Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 29 • julio 2004 • página 13
Respuesta al artículo de José María Laso
sobre los generales Franco y Rojo
Leo en El Catoblepas, nº 28, pág. 6, de junio de 2004, un artículo de don José María Laso Prieto, comentando un libro del coronel Blanco Escolá, donde nos explica, con todo detalle, lo tonto que era el general Franco y lo listo que era el general Rojo.
Nos cuenta don José María que el coronel Blanco fue Director de la Academia Militar de Zaragoza, seguramente se referirá a la Academia General Militar de Zaragoza (AGM), pobre AGM. Nada menos exacto. El coronel, que pasó a la reserva siendo teniente coronel, nunca ejerció el empleo de coronel. Sí fue un mediocre profesor de aquella Academia, como mediocre había sido su carrera. Para dirigir la Academia General Militar se ha de ser general de brigada. Por ejemplo Franco, que lo era cuando la creó. No tenía la categoría táctica ni estratégica de nuestro Blanco Escolá, pero, que le vamos a hacer, nadie es perfecto.
No obstante, el general Franco fue felicitado por destacadas personalidades militares de la época. Así la delegación militar francesa presidida por el Ministro de la Guerra francés, general André Maginot, en su visita (19-10-30) a la AGM para condecorar a Franco con la Legión de Honor, manifestó a su regreso a París: «la Academia de Zaragoza era la más moderna del mundo en su clase.» (Pablo Preston, Franco, pág. 89.)
Su jefe de Estado Mayor, general Georges afirmó: «Es un centro de enseñanza del que hay mucho que aprender.» Escribe el Ministro al Rey agradeciéndole la invitación y le cuenta: «He de expresarle mi admiración y decirle, sin exageración, que vuestra organización es perfecta y que entre todas las academias militares de Europa, es la vuestra, sin duda, la más moderna.» (A. Palomino, Caudillo, pág. 71.)
Cuando Maginot le impone las insignias de Comendador de la Legión de Honor manifiesta: «es, sin disputa, el primer centro de enseñanza militar de Europa.» (R. Casas de la Vega, Franco, pág. 283.)
Superó Blanco, nuestro sabio coronel e historiador ínclito, el examen de ingreso después de presentarse cinco años, lo normal eran tres. Repitió tres cursos, el máximo permitido, con cuatro hubiese causado baja. Es muy raro el cadete que repite tanto, no llega ni al 0,5%.
Consultada la Escalilla de Caballería: no tiene ningún título profesional militar, no es lo normal, casi todo militar a lo largo de su carrera ha conseguido uno o varios. Nunca tuvo ningún destino destacado; en las unidades de élite (Paracaidistas, el Tercio...) no se tienen noticias de él. Sí en la Cría caballar y Remonta Militar, preparando sementales para ir a los pueblos a cubrir yeguas, misión evidentemente muy útil pero no expresamente militar.
¡Por cierto! tuvo suerte Blanco que no estaba Azaña de Ministro de la Guerra. Cuando lo fue el servicio de remonta pasó, con excelente criterio, al Ministerio de Agricultura, con lo cual nuestro coronel no hubiese podido ejercer sus más brillantes destinos. Cierto es, la ignorancia es atrevida. El coronel, en sus libros, es ambas cosas con amplia generosidad.
Nos cuenta el señor Laso, muy convencido, que Rojo humilló a Franco en cuantas ocasiones hubo. Pobre Franco, tan humillado y sin perder ni una sola batalla. ¡Jo! Si hubiese perdido una, ¡que gozada! Se le notaba la humillación sobre todo, aquel 1º de abril de 1939, cuando firmaba el intranscendente parte: «cautivo y desarmado el Ejército rojo...»
Disculpa, el señor Laso, la derrota con la vieja monserga de la inferioridad de medios del ejército republicano. Ya desde hace tiempo gente muy seria asegura que los medios de unos y otros fueron muy similares. La diferencia fue su buen o mal empleo. Así que no parece seria la disculpa, hay que buscarse otra.
Nos cuenta un franquista serio: La República comprometió un gasto de 1.000 millones de dólares de la época, casi todo al contado, los nacionales 550 millones, casi todo a crédito. (J. Salas, Intervención extranjera en la guerra de España, Nacional, Madrid 1947, Anexo.) Que, ideales aparte, indica a quién consideraban más serios los financieros extranjeros. Con la mitad de dinero compraron aproximadamente el mismo armamento, lo que dice de la honradez y sobriedad de la gestión de unos y otros.
Nos asegura un antifranquista serio: La República se gastó todo el dinero que tenía. Los nacionales no tenían nada y todos sus gastos fueron a crédito. La República gastó 950 millones $ en armas. Los nacionales 635 millones $. Las reservas en oro de la República eran unas de las mayores del mundo. (H. Thomas, La guerra civil española, Grijalbo, Barcelona 1976, pág. 1040 y ss.) La gestión financiera de la guerra fue un éxito por parte de Franco y un desastre por parte de la República. Franco redujo los gastos innecesarios de manera tajante. La República los aumento enormemente, aumento de forma tremenda el dinero en circulación, los gastos del Gobierno eran enormes, ello produjo una gran inflación, un severo racionamiento y la escasez de alimentos a partir del invierno del 37. (Ibid., pág. 1003 y ss.)
Nos habla don José María de la batalla de Brunete como una enorme humillación. Toda batalla persigue una finalidad estratégica. Ésta consistía en impedir la toma de Santander por Franco, al tener que distraer unidades del esfuerzo principal de la guerra qué allí estaba. El general Rojo monta una ofensiva en Brunete, bien montada, con una superioridad de unidades de tierra, aérea y de tanques apabullante.
Antes de esta batalla la superioridad aérea y de carros, tanto técnica como numérica, era notoria por parte del bando republicano desde el principio de la guerra. Los nacionales una vez convencidos de la imposibilidad de la toma de Madrid, había más fuerzas defendiendo que atacando, desplazaron su esfuerzo hacia el Norte, con una cobertura modesta en la zona de Brunete.
Los medios de Franco eran pocos y el coronel Blanco debería de saber, después de tantos años en la Academia, tres más de los que estuvimos el resto, que hay que dosificarlos y por tanto no se puede mantener el esfuerzo en todos los frentes durante todo el tiempo.
Total que los rojos (Lister) avanzan, el 6 de julio de 1937, diez y seis kilómetros, rompiendo un frente muy débil, consiguiendo, ciertamente, una sorpresa táctica, a las veinticuatro horas se detiene el avance, en parte por que la resistencia enemiga, en determinados puntos, es tenaz y en mayor parte por que el desbarajuste de los rojos es inmenso, la brigadas se mezclan unas con otras, el jefe del Estado Mayor de la operación (Casado), al que nadie hace caso, se va a Madrid con la disculpa de una enfermedad. Los numerosos y potentes tanques, bajo mando independiente soviético, se emplean desperdigados sin ton ni son, separados de la infantería, lo que les hace muy vulnerables y lo mismo pasa con los modernos y numerosos aviones rusos (Chatos y Ratas). La reserva inmediata de los nacionales actúa rápidamente. El ataque se para estableciéndose los rojos en defensiva. En el mientras tanto son traídas tropas y aviones del norte con una gran rapidez. Franco fue siempre un experto en el uso de la reservas móviles, que eran muy potentes, pero que una vez restablecida la situación recuperaba inmediatamente, las empleó con gran habilidad durante toda la guerra. Empieza la contraofensiva, los inferiores tanques nacionales son empleados adecuadamente, lo mismo que los aviones. Habían entrado en combate los Messerschmitt 109 alemanes, en mucho menor número que los rusos, pero superiores técnicamente a estos y bien empleados.
Retroceden los rojos y se estabiliza el frente el día 25. La humillación consistió en que los rojos ganaron una franja de terreno de seis kilómetros de profundidad y doce de anchura sin ningún valor estratégico, perdieron a cambio 20.000 hombres, 100 aviones y 100 tanques.
Se acabó la superioridad aérea republicana, ya para toda la guerra, así como la de tanques. Las Brigadas Internacionales quedaron diezmadas, ya no levantan cabeza y tienen que ser completadas con soldados españoles. La XIII Brigada Internacional se amotina, hay muchos muertos, regresando a Madrid, y no cejando en su empeño hasta que guardias de Asalto con tanques la cercaron sometiéndola.
Franco, con la oposición de alguno de sus generales, decide reemprender la ofensiva en el Norte, que le iba a hacer ganar la guerra de forma segura. Menos de un mes después cae Santander, son hechos 60.000 prisioneros y capturado mucho y valioso material.
La humillación no pudo ser mayor. ¡Evidentemente! Y así de humillación en humillación hasta el final. Azaña decía de los generales humilladores, Modesto, Lister, Mera, el Campesino, y otros: «El único que sabe leer el plano es el llamado Modesto. Los otros, además de no saber, creen no necesitarlo.» (Diario, 25 julio 1937.)
El señor Laso nos lo cuenta de otra manera, más exacta naturalmente, Azaña no tenía los 2.000 libros militares que él tiene. Todos de autores tan solventes, supongo, como nuestro coronel Blanco. Pues Rojo, nos asegura don José María, decía: «La eficacia de los jefes militares surgidos del V Regimiento de Milicias Populares (más corto, comunistas)... Lister, Modesto y Tagüeña, etcétera», que cuando Rojo lo dijo ya debían saber leer el plano, tontería de los militares profesionales completamente inútil con todos sabemos.
La última gran humillación fue la batalla del Ebro. La finalidad estratégica era impedir la toma de Valencia, al tener que distraer fuerzas para detener la ofensiva en el Ebro, que pretendía partir en dos al Ejercito nacional, y parar la toma de Valencia atacando su retaguardia.
Rojo pasa el río con enormes medios, obteniendo una importante sorpresa, embebe todas sus fuerzas en el empeño. Lo hace magníficamente (25 de julio de 1938). El paso de un río es una maniobra muy difícil, lo hace por doce puntos, se necesitan muchos medios y muy caros que, por lo que se vio, la República tenía, a pesar de lo que nos asegura el señor Laso sobre su pobreza en ellos.
Nos dice, que a los tres días Rojo había terminado la maniobra y se para. Por lo visto esa debía ser, a juicio del coronel Blanco, la finalidad estratégica. ¿Poderse bañar en las dos orillas del río? Porque si se para y se queda ahí Valencia cae. Si era para eso, le hubiese salido más cómodo pararse en la orilla que estaba y muchísimo más barato. Además de aprovechar el caudaloso Ebro como barrera defensiva natural inmejorable, cuando Franco le atacase.
Franco detiene casi inmediatamente la ofensiva, se da cuenta de la importante masa de maniobra empleada y como tiene una inmensa superioridad aérea y artillera, que sabe usar, decide terminar la guerra. Convierte la lucha en una batalla de desgaste qué tritura definitivamente el ejercito republicano. El mes de noviembre los pocos restos del ejército destrozado pasan el Ebro. Deja Franco que se pudra la situación en el bando republicano. El avance hasta Barcelona es un paseo, ésta lo recibe alborozada. Así nos lo cuenta Rojo con gran pesar. (V. Rojo, ¡Alerta a los pueblos!, pág. 141-142.)
En febrero, el humillador general Rojo, pasa la frontera francesa. Como ya estaba aburrido de tanto humillar, se le abren los ojos y no se fía de los comunistas (Alerta a los pueblos, págs. 239-240), decide no regresar, dos meses después, en humillación final, Franco firma el parte del fin de la guerra. No somos nadie
En otro libro anterior, La incompetencia militar de Franco, que el señor Laso también tendrá, el coronel Blanco, nos había contado la torpeza de Franco en su avance sobre Madrid. Opinaba el sabio coronel que el avance debía haber sido hecho por Despeñaperros, en vez de apoyarse en la frontera portuguesa avanzando por Badajoz como hizo: la carretera era mejor y se hubiese ahorrado setenta y nueve kilómetros, así la toma hubiese sido mucho más rápida.
Es original la maniobra, no se le hubiese ocurrido ni a un cabo 1º con paga. El muy incompetente coronel quería meter al pobre Franco con una columna de apenas 12.000 hombres y escasa artillería, que era las fuerzas de Regulares y el Tercio que disponía, por un itinerario con los dos flancos descubiertos, en un terreno abrupto, contra un enemigo muy superior en número, se calculaban que unos 42.000 milicianos voluntarios, poco instruidos y mal mandados, pero valientes y muy motivados, eran los que se oponían al avance y por una zona manifiestamente de izquierdas, como se había demostrado en las elecciones de febrero.
El bobo de Franco prefirió ir pegadito a la frontera con Portugal, con un flanco cubierto y además cubierto por una nación amiga, que le ayudaría en todo lo que pudiese, como así fue, por un terreno mucho más suave, con un enemigo menos belicoso, menos organizado e inferior en número.
Maniobra que le permitiría enlazar, en Cáceres, con el Ejercito del Norte mandado por Mola, como así fue. Y además ganar la gran baza moral y de propaganda mundial de la liberación del Alcázar de Toledo, como así fue.
Pena, para el señor Laso, fue que el coronel Blanco no mandase la maniobra, pues la guerra hubiese acabado en nada, eso sí con la victoria de la República.
Nos asegura que Rojo era enemigo de los africanistas. También nos cuenta que funda una revista dirigida por él y el capitán Alamán, tío mío y conocido africanista.
Yo, ahora, le voy a contar cosas más íntimas del general Rojo, brillante militar y estupenda persona, tuve la ocasión de hablar con él en varias ocasiones. Eran mi padre Luis Alamán y mi tío Emilio Alamán, los dos defensores del Alcázar y amigos personales de Rojo.
Rojo, como Miaja, pertenecía a la UME (Unión Militar Española) de derecha y principal protagonista en la preparación del Alzamiento, organización nacida como oposición a la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista). Así se lo cuento y nos lo cuenta Largo Caballero. (F. Largo Caballero, Mis Recuerdos. Cartas a un amigo, México 1954, pág. 213-214.)
A Rojo el Alzamiento le cogió en Madrid, donde todos sus compañero de la UME fueron asesinados. Fue el designado por el Gobierno, como antiguo y querido profesor de la Academia, para invitar a la rendición del Alcázar, le reciben el comandante Blas Piñar (padre de Blas Piñar y de pensamiento afín) y el capitán Emilio Alamán, íntimos amigos suyos y camaradas de la UME. El encuentro, como me contaron mi padre y mi tío, fue muy emocionante. Propuso las condiciones que fueron rechazadas, y se generalizó la conversación. Relató que tenia a sus dos hijas y a su mujer como rehenes en Madrid desde el principio de la guerra, que serían asesinadas si no regresaba, pero que si Moscardó se lo ordenaba se quedaba en el recinto. Éste le dijo que estaría encantado, pero que era una decisión personal, solo por él a tomar y qué en sus circunstancias le aconsejaba que se fuese.
Rojo se emocionó y les contó como iba el avance de Yagüe sobre Madrid. Les dijo que en unos días estarían tranquilos, pues solo tenían un millón de cartuchos de fusil y ametralladora y dada indisciplina de fuego no les durarían nada. Había un barco mexicano que los traía pero tardaría una semana, esto lo comprobaron, los sitiados, en los días siguientes, y que él pensaba que el fin estaba próximo. Les avisó de la preparación de la mina y se despidió con un grito de ¡Viva España! Por cierto prohibido en la zona republicana, ¡que tengáis suerte! B. Bolloten lo ratifica (La guerra civil española, pág. 480). Moscardó lo cita en varias declaraciones suyas.
Nunca Rojo, en ninguno de sus libros, niega estas afirmaciones. Luego las cosas fueron como fueron y llegó a ser el Jefe del Ejercito rojo.
Le parece fatal a don José María que a su regreso a España le juzgasen. Debe de quedar claro que en ningún momento fue detenido y que la pena de 30 años le fue indultada inmediatamente sin que entrase en prisión.
No pasó lo mismo con los generales que se sublevaron en Madrid, Barcelona, Guadalajara y muchos otros sitios, a los que los conmilitones del señor Laso ejecutaron a todos. Ejemplo clásico: Rey D'Harcourt, heroico defensor de Teruel, rendido en el 7 de enero de 1938. Fue fusilado por comunistas, sin formación de causa, el 7 de febrero de 1939, en la frontera francesa poco antes de pasarla sus asesinos.
Mi tío Emilio era general de brigada cuando, ayudado por él y por otros compañeros, regresó Rojo. No debía dar mucha importancia Franco al asunto, cuando Emilio fue nombrado Director de la AGM, Director General de Enseñanza Militar, ascendido a general de división y posteriormente a teniente general, puesto máximo en el escalafón.
Le parece fatal a don José María que Franco no le reconociese la graduación a Rojo. Esto hace pensar que si la guerra la hubiese ganado los del señor Laso, seguro, ¡no! ¡segurísimo! Que a Franco le hubiesen reconocido también su graduación y, por supuesto, ¡faltaría más! a todos los militares sublevados. Qué pena que no viva mi padre para contárselo, con lo que le gustaban a él los chistes, sobre todo los de los comunistas, que suelen ser muy buenos y tan reales como la vida misma. ¡Don José María, no nos tome el pelo! Sea usted serio.
Le va a contar su íntimo, el señor Carrillo, su jefe por aquellas fechas, que es menos chistoso que usted, lo que hubiese pasado: «La condena de muerte a Franco, la firmaría, sí... Estoy entre los españoles que piensan que ver morir a Franco en la cama es una injusticia histórica... Yo nunca he esperado que Franco muriese y he hecho lo posible para cazarle antes de que se muera... ¡Pienso todavía cogerle antes de que se muera!» (Declaraciones de Carrillo a Oriana Fallaci, semanario L'Europeo, 10 de octubre de 1975; no hace tanto, ¿verdad, señor Laso?)
Sin embargo Rojo así fue despedido por sus enemigos, nada que ver con los comunistas, gracias a Dios:
«A las cinco de la tarde estaba en el número 48 de la calle Río Rosas... había como doscientas o trescientas personas esperando. Se veían algunos coches oficiales, dos de ellos del Ejército. Había una mayoría de hombres maduros... Estábamos también... algunos falangistas que rendían su último tributo as un hombre que se equivocó, pero que lo hizo a la española... salió, llevado a hombros de familiares y amigos, posiblemente también de viejos subordinados, un ataúd. Dentro iba... el comandante Vicente Rojo, general jefe del Estado Mayor del Ejército popular en los años de nuestra guerra. Indudablemente un gran general, un hombre que había destacado antes del 36 por su inteligencia en el mundo militar. Autor de numerosos folletos y libros sobre cuestiones de táctica y estrategia; hombre católico a quien los azares de aquella tremenda convulsión sufrida por España... colocaron frente a los nacionales. Sin embargo Vicente Rojo al igual que Miaja Perteneció a la UME y sus ideas estaban posiblemente identificadas con los generales, jefes y oficiales que, acompañados del pueblo, se alzaron en armas por la independencia y la libertad de España. Confieso que sentí una viva emoción mientras hacía la señal de la cruz y rezaba un padrenuestro por su alma... con su muerte desaparece el mejor general que hubo en campo marxista; un excelente estratega y un gran táctico que en uno de sus libros reconocería las razones militares. Políticas, sociales y humanas que inclinaron, desde el punto de vista puramente profesional, la balanza de la victoria del lado de Francisco Franco. Volvió a España en 1957... entre sus familiares, sus recuerdos y sus estudios militares, a los que se dedicó hasta la muerte. Entre la infinita morralla de los generales soviéticos y de los aficionados de diversos países, él fue el único que supo poner orden en las vanguardias rojas y lanzarlas al ataque. Singularmente en Belchite, Teruel y el Ebro. Ya es bueno que fuese un español quien consiguiese esto, mientras que todos los servicios de la retórica marxista elevaban al más alto pedestal a una patrulla de delincuentes o de extranjeros. Su trabajo fue silencioso y eficaz –para nuestro dolor y nuestra gloria– y al cabo del tiempo uno prefiere, personalmente, que este honor recaiga de quien fue enemigo sin dejar de ser español, que sobre toda la caterva de generalitos rusos que pretendieron alzarse con el santo y la limosna... Yo recordaba su visita con bandera de parlamento al Alcázar, donde luchaban sus compañeros de academia, de la cual era un buen profesor. Entonces les animó a resistir informándoles de la proximidad de Yagüe, y vacío su petaca en beneficio de la sed de humo de los sitiados. Su palabra y sus pitillos, su talento y su silencio, me hicieron ponerme en posición de firmes. No es hora de hablar de debilidades sino de grandezas. Descanse en paz... este general cuyo nombre está vinculado perpetuamente a nuestra guerra. Digo nuestra guerra, la de unos y otros, la que se hizo pensando en una España mejor para todos los hombres de buena voluntad que en ella participaron.» (Rafael García Serrano –falangista notorio–, en La Nueva España, Órgano Provincial del Movimiento, 17 de junio de 1966, pág. 28.)
De verdad piensa el señor Laso algo parecido con su Mundo Obrero. No nos cuente otro chiste. ¡Por favor!
Para su satisfacción le contaré que cobró, hasta su muerte, los derechos pasivos que le correspondían a su grado de comandante.
Y finalizo con una pincelada de nuestro común admirado general Rojo y, según nos dice el señor Laso, sus amados comunistas:
Estaba el Gobierno en Francia. Los comunistas y Negrín obligaban a los suyos a defenderse, imponiendo cientos de penas de muerte a los que flaqueaban. Rojo se niega a volver a la zona centro y escribe:
«Si era verdad que la zona central iba a continuar la guerra en serio, ¿por qué se liquidaban en Francia las existencias que en víveres, materias primas y armamento de transito se tenían acumuladas? Esto era demasiado claro y definitivo y significativo para no desconcertarse: por un lado se liquidaba económicamente el conflicto, transformando todas las existencias [en dinero naturalmente, que todos sabemos era para Cáritas]; por otro se ordenaba resistir sin dar medios para ello, ni siquiera víveres.» (¡Alerta los pueblos!, pág. 240.)
Menos mal que, como autoridad final y definitiva, nos cita al famoso experto en táctica y estrategia, general Lister, estudiado en todas las academias militares del mundo, que nos asegura que Franco no tenía ni idea.
Se sabe, con seguridad, que, en aquella época, para asombro del señor Azaña, ya sabía leer el plano e intuía que podía servir para algo.
Ya conoce el señor Laso lo que opinaba Umbral, conocido antifranquista, aunque no tonto, de la bobera de Franco. Le repito: «Ahora sabemos que fuimos vencidos por un mediocre, y no por un gran militar. Esto resulta aún más humillante. Uno no cree demasiado en la gloria de los tontos... Declarar ahora que Franco era un manús supone la mayor humillación para el Ejercito de la República y para los españoles que le padecimos. En verdad que el historial de Franco no está del todo mal para un tonto. Se puede sospechar que la tontería se encuentre en Blanco y en Preston.» El Mundo, 24 de abril de 2000. ¿Tendrá que ampliar su lista el señor Umbral?