Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 29 • julio 2004 • página 23
Sobre el libro de Javier Sádaba, Principios de bioética laica,
Gedisa, Barcelona 2004, 139 páginas
Sádaba es catedrático de Ética en la Universidad Autónoma de Madrid y se ha ocupado de bioética en otros libros recientes como Hombres a la carta. Los dilemas de la bioética o La vida en nuestras manos. Ahora lo hace otra vez, pero teniendo muy presente uno de los lemas de la colección «Bioética» de la Editorial Gedisa, que propone presentar los problemas morales de nuestra época «desde un punto de vista pluridisciplinar y laico».
Desde el principio deja bien explícita su intención: «Se trata de la carga ideológica y, fundamentalmente, religiosa que tiñe muchos de los textos dedicados a la bioética.» Y continúa diciendo que el contexto son «las relaciones entre la bioética y la religión» (página 9).
Otra aclaración más. Lo de «bioética laica» o es, ciertamente, un pleonasmo, o un ataque a lo religioso, dicen algunos. No le importa caer en el pleonasmo porque Sádaba tiene una importante razón: que algunos introducen la polémica previamente cuando presentan una bioética con el sello de teológica o confesional. ¿Por qué se hacen semejantes intromisiones en la actualidad? La suya es una postura alternativa a estas bioéticas, precisamente. Tampoco mantiene un laicismo antirreligioso, simplemente cree que las discusiones sobre esta materia deben ser planteadas «con toda la racionalidad posible» (página 10), es decir, que es necesario dar razón de las cosas para poder entenderlas. Mas no podría hacerse esto sin ejercitar el espíritu crítico.
Pasando al contenido, comienza presentando lo que denomina «La bioética como problema». Se trata de un gran problema, verdaderamente, porque la genética ha realizado una revolución, cambiando nuestra visión del mundo. A partir de 1953, Crick y Watson informaron al mundo científico de su descubrimiento de la doble hélice y el ADN, clarificando la transmisión hereditaria. Después, lo demás será cuestión de años para que podamos manipular células y reorientar la evolución a nuestra conveniencia, con toda la serie de consecuencias que todo ello implica. ¿Cómo responder a tales retos? Las creencias y las confesiones dicen muchas cosas sobre el asunto. También se manifiestan las legislaciones. Sádaba, en cambio, confía más en una moral sólida que preste gran atención a los datos de la ciencia y se preocupe de los derechos de los ciudadanos. Para esto necesitamos de una conciencia moral que no ignore lo que está ocurriendo ya, y que, como mínimo, dibuja un «panorama fascinante» (página 27).
Este es el horizonte que ofrecen las bioéticas, que tienen que hacer una reflexión moral sobre la vida que estalla de nuevo. Porque los avances biológicos plantean problemas, a los que tienen que responder campos disciplinares múltiples, entre los que se encuentran las dimensiones morales. La bioética no es otra clase de ética, por eso hay que establecer su campo correspondiente en el interior de la ética: es preciso «preguntarnos por la ética que subyace... a la bioética que ha nacido» (página 43).
La pregunta implica plantearse la fundamentación de la bioética. El capítulo tercero trata este asunto, pero lo hace en unas escasas diez páginas. Se limita a exigir una bioética universal y una moral que afirme la autonomía del ser humano, con su dignidad y derechos, «que nadie, con ningún golpe de magia, puede eliminar» (página 52). Tal idea de universalidad lleva a Sádaba a pedir respeto por las distintas culturas y hasta a integrarlas en un objetivo común. En el caso de que cambiara tanto el ser humano que tuviera que redefinirse, tendríamos que hacer frente responsablemente a la nueva situación. «Mientras tanto, están en su lugar los Derechos Humanos, la autonomía de los individuos y la obligación de no usar a nadie como medio» (página 58).
Mucho más interesante resultan los tres últimos capítulos que responden al tema que quiere tratar, el de las relaciones entre la dialéctica y religión. ¿Cuál es la principal razón del interés de las religiones cristianas por la bioética? La concepción de los seres humanos en su sistema de creencias encuentra dificultades para encajar con los datos científicos disponibles. Igualmente les resulta inaceptable una moral autónoma que con toda naturalidad prescinda de cualquier fundamento trascendente en su legitimación y actuaciones. Los avances en bioética dan más poder al hombre y le hacen independiente, lo que no se conjuga con el sometimiento a Dios creador.
Para ilustrar estas ideas analiza Sádaba la clonación y la eutanasia. En ambos casos salta el principio de que la vida es un don de Dios, quien la crea y la mantiene, valiéndose --eso sí-- de medios naturales. De pronto al hombre mismo le empieza a interesar hacer vidas y controlarlas, lo cual resulta una verdadera aberración. ¿Qué hacer entonces? Parece que sólo queda mantener una postura inflexible en la no aceptación de todos estos experimentos, que, sin embargo, no van a parar: «A las religiones... la clonación las cogió por sorpresa» (página 93).
Con la eutanasia, la totalidad de los argumentos se reducen a reflexionar sobre el tema de Dios creador. En este caso, nadie tiene derecho sobre su vida. A partir de aquí ni tan siquiera cabe pensar en regular la eutanasia, es que moralmente no puede aceptarse, sencillamente, porque supondría rechazar el valor supremo de la vida. La confrontación es total con quien defienda que somos nosotros los que construimos los valores.
Todavía más, porque hay que analizar la relación vida-muerte. En principio, la muerte forma parte de nuestra condición humana. Ahora bien, ¿cabe también postular la inmortalidad? Bueno, en todo caso esto cabría plantearlo desde la fe. Mientras tanto, la vida continua y llega la vejez, que sigue teniendo derecho al bienestar como cualquier otra etapa de la vida. Se trata de cambiar la perspectiva para pensar el «más acá» frente al «más allá». En el «más acá» sucede el proceso de la vida sobre el que tenemos que poder decidir responsablemente. Todo lo que conduzca a mejorar la vida debe ser bienvenido, como ha de ser, igualmente, rechazado lo que la manipule y mediatice. La bioética también puede encaminarse en la buena dirección. Y precisamente esta es la cuestión y no el de las adjetivaciones que la orientan ideológicamente.