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El Catoblepas, número 24, febrero 2004
  El Catoblepasnúmero 24 • febrero 2004 • página 14
polémica

El Credo por Poncio Pilatos indice de la polémica

Iñigo Ongay

Se responde brevemente a la respuesta de Enrique Moradiellos publicada
en El Catoblepas, nº 23, bajo el título «Solo ante el peligro»

0. Presentación

El número 23 de El Catoblepas, incluye la respuesta con la que el historiador Enrique Moradiellos ha tenido a bien poner término a la controversia que, sobre el final de la Segunda República y la Guerra Civil española, venía manteniéndose en las páginas de nuestra revista desde su número 14. No consideramos exagerado interpretar esta misma réplica de Moradiellos como una presunta respuesta que pone (al menos por la parte que le toca al historiador ovetense) «punto final» a la presunta polémica de la que habló en su momento José Manuel Rodríguez Pardo. A nuestro juicio, la estrategia adoptada por Moradiellos en su última aportación a la discusión ha consistido, al menos en sus líneas maestras, en una suerte de acantonamiento en las posturas que han ido perfilándose a lo largo del debate, y ello blindándose por entero frente a las objeciones interpuestas. De esta manera parecería que a Moradiellos, los argumentos contrarios, directamente «le resbalan». Y desde luego no negamos a semejante estrategia su efectividad arrolladora, sólo que esta misma efectividad –la propia por otro lado, de quien procede a «probar demasiado»– toma la forma heurística de una suerte de gran petición de principio que se limita a pasar sobre los argumentos esgrimidos por los adversarios a precio de dejarlos literalmente intactos (permitiendo eso sí, a nuestro ilustre contrincante, «resisitir por resistir» para decirlo con el título de la última intervención de Antonio Sánchez Martínez); tan intactos al menos, como las mismas tesis mantenidas en sus libros por don Pío Moa Rodríguez, que aparentan soportar bastante bien las embestidas acometidas por don Enrique.

Desde el punto de vista gnoseológico, nos parece que la conclusión de más alcance que cabe extraer de la controversia es la relativa al descripcionismo ejercido por Moradiellos en lo referente a la representación de la teoría (gnoseológica) de las ciencias históricas. Sobre el particular ha insistido con verdadera contundencia Sánchez Martínez, así que sólo aclararemos que «Solo ante el Peligro», en su voluntad de «olvidarse de la filosofía» en el tratamiento de estos «asuntos categoriales», supone precisamente, la mejor corroboración de un tal diagnóstico. Por nuestra parte, vamos a procurar atenernos a algunas cuestiones ontológico-políticas, suscitadas al calor de la última respuesta del historiador extremeño de adopción (y ovetense de nación) que estimamos centrales para el tema que nos ocupa; claro que –mal que le pese a nuestro adversario– es evidente que tales problemas filosóficos sólo podrán considerarse como ajenos al propio campo categorial que Moradiellos pretende cultivar, si se diera por sentada a su vez, la propia exterioridad de las Ideas respecto a los conceptos.

1. Sobre «democracia» y «modernización»

Pues bien, atendiendo a la requisitoria de Antonio Sánchez Martínez en la dirección de que quedasen definidas las posiciones políticas de Moradiellos, éste (además de hacernos partícipes de unas confesiones sobre su praxis electoral que realmente nadie le había solicitado{1}) ha considerado necesario declarar su peculiar profesión de fe democrática, definiéndose incluso como todo un «demócrata a secas». Con estos datos en la mano, y sin que la cosa se haya explicitado más, hemos de entender esta definición como referida a la democracia constitucional que España inauguraba dichosamente en 1978. Pero bien, la primera pregunta que queríamos formularle a don Enrique, a sabiendas ya de su decidido compromiso con la democracia coronada de nuestros días, es la siguiente: ¿cree don Enrique que la partitocracia le ha llovido a España «desde lo alto», o acaso se imagina que nuestro actual estatus político procede «por vía directa» de la liquidada legalidad republicana de 1931 una vez superado el «paréntesis franquista»? De otro modo: lo que nuestro insigne historiador académico parece desatender es el hecho crucial de que la systasis política sobre la que reposa la Constitución democrática de 1978 sólo pudo conformarse, en cuanto «democracia de mercado pletórico», abriéndose camino al través de las largas décadas del «tiempo de silencio», puesto que, como señala Gustavo Bueno en Telebasura y Democracia:

«En este contexto, el franquismo no representa otra cosa sino un episodio más de esta evolución que, partiendo de una situación prerrevolucionaria (octubre de 1934) pudo ser canalizada, lejos del comunismo, con ayuda tanto del fascismo y del nacional socialismo nazi, en una primera fase, como también en esta primera fase, pero sobre todo, sin embozo alguno, después en una segunda fase, por las potencias capitalistas, hasta desembocar en la 'democracia del bienestar' integrada en la OTAN y en la Unión Europea. A Franco en este proceso de evolución, le habría tocado simplemente 'el trabajo sucio' de lo que, en el marxismo clásico, se llama la 'acumulación capitalista', como proceso presupuesto de toda sociedad democrática de mercado.»{2}

Lo que queremos decir con esto, es que no sabemos si Moradiellos está persuadido de que la Sociedad Política española, dado el curso mismo de su historia real (y no los futuribles más o menos amenos forjados al amor de la desbordada imaginación de algunos historiadores académicos), podría haber llegado a la partitocracia coronada de igual manera «con o sin franquismo» (es decir, de haber triunfado el Frente Popular); pero en tal caso está claro que haría bien en explicarnos exactamente cómo.

Sea de ello lo que sea, tampoco queremos dejar sin comentar el curioso «aprecio sentimental» que a don Enrique parece suscitarle lo que él mismo califica como «la tentativa modernizadora fracasada entre 1931 y 1936»{3}, y ello sin negar por supuesto que nuestro historiador tenga perfecto derecho a juzgar estimable (y más si esta estimación lo es de índole sentimental, y es que sobre gustos no hay nada escrito) lo que le venga en gana. En rigor sin embargo, sucede que ignoramos qué sea exactamente lo que aprecia Moradiellos de la Segunda República española, ¿será su frágil eutaxia cifrable en los seis años en los que dicho régimen pudo «mantenerse en el ser»?, por cierto que tampoco creemos que unos tales seis años puedan considerarse modélicos precisamente, al menos por lo que toca a su «gobernabilidad» en el sentido de las actuales democracias de mercado. Así y todo, el autor de Las Caras de Clío parece interpretar las cosas como si el mismo fracaso (por «trágico» que haya sido) de la República pudiera desconectarse del curso efectivo del propio régimen –y ello sin merma de su misma eutaxia–, a la manera de una eventualidad que hubiera advenido ad extra sobre él y sólo de la mano de una banda de facinerosos auxiliados por la acción de la potencias fascistas y la omisión (la «neutralidad benévola») de las democracias homologadas. En «Pío Moa y el basurero de la historiografía» tratábamos de mostrar que semejante versión de los hechos es ciertamente grotesca y ahora vamos a sostener de nuevo este juicio, sólo que apoyándonos en un texto de alguien a quien nuestro contrincante admira mucho:

«Dicho desde la perspectiva de nuestro canon: los hechos no caben en la capa conjuntiva de nuestro modelo porque se mueven también, y muy especialmente en la columna basal y en la columna cortical, en la correlación de fuerzas internacionales (Unión Soviética, Estados Unidos, &c.). Allí habría que inscribir, por ejemplo, la Revolución de Octubre de 1934 –que también subvirtió la legalidad republicana– como preludio de la guerra civil. Lo que no puede hacerse es escribir la historia reciente de España 'comenzando el Credo por Poncio Pilatos', es decir, comenzando la historia reciente de España a partir de la 'subversión de la legalidad republicana' por obra de un conjunto de facciosos.»{4}

Por lo demás, tampoco se ve con demasiada facilidad las razones que hayan llevado a Moradiellos a tildar de «modernizadores» los programas políticos iniciados durante la Segunda República, dado entre otras cosas que haría falta explicitar mucho mejor los referentes frente a los cuales pueda decirse que la República representase una «modernización»: ¿es la restauración una etapa históricamente atrasada?, ¿y atrasada respecto a qué otras sociedades políticas del momento que habríamos de suponer como más adelantadas?, ¿y en base a qué criterios puede establecerse tal enjuiciamiento? No sabemos si aquí Moradiellos se está haciendo solidario de una versión «negro-legendaria» de la historia de España, muy en la línea por cierto, del europeísmo (papanatas) de un Azaña pongo por caso; como si pudiésemos representarnos la historia misma de nuestro país a la manera de la historia de un largo error (con déficit ontológico incluido) para decirlo con Federico Nietszche. De ser así, acaso el historiador extremeño juzgue oportuno ofrecernos su particular interpretación del siguiente párrafo de España frente a Europa que a buen seguro nuestro oponente apreciará en lo que tiene de sagaz y de esclarecedor:

«La cuestión ha de plantearse de otro modo, sobre todo cuando damos por retirado, el esquema del desarrollo lineal (paralelo al esquema de la «evolución lineal y progresiva» de las especies animales). Diremos por ejemplo, que España hubo de seguir vías particulares, atacar otros frentes, y 'evolucionar' por otros caminos. Su retraso relativo en importantes sectores fue, en general poco profundo y susceptible de ser recuperado en escasas décadas. Es erróneo, en todo caso, pensar que la música polifónica, el álgebra, la mecánica o la filosofía racionalista, estaban surgiendo por emanación de los 'genios nacionales' de Francia, Inglaterra o Alemania, como si todos ellos no procedieran del fondo común de la cultura medieval. Un fondo común del que había también bebido España, y aquí está la razón de que España pudiera 'ponerse al paso' ('homologarse') en cualquier momento, si se empeñaba en ello, como fue haciéndolo. Además, en muchos sectores, ni siquiera puede hablarse de retraso, cuando los 'adelantos' europeos no son muchas veces sino resultado de una simple valoración ideológica. ¿Acaso son adelantos las doctrinas cartesianas sobre la conciencia, el cogito o la teoría de la glándula pineal?, ¿acaso es más adelanto la monadología de Leibniz que las pelucas empolvadas?, ¿acaso es una adelanto la teoría de la moral kantiana?»{5}

Pero ante todo, insistimos, ¿de verdad está seguro Moradiellos de que nuestra moderna «democracia avanzada» no tiene nada que ver (lo mismo, diríamos, en el plano de la génesis que en el de la estructura) con el interregno franquista, como si la Constitución del 78 recuperase de alguna manera la legalidad de 1931?, ¿qué le debe nuestro «estado democrático de derecho» a aquella «intentona de modernización» tan cruelmente sofocada por la derechona?

2. Sobre armas extranjeras

Sea como sea, también queremos decir algo en lo que se refiere al principal punto «categorial» en liza y sin duda al que más, por no decir al único que parece importarle a don Enrique –nos referimos a lo concerniente a la magnitud de la intervención extranjera en la guerra civil y a la preeminencia de unas potencias frente a otras–, sobre el particular también se ha pronunciado Moradiellos en su nota de despedida; del modo siguiente:

«En virtud de las investigaciones del historiador británico Gerald Howson en los archivos oficiales y privados franceses abiertos a la consulta desde entonces (principios de la década de los noventa del siglo pasado), no cabe seguir sosteniendo aquella cifra de 50 aparatos remitidos por las autoridades galas desde el 21 ó 25 de julio. Simplemente: son 'datos' manifiestamente erróneos y equivocados. Por la sencilla razón de que resultan desmentidos (falsados) y refutados por los cómputos internos del Ministerio del Aire francés, del Ministerio de la Guerra francés, de los archivos departamentales de la frontera hispano-francesa y de los archivos de las compañías aeronáuticas fabricantes de los aparatos (nacionalizadas por entonces). Precisamente los fondos informativos donde ha trabajado el historiador citado y de donde proceden los nuevos 'datos', potencialmente neutros (de carga ideológica), que nos inclinamos a considerar como 'verdaderos'. Sin contar que nosotros mismos encontramos un documento interno de la administración franquista que reconoce implícita y explícitamente esa misma realidad (aunque al señor Sánchez Martínez le parezca poco de fiar el susodicho documento). Por eso rectificamos gustosamente (los principios 'deontológicos' de la profesión así lo exigen) y por eso cambiamos nuestra opinión sobre primacía temporal de la ayuda extranjera a ambos bandos y sobre el volumen diferencial (no equiparable) del monto material correspondiente.
¿Cabe mayor 'rectificación' por nuestra parte en esta cuestión? Sinceramente, no vemos cómo ni por dónde. Sin descontar que las sugerencias de D. Antonio Sánchez Martínez sobre la falta de fiabilidad de los archivos oficiales franceses y la 'ausencia de radares' en la frontera que detectaran remesas clandestinas, bordan la paranoia y desafían toda lógica. ¿Acaso piensa el señor Sánchez Martínez que, en 1936, un aparato de caza o un bombardero era desmontable en cómodas piezas y trasladable tranquilamente por valles, ríos y montañas pirenaicos como si tal cosa? ¿No es más fácil y sencillo, por aquello de la lectio facilior, concluir que los datos ciertos y comprobados son los que son: 19 aviones (no 50 ni 47) remitidos entre el 7 y 8 de agosto (no desde el 21 ó 25 de julio)? ¿Quién es, en este caso emblemático escogido por el señor Sánchez Martínez, el que 'se cierra en banda' y padece de 'cerrazón ideológica' contumaz y montaraz?
Excusamos extendernos sobre este particular ejemplo de cómo un cambio de pieza simple (los 'datos' de cifras y días) pueden obligar a un cambio de construcción interpretativa para salvar la coherencia interna y la veracidad del relato historiográfico. Porque de eso se trata: de subrayar las consecuencias interpretativas que se derivan de ese sustancial cambio de 'datos' con los que operar (lo que nosotros señalábamos bajo el concepto 'vago' y 'difuso' de 'ajuste dialéctico' de la interpretación a los nuevos datos). No en vano, parece 'lógico' (o necesario, o evidente, o indiscutible) pensar lo siguiente: si es 'verdad' (histórica y comprobada, no ontológica) que la ayuda aeronáutica francesa llegó a partir del 7 u 8 de agosto de 1936, entonces resulta preciso admitir que no hubo 'precedencia' ni 'iniciativa intervencionista' francesa y que la primacía temporal en ese orden correspondió a Alemania (25 de julio) e Italia (28 de julio); si es verdad que tal primacía francesa es falsa, entonces no es posible sostener que la intervención germano-italiana en apoyo de los insurgentes fuera una mera 'respuesta' o 'reacción' ante el desafío intervencionista francés; si es verdad todo lo anterior, entonces no es admisible mantener que los motivos de la intervención germano-italiana fueran de orden reactivo y defensivo, buscando exclusivamente el 'reequilibrio' de fuerzas y el 'contrapeso' de la ayuda francesa a la República para evitar un supuesto triunfo comunista; si esos supuestos motivos de preocupación anticomunista no pueden dar cuenta total o parcial de las decisiones y acciones de Berlín y Roma, entonces cabría tratar de buscar otros motivos autónomos para explicar su conducta, incluyendo la referencia a los respectivos programas de rectificación territorial europea y mundial abrigados por los regímenes nazis y fascistas; si esas motivaciones autónomas pudieran demostrarse (según el modus operandi historiográfico), entonces debería explicarse la forma y curso de la internacionalización de la guerra civil española bajo otros parámetros que no fueran sólo el temor a la subversión comunista española y su efecto de contagio en Europa occidental; &c. Renunciamos a seguir la cadena de hipótesis porque suponemos que hay cosas que se comentan por sí solas (o casi).»

Sin embargo, nosotros sí que necesitamos algunos comentarios. El autor de Neutralidad Benévola aparenta razonar como si su invencible «sorpresa» ante el hecho de que los nacionales ganaran la guerra (una sorpresa que sin duda resulta cuando menos extraña en un historiador, a estas alturas de la película) no consiguiera digerir un apoyo al bando populista tan escaso y tardío por parte de las potencias democráticas como si la culpa de la derrota del bando populista la tuvieran todos los agentes implicados en la contienda... salvo el Frente Popular que, por supuesto, tenía la «razón» aunque le faltase la «fuerza»; de este modo: si las democracias homologadas no apoyaron militarmente a la causa «republicana», pues peor para las democracias... Un procedimiento, dicho sea de paso, bien parecido al ejecutado por aquellos analistas que, tratando de defender la tesis de la «incompetencia militar de Franco» de un modo que consiga salvar los fenómenos (y es que, como señala Moa en Los Mitos de la Guerra Civil Española,{6} parece ridículo sostener la incompetencia de un general que ganó la guerra y casi todas sus batallas), arguyen que Franco no hubiese triunfado al margen de la ayuda exterior de Italia, Alemania, las simpatías de Gran Bretaña, EUA &c.; pero resulta sencillamente infantil pretender atribuir al bando de los vencedores responsabilidad alguna sobre el aislamiento internacional de los vencidos. Queremos decir que si los Alzados consiguieron granjearse diplomáticamente una «ayuda» exterior de mayor magnitud que los populistas (lo que acaso haya tenido mucho que ver con la victoria de unos y no de los otros{7}),esta circunstancia habrá de situarse en el «habe» y no tanto en el «debe» de los que triunfaron. Es nuevamente Bueno, en su Panfleto contra la Democracia realmente existente, quien ofrece una pauta extraordinariamente nítida para nuestros propósitos:

«Sobre todo porque todo el mundo que tenga dos dedos de frente puede saber hoy que si las potencias democráticas tomaron posiciones en la guerra civil española no fue, en modo alguno, para restaurar la legalidad republicana, sino para luchar contra el comunismo. Por ello, Inglaterra prestó desde el principio su apoyo a Franco, tan eficaz o más como el que Alemania o Italia le prestaron. Estallada la guerra civil, como dos años antes había estallado la Revolución de Octubre, todo dependía del resultado de las armas. La diferencia estuvo, legitimidades aparte, que en 1934 las izquierdas fueron derrotadas y en 1936 ganó la derecha, ya fuera ayudada por Inglaterra o EEUU tanto más que por Rusia o no: las alianzas cuentan tanto en una victoria militar como las fuerzas internas.»{8}

Ya sabemos que resulta perfectamente posible extraer diversas conclusiones político- partidistas del ejercicio sistemático del materialismo filosófico, sólo que le solicitamos a Moradiellos que tenga presente cómo analiza el mismo «autor de la sinfonía», situaciones particulares tales como puedan serlo la Revolución de Octubre, la formación de alianzas internacionales al hilo de la guerra, &c. (y que conste evidentemente, que aquí no vale el argumento de autoridad, ni es tampoco, que no quede duda, de eso de lo que se trata).

3. Sobre la basura historiográfica

Finalmente. Da la impresión de que don Enrique Moradiellos se ha sentido molesto con los diagnósticos establecidos en mi trabajo «Pío Moa y el basurero de la historiografía». Si es así, sólo podemos decir al respecto que el rótulo «basura historiográfica» ni pretendía estar dirigido sólo (ni tampoco particularmente) a la producción «categorial» de nuestro contrincante{9}, ni puede tampoco ser entendido como si se tratase de una des-calificación malintencionada o algo por estilo; al contrario, se trata de una calificación crítica (clasificatoria) que sin duda alguna puede recusarse y de hecho estaremos encantados de rectificar nuestro planteamiento; siempre y cuando, eso sí, se consigan triturar dialécticamente los argumentos presentados en mi artículo. Algo, por cierto, que no hemos visto por ninguna parte en la aportación de Moradiellos.

Notas

{1} Y que a mí –no creo que haga falta decirlo– me traen personalmente al pairo.

{2} Gustavo Bueno, Telebasura y Democracia, Ediciones B, Barcelona 2002, pág. 205. Y en esa misma obra: «Por ello, desde un punto de vista histórico, nos parece muy superficial la visión del franquismo como una mera negación, como un paréntesis o un interregno ('el paréntesis de los cuarenta años de la legalidad republicana'). Porque lo que el franquismo habría representado en la historia de España no habría sido otra cosa sino la 'vía capitalista planificada' –no liberal– hacia la Sociedad de Mercado y hacia el Estado de Bienestar, que implicaba la democracia parlamentaria», Gustavo Bueno, Ibídem.

{3} Poco después por cierto, Moradiellos pasa a aparecérsenos como un «accidentalista» (¿quién lo diría?, al final nos va a salir cedista este don Enrique) y aun juancarlista (de pronto: todo un alfonsino).

{4} Gustavo Bueno, Panfleto contra la Democracia realmente existente, La Esfera, Madrid 2004, pág. 131. En otro lugar de la misma obra, nos advierte Gustavo Bueno: «¿Y qué pasó en la II República? Que en 1934 el virtual Frente Popular (UHP) inició la Revolución de Octubre suponiendo que el nuevo gobierno de la CEDA preparaba un golpe fascista al estilo Dollfuss. La suposición podría estar en lo cierto, pero la izquierda que se apoyó en esa suposición no tenía ya ningún derecho para no reconocer que los que se alzaron en 1936 podían estar suponiendo que se avecinaba en España una revolución comunista no democrática. Aferrarse a la legitimidad republicana constituida, para ocultar lo que realmente estaba en litigio, a saber, la revolución comunista o anarquista no democrática (en sentido homologable), era sólo una ficción jurídica, útil para legistas, y a efectos propagandísticos.» Gustavo Bueno, op. cit., pág. 47. Hagamos resaltar, por otra parte, el hecho de que estas cosas las pone sobre la mesa el propio autor de la melodiosa armonía que Moradiellos tanto (y con tanta razón sin duda ninguna) admira y no los torpes ejecutantes en cuyas tocas manos la partitura original parece cacofónica.

{5} Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba, Barcelona 1999, pág. 358

{6} Cfr. Pío Moa, Los Mitos de la Guerra Civil, La Esfera, Madrid 2003, pág. 474

{7} Pero eso a su vez, habría que demostrarlo.

{8} Gustavo Bueno, Panfleto contra la Democracia realmente existente, La Esfera, Madrid 2004, pág. 47, subrayados nuestros.

{9} Ni tampoco, evidentemente, a todos los tramos de esta misma.

 

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