Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 24 • febrero 2004 • página 24
En torno al libro La filosofía en una época de terror. Diálogos con Habermas y Derrida, de Giovanna Borradori, Taurus, Madrid 2003
El conflicto iraquí y el inicio de las hostilidades en marzo de 2003 desató como es bien sabido un debate en torno al papel que le corresponde a Europa como actor internacional; concretamente acerca de la voz hacia la que debería o no tender en lo sucesivo en lo tocante a su política exterior. La cuestión de la identidad europea, más allá del patente fracaso que entonces manifestó, no dejó de concitar una división de opiniones que enfrentaba de un lado a quienes defendían, junto con el prerrequisito de la unidad europea, la necesidad de una voz común en materia de defensa, contra aquellos que abogaban por el mantenimiento de la soberanía nacional –reservando para cada país la titularidad de sus competencias básicas, y conteniendo así en parte la erosión de la realidad y concepto del Estado–. Reproducir las líneas del debate, sus puntos esenciales, así como las contradicciones internas que abrigan en su seno (¿cómo es posible que Francia se alce como cabeza de la UE siendo el país más soberanista de cuantos la integran?, ¿hasta qué punto la defensa de la pervivencia, operatividad y actualidad del Estado nación se refleja en países cuya política, más que preocuparse por las dependencias económicas que van reforzándose en relación a las empresas multinacionales, parece limitarse a la estricta y al cabo mínima articulación de su Estado como Estado gendarme?), merecería un texto y unas ambiciones que desbordarían con creces nuestro objetivo. En la presente reseña nos ceñimos al comentario de un libro que reúne dos de los discursos del lado más europeísta y pos-nacional de tales posiciones, en aras de revisar los planteamientos de quienes a finales de la primavera del 2003 divulgaron un artículo –en el Frankfurter Allgemeine y Liberation, recogido en España por el diario El País– titulado Europa: en defensa de una política exterior común, defendiendo la tesis de que «Europa se ofrece como un sistema de 'gobierno más allá del Estado nacional' que podría servir de modelo en una constelación posnacional», en un doble propósito a nuestro juicio de 1) dar por sentada la realidad de la unidad europea, para 2) postularlo, a partir del supuesto éxito de su interna «pacificación de diferencias de clases por el Estado social» como modelo a seguir en el desarrollo de un futuro orden internacional –bajo los auspicios de la ONU por supuesto–, dando así por consiguiente «un nuevo impulso a la esperanza kantiana de una política interior mundial».{1} Acotemos no obstante ahora nuestro análisis al libro de referencia.
Giovanna Borradori nos propone en La filosofía en una época de terror una discusión en torno al alcance del 11-S –de su problemática conceptual y de sus repercusiones no sólo en el ámbito abstracto de la filosofía política, sino también en el tablero real de las relaciones internacionales– a través de dos entrevistas con quienes usualmente se presentan como dos de las figuras mayores dentro del panorama filosófico europeo: Jürgen Habermas y Jacques Derrida. Merece resaltarse por de pronto la conveniencia de recurrir a estas dos figuras de la filosofía mundial, no tanto aquí (que también) por la autoridad que les proporcionan sus anchas trayectorias respectivas en el mundo académico, cuanto por la tradición europeísta de la que se reclaman y en la que están inmersos, aquella precisamente que Borradori retoma a fin de entrelazar sus discursos. Efectivamente, ha de subrayarse la atracción que quepa suscitar un libro como el presente al reunir por vez primera a estas dos acreditadas voces al hilo de un mismo motivo, el del terrorismo internacional, cuya compleja carga conceptual apela a un análisis de índole filosófico –aun, en este caso, con un sesgo de raigambre más bien idealista–, que Borradori se encarga de presentar con una excepcional agilidad expositiva, y el esfuerzo añadido de intersectar las tesis de Habermas y Derrida en base a su común preocupación por los temas nodales de la Ilustración –definida está en función de una época de la historia occidental, pero ante todo, a partir de una orientación intelectual ligada a un determinado número de textos clave–: la justicia y la libertad.
La estructura del libro la organiza Borradori a partir de las dos entrevistas que le sirven de atractores en torno a las que hace gravitar los dos ensayos que preceden a cada una de ellas, como asimismo el prefacio en el que se encarga de justificar la necesidad que, ante el 11-S, cabe exigir a la filosofía en cuanto disciplina íntimamente vinculada a la historia y, por ende, comprometida a dar respuesta en relación a los acontecimientos que en ella se suceden. Quizá la autora recaiga en ciertas simplificaciones a la hora de exponer las relaciones que entre la filosofía y la historia han venido produciéndose desde Platón hasta nuestros días; tal recorrido le servirá en todo caso para aplicar sus conclusiones –la responsabilidad de la filosofía ante los traumas de su época– en los dos filósofos que ha reunido para la ocasión; personas –recuerda– marcadas bajo fenómenos propios del siglo XX –el totalitarismo y el colonialismo–, de cuya experiencia partieron en el momento de desarrollar sus discursos: Habermas, a fin de procurar una reubicación alemana ante su pasado, colaborando en la cristalización del concepto (o doctrina) del Verfassungspatriotismus o «patriotismo constitucional» acuñado por Dolf Sternberger; Derrida procurando advertir del peligro derivado de los usos irreflexivos del lenguaje, estudiando para ello la multiplicidad de narrativas históricas (y culturales y lingüísticas) que contienen los conceptos y, al cabo, deconstruyéndolos.
A continuación Borradori abre paso a las dos entrevistas en sí, las cuales se verán acompañadas por sendos comentarios explicativos, equilibrando las implicaciones de un género, el de entrevistas, cuya frescura no deja de contener un cierto componente de imprecisión.
El ensayo sobre Habermas, Reconstruir el terrorismo, reelabora la teoría de la acción comunicativa del alemán, recurriendo a una suerte de biografía intelectual centrada en los conceptos principales que jalonan su obra, para aplicarlos a las respuestas que Habermas da a la autora en el decurso de la entrevista. Así, el terrorismo, al igual que la violencia, se considerará como una distorsión del lenguaje que no hace sino obstaculizar el ideal regulativo que propone continuamente Habermas, y que insiste en la necesidad de articular un intercambio comunicativo racional que, partiendo de la premisa kantiana del uso público de la razón, desemboca en un enfoque discursivo de la ética y de la filosofía política. De ahí que la noción de discurso sustituya con el tiempo a la de esfera pública en la obra habermasiana. El objetivo de una pragmática universal orientada por dicha normatividad, sería, según Habermas, parte del proyecto aún inconcluso de la modernidad (léase: de la Ilustración), en cuyo seno cabría aspirar al fin emancipatorio de la humanidad. De esta forma el ámbito del «mundo de la vida» lograría resistir al embate de la razón instrumental (o de la acción estratégica) propio de los sistemas políticos y económicos, pero también de un terrorismo que, si acaso empeñado en vulnerar sin objeto la dinámica de los sistemas complejos, no estaría en ningún caso informado por los compromisos que exige la comunicación –la racionalidad y la pretensión de validez–, y cuyo rechazo a cualquier tipo de auto-reflexión le vedaría el acceso a una mentalidad moderna caracterizada por la asimilación –tolerante– de disonancias cognitivas. Y si bien tampoco el discurso organizado desde EEUU apunte hacia los requisitos necesarios que una situación de dialogo simétrico exigiría, tal como la intencionalidad de una construcción de confianza (acaso propiciada de cara al Tercer Mundo a partir de una domesticación del capitalismo sin fronteras), la oportunidad de su teoría en un escenario atravesado por la equivocidad de la expresión de «guerra al terrorismo» no sería, en su opinión, menor. En la entrevista con Borradori, se tocan además temáticas que emplazan al diálogo con Derrida, tales como la naturaleza del Derecho Internacional; la aspiración a un Estado cosmopolita (dando por obsoleta la efectividad del concepto de Estado nación, en línea con sus planteamientos pos-nacionales); el evasivo significado del concepto de terrorismo; o el alcance de la noción de tolerancia.
Efectivamente, el método de análisis desarrollado por Derrida, definido como intervención dirigida a desestabilizar las prioridades estructurales de cada discurso particular mediante una serie de pasos que acaban por sacar a la luz las relaciones jerárquicas que quedan ocultas por la opacidad de los conceptos, nos mostrará como éste se distancia respecto de Habermas al revelarse mucho más escrupuloso en cuanto al uso de ciertas nociones –por ejemplo, la misma de tolerancia– sospechosas de arrastrar tradiciones que regeneran los problemas que pretenden desactivarse. Borradori titulará su ensayo esta vez Deconstruir el terrorismo, y en él nos proporcionará las claves de su extensa entrevista con Derrida, de las que cabe mencionar la primordialidad que concede a un proceso de carácter biológico aplicable a los efectos del 11-S en el orden internacional: la crisis de auto-inmunidad, esto es, una crisis en el mecanismo duplicado de auto-protección tendente a debilitar el organismo de que se trate, y que, en relación al 11-S, vale remontarlo al imaginario de la «guerra fría» y proyectarlo a un sombrío futuro de terrorismo virtual. Junto con ello, se hará especial hincapié sobre la ambigua cuestión de las fronteras conceptuales, señalando aquellos límites en los que los conceptos, subsumidos usualmente en estrategias y relaciones de fuerza heredadas, contienen una referencia imposible de alcanzar –la que nos lleva por ejemplo de la tolerancia como hospitalidad condicionada a la hospitalidad incondicionada–, pero que nos es imprescindible en nuestra aspiración de justicia, concepto este por cierto que, junto con el de perdón, el de tolerancia, o el de democracia, excede –según Derrida– de cualquier corsé históricamente asignado, empezando por el jurídico.
Precisamente en estas aspiraciones situadas en los límites de la posibilidad –que no por ello dejan de ser igualmente reales, siempre según tal autor, sirviéndonos de hecho como criterios para valorar nuestra época asfixiada de tecno-ciencia– ve Borradori la línea que conecta a Derrida con Habermas, y le sitúa bajo la perspectiva de la Ilustración. En todo caso su diálogo con el francés resulta especialmente frondoso, riquísimo en matices –deteniéndose en detallismos etimológicos deslumbrantes; deconstruyendo sucesivamente un concepto tras otro: acontecimiento, impresión, religión, responsabilidad, &c.–, pero por ello más complicado de seguir, acumulando algunas de sus nociones tal barroquismo que acaso limiten su comprensión neta en una primera lectura. Sobre todo teniendo en cuenta que acaso lo más relevante a efectos de la cuestión troncal sea la oportunidad concedida a Europa como depositaria de ese horizonte imposible y esperanzador –«ilustrado» para Borradori: más moderno aún que posmoderno– de estar dispuesto en todo momento a la visita (no invitación) de lo «completamente otro».
Hasta aquí una primera visita a una línea europeísta que sin embargo nos deja serias dudas acerca de la capacidad de edificar, por encima de la moneda única, un aparato socio-político homogéneo y cohesionado, y en el que por lo demás parece darse por solucionada (y nada más lejos de la realidad) la cuestión de un Ejercito común supuestamente distanciado de la OTAN, olvido no menor por cuanto el dilema entre los atlantistas frente a los no atlantistas parece reflejar con más nitidez que ningún otro el estado actual de la cuestión.
Nota
{1} No deja de resultar curioso como con todo se pretende presentar tal propuesta más allá de todo «eurocentrismo» según –entendemos– la capacidad de distancia reflexiva que con respecto a su historia plagada de ambiciones imperiales y aventuras coloniales poseen las potencias europeas. ¿Puede haber algo más eurocéntrico (dejando aparte la ambigüedad del concepto y, es más, la perspectiva absoluta o metafísica –«perspectiva cero»– que supone el anhelo alimentado por la «ilusión etnológica» de liberarse de todo etnocentrismo –véase: Etnología y Utopía, págs. 32 y sigs.– que la posibilidad de concepción de dicha «distancia reflexiva»?
Al margen de estas consideraciones, mas entroncando plenamente con la línea del artículo, no queremos dejar de subrayar el guiño de uno de sus firmantes, en su discurso en la entrega de los premios Príncipe de Asturias de octubre de 2003, a los herederos del legado krausista, cuando se refiere a la influencia de ese «fracasado profesor» en España, quien se «anticipó mucho a su tiempo con exaltadas ideas sobre el Estado mundial y la confederación de la Humanidad, sobre un orden jurídico global y sobre la transformación de las relaciones internacionales en una política interior mundial».