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El Catoblepas, número 31, septiembre 2004
  El Catoblepasnúmero 31 • septiembre 2004 • página 22
Libros

Devolviendo a España a sus cauces
por medio de la firmeza y la generosidad

José Manuel Rodríguez Pardo

Reseña del libro de Gustavo Daniel Perednik, España descarrilada. Terror islamista en Madrid y el despertar de Occidente. Inédita Editores, Barcelona 2004

Gustavo Daniel Perednik, España descarrilada, terror islamista en Madrid y el despertar de Occidente, Inedita Ediciones, Barcelona 2004, 319 páginas Recientemente Gustavo Daniel Perednik, colaborador de esta revista, ha publicado el libro que aquí reseñamos, anunciado ya en su sección Voz judía también hay. La obra, dedicada a los españoles tras la masacre sufrida el 11 de Marzo, y con un título claramente revelador del despeñadero político en el que muchos piensan que nos encontramos, consta básicamente de una serie de ensayos que giran en torno a la judeofobia y la demonización de Israel por parte de los países europeos; casi todos los capítulos de la obra discuten varias de las temáticas ya tratadas en la habitual sección de nuestro colega, aunque no por ello dejan de ser interesantes y resulta necesario reseñarlos aquí.

Como decimos, el libro va dedicado a España, pues en su prólogo plantea que los españoles, tras la masacre sufrida, se encuentran en una situación más empática para comprender lo que a diario sufren los israelíes a manos de los terroristas palestinos. Así lo manifiesta el autor cuando cita una conversación con su hijo: «Uri me preguntó si creo que después del 11-M los españoles entenderán a los israelíes. El entendimiento no conoce atajos. Pasa por la toma de conciencia sobre la dimensión de la hostilidad para con nosotros durante por lo menos medio siglo» (pág. 21). Y posterirmente señala que «El dolor de España y el de Israel son uno. Los israelíes venimos intuyéndolo desde hae muchos años; los españoles aún no lo aceptan. Uri me preguntó si creo que los españoles, ahora descarrilados, comprenderán a Israel. Me senté a escribir este libro, un poco en respuesta a mi hijo» (pág. 22).

Y efectivamente, en un libro inspirado en los atentados del 11 M, no podía faltar la crítica a quienes se convirtieron en aquellos días en cómplices del terror. Por ello, los que acusaron al gobierno de dar un golpe de estado informativo son blanco de justas críticas: «La hipocresía radicaba en que quienes así se manifestaban, y exigían que se aceptara la responsabilidad del islamismo en el 11-M, eran los mismos que con respecto al 11-S habían pergeñado la paranoica tesis de una conspiración judeonorteamericana de la que Al Qaeda era una mera cortina de humo» (pág. 129). No obstante, Perednik encuentra motivaciones judeofóbicas en el vuelco electoral: «Era evidente que la investigación en torno al atentado afectó al sentimiento del elector español. Pero coexistían en él motivaciones más profundas. Colocar a los árabes musulmanes como enemigos tan abiertos y declarados, significaba comenzar a hacer trizas prejuicios judeofóbicos de la sociedad española» (pág. 129). De estos supuestos prejuicios hispanos hablaremos más adelante.

Sin embargo, el libro de Perednik, a pesar de que se enmarca en el contexto del 11 M, intenta una aproximación a las causas del terrorismo islámico y la llamada judeofobia, que encontraría su mayor exponente en la actual demonización que sufre el estado de Israel en su lucha por mantener sus fronteras frente a la amenaza de los extremismos de Oriente Medio. El libro pretende ser un análisis, desde una perspectiva liberal muy acorde con nuestras actuales sociedades de mercado, acerca del totalitarismo que pervive en el mundo. Un buen ejemplo es la afirmación del islamismo como «tercer totalitarismo», prosiguiendo la estela del nazifascismo y el comunismo (págs. 50 y ss), y su análisis desde la perspectiva de F. Hayek en Camino de servidumbre (págs. 44-50).

Así, el Islam como religión posee características peculiares que Perednik se encarga de desvelar: «Hay quienes sienten el Islam mismo como la amenaza, puesto que corrientes dentro de él se presentan a sí mismas como una ideología que lo engloba todo, como un proyecto universal que no se detendrá hasta ser derrotado o conquistar el mundo (como los otros dos totalitarismos)». (pág. 51) ¿Cuáles son estas corrientes que «han declarado la guerra» a Occidente?:

«El norteamericano Daniel Pipes viene advirtiendo desde hace una década que el islamismo ha declarado una guerra unilateral a Occidente. Dos Estados son sus usinas, los que respectivamente representan las dos corrientes principales del Islam, la sunita y la chiíta. (El cisma entre ambas corrientes se produjo con la muerte de Mahoma, ya que los chiítas creen que su yerno Alí era el sucesor legítimo para convertirse en califa, y reemplazar a la dinastía omeya ortodoxa. Los sunitas, ortodoxos, constituyen casi el noventa por ciento de los musulmanes). El estado chiiíta es Irán, que invierte mucho en publicaciones, auspiciando periódicos y revistas, para adultos y para niños, en una treintena de idiomas. Al-Fadschr (aurora), muy bien editada, es obra de la mezquita chiíta en Hamburgo y distribuida por doquier; Al-Alam es un semanario político editado en Londres. Agentes iraníes cultivan contactos con los medios, la enseñanza, los partidos políticos y las organizaciones cívicas. Su propaganda es muy sofisticada pero no puede competir con el otro país, la potencia mundial número uno en cuanto a riquezas acumuladas» (pág. 52).

La influencia del chiísmo es tan grande en la antigua Persia, que incluso la Constitución de Irán, desde la revolución islamista de 1979, incluye en su artículo 167 que cualquier parte de la ley islámica, la charia (que incluye la ejecución de quien es apóstata) puede ser legalmente aplicada (pág. 77). Y dentro de la corriente sunnita, Perednik señala una variante que surgió, como sucedió con el Islam de Mahoma, en la Península Arábiga:

«Hace tres siglos, Mohamed Ibn Abdul Wahhab, fundó por medio de violentas prédicas la secta wahhabita dentro del Islam sunita. Como todo totalitarismo, devino en férreamente nacionalista y fue conquistando la península arábiga. Los guerreros wahhabitas fueron asaltando una a una las ciudades de la península arábiga hasta que en 1818 fueron derrotados por el sultán otomano. Pero el futuro de su doctrina quedó garantizado por el hecho de que la asumió como propia la familia más poderosa de la Tierra» (pág. 52).

Las doctrinas wahhabitas son de todo menos conciliadoras: «Los wahhabitas sostenían, como es previsible, que todos los mahometanos (menos ellos mismos) habían abandonado el camino correcto y habían tergiversado el Islam puro por medio de innovaciones que le eran ajenas». Así, todo lo que no sea el propio Corán debe ser rechazado, salvo dos modificaciones introducidas por Wahhab: «El Corán alude a la guerra santa como recurso político para extender la soberanía del Islam. En cambio Wahhab hizo de la guerra santa el primer deber de un creyente». El segundo se refiere a los judíos y cristianos, quienes son considerados en el Corán como los adoradores de un solo Dios, frente a los idólatras, que deben ser asesinados en masa si se niegan a convertirse: «Wahhab reclasificó a cristianos y a judíos como idólatras, susceptibles de ser exterminados. Esa fue su segunda innovación. De ese par de cambios wahhabitas, deriva la idea de guerra santa global contra todos. No hay con ellos negociación posible, ni con los numerosos grupos de asesinos que han surgido en todo el mundo agrupados bajo la sombrilla de Al Qaeda. Para ésta no importa si los asesinados son norteamericanos o españoles» (pág. 53).

Pero la clave para que la doctrina de Wahhab, muerto en 1791, le sobreviviera, estuvo que en sus prédicas fueron adoptadas «por la familia Ibn Saud, que fundó el reino de Hejaz. En 1926 se proclamó rey Ibn Saud, quien pasó a ser en 1932 rey de Arabia Saudí, es decir, rey de harenes y palacios, petróleo y redes informativas, emperador de la más gigantesca concentración de oro negro, dueño de la cuarta parte del petróleo planetario. Hoy hay unos ocho millones de wahhabitas y residen en Arabia Saudí, donde constituyen casi el cuarenta por ciento de la población en uno de los regímenes más oprobiosos del planeta: esclavista, corrupto, represor y misógino, y sin embargo raramente censurado por los medios occidentales de prensa» (págs. 53-54). Además, los saudíes, dada su capacidad económica, son los que controlan en cada escuela islámica europea a un imán wahhabita, lo que propicia la rigidez del islamismo allí predicado (págs. 55-56).

De hecho, el wahhabismo parece mezclar las dos parcelaciones del mundo en la cosmovisión islámica: dar-al-Islam (la casa del Islam, donde moran los creyentes) y dar-al-Jarb (la casa de la guerra), guerra que concluirá cuando el mundo entero sea dar-al-Islam (pág. 81). Es esta la estrategia que siguen organizaciones como Al Qaeda, para las que todos los infieles han de ser eliminados, pues su simple existencia coexistiendo con las ummas (comunidades islámicas) es motivo de degradación y relajo en el Islam.

Sin embargo, estas tendencias belicosas del Islam son infravaloradas o minimizados sus efectos, alterando su significado y haciéndolas más nobles a ojos de lectores de ciertos articulistas, que serían cómplices del terrorismo, en el sentido que el materialismo filosófico propone en La vuelta a la caverna: Terrorismo, Guerra y Globalización:

«Una de las formas de la amistad la ejercen intelectuales y académicos que vienen confundiéndonos a los legos en la materia, tergiversando ante la opinión pública el concepto de 'Guerra santa' o Yihad, como si fuera un inofensivo y loable esfuerzo individual. Pues no. Como explica Daniel Pipes en sus libros y artículos, el Yihad no se refiere directamente a la fe, sino al control político. No es una guerra para convertir personas al Islam, pero sí el denuedo obligatorio de la comunidad islámica para expandir los territorios gobernados por musulmanes a expensas de los territorios gobernados por no-musulmanes» (pág. 108).

No obstante, podemos decir que Perednik deja prefiguradas con sus palabras dos corrientes islamitas bien definidas: una que busca dominar la religión por medio del estado, los sunitas; otra que busca desde la religión dominar el estado, los chíitas. Asimismo, es destacable que la referencia a Pipes permita la situación política del problema, ya que ambas corrientes islámicas están sustentadas desde estructuras estatales, como lo son Irán y Arabia Saudí. No siempre Perednik seguirá este criterio, como veremos.

Sin embargo, y siguiendo con la temática habitual que presenta en esta revista, lo que más interesa a Perednik es señalar la situación del Israel actual y su conflicto con Palestina. Lo más llamativo e importante surje cuando Perednik señala que, hasta 1920, sólo los judíos recibían el gentilicio palestino (pág. 247); nunca los árabes que vivían en la zona, y que nunca hubo estado palestino, pues «los territorios que los palestinos reclaman son territorios 'disputados'. No 'ocupados' [...] Los territorios habían sido anexionados por Jordania, pero sólo dos países habían reconocido esa anexión» (pág. 305).

De hecho, la OLP no se funda hasta el año 1964, cuando Gaza y Cisjordania están ocupados por Jordania, y no es hasta 1967 cuando, tras la derrota en la Guerra de los Seis Días, los árabes de la OLP comienzan a llamarse palestinos e inculcan a sus seguidores la idea de que han tenido una patria que jamás existió, igual que los replicantes de Blade Runner creían haber vivido como seres humanos, cuando su existencia no pasaba de los tres años para los que habían sido programados: «En los palestinos también se ha injertado una memoria artificial. Creen que su nación existió por miles de años, aun cuando apenas medio siglo atrás los únicos palestinos eran los judíos de Sión. Les parece que esta tierra fue siempre suya, a pesar de que un Estado propio nunca existió fuera de su imaginación. Oyen diariamente que deben 'recuperar' Jerusalén, aun cuando la ciudad nunca estuvo en sus manos» (págs. 301-302).

La apariencia de existir un auténtico sentimiento nacional palestino se vio solidificada tras dos hechos muy significativos. El primero de ellos fue la conducta claudicante del gobierno laborista de Simón Peres durante los llamados «Acuerdos de Madrid» de 1986, que sin embargo no llegaron por la flexibilización de Israel, sino porque la OLP había agotado sus recursos: «Hay quienes presentan la 'apertura' de la OLP como el corolario, incluso parcial, de la elasticidad del gobierno israelí. Sin embargo, la OLP decidió dialogar con Israel por razones que nada tienen que ver con 'flexibilización'. Las causas fueron dos y muy claras: la pérdida del sostén ideológico de la OLP debido a la caída del comunismo, y su inminente quiebra económica como resultado de la Guerra del Golfo. Cuando la OLP debió optar entre morir en la ruina, o ser rescatada por un pacto con Israel, eligió la segunda alternativa, y marchó a Oslo, sin renunciar a sus principios irredentistas» (pág. 127).

El segundo fue lo sucedido en los «Acuerdos de Oslo» de 1993 , por los que Israel accedía a trasladar a Yaser Arafat, líder de la organización terrorista OLP (Organización para la Liberación de Palestina). A cambio de abandonar el terrorismo, Arafat se convertiría en el lider de una Autoridad Palestina que recibiría territorios, dinero, prestigio, poder y armamentos. Pero una semana después del 13 de septiembre comenzaron los atentados terroristas en Israel a manos de la OLP, además de surgir la hostilidad constante en la Liga Árabe (págs. 65 y ss.). Ahí surge en sentido estricto la actual situación de terrorismo y respuestas israelíes contra los que intentan borrarles del mapa, algo constantemente ninguneado e ignorado en la prensa de la mayor parte del mundo.

Es de reseñar también que Perednik cite un artículo de Gabriel Albiac, publicado en El Mundo el 15/03/2004, justó el día después del 14 M, titulado «Ganó Al Qaeda», en el que Albiac argumenta que España se había rendido al terrorismo al votar a favor de la retirada de tropas de Iraq que propugnaba el PSOE, cómplice objetivo de los terroristas por lo tanto. La referencia de Perednik es elogiosa, pues Albiac muestra en este y otros artículos una gran admiración hacia la postura de no rendición de Israel ante el terrorismo; frente a estas afirmaciones el autor del libro responde que Israel no se rendirá al terrorismo, «no porque los israelíes seamos especialmente valientes, sino simplemente porque no tenemos ninguna otra alternativa. La guerra que pierda Israel, será la última. Porque, a diferencia de otras contiendas, los enemigos de Israel buscan borrarnos del mapa» (pág. 135).

De hecho, y como contrapunto a estas referencias, la manipulación informativa en contra de Israel en la mayoría de los medios de comunicación es paradigmática. Quizás el caso más claro fuera la cobertura que los medios de comunicación, españoles y europeos en particular, dieron sobre el choque entre soldados israelíes y milicias palestinas en el año 2002 en Yenin, que Perednik describe con gran prolijidad:

«La criminalidad de Israel no requiere de pruebas. Los diarios hablaban de 'limpieza étnica' e incluso del 'Holocausto de Yenín'. Uno de los peores exponentes fue Telecinco en donde se mostraba un cadáver en pantalla como 'prueba de la masacre'. [...] Quinientos palestinos habían sido supuestamente asesinados brutalmente. [...] Cuando finalmente los medios de prensa entraron en Yenín, pudieron enterarse que no había habido ninguna matanza, sino una lucha mano a mano, ya que los israelíes habían evitado bombardear el campamento desde el aire a fin de minimizar la muerte de civiles. En la batalla, veintitrés soldados israelíes habían muerto, así como cuarenta y ocho palestinos armados. Se destruyeron arsenales y laboratorios de explosivos preparados para terroristas suicidas. Todo lo que la Autoridad Palestina se había comprometido a eliminar para cumplir con los acuerdos de paz con Israel. Tras la rendición del bastión terrorista, mil terroristas palestinos se entregaron al ejército israelí. No hubo más muertes. Los medios habían informado de un exterminio, periodistas por doquier se lamentaban, se multiplicaban las condenas en los organismos internacionales, las colectas televisivas para ayudar a las familias de 'las víctimas palestinas'. Y no había habido nada de eso [...] Cuando finalmente se mostró que el elevado número de soldados israelíes caídos había sido consecuencia del cuidado que el ejército hebreo había puesto en proteger a los civiles palestinos, entonces los medios se limitaron a abandonar el tema» (págs. 222-223).

Y entre ejemplos históricos y referencias a las noticias sesgadas que sobre Israel aparecen en la prensa internacional, la culminación de su libro la realiza Perednik señalando posibles alternativas de paz entre el Islam y Occidente. Por ejemplo, apelando a interpretaciones más moderadas del Islam realizadas por como aliado eventual de Occidente, como el Instituto para la secularización de la sociedad islámica (págs. 291-299). Sin embargo, no por ello Perednik deja de mostrar su pesimismo sobre las posibilidades de que se lleve a efecto esa colaboración, pues el terror islamista en Madrid ha servido para hacer pensar que Israel es un precio demasiado alto para la Unión Europea, que seguramente pedirá su desaparición, en caso de sufrir nuevos atentados (pág. 122). Parece claro entonces que quienes demonizan a Israel en la prensa y los foros políticos a diario son cómplices objetivos del terrorismo palestino y otras variantes de esa particular yihad islámica.

Y algunos detalles interesantes sobre esa demonización los encuentra Perednik, además de en los citados lugares, en referencias a la película La pasión de Cristo de Mel Gibson, donde señala, contradiciendo a su director, que Cristo murió en la cruz con el lema INRI (Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos), clara referencia de que fue Roma y no el sanedrín quien acabó con Jesucristo, por sedicioso (pág. 189), con referencias a la judeofobia de los propios judíos y la judeofilia de los cristianos (págs. 273 y ss.), así como otros detalles señalados habitualmente en su sección mensual de El Catoblepas.

§ § §

Un tema aparte dentro de este libro es su espacial análisis de la vertiente hispana de la judeofobia. Quizás este aspecto sea el más endeble a nivel de teorización y sea interesante reseñarlo al margen del extracto del libro, pues en el mismo suele cometerse el error de no señalar las distintas situaciones históricas de lo que Perednik denomina judeofobia, tanto la que sufren los judíos sin estado que han vivido y viven en la actualidad en diversos estados del mundo, como la del Israel actual. Por nuestra parte ya planteamos algunas objeciones a las concepciones de Perednik en nuestro artículo «Aclarando las confusiones y errores de los Srs. Letichevsky y Perednik» (nº 16 de esta revista) que aquí no vamos a reiterar, aunque sí nos valdremos de sus líneas básicas. Convendría por lo tanto señalar que la perspectiva de Perednik, a la hora de valorar la judeofobia, no está claramente establecida respecto a los intereses políticos del presente.

Para señalar ejemplos concretos, debemos decir que no es posible establecer un puente entre la judeofobia anterior a la Inquisición española, que existía entre los castellanos viejos y otros habitantes de España, sobre todo en el espacio que abarca del siglo XII al XV, y de la que Perednik señala múltiples ejemplos (págs. 195-197) y la posterior a la Inquisición, pues la Inquisición española, como dice el francés Juan Dumont, y se encarga de analizarlo filosóficamente Atilana Guerrero en su artículo de El Catoblepas, nº 15 («La expulsión de los judíos: otra historia»), no juzgó a ningún judío, ya que desde 1478, época de la cesión del Papado a la corona de España de los derechos del Santo Tribunal, nunca tal institución tuvo atribuciones sobre otra religión que no fuera la cristiana.

En todo caso, una vez que los judíos aceptan seguir el camino del exilio o convertirse, a partir de 1492, podrán actuar sobre ellos los resortes inquisitoriales, pero tanto sobre ellos, como cristianos nuevos, como sobre los cristianos viejos (y los cristianos viejos ya no podían atacar a los hebreos, pues eran de la misma religión que ellos); de hecho, la Inquisición investigó tanto al más humilde campesino como al más famoso de los predicadores, Fray Luis de Granada. Perednik opta no obstante por teñir de tonos ocres y siniestros el suceso de 1492, sobre todo cuando hace referencias a Isabel la Católica, cuando él mismo señala que los judíos habían sido expulsados de Inglaterra en 1290 (pág. 265), en condiciones más tétricas, pues no existía posibilidad alguna de permanecer en el reino, ni siquiera bajo conversión. Además, no se debe olvidar que el número de judíos existente en España en 1492 rondaba los dos millones, y sólo trescientos mil optaron por la vía del exilio (pág. 199).

Así, la «presencia fantasmagórica» de los judíos en la sociedad española posterior que señala Perednik, no es un desprecio o fobia hacia ellos como raza o etnia; en realidad es una referencia a la presencia real de los «judaizantes», a aquellos judíos que han aceptado convertirse al cristianismo y seguir en España, pero que en realidad son falsos conversos, cínicos (págs. 202-207). Las críticas que Lope de Vega, Quevedo y otros escritores del Siglo de Oro lanzan contra el judaísmo van contra los falsos conversos (págs. 169-171) , pero no por ser judíos, sino por esa posición cínica que han adoptado, muchas veces con la perspectiva de judaizar. Por el contrario, cuando Perednik señala al personaje Shylock de los dramas de Shakespeare en Inglaterra, éste hace referencia a unos judíos que no pueden existir, ni como religión ni como etnia, pues no se les dio la oportunidad de convertirse y permanecer en territorio británico. Sin estas diferencias, las decisiones políticas de los distintos estados quedan englobadas bajo una genérica y confusa judeofobia, intemporal y ahistórica, que hace casi imposible entender nada.

Sin embargo, en el caso de España, una vez que se juzga que no debe haber judaizantes, pero sí judíos, se comprende mucho mejor la presunta demonización del contubernio judeomasónico («Hay que librar a la patria de masones judaizantes», pero no de «masones judíos») en el franquismo (pág. 208), para nada incoherente con la salvación de miles de hebreos durante el Holocausto gracias a los españoles, un proyecto de incorporación de los judíos a España que nunca desapareció ni se dio por concluido, pues siempre se conservaron los datos de los judíos españoles que habían optado por la vía del exilio, con la esperanza de que pudieran retornar. En nuestro artículo de El Catoblepas señalamos el caso de Benito Espinosa, investigado por el capitán Miguel Pérez de Maltranilla, destinado en Flandés, por orden de la Inquisición, situación paradigmática de hasta dónde llegó ese celo por evitar que se judaizase, pero también para que los hebreos se equiparasen a los castellanos viejos.

Vistas sus afirmaciones sobre lo que él denomina judeofobia española, quizás Perednik esté preso y sea partícipe de la visión de Américo Castro sobre una España de las tres culturas que pierde con la expulsión de los judíos la flor y nata de su intelectualidad (págs. 131-132), situación sumamente discutible dado que no se sabe cuál es la naturaleza de esa intelectualidad ni de sus logros en el extranjero, ni se ven los motivos para que en esos trescientos mil exiliados sobre un total de dos millones de judíos españoles, estuviera el auténtico «poder cultural» español de la época. Asimismo, se nota claramente una indistinción entre judíos en sentido étnico y judíos en sentido político. Por ejemplo, cuando Perednik señala la contribución de los judíos al Renacimiento por medio de la comunidad judía existente en Toledo y partícipe de la famosa Escuela de Traductores. Sin embargo, estos judíos de nación eran en realidad españoles de ciudadanía, lo que implica que esa contribución al Renacimiento es en realidad española (pág. 124 y 130, entre otros lugares).

Análogamente, no es una especie de tendencia destructiva y fóbica la que lleva a miles de musulmanes y europeos a escandalizarse cada vez que Israel se defiende y a celebrar que los palestinos cometan atentados, sino que son las posiciones estratégicas en Oriente Próximo, junto a «la tradicional amistad con el mundo árabe» explotada por franceses y alemanes principalmente para obtener el petróleo a bajo precio ya desde la Guerra Fría, la que ha causado este odio hacia Israel como estado. Estado que además ha tenido la osadía de consolidarse frente a naciones agresivas como Jordania y Egipto, hasta el punto de ser Israel potencia nuclear y ellas no. De hecho, la desaparición del Líbano como estado independiente, invadido por Siria, supuso que los hebreos perdieron un aliado –cristiano– en la zona, con lo que Israel, de quien se condenó su intervención en Líbano con posterioridad, quedó en situación comprometida, con la amenaza de Hezbolla, auspiciada por Siria, muy próxima (págs. 176 y ss.).

Que este odio a Israel se haya alimentado con la fabricación de un retrato perverso de los judíos, evidentemente es condición necesaria para todos los sucesos posteriores, pero no es condición suficiente (págs. 137-142), pues su naturaleza no es propiamente racial, sino política. Así, no existe mejor manera de entender que la URSS pidiera la condena del sionismo como racismo que dentro del contexto de la Guerra Fría y el apoyo soviético a los regímenes de Oriente Medio, para así debilitar a un aliado estratégico de EEUU, país que apoyó a los hebreos desde el mismo momento de la fundación de Israel en 1948 en una zona especialmente conflictiva y estratégica (págs. 280-286).

De todos modos, Perednik conoce los condicionamientos históricos que llevaron a la fundación del estado de Israel, y también las fechas de la «resistencia palestina», lo que no le sitúa fuera de la órbita de los problemas reales. Sin embargo, se diría que los problemas y condicionantes históricos, políticos, &c. quedan en ocasiones evacuados a la hora de enjuiciar la judeofobia, que a día de hoy no puede ser como la que se mostró en su día contra los judíos que se encontraban sumidos en la diáspora. En todo caso, las motivaciones del odio al judío y a Israel tienen condicionantes históricos que aquí hemos intentado señalar.

Y, como ya señalamos en nuestro artículo del número 16 de El Catoblepas, el Israel fundado en 1948 nada tiene que ver con el estado que en su día dominó el Rey David y otros de su estirpe, pues en aquella época no existía la concepción del estado-nación que tenemos en la actualidad, con una ciudadanía en igualdad de derechos, independientemente de su extracción social o linaje. De hecho, el propio Perednik reconoce que Israel (a pesar de señalar que los judíos tienen los derechos históricos sobre Israel al haber vivido en él en un tiempo lejano) no es una teocracia, en contra de lo que los medios de comunicación suelen decir con tono claramente difamatorio, pues «a Dios no le interesan los asuntos políticos» (pág. 100). Por lo tanto, no puede apelarse a unos supuestos derechos históricos sobre el territorio que durante siglos varios Imperios, el Romano, el Otomano y el Británico, fueron tutelando o administrando como protectorado, antes de su conversión en el estado de Israel, un estado con representación de pleno derecho en la ONU, y a quien otros estados, como Francia y Alemania, por aquello de la «tradicional amistad con el mundo árabe» para asegurarse el petróleo, desean eliminar para mejor imponer sus puntos de vista en la zona.

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En resumen, el libro aquí reseñado resulta de gran interés para conocer el fenómeno islamita, sus ramificaciones y formas de presentarse, así como su vinculación con el terrorismo y la guerra santa o yihad, &c. También sirve como testimonio de las constantes discriminaciones que sufre Israel, un estado que intenta «perseverar en el ser» como los doscientos estados restantes realmente existentes, y como señalaba Espinosa al respecto de todo lo que existe en el universo, incluidas las realidades políticas. Podría incluso entenderse que este libro, dedicado a los españoles tras el 11 M, pide que España persevere en su ser y no acometa su suicidio político plegándose a las exigencias del terrorismo. Postura esta que necesita de las dos virtudes éticas por excelencia, según Espinosa, y que Perednik despliega en su libro para tender puentes hacia nosotros los españoles: generosidad y firmeza.

 

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