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El Catoblepas, número 30, agosto 2004
  El Catoblepasnúmero 30 • agosto 2004 • página 14
Televisión

De la telebasura a la parodia informativa

Fernando Bellón Pérez

Se explica la convergencia entre los programas paródicos de los informativos televisados y los propios informativos como una conclusión inevitable de la deriva de la televisión, empujada por los análisis de audiencia y la competitividad del mercado audiovisual

La televisión y la radio son los medios de comunicación que más nutren informativamente a los ciudadanos del mundo actual. Aquí no hay distinción ni de fronteras, ni de regímenes políticos ni de nivel de desarrollo, aunque la calidad y la forma de los programas informativos sí varíen de un lugar a otro del planeta. Es importante señalar que se trata de una información constante y gratuita.

Según lo anterior, los seres humanos de hoy en día deben ser los más y mejor informados de la Historia. Pero, no es así. Lo que predomina hoy por encima de otros rasgos distintivos en la información de la actualidad es la confusión y la falta de rigor.

Quiero partir de un fenómeno paradójico muy reciente, para reflexionar sobre este tema de la información superficial, constante y gratuita que llega a todos los rincones del planeta.

Me refiero al fenómeno de la parodia, a los programas audiovisuales en los que se hace burla y también escarnio de la actualidad. El fenómeno está derivando hacia una paradoja insospechada hace apenas un par de años. En lugar de que el programa o la información paródica imite a la seria, son los informativos audiovisuales los que se parecen cada vez más a sus parodias.

¿Por qué ocurre esto?

Antaño, en las redacciones de los diarios existía la costumbre de pegar en una pared o en un cristal recortes de titulares y fotografías que no tenían que ver unos con otras, pero que ofrecían una combinación chocante, irónica, procaz y hasta un poco subversiva. Era una vía de escape que los profesionales de la información nos permitíamos para burlarnos de nuestro trabajo y de nuestra condición, y para no sentirnos unos pobres desgraciados.

Ignoro si continúa esta sana costumbre, porque hace tiempo que no visito una redacción de diario. Conozco varias redacciones de televisión y de radio, y sospecho que el hábito no ha pervivido.

Será porque no hace falta. En la programación audiovisual existen desde hace tiempo espacios basados en la burla de la actualidad que ha sido objeto de noticia en el mismo medio. En la radio y en la televisión florece la parodia informativa de casi todas las secciones que constituyen un diario hablado o un telediario. Se parodia la información política, la deportiva, la cultural, la de sucesos, la de «sociedad», la de espectáculos.

El pionero fue un programa producido por Sean Hardie y John Lloyd para la BBC entre 1979 y 1982, «Not the 9 O'clock News», que causó furor, y fue ejemplo de lo que vino después. «Not the 9 O'clock News» parodiaba los informativos televisados, buscando la vuelta de las noticias y recreándolas como disparates verosímiles. Luego, llegaron los teleñecos, encarnando los mismos personajes ante las cámaras. Y por último, la sátira llegó a la radio, con las imitaciones de voces de famosos y de políticos.

De la burla a la confusión

Ahora estamos viendo que se parodia también el modo como se realiza un telediario, su entramado hasta ahora oculto por pudor o por prudencia: los directos y sus fallos, las tonterías o las barbaridades que se dicen en los platós cuando la cámara está inactiva; puesto que algunas se escapan y se emiten, han sido la base argumental de este paso adelante que, a mi entender, ha dado el programa «UHF» de Antena 3. La novedad de este programa es que pone en entredicho la veracidad y solvencia de las informaciones «serias», al dejar en evidencia sus cimientos chapuceros, tapados por una inteligente «profesionalidad», que a mi entender equivale a la pericia de los prestidigitadores, maestros en el arte de hacer creer que tienen la chistera o las mangas llenas de conejos o de palomas.

Hasta ahora, los medios audiovisuales se habían burlado de la actualidad y de sus protagonistas. Luego empezaron a burlarse unos de otros. Desde no hace mucho, se burlan de ellos mismos.

Hay una excepción. Es la de los programas del corazón. Estos no tienen su réplica paródica, porque resulta imposible hacer una parodia de algo que se basa en la parodia misma, sería un retruécano mediático.

Este hecho (el de las parodias) no tendría por qué ser motivo de preocupación, pues el sentido del humor es uno de los ingredientes fundamentales de la convivencia. Y no es que se abuse de él, no es que los medios se hayan vuelto unos «graciosos» sin gracia, pesados e inoportunos. El problema es que se está produciendo una fatal convergencia entre los dos géneros, abocada a una confusión que puede acabar con la esencia misma de la información, es decir, con la distribución pública (gratuita o no) de novedades que afecten o interesen a la vida de las poblaciones a quienes van dirigidas (con manipulación, sectarismo e intoxicaciones o sin ellas).

El hecho es así de tremendo: en lugar de que el programa o la información paródica imite a la seria, son los informativos audiovisuales los que se parecen cada vez más a sus parodias. Es algo así como el impero del «making off», de las «tomas falsas» hasta ahora limitado a las películas y a las teleseries, y hoy ya en el ámbito de los telediarios.

La paradoja no ha llegado todavía a calar en los medios escritos porque tiene peor cabida y porque choca contra la base en la que se reproduce (el papel) y su tradición. Los diarios y las revistas impresas no pueden hacer burla de ellas mismas sin convertirse en otra cosa ya tipificada. No existe burla de la palabra impresa, sino con la palabra impresa. Una burla que se constituye en géneros literarios muy viejos y con unas normas bastante estrictas. Además, forma parte de un modelo culto, en el sentido de minoritario y fino, mientras que los medios audiovisuales dan lugar a modelos populares y burdos, herederos, quizá, de la tradición juglaresca.

No obstante, la información que proporcionan los medios impresos poco a poco, o mucho a mucho, se va deteriorando. Era así hasta que se empezaron a distribuir periódicos gratuitos. Pero desde entonces, la calidad (de estos y de los que cuestan dinero) va en picado.

Las leyes del mercado

Las preguntas que interesa aclarar son: ¿por qué se está alcanzando este punto de convergencia, de confusión, de mezcla de burla e información? ¿Cómo se ha llegado a aquí? ¿Cual ha sido el proceso degenerativo de la información audiovisual? ¿Tiene que ver esta deriva con la concentración de los medios en pocas manos, con la apropiación que los gobiernos han realizado de los medios audiovisuales públicos, con la llamada globalización de la información?

Hay quien pone como modelo de información audiovisual la que se hacía hace treinta años, cuando, por cierto, no sólo en la España de Franco, sino en todas las democracias parlamentarias europeas, la televisión también era un monopolio del Estado. Otros dicen que aquello era un modelo plúmbeo, sólo soportable porque era el único.

No sé si alguien se ha tomado el trabajo de hacer un estudio comparativo riguroso, y basado en términos que se convengan objetivos, de un informativo televisado de 1974 y otro de 2004. Sospecho que el porcentaje de «información pura» que se encontraría en ambos sería muy parejo. Por lo demás, se descubriría en los dos una distorsión interesada, aunque desde bases ideológicas dispares.

La diferencia más significativa (aparte de la formal) sería la de los temas objeto del informativo y la de las ausencias de temas en cada uno de ellos.{1}

En 1974 la información política (la oficial, naturalmente) dominaba sobre todas las demás. Los sucesos locales no existían, las catástrofes tenían que ser muy grandes para alcanzar un eco, y desde luego, la vida privada de las personalidades de todo género y profesión no salía jamás en los telediarios, a excepción de las jornadas de pesca del Caudillo. Me refiero, claro, a TVE.

Esto fue así hasta bien entrada la Transición. Y en las televisiones del resto de la Europa con democracia parlamentaria, también. Es necesario tener en cuenta un dato cuya significación escapa de estas consideraciones: la «transición» de las televisiones públicas a las privadas coincidió cronológicamente en toda Europa, y lo más curioso es que fue casi contemporánea con la «Transición» política española. ¿Fue nuestra maduración política simultánea a la de los europeos con pedigrí democrático? Sea como fuera, las televisiones privadas (las españolas y las de allende los Pirineos y la raya de Portugal) empezaron a introducir los temas «con gancho», precisamente para ganar audiencia.

No me parece sensato afirmar que esta deriva estuviera originada en el oculto propósito político de atontar al personal. O que se debiera a la perversa y crematística decisión de oscuros «holdings», obsesionados por inundar el mundo de porquería. En otras palabras, no veo yo una relación directa entre la concentración audiovisual y la telebasura, incluida la informativa.

La lucha por la audiencia, por el mercado, es lo que ha influido más en los contenidos y en las formas de los telediarios, igual que en el resto de la programación. Televisión Española fue la última en entrar por ese camino de la información convertida en unos entremeses variados. Sin embargo, también es preciso observar que los informativos no han sido hasta hace muy poco objeto de la competencia por la audiencia audiovisual. Las cadenas privadas han tenido y tienen redacciones y presupuestos mucho más limitados que las cadenas públicas.

Una producción cara y con poco margen de maniobra

La producción de un telediario es bastante más cara que la de un programa de variedades (de los de antes, porque los de ahora o cuestan cuatro duros o no se hacen). El presupuesto empleado en personal es elevadísimo, el dedicado a transmisiones en directo, ya sean locales, nacionales o internacionales es brutal, la captación y edición de las noticias requiere muchos equipos que se desplazan en vehículos a distancias a veces considerables.

Por cierto, que esta vorágine de captura y edición de información (o de entremeses picantes) se hace en cosa de dos o tres horas, con frecuencia con menos tiempo. De este modo puede explicarse la superficialidad de las noticias que se emiten en televisión, y la sensación que dan de hechos fragmentarios desconectados a la fuerza, arrancados, del todo de la actualidad o al menos de la parte de la actualidad a la que pertenecen. Debe de tenerse en cuenta, además, que los redactores audiovisuales no son especialistas, para que puedan cubrir todos los temas (salvo los deportivos y los del corazón, una especialización minúscula en la mayoría de los casos). Y eso sin entrar en el tema de los «becarios», estudiantes o recién licenciados/as que intervienen en la captación y elaboración de noticias con la misma eficacia que los profesionales veteranos, porque no se espera que su trabajo tenga ninguna marca de calidad; más aún, salen más baratos y son más dóciles a las instrucciones de los editores.

Los informativos han empezado a ser «competitivos» hace muy poco. Hasta que las informaciones «con gancho» no se hicieron un hueco en ellos, ni Tele Cinco ni Antena 3 pusieron gran énfasis en sus telediarios, fuera de ocasiones muy concretas o de campañas autopublicitarias. De hecho, en más de una ocasión estas cadenas han recortado el volumen de sus redacciones porque se les disparaban los gastos. Para no tardar en incrementarlas de nuevo, por unas u otras causas relacionadas casi siempre con la necesidad de competir en «el prestigioso campo de la información». (Es decir, hasta hace poco, la información prestigiaba las cadenas. Hoy, ya no podría emplearse este argumento.)

Por informaciones «con gancho» me refiero a los sucesos (no políticos), catástrofes de toda clase e intensidad y a esas noticias inclasificables, ambiguas, en las que aparece la violencia, el sexo y el dinero, los tres puntales clásicos de la prensa amarilla, que se han instalado cómodamente en la televisión acromática, aunque sea de colores.

Considérense las características de estas noticias «con gancho». Son baratas, se resuelven con el desplazamiento de un equipo, que debe limitarse a grabar las fachadas de los edificios donde se ha cometido un crimen (el día que llegan a tiempo de captar al cadáver, los editores felicitan babeantes al cámara y al redactor de turno), y a poner la alcachofa o micrófono ante la cara de quien desee hablar (es decir, salir en la tele, cada vez más gente), sin parar en cuentas de si han sido testigos del hecho o no (el día que consiguen una declaración de primera mano y coherente, el editor se pone a dar berridos de satisfacción). Estas piezas informativas se confeccionan rápidamente y las puede realizar un estudiante de ESO. Y por ende, llaman la atención. Un chollo. Así que, a llenar los informativos con provocaciones al buen gusto y al sentido común o con trivialidad.

Bastantes informaciones tienen un interés social auténtico (social, así es como se le llama, aunque la sociedad sea tan variada como un plato de entremeses). Pero se trivializan porque su edición tiene que resolverse en una o dos horas, y si acaba de producirse el hecho, sólo da tiempo a ofrecer una versión inmediata y sin contrastar del mismo.{2} A veces, se resuelve la falta de material con «encuestas ciudadanas». Valga mi propia experiencia de «encuesta ciudadana» ejecutada por tantos y tantos periodistas: a veces, ante la imposibilidad de una declaración válida, se recurre al compañero o se pacta una respuesta con un saleroso vecino que no tiene nada que ver con el asunto.

En esta deriva hacia el espectáculo, hacia lo urdido antes que lo espontáneo, y hacia lo inmediato porque careces de tiempo y de cosas sólidas que contar, es cuando se produce el punto de convergencia entre la parodia y la actualidad informativa.

Hoy ya es un modelo el del reportero que se acerca micrófono en mano a un famoso o famosa, a un político o política, para preguntarle una soplapollez que provoca la risa de la audiencia, su interés, el salto espectacular en el rate. Pues bien, hasta hace nada este modelo era exclusivo de los programas paródicos. Hoy, aunque todavía no es habitual, se ha convertido en creíble y ha entrado en el sacrosanto marco de los informativos «serios».

Ante una catástrofe o un atentado, acuden como moscas los reporteros con la alcachofa en la mano. Y los más atrevidos empiezan a contar lo que no ven, o bien porque lo imaginan o bien porque lo deducen o bien porque alguien, un compañero, un policía municipal, un vecino, les ha hecho vagas sugerencias. Lo cierto es que los reporteros de las películas norteamericanas lo hacen mucho mejor. Pero los jóvenes cachorros del periodismo español terminarán aprendiendo y lanzarán convincentes discursos con un escenario de hierros retorcidos a sus espaldas.

Una perversión «espontánea»

Lo mismo vale para los directos radiofónicos o para las conexiones telefónicas en un telediario. Soy testigo de una de ellas desde la calle Serrano de Madrid, la tarde del 11 de septiembre de 2001. Un editor enloquecido comunicaba desde la redacción al periodista presente ante la embajada de los Estados Unidos lo que tenía que decir: que la guardia civil y el ejército rodeaban el edificio ante el peligro de otra atrocidad como la de las Torres Gemelas; el periodista afirmó que lo que él veía no era nada de eso; al final, parece que convenció al loco de su jefe, que habría chillado de gozo si un coche lleno de explosivos, conducido por un kamikaze, hubiera irrumpido contra la embajada ante los ojos de «su» redactor.

Este ejemplo me vale para argumentar algo importante. La perversión de la información, el deterioro de la calidad de las noticias, no es una confabulación de nadie, ni de potentados infames ni de directivos retorcidos. Cuando un medio traspasa un umbral hasta ese momento tabú, los demás le siguen a la carrera. El momento y las circunstancias de ese paso en falso, que a partir de entonces se convierte en paso sólido y «veraz» (porque muchos se lo creen) pueden depender de una casualidad, del humor de un periodista, del contenido etílico de su sangre. Lo importante es que alguien lo dé.

Junto a este fenómeno imitativo accidental, casi, casi espontáneo, está otro estructural: la fabricación del informativo.

Como es natural, los telediarios obedecen a un orden preestablecido, las noticias no van saltando una tras otra a la pantalla en feliz y casual sucesión. Lo que se ve a las tres de la tarde o a las nueve de la noche está previsto a las diez o a las cuatro, como muy tarde. No se podría emitir si no es de esta manera. Ahora bien, lo que en principio es una imposición de orden ineludible, se puede transformar en un orden calculado interesadamente. El misterio es cómo se vierte ese interés (económico, político) en el telediario. Porque cualquiera que se haya tomado la molestia de saltar de una cadena a la otra habrá observado que muchas veces llegan a coincidir las noticias. Y no porque se hayan puesto de acuerdo los editores de las emisoras en competencia. Esto no sólo es estúpido, sino imposible, porque a lo largo de la mañana o de la tarde se introducen cambios en el orden de las noticias que ni siquiera con la presencia de espías podrían copiarse. Si todos los telediarios se parecen es porque todos los editores piensan muy parecidamente. Sé que suena a una sentencia peregrina. Pero, qué le vamos a hacer, resulta comprobable empíricamente.{3}

Lo más tremendo de todo es ver cómo coinciden, incluso, las supuestas novedades o los «scoops» oportunistas. Es más fácil y más barato fabricar una noticia (fabricar en el sentido negativo del término) que ir a buscarla. Esto da lugar a que muchas de las piezas informativas que emite un telediario estén «prefabricadas». O bien son convocatorias de ruedas de prensa, o inauguraciones (y decían que sólo inauguraba Franco), o presentaciones descaradamente publicitarias (sobre todo de películas y de novedades musicales, y lo más grave es que salen gratis al distribuidor, al que ninguna redacción le pasa factura) o, en el caso extremo, «invenciones» de la cadena. Si un telediario saca a un deportista confesando que se dopa, sea cierto o no, interese o no, sea significativo su caso o no, se «rompe» con la competencia. Y además, consigue que al día siguiente, el tema aparezca en las demás cadenas, arrastradas por él, debido a sus obligaciones con la audiencia.

Antes, los informativos audiovisuales sólo «tocaban temas serios». Luego, empezó introducirse la actualidad «con gancho» de los sucesos, la violencia y el sexo. Y ya ha entrado en ellos por la puerta grande la trivialidad: que si Beckham presenta una autobiografía, que si el ayuntamiento de Madrid investigará el ADN de las heces de perro depositadas en la vía pública para multar a sus dueños, etc.

Bueno, pero siguen existiendo los temas «serios».

Pues, no es siempre así. Los únicos temas «serios» de los telediarios son los aburridísimos cortes de voz de los políticos de turno. El resto de los temas presuntamente serios o que deberían de tratarse con seriedad están redactados de una de estas dos formas: o al dictado de interés político dominante en la cadena, pública o privada, y por periodistas, estos sí, especializados en la lealtad al que paga; o de un modo colorista, divertido, y tan superficial como las noticias triviales.

Sobre el tema «serio» de la Información Internacional (lo pongo en mayúscula para subrayas su seriedad) se tiene que hacer una precisión. En los últimos años del Franquismo, esta información era la única que no se sometía a la censura previa del redactor jefe de turno (la censura administrativa dejó de practicarse con la Ley de Prensa de Fraga o quizá antes). Era la válvula de escape del progresismo amagado en las redacciones carcas, era el estandarte de las redacciones que jugaban a criticar al Régimen. Es decir, era una información que podía admitir cualquier calificativo menos los de imparcial y objetiva. Las cosas no han cambiado.

Lo que hoy resulta más curioso, casi raro, es encontrar una información internacional, no ya presuntamente objetiva, sino ajena a la visión «progresista». Eso sin entrar en el tema de las informaciones de los conflictos internacionales, realizadas por unos «corresponsales de guerra», creadores de un mito (¿se puede decir automitificadores?) que tiene que ver bastante poco con la realidad de su trabajo a veces arriesgado. No sé si será más patético que indignante o más indignante que patético esas lecciones de estrategia militar y esas valoraciones contundentes sobre los distintos avisperos del planeta, como si al aterrizar en su base informativa alguien les hubiera entregado un fajín de general (de Estado Mayor) y un máster de conocimientos precisos y absolutos de todos los líos del mundo.

¿Y las excepciones? El drama es que son excepcionales, y cada vez más raras, se las expulsa del medio a escobazos.

En resumen, las fuerzas que empujan los informativos audiovisuales hacia su perdición son, la presión inerte de la audiencia, el efecto de ella en las redacciones y los intereses políticos que dominan en las cadenas existentes.{4}

El fenómeno de deterioro es el mismo en las numerosas cadenas locales, libres o asociadas, que florecen en toda España. Al no tener apenas presupuesto para montar una redacción, estas emisoras hacen parodias (involuntarias) de informativos, o los completan con tertulias de personajes que comentan la actualidad que otras cadenas han ofrecido.{5}

Menciono sólo de pasada, el asunto del llamado «periodismo de investigación» que últimamente ha entrado en los medios audiovisuales. Dudo que sea periodismo, pero no es de investigación ni por asomo. O se basa en acuerdos que bordean lo fraudulento con los protagonistas, o son montajes de una parte interesada poco o nada visible.

Desgraciadamente no puedo ofrecer como conclusión ninguna alternativa para mejorar el panorama que he expuesto y que está a la vista de todos los que leen, escuchan y miran los medios de comunicación españoles. Sería poco convincente mostrar una varita mágica que nadie posee. Y aunque la poseyera precisamente yo, dudo mucho que me dejaran emplearla impunemente en la selva de intereses creados que es, y ha sido siempre, el periodismo, la publicidad, la propaganda y la política.

Sólo puedo llamar la atención sobre este hecho tremendo de confluencia entre la parodia y la información al que están abocados los medios audiovisuales. Una vez que la diferencia deje de existir o de percibirse, los informativos no cumplirán la función que hoy tienen: hacer conocer a la población las noticias que supuestamente les afectan o interesan, y servir de argamasa, de cohesión de una sociedad encantada con lo que le sirven gratis. ¿O si la cumplirán? Quizá la función social de los medios de comunicación sea independiente de lo que comuniquen y de cómo lo comuniquen.

Noticias gratis

Al principio he mencionado un aspecto que he dejado sin explicar. Ahora es el momento. Se trata de la gratuidad de la información en los medios audiovisuales, incluida la cadena de pago, pues emite en abierto sus sucintos telediarios.

A mi entender este elemento es clave. Y no sólo en lo que afecta a la información, sino a toda la programación. La televisión nos sale gratis a los españoles, ni siquiera tenemos que pagar un canon por el uso del aparato receptor, cosa que no ocurre en Alemania o en Gran Bretaña, por poner los dos ejemplos que conozco.

Una empresa audiovisual que se nutre exclusivamente de publicidad depende de ella, de los anunciantes, de las empresas que intermedian.{6}

La pregunta es, ¿pagarían muchos españoles por recibir información audiovisual? Una respuesta indirecta la dan los suscriptores a la plataforma digital, y aquellos que tienen un contrato con cualquiera de las empresas de telefonía que suministran canales por cable. Pero es solo indirecta, porque lo que ofrecen los canales de pago no es precisamente néctar cultural. De todas formas, es un poco tonto suponer que solo los españoles paguen por un servicio que al resto de los europeos, por ejemplo, les sale gratis. De manera que la encuesta habría que hacerla en todas las naciones del planeta con información televisiva gratuita.

¿Qué pasaría con las redacciones audiovisuales si los consumidores de información tuvieran que pagar por el producto? ¿Podrían mantenerse? ¿Servirían una información mejor?

Mi impresión personal, basada en mi experiencia como periodista, es que esas redacciones podrían existir y subsistir. Sobre la calidad de sus productos, no creo que fuera peor que el que hoy se nos ofrece. Podría ser mejor, pero ya dependería de la voluntad de los suscriptores. Del mismo modo que un diario impreso tiene altibajos, pero sobrevive,{7} en una redacción audiovisual no tendría por qué ocurrir otra cosa. Si nadie se atreve a cobrar, quizá sea porque teme fracasar, o porque romper una tradición tan cómoda y conveniente para el consumidor sea «un riesgo difícil de asumir», como se dice ahora. Pero yo creo que podría ser un remedio para el mejoramiento de la información.

La experiencia de los diarios impresos gratuitos será sin duda ilustradora en este extremo. No creo que lleguen a acabar con los de pago. Sí pueden contribuir a mejorar la calidad de los que se venden en los kioscos, presionados para ser más veraces, más completos. No digo más objetivos o más imparciales. Se puede ser veraz y ofrecer una información de calidad, sin ser objetivo o imparcial. Nadie en sus cabales que compre un periódico espera de él una relación irrebatible de hechos incontrovertibles. A muchos nos gusta saber que los editoriales y los artículos de opinión de los diarios impresos manifiestan una opinión parcial e interesada, valga la redundancia.

Otra cosa es la calidad del producto. De la recogida y elaboración de la información.

Yo tengo la impresión de que los periodistas estamos acabando con una forma de hacer nuestro trabajo que había sobrevivido hasta ahora. Una forma «clásica», en la que se distinguía la información (que se decía imparcial, objetiva, seria, pero que no lo era porque no puede ser, era una convención) de la opinión, y que excluía los temas «no serios».

Hoy esos límites se van borrando. La información se ha teñido de espectáculo, ha invadido algo así como una pista de circo. Y me refiero a todos los medios, aunque donde más se nota es en los audiovisuales.

Pues bien, se privaticen todas las televisiones públicas o no, haya que pagar o no por los servicios de noticias audiovisuales, si esa forma «clásica» de concebir la información se transforma en parodia o en espectáculo, tendremos que empezar a hablar de otra cosa. Y aquellos a quienes nos gusta nuestro trabajo tendremos que buscarnos otro empleo.

Notas

{1} He puesto entre paréntesis lo de la diferencia formal, consciente de lo peligroso que resulta en los medios de comunicación distinguir el continente del contenido. No entro en ello porque carezco de la formación que otros poseen, y les cedo gustoso los análisis teóricos. Prefiero atenerme a mi propia experiencia profesional y a las reflexiones que se derivan de ella.

{2} Preparar noticias de última hora es bastante más complicado de lo que se imagina. Valga como ejemplo la información de tráfico, me refiero a la que proporciona la DGT, tanto en los paneles de las carreteras como en su página Web de Internet o en su servicio telefónico. Con frecuencia, o mejor casi siempre, lo que podemos comprobar personalmente en la ruta tiene sólo relativamente que ver con lo anunciado, existiendo diferencias de tiempo y de lugar a veces escandalosas. Así que, si una red tan bien anudada como la de la DGT tiene rotos y descosidos, qué no tendrá la tejida a parches por los medios de comunicación.

{3} Es famosa la anécdota de Solyenitzin quien, al establecerse en los Estados Unidos, se sorprendió de que los informativos televisados de un país libre fueran tan parecidos, algo que él relacionaba con la censura soviética.

{4} En realidad en las cuatro nacionales y las siete autonómicas aliadas en la FORTA Federación de Organismos de Radiotelevisiones Autonómicas), TV3, Canal 9, Canal Sur, Televisión de Canarias, Televisión de Castilla la Mancha, TVG y Euskal Telebista.

{5} El tema de las tertulias tanto radiofónicas como televisivas merece un minucioso artículo. Hacen el papel de los artículos de opinión en los medios impresos, y con frecuencia son más entretenidas y más documentadas (he dicho con frecuencia, no siempre) que la información emitida. Se puede estar de acuerdo o no con los contertulios, igual que no todos los artículos de opinión que se publican nos agradan, pero hay que admitir que sin ellos, los diarios de papel, y los informativos audiovisuales serían imposibles de digerir, además de indigestos.

{6} El complejo y polémico asunto de la subvención pública de TVE me obliga a dejarlo al margen de este razonamiento. Lo de TVE y las restantes cadenas públicas es un escándalo que sólo un cambio milagroso en la actitud de los políticos que las utilizan podría remediar. Como no creo en los milagros, soy pesimista.

{7} O muere, o se transforma, o es devorado por un grupo mediático o se mantiene gracias a los intereses económicos y políticos determinados, esto es un asunto que también se sale del ámbito al que estoy limitando estas reflexiones.

 

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