Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 39 • mayo 2005 • página 16
Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, no es como el payaso del cuento,
sabe discernir y sabe hacerse entender
I. Propósito
El objeto de este artículo es hacer una somera valoración de las expectativas abiertas con el nombramiento del cardenal Joseph Ratzinger como nuevo papa de la Iglesia Católica. Primero examinando algunos de los caracteres que se le atribuyen con mayor asiduidad; tales como su conservadurismo o la condición de transición que haya de tener su pontificado. Seguidamente, se hará un breve bosquejo de los temas fundamentales, que habrá de arrostrar el nuevo papa, de intersección entre la confesión católica y el mundo presente.
II. El teólogo como «payaso»
Me apresuro a señalar que, el título de este artículo no pretende ser ni despectivo ni provocador ni gracioso, sino que viene a cuento o se fundamenta en el comienzo del libro del cardenal Ratzinger: Introducción al cristianismo. Lecciones sobre el credo apostólico, en donde se puede leer lo siguiente:
«...el conocido relato parabólico de Kierkegaard sobre el payaso y la aldea en llamas, que Harvey Cox resume brevemente en su libro La ciudad secular. En él se cuenta que en Dinamarca un circo fue presa de las llamas. Entonces, el director del circo mandó a un payaso, que ya estaba listo para actuar, a la aldea vecina para pedir auxilio, ya que había peligro de que las llamas llegasen hasta la aldea, arrasando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a los vecinos que fueran lo más rápido posible hacia el circo que se estaba quemando para ayudar a apagar el fuego. Pero los vecinos creyeron que se trataba de un magnífico truco para que asistiesen los más posibles a la función; aplaudían y hasta lloraban de risa. Pero al payaso le daban más ganas de llorar que de reír; en vano trató de persuadirlos y de explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, que la cosa iba muy en serio y que el circo se estaba quemando de verdad. Cuanto más suplicaba, más se reía la gente, pues los aldeanos creían que estaba haciendo su papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. Y claro, la ayuda llegó demasiado tarde y tanto el circo como la aldea fueron pasto de las llamas. Con este relato ilustra Cox la situación de los teólogos modernos.»
Entiendo que es significativo que tal relato encabece el clásico libro citado y bien pudiera servir para ilustrar también el comienzo del pontificado de este teólogo. Durante la agonía y finalmente fallecimiento de Juan Pablo II hasta el nombramiento de Benedicto XVI, el Vaticano se convirtió en el mayor espectáculo del mundo. Prensa, radio y, principalmente, televisión se volcaron en la sucesión de acontecimientos y de forma permanente se daba cuenta de todo suceso, de todo rumor y de toda expectativa. Los medios de comunicación hicieron de notarios de extrañas ceremonias ejecutadas con gran precisión en medio de unos magníficos decorados, con un vestuario lujoso y gran muchedumbre de extras. De todo el mundo acudieron estrellas invitadas y en todas partes se acompañó los eventos como si hubieran ocurrido en el pueblo de cada cual. La Iglesia Católica concentró sobre sí todas las atenciones como en un parpadeo de cristiandad mientras los fieles, con una paradójica proliferación de banderas nacionales (¿cómo símbolos de las conferencias episcopales?), se contagiaban mutuamente sus emociones. Al final un hombrecillo, vestido de forma estrafalaria y utilizando una lengua muerta le vino a decir al mundo desde un balcón algo así como: Sed católicos. Pasados los fastos se da por supuesto que la influencia real de la iglesia católica sobre la vida de la gente continuará decreciendo.
III. Conservador
El hombrecillo mencionado en el párrafo anterior se supone, pues, llamado a una tarea más propia de bombero que de figurante. Y para tal función el colegio cardenalicio ha elegido a un personaje que suscita opiniones encontradas y al que sus adversarios suelen presentar como ultra conservador y hasta inquisidor, dicho sea con un deje que arrastra la semántica hasta lo más oscuro de otros tiempos. Queda planteada, por tanto, la cuestión de lo que quepa esperar de su pontificado. ¿Se tratará de un Panzer-Kardinal que ocupará el cargo como un elefante una cacharrería o no será tan fiero el león como lo pintan? También podría plantearse el tema de otra forma. Dado que por su trayectoria, el cardinal Ratzinger, prácticamente ha llegado a personalizar la ortodoxia católica ¿qué sería de otro papa con Ratzinger a sus espaldas? Naturalmente, sea dicho más con intención metafórica que prescriptiva.
Una primera dilucidación merece el calificativo de conservador en la topografía católica, es decir, dejando al margen las claves políticas mundanas, del cual podrían darse al menos tres sentidos. El primero de ellos vendría determinado por la posición que se ocupara respecto del concilio Vaticano II. Desde este punto de vista serían considerados conservadores aquellos que negaran los resultados de tal concilio propugnando una reacción favorable a su anulación permaneciendo dentro del ámbito marcado por Vaticano I y Trento. Por contra, los progresistas serían quienes consideraran que el concilio Vaticano II se habría agotado y se haría necesaria su superación. Desde estas coordenadas parece que a Ratzinger se le podría situar en el centro puesto que reiteradamente ha defendido los resultados de tal concilio segundo del Vaticano, al tiempo que defendía la necesidad de darle cumplimiento sin aceptar, por tanto, que estuviera agotado.
Un segundo sentido del término conservador dentro de la terminología católica lo señala el propio Ratzinger al decir: «El Concilio [se refiere a Vaticano II] quería señalar el paso de una actitud conservadora a una actitud misionera. Muchos olvidan que el concepto conciliar opuesto a 'conservador' no es 'progresista', sino 'misionero'».{1} Por consiguiente, tampoco parece muy adecuado calificar al nuevo papa como conservador desde esta óptica ya que ha reiterado la voluntad de la vocación misionera de la iglesia católica, su necesidad y oportunidad actual. Quizá se esté confundiendo misionero con viajar mucho y así, entre las voces y los ecos que reciben al nuevo pontífice, no es raro oír que se cuestione su capacidad de darle al catolicismo un nuevo impulso, o al menos, mantener el que supuestamente le había dado su predecesor Juan Pablo II, pero, esto, está por ver.
Finalmente, un tercer sentido del adjetivo «conservador» lo marca la propia ortodoxia. De modo que será conservador el fiel a la ortodoxia y desde esta perspectiva no cabe duda de que Ratzinger es conservador, es más, como ya se dijo, con cierta licencia literaria, su propia persona «personaliza» la ortodoxia a día de hoy dentro de la Iglesia Católica y ello con carácter previo a su ascenso al pontificado. Ahora bien, conviene no olvidar que, en este sentido que se apunta, lo contrario a «conservador», tampoco es «progresista», sino «hereje». El vigente código de derecho canónico de 1983 define la herejía en el canon 751 : «Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma.»{2} Llegados a este punto, ¿no podría pensarse que parece razonable el que dentro de la iglesia católica, al menos, el papa fuera ortodoxo? Un apunte más, cabe caer en la cuenta de que es la iglesia (al menos, la iglesia-aparato) la que elige al papa, y no el papa el que elige a su iglesia, por lo que desde una orientación más «política» (de política secular) el conservadurismo es la norma y el progresismo sólo se impone cuando haya dejado de ser polémico por ser ya asumido por todos o la mayor parte de los principales agentes interesados. Otra cuestión sería valorar un cierto problema de endogamia al retroalimentarse en circuito cerrado el papado y el colegio cardenalicio, pero esta ya es una cuestión interna.
Un fenómeno singular visto con ocasión de la sucesión en la sede apostólica ha sido el sorprendente afán que manifiestan algunos no católicos en decirles a los católicos lo que deben creer y hacer, sin detenerse a considerar que si no son católicos por sus convicciones contrarias a los dogmas de tal confesión parece mucho esperar que quienes asumen tales dogmas hayan de aceptar las convicciones adversas y seguir, tan tranquilamente, siendo lo que eran; y todo ello para dar complacencia a quienes les niegan su verdad. Quizá late aquí la idea de que la religión no es más que la manifestación cultural de una sociedad (de ahí lo de las banderas nacionales) en cuyo caso debiera aquélla bailar al son que le toque ésta; pero aquí también convendría dejar apuntadas las diferencias que existen entre dios-concepto, iglesia-poder y religión-folclore. En todo caso, siempre penderá como paradigma eclesial el que dios se acepta por la fe o se rechaza por la razón, pero no se vota. Desde esta vertiente, cabe decir que no parece Joseph Ratzinger un comercial de la fe católica; un feriante dispuesto a regatear en mercados de ocasión en los que, a cambio de adhesiones, provea de gangas morales o éticas a granel. Ahora, esta actitud o inaptitud, concebida como pecado, sólo se lo podrían reprochar quienes aguardaran una teletienda de indulgencias. Ciertamente, otra cosa es cuando el debate cobra ámbito político en cuyo caso, los católicos, no pueden aspirar más que a participar como otro colectivo cualquiera, en un contexto de pluralismo político, teniendo el deber de recibir las opiniones ajenas y el derecho de manifestar las propias y, en último extremo, aceptar que las cuestiones se resuelven en nuestro sistema constitucional por esa forma de violencia estilizada que conforma el derecho de voto.
Ratzinger repudia, pues, la idea de que la Iglesia haya de plegarse al mundo; ya que, aún siendo una institución mundana, también lo es divina. Para la certidumbre de este último aserto le basta con que lo diga la autoridad de la propia Iglesia. En esto no debe verse una mera artimaña, un paralogismo, puesto que la primera fuente de conocimiento es siempre la autoridad y ¿en dónde hallar mayor autoridad? Consecuentemente, Ratzinger, rechaza el agustinismo de los soliloquios: «El lema del joven Agustín, 'Dios y el alma, nada más', es irrealizable; más aún, ni siquiera es cristiano»{3} y se halla más próximo a un Romano Guardini: «La vida religiosa consiste en encontrarse con Cristo en el seno de la Iglesia, como realidad concreta, histórica, comunitaria, distinta y superior a la suma de los creyentes, por ser 'misteriosa'. Creer que se puede tener una experiencia directa de Cristo es una ilusión, pues el mismo libro del Nuevo Testamento, del cual podría suponerse que lleva inmediatamente ante El al que lo lee, es Iglesia. La verdad es que nosotros sólo sabemos de Jesús a través de la Iglesia, y que la decisión de la fe se da en ella porque sólo ella nos pone en situación de contemporaneidad con El»{4} «La cuestión de conservar o entregar el alma se decide, en último término, no ante Dios, sino ante la Iglesia.»{5} Ahora bien, a ningún católico puede extrañar que sea precisamente el concepto de Iglesia el punto central de la problemática católica actual, ahí se libran las principales batallas y ahí se encontrarán los mayores peligros de un eventual desmoronamiento, pues en el sutil equilibrio entre conceptos teológicos no es posible modificar nada en ningún sitio sin que se produzca una preterintención simpática que, quién sabe, si al final, no habría de resultar profundamente antipática. Y por debajo del concepto de Iglesia, las miserias de cada día. En este sentido puede suponer un aviso, y para algunos, una esperanza, el que el nuevo pontífice, en reiteradas ocasiones, y algunas muy significativas, haya mantenido la firmeza en la Iglesia no desde la complacencia, sino desde la asunción de responsabilidades, por lo que cabe esperar que, al margen de poner coto a ciertos desmanes (que confiemos se atajen sin necesidad de que lleguen a hacerse célebres, es decir, sin la necesidad del escándalo previo que parece propiciar una interpretación hipócrita del código de derecho canónico), la actividad pontificia se oriente a reaccionar frente a lo que en sus términos más amplios se viene llamando muerte de Dios o, en suave, secularización; o, dicho de forma más fundamental, contra la inutilidad de Dios. Ahí, quizá, se encuentre el epicentro de este hombre «infalible»: en desconsiderar que la Iglesia Católica se reduzca a un escondido y mitificado santo grial del que uno se sirve una ocasional copichuela en su privada casa al volver del trabajo. Al contrario, se le ha oído predicar un Dios práctico, actual y público; orientando hacia el deber de armar, de forma ordinaria, cotidiana, rutinaria, la de Dios es Cristo.
Ahora bien, en estos tiempos cambiantes en los que la Iglesia Católica ha dejado de conferir identidad a Europa, la primera virtud del nuevo pontífice habrá de situarse en la órbita de su magisterio, es decir, en la praxis del logos prudente. Máxime teniendo en cuenta que la retirada aparatosa del tradicional ejército de clérigos durante el último siglo se trata de contrarrestar, como ya preconizaron tantos, y entre ellos el nuevo papa, con las guerrillas urbanas del laicado.
IV. De transición
Dígase que para este cometido, Benedicto XVI, está especialmente bien dotado. Cuenta a su favor, inicialmente, con la propia singularidad de la estructura jerárquica de la Iglesia Católica, que hace que, en su cabeza se sitúen veteranos fraguados en mil batallas. Este símil bélico no está utilizado al azar. El nuevo pontífice es de los muy escasos políticos actuales, y con facultades de gobierno, que ha vivido la segunda guerra mundial. Se puede decir que es el último hombre del siglo XX; cuando pase el relevo, si es que la vida le respeta un poco, el mundo habrá cambiado. Ciertamente, no porque el mundo se supedite al papado, sino porque al mundo lo hacen los hombres que en él están.
Desde esta vertiente, sí es aceptable otra de las cosas que se han dicho del nuevo papa: «que es de transición». No se comparte la idea de que sea un papa de transición entre Juan Pablo II y otro, pero sí, la de que se trate de un papa de transición entre el siglo XX y el siglo XXI. Ahora ¿qué significado tiene eso? En realidad sólo puede significar una cosa: que tiene la obligación de dejar cerrados los problemas heredados, es decir, bien fundamentados doctrinalmente de modo que, al situarse geográficamente de forma correcta, los sucesores puedan iniciar la travesía de las tendencias que se abren. En consecuencia, Benedicto XVI, estaría llamado a ser un papa importante, no porque haya de petrificar la iglesia, como algunos esperan, sino porque ha de sentar la conclusión que cierre el siglo breve y cruel que, a su vez, se habrá de convertir en la premisa mayor de los nuevos tiempos.
V. Temas fundamentales
Los nuevos tiempos vienen cargados de cuestiones trascendentales, no sólo para los católicos, sino para esa cosa que se anda llamando humanidad. Para los fines que aquí interesan, pueden reducirse a dos: desde el punto de vista moral, la justicia, y, desde el punto de vista ético la fortaleza.{6} Desde el primer aspecto se tomará como referencia la teología de la liberación y, desde el segundo, el concepto de persona humana.
A) Moral
Por lo que a la teología, o mejor dicho, teologías de la liberación se refiere correspondería decir en primer lugar que, frente a la frugalidad en la alimentación de la propaganda política adversa de corte periodístico, desde el sistema católico, probablemente a Ratzinger se le pudiera dar la razón; en consecuencia, no fueron o son baladíes las críticas hechas. Otra cosa sería no aceptar ese sistema de referencia, pera esa ya es otra historia. No obstante, y como muy correctamente ha dicho el propio Ratzinger: «no puede existir un error si no contiene un núcleo de verdad»{7} Pues bien, el núcleo de verdad que contiene la teología de la liberación es tan amplio, tan evidente, tan desesperante, tan sangrante, tan injusto que no basta con criticar los errores si no se acompaña esta crítica de otras dos. Una otorgar al «núcleo de verdad» la dimensión que le corresponde sin que quede apagado por las críticas del error cometido. Y dos, afrontar no sólo la reacción, sino también la acción, y en su proporción debida, pues olvidarse de la génesis, de la etiología del mal, se aproxima demasiado a encubrir, y los frutos que de ahí se obtengan no son sino receptación. A modo de mero botón de muestra: durante estos días de sucesión en la iglesia, las televisiones (españolas, me refiero) pasaban imágenes del pontificado de Juan Pablo II y, entre ellas se repetía la del dedo reprobador ante el clérigo del gobierno nicaragüense, bien, la pregunta es ¿dónde está el contraejemplo? Sin embargo, sí es posible leer que: «Romero [Monseñor Romero en El Salvador] predicaba... en un momento en que otros, que luego hicieron buena carrera eclesiástica y llegaron al cardenalato, estaban de nuncios en países del Sur, colaborando con las dictaduras y los asesinatos, al menos con su silencio cómplice y su negativa a escuchar a las víctimas, cuando no jugando al tenis con los dictadores.»{8} La injusticia en el mundo es tan apabullante que a nadie puede sorprender la simpatía y solidaridad{9} generada por las teologías de la liberación. Puede que la Biblia no sea sólo el Éxodo, pero sin Éxodo no hay Biblia. Benedicto XVI tiene la obligación moral de no dejar a tantos fieles desamparados y ni muchísimo menos tolerar apariencias de complicidad con el crimen. La historia tiene sus enseñanzas, y es difícil pensar que el siglo XXI admita curas tomando chocolate a la mesa de las marquesas mientras en la calle campa la miseria. Esto lo ha de conocer muy bien el nuevo pontífice, y es lícito solicitarle, desde dentro y desde fuera de la iglesia católica, que no condene a su sucesor a avergonzarse por lo que usted no haya hecho, al modo en que, usted, se tuvo que avergonzar por lo que vio en su país natal en su juventud. Esta experiencia personal del nuevo papa debiera bastar para tener esperanzas.
B) Ética
Desde la ética, como se adelantó, el gran tema es el concepto de persona humana y ello por los embates a los que le ha sometido el avance de esa mística que llaman ciencia, principalmente en el ámbito de la biología y de la llamada biotecnología. Se generan dos tipos de problemas que son: la objetivación de la persona y el trasfondo económico. Ninguno de ellos puede quedar incontestado. Bajo la piel de cordero del avance científico, la investigación y el curar el cáncer, se esconde el puño de hierro de la industria privada y las patentes de vida. Nacer en el siglo XXI va camino de no ser ninguna broma, nunca lo fue pero, es que ahora ni siquiera el mater semper certa est. ¿Y la muerte? ¿será aún más inaceptable? ¿Cómo sobrevivirá una sociedad en la que, para muchos de sus miembros, el proceso de muerte suponga lustros? ¿Y si llegara a nacerse con fecha de caducidad? Sin olvidar que ya ha comenzado la carrera por el monopolio sobre los alimentos. ¿Habrá de verse en el futuro la doble consagración de las hostias a Dios y a Monsanto? (Para los despistados: Monsanto no es una sucursal de Cáritas; a pesar del nombre) Para este tema de la ciencia me limitaré a parafrasear al propio Ratzinger empleando una bella metáfora que él utiliza con otros fines. Comentando al profeta Amós (7,14) nos dice que la Septuaginta traduce: «yo era uno que tajea los sicómoros» y que Basilio el Grande aclara: «el sicómoro es un árbol que produce muchísimos frutos. Pero éstos no tienen gusto a nada, excepto que se les haga con cuidado un tajo y se deje escurrir su jugo, así se vuelven sabrosos» pues bien, aplicando esto a la «ciencia», significa que el Logos tiene que hacer un tajo que la convierta en saludable.{10}
Por lo que hace al concepto de persona humana, Ratzinger, en su presentación de la Instrucción de la Congregación para la doctrina de la fe «Donum Vitae» dice que la primera tesis referida a la concepción del hombre que ahí se recoge: «consiste en la afirmación de la unidad sustancial de la persona humana»{11} Una concepción, por tanto, de corte hipocrática antes que galénica{12} que, unida a los atributos que se le suponen comenzando por la libertad, no deja de plantear problemas tanto respecto de fenómenos internos a la Iglesia Católica como externos respecto de la sociedad política. Ejemplos del primer grupo de fenómenos podría ser la «conversión» o el «bautismo» ya que, respecto de este último, pudiera resultar un tanto difícil de aceptar la concepción dialógica del mismo cuando el bautizado es un recién nacido. Ejemplo de fenómeno ad extra tal vez lo constituya la eventual enseñanza de la religión, si en este caso se sobrestiman los derechos de los padres y se postergan los derechos de los educandos. En fin, que podría llegar a darse la impresión de que la concepción de la persona más que una doctrina nítida es algo así como un tablero de ajedrez: ahora blanco, ahora negro; ahora sí, ahora no. En realidad lo que sucede es que, después de todo, la concepción galénica se cuela por las rendijas y opera de forma subyacente de modo que, según cuándo, aparece un hombre compuesto que merece prescripciones diversas conforme al órgano del compuesto que en la oportunidad resulte prevalente.
C) Naturalmente, hay otros
Entre otros temas que conciernen inmediata y urgentemente a la persona humana hoy cobra realce el hecho de que el mundo se mueve y con él la gente que, frente a la imbecilidad moral de los iluminados de la pureza de las razas, va descubriendo que, como dijera Fernando Arrabal (en un programa de televisión de cuyo nombre y fecha no me acuerdo, aunque quisiera) eso de las raíces es cosa de plantas; los hombres tienen piernas y las usan. También tienen manos y, si llegara el caso, también tienen su utilidad. Esta interacción promoverá sus sincretismos hasta que el vigor híbrido otorgue sus frutos. Mientras tanto, el mestizaje será el primer principio moral del nuevo siglo.
VI. Conclusión
A modo de conclusión podría decirse que la palabra clave con la que comienza su andadura el nuevo papa es «ortodoxia» y es lógico que así sea; de ahí que se hable también de «continuismo» con respecto a la impronta dejada por Juan Pablo II durante su pontificado, aunque, a mi modesto entender, cabe hablar efectivamente de continuismo, pero más que con relación a su predecesor, desde la referencia a la tradición de la Iglesia; lo cual es parecido, pero no es lo mismo.
Esa naturalidad que parece inherente a la institución no oculta el aspecto delicado que, a su vez, supone. En términos jurídicos se podría expresar con el aforismo: summum ius summa iniuria. Desde la perspectiva católica González Faus distingue entre la ortodoxia de la fe y la ortodoxia del partido (hoy asoma una tercera clase de ortodoxia: la de los mass media que podría llegar a ocasionar el no distinguir entre el papa y un cantante o un futbolista de moda). Pues bien, una Iglesia en permanente retroceso, con todos los achaques que honestamente Ratzinger ha reconocido, que ha perdido la coartada de escudarse en los vicios del mundo por sus reiterados errores ¿va a optar por atrincherarse tras los muros humanos del Vaticano o emprenderá un esfuerzo de superación y acogida de los hombres del mundo?
El nuevo papa no ha generado muchas ilusiones en esta dirección, más bien lo contrario y todas las voces que anuncian que sorprenderá... es por aquí por donde lo lograría.
Resulta chocante que una confesión que coloca siempre como pilar de su antropología la libertad del hombre se convierta en el más pálido ejemplo de que, al final, los hombres como las instituciones que promueven, no tienen más biografía o historia que las bolas de billar sobre el tapete: reciben un golpe en sus comienzos y luego la inercia las lleva impertérritas por el tiempo de banda en banda hasta parar en la tronera. Culpable del silencio de Dios sería la Iglesia. Bien entendido que el silencio referido no está reñido con el griterío y la fanfarria, ese pecaminoso silencio proviene de no decir lo que hay que decir, como lo hay que decir, cuando lo hay que decir y a quien lo haya que decir y... apuntando para arriba.
La historia enseña que el primer Lutero habló griego y desmembró a la Iglesia Católica. El segundo hablaba alemán y perpetuó el limes romano frente a los bárbaros. Si al tercer Lutero le diera por hablar español, la Iglesia romana perdería la catolicidad y no pasaría de ser una mera secta.
Con todo, Ratzinger no es como el payaso del cuento, sabe discernir y sabe hacerse entender. Se le podrán reclamar y discutir muchas cosas pero, también habrá que escuchar atentamente y no apresurarse en la réplica porque suele llevar consigo más razón de la que a primera vista parece porque, cuando no tiene razón al menos posee buenas razones No en vano es un «materialista» porque su fe no se extravía en recovecos numinosos, sino que está plenamente asentada en la Iglesia.
En fin, a la elección del nuevo papa no se le puede regatear su racionalidad pues siendo, sin duda, varios los susceptibles de haber llegado a ser dignos papas, hoy por hoy, se pudo constatar que dentro de la Iglesia Católica hay tantos Josephs Ratzingers como dioses.
Y en el futuro que sea lo que Dios quiera.
Notas
{1} Joseph Ratzinger y Vittorio Messori, Informe sobre la fe, BAC, Madrid 1986, 11ª ed., pág. 18.
{2} Código de Derecho Canónico, BAC, Madrid 2003, 3ª ed.
{3} Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo. Lecciones sobre el credo apostólico, Sígueme, Salamanca 2002, 10ª ed., pág. 83.
{4} Romano Guardini, La esencia del cristianismo, BAC, Madrid 2005. Las citas están sacadas del estudio introductorio a cargo de Alfonso López Quintás, págs. XXIX y XIX respectivamente.
{5} Ídem.
{6} Para estas distinciones ver: Gustavo Bueno, El sentido de la vida. Seis lecturas de filosofía moral (lectura primera: «Ética y moral y derecho»), Pentalfa, Oviedo 1986.
{7} J. Ratzinger y V. Messori, Informe sobre la fe, pág. 193.
{8} José Ignacio González Faus, Ojo avizor (Corazón abierto), PPC, Madrid 2004, pág. 172.
{9} Para el concepto de solidaridad ver: Gustavo Bueno, «Proyecto para una trituración de la idea general de solidaridad», El Catoblepas, número 26, abril de 2004. En el texto no se toma en consideración el sentido que tiene en Ratzinger: «significa que uno se hace responsable de los otros, el sano del enfermo, el rico del pobre, los países del Norte de los países del Sur. Significa que se es consciente de la responsabilidad mutua y que somos conscientes de que recibimos en tanto que damos, y que siempre podemos dar sólo lo que nos ha sido dado y que por eso jamás nos pertenece solamente a nosotros» (J. Ratzinger, Caminos de Jesucristo, Cristiandad, Madrid 2004, pág. 117).
{10} J. Ratzinger, Caminos de Jesucristo, págs. 46-47.
{11} Congregación para la doctrina de la fe, El don de la vida. Instrucción y comentarios, Palabra, Madrid 2002, 4ª ed, pág. 18.
{12} Ver Gustavo Bueno, El sentido de la vida, págs. 76-77.