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El Catoblepas, número 23, enero 2004
  El Catoblepasnúmero 23 • enero 2004 • página 3
Guía de Perplejos

Dos sectas

Alfonso Fernández Tresguerres

Noticias sobre una secta y una escisión:
Antón Szandor La Vey & Michael A. Aquino

Las sectas de las que hablo no son las únicas (¡qué más quisiéramos!), pero ni son de las menos risibles ni de las menos grotescas. Cuentan, además, con el interés añadido de poner de relieve los perniciosos efectos secundarios del sexo (una) y de la guerra (la otra).

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La iglesia de Satán, fundada por Antonio Szandor La Vey (1930-1997)Antonio Szandor La Vey (1930-1997)Antonio Szandor La Vey (1930-1997)

Miembro de la Liga para la Libertad Sexual, Antón Szandor La Vey debió hacer un buen día (que la historia no recuerda) el profundo descubrimiento de que para garantizar de modo pleno el establecimiento definitivo de la tan anhelada libertad sexual, al amparo de ningún patrono mejor podemos acogernos que el Diablo. Por supuesto, cabe también conjeturar que tal verdad no fue, en realidad, descubierta merced al esfuerzo intelectual del propio La Vey, sino que le fue revelada directamente por el mismísimo Satán en persona. Sea como fuere, lo cierto es que el 30 de abril de 1966 (un día del todo adecuado, por tratarse del Día de la Brujería, y un año que es el mejor de los años posibles, dada la imposibilidad de retrotraerse al 666) decidió fundar La Iglesia de Satanás e iniciar, con tal acontecimiento, el año 1 de la Era de Satanás (I Anno Satanás). Y los EEUU, siempre tan celosos de la libertad y respetuosos con cualquier creencia, acabaron por reconocerla como religión oficial en Norteamérica.

Aleister Crowley (1875-1947) La Vey se hallaba muy influido por Aleister Crowley, uno de los padres, sin duda, del moderno satanismo, de quien se cuenta que de pequeño su madre le llamaba La Bestia, cosa que a él le encantaba, como es natural. En 1912, Crowley, con 35 años, ingresa en la Orden del Templo de Oriente, y decide adoptar el nombre artístico de Baphomet. Ocho años más tarde, tiene ya su propio centro satánico (en Cerdeña). En él, las drogas y el sexo constituían el plato fuerte del programa de estudios, así como el más firme y seguro camino hacia la liberación.

Antonio Szandor La Vey (1930-1997), afeitado papa negro Si a su condición de miembro de la Liga para la Libertad Sexual unimos la influencia de Crowley, nada tiene de extraño, me parece a mí, que La Vey (El Papa Negro) creyese encontrar en el sexo y en Satán la clave del sentido de la vida y el compendio último de la felicidad. No es de creer, por tanto, que, como acaso podría pensarse, se trate simplemente de un maníaco y un perverso sexual. Lo prueba, acaso, el que en su iglesia uno de los principales rituales era la celebración de matrimonios, bien que los cónyuges debían adquirir el compromiso de vivir conforme a los siete pecados capitales. Lo prueba también el hecho de que su Biblia satánica (1975) se convirtió en un auténtico fenómeno editorial. A poco, sus ventas igualan a los de la otra Biblia, y eso da que pensar. ¿Pueden equivocarse tantos compradores y lectores? A mí no se me ocurren más que dos alternativas: o es verdad eso de que cada minuto que pasa nace un tonto o la obra de La Vey es en verdad meritoria. Cierto que hay en ella (además de ciertos esbozos racistas) alguna que otra incitación al asesinato y a la eliminación de los individuos débiles y enfermizos, («El único momento es que un satanista realizará un sacrificio humano –advierte– es cuando eso sirva al doble propósito de liberar la cólera mágica y disponer de un individuo totalmente odioso y digno de interés»). Pero, después de todo, ¿qué gran hombre no tiene sus grandes debilidades?

Además, no es verdad que, como se ha dicho, fuera un completo dictador, porque si bien es cierto que gobernó su Iglesia con férrea mano, no lo es menos que en sus decisiones se encontraba asesorado por el Consejo de los Nueve; y ahí no entraba cualquiera, sino únicamente los individuos más valiosos de aquellos sus discípulos que hubiesen pasado sucesivamente por los cinco grados de rigor: aprendiz, brujo, encantador, adivino y mago.

Después de pasarse 31 años luchando por el triunfo definitivo de Satanás y por el establecimiento del reino del pecado (y, por cierto, ¿por qué hablará La Vey de pecado? Pecado será, en todo caso, desde su perspectiva, lo que hace la otra iglesia, la Iglesia Católica, La Gran Ramera, como a él le gustaba llamarla); después de casi media vida de apostolado, La Vey muere el año 1997 (había nacido en 1930), tras larga y penosa enfermedad, lo que viene a probar que el Diablo es desagradecido hasta con los suyos, algo que, después de todo, no deja de ser comprensible: porque en caso contrario no sería el Diablo, sino Dios, que, como es sabido, se muestra siempre paternal y protector con sus hijos, sin escatimar ningún esfuerzo (aunque esa palabra es desconocida para un Ser Todopoderoso) para evitarles todo dolor y sufrimiento. Añadamos que, en el colmo del desagradecimiento, el Diablo permitió que La Vey muriera en el hospital de California, a la sazón regentado por monjas. Y yo creo que aquí se encierra un buen argumento para probar que el Diablo no existe; más aun: que no puede existir. Porque del mismo modo que la Bondad infinita y el Poder absoluto de Dios le convierten en una idea autocontradictoria (o pudo evitar el mal y no quiso, y entonces no es bueno, o quiso y no pudo, en cuyo caso no es todopoderoso), en un ser, por tanto, imposible y, en consecuencia, no existente, del mismo modo (digo), la maldad infinita del Diablo hace de él un ser no menos imposible e inexistente: su maldad sin límites le obligaría a hacer mal a quienes le siguen y le adoran (a abandonarlos, por ejemplo, en las hogueras encendidas por el poder eclesiástico y secular), a traicionarlos, en suma, y con ello a traicionarse a sí mismo y a atentar contra su propio proyecto, haciéndolo inviable e impracticable. Un ser completamente malvado, debería, en el límite, serlo también consigo mismo. Claro que demostrada la no existencia de Dios, la no existencia del Diablo cae por su propio peso, entre otras cosas porque en un mundo sin Dios, el Diablo no pinta nada: toda su esencia estriba en ser la otra cara, la otra historia, la sombra de Dios.

Queda por determinar la incidencia que en su conversión satánica tuvo el hecho de que La Vey poseyera una vértebra de más, a modo de cola. Verdad es que fue desapareciendo a lo largo de su adolescencia, pero no es menos cierto que tal hecho puede ser visto como una prueba infalible de que era, en el fondo, un diablo encarnado.

A La Vey sólo queda desearle lo que siempre deseó: una vida eterna en el infierno. Y que no le suceda lo que a aquél, que presentándose a las puertas del Cielo, pareciéndole, tras tener la ocasión de echarle un vistazo, un lugar sumamente aburrido y que prometía muy escasas diversiones y placeres, se alegro inmensamente cuando San Pedro le comunicó que no estaba en su lista, aconsejándole que bajase al infierno para ver si allí lo tenían anotado. Y aquello era otra cosa. No parecía faltar nada de lo que pudiera garantizar una vida eterna de jolgorio y de placer. Por eso quedó sorprendido y confuso cuando un diablo menor, tras confirmarle que, en efecto, aquél era el lugar que le pertenecía, le advirtió que a tal sitio se iba a sufrir. ¿Sufrir? Se trataba, con toda seguridad, de una broma: no era posible con todo lo que allí se ofrecía; así que decidió comenzar por echarse al cuerpo un buen trago de vino. Pero al acercar el gollete de la botella a la boca observó que no tenía agujero. Su mirada se cruza entonces con la del diablo, quien, sonriendo, le dice: «Ya te advertí que aquí se viene a sufrir». En ese momento, pasa al lado de ellos una mujer hermosísima y esplendorosa en su completa y rotunda desnudez. A nuestro hombre se le van los ojos tras ella; pero de inmediato, muy despacio, como con cierta desconfianza y un oscuro presentimiento, se vuelve hacia el diablo. Éste muestra otra vez la misma sonrisa de antes, al tiempo que mueve lentamente la cabeza de un lado a otro: «Tampoco tiene», dice al fin.

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Michael A. Aquino era teniente coronel del ejercito norteamericano, adscrito al servicio de contraespionaje y especialista en guerra psicológica y técnicas de desinformación. Se desconoce lo que le sucedió en Vietnam. Cabe suponer, sin embargo, que el trauma tuvo que ser serio, porque, de vuelta, lo primero que hace es buscar a La Vey y ordenarse sacerdote de la Iglesia de Satanás. La carrera de San Agustín fue rápida: ordenado sacerdote en el 391, en el 395 es obispo auxiliar de Hipona, y en el 396, a la muerte de Valerio, es nombrado obispo titular de dicha diócesis. La de Aquino es meteórica (y nada que ver, por supuesto, con la de su homónimo católico). Enseguida se convierte en el segundo, después de La Vey. Pero tal condición se hallaba lejos de satisfacer sus aspiraciones. Además, pronto llegó Aquino a la conclusión de que La Vey no era un auténtico satanista, sino un impostor que buscaba el propio lucro.

el coronel norteamericano Michael A. Aquino y Lilith de Aquino, su señora, ambos los dos al servicio de Satanás Así que el 21 de junio del año 1975 decide consultar directamente con Satanás para pedirle instrucciones. Y claro está que el Diablo no podía fallarle. Para empezar, éste le pide que, por favor, le llame Seth, y a continuación le hace algunas revelaciones tan importantes como decisivas para la historia y, sobre todo, el futuro del satanismo. Al parecer, los planes de Satán pueden resumirse en el deseo de establecer definitivamente su reino siguiendo tres fases. Dos (Crowley y La Vey) ya habrían tenido lugar y habrían cumplido su función. Pero justamente ese día (recordémoslo: 21/6/75) es la fecha en la que se inicia la tercera y definitiva: Aquino. Él será la segunda bestia 666 que Crowley había anunciado. La primera, por supuesto, es el propio Satanás, lo que viene a significar (deduzco yo) que el papel de La Vey, y principalmente el de Crowley, queda relegado al de simples profetas (pese a que tampoco es que sea cargo menor) de Aquino, de la Nueva Bestia, ¿acaso del Hijo de Satán? Tal vez, aunque no se sabe, sin embargo, que su madre le llamará de pequeño La Bestia, cosa que sí hacía la de Crowley; pero, en fin, cosas del Diablo...

Lo verdaderamente importante es que Satanás le ordena fundar el Templo de Seth, dándole, al tiempo, instrucciones muy precisas sobre la educación de los adeptos. Estos, en efecto, pasarán por 6 grados (como es lógico: no se entiende que La Vey no cayera en la cuenta de que ese es el número correcto, limitándose a establecer sólo 5). Por esta época parece que el Diablo se había cansado un tanto de los excesos sexuales y orgiásticos de La Vey. Téngase en cuenta, si es que las explicaciones psicológicas pudieran aportar (que no creo) alguna luz a tan insignes misterios, que el trauma de Aquino no tiene su origen en el sexo, sino en la guerra. Así que en su misa desaparece la mujer desnuda sobra el altar, en el que simplemente arde una vela. Y como contrapartida se cultiva con auténtica veneración toda la simbología y el esoterismo nazi. Tampoco se bebe sangre. En eso no cabe duda que tuvo mucho que ver la aparición del SIDA y el miedo (casi pánico) por él generado, lo que supuso, al tiempo, una verdadera crisis para los movimientos satanistas en los que el sexo y la sangre jugaban un papel destacado, porque se conoce que la gente prefiere con mucho conservar la propia vida, aun a costa de violar los preceptos impuesto por el mismísimo Satanás. Se práctica, eso sí, la magia negra y la sexual. En esta última es de suponer que juega un papel esencial la esposa de Aquino, Lilith, gran maestra de la Orden de Nephty y especializada en cosmética satánica revitalizadora y embellecedora del cuerpo.

Aquino nació en 1946. Es, pues, joven aún, por lo que todavía podemos esperar de él grandes revelaciones y descubrimientos.

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¿Y qué decir de todo esto? Pues, sin duda, que resulta verdaderamente inquietante. Se comprenderá, por lo demás, que sobra cualquier discusión sobre ello, porque la confrontación racional con tal cúmulo de delirios no sólo resulta imposible, sino que podría acaso sugerir que se los considera dignos de alguna beligerancia. Únicamente cabría apuntar alguna explicación de ellos, y tal explicación seguramente no puede encontrarse más que en la propia crisis de las formas ortodoxas de religiosidad. El hundimiento de las religiones monoteístas, en el que tanto ha tenido que ver la Crítica de la Razón Pura, de Kant, y del que más tarde Nietzsche levantaría acta proclamando la muerte de Dios, ha disparado el anhelo por lo extraño y lo sobrenatural en las direcciones más diversas y variopintas, desde la ufología al culto satánico. Con independencia de que en la Europa moderna (especialmente en los siglos XVI y XVII) haya existido o no algún tipo de culto al Diablo, o a alguna deidad pagana con él confundida (otra posibilidad, como es sabido, es que se trate de una mera psicosis colectiva, generada por la torpeza de la Iglesia y las autoridades de los distintos Estados en los que la epidemia de brujomonía presentó índices notables), lo cierto es que el satanismo como tal nace en el siglo XIX, lo que probablemente no es ninguna casualidad, si es que la hipótesis apuntada sobre la relación entre tales movimientos y la crisis de las religiones monoteístas tiene algún peso. Y nace en pleno auge del romanticismo, acaso como uno de sus más importantes frutos. Al menos, es obvio que los románticos contribuyen de modo sobresaliente a la reivindicación del Diablo. Chateaubriand, Shelley y Byron, pero también el malditismo de Baudelaiere o Rimbaud, son sólo algunos de los nombres más egregios de entre los muchos que podrían ser citados. Tal reivindicación pasa por convertir a Satán en símbolo de la liberación; liberación de una moral hipócrita y de una religión caduca y vacía; liberación en suma de un Dios-tirano y de sus representantes en la tierra, como acertadamente observa Max Milner. Satán es ahora orgulloso, rebelde y bello. He ahí la cuna del culto satánico.Y así nos ha ido desde entonces, porque sustituir a Dios por el Diablo no es un gran negocio ni un importante progreso que digamos.

«Secta y error son sinónimos», afirma Voltaire. Cuando una verdad es evidente no surgen partidos ni sectas en torno a ellas. Por eso: «No hay sectas en Geometría». Pero, según se ve, hay mucha gente a la que no le basta con la Geometría y ese otro puñado de verdades que podemos conocer con absoluta certeza; y muerto Dios (o por lo menos bastante enfermo), a lo que parece prefieren el error antes que vivir sin una dimensión paranormal o sobrenatural en la que creer. Diríase que una vida tal les resulta insoportable, sin advertir que nada hay más sorprendente y maravillosamente extraño que vida misma, aun en lo que ésta tiene de prosaico.

Pero, volviendo a los dos ejemplos que nos han ocupado, lo que realmente sorprende no es que un enfermo mental (o un vividor, que las dos especies abundan), de forma por completo delirante, trate de poner en marcha una institución mediante la cual poder satisfacer una sexualidad insana o cualesquiera otras depravaciones que su enfermedad le dicte (incluyendo el más cuerdo y saludable propósito de ganar dinero). Todo ello no pasaría de ser un simple capítulo (cierto que muchas veces extremadamente perverso e inmoral) de la historia de la Psiquiatría o de la delincuencia común: lo auténticamente sorprendente es que la ponga, es decir, que encuentre quién le siga. Sin duda que es raro (por poner otro ejemplo real) que un caníbal coloque un anuncio en Internet buscando carne, pero más raro es aún que alguien responda y se deje comer. Deduzco de todo ello la verdad indubitable de lo que parece ser uno de los principios esenciales de la estupidez humana: no importa lo que digas, siempre encontrarás alguien que te crea. Y a lo que se ve, cuanto más extravagante sea lo dicho (o lo propuesto), más adeptos.

 

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