos de pseudociencias pese a sus indudables errores e incorrecciones?, ¿lo fueron la Alquimia o la Astrología, que en sus inicios, o in mediam res, constituyeron los motores de la operatoriedad de los elementos que manejaban?, esto es, las sustancias químicas o los astros, y, por los que a su través, avanzaron resultados sin ninguna duda hoy calificados de verdaderos conocimientos científicos: la química y la astronomía (vease sino el caso de Johanes Kepler, astrólogo real en la corte del rey Rodolfo II de Praga).

La potencia del proyecto noetológico desde el materialismo filosófico, todavía no clausurado como hemos visto, es, a mi juicio, y ya para ir concluyendo esta comunicación, el que desde él se pueda criticar y desenmascarar tanto a la ciencia misma, en lo que tenga de acrítica en cuanto que todavía mantenga errores o mitos (v. gr. El Big Bang o los agujeros negros, y demás); cuanto a las ideologías y nematologías de toda índole, religiosas, políticas, éticas, &c. Porque de lo que se trata en dicho proyecto, creemos, es el de encontrar el bulto hacia el que apunta todo aquello que trate de presentarse como verdadero conocimiento.

Y Gustavo Bueno ha seguido, a mi juicio, si bien de modo más ejercido que representado, como bien ha señalado ayer Alberto Hidalgo, este camino en sus últimas obras de estos últimos tiempos. En donde recuperando la vieja Polis platónica, transmutada, hoy quizá, en Estado Democrático de Derecho, ha dirigido sus dardos trituradores hacia otro tipo de saberes y conocimientos que hoy, como siempre, no sólo son científicos o pseudocientíficos, que también.

Así por ejemplo, la creencia en la Astrología moderna ya no sólo depende de la ignorancia de las personas acerca del movimiento de los planetas, como muy bien nos dice Bueno en la introducción al libro de Isaac Amigo: Astrología: El mito de la estrellas:

«La fe en la astrología es una superstición; pero esta condición no habrá de tomarse (al menos formalmente) como un insulto, sino como una comparación de la «conducta de la gente» con la conducta de las palomas que Skinner llamó precisamente «supersticiosa». La confianza otorgada por la gente al horóscopo, o a la carta astral, no será una confianza científica, pero tampoco gratuita, o fruto de una simple «equivocación». La «gente» tiene sus motivos, y precisamente porque sus motivaciones pasan por encima de los conocimientos científicos habrá que considerarla «indocta»: la motivación no es una justificación; pero los motivos de la conducta (los «objeta motivos» que los escolásticos ya anteponían a los «objeta terminativos») tienen que ser explicados por la psicología. Quienes acuden al horóscopo, o al astrólogo, están sin duda motivados –como lo está un orangután cuando hace alarde de sus colmillos, o como lo está un delantero centro cuando insulta al árbitro en el campo de fútbol.»{36}

Notas

{1} Fernando P. Herranz, «La Pseudociencia. Cotrafigura de la ciencia», en Actas de las Jornadas sobre Superstición, Creencia y Pseudociencia, editadas por la Sociedad Asturiana de Filosofía, Oviedo 2003, págs. 79-133.

{2} Al menos heterodoxa en el sentido según el cual se entienden ordinariamente las comunicaciones de los congresos y jornadas como el que aquí está teniendo lugar. Sería una comunicación que pertenece más al contexto de descubrimiento que al de justificación.

{3} «El continuo destejer y tejer de la filosofía», El Merucu Fisgón, nº 6, enero-marzo de 1995, págs 21-23.

{4} «Pero la meta se halla tan necesariamente implícita en el saber como la serie que forma el proceso, se halla allí donde el saber no necesita ir más allá de sí, donde se encuentra a sí mismo y el concepto corresponde al objeto y el objeto al concepto», Introducción a la Fenomenología del Espíritu de Hegel.

{5} Presentación de Gustavo Bueno en las Actas de las Jornadas sobre Superstición, Creencia y Pseudociencia, publicadas por la Sociedad Asturiana de Filosofía, Oviedo 2003, págs. 15-18.

{6} Aunque después del certero desarrollo de dicho proyecto realizado ayer por Alberto Hidalgo, poco puedo aportar ya al desvelamiento del mismo. La Lógica y la Fenomenología, en palabras del mismo A. Hidalgo, habrían sido sus fuentes.

{7} Gustavo Bueno, El Papel de la filosofía en el conjunto del saber, Ciencia Nueva, Madrid 1970, pág. 164.

{8} Y que más tarde desarrollaría en su Teoría del Cierre Categorial

{9} Propias de la Historia, de la Sociología e, incluso, de la Filosofía de la Ciencia y/o de la Filosofía.

{10} El subrayado es nuestro

{11} Lo que sí haría la Gnoseología.

{12} Ibidem 8

{13} Tal y como se hace en su obra posterior La Metafísica Presocrática, Pentalfa Ediciones, Oviedo 1974, págs. 64 y 65; o en Symploké, manual de 3º de BUP, Júcar, Gijón 1987, pág. 39.

{14} El Papel de la filosofía en el conjunto del saber, págs. 166-167.

{15} Pentalfa, Oviedo 1995, págs. 104-105. Recuperado en «Noetología y Gnoseología (haciendo memoria de unas palabras)», El Catoblepas, nº 1, marzo 2002, pág. 3.

{16} Alberto Hidalgo Tuñón, «Estirpe y sistema de la Teoría del Cierre Categorial», en La filosofía de Gustavo Bueno, Revista Meta-Editorial Complutense, Madrid 1992, págs. 71-104.

{17} Cita 11.

{18} ¿Qué es filosofía?, pág. 104.

{19} Revista El Basilisco, nº 19, julio-diciembre 1995, págs. 41-50. Citado en Noetología y Gnoseología... pág. 3.

{20} Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972, págs. 371-389.

{21} El Ser al No-Ser.

{22} Plasmada posteriormente de forma magistral en el Mito de la Caverna.

{23} Las sombras de la caverna todavía guardan las siluetas de las cosas naturales que pretenden representar.

{24} El subrayado es nuestro.

{25} Platón, La República, Libro VI, 511d-e. Traducción de José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano. Varias ediciones.

{26} Subrayado nota a pie nº 8.

{27} Del latín vultus, rostro, faz.

{28} «Si las creencias son sociales es porque están fundadas en fulcros reales: sólo porque las creencias son verdaderas pueden ser sociales, salvo que admitamos la telepatía. ¿Cómo podría socializarse una creencia subjetiva si no tuviese un fulcro en que apoyar la comunicación? Habrá que afirmar, por tanto, que las creencias no son verdaderas por ser sociales o «ilusiones socializadas» (pese a las pretensiones del sociologismo) sino que pueden socializarse porque son, de algún modo, verdaderas». Actas de las Jornadas sobre Superstición, Creencia y Pseudociencia, pág. 26

{29} A juicio del propio DRAE lo que diferenciaría a ambos sería la discernibilidad del cuerpo en relación al bulto o cuerpo indistinguible, sin entrar en consideraciones del cuerpo como soporte del sujeto operatorio, o del cuerpo externo e interno, que nos refería ayer Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina.

{30} Como nos ha recordado recientemente en una ponencia presentada en Gijón en unas Jornadas sobre Superstición, Creencia y Pseudociencia, organizadas por la Sociedad Asturiana de Filosofía y celebradas en Gijón el 27, 28 y 29 de noviembre de 2002 en el Centro Municipal Integrado «Barrio la Arena».

{31} Y que de algún modo contaminó la distinción entre doxa y episteme que aparece reflejada en numerosos manuales de bachillerato como apuntábamos más arriba.

{32} El subrayado es nuestro.

{33} Ibidem.

{34} Gustavo Bueno, «El concepto de creencia y la Idea de creencia», en Actas de las Jornadas sobre Superstición, Creencia y Pseudociencia, editadas por la Sociedad Asturiana de Filosofía, Oviedo 2003, págs 25 y 26.

{35} Y que pese a lo tosco de sus grabados y su admisión acrítica de datos imaginarios constituyó durante casi cincuenta años la principal fuente en materia de cartografía geográfica del Nuevo Mundo. Reproducido en Mapas Antiguos del Mundo, de Federico Romero y Rosa Benavides, Edimat Libros, Madrid 1998, pág. 74.

{36} Gustavo Bueno, «Prólogo» al libro de Isaac Amigo Vázquez, Astrología: El mito de las estrellas, Alba Editorial, Barcelona 1998, págs. 14-15.

 

El Catoblepas
© 2003 nodulo.org