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El Catoblepas, número 34, noviembre 2004
  El Catoblepasnúmero 34 • diciembre 2004 • página 2
Rasguños

¿Qué es el idealismo trascendental?

Gustavo Bueno

Coincidiendo con el final del año 2004, en el que se ha conmemorado el bicentenario de la muerte de Kant, se bosqueja el significado que pudiera atribuirse al idealismo trascendental en el proceso de la llamada «civilización occidental», sin circunscribirlo a la perspectiva que considera al idealismo como un episodio importante de la Historia de la Filosofía

El significado de la gigantesca obra que Kant, tras muchos años de esforzado trabajo, designó como Sistema del Idealismo trascendental, puede medirse no sólo por la revolución que, apoyándose sin duda en movimientos precursores, ella logró cristalizar en forma de un sistema más o menos consistente, sino también, y sobre todo, históricamente, por la influencia que este sistema logró ejercer sobre la posterioridad. Y no ya sólo en su posterioridad inmediata (el idealismo alemán, el materialismo histórico, a través de Hegel sobre todo), sino también en las ideologías de nuestro presente, a más de doscientos años de distancia de su vida.

Kant, mediante el sistema del idealismo trascendental, logró reunir de un modo nuevo las líneas maestras que venían desplegándose en las concepciones del mundo antiguas, medievales y modernas. Con Kant comienza verdaderamente la filosofía contemporánea, y no falta razón a quienes consideran a Kant como el Aristóteles de la época moderna.

Pero la revolución copernicana que Kant imprimió a la concepción cristiana del Mundo fue, cuanto a su fondo metafísico, una revolución de 360º, es decir, una revolución conservadora, una «transformación idéntica». El «espíritu» de esta revolución es el espíritu de la Utopía, del pacifismo armónico, que confía en Dios, en la legalidad de la Naturaleza, y aún en el Alma, de algún modo inmortal (o postulada como tal), para que sirvan, no sólo de consuelo a los hombres, sino también de guía de sus normas y de garantía de su tranquilidad. La única condición es que todos cumplan con su deber, con su imperativo categórico. Lo demás «se nos dará por añadidura».

En nuestra época, muy pocos, entre los más «ilustrados», pueden representarse hoy esta paz futura colectiva, o esa vida individual tras la muerte, al modo mitológico (el «estado final», la «isla de los afortunados», o la beatitud personal de ultratumba, que cada cual podría alcanzar en los Campos Elíseos, provisto de una lira celestial con la que acompañarse para cantar eternamente la gloria de Dios). Pero tampoco se hace ningún esfuerzo para dejar de lado estas representaciones: sencillamente se mantienen las formas, dejando «fuera de foco» sus únicos contenidos posibles. Esto parece suficiente.

Y esto es lo que hizo Kant: «legitimar» ante el racionalismo materialista ilustrado, que se alimentaba de las nuevas ciencias emergentes (la Mecánica, la Biología, la Antropología), la concepción tradicional espiritualista cristiana, del Alma, del Mundo y de Dios. La «legitimación» se lleva a cabo interpretando los resultados de la Crítica de la Razón Pura como orientados, no ya a destruir (como pretendía el materialismo) la fe tradicional en el Alma inmortal, en el orden cósmico armónico, o el Dios justo (que el dogmatismo de la metafísica tradicional pretendía demostrar científicamente), sino a poner coto a las pretensiones del materialismo, un coto tan firme como se lo ponía el dogmatismo de la metafísica tradicional.

Kant, una vez presentada su crítica a la metafísica espiritualista tradicional, y una vez presentada la crítica al materialismo (considerado también como metafísico), cree haber logrado «levantar una muralla» capaz de defender, contra el materialismo, la fe en el Alma, en el Mundo y en Dios. Con razón ha sido considerado Kant como el verdadero fundador, avant la lettre, del «agnosticismo», pero en un sentido aún más profundo del que dio a este término su creador, Th. Huxley. Huxley entendió el agnosticismo, ante todo, como «agnosticismo positivo», es decir, como suspensión del juicio ante la dogmática positiva revelada de una Iglesia determinada. Pero el «agnosticismo de Kant» se establece en un terreno más abstracto (compatible con el antignosticismo, con la crítica a toda revelación, tal como se desarrolla en La Religión dentro de los límites de la razón pura). Por ello, el agnosticismo de Kant es, si cabe, más insidioso que el agnosticismo positivo de Huxley. (Una exposición más amplia de este concepto de agnosticismo en el Diccionario filosófico de Pelayo García Sierra.)

Del agnosticismo de Kant podría decirse que estaba llamado a suministrar la cobertura ideológica de las sociedades capitalistas, irracionalistas, pero no materialistas; de las sociedades tolerantes, pacifistas. También de las democracias cristianas, y de la Iglesia aggiornata que, una vez pasada la primera reacción contra Kant, verá en Kant un aliado contra el materialismo.

Reiteramos nuestra afirmación de que no falta razón a quienes consideran a Kant como el Aristóteles de la época moderna.

Época, la de nuestro presente, en la cual la influencia de Kant resulta ser más directa –una vez retiradas las mediaciones hegelianas y marxistas– que la que tuvo en el siglo XIX y XX, sobre todo después de la caída del fascismo y del socialismo real. Puede decirse que, en general, la ideología de nuestros científicos (el teoreticismo, por ejemplo) es en gran medida kantiana (aunque no porque la «ciencia misma» lo sea). Asimismo podrá decirse que la ideología de la política democrática de mercado, una vez derrumbada la Unión Soviética, tiene también en líneas generales la inspiración kantiana. Recordemos, por ejemplo, la creación de la Sociedad de las Naciones por inspiración del Presidente Wilson, que era kantiano; recordemos a Rawls y su teoría de la justicia; recordemos la teoría de la paz perpetua entre las democracias de Michael Doyle, &c. También la metodología de la Libertad, a través de la Cultura, asumida por la mayor parte de los estados democráticos, en la época de la «Globalización», es también kantiana.

De todo lo cual podríamos concluir que una de las tareas principales que el materialismo filosófico tiene que asumir en este bicentenario de la muerte de Kant sigue siendo la tarea de demolición del sistema del idealismo trascendental, si es verdad que este sigue aún vivo entre nosotros. Este es nuestro homenaje a Kant: reconocerle su vigencia y redefinir al materialismo filosófico como un sistema que sólo toma su verdadera conciencia de sí mismo por su oposición al idealismo kantiano.

Este texto constituye el Final de la conferencia de clasusura
de los IX Encuentros de Filosofía en Gijón (julio 2004), publicada
en la revista El Basilisco, nº 35, julio-diciembre 2004, pags. 3-40, bajo el título
«Confrontación de doce tesis características del sistema del idealismo trascendental con las correspondientes tesis del materialismo filosófico».

 

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