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El Catoblepas, número 27, mayo 2004
  El Catoblepasnúmero 27 • mayo 2004 • página 21
Libros

Mujer y transmodernidad

Fernando Rodríguez Genovés

Nota acerca del libro de Rosa María Rodríguez Magda,
El placer del simulacro. Mujer, razón y erotismo, Icaria, Barcelona 2003

Rosa María Rodríguez Magda, El placer del simulacro El sueño de la razón acaso produzca monstruos. Pero de lo que no cabe duda es que ha producido y sigue produciendo mucho desencanto. Esto prueba, de momento, que las tareas de la razón ni son meras ni someras. Quiero decir que ni son insignificantes ni superficiales. Dicho de otro modo, que no pasan desapercibidas para nadie, porque a todos importa. Incluso para aquellos devotos del holismo, que gustan de mezclarlo todo y se niegan a distinguir entre lo que es pescado y carne, sentimiento e intelecto, pasión y razón.

Hay desencantos personales, pero también colectivos. O mejor dicho, desencantos y desilusiones de grupos y movimientos –activos, intelectuales y de opinión– que se hacen eco de tal decepción o bien aspiran a activar la desilusión, y aun el despecho, con el fin de corregirla. Sea desde las denominadas «filosofía de la sospecha» y «dialéctica de la Ilustración» o del llamado «posmodernismo», los ideales de la Ilustración y los sueños de la Razón han recibido en los tiempos recientes (evitaré, para no estimular frases con segundas intenciones o lecturas, la expresión «tiempos modernos»), severos correctivos, por no referir las críticas y distanciamientos que ya conoció en su día (verbigracia, por parte de «tradicionalistas» y del mismo J. J. Rousseau) o a poco de echar a andar (por ejemplo, el Sturm und Drang y el Romanticismo). Para unos, los postulados de la razón moderna han ido demasiado lejos; para otros, han quedado demasiado cortos. Depende de lo que se esperara de ellos.

Las principales presuntas víctimas o damnificados de la razón suelen proceder de dos campos: los que la temen y los que han confiado demasiado en ella. Y digo «presuntas» porque estoy por asegurar que éstos –es decir, los impugnadores de la razón–, en realidad, han sido reos más por omisión que por acción, más por actuar al margen de los provechosos caminos de la razón que por llenarse de ellos. Algunos han sido reos de su propia fantasía, de su propia carencia sublimada, incluso de una especie de «bucle melancólico». En el resentimiento, la impaciencia, el rencor y la pusilanimidad pueden hallarse sendos fundamentos de este movimiento reactivo contra la razón y sus productos. Pero, sobre todo, son el miedo y la esperanza los factores de desestabilización emocional que de manera más letal frustran o inhiben el correcto crecimiento de la razón en los individuos. El divino Baruch de Spinoza (o Espinosa para los más hispanófilos lingüísticos), el pensador más divinamente racional de todos los tiempos, dejó muy bien explicada en su obra esta situación. A ella me remito y a la Naturaleza tomo por testigo de lo que allí (y aquí) se asevera.

La razón ilustrada prometió progreso y mejora para el género humano. Pero hay importantes sectores entre los seres humanos que se han visto, como digo, defraudados –por no decir, estafados– ante tamaño compromiso, y a la vista de los resultados. Este sería el caso de las mujeres, las «invitadas de piedra a una modernidad que nos excluyó». Y no es esto así porque lo diga yo. En realidad, en tal proposición se apoya el punto de partida de buena parte del trabajo filosófico de Rosa María Rodríguez Magda, autora del libro que aquí comentamos. He aquí un texto que tiene a la mujer y a la modernidad, a su dialéctica, como temas de estudio. No es nuevo el enfoque de la autora que ahora se ofrece sobre estos asuntos, aunque sí novedoso, o, mejor dicho, actualizado. Ciertamente, Rodríguez Magda viene ocupándose de dicha problemática desde hace bastante años, tiempo durante el cual ha producido fecundos trabajos ligados entre sí por similares preocupaciones y orientaciones. Repárese si no en la relevancia de algunos de sus títulos ya publicados: Discurso/Poder (1984), La seducción de la diferencia (1987), La sonrisa de Saturno. Hacia una teoría transmoderna (1989), El modelo frankenstein (1997), Foucault y la genealogía de los sexos (1998), & c. En todos ellos, la impronta, en especial, de los discursos filósofos de raigambre francesa –como son los existencialistas, posestructuralistas y genéricamente posmodernos– han marcado la preocupación feminista que sirve de aliento intelectual a su investigación. Pero, no se ha quedado ahí.

Esta extensa producción ha ido revisándose en todo momento desde una no oculta perspectiva analítica de razón crítica con la que ha aportado una particular reflexión que, sin duda, la ha enriquecido. Por una parte, quiere hacerse constar, es preciso enunciar la crisis de la modernidad, en particular en los asuntos que son aquí temática privilegiada (la problemática vital de las mujeres y su creación como entidad activa), y abandonar cualquier clase de triunfalismo y de autocomplacencia. Para la autora, no parece tema de discusión a esta altura (u hondura) de los tiempos la quiebra consumada de los «grandes relatos» y las «nociones canónicas» como progreso, historia, sujeto, realidad y la misma razón. Esto sería un hecho. Ahora bien, en gran medida el discurso posmoderno, sin poder evitar el fundamentalismo, ha generado unos reformados relatos de impugnación de la modernidad y la razón que, a la luz actual, revelan una semejante, o mayor insatisfacción, que las producidas por aquéllas. Si los ideales de la Ilustración habrían mostrado su agotamiento, los contra-ideales posmodernos han hecho patente, por su parte, su debilitamiento (y no me refiero a la pretendida o presumida sino a la sobrevenida).

Rodríguez Magda propone en este sentido un renovador enfoque sintético que aspira a recoger lo más provechoso de ambas tradiciones y que ha condensado en su prometedora noción de «transmodernidad»: «Desde la denominación de «transmodernidad» como la situación que retoma los retos pendientes de emancipación de la modernidad, pero asumiendo su crisis, habremos de utilizar la ausencia de la mujer, su carencia de presencia y esencia, como arma efectiva y creativa precisamente en unos momentos en que el adelgazamiento de las grandes teorías nos ofrece el simulacro como escenario.» (pág. 113).

Un libro, en suma, de gran solidez, actualidad y –detalle importante para la producción ensayística– de cuidada y bella escritura. Todo lo cual informa de que nos hallamos no sólo ante una solvente pensadora sino además ante una exquisita escritora.

 

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