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El Catoblepas, número 27, mayo 2004
  El Catoblepasnúmero 27 • mayo 2004 • página 22
Libros

Una versión del proceso Eichmann

José Andrés Fernández Leost

Sobre L'affaire 40/61, de Harry Mulisch, Gallimard 2003

L'Affaire 40/61, libro recientemente publicado en el país vecino, consta de una serie de artículos, catorce en total, realizados por el escritor holandés Harry Mulisch, en torno al proceso que en 1961 condujo al antiguo miembro del partido nazi Adolf Eichmann delante de un Tribunal israelí que al cabo habría de condenarle a muerte. Es preciso subrayar como el autor se comprometió con la revista Elseviers Weekland para dicho cometido, no a título de encargo, sino por petición propia, lo que le sitúa –en relación con su objeto de estudio: Eichmann y su proceso– en una esfera no propiamente periodística, sino persiguiendo, más que una descripción objetiva, una comprensión de los límites y contradicciones de la conducta humana. Mulisch es ante todo un escritor, un escritor cuya lente no se detiene tan sólo en reflejar el recorrido lineal de la historia que le ocupa; al mismo tiempo pretende demostrar las complejidades que marcan la psicología del hombre, dejar constancia de su inescrutable evolución (si es que es tal), sin dejar de recurrir para ello a múltiples referencias filosóficas, literarias o históricas que ratifican el juego de contrastes en el cual se ven siempre envueltos los avatares humanos. De ahí que no nos sorprenda que justifique sus textos apelando más a la «rendición de cuentas de una experiencia», que a la sola reflexión de asunto tan delicado.

No obstante sus artículos están constantemente acompañados de reflexiones que, lejos de esquivar el tema en cuestión, penetran en él retomando nuevas perspectivas, ofreciendo del proceso visiones diferentes, contrapuestas a veces entre sí, como si la misma complejidad del caso contagiase de alguna forma su estilo, que no por ello dejará de ser menos conciso: las tensiones conceptuales que formula –por ejemplo: entre una sentencia y su ejecución; entre un escrito y su hecho, entre los representantes de un mundo destruido y los destructores del mundo– resultan ser las dos caras de una misma moneda, irreductibles pero unidas. Es en la naturaleza de estas contradicciones, y en sus efectos, en las que han de centrarse siempre sus análisis, desde el momento en que compara las dos mitades del rostro del propio acusado, hasta cuando analiza la realidad histórica de Israel y la significación del juicio dentro de ésta, pasando por la confrontación de la figura de los jueces frente a la de Eichmann, en una oposición exenta de maniqueísmos.

Paralelamente Mulisch relata, en lo que conforma la faceta más propiamente periodística del libro, los diversos viajes que lleva a cabo tanto en territorio palestino, tomando buena nota de la carga mítica en la que están férreamente arraigados los kibboutz esparcidos aquí y allá –a lo largo de una geografía que bien podría denominarse más certeramente «teografía»– como también por Alemania y Polonia, describiendo lugares en los que se tomaron y ejecutaron decisiones fatales. Además de Auschwitz, es particularmente intensa su visita al edificio berlinés en que se domicilió la sección IV B4 de la Gestapo, encargada de los asuntos judíos, cuyo mando –a las órdenes de los altos cargos de las SS Heydrich y Himmler– recayó en Eichmann. Recorriendo su interior, y apoyándose en los recuerdos del propio acusado (documentados para el juicio), el autor nos adentra en la atmósfera que debía reinar entonces –funcionarial, oscura, soterradamente demencial– con una mesura encomiable.

Pero acaso el núcleo de las pesquisas de Mulisch se encuentre en el intento de explicar la mentalidad de los nazis y más concretamente la de Eichmann, pues este, al contrario de Hitler o de Himmler –creador el primero, y creyente el segundo, del terror del tercer Reich– parece no amoldarse a las coordenadas bajo las que nuestro autor define la categoría de genocida. En Eichmann no se encuentra odio a los judíos ni fe en «soluciones finales» –según la breve biografía que Mulisch le dispensa–, sino tan sólo pura obediencia; coartada por cierto bajo la que no dejará de cubrirse en su juicio. Sin embargo es en esta misma obediencia reiterada, imperativo moral meramente formal y vacío de contenido, en el que, junto con el avance ciego de la tecnología, Mulisch cifra el síntoma de la barbarie nazi, o de la barbarie sin más, a secas: total. Pues si es precisamente del automatismo de la máquina (o «ideal de la psico-técnica») de lo que hay que salvaguardarse, no parece que el precedente en el que consiste el mismo juicio a Eichmann pueda servir de advertencia.

El libro de Mulisch asombra por su esfuerzo en procurar explicar lo incomprensible, además de por su rechazo en demonizar a priori cualquier postura por muy repulsiva que nos parezca. Ello no le impide denunciar las atrocidades del régimen nazi por boca de los testigos que circulan por la «Casa del Pueblo» en Jerusalén. No obstante de sus artículos se desprende una denuncia aún mayor, si cabe: aquella que apunta hacia el peligro que supone la reiteración de ciertas actitudes que posibilitan de repetición de los crímenes; actitudes que, quizá sólo puedan ser calificadas, no de inhumanas, sino, justamente, de exclusivamente humanas. Pero este juicio, si acaso desalentador, tal vez sea aquel que jamás haya de olvidarse, sirviendo su recuerdo como antídoto o vacuna ante lo que enuncia.

En todo caso la lectura de L'Affaire 40/61 se aproxima a la obligatoriedad propia de Si esto es un hombre de Primo Levi. Y sólo cabría reprocharle la antigüedad que ha cobrado la situación que su presente describe, fundamentalmente la que toma como referencia última de la política internacional el escenario de la guerra fría –reproche no inherente al contenido del libro.

 

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