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El Catoblepas, número 43, septiembre 2005
  El Catoblepasnúmero 43 • septiembre 2005 • página 8
La soledad sonora

Averroes, el qadi de doble lengua

José Ramón San Miguel Hevia

Donde el juez Averroes ensaya la doctrina de la doble verdad,
que tanta confusión producirá en los reinos cristianos

Los árabes, al nombrar a una persona, consiguen resumir en una línea escasa toda su genealogía. Según esta sabia costumbre, el ilustre jurisconsulto Muhammad, era padre de Walîd, hijo de Ahmad, nieto de Muhammad y bisnieto de Rusd. De estos lejanos ascendientes recibe el nombre con que pasa a la historia –Ibn Rusd el nieto– y su profesión de juez de Córdoba, la primera ciudad del Andalus. Sus otros conocimientos son la medicina, que estudia con Abû Ya'afar de Trujillo, y desde luego la filosofía, donde tiene como probable maestro y seguro valedor a Ibn Tufayl.

Su vida empieza y termina con el siglo de oro de los almohades. Nace en el 1126, casi inmediatamente antes de la muerte de Ibn Tûmart, el fundador de la dinastía, y de que su sucesor 'Abd al-Mu'min conquiste el Africa Menor proclamándose Califa. Cuando todavía es relativamente joven, a sus veintisiete años, el filósofo viaja a Marrûkus por primera vez, para fundar por encargo del soberano una serie de colegios y de centros literarios de acuerdo con la política cultural de los unitarios. Sin embargo casi toda su inmensa actividad intelectual está centrada en el reinado del segundo califa Yûsuf, que además le nombra sucesivamente juez de Sevilla y de Córdoba, y ya en 1182 médico de cámara y gran qâdî de la capital del Andalus. Ya'qub al-Mansûr, que sucede en el poder le conserva en todos estos cargos –con el paréntesis del destierro del filósofo a Lucena– hasta su muerte en 1198. Inmediatamente después de ella se inicia con Al-Nâsir (1199) la imparable decadencia del Imperio.

La presentación de Averroes en la corte de Yûsuf, tal como la describe Al-Marrâkusî, tiene todo el aspecto de una puesta en escena que define con toda precisión sobre un trasfondo histórico el papel de sus tres actores. El califa es el modelo más eminente de monarca ilustrado por su inteligencia, su entusiasmo en promover las ciencias y su sorprendente tolerancia, y por su parte el médico y valido Ibn Tufayl se revela como un gran ministro de educación y eficaz buscatalentos. En cuanto al filósofo cordobés debe plantearse desde ese primer momento el problema que desarrollará a lo largo de toda su actividad de intelectual y de hombre de fe, es a saber, el conflicto entre la filosofía de una élite de individuos superiores y la religión popular.

El segundo documento biográfico procede también de Al-Marrâkusî, tiene los mismos tres protagonistas y pone todavía más claridad en la compleja personalidad de Averroes. Ibn Tufayl le comunica la perplejidad del Príncipe de los Creyentes ante la oscuridad de los textos de Aristóteles y le encarga amistosamente que ponga claridad en la obra del Filósofo, empeñando para ello su inteligencia, su lucidez y su tenacidad en el estudio. Esta conversación sirve para escenificar la situación en la corte almohade y para explicar –según propias palabras del Comentador– el comienzo de una gigantesca tarea.

La obra filosófica de Averroes es muy extensa, pero relativamente fácil de resumir en líneas generales. Sus comentarios menores o lecturas a Aristóteles se concentran sobre todo en la década 1160 - 70 y se ocupan del Organon y de alguna monografía biológica. Desde 1170 a 1180 escribe sus paráfrasis o comentarios medios con una temática mucho más amplia, que abarca los cuatro grandes tratados de lógica, la física y la astronomía, el De Anima, la Metafísica y la Etica a Nicómaco, es decir, prácticamente toda la enciclopedia del Filósofo.

Sin embargo su labor intelectual más compleja y más interesante se inicia en el 1180 aproximadamente y se prolonga otros diez años. Averroes publica primero tres tratados –el Fasl al-Maqâl, el Manâhiy y la Dhâmima– que dan autonomía y al propio tiempo separan a la filosofía y la religión, y están seguidos casi inmediatamente por el Tahâfut, donde defiende a los falâsafa de la acusación de infidelidad. Pero muy pronto desarrolla sus comentarios literales o mayores, donde aparecen todos los documentos de Aristóteles con la única excepción de la «Política». Después del año 1190 sólo elabora dos comentarios medios a Galeno y a la «República» de Platón.

Filosofía y Profecía

Antes de desarrollar el contenido de los comentarios de Averroes hay que definir con toda precisión el carácter general de su filosofía, que presenta perfiles netamente diferentes a cualquier otra forma de pensamiento. Por supuesto está representada por los escritos que desde 1160 y cada vez con más amplitud y rigor ponen en claro toda la obra de Aristóteles, apoyándose siempre en la deducción rigurosa de los Primeros y los Segundos Analíticos.

En primer lugar la filosofía es un saber totalmente autónomo y no depende ni por su contenido ni por su forma de ningún otro conocimiento, por muy elevado que se pretenda, ni siquiera de la revelación tal como se predica en el Corán. Efectivamente, el lenguaje de la Profecía busca persuadir a la mayoría de los fieles comunes, y en vez de tomar sus principios y su desarrollo en el razonamiento apodíctico, utiliza la técnica de la retórica con toda su rica munición de símbolos y de alegorías.

Bastante más grave es lo que sucede con la teología y los teólogos, verdaderas bestias negras de los soberanos almohades y de sus ministros de instrucción pública. El contenido de su ciencia, que trasciende cualquier conocimiento natural, particularmente la enciclopedia de Aristóteles, no sirve para nada a los filósofos. Y su forma de enlazar los dogmas a través del razonamiento turba la fe ingenua del pueblo llano y hace ininteligible el claro y universal mensaje del Corán. En rigor las escuelas teológicas sólo producen el efecto indeseable de romper la unidad de la profecía, multiplicando con su pretendida autoridad las sectas y fomentando la enemistad y el conflicto violento entre hermanos.

Averroes es en este punto mucho más implacable, pues no tolera que el desarrollo de su filosofía pierda su independencia, contaminándose con la teología. Es esto justamente lo que más le distancia de Avicena –el gran maestro de los árabes de oriente– cuya forma de pensar está viciada en su raíz, porque introduce proposiciones teologales en medio del saber racional. Todas las contradicciones que aparecen en su sistema son efecto, según el filósofo cordobés, de esta equivocada posición inicial.

Pero además Averroes tiene una idea muy clara y muy concreta de la filosofía. Es exactamente lo que dice Aristóteles en sus escritos canónicos, que van desde el Organon a los difíciles desarrollos del «De Anima» o la Metafísica. Como el Filósofo ha alcanzado al parecer un conocimiento definitivo del universo y del hombre, sólo queda la misión de poner claridad en su sistema, a través de comentarios cada vez más rigurosos.

Esta labor de Comentador es tanto más difícil cuanto que Averroes, desde supuestos culturales y religiosos radicalmente distintos, entiende plenamente el sistema cerrado y autosuficiente de Aristóteles con una lucidez pasmosa, y lo explica con toda fidelidad y sin la menor reserva ni concesión. Como además esa filosofía no se puede corregir, ni desde dentro por su carácter definitivo, ni externamente por ser absolutamente independiente de todo otro saber, no hay más solución que atenerse a sus principios y sus consecuencias y trasmitirlos a los hombres capaces de razonar.

Si Averroes se hubiese limitado –como pensaron unánimemente los medievales y los renacentistas– a traducir e interpretar fielmente los escritos del Filósofo, su tarea sólo por eso sería inmensa y su influencia en la historia del pensamiento occidental ciertamente decisiva. Pero eso es la mitad de su compleja personalidad intelectual, pues en unos pocos libros totalmente originales y escritos alrededor del año 1170 establece el marco dentro del cual se desarrolla la predicación coránica y además interpreta esta nueva forma de persuasión retórica, totalmente irreductible al razonamiento apodíctico.

Los escritos filosóficos y religiosos de Averroes no se cruzan en un solo punto ni por su lenguaje, ni por el doble territorio que investigan. El universo naturalista jerárquicamente organizado y deducible a través de la razón, de los griegos y de Aristóteles, no tiene la misma forma de ser que los imperativos de la profecía, surgidos de la voluntad de Allah y comunicados a través del Libro por la persona del Profeta. Por eso mismo la Metafísica no ofrece el menor punto de apoyo para la posibilidad de la revelación, ni tiene sentido hablar de preámbulos de fe, ni de una apologética racional.

Pero esta misma distancia entre los dos modos de pensar y ser tiene una contrapartida positiva, pues evita cualquier posible contradicción de los razonamientos de la filosofía con relación a las creencias de la religión. Para que haya un conflicto o un choque entre dos sucesos físicos o dos enunciados lógicos es preciso que entren en contacto o coincidan, siquiera sea en un punto, y este no es el caso de los dos lenguajes utilizados por Averroes y de las formas de ser significadas por ellos.

Este es el doble sentido del Façl al-Maqâl, la Dhamîma y sobre todo el Tahâfut, que defienden a los falâsafa de la grave acusación de infidelidad esgrimida por Algacel. Averroes no niega la existencia de los escasos dogmas sobre los que pivota la predicación coránica, y se limita a interpretar su doble forma de ser, según siga razonamientos demostrativos, de acuerdo con la física y metafísica de Aristóteles, o por el contrario se atenga a una lectura exotérica de la Profecía. Así pues la filosofía respeta a la religión, no por su cercanía al lenguaje revelado, sino porque entre las dos hay un espacio lógico y ontológico tan amplios que en ellos puede cada una desarrollarse libremente sin hacer agravio a su desconocida compañera.

Para Algacel el lenguaje imperativo del Corán está montado sobre tres principios que sólo los infieles pueden negar, la existencia de un Dios omnipotente y creador, su conocimiento y cuidado providente de los acontecimientos particulares y el juicio de todos y cada uno de los hombres en cuerpo y alma. Ahora bien, los falâsafa de acuerdo con Aristóteles, afirman la existencia eterna del universo y dejan de lado el problema de su comienzo y de su causa trascendente. Además están del todo convencidos de que la Ciencia Eterna únicamente conoce los universales y hacen imposible así la Providencia y la misma Profecía. Finalmente niegan la supervivencia de los cuerpos y posiblemente del entendimiento y el acto de entender propio de cada uno.

Esta triple acusación de infidelidad es tanto más grave cuanto que apunta al centro del sistema elaborado por Aristóteles, y por eso la réplica de Averroes es una brillante apología del razonamiento deductivo y de la filosofía. Es cierto que el universo no tiene comienzo, pero esto supone físicamente la existencia de una maquinaria que le imprime desde siempre un movimiento continuo. Es verdad que el engranaje de relojería de las esferas astrales no parece preocuparse del destino de los hombres, pero este sistema tiene precisamente su centro y su término en una tierra habitable. Finalmente, aunque la especie humana tiene un intelecto común, eterno como ella, cada uno de los individuos alcanza su felicidad y su perfección cuando participa por su acto de entender de esta entidad suprema. En todos estos casos, la filosofía da razón del universo y del hombre sin abandonar sus categorías de pensamiento y sin cruzarse en un solo punto con la experiencia religiosa.

El desarrollo de la filosofía

El sistema de Aristóteles –fielmente interpretado por Averroes– a fuerza de buscar una explicación definitiva a todos los procesos naturales, suprime la misma posibilidad de un misterio y hace frente a un paisaje verdaderamente desolador. Para empezar, el universo está centrado sobre la tierra y es por consiguiente único y cerrado. Pero además su misma estructura circular sugiere la idea –ya adelantada por los más grandes pensadores griegos– de una existencia y un movimiento eterno.

De esta forma el problema de un comienzo absoluto de todos los tiempos y el de su correspondiente causa creadora no tiene lugar en la filosofía antigua. Los comentarios de Averroes han de tener en cuenta este proceso interminable, único y continuo, siguiendo un razonamiento riguroso. Pero además, siempre de acuerdo con el Filósofo, consiguen explicar el necesario proceso causal que da razón de la complicadísima trama del mundo celeste sin dejar dentro de él nada al azar.

El universo es un gigantesco aparato de relojería, formado por una serie de esferas con centro en la Tierra, que giran en un círculo perfecto desde la más cercana de la Luna a la exterior de las estrellas fijas. Para resolver el difícil problema de los planetas, Averroes sigue la idea central de los académicos Eudoxo y Calipo y de los mismos astrónomos árabes, que en una increíble hazaña geométrica han conseguido reducir la trayectoria errante de cada uno, a la resultante de los movimientos uniformes de varias esferas concéntricas con distintos ejes de rotación. El filósofo cordobés atribuye dos al sol, cinco a la Luna y a los planetas exteriores, ocho a Mercurio y siete a Venus.

Además, los siete astros errantes dan la vuelta alrededor de la Tierra cada día, describiendo sendos círculos de veinticuatro horas de duración. Y por encima de todos ellos el universo entero, representado por el cielo estrellado, efectúa un giro único, universal y uniforme, que se reitera de forma interminable, poniendo en funcionamiento el engranaje de las esferas interiores y sincronizando sus tiempos eternos. En resumen, para suprimir toda irregularidad del sistema astronómico y explicarlo de acuerdo con la razón ha sido necesario multiplicar las esferas de los relojes celestes hasta treinta y ocho, y sus movimiento, cronométricos hasta cuarenta y cinco.

Según la física de Aristóteles y de Averroes, cada uno de estos movimientos regulares y cíclicos es imposible sin una máquina que lo ponga en funcionamiento y que mantenga su actividad regular y continua. Por otra parte un principio mecánico privado de acción propia sobre una parte del cosmos o sobre su totalidad, sería una entidad ociosa y por consiguiente su existencia no tendría ningún sentido. Hay que admitir de acuerdo con un riguroso razonamiento lógico una correspondencia biunívoca entre el número de cuarenta y cinco movimientos y el de motores de donde toman su origen.

Todos estos relojes astrales no son independientes, porque mantienen una rigurosa jerarquía. De esa forma los giros uniformes, propios de las esferas de cada planeta están regulados por la rotación de la correspondiente esfera exterior. En cuanto a los movimientos comunes a todas las partes del sistema, también están dirigidos y puestos en hora por la acción del Primer Motor universal. Este principio, único en número igual que el universo, eterno como el proceso circular que imprime a todas las cosas y tan poderoso que mueve toda la pesadísima maquinaria del mundo físico es la primera versión de Dios, tal como lo entienden los filósofos al utilizar la razón.

Según los comentarios de Averroes todas esas máquinas, que mueven el universo, tienen en sí mismas un punto de apoyo exterior a la naturaleza material, y por consiguiente no pueden estar contaminados por ninguno de los elementos que la componen. Anaxágoras llama a este extraño principio, el más sutil, ordenado y potente Noûs, es decir Inteligencia separada de todos los cuerpos. Aristóteles y el Comentador respetan esta idea, pero como han de dar razón de la trayectoria plural y aparentemente irregular de los astros errantes, admiten junto al motor universal y primero, una serie de Inteligencias, subordinadas a él aunque igualmente autónomas.

Por lo demás el movimiento de cada una de las esferas y de la totalidad del mundo es circular y continuo, y sus principios motores, como es propio de las Inteligencias puras, son también eternos. Por eso no hay que preguntarse por su primer origen ni por una primera causa extraña a la naturaleza. Este mismo carácter eternal explica que las Ideas universales y necesarias que constituyen el mundo de cada una de estas Inteligencias permanezcan inalterables y siempre iguales a sí mismas sin estar sometidas al nacimiento y a la anulación.

Este universo astral eterno tiene su correspondencia y su continuación en las realidades vivientes que habitan la tierra y que de una a otra generación repiten la misma forma de ser. La ciencia fijista de Aristóteles y de su Comentador retrocede desde cada animal y cada planta hacia sus antepasados biológicos en un proceso interminable. La Inteligencia que gobierna la esfera lunar más próxima a la Tierra les proporciona el poder de reproducirse sin principio ni fin ni alteración y así las especies imitan cada una a su modo el carácter cíclico y constante de ese principio activo inmediato, e indirectamente el de todos los cielos.

Ese mismo entendimiento tan cercano al mundo terreno, se diferencia de todas las otras Inteligencias separadas que mueven las esferas de los astros y del mismo primer motor universal, porque está compuesto de dos principios eternos que se corresponden entre sí, uno activo y el otro puramente potencial. Este último, el Intelecto posible, es el mismo para toda la especie humana, con lo cual se asegura simultáneamente la comunidad intelectual de sus individuos y la capacidad de entender de cada uno de ellos. Recibe también el nombre analógico de material, porque encierra en potencia todas las ideas, igual que la materia es en potencia todas las cosas.

Para que el conocimiento intelectual no se quede en pura posibilidad necesita otro principio complementario, que lo actualice en cada caso concreto. Lo que en toda la Edad Media y en los mismos comentarios de Averroes recibe el nombre temático de Entendimiento Agente funciona como un foco de luz que se proyecta sobre una superficie, iluminándola y convirtiéndola en objeto de visión. En la medida en que es activo, está separado de la pura potencialidad del Intelecto Material, pero en esa misma medida ejerce su acción sobre todo ese universo inteligible.

Según esto, el entendimiento que adquiere cada uno de los hombres tiene una doble dimensión. Por una parte es individual y perecedero, y en este sentido el sujeto concreto en que se actualiza, puede llamarlo con toda propiedad, suyo. Pero como está montado sobre dos principios, uno actual y separado, el otro potencial y único, es en este segundo sentido, eterno y además común a toda la especie humana que se corresponde con ellos.

De esta forma el sistema del Filósofo, fielmente comentado por Averroes, empieza en el Motor universal, radicalmente separado de todo, en cuanto que es sujeto y objeto de su operación intelectual, continúa en las inteligencias que dirigen con movimiento circular y uniforme la esfera de los astros errantes y termina en el Entendimiento Agente, al que todos los seres vivos imitan en los ciclos interminables de sus generaciones.

Pero lo que cierra definitivamente este sistema es el momento en el que los hombres son capaces de reflexionar a través de un razonamiento demostrativo sobre el universo de causas y efectos en que ellos mismos están incluidos. Gracias a esta suprema operación intelectual, que por su propio carácter circular es totalmente insuperable, reproducen la misma forma de ser del primer principio y llevan así una vida en cierto modo divina.

Averroes, siguiendo a Aristóteles y enfrentándose a sus maestros árabes más cercanos y al mismo Ibn Tufayl, se aparta del ideal del solitario y decide que el lugar propio del conocimiento intelectual es la comunidad. La causa remota de esta participación en el saber universal es la existencia de un único entendimiento posible para la entera especie humana. La causa inmediata es la pertenencia a una sociedad en la que los individuos se pueden comunicar sus experiencias, sus dudas y descubrimientos, ampliando de esta forma el ámbito de la ciencia.

En todo caso sólo una minoría alcanza esta perfección suprema y consigue realizar el más elevado programa ético. Son precisamente los filósofos, que al utilizar el razonamiento apodíctico, traducen a su modo de pensar y a su lenguaje la rigurosa y jerárquica estructura causal con que está organizado el universo desde su principio. Y aunque la perspectiva intelectual que cada uno de ellos tiene sobre las cosas muere junto con su cuerpo, sus ideas, en la medida en que están actualizadas por el Entendimiento Agente y son únicas para toda la especie y comunes a todos los hombres, tienen el carácter de entidades eternas.

Averroes, imitando el realismo de su maestro, concede un premio de consolación a la gran masa social, que no alcanza esta suprema perfección intelectual. Su modesto ideal de vida consiste en la eudaimonía, es decir en la posesión de una serie de bienes humanos, como son la salud, los amigos, la familia, la riqueza y en resumen una existencia suficiente, feliz y honorable. La sociedad tiene el deber de respetar al quien viva así honradamente y de concederle una inmortalidad de tercer rango, conservando su buena fama, incluso después de su muerte.

En resumen la ética del filósofo cordobés está basada en razonamientos rigurosamente demostrativos, y por otra parte es la coronación de una doctrina naturalista, independiente de cualquier saber revelado. Pero además ni la soledad es el punto de partida para realizar la ascensión al mundo inteligible y alcanzar la suprema perfección del hombre, ni la sociedad es un mundo sin valor propio, que además impide o estorba la libertad del solitario.

Los escritos religiosos

Averroes en sus comentarios a Aristóteles no introduce al Dios de su revelación, como no sea para darle las gracias por haber proporcionado a la humanidad una inteligencia tan excelsa como la del Filósofo. Pero el autor de estos tratados rigurosamente racionales, que pretenden dar una explicación definitiva a los problemas del universo y del hombre no se limita a reproducir fielmente al pensador pagano. Es además un piadoso musulmán, que en unos escritos tan escasos como decisivos, quiere persuadir a los creyentes comunes a través de la retórica, de la fe del Islam.

El libro donde desarrolla esa segunda forma de lenguaje y donde explora el nuevo territorio de la experiencia religiosa es el Manâhidj, cuyo título completo en traducción es «Métodos y pruebas acerca de los dogmas de la religión». Averroes desarrolla una lectura exotérica de las Suras y de la Tradición, evitando toda interpretación demostrativa, propia de los hombres capaces de usar la razón, y desde luego toda teología. Los otros textos que definen y enmarcan este pensamiento son el Façl el-maqâl (Tratado decisivo sobre el acuerdo de la religión y la filosofía), y sobre todo el Tahâfut al-Tahâfut (Crítica de la crítica de Algazel).

Si sólo uno de esos dos lenguajes tuviese valor, permaneciendo el otro como un saber derivado y ornamental, su posible conflicto no tendría mayor importancia. Si hubiese una rigurosa concordancia entre ambas series de enunciados, de modo que fuese posible saltar del uno al otro, manteniendo un sentido idéntico, también entonces la aparente contradicción sería superable. Pero sucede que la filosofía natural y los imperativos de la revelación son radicalmente distintos, sin que en el caso de Averroes tenga sentido renunciar a ninguno de ellos.

Queda la solución, verdaderamente extravagante, de subrayar el carácter inconciliable de la demostración y la persuasión retórica, la radical dualidad del mundo de la razón y de la creencia, y la distancia entre los universos correspondientes, que no coinciden siquiera en su forma de ser. Gracias a esa separación insalvable, la filosofía y la religión nunca entran en contacto y por consiguiente ni sus enunciados son contradictorios ni las realidades a que apuntan son incompatibles.

Así pues, mientras se mantenga ese doble lenguaje se podrá contentar simultáneamente a los hombres de razonamiento y a los creyentes comunes. Unicamente cuando los latinos reciben y traducen la obra de Averroes, y conducen los dogmas de la religión y las proposiciones de la filosofía al terreno único y neutral de la teología, se plantean todas las contradicciones que primero estaban en estado puramente potencial. La existencia eterna de la especie y la aparición de un primer hombre, el Entendimiento común y el acto de inteligir de cada individuo, el necesario proceso causal que penetra todo el Cosmos y la responsabilidad ante el cumplimiento de la Ley, son los conflictos más evidentes.

Algunos de los intérpretes latinos de Averroes toman la decisión, verdaderamente heroica, de afirmar simultáneamente los términos opuestos de la contradicción. En este momento los dos lenguajes, uno retórico y otro demostrativo, se convierten en dos verdades inconciliables dentro del mismo universo lógico. Para evitar este radical malentendido es preciso dar valor y sentido independiente a la interpretación del mensaje religioso por parte del câdî cordobés.

La prueba de Dios del Manâhidj acumula una serie de argumentos retóricos, destinados primero que nada a producir una persuasión total. Averroes descubre progresivamente la utilidad de las estaciones, de la noche y el día y sobre todo de este domicilio único y privilegiado que es la Tierra con sus ríos, lluvias y mares. Descubre también la perfecta máquina de las plantas y de los animales y de los mismos seres inanimados, y su mutua ordenación, y saca en consecuencia que todo cuanto existe tiene como finalidad la existencia humana.

Todos los hombres han de convencerse de que ese gigantesco artificio, cuyas partes más insignificantes están al servicio de un perfecto proyecto de conjunto, exige la acción de un único ser todopoderoso e infinitamente sabio. Es verdad que sólo los escasos individuos dotados de razón conocen desde dentro la maquinaria y el funcionamiento de los aparatos de relojería de que se compone el universo. Pero los creyentes comunes son testigos también de su existencia y desde su fe ingenua pueden venerar a su autor con admiración y agradecimiento.

Por otra parte la eternidad del mundo –criticada en el Tahâfut por Algazel– no sólo se deduce físicamente del movimiento circular y continuo de los astros, que supone la actividad interminable de un primer Motor. Desde el punto de vista religioso Dios es un ser omnipotente y la creación una decisión de su voluntad a la que no puede oponerse ningún obstáculo. Si esa acción sucediese en un determinado momento del tiempo, después y no antes, habría lugar a una contradicción triple.

En primer lugar es del todo inexplicable que Dios tenga que aguardar, siquiera sea un minuto, para crear, pues entonces dependería de aquello que le obliga a demorar su acción. Además no tiene sentido atribuir a la Voluntad suprema un cambio en sus decisiones, porque tal cosa introduciría en el universo y en su mismo Primer Principio el capricho y la indeterminación. En fin Dios quiere lo posible y el universo es desde siempre posible, y por consiguiente desde siempre tiene que existir.

La argumentación retórica convence también a los creyentes comunes de que el universo en su conjunto y en cada uno de los detalles que hacen posible la existencia de los hombres, es efecto de la voluntad ordenadora de Dios. La consecuencia de esta creencia es doble, porque asegura la existencia de la Providencia divina, y la Ciencia eterna de las realidades individuales, en la medida en que cada una de ellas es el efecto concreto de una decisión de esa Voluntad suprema. Quienes tienen esa fe elemental desconocen el mecanismo por el que el Primer Principio actúa sobre el mundo, pero este desconocimiento aumenta en ellos la veneración y la gratitud.

Los filósofos, capaces de utilizar el razonamiento, son capaces de conocer cómo los cielos mueven la esfera más próxima a la tierra y cómo a través de ella dirigen los elementos y la reproducción circular y eterna de todos los seres vivos, hasta llegar a la especie humana. Ciertamente este conocimiento del universo más cercano al hombre es mucho más perfecto, lo mismo por la lógica apodíctica que desarrolla, que por explicar el riguroso encadenamiento de causas y efectos. Pero las dos ciencias pueden convivir pacíficamente, igual que conviven bajo el dominio de los Califas, la élite de los ilustrados y la gran masa de un pueblo llano.

Sólo queda por hablar del ideal político de Averroes en su filosofía y de la correspondiente traducción al lenguaje de la revelación coránica. Su último comentario medio, escrito en el 592 / 1194, toma como punto de referencia la «República» de Platón y por una sola vez abandona los textos originales de Aristóteles. Es posible que no disponga de la «Política» del Filósofo y haya de buscar un sucedáneo, y es también posible y mucho más probable, que se decida por el único gran documento de la Antigüedad que da protagonismo al Estado frente a los individuos y frente a la gran masa de la sociedad civil.

Por lo demás el escrito de Averroes permanece fiel a los desarrollos de los diez libros de Platón, que sigue casi a la letra. Divide a los hombres en tres grupos, que se corresponden con las castas de la «República»: Los seguidores del placer, que han de estar controlados por la virtud de la templanza, los amantes y buscadores del honor, impulsados por la fortaleza, y por encima de todos ellos los filósofos, que al poseer en exclusiva la sabiduría son los únicos capaces de gobernar, es decir de educar a toda la sociedad.

Averroes expresa en el lenguaje propio de la religión islámica esta concepción del estado, considerado como un educador universal. Como el Corán es fundamentalmente un conjunto de leyes, salidas de Dios, comunicadas a su Profeta y destinadas a organizar sabia y santamente la vida social, cumple mejor que ningún otro mensaje el ideal platónico de los filósofos reyes. Mucho más en el caso de los califas almohades, que juntan a su condición espiritual de Príncipes de los Creyentes, el poder de gobernar y la sabiduría de los ilustrados.

Su política educativa toma tres direcciones distintas. Permite a una minoría selecta que utiliza el razonamiento demostrativo utilizar el lenguaje de los filósofos antiguos y sobre todo el de Aristóteles. Predica la religión a la gran masa social a través de la retórica, moviéndola a la persuasión y a la creencia. Y emplea el procedimiento violento de la Guerra Santa para curar quirúrgicamente y contra su voluntad a los pueblos que se resisten a esa educación.

Por lo demás Averroes analiza la organización del derecho propia de las comunidades islámicas. El poder legislativo pertenece exclusivamente a Dios, que las ha dictado a su Profeta y las ha codificado en el Corán y en los hadices o tradiciones. Los gobernantes, y particularmente los Califas, tienen que interpretar las leyes y mantener las instituciones. Los jueces finalmente dirigen, siempre de acuerdo con el Libro Santo los procedimientos legales y resuelven los conflictos jurídicos, tanto civiles como penales.

Averroes, que por su condición de comentador de Aristóteles, conoce su ideal de perfección intelectual, es también médico de la Corte, asesor de los Califas en materia de instrucción y gran qâdî de Córdoba y como tal pone en práctica los principios, al mismo tiempo religiosos y políticos de la revelación coránica. Por eso su doble lenguaje da simultáneamente testimonio de la doctrina de los filósofos y Del funcionamiento educativo de la Ley del Islam.

 

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