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El Catoblepas, número 41, julio 2005
  El Catoblepasnúmero 41 • julio 2005 • página 5
Voz judía también hay

El acecho del oscurantismo en Rusia

Gustavo D. Perednik

La Fiscalía del Estado ruso ha iniciado una investigación oficial
contra la religión judía, ¡sólo contra ella!

A los judíos les cupo un desempeño protagónico en el Renacimiento desde sus albores, sobre todo en lo que concierne a libros, un rol que fue extendiéndose desde España a otros países de Occidente.

En la península se cultivaba la tradición helenística cuando ésta había sido perdida para el resto de Europa, y desde la conquista de de Toledo en 1085, la tolerancia de los reyes castellanos facilitó la traducción e interpretación de textos clásicos que habían sido vertidos al hebreo o al árabe. Este comercio cultural permitió el renacimiento filosófico y científico primero de España y luego de todo el continente.

Un nuevo impulso hacia el Renacimiento resultó de la Cuarta Cruzada (1204) que incorporó a vastas comarcas del Mediterráneo Oriental a la Europa latina, en la que comenzó a penetrar con más vigor la cultura antigua.

Este período acogió al judío como un pionero, custodio de un cosmopolitismo que le aseguraba portar la vieja cultura.

Cuando Alfonso X el Sabio se propuso hacer progresar los reinos de Castilla y de León, lo hizo por vía de adaptar obras maestras de ciencia y literatura árabes al castellano que nacía en su forma actual, para lo que recurrió a judíos que se sentían en su hogar tanto en la España cristiana como en la mahometana.

El primer trabajo importante de traducción fue el de un ensayo sobre las propiedades de los metales y piedras preciosas, titulado Lapidario, escrito por el judío Abolays y traducido por rabí Juda ben Moisés (1256).

Así comienza el mundo intelectual moderno, poseído por un espectro fenomenalmente amplio de intereses y curiosidad intelectual.

El Mediterráneo podía dividirse en tres partes: los griegos (que poseían los valores de la antigüedad pero eran inconscientes de ellos), los árabes (que los estudiaban en el Sur de España) y los latinos (que no llegaban a ese material). El golfo que los separaba en idioma y religión, pudo ser zanjado por los judíos, que gracias a ello fueron llamados «los primeros verdaderos europeos», y cuyo idioma en común les permitía entenderse en todas las comarcas y ser puente entre las culturas. Centenares de traducciones hechas por judíos durante el medioevo sobrevivieron, mostrando su interés en cada rama del conocimiento.

Catalizó el Renacimiento propiamente dicho el final del imperio romano de Oriente. Cuando en 1453 cae Constantinopla, fluyen los eruditos hacia el Oeste, donde reviven las letras. Uno de ellos, el judío Elijah del Medigo de Creta, tuvo por discípulo en Florencia a Giovanni Pico della Mirandola, quien llevó al hebreo al pedestal de tercera lengua del Humanismo, de la que se establecieron cátedras en universidades como la de Bolonia.

La fuerza del Renacimiento se sintió en cada área: filosofía, ciencia, arte, religión. En esta última, cabe recordar que la Reforma cristiana fue en buena medida consecuencia de la Batalla de los Libros, una tormentosa polémica desatada en Alemania entre 1510 y 1520.

La Batalla comenzó con la iniciativa de Johannes Pfefferkorn destinada a confiscar y destruir los libros hebreos. Su antagonista fue un notable hebraísta católico, Johannes Reuchlin, quien una década antes había estudiado con el médico y exégeta italiano Ovadia Sforno.

Más tarde la rivalidad se desbordó y fue extendiéndose para enfrentar a franciscanos contra dominicos, a Austria contra Francia, y a la mayoría de los humanistas contra los reaccionarios, a quienes Reuchlin ridiculizó en su última obra y comenzaba a conocérselos como «oscurantistas».

Aunque al principio el Papa León X exhortó a una tregua entre los dos bandos, terminó por inclinarse a favor de los últimos, urgido por la Reforma que empezaba a cobrar vuelo. Sólo en 1564 Pío IV levantó la prohibición del Talmud.

Ese cataclismo cultural que sacudió a Europa en plena cúspide del Renacimiento, tuvo como detonante central la persecución de la literatura judía.

A juzgar por las recientes y medievalísimas medidas de la Fiscalía de Rusia, pareciera que éste país se encamina a sumarse tardíamente a la Batalla.

De la Alemania renacentista a la Rusia de hoy

Vladimir Ustinov, Fiscal del Estado Ruso, ha ordenado una investigación del Shulján Aruj, el código judío de leyes que el rabino José Caro, nacido en Toledo, terminó de compilar en el año 1542 en la ciudad de Safed, en Israel.

La medida de Ustinov recuerda las que comenzaron en el año 1240, cuando se confiscaron en Francia los libros de judíos mientras éstos estaban en sus sinagogas, y cuando el Papa Gregorio IX exhortaba a los reyes de España, Portugal e Inglaterra que no toleraran la literatura «herética».

El hebraísta cristiano Andrea Masio repudió las censuras y quemas de libros judíos, aduciendo que una condena cardenalicia sobre esos libros era tan válida como la opinión de un ciego sobre variedad de colores (se refería a que el Talmud no estaba traducido –empezó a traducirse en el siglo XIX– y su idioma original, el hebreo aramaico, era conocido sólo por los judíos o los estudiosos del tema).

La famosa disputa de Barcelona en 1263, concluyó con que Jaime I de Aragón ordenara a los judíos borrar del Talmud referencias supuestamente anticristianas, so pena de quemar sus libros, y también con que el principal polemizador antijudío de la época, Raimundo Martí, escribiera Pugio Dei («la daga de la fe») que sirvió de texto básico para atacar el judaísmo.

La persecución de libros fue convirtiéndose en norma, y también la disputa de Tortosa (1413) concluyó restringiendo los estudios de los judíos de Aragón. Varios papas posteriores promovieron la quema del Talmud, especialmente durante la Contrarreforma en Italia, a mediados del siglo XVI.

En agosto de 1553 el Papa condenó al Talmud a la hoguera junto con otras fuentes judías y ese año, el día de Rosh Hashaná (año nuevo hebreo), 5 de septiembre, se construyó una pira gigantesca en Campo de Fiori en Roma. Los libros judíos se secuestraron de las casas y se quemaron públicamente miles de ejemplares.

Por orden inquisitorial, el procedimiento se repitió en los Estados papales, en Bolonia, Ravena, Ferrara, Mantua, Urbino, Florencia, Venecia y Cremona. La frecuente confiscación de libros judíos continuó hasta el siglo XVIII, y ahora Rusia tiene el dudoso honor de retrotraerse a esas épocas superadas.

Un dato adicionalmente escandaloso es la identidad de quienes han sido «los Johannes Pfefferkorn» que esta vez promueven la caza de herejes.

Se trata de cinco mil rusos, que incluyen matemáticos, intelectuales y ajedrecistas, quienes a mediados de enero pasado enviaron una carta a la Fiscalía («la carta de los cinco mil») en la que denominaban a la religión judía «anticristiana e inhumana».

Ello les permitió a veinte parlamentarios de la Duma (que tiene 450 miembros) promover la prohibición de las organizaciones judías de Rusia. Los veinte incluían a fascistas, comunistas, y también algunos miembros del partido Rodina («madre patria») que combina los ideales socialistas con el nacionalismo. Esa inclusión hizo que el presidente del partido, Dmitri Rogozin, pidiera públicamente disculpas.

El Fiscal Ustinov se ha tomado las acusaciones judeofóbicas muy en serio, y ya ha citado a declarar al rabino de Moscú Zinovy Kogan, a fin de que Rusia determine si el código judío debe ser prohibido por «incitación racial».

El cinismo de la agresión, una vez más, no consiste solamente en el hecho de que se revisen libros judíos de hace medio milenio, sino que se revisen exclusivamente libros judíos. Si la iniciativa inquisitorial de Ustinov abarcara el Nuevo Testamento, el Corán, la Patrística, la sharía, y la literatura venerada por religiones mucho más grandes y poderosas que la judía, los neo-oscurantistas podrían notar que en todos esos volúmenes puede reconocerse «incitación» contra otras religiones. Especialmente, agreguemos, contra los judíos, quienes fueron víctimas de constantes persecuciones y matanzas precisamente debido a Ustinovs que los «investigaban» con obsesividad y saña.

El máximo rabino de Rusia Berl Lazar declaró que «estamos atómitos y procuramos determinar qué se esconde detrás de esta pérfida investigación". Pero la reacción ante el embate no provino sólo de la judería rusa. El viceprimer Ministro Shimon Peres solicitó desde Jerusalén que el presidente Vladimir Putin intervenga contra la medida, a la que definió como «o bien una actitud estúpida o bien un exabrupto judeofóbico de suma gravedad».

Desde el Ministerio de RREE israelí se ha advertido que «la indagación judicial de funcionarios judíos sobre contenidos de textos religiosos centenarios, que realiza la fiscalía rusa, es un hecho sin precedentes desde hace décadas, no sólo en Rusia, sino en ningún otro país que mantiene relaciones diplomáticas con Israel».

El presidente israelí Moshé Katzav, que a la sazón estaba de visita oficial en Madrid para celebrar con los Reyes el cumplimiento de una década desde el establecimiento de relaciones hispano-israelíes, definió la «investigación» como una «exhibición de maldad e ignorancia».

El problema con la infamia de Ustinov no es que logrará que se clausuren las instituciones judías de Rusia. Al contrario, podrá robustecerlas y lo más probable es que las acusaciones sean eventualmente archivadas, y tal vez que Ustinov sea sancionado por incitar al odio. Pero el daño es irreparable y ya lo hemos comentado en nuestro artículo acerca de un reciente episodio judeofóbico en Venezuela. Se inyecta veneno antijudío, se sedimentan más los viejos prejuicios y enconos, y al agresor con ello le basta: ha conseguido su meta, que el judío permanezca en el rol de acusado.

 

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