Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 23 • enero 2004 • página 22
Sobre el libro de José Ignacio Algueró Cuervo, El conflicto del Sahara Occidental, desde una perspectiva canaria, Gobierno de Canarias, Tenerife 2003, 550 páginas
En plena agonía del general Francisco Franco, seis días antes de su fallecimiento oficial, se firmó en Madrid una «Declaración de principios entre España, Marruecos y Mauritania sobre el Sahara occidental», conocida como los acuerdos tripartitos de Madrid del 14 de noviembre de 1975, donde olvidándose que el Sahara era desde hacía diecisiete años una provincia española, y sus habitantes españoles de pleno derecho con representación en las Cortes, redefinían aquel territorio español como una colonia y acordaban su «descolonización», pero no para favorecer su independencia (como en 1968 se hizo al promoverse, precisamente el 12 de octubre, día de la Hispanidad, la transformación de las dos provincias guineanas de Fernando Poo y Río Muni en la República de Guinea Ecuatorial), sino para que Marruecos y Mauritania se anexionaran aquellos territorios (que jamás habían pertenecido a esos estados), con la connivencia y presión de la siempre oportunista Francia, y la acción u omisión de oscuros, conocidos, corruptos y traidores personajes que aprovecharon la crisis política del final del régimen para favorecer sus intereses particulares en contra de los de España y los saharauis.
El 20 de noviembre de 1975 los españoles estaban lo suficientemente entretenidos recibiendo la noticia del fallecimiento del general Franco como para que les llamara la atención que esa misma madrugada publicaba el Boletín Oficial del Estado una «Ley de Descolonización del Sahara». Veinte días después la rimbombante y decorativa Asamblea General de la ONU adoptaba una más de esos cientos de sus resoluciones que no pasan de ser papel mojado y entretenimiento de iusinternacionalistas, la 3458 A, en la que se reafirmaba «el derecho inalienable del pueblo del Sahara español a la autodeterminación, conforme a la resolución 1514 de la Asamblea General». Pero han pasado cerca de treinta años y miles de saharauis de la República Arabe Saharaui Democrática (proclamada el 27 de febrero de 1976) siguen viniendo al mundo en los campamentos «provisionales» asentados sobre territorio argelino, aunque el Frente Polisario todavía confía en una solución diplomática a un conflicto que sigue sin tener fácil solución, aunque se han modificado no poco las líneas de fuerza actuantes: descomposición de la Unión Soviética, inestabilidad en Argelia, políticas europeas enfrentadas, variación de los intereses norteamericanos, auge del fundamentalismo teocrático islámico, 11-S, &c.
En las primeras semanas de la restauración borbónica la indignación ante la traición española en el Sahara se plasmó en el surgimiento de distintas organizaciones de apoyo a los saharauis y su causa. Así la Asociación de Amigos del Sahara, presidida a escala nacional por el abogado asturiano Antonio Masip, y de cuya organización en Asturias nos encargábamos junto con unos pocos amigos. A las pocas horas de su proclamación difundíamos por Oviedo cientos de octavillas con el texto de la declaración de la RASD el 27 de febrero de 1976, como a las pocas horas de su caída en combate el 9 de junio de 1976, mediante cientos de octavillas e incluso esquelas en algún periódico, anunciábamos el fallecimiento de Sayed Lulei El Uali, secretario general y adalid del Frente Polisario... o las protestas ante los vergonzosos y descarados ataques de la democrática aviación de la prepotente Francia, los días 14 y 15 de diciembre de 1977, que aniquilaron docenas de polisarios y prisioneros mauritanos mediante bombas de fósforo y napalm, las armas adecuadas para esa permanente voluntad depredadora de los vidriosos franceses, que por otra parte nunca han logrado constituir un verdadero Imperio, su eterna frustración.
Uno de los colaboradores en aquellos primeros momentos de la Asociación de Amigos del Sahara en Asturias fue José Ignacio Algueró Cuervo, muy joven entonces (nació en Gijón en 1959), estudiante de Magisterio. A medida que la transición política fue avanzando y los reorganizados o nuevos partidos políticos españoles fueron cobrando fuerza a cambio de ceder a los intereses de las socialdemocracias (sobre todo de Alemania y de Francia) que les venían apoyando, el conflicto político del Sahara se fue convirtiendo en asunto molesto para casi todos. ¡Y qué decir de quienes desde las izquierdas transitaban con celeridad del internacionalismo proletario al nacionalismo fraccionario más reaccionario! Pero Ignacio Algueró no cedió en su compromiso con el Sahara y en cuanto fue maestro procuró trasladarse a las islas Canarias, para vivir más de cerca la realidad saharaui, y allí quedó asentado y formó familia en La Gomera.
En 1998 se convirtió en Doctor en Geografía e Historia, tras defender una tesis doctoral en la Universidad Nacional de Educación a Distancia sobre «El Sahara Occidental en la reciente historia de España». Cinco años después ha publicado una obra modélica, una magnífica historia del Sahara hasta 1982, titulada El conflicto del Sahara Occidental, desde una perspectiva canaria, editada por el propio Gobierno de Canarias (en su Colección La Diáspora, nº 13). A lo largo de 550 páginas (de ellas cien de imprescindibles anexos documentales) se ofrece una reconstrucción prudente y equilibrada de cuanto es pertinente tener en cuenta para entender aquella realidad no tan lejana, que determina absolutamente nuestro presente respecto de esos asuntos. La «perspectiva canaria» sirve además para arrojar bastante más luz sobre la realpolitik pretérita y actual de las islas. Por supuesto, en el libro de Algueró quedan recogidas las andanzas de Antonio Cubillo y su MPAIAC, sobre todo hasta su neutralización efectiva merced al atentado que sufrió en Argel, el 6 de abril de 1978 –de la mano de un ejecutor material que era, por cierto, también asturiano–.
No tiene sentido decir más de este libro, salvo dar noticia de su existencia y aconsejar su lectura a cuantos quieran saber bien de estas cosas. A quienes estuvieron interesados entonces por aquellos asuntos, la lectura del libro de Algueró, con la perspectiva que dan dos décadas y conociendo ya la deriva posterior de muchos de los personajes y de las instituciones entonces implicadas, servirá sin duda para fortalecer convicciones y ahondar en desprecios. Reproducimos el índice para animar a su lectura: