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El Catoblepas, número 28, junio 2004
  El Catoblepasnúmero 28 • junio 2004 • página 22
Libros

Un manual de Historia de la Filosofía
para segundo de bachillerato

Antonio Muñoz Ballesta

Sobre el manual de Historia de la Filosofía y de la Ciencia, para segundo de Bachillerato, del que son autores Emiliano Fernández Rueda y Felipe Giménez Pérez, Penta Editorial, La Coruña 2003, 244 páginas

A mis alumnos y alumnas del
IES «Castillo-Puche» de Yecla

Es grato, en la España de 2004, encontrarse con manuales de Historia de la Filosofía que comienzan con los Presocráticos y Platón y culminan con la filosofía de Gustavo Bueno. Los dos autores del libro están entregados al estudio y difusión del Materialismo Filosófico de una manera desinteresada: los profesores de Educación Secundaria Felipe Giménez Pérez y Emiliano Fernández Rueda. Vaya para ellos nuestro elogio y reconocimiento pues son los primeros en hacerlo. En cuatro núcleos temáticos nos llevan, de la mano, al «infierno» de la Filosofía. Decía Schopenhauer que este mundo es el peor de los posibles porque si fuera un poco peor dejaría de existir, ¿alguien puede dudar ya, al principio del siglo XXI, que la Filosofía no es el peor de los mundos posibles para cualquier profesor que se tome en serio el estudio de las Ideas y los conceptos? ¿Existe ya el lector del texto de Filosofía? Estamos, con el presente libro, ante un intento de retornar a la Filosofía en serio en el Bachillerato. La rotundidad de sus afirmaciones no se presentan como dogmáticas y sectarias, lo son. Son el dogma y la secta de la Filosofía. Ya es bastante. El único dogma y la única secta, de las conocidas, que resulta ser antidogmática y antisectaria.

La Filosofía Antigua, medieval y renacentista, la filosofía moderna y la contemporánea se despliegan ante el estudiante con un orden y brevedad admirables, y ¡sin fotos! Autor por autor en su contexto histórico y social.

El lenguaje es accesible y técnico a la misma vez. La filosofía domina en la mayoría de las páginas pues como entendía Ortega y Gasset la misma filosofía es historia de la filosofía, pero la ciencia no se olvida, por ejemplo en el capítulo dedicado al nacimiento de la física matemática en la página 111: «La ciencia moderna tuvo éxito porque impuso la visión del geómetra a la naturaleza material» y en la página 113 «Galileo había dejado de construir hipótesis, como Copérnico. Sus enunciados eran enunciados de realidad». Y «el Santo Oficio... condenó a Galileo a la cárcel, aunque no cumplió la sentencia». No se van por las ramas los autores cuando relacionan la nueva ciencia con la filosofía moderna de Descartes y Hobbes: «Faltaba todavía poner en lenguaje filosófico aquella metafísica que ya estaba sirviendo de fundamento a la ciencia. De ello se encargaron después autores como Descartes y Hobbes, en cuyos escritos se plasmó el mecanicismo moderno, una tesis metafísica que considera a la máquina como modelo explicativo. El reloj es el modelo o metáfora. El aristotelismo concebía teleológicamente la substancia. La explicación mecánica o mecanicista, por el contrario, sólo recurre a la materia extensa y al movimiento mecánico. Los precedentes eran Demócrito y Platón, uno por su materialismo y otro por su insistencia en la necesidad de contar con las matemáticas para que una actividad mental cualquiera pudiera ser tenida como científica. Newton (1642-1727) consolida la revolución científica iniciada por Galileo. En 1687 publica su gran obra Philosophiae naturalis principia matemática (Principios matemáticos de filosofía natural). Su gran descubrimiento fue la teoría de la gravitación universal, que permitía considerar la atracción de la Tierra como si la atracción ejercida por todas sus partículas se concentrara en su centro geométrico».

Se nos hablará también de Benito de Espinosa, por cierto menos que de Descartes, pero se olvida a Giordano Bruno, ¿por qué? Giordano Bruno es el gran censurado en todas la historias de la Filosofía. Copérnico y Kepler daban seguridad al hombre que descubre las limitaciones de la visión aristotélico-escolástica del mundo y de la vida, pero Giordano no. Giordano Bruno –lo diré yo mismo– es, junto a Baruch Spinoza, una anomalía salvaje en la razón científica y filosófica: el universo es infinito, y la unidad cósmica se despliega. La inquisición, esta vez no perdona, lo condena y lo ejecuta ¿con fuego purificador? No hay verdad revelada, sea religiosa, artística o filosófica que pueda admitir la existencia de otros mundos... ¡y que puedan estar habitados! Y sin embargo Giordano Bruno todavía ofrecía cierta seguridad en el ánimo de los mortales, pues mientras todos los mundos son corruptibles y perecederos, el universo cósmico en su totalidad es eterno e inmóvil, dado que, según G. Bruno, no hay nada fuera de él, sino que él mismo es la totalidad del ser. La religión y la filosofía no podía tolerar que Dios, un Dios infinito, no pudiera estar fuera del mundo, sino dentro de él. La Filosofía recurre siempre a la Historia de la Filosofía para dar una falsa seguridad a los hombres. Sin embargo Felipe Giménez y Emiliano Fernández Rueda recuperan el hilo filosófico con los excelentes capítulos dedicados a Kant, a Hegel, y a Gustavo Bueno.

Con justicia se le dedican a Kant y a la Ilustración treinta páginas del libro: «Algunos ilustrados llegaron a defender que los monos superiores eran en realidad seres humanos desprovistos de cultura. Fue el ambiente cultural que sugirió a Kant la idea de que el hombre procede del mono» señalan los autores en la página 164 de su manual. Información y formación es lo que ofrecen en todos los temas, y no es una excepción lo que ocurre en el dedicado al filósofo de Königsberg.

¿Hay un uso legítimo de las Ideas de la Razón Pura? La razón ha pretendido hacer inferencias de lo conocido a lo desconocido, «extraer conclusiones que sobrepasen el campo del fenómeno hasta conocer la última esencia de las cosas. Ha pretendido llegar hasta lo que no aparece, las cosas en sí mismas». Se refieren al Alma, el Mundo como totalidad y a Dios, Ideas a las que se ha llegado mediante una escala cuyos peldaños son juicios analíticos. Kant no puede admitir el camino tradicional de la metafísica. Al empirista opone Kant «las formas a priori de la intuición y las categorías del entendimiento, elementos merced a los cuales son posibles los juicios sintéticos a priori en matemáticas y en física. Las sensaciones no son la cosa en sí existente de hecho. Son una parte de la realidad, pero no por sí mismas, sino en cuanto se hallan ordenadas en unidades sintéticas, en objetos dotados de persistencia y unidad, sustraído al flujo incesante de aquéllas, lo que permite el conocimiento universal y necesario propio de la ciencia natural». El racionalista «cometió el error contrario. Creyéndose en posesión de verdades necesarias y universales por haberlas obtenido sin concurso de la experiencia, formó con ellas cadenas de argumentos que le llevaron también a las cosas en sí mismas, concebidas ahora como los seres supremos de la metafísica. Vano empeño». El conocimiento de la cosa en sí es imposible «si carece de contenido empírico.» Empirismo (Locke) y racionalismo (Leibniz, Wolf) admiten la cosa en sí sin previo examen, es decir, de forma dogmática. Así Kant entiende a la Idea más como la entendía Platón que como lo hicieron los empiristas. La «Idea había sido para Platón, creador del término, el modelo de la experiencia, al contrario que en el empirismo, donde significaba toda experiencia que un sujeto pudiera tener». Kant «reserva los conceptos para el conocimiento empírico y las Ideas para lo que, excediendo toda experiencia, sirve a ésta de guía y norte. Este es el sentido positivo de la cosa en sí.» Y ¿qué es la Idea para Kant? La Idea no es una experiencia, sino el pensamiento de la totalidad de la experiencia, que nadie puede recorrer, «pero que es preciso admitir como supuesto sin el cual se derrumbaría todo conocimiento científico». La razón humana, según Kant, pretende que el Alma es la «unidad absoluta –incondicionada– del sujeto pensante», el Mundo la «unidad absoluta de la serie de las condiciones del fenómeno», y Dios la «unidad absoluta de la condición de todos los objetos del pensamiento en general». Pero la metafísica no puede ser un conocimiento científico por «carecer de referencia empírica», y sin embargo es el «soporte indispensable de todo conocimiento científico».

La realidad objetiva es la «síntesis a priori de la experiencia sensible en la unidad de las categorías». El conocimiento de los objetos se produce al tiempo que se producen los objetos. Los juicios científicos no pueden ser tomados de la experiencia. Se anticipan a ella y la condicionan. Los objetos son constituidos por la conciencia que conoce. Son los fenómenos o apariencias sensibles. Tras ellos, en cambio, no se halla la verdadera realidad. Y tampoco nuestro conocimiento es engañoso. Solamente es posible conocer los objetos que puedan ser intuidos y pensados. Sólo a ellos puede aplicarse las categorías de existencia, realidad, causalidad, &c. «Lo que no es objeto de experiencia posible, no es objeto para el sujeto que conoce». Forma y materia: «La forma es a priori, la materia a posteriori». Las formas a priori de la sensibilidad son el espacio y el tiempo, lo que significa que no podemos tener sensaciones sin relacionarlas espacial y temporalmente. «No es que primero las percibamos y luego las sometamos a formas, sino que éstas son condiciones necesarias para que aquéllas sean percibidas». Lo que recibimos lo «recibimos ya ordenado, pero el orden no es una consecuencia, sino una exigencia». No es que los fenómenos parezcan estar en el espacio y el tiempo, sino que son espacio y tiempo. El objeto de conocimiento es lo que tenga que ver con el sujeto cognoscente y sus formas a priori. La regularidad natural de la ciencia newtoniana queda, con ello, salvada del escepticismo de Hume pues hay algo a priori en el conocimiento y en la sensibilidad.

Pero las formas a priori del sujeto no valen más que para posibilitar el «conocimiento empírico». La realidad se reduce a la realidad fenoménica. Si hay algo aparte de ella habrá que llamarlo «noúmeno», lo inteligible o pensable, lo no experimentable. La cosa en sí es un concepto límite que Kant usa para definir el fenómeno por contraste con su opuesto, en su filosofía el fenómeno es lo que en otras era lo «ente», nos dicen los autores. Y aclaran, en este punto, que no hay que confundir Kant con Platón: «No es que la realidad sea doble, sensible por un lado e inteligible por el otro, como quería Platón. EL noúmeno, lo inteligible, es lo que no aparece, lo que no es el fenómeno.» ¿Por qué, Kant, no destierra el noúmeno del campo de la filosofía? Felipe Giménez y Emiliano Fernández Rueda contestan «que habiendo (Kant) considerado hasta aquí el aparecer de las cosas podría en principio pensarse en «las cosas sin aparecer» y que éste sería el sentido positivo del «noúmeno». Pero Kant insiste «en que nada es posible afirmar ni negar sobre la realidad de estas cosas» como el «yo libre» y «Dios», a cuya consideración se consagra siempre la Metafísica.

La intuición para Kant es la intuición sensible, no la intuición mental cartesiana. Conocer es primeramente intuir, como aprendió de Hume, pero intuir es relación inmediata con el objeto de la experiencia que no es posible sin las formas a priori de la sensibilidad (Estética), el espacio y el tiempo, y del Entendimiento (Analítica Trascendental), los conceptos puros o categorías (causalidad, inherencia o substancia, comunidad, de la unidad, pluralidad, totalidad, realidad, negación, limitación y posibilidad, existencia y necesidad).

Para que haya objeto de conocimiento tiene que haber intuición y concepto, no hay algo así como el objeto puro del pensamiento, y el fenómeno o apariencia sensible es el objeto del conocimiento a secas pues no hay otro conocimiento que el que comienza por la experiencia.

La sensación no consiste en que las cosas nos afecten, y partiendo de dichas impresiones el espíritu construya con ellas el objeto de conocimiento enlazándolas según ciertas reglas. Si esto fuera lo que Kant hubiera dicho, habría admitido que el ser de las cosas es independiente del conocimiento y éste tiene que adecuarse a ellas para ser verdadero, lo cual sería la tesis tomista. Habría admitido asimismo que tal adecuación es de un solo sentido, de la cosa, entendida como causa, a la sensación, entendida como efecto. Y, por último, que el llamado objeto es una pura ficción de la mente, aunque el material con que lo construimos procede de las cosas exteriores. Pero nada de esto coincide con lo que dijo Kant. La representación de la unidad en el objeto es el concepto. La receptividad del conocimiento no dice que haya ante todo unas cosas que nos afecten, sino que los contenidos del conocimiento se hacen presentes como dados de hecho en el conocimiento mismo, y no dice absolutamente nada acerca de «cosas» al margen de él. No hay objeto mientras no hay concepto. Y el concepto no viene después de la sensación, sino que todo conocimiento es a la vez ambas cosas. El Giro copernicano de Kant. Las condiciones de posibilidad de la experiencia son condiciones de posibilidad de los objetos de la experiencia. Las cosas no son independientes del sujeto como sostenía la filosofía realista anterior a él. Todo objeto real es perceptible o no es nada en absoluto. Ser un objeto consiste en referir la suma de sensaciones recibidas al concepto a priori de objeto en general. Las cosas son en cuanto las conocemos o las podemos conocer y de lo contrario «no son».

Las propiedades de un objeto lo serán solamente porque pertenecen al conocimiento que de él tenemos y viceversa: pertenecerán al conocimiento por pertenecer al objeto. No son inmanentes al sujeto, pues entonces serían subjetivas; no son trascendentes, pues no hay cosas en sí independientes del conocer. Es trascendental, según Kant, todo aquello que es condición de existencia del conocimiento y de las cosas del conocimiento.

El espacio y el tiempo no son conceptos de entendimiento, como pensara Leibniz, son formas a priori de la sensibilidad y están supuestos en toda experiencia, y es ésta la sometida a las condiciones del espacio y del tiempo. «No me es posible oler la rosa si no es en un momento dado y en un lugar concreto, ni si quiera me es dado imaginar lo contrario, que pudiera olerla sin estar en lugar alguno, sin que ella estuviera delante o detrás, a la izquierda o a la derecha, y si que su olor fuera recibido por mí durante un tiempo corto o largo». El espacio y el tiempo no dependen de la experiencia, y no proceden de ella, y son necesarios en la experiencia. No es que pongamos las representaciones del espacio y el tiempo en las impresiones, ni ordenamos éstas según el espacio y el tiempo. Su idea, la de Kant, es que «no pueden tener lugar impresiones si no es con arreglo a las condiciones a priori del tiempo y el espacio»,condiciones que constituyen la esencia de la receptividad del Sujeto Cognoscente. El conocimiento humano, según Kant, es el resultado de dos facultades: la receptividad de impresiones y la espontaneidad de los conceptos, es decir, la de recibir las representaciones y la de conocer por el pensamiento un objeto sirviéndose de ellas. La sensibilidad es pasiva y el Entendimiento activo. Intuición y concepto son los elementos de todo nuestro conocer: «Pensamientos sin contenido son vacíos, intuiciones sin conceptos son ciegas». Kant insiste, nos dicen los autores, en que el empirismo dejaba sin explicar el valor objetivo de los conceptos, un valor de realidad plena, no de subjetividad variante. Acertaba en explicar el origen de nuestras impresiones, pero se equivoca al intentar extender sus conclusiones a la ciencia del mundo pues la convertiría en mero subjetivismo. Para Kant el entendimiento tiene la función objetivadora del juicio. En la experiencia directa, como cuando vemos partir un tren desde el asiento de otro tren contiguo, no acierto ni cometo error. Éstos aparecen en los juicios emitidos sobre dicha experiencia, juicio erróneo al principio y acertado después: era el tren en el que estaba el observador el que partía y se ponía en movimiento. Por lo que si el hombre careciera de la capacidad de hacer juicios, sus experiencias carecerían de objetividad, permanecería en la subjetividad y no podría distinguir las imágenes del sueño de las de la realidad y todo sería para él un caos. Hay un juez que nunca deja de juzgar sobre lo real y lo irreal de lo sensible. «Puedo imaginar con claridad las andanzas de don Quijote pero no creeré que son reales.»

Pero el juicio mismo es un «ser mental» cuya acción traspasa la limitación corporal de los sentidos y se asiste a la representación de algo que el sujeto no halla en la experiencia exterior: la realidad del objeto. Giro copernicano. La realidad del objeto no procede de la simple sensación. La «rosa» no es una cosa en sí, como creía el realista, ni un «no sé qué», como decía Locke de la sustancia, sino el resultado de la función objetivadora del entendimiento.

El juicio es la función de referir la multiplicidad de las impresiones a la unidad de un objeto. Los aspectos de la función del entendimiento en el juicio se expresan, según Kant, en una tabla de doce tipos de juicios atendiendo a la función que realiza el entendimiento: Sobre la cantidad, los juicios pueden ser Universales, particulares, y singulares; sobre la Cualidad, los juicios pueden ser afirmativos, negativos e infinitos; sobre la relación, los juicios son categóricos, hipotéticos, disyuntivos; y sobre la modalidad, los juicios pueden ser problemáticos, asertórico y apodípticos.

Las categoría o conceptos puros están supuestos en la función del entendimiento y posibilitan la construcción de uno u otro juicio. Tales conceptos pertenecen a la constitución misma del entendimiento y por ello son conceptos puros, a priori, no son empíricos: De la cantidad, las categoría son la unidad, la pluralidad y la totalidad. De la cualidad, las categorías son la realidad, la negación y la limitación. De la relación, las categorías son la inherencia y subsistencia, es decir, la substancia y el accidente), la causalidad y la dependencia, es decir, la causa y el efecto, y la comunidad o acción recíproca entre agente y paciente. De la modalidad, las categorías son la posibilidad-imposibilidad, la existencia-inexistencia y la necesidad-contingencia.

Si afirmo que B es propiedad de A, aplico la categoría de substancia, y si afirmo que A es causa de B, aplico la categoría de causalidad, si afirmo que A se divide en tres partes, aplico las de unidad y pluralidad, &c.

¿Por qué son tan importantes los conceptos puros del entendimiento? Porque, para Kant, las categorías son las condiciones a priori que hacen posible el conocimiento científico, porque «conocer es realizar síntesis valederas de las impresiones». Y más aún «esas síntesis a priori», condiciones del conocer, son también «condiciones del ser», de la «objetividad en general»; es decir, son categorías trascendentales, por referirse al conocimiento y al objeto del conocimiento.

Volvemos, así, al propósito de la Crítica de la Razón Pura. ¿Qué podemos conocer? ¿Es posible la metafísica como conocimiento científico? Los dominios de la metafísica quisieron instaurarse mediante el método realista ingenuo, luego por el método del racionalismo y el empirismo, y siempre discutidos por el escepticismo. Se frustraron sus propósitos y la metafísica como conocimiento cayó en la más absoluta indiferencia. ¿Cuáles son los fundamentos, y el alcance como conocimiento científico, de la Metafísica? Había que someter, según Kant, a examen las pretensiones de conocimiento último de la realidad porque, precisamente, los objetos de la metafísica (Dios, Alma, Mundo) no son indiferentes a la naturaleza humana. Kant sostendrá que son los juicios sintéticos a priori los característicos de la ciencia matemática y física de su época. ¿No habrá más juicios que los analíticos a priori y los sintéticos a posteriori? ¿Habrá que resignarse a admitir que un juicio como «todo cuanto existe tiene una causa» carece de universalidad y necesidad? Los juicios pueden ser analíticos o sintéticos, y también a priori o a posteriori. Los juicios analíticos son siempre a priori, como por ejemplo «los cuerpos son extensos» y son formados al margen de la experiencia y su validez es universal y necesaria «siempre tiene que ser que los cuerpos son extensos», y en ellos la predicación se hace sin tener la necesidad de salir del concepto de sujeto, es decir, en la noción de cuerpo está el de extensión. Los juicios sintéticos pueden ser a posteriori o a priori. Los juicios sintéticos a posteriori son los más habituales y proceden de la experiencia, «los veranos son calurosos», la experiencia es la causa que atribuye el predicado al sujeto. Pero Kant, en contra de la opinión de Hume, no cree que todos los juicios sintéticos son a posteriori. Existe la posibilidad de la ciencia, es decir, la posibilidad de la existencia de juicios sintéticos a priori, con validez universal y necesaria, y no solamente son verdades de hecho sino también verdades de razón, al existir dicho tipo de juicios sintéticos a priori es posible juicios válidos y universales que no sean vacíos y, por tanto, nos digan algo acerca de lo real y con certeza. «La circunferencia equivale al producto del diámetro por el valor de «Pi» «es un juicio sintético a priori, también lo es el juicio «la suma de siete y cinco es doce», pues en el concepto de sujeto «la suma de siete y cinco» no encontraremos «doce».

«Doce» aparece como resultado al hacer la operación, al realizar, no un análisis del concepto, sino una construcción del mismo en la intuición, y el concepto de «suma» expresa el tipo de construcción que ha de hacerse, los de 5 y 7, los datos para esa construcción, pero hay que hacerla efectivamente para obtener el resultado, no basta analizar el concepto.

Kant señala el faktum de la ciencia. Si esta ciencia físico-matemática existe es que hay juicios sintéticos a priori. Entonces hay certeza. El problema que pone en movimiento la CrRPura es el de saber cómo son posibles los Juicios sintéticos a priori, es decir, el de saber en qué consiste la certeza, la posibilidad de adquirirla y cuáles son las condiciones que la constituyen. Analizar la razón, el entendimiento y la sensibilidad para comprobar tal cosa, y poder, entonces, afirmar que la pretensión de la metafísica como ciencia es imposible, que no puede erigirse en conocimiento último de la realidad. Todo nuestro conocimiento nace en la experiencia, pero no todo procede de ella, según Kant. El conocimiento es la suma de lo que está en la experiencia y lo que se le agrega, y se le agrega un conjunto de elementos a priori. Pero que la razón no pueda construir una ciencia con los objetos de la metafísica al no ser accesibles al conocimiento es una ventaja, más que un inconveniente, pues están protegidos de las ciencias y sus ataques, y así la razón teórica será incapaz de destruir las conclusiones que la razón logre por otras vías.

Está, también, el uso práctico de la razón, tan real como el uso teórico y provista de unos principios para regir la conducta humana. Son principios racionales, claros y evidentes, aplicados a la acción. Y de ellos parte el camino que lleva a los objetos de la metafísica. Importa la voluntad. Ella es la única cosa que puede decirse si es buena o mala moralmente. ¿Qué la hace ser de una u otra manera? La idea de Kant es que el hombre merecerá el título moral si la máxima por cuya dirección actúa concuerda con la ley moral y si la motivación que la impulsa es el mero respeto por dicha ley. La moralidad de una acción no está en los deseos, intención o las consecuencias, sino en la conformidad con la ley en general. Mi acción es moral si puedo determinar también que mi máxima llegue a ser una ley universal. Pero hay dos clases de mandatos, los hipotéticos y los categóricos, los que dependen de alguna condición, sea buena o no materialmente, y los que no dependen de condición alguna y son absolutos por ser mandatos con fuerza de obligar a todo hombre en toda circunstancia. EL hombre es un fin en sí mismo y nunca un medio.

Los imperativos categóricos no dictan la conducta a seguir, sino que obligan a quien los siga a ejecutar una, sea cual sea, no porque sea conveniente o ajustada a la ley, sino simplemente porque es moral. En ellos la voluntad humana se guía por un principio universal y no por consideraciones particulares: «Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.» Que la voluntad es libre quiere decir que trasciende el mundo de los fenómenos, lo cual permite alabar al justo por hacer el bien. La libertad es una condición necesaria de los juicios morales en la razón práctica, tal como los elementos a priori lo eran de los juicios científicos en la razón teórica. No se puede trascender el mundo de los fenómenos, pero la voluntad libre nos permite acceder al mundo inteligible de los noúmenos. No es un hallazgo de la razón teórica o conclusión de un silogismo, sino un postulado de la razón práctica. Los postulados son –el hombre es libre, –el alma es inmortal, y –Dios existe.

La razón práctica, o conciencia moral, logra lo que no logra la razón pura: alcanzar los objetos de la metafísica, lo que no sólo la hace más importante que ésta, sino que la subordina a sus propios fines, pues las ideas de la razón pura, garantía del conocimiento científico, son las mismas a las que la razón práctica ha logrado acceso. El conocimiento se pone al servicio de la moralidad y tiene la finalidad de contribuir a que el hombre fenoménico se identifique lo más posible con el hombre ideal que la voluntad libre revela, un hombre ideal al que se encamina la historia.

Jorge Guillermo Hegel (1770-1831) considera que la verdadera filosofía no es ni puede fundamentarse en el Yo de Fichte ni en el Absoluto de Schelling. La filosofía de Hegel ve la realidad como Idea en desarrollo. Los autores nos resumen su obra en tres apartados, a) la dialéctica, b) el despliegue de la Idea, y c) el Espíritu Absoluto.

Hegel como Platón acepta que no son lo mismo la idea de la cosa y la cosa tal como existe. Pero la realidad es falsa por contradictoria, en la realidad A es «no-A». Esto se explica porque la Idea se ha distanciado de sí negándose en la realidad sensible, pero no porque Idea y realidad sensible sean dos mundos distintos. La dialéctica platónica era relación entre ideas generales ajenas a los objetos. La dialéctica hegeliana exige que lo real sea negado para que exista en su verdad. El ser de la Idea existe en su negación, en el no-ser. Para ser lo que es la realidad habrá de retornar a la Idea negándose.

Lo inteligible se presenta realizándose en lo existente la Filosofía alcanza su mayor expansión posible. La Razón era para Aristóteles el Dios al que todo tiende, en la escolástica era el asiento de las ideas divinas que ordenan el mundo, en Kant era la suprema Legisladora del ser y de la acción. Pero decir que era Todo cuanto existe es cosa de Hegel. Dios mismo desplegándose en el mundo y reabsorbiéndose después en una unidad absoluta. Dios todavía no existe. Su filosofía presenta a Dios o la Idea mostrándose en las categorías lógicas del entendimiento, la naturaleza externa, la Historia Universal y el Espíritu Absoluto, donde conoce su ser disperso y lo conoce después de haber recorrido todos los caminos posibles.

La filosofía de Gustavo Bueno (1924) es el materialismo filosófico, filosofía reciente y original que repiensa todos los temas clásicos de la ontología y la gnoseología. La lección dedicada a Gustavo Bueno cuenta con cuatro apartados: a) la función de la filosofía, diferencias entre Ideas y categorías, b) la Ontología general, c) la ontología especial materialista, y d) la teoría del cierre categorial. La Filosofía es un saber de segundo grado que presupone la existencia previa de otros saberes ya dados, y no pretende conocer la realidad, dicen los autores, «esto es tarea de las ciencias». Sin embargo no por ello es un saber vacío, su objeto lo constituyen las Ideas. Las Ideas desbordan los ámbitos científicos, categoriales y los recorren y atraviesan como hilos de una urdimbre. El tema de la filosofía es la relación entre las Ideas y las categorías (un concepto científico definitorio del ámbito de esa ciencia y su campo ). Existe una conexión objetiva de las Ideas por encima de la voluntad y conciencia de los filósofos (un orden eidético sistemático, arquitectónico, de las Ideas). Pero este orden no equivale a un cosmos, a una armonía aproblemática, monista. Ya Platón en El Sofista dijo que el monismo era el dogmatismo y el obstáculo del discurso racional, pues si todo está relacionado con todo, como si nada está relacionado con nada, nada se puede decir racionalmente. En cambio, sostenemos la Symploké de los géneros de la realidad, ella está en symploké, ni todo está unido con todo ni todo está separado de todo. La filosofía se mueve entre el monismo y el nihilismo, entre el dogmatismo y el escepticismo. Toda filosofía es materialismo, lo único recuperable de la historia de la filosofía. La filosofía se remonta a las Ideas trascendentales que atraviesan los diversos campos categoriales enlazándolos entre sí. La verdad no es un problema científico, categorial, sino filosófico, trascendental. También es una praxis. Es un taller de las Ideas con el doble y circular movimiento de regressus de los fenómenos hacia las Ideas y progressus de las Ideas a las configuraciones categoriales o fenoménicas. Gustavo Bueno «descubre» en el seno de la Ontología la distinción entre Ontología general y la Ontología especial. La ontología especial tiene tres miembros superándose así el dualismo hegeliano y marxista entre espíritu y naturaleza. La función de M es crítica. Es un concepto negativo, regresivo, y que nos prohíbe caer en la metafísica. Y en cuanto concepto positivo la Materia es pluralidad radical de partes extra partes y progresa hacia los tres géneros de materialidad (M1, M2, y M3) constituyentes empírico-trascendentales del Mundo (Mi) ámbito de la ontología especial.

La conciencia filosófica o Ego Trascendental (E) no es nada diferente de la materia (M). Es el movimiento de la materia haciéndose simultáneamente objeto y sujeto de sí misma. Pero la Materia no equivale al Mundo. La Idea de Materia desempeña el mismo papel que en Kant desempeña el noúmeno.

El espiritualismo es la hipostatización del estado gaseoso de los cuerpos, y el materialismo vulgar o naturalista es metafísico y consiste en la reducción de lo real al estado sólido de los cuerpos. La Ontología especial materialista trata del Mundo. El Mundo (Mi) consta de tres géneros de materialidad. M1 abarca los cuerpos exteriores. Son los objetos físicos. Se divide en dos : la experiencia actual y la virtual o posible. M2 abarca los objetos de la experiencia interna, del fuero interno, tanto del individuo como de la colectividad: fenómenos psíquicos, dolores, pensamientos subjetivos, sensaciones cenestésicas. Es la dimensión interna de la ontología. M3 son los objetos ideales. No son ni internos ni externos. Son atópicos y acrónicos. Son los contenidos eidéticos o Ideas. Las relaciones entre los tres géneros se define en función de la symploké. No son sustancias que sean diferentes y estén separadas o colocadas unas junto a otras como realidades diferentes, son dimensiones del mundo. La Materia se relaciona con sus géneros como lo hacía la Substancia con sus atributos en la filosofía de Espinosa, dice Felipe Giménez. «Toda Substancia es extensión. Toda la substancia es pensamiento. Ningún pensamiento limita con ningún cuerpo. Lo mismo ocurre en Bueno con los géneros de materialidad». La Ciencia es un campo cerrado definido por una categoría o concepto que define su campo o ámbito de operaciones constructivas. Tales operaciones cierran categorialmente el campo y lo convierten en un sistema en el que los términos a que dan lugar las operaciones permanecen enclasados en la categoría de referencia. La construcción científica no es meramente proposicional, la materia es interna al proceso. Términos, relaciones y operaciones constituyen la sintaxis interna de toda ciencia, una sintaxis que puede aislarse formalmente, pero que no agota cabalmente el proceso de construcción científica. Las ciencias surgen del desarrollo de las técnicas y de la necesidad de delimitar campos que van imponiendo. Las teorías diversas se agrupan en determinadas ciencias. Hay referencias fisicalistas a escala tecnológica, y los científicos no solamente componen teorías sino que manipulan realidades. Un libro de la Historia de la Filosofía necesario para los alumnos de Segundo de Bachillerato y para todos. Y una obra de «seres superiores» como gusta decir a Felipe Giménez de los grandes filósofos.

Yecla, mayo de 2004, en la que se puede pasear libremente y leer las sabias palabras de Azorín: «Yo amo a Yecla, a este buen pueblo de labriegos... Los veo amar, amar la tierra... Y tienen una fe enorme, la fe de los antiguos místicos... Esta es la vieja España, legendaria, heroica.»

 

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