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El Catoblepas, número 32, octubre 2004
  El Catoblepasnúmero 32 • octubre 2004 • página 13
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Algunas falacias comunes en torno a Israel

José Antonio Cabo

Los argumentos trucados no traerán la paz al Oriente Medio

Según el diccionario, las falacias son argumentos falsos que se utilizan para confundir a la gente. No es de extrañar, por tanto, que los políticos sean adictos a ellas. Es frecuente que, en lugar de debatir las ideas de sus adversarios, se conformen con ataques personales a éstos. O que desvíen nuestra atención de la cuestión principal haciendo chistes fáciles y ridiculizando al adversario. O que pretendan convencernos de la bondad de una idea precisamente porque es muy popular.

Las falacias brotan como setas en los discursos más variados, en todas las tendencias políticas, y a propósito de todos los temas. Aquí nos concentraremos en algunas de las muchas que se refieren a Israel y los judíos.

Un ejemplo es la «perla» del secretario general de la ONU Kofi Annan durante su visita a España el pasado 6 de abril de 2002 y que recoge Gary Curtis en su página fallacyfiles.org El máximo representante de Naciones Unidas declaraba lo siguiente: «el mundo entero exige una retirada por parte de Israel. No creo que el mundo entero, incluidos los amigos del gobierno israelí, pueda estar equivocado». Kofi Annan olvida que hubo una época en la que «el mundo entero» creía que la Tierra era plana, y sin embargo se equivocaban. La idea de que Israel debe retirarse (o no) debe apoyarse en la razón, no en el número de personas que la suscriban. La verdad no se determina contando cabezas.

En ciertos ambientes universitarios se promueve hoy otra falacia: la falsa analogía que identifica a Israel con la Sudáfrica del apartheid, resucitando aquella antigua idea de que «el sionismo es racismo». Pero, como señaló en su día el columnista Ronald Radosh, la falacia de comparar a Israel con el anterior régimen sudafricano no resiste el menor análisis racional. Con todos sus defectos, Israel es un estado democrático en cuyo parlamento está representada también la población árabe, ciudadanos de pleno derecho. En Israel uno puede manifestar libremente su oposición a la política del Gobierno de turno, algo nada común en los estados árabes.

Algunas falacias relativas a Israel se basan en la ambigüedad y la confusión del lenguaje. Se dice así que los ataques de algunos árabes a los judíos en general (por ejemplo, en los sermones pronunciados en ciertas mezquitas) no pueden ser una muestra de antisemitismo porque «los árabes también son semitas». Aquí el truco está en cambiar el significado de la palabra «antisemitismo», que desde su origen fue «odio a los judíos», por una acepción menos común y más reciente: la de «odio a todos los semitas en general».

Por supuesto, hay algo aún más odioso que todas estas falacias. Me refiero a la teoría «negacionista» del Holocausto, viejo argumento fascista recuperado hoy por la extrema izquierda. Según los partidarios de esta vieja teoría conspiratoria, nunca existió un plan para exterminar a los judíos europeos, y fue el estado israelí quien más tarde multiplicó la cifra de víctimas hebreas del nazismo para obtener la mayor cantidad posible de dinero en indemnizaciones de las autoridades alemanas. Sin embargo, dado que las indemnizaciones se pagaban a los supervivientes, está claro que si los judíos hubiesen querido esquilmar a los alemanes, habrían exagerado el número de éstos (y no el de los muertos). Por esto, y por la montaña de pruebas que atestiguan la espeluznante realidad de la Shoah, esta versión «revisionista» de la historia es insostenible y debe ser denunciada allá donde la encontremos.

Igualmente odiosa es la costumbre de propagar rumores gratuitos sobre los judíos en general, como hizo el ex presidente de Malasia Mohamed Mahatir al inaugurar en su país una cumbre islámica el 16 de octubre de 2003 con estas palabras:

«Mil trescientos millones de musulmanes no pueden ser derrotados por unos pocos millones de judíos. [...] Los europeos mataron a seis millones de judíos de un total de doce millones. A pesar de ello hoy los judíos gobiernan el mundo indirectamente. Hacen que otros luchen y mueran por ellos.»

Aquí la falacia es la apelación al miedo (al miedo a los judíos, a la judeofobia y al antisemitismo más primarios) para dar fuerza a su argumento de que es necesario hacer algo contra este «peligroso» pueblo que «maneja los hilos del planeta». ¿Y cómo los maneja? Mahatir nunca lo explica, porque sabe que su afirmación es totalmente indemostrable.

En suma, sea cual sea nuestra opinión sobre un conflicto tan complicado y tan sangrante como el que enfrenta a israelíes y palestinos, la seriedad del asunto exige que nos dejemos de falacias. Los argumentos trucados no traerán la paz al Oriente Medio.

 

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