Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 34 • diciembre 2004 • página 4
Yo hubiera querido denominar a toda mi obra Los días terrenales.
A excepción tal vez de los cuentos, toda mi novelística
se podría agrupar bajo el denominativo común
de Los días terrenales, con sus diferentes nombres:
El luto humano, Los muros de agua, etcétera.
Y tal vez a la postre eso vaya a ser lo que resulte,
en cuanto la obra esté terminada o la dé yo por cancelada
y decida ya no volver a escribir novela
o me muera y ya no pueda escribirla.
José Revueltas
José Revueltas (Durango, 1914 - Ciudad de México, 1976) ha sido, para no pocos, uno de los escritores más apasionados que ha dado México. Pero no ha sido nada más un escritor, sino sobre todo, y fundamentalmente, un militante político de pies a cabeza. Un hombre que asumió y llevó hasta sus límites las contradicciones al margen de las cuales la política y la política revolucionaria no pueden darse. La suya fue una vida solitaria, obsesiva y sumida de forma permanente en la desesperanza y en la ruina. José Vasconcelos, otro gran mexicano, político y escritor enardecido, decía que hay dos tipos de libros: los que se leen sentado y los que demandan ser leídos de pie. Los primeros, nos dice, se leen sin sobresalto, nos vuelven a la calma y al buen sentido, nos engañan, quizá, pero nos apegan a la vida; los otros, por el contrario, nos hacen levantar, como si de la tierra sacasen una fuerza que nos empuja los talones y nos obliga a esforzarnos para subir. La obra de Revueltas es toda ella del segundo tipo. Los días terrenales es su novela más importante. En esa tonalidad, y en su memoria, un grupo de mexicanos ha organizado un Ateneo con ese nombre, y bajo el mismo, también, queremos darle vida a esta nueva sección mexicana de El Catoblepas.
Revueltas es un apellido poco común en México. Y poco común ha sido también la historia de los Revueltas de Durango. Tres de ellos han sido piezas clave de la constelación artística y política de México. Silvestre (1899-1940) es uno de los músicos, compositores y directores más importantes del siglo XX mexicano, promotor del movimiento nacionalista en las artes (comparado muy a menudo con Igor Stravinsky), además de haber sido un militante comunista y voluntario en la Guerra Civil española (participó en el Congreso de Escritores y Artistas antifascistas de Valencia, en 1937); Fermín (1901-1935), afiliado al Partido Comunista como miembro fundador, fue uno de los pintores más destacados del movimiento muralista de la primera mitad del siglo XX, al lado de José Clemente Orozco, Jean Charlot, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros; y José, un prolijo y apasionado escritor, teórico político, militante, marxista antes que comunista, guionista de cine y huésped político permanente de las cárceles de México. Perteneciente a una corriente intelectual y política de profunda fe en el comunismo de los años treinta, destinada, al mismo tiempo, a la más terrible incomprensión y descreimiento del ser humano: «la de mi padre –nos dice Andrea Revueltas, la mayor de sus hijos– es una generación destrozada, que no tiene ningún proyecto sobre el porvenir.»{1}
Autodidacta durante casi toda su vida, despierto y atento a las contradicciones políticas, estéticas e ideológicas del mundo y la época que le tocó vivir, llegó al materialismo a través de sus lecturas de Labriola, Mondolfo, el socialismo italiano y luego de los grandes clásicos del marxismo, que realizaba en la Biblioteca Nacional cuando decidió dejar la secundaria para dedicarse por completo al auto estudio. Literariamente encuentra sus influencias más importantes en las figuras de Malraux, Faulkner y Dostoievski (Juan José Arreola decía que en Revueltas se lee más a un ruso que a un mexicano). Política e intelectualmente, su referente fue siempre José Carlos Mariátegui: «Mariátegui ha sido siempre mi maestro, pero en la cuestión ideológica. Fue él quien abrió los ojos a mi generación ante la necesidad de adaptar el marxismo a las condiciones nacionales y continentales, y no hacer un marxismo de importación, zafio y de repetición de fórmulas, sino tratar de captar la realidad nacional.»{2}
Su vida y su obra están mantenidas en un permanente estado de tensión y angustia derivadas de la complejidad y desestabilización de la que lo hacía preso la imposibilidad de abarcarlo y entenderlo todo:
«Principio a estudiar. No en la medida e intensidad que lo deseo, pero al fin ya inicié la jornada. Terminé de leer la vida de don Lucas Alamán y ahora sigo con una obra de Worral (Panorama de la ciencia) que se refiere al materialismo dialéctico. Es una polémica vigorosa e inteligente, basada en algunos de los recientes experimentos en física, biología y matemáticas, contra los 'filósofos' ingleses contemporáneos (Bertrand Russell y otros) y su solipsismo (tendencia idealista –radicalmente idealista– que acaba por encerrar sus concepciones de la naturaleza en el ser pensante, a tal grado que para estos filósofos el mundo exterior es sólo una representación, y lo que está fuera del alcance de las percepciones es incognoscible –'el mundo es mi idea, fuera de eso no hay nada real, existente'–). El libro me ha gustado mucho. Me sirve para iniciar mis lecturas filosóficas. Después de él me leeré algunos dos o tres libros más sobre bases filosóficas generales, para después estudiar historia de la filosofía y en seguida cada uno de los filósofos más importantes desde la antigüedad clásica hasta el presente. Paralelamente a esto, estudiaré historia de México y en particular historia de Yucatán. Daré un repaso a la historia general de México (voy a leerme a Orozco y Berra, Lucas Alamán y Pereyra) y después, en la medida de lo posible, estudiaré el desarrollo económico del país, históricamente hablando.»{3}
La lectura de este fragmento de una de sus cartas, hace recordar al Gramsci de las Cartas de la cárcel, en una de las cuales éste le decía a su cuñada Tatiana Schucht, en 1927: «vivo perseguido –y creo que esto es un fenómeno familiar entre los prisioneros– por una idea: que es necesario hacer algo für ewig,{4} lo cual es un complicado y difícil concepto de Goethe que según recuerdo atormentaba a nuestro Pascoli. En pocas palabras, lo que quiero es ocuparme intensa y sistemáticamente con un tema que me absorba y dé una pauta central a mi vida.»{5}
Su Obra se condensa en tres temas: obra literaria, obra teórica y política y obra varia. Literatura, teatro y cine; filosofía política; y periodismo. El centro de anudamiento: la Política como trama de la Historia. Revueltas no podía aproximarse a éste o aquél problema, por ejemplo el de la estética, sin desbordar siempre el estricto dominio de conocimiento correspondiente para incursionar dialécticamente en otros; siempre terminaba en el dominio de la filosofía: para él, siguiendo el ejemplo, la estética no era sino una parte íntimamente ligada a la política y por tanto a la reflexión filosófica y a la teoría del conocimiento. Lejos estuvo de ser uno de esos «literatos», como él los llamaba de forma despectiva, cuyas novelas o ensayos trajesen sosiego al espíritu, o peor aún, distracción. Todo el cuerpo de sus ensayos y relatos está mantenido en una tensión insuperable y está plagado de contradicciones anudadas que conducen al lector a tomar una posición definida siempre, siempre, ante la política. Son libros que demandan ser leídos de pie.
El destino político de la causa que arropó, la del socialismo, fue aplastada permanentemente hasta su disolución por el régimen político que en México se fue configurando consistentemente a través de todo el siglo XX, y que devino una de las estructuras políticas históricamente más complejas, articuladas y contradictorias de toda Iberoamérica: la del Partido Revolucionario Institucional (PRI, que es el nombre que denota la tercera fase de la historia de este partido, habiendo sido primero el Partido Nacional Revolucionario y luego el Partido de la Revolución Mexicana). Que no ha sido otra cosa sino la forma que necesariamente debía adquirir la materia política en su decurso para poderse mantener en el tiempo. Fue una condición objetiva para la eutaxia del cuerpo político.
No obstante, Revueltas no perdió nunca la fortaleza que le permitió apuntar contra su presente todas las armas de la crítica: «Me tienen por un heterodoxo del marxismo, pero en realidad no saben lo que soy: un fruto de México, país monstruoso al que simbólicamente podríamos representar como un ser que tuviese al mismo tiempo forma de caballo, de serpiente y de águila. Todo es entre nosotros contradicción.»{6}
La derrota, para Revueltas, fue siempre una constante. Una desesperanza del espíritu de la que fue presa inevitable. Pero su intensidad y lucidez, y sobre todo su pasión, tienen una vigencia que sin duda ha desbordado ya su biografía, y que descansa materialmente en su obra publicada y en el impulso con el que uno que otro intentamos mantener las claves que vertebraron su vida y fuera de las cuales ésta no pudo nunca haberse dado. El trabajo del «Ateneo Los días terrenales» en México y el que estará depositado en esta sección será una pequeña contribución para ello. Y coincidentemente, aunque quizá no por casualidad, «los días terrenales» serán los días en que se mire a la tierra, a la realidad objetiva, al mundo que nos envuelve y casi siempre nos aplasta. Será una mirada como la de El Catoblepas.
Ateneo Los días terrenales
Este Ateneo encuentra el núcleo de su inspiración en la herencia del Ateneo de la Juventud mexicano y el Ateneo de Madrid. El nombre, Los días terrenales, es en la memoria de José Revueltas, prolijo escritor e incansable militante marxista. La intención no es precisa ni necesariamente la de continuar o circunscribirnos dentro de las coordenadas filosóficas de alguna de estas nobles instituciones, sobre todo las del Ateneo de la Juventud, sino más bien la de darle vida nuevamente al impulso que los anima (o animó, en el caso del primero, cuya vida fue corta).
El Ateneo de la Juventud (1904-1914) contribuyó a la ruptura filosófica con el legado positivista, herencia de la República Restaurada (1867-1876) y plataforma ideológica del Porfiriato (1876-1911).
José Vasconcelos, uno de sus fundadores e impulsores más apasionados, fue también un militante político revolucionario, aunque no necesariamente desde coordenadas socialistas o marxistas, al igual que Luis Cabrera, pero sí un hombre político en toda la extensión de la palabra, que al tiempo de ser artífice insustituible de la revolución que destronó a Díaz, conformó, junto con Alfonso Reyes, Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña, el núcleo ateneísta. La asociación, de más o menos 70 miembros, estuvo conformada por abogados, historiadores, pintores, literatos, un ingeniero y un médico. Destacaron en particular Martín Luis Guzmán, Julio Torri, Ricardo Gómez Róbelo, Jesús Acevedo, Enrique González Martínez, Manuel M. Ponce, Diego Rivera y Ángel Zárraga, entre otros.
La ruptura con el positivismo condujo a los miembros de este Ateneo a demarcar los perfiles de una plataforma filosófica asentada en los terrenos del humanismo greco latino, entretejida luego con los pensamientos que van de Kant, Nietzsche y Schopenhauer a Bergson, Boutroux, Croce y José Enrique Rodó.
El Ateneo de Madrid, por otro lado, es quizá la institución al margen de cuya historia es imposible entender la historia política e intelectual española de los dos últimos siglos. Su origen se remonta a los inicios del siglo XIX, como consecuencia de las turbulencias políticas, sociales y culturales que tuvieron lugar entre 1808 y 1814 al producirse la invasión napoleónica. Durante el trieno liberal del régimen constitucional de 1820, los hombres ilustrados pensaron en la necesidad de afianzar en el país una mentalidad liberal mediante el debate y la discusión abierta. Esa fue la función asignada al Ateneo Español, que surge como una «sociedad patriótica» defensora de la libertad de pensamiento y de su expresión a través de la libre discusión.
En 1823, restaurada la monarquía absoluta, esos liberales marchan a Londres, donde vuelven a fundar ahí el Ateneo Español. Regresan a España en 1833 y dos años más tarde se funda el Ateneo Científico y Literario, al que más tarde se añadiría el epíteto de Artístico, con el que se acuña el nombre que mantiene esta institución hasta nuestros días.
Imbuidos en el más puro espíritu romántico-liberal, en el Ateneo se impone la libre discusión en las tertulias, que darán al debate abierto y sin cortapisas el protagonismo de una actividad intelectual en la que habrá de participar el propio Alfonso Reyes en su exilio español: «alguna vez tenía que decir lo mucho que significó para mí aquel hogar del espíritu, donde encontré a mis primeros amigos españoles, y sin duda el bálsamo en mis amarguras de destierro.»
Del Ateneo de Madrid han salido 16 presidentes de Gobierno. En buena medida, la vida pública española encontró en el Ateneo uno de los crisoles más importantes en los que su materia política se templaba: Menéndez y Pelayo, Clarín, Pi y Margall, Azcárate, Ramón y Cajal, Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón, Valle-Inclán y Manuel Azaña, el prototipo del ateneísta.
Aquellos que han tenido la fortuna de residir en alguna temporada en ese noble recinto, podrán decir con Alfonso Reyes: «esas horas inolvidables han marcado definitivamente algunos rumbos de mi conducta.»
Y así como en el Ateneo de la Juventud el entusiasmo creador no era otra cosa que el correlato de la conciencia de una necesidad histórica, a saber, la de provocar una ruptura filosófica en la nación, para luego construir un edificio filosófico y cultural que vertebrase la vida pública; y así como el Ateneo de Madrid nace desde la necesidad de darle vida al pensamiento crítico y al cultivo de las artes y la ciencia, con el ánimo de enriquecer a la patria; nosotros nos reunimos en este Ateneo Los días terrenales, primero con la determinación de asumir la responsabilidad que nos asiste en virtud de esa generosa herencia. Por que toda herencia es una responsabilidad. Pero también para preguntarnos por las necesidades de nuestro tiempo. Para arremeter con las armas de la crítica contra todas las ideas que yacen en el mundo y que obscurecen y confunden el entendimiento claro y racional.
Notas
{1} Citada en Alvaro Ruiz Abreu, José Revueltas: los muros de la utopía, Cal y arena, México D.F. 1992.
{2} «Oponer al ahora y aquí de la vida, el ahora y aquí de la muerte», en Andrea Revueltas y Philippe Cheron, Conversaciones con José Revueltas, Ediciones Era, México, D.F. 2001, pág. 37.
{3} Carta a su primera esposa, Olivia Peralta, escrita en 1938, en José Revueltas, Las evocaciones requeridas, tomo I, en Obras completas de José Revueltas, nº 25, Ediciones Era, México D.F. 1987.
{4} Para la eternidad.
{5} Antonio Gramsci, Prison Letters, Pluto Press, Londres y Chicago 1988, pág. 45, traducción propia.
{6} José Revueltas, Cuestionamientos e intenciones, en Obras Completas, nº 18, Ediciones Era, México D.F. 1981, pág. 26.